STJ Neuqen 4

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 13

Fallo

Categoría:

DERECHO PENAL

Fecha:

16/08/2011

Nro de Fallo:

49/11

Tribunal:

Tribunal Superior de Justicia

Secretaría:

Sala Penal
Sala:

Tipo Resolución:

Sentencias

Carátula:

"QUINCHAO, JULIO ARTURO S/HOMICIDIO SIMPLE"


Nro. Expte:

74 - Año 2009

Integrantes:

Dra. Lelia Graciela M. de Corvalán


Dr. Antonio G. Labate
Disidencia:

Voces:

Teoria del delito.

Contenido:

ACUERDO N° 49/2011: En la ciudad de Neuquén, capital de la Provincia del mismo


nombre, a los dieciseis días del mes de Agosto del año dos mil once, se
constituye la Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia, compuesta por los
señores Vocales Dres. LELIA GRACIELA M. de CORVALÁN y ANTONIO G.
LABATE, y con
la intervención del señor Secretario, Dr. ANDRÉS C. TRIEMSTRA, a los fines de
dictar sentencia en los autos caratulados “QUINCHAO, Julio Arturo s/ Homicidio
Simple” (expte. n° 74-año 2009) del Registro de la mencionada Sala;
estableciéndose a dichos fines que, conforme al sorteo de práctica, los votos
debían respetar el siguiente orden: Dra. Lelia Graciela M. de Corvalán y Dr.
Antonio G. Labate.
ANTECEDENTES: Que por Sentencia N° 3, de fecha 26 de febrero de 2009, la
Cámara en lo Criminal de la III° Circunscripción Judicial, con asiento de
funciones en la Ciudad de Zapala, resolvió, en lo que aquí interesa: “(...)I.-
CONDENAR a JULIO ARTURO QUINCHAO (...) como autor material y responsable
del
delito de HOMICIDIO SIMPLE (art. 79 del Código Penal); perpetrado en perjuicio
de Mario Héctor Saavedra, a la pena de OCHO AÑOS DE PRISIÓN DE
CUMPLIMIENTO
EFECTIVO, accesorias de ley y costas del proceso” (fs. 339/348).
En contra de tal resolución, dedujo recurso de casación el Sr. Defensor de
Cámara, Dr. Miguel Enrique Manso (fs. 356/360), el que fue declarado admisible
por Resolución Interlocutoria N° 180/2009 de este Tribunal Superior de Justicia
(fs. 366/368).
Por aplicación de la ley 2.153 de reformas del Código Procesal (ley 1.677), y
lo dispuesto en el art. 424 párrafo 2° del C.P.P. y C., ante el requerimiento
formulado, el recurrente no hizo uso de la facultad allí acordada; solamente,
el Sr. Defensor ante este Tribunal Superior de Justicia, Dr. Alejandro Tomás
Gavernet, por escrito, amplió fundamentos. A fs. 380 se produjo el llamado de
autos para sentencia.
Cumplido el proceso deliberativo que prevé el art. 427 del Código de rito, el
Tribunal se plantea las siguientes
CUESTIONES: 1°) Es procedente el recurso de casación interpuesto?; 2°) En su
caso ¿qué solución corresponde adoptar? y 3°) Costas.
VOTACIÓN: A la primera cuestión la Dra. LELIA GRACIELA M. de CORVALÁN,
dijo:
I.- Contra el pronunciamiento dictado por la Cámara en lo Criminal de la III°
Circunscripción Judicial, con asiento de funciones en la Ciudad de Zapala, el
Sr. Defensor de Cámara, Dr. Miguel Enrique Manso, interpuso recurso de casación
a favor del imputado Julio Quinchao, por el que alega la concurrencia de vicios
formales y sustanciales (art. 415, incs. 1 y 2, C.P.P. y C.).
Así, en primer lugar, expone que se afectó la sana crítica racional,
vulnerándose el principio de razón suficiente y en consecuencia el derecho de
defensa en juicio, al fundarse la resolución en apreciaciones subjetivas de los
magistrados respecto de cuál debió ser la conducta que correspondía exigirle al
imputado, en lugar de hacerlo de conformidad con las pruebas reunidas en la
causa. Este proceder, a su entender, torna arbitrario el pronunciamiento.
Asimismo, critica la referencia que se hace en la sentencia respecto de la
actuación en el hecho del hermano del imputado –Julián Quinchao-, por cuanto el
mismo no fue traído al proceso, ni tampoco le fue intimado a su defendido la
circunstancia de su participación, ni se le reprocha el haber actuado en
concurso con su hermano, por lo que se viola el derecho de defensa, ya que esta
circunstancia, entiende, “termina agravando la situación del acusado, ya que se
da un mayor grado de antijuridicidad al hecho cometido por dos individuos” (fs.
357).
También cuestiona que se analice la secuencia fáctica como compartimentos
estancos, “sin considerar que, a quien se defiende de un ataque con un cuchillo
no es posible exigirle que reflexione en medio del ataque y se detenga justo en
un determinado momento para no incurrir en una figura típica más gravosa” (fs.
357 vta). Aduce que resulta contradictorio sostener por un lado que se defiende
legítimamente, y luego se lo considere autor de un homicidio simple.
Agrega que Quinchao no actuó con dolo homicida –y si lo hizo, ello no fue
descrito ni probado-, sino en defensa propia ante la agresión ilegítima con un
cuchillo que sufriera, de la cual no fue provocador. En este sentido, sostiene
que pretender que quien comienza a defenderse detenga su defensa, marca un
déficit en la valoración de la prueba, brindando una respuesta arbitraria por
no sustentarse en las constancias de la causa.
Afirma también, que el Tribunal de Juicio no expresó los motivos por los cuales
consideró que la conducta desplegada por Quinchao fue dolosa, como así también,
por qué no aplicó la figura de exceso en la legítima defensa.
Por otra parte, expresa que los testigos fueron coincidentes en señalar que el
ladrillo que impactó en el pecho de la víctima lo hizo caer al suelo, pero que
resulta falso que le haya provocado un estado de semi inconsciencia, lo cual
constituye un razonamiento arbitrario e infundado. En igual medida, considera
erróneo sostener que la víctima se haya encontrado en estado completo de
ebriedad. Además, entiende que una persona en dicho estado, puede llegar a ser
más peligrosa que otra, ya que no razona con claridad sobre su conducta e
insiste en su actitud.
Finalmente, bajo el andarivel del motivo sustancial, señala que “para
descartarse la legítima defensa debe faltar alguno de los requisitos del art.
34 inc. 6° C.P. (agresión ilegítima; falta de provocación de quien se defiende
y necesidad racional del medio empleado) si estos tres elementos estaban
presentes en la acción del acusado, nunca puede calificarse su conducta como
homicidio simple. Habrá quizás exceso en la legítima defensa” (fs. 359 vta.).
Formuló reserva del caso federal.
II.- Por su parte, el por entonces Sr. Defensor ante este Cuerpo, Dr.
Alejandro Tomás Gavernet, por escrito, amplió fundamentos (art. 424, C.P.P. y
C.).
En dicha oportunidad, expresó en primer término que la resolución del presente
caso, debe efectuarse conforme a una interpretación pro homine, en base a la
doctrina sentada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el precedente
“Acosta”.
Considera que el a-quo arriba a un plano fáctico “meramente conjetural y
subjetivo” (fs. 372). Citando prestigiosa y copiosa doctrina, que explicita una
ilustración del instituto de la legítima defensa, concluye que existió una
agresión armada de Saavedra al prevenido Quinchao. Señala que la sentencia no
brinda una fundamentación suficiente de por qué se descartó la existencia de
tal agresión, considerando que la misma había cesado cuando Saavedra recibe el
impacto del ladrillo, siendo que hubo una solución de continuidad en las
acciones de los contenedores.
Asimismo, refiere que la sentencia omite efectuar un análisis en relación con
la exigencia que contiene el art. 34, inc. 6, en su apartado “b”. Al respecto,
considera que “solo el segundo vocal de voto (Dr. Rodeiro) considera que no ha
sido actual la agresión y por ello considera ocioso tratar los demás aspectos
del art. 34 inc. 6° del C.P.” (fs. 373). Sin embargo, estima que ello es
arbitrario ya que los testigos de autos resultan contestes en señalar que
Saavedra acometió en varias oportunidades a Quinchao.
Además, critica que la sentencia coloca al imputado en la posición de tener que
soportar una lesión a sus bienes jurídicos, sin establecer cómo en medio de la
reyerta pudo elegir otras opciones de conducta. Por otra parte, considera que
la cantidad de lesiones inferidas parecieran indicar un estado de perturbación
mental transitorio típico de las situaciones de emoción violenta, aspecto que
no ha sido abordado por el perito.
Agrega que, de tomarse como excesiva la conducta de Quinchao, por imperio de
los principios in dubio pro reo y pro homine, debe aplicarse el art. 35 del
C.P..
Entiende que también quedó demostrado que no existió provocación por parte del
imputado (art. 34, inc. 6, apartado “c”, C.P.). Todo lo cual, sumado a lo
expuesto precedentemente, lleva a encuadrar su conducta en la legítima defensa.
Finalmente, reitera la crítica efectuada por el casacionista relacionada con la
falta de acreditación de dolo en la conducta.
Formula reserva del caso federal.
III.- Que luego de analizado el recurso, la resolución cuestionada así como las
demás constancias del legajo que se vinculan con los planteos formulados por la
Defensa, soy de opinión –y así lo propongo al Acuerdo– que la casación deducida
debe ser declarada improcedente, por las razones que paso a exponer:
1) La sentencia tiene por debidamente probado que el “10 de marzo de 2008,
aproximadamente a las 21:35 hs.[,] en la vía pública, en intersección de calles
Salta y Diputado Varone de esta Ciudad, el imputado Arturo Quinchao, mediante
el empleo de un cuchillo agredió a Mario Héctor Saavedra provocándole las
siguientes lesiones: 1) Herida punzo cortante en región escapular derecho de 3
cm. de ancho, con dicotomía en uno de sus ángulos, siendo este ángulo más
superficial; 2) herida punzo cortante, no penetrante en región posterior de
hombro derecho de 2,05 cm. de ancho, con coleta de salida externa, superficial;
3) herida punzo cortante en región posterior superior izquierda de tórax de 4
cm. de ancho y 4 cm. de profundidad aproximadamente con coleta de salida
cefálica; 4) herida punzo cortante, en fosa nasal derecha de 1 cm. por 0,5
cm[.]; 5) herida punzo cortante en región submaxilar derecha de 3,5 cm. de
ancho con colgajo de piel que deja al descubierto el tejido celular subcutáneo;
6) herida punzo cortante a nivel de la clavícula derecha de 3,5 cm. de ancho
con coleta de salida caudal; 7) herida punzo cortante en tórax región
infraclavicular paraesternal derecha en tercer espacio intercostal de 5 cm. de
ancho y 4 cm. de profundidad aproximadamente, con coleta de salida caudal; 8)
herida punzo cortante en región antero interna del brazo derecho de 2,5 por 2,5
cm. con exposición del tejido celular subcutáneo de 2 cm. de profundidad; 9)
herida punzo cortante en axila derecha sobre región interna del brazo de 2,5
cm. de ancho; 10) herida punzo cortante en axila derecho sobre el tórax en la
línea media axilar de 1,5 cm. de ancho; 11) herida punzo cortante en región
paraesternal derecha aproximadamente en 5to. espacio intercostal de 1 cm. de
ancho superficial; 12) herida punzo cortante en la región antero lateral
interna de pierna derecha de 1,7 cm., 13) excoriación en rodilla derecha de 2
cm. por 1,7 cm. apergaminada, perimorten, 14) excoriación en rodilla izquierda
de 0,5 cm. de diámetro apergaminada perimorten, 15) excoriación lineal en
región anterior de tercio medio de la pierna izquierda de 2,5 cm.
aproximadamente apergaminada, perimorten y 16) excoriación en región anterior
de axila izquierda de 2,5 cm. de diámetro aproximadamente, apergaminada
perimorten. Que las heridas enunciadas con número 3 y 7 fueron de tal entidad,
que lesionaron órganos provocando un shock hipovolémico coadyuvado por el
taponamiento cardíaco debido a herida de arma blanca, que le ocasionaron la
muerte a Mario Héctor Saavedra. El hecho se suscitó en circunstancias en que la
víctima Mario Héctor Saavedra, espera que el imputado emprenda el camino a su
casa cuando había concluido un encuentro de fútbol en la vía pública, y lo
alcanza en su marcha portando un arma blanca, por lo que Julio Quinchao toma un
ladrillo y lo arroja a Saavedra a quien le impacta en el pecho, cayendo al
piso, circunstancias en que Julio Quinchao toma el cuchillo que tenía Saavedra,
se arroja sobre él y le infiere varios cortes en el cuerpo que finalmente le
provocaron la muerte a Saavedra” (fs. 340 vta./342).
2) Múltiples críticas introducidas por la defensa a la pieza sentencial,
encuadran dentro del segundo carril casatorio, propugnándose a través de las
mismas, la vulneración a la sana crítica racional. No concuerdo con tal
apreciación, pues la solución plasmada por los sentenciantes es, a mi entender,
producto del correcto razonamiento utilizado. Veamos:
En primer lugar, se denuncia la vulneración del principio de razón suficiente,
por cuanto, según el recurrente, la sentencia se funda en apreciaciones
subjetivas de los magistrados sobre cuál era la conducta que debía observar el
imputado, y no se está, en definitiva, a las pruebas concretas producidas en
autos.
De acuerdo al sistema de valoración de la prueba que rige en nuestro proceso
penal, es decir, la sana crítica racional o libre convicción, el razonamiento
efectuado por los jueces se debe encontrar regido por las normas que gobiernan
la corrección del pensamiento humano. En este sentido, con meridiana precisión
se ha dicho que “la sana crítica racional se caracteriza (...) por la
posibilidad de que el magistrado logre sus conclusiones sobre los hechos de la
causa, valorando la eficacia conviccional de la prueba (de los datos que
ontológicamente lo sean, por cierto) con total libertad, pero respetando al
hacerlo los principios de la recta razón, vale decir, las normas de la lógica
(constituidas por las leyes fundamentales de la coherencia y la derivación, y
por los principios lógicos de identidad, de no contradicción, del tercero
excluido y de razón suficiente), los principios incontrastables de las ciencias
(...), y de la experiencia común (...)” (Cafferata Nores, José I. – Tarditti,
Aída, “Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba. Comentado”, Ed.
Mediterránea, Tomo I, pág. 494).
Dentro de este esquema, el principio de razón suficiente ha sido definido por
prestigiosa doctrina como “el principio lógico (...) por el cual todo juicio,
para ser realmente verdadero, necesita de una razón suficiente, que justifique
lo que en el juicio se afirma o niega con pretensión de verdad” (De La Rúa,
Fernando, “La Casación Penal”, Ed. Depalma, pág. 155).
De conformidad con ello, para constatar la correcta aplicación de dicho
principio, debe efectuarse un control lógico a fin de verificar si la prueba de
que se trata permite derivar razonablemente la conclusión fáctica a la que se
arriba.
Con asiento en estos conceptos, controlada la prueba producida en el debate,
con las limitaciones propias que se imponen a esta Sala derivadas del principio
de inmediación, en base a un correcto entendimiento de la significación
funcional del recurso de casación (“Casal, Matías Eugenio y otro s/robo simple
en grado de tentativa”, C. 1.757. XL, causa n° 1681, considerando 24, del voto
de los Dres. Enrique Santiago Petracchi, Juan Carlos Maqueda, E. Raúl Zaffaroni
y Ricardo Luis Lorenzetti), considero que no se ha efectuado afectación alguna
a la sana crítica racional. Ello es así, toda vez que conforme ha quedado
debidamente acreditado, cuando la víctima Saavedra, con cuchillo en mano,
intercepta el andar del prevenido Julio Quinchao y su hermano Julián,
inmediatamente éstos arremeten contra la misma, arrojándole el imputado un
ladrillo que impacta en la zona pectoral del cuerpo del primero, lo que produce
su desvanecimiento, circunstancia que es aprovechada por Quinchao para hacerse
del utensilio que portaba Saavedra y del cual se desprendió al quedar tendido
en el suelo, subirse sobre su humanidad e insertarle en reiteradas ocasiones el
arma blanca, produciéndole las lesiones descritas en la plataforma fáctica, dos
de las cuales resultaron letales y provocaron su deceso.
Todo ello se tiene por probado –según se desprende de la sentencia-,
especialmente, con los dichos de J.D.V., prestados en el debate, y de J.R.Q.,
incorporados por lectura, quienes resultaron testigos presenciales del hecho
objeto de este proceso.
Conforme a lo expuesto, no resulta desacertado sostener -como lo hace el a-quo-
que una vez que Saavedra quedó tendido en el suelo, boca arriba, y desarmado
producto del proyectil que Julio Quinchao le había arrojado, éste debería haber
cesado en su accionar, pues dicha conclusión resulta una derivación necesaria
de la prueba producida y no una simple apreciación subjetiva. Es decir, de los
elementos de convicción incorporados se desprende el camino deductivo que
permite arribar a la solución que se postula.
En este sentido, como ya lo sostuvo este Tribunal Superior de Justicia en
anteriores pronunciamientos, “se podría haber mencionado algún otro modo de
repeler la agresión, derivado del buen pensamiento y de un análisis objetivo
formulado ‘ex ante’, sin que por ello se pueda considerar que se realizan
afirmaciones subjetivas o arbitrarias” (“Sayhueque”, Acuerdo N° 63/2009).
Todo ello, sin perjuicio de considerar que el antecedente fáctico inmediato del
fatal desenlace, lo constituyen los momentos en que Julio Arturo Quinchao se
encontraba jugando al fútbol junto a otros individuos, cuando se le apersonó
Mario Héctor Saavedra, en evidente estado de ebriedad –lo cual se encuentra
corroborado por los dichos de los testigos que hacen referencia a que se
tambaleaba al caminar y las dificultades que presentaba para hablar-,
efectuando movimientos con agitación trémula de un cuchillo, mientras profería
frases de tenor amenazante al imputado, lo cual es ignorado por éste –según se
desprende de su propia declaración-, por lo que Saavedra emprende su retirada
del lugar, pues en nada puede conducir a cambiar el rumbo del razonamiento
fáctico efectuado. Por lo tanto, no implica, como se cuestiona, analizar la
secuencia fáctica como “compartimentos estancos”.
Además, la referencia al comportamiento que debió observarse resulta necesaria
a fin de analizar la procedencia –o no- de la causa de justificación invocada
por la defensa en oportunidad de los alegatos, pues conforme lo exige la
doctrina, a fin de evaluar si el medio empleado para repeler la agresión es
racional, se debe evaluar si el sujeto tenía o no otras opciones de conducta.
En este sentido, se ha sostenido que “una conducta es necesaria cuando no hay
otra opción igualmente eficiente, menos lesiva y menos riesgosa que la
emprendida” (Pessoa, Nelson R., “Legítima Defensa”, pág. 126).
En consecuencia de lo expuesto, considero que el análisis efectuado por el
a-quo, en este sentido, resulta correcto.
La misma conclusión le cabe a la crítica vertida por la mención que se hace en
la sentencia de la intervención en el hecho del hermano del imputado, pues en
nada se afecta el derecho de defensa como se invoca, toda vez que ello no fue
considerado a fin de efectuarle un mayor reproche penal a Julio Quinchao. Ello
se constata tan sólo con advertir que en nada influye en la calificación legal
adoptada (homicidio simple, art. 79 del Código Penal), ni en la pena impuesta
(8 años de prisión), ya que la misma responde al mínimo legal de la escala
penal prevista para el delito endilgado.
De igual manera, considero debe desecharse la aludida vulneración al principio
lógico de no contradicción. La doctrina ha considerado que para incurrir en una
motivación contradictoria, deben emplearse en el razonamiento “juicios
contrastantes entre sí, que al oponerse se anulen” (De La Rúa, Fernando, “La
Casación Penal”, Ed. Depalma, pág. 156). En este sentido, este Tribunal
Superior de Justicia ha sostenido que “uno de los motivos de la denominada
‘motivación defectuosa en sentido estricto’, está dado por la violación al
principio lógico de ‘no contradicción’. La violación a este principio ha sido
caracterizada ‘como [que] ‘nada puede ser y no ser al mismo tiempo’ y que en el
ámbito de los conceptos (...) ‘no se puede afirmar y negar juntamente una misma
cosa de un mismo objeto’” (Fernández, Raúl Eduardo, “Los errores ‘in cogitando’
en la jurisprudencia cordobesa”, en Olsen A. Ghirardi y colaboradores, “La
naturaleza del razonamiento judicial”, Edit. Alveroni, Córdoba, 1993, pág.
127)” (“Ibazeta”, Acuerdo N° 30/2000).
En el caso de autos, a criterio del recurrente, ello ocurre cuando en la
sentencia por un lado se sostiene que Quinchao se defiende legítimamente y
luego se lo considera autor de homicidio simple.
Tal apreciación, a mi entender, no resulta acertada, toda vez que de la
lectura integral de la sentencia, surge con claridad que se está haciendo
referencia a distintos momentos por los que transcurrió el desenlace fáctico.
En efecto, la juez ponente hace referencia, en primer término, a la existencia
de la agresión de Saavedra sobre Quinchao –se le para al frente esgrimiendo un
cuchillo-, a cómo el imputado neutraliza la misma –le arroja un proyectil que
impacta en su pecho, lo que produce su desvanecimiento y que pierda el arma-,
haciéndola cesar, para luego ya emprender un ataque hacia la víctima –tomando
el arma blanca que había perdido Saavedra, a quien, encontrándose tendido en el
suelo y desarmado, se le sube encima y le asesta doce puñaladas-. Con más
claridad aún, se expresa en este aspecto el voto subsiguiente de la pieza
recurrida.
Como puede apreciarse, de manera alguna los juicios así formulados pueden
considerarse antinómicos o inconciliables, productores de una vulneración al
principio lógico de no contradicción, pues como lo sostiene la prestigiosa
doctrina citada, dicho vicio lógico no se configura “cuando las calificaciones
que se dicen contradictorias de una misma actitud del procesado, se refieren a
dos instantes o fases sucesivas del procedimiento delictuoso” (De La Rúa,
Fernando, “La Casación Penal”, Ed. Depalma, pág. 158).
En contrapartida con lo hasta aquí expuesto, entiendo que sí le asiste razón a
la esforzada defensa cuando refiere que resulta “falso” señalar que el ladrillo
que impactó en la humanidad de Saavedra le haya provocado un estado de semi
inconsciencia, pues si bien quedó demostrado con los dichos de los testigos ya
mencionados, que en consecuencia de tal golpe la víctima se desmoronó en el
suelo y se desprendió del cuchillo que portaba, no existe prueba que permita
afirmar que se encontraba en el estado mental aludido. Algo similar ocurre
cuando se expresa que Saavedra se encontraba en “completo” estado de ebriedad,
ya que tampoco se señala elemento de convicción alguno que permita corroborar
la completitud de dicho estado, mas allá de los dichos de los testigos respecto
de las dificultades para caminar y hablar que presentaba quien a la postre
resultara el occiso, como consecuencia de la ingesta de bebidas alcohólicas.
Pero si bien no resultaron expresiones felices por parte de la jueza ponente,
no resultan a mi criterio yerros superlativos en la fundamentación de la
sentencia, que la tornen defectuosa a punto tal de privarla de eficacia y
validez. Es que, más allá de estas certeras críticas, resultan inconmovibles
los hechos que han sido correctamente fijados y acreditados en la resolución, y
debidamente fundados, por lo que, en consecuencia, en nada se puede afectar la
conclusión de que Saavedra, tras el golpe recibido por el proyectil lanzado por
Quinchao, quedó tendido en el suelo y desarmado, circunstancia que fue
aprovechada por el imputado para hacerse del arma blanca e insertarle las
estocadas mortales.
Finalmente, no resulta correcto invocar en este estadio, como lo pretende el
Sr. Defensor ante este Tribunal, la existencia de un estado de perturbación
mental transitorio en el imputado, propio de la emoción violenta, toda vez que
resulta un novel agravio no interpuesto en el momento oportuno, amén de no
existir prueba técnica alguna que avale tal afirmación.
3) En consecuencia de todo lo resuelto precedemente, es que tampoco habrá de
prosperar el supuesto vicio “in iudicando” (art. 415, inc. 1°, del C.P.P. y C.)
que se invoca. Concretamente, por la vía sustancial de los andamiajes
casatorios, las censuras esgrimidas se enderezan a cuestionar la calificación
legal adoptada (homicidio simple, art. 79, del C.P.) y se reclama la aplicación
de la causa de justificación de legítima defensa (art. 34, inc. 6, del C.P.),
o, en su defecto, el exceso en la misma (art. 35, del C.P.). Todo ello,
conforme lo reclama el Sr. Defensor ante este Cuerpo, sea resuelto efectuando
una interpretación respetuosa del principio pro homine.
Sin embargo, considero que, ni siquiera bajo el prisma del principio
mencionado, por el cual se impone privilegiar la interpretación legal que más
derechos acuerde al ser humano frente al poder estatal, tales críticas resultan
atinadas, por cuanto en base al contexto fáctico descrito, no resulta correcto
sostener que la conducta del imputado se encuentra inmersa en la legítima
defensa. En efecto, para que opere esta causa de justificación, es necesario
que concurran las siguientes exigencias: a) la existencia de una agresión
ilegítima, b) la necesidad racional del medio empleado para impedirla o
repelerla, y c) la falta de provocación suficiente por parte del que se
defiende. En el presente caso, existen deficiencias en aquellas exigencias del
tipo permisivo, que avalan el rechazo de la eximente invocada.
Así, tal como ha quedado expuesto en la sentencia, simple resulta advertir que
no existe el primer requisito –agresión ilegítima-, toda vez que la agresión
que ejerció Saavedra sobre Quinchao, al pararse frente al mismo con cuchillo en
mano, quedó neutralizada, cesó, quedó sin efecto, al recibir el impacto del
proyectil que este último le lanzara, en virtud del cual quedó tendido en el
suelo y desarmado. Tan es así, que incluso el prevenido se hizo del arma blanca
con la que finalmente le dio muerte a Saavedra. De esta manera, es que puede
afirmarse, como lo hacen los jueces en la sentencia, que la agresión ilegítima
ya no existía, para encontrarnos luego ante un ataque del propio imputado hacia
la víctima. En este aspecto, además, la fundamentación resulta suficiente.
Lo así resuelto, resulta acorde con el carácter de la actualidad en la
agresión que requiere la doctrina mayoritaria. En este sentido, Rivacoba y
Rivacoba señala que debe tratarse de una agresión real y sólo lo presente es
real y no puede tratarse de un temor, ilusión o recuerdo (Rivacoba y Rivaboca,
Manuel, “Las causas de justificación”, Ed. Hammurabi, págs. 131 y 132).
En la misma dirección y con suma claridad, Nelson Pessoa explica que para que
pueda ejercerse el derecho de legítima defensa, debemos encontrarnos ante una
agresión ilegítima que sea “actual”. Tal carácter, explica el autor, significa
que “la agresión antijurídica crea un estado de afectación del bien jurídico
que ya se ha concretado en lesión o puesta en peligro del bien jurídico, sin
haber concluido tal afectación o crea un estado que precede a esa afectación”
(Pessoa, Nelson R., “Legítima Defensa”, Ed. Mave, pág. 107). Como lógica
consecuencia de ello, agrega que “desaparece el derecho de defensa cuando ha
desaparecido la agresión; en otras palabras, cuando ésta ya no es actual” (ob.
citada, pág. 109). En virtud de lo expuesto, es que el término “repeler”,
implica “la idea de respuesta, de réplica de una afectación que sufre un bien
jurídico, que es presente, que ya es realidad y que no ha concluido” (ob.
citada, pág. 113).
En base a la doctrina expuesta, es que, cotejada con los hechos probados en la
causa, la conducta de Saavedra de pararse frente a Quinchao esgrimiendo un
cuchillo constituye una agresión ilegítima, por lo que la acción de este último
de arrojarle un ladrillo se encontraba dentro de la legítima defensa, por
cuanto era tendiente a “repeler” la agresión ilícita a la cual estaba siendo
sometido. Ahora bien, habiendo sido neutralizada dicha agresión, habiendo
concluido la misma, su conducta posterior de tomar el arma blanca y con ella
darle muerte a Saavedra, cuando se encontraba tendido en el suelo y desarmado,
constituye una conducta que no puede quedar comprendida en la causa de
justificación invocada.
En este sentido, la doctrina citada ha sostenido que “cuando la agresión
ilegítima ha concluido, en otras palabras, cuando ha dejado de ser actual, ya
no es posible el acto defensivo legítimo. A partir de ese momento, la reacción
será una conducta ilícita” (Pessoa, Nelson R., ob. citada, pág. 121). Y se
agrega que “en la doctrina penal actual se sostiene que una agresión ha
concluido y, por lo tanto, ha dejado de ser actual, cuando el ataque ha sido
repelido eficazmente” (ob. citada, pág. 121).
De similar manera, Justo Laje Anaya expresó que “no todo peligro, y su
reacción frente a él, conducirá a la legítima defensa. Sólo el peligro, el mal
creado o causado por una agresión ilegítima, dará paso, curso a la institución.
Desde luego que el peligro debe ser real no simplemente temido, esperado como
hecho futuro; debe ser, además, actual, porque los peligros pasados ya pasaron,
y porque los futuros no están presentes” (Laje Anaya, Justo, “Defensa en
Legítima Defensa”, Ed. Marcos Lerner, pág. 31 y ss.). En este sentido, señala a
modo de guisa de una agresión concluida y de una acción que escapa a los
límites de la legítima defensa, cuando “el agredido quitara el arma al agresor
y lo matara” (pág. 33, nota 10), pues en estos casos, como correctamente lo
señala el autor, no se tratará de un acto de defensa, sino de venganza (ob.
citada, pág. 33, nota 11).
En relación a la actualidad de la agresión, señala que la misma “habrá
concluido, cuando el hecho agresor, no obstante pueda volver a repetirse en un
futuro, en el sentido de una mera posibilidad, pertenezca al pasado” (ob.
citada, pág. 42, nota 23).
Incluso, si acudimos a jurisprudencia comparada, encontramos que la solución
que propicio es la correcta. En este sentido, en un caso que guarda superlativa
analogía con el aquí tratado, la Sala Penal del Tribunal Supremo Español, al
rechazar la aplicación de la legítima defensa –legislada en el artículo 20.4
del Código Penal Español, de similar redacción a nuestro texto legal del art.
34, inc. 6, del Código Penal-, sostuvo: “como requisitos de la agresión
ilegítima se ha señalado que debe ser actual o inminente, pues solo así se
explica el carácter necesario de la defensa. No existirá, pues, una auténtica
agresión ilegítima cuando la agresión ya haya finalizado ni tampoco cuando ni
siquiera se haya anunciado su inmediato comienzo. La sentencia impugnada tiene
en cuenta esta doctrina para afirmar que no se puede apreciar una agresión
ilegítima actual o inminente en el momento en el que el recurrente clava el
cuchillo sobre su oponente de forma repetida. Se ha declarado probado que el
luego fallecido persiguió al recurrente con un cuchillo en la mano diciendo ‘te
mato’, y que al llegar a su altura se quedó quieto, aprovechando el recurrente
para cogerle la mano que empuñaba el arma, sucediéndose un forcejeo en el curso
del cual ambos cayeron al suelo, donde el recurrente consiguió arrebatarle el
cuchillo y ya con él en su mano, dirigirle varios golpes con intención de
clavárselo, defendiéndose el otro hasta ser finalmente herido de forma mortal.
Efectivamente, la agresión finalizó cuando, ya ambos en el suelo, el recurrente
le arrebató el cuchillo, pues no se declara probado que a partir de ese momento
el inicial agresor hubiera realizado cualquier otro acto agresivo, o que
hubiera podido interpretarse como tal a los efectos de una eventual legítima
defensa putativa. Finalizada la agresión, la conducta que siguió no vino
determinada por la legítima defensa, sino por un cambio en los papeles de
agresor y agredido, en el que las acciones del recurrente no estaban presididas
por el ánimo de evitar la agresión, es decir, de defenderse de ella, sino de
atacar a quien, hasta poco antes, se había situado en el papel de agresor”
(Resolución N° 1147/2005, del 13/10/2005).
En base a ello, se presenta como errática la crítica formulada por el Sr.
Defensor ante este Cuerpo, de la omisión en que incurre la sentencia de brindar
tratamiento a la exigencia contenida en el art. 34, inc. 6, apartado “b”, de la
ley penal sustantiva, ya que la misma se presenta como una lógica consecuencia
del análisis precedente.
Por otra parte, tampoco resultan acertadas, desde el punto de vista de la
teoría de la legítima defensa, aquellas críticas esbozadas por el recurrente
respecto a las alternativas de conducta que señaló el a-quo con que contaba el
imputado –a lo que ya me referí en el tratamiento de anteriores
cuestionamientos-, pues a fin de evaluar la “necesidad racional del medio
empleado” para repeler o impedir la agresión, debe estarse al principio de
menor lesividad, el que “exige el empleo de aquel medio alternativo, de entre
los igualmente idóneos a disposición, que rechace el perjuicio del ataque con
el menor coste posible para el agresor” (Mathieu, Bautista, “La necesidad
racional del medio empleado en la legítima defensa”, FD Editor, pág. 36).
En este sentido, el Dr. Tozzini, en exquisito voto en los autos “Ortiz,
Ernesto C.”, del 18 de agosto de 1992, de la Cámara Nacional Criminal y
Correccional de la Capital Federal, Sala I, ha sostenido, lo que entiendo
aplicable al caso de autos, que esta materia “se rige por el principio de la
‘mínima lesión del agresor’, según el cual el que se defiende debe elegir, de
entre los medios de que dispone para una defensa eficaz, el menos dañoso y
peligroso, y dentro del cual se ubican las situaciones en que la defensa se
ejerce contra el padre, el demente, el oligofrénico, el niño, el ebrio, el
gravemente discapacitado” (La Ley, Tomo 1993-E, págs. 613/617).
4) Tampoco comparto la pretendida existencia de un supuesto exceso en la
legítima defensa (art. 35, C.P.). En este aspecto, coincido con la doctrina
adoptada por este Tribunal Superior de Justicia en anteriores precedentes, en
el sentido de que “para que este instituto funcione, es menester, como primer
requisito, que quien lo invoque haya comenzado a transitar la senda de una
justificante. En otras palabras: ‘[e]n razón a que el artículo 35 se refiere a
quien hubiere excedido los límites impuestos, (...) para que se pueda hablar de
exceso, es menester que el autor haya estado dentro de ellos y que, por haber
actuado como actuó, haya salido de aquellos (...) [E]n el exceso se requiere
(...), por lo menos, un instante de legalidad, de situación de derecho (...)’
(cfr. Justo Laje Anaya, ‘Comentarios al Código Penal”, parte general, T° I, Ed.
Depalma, Bs. As., 1985, p. 457)”.
En el caso de autos, si deseché la existencia de agresión actual cuando la
víctima se encontraba tendida en el suelo y desarmada, circunstancias en las
que el imputado tomó el cuchillo que pertenecía a Saavedra y se lo insertó en
reiteradas ocasiones hasta terminar con su vida, indudablemente no puede
pretenderse la aplicación de la norma en análisis.
Ni siquiera puede afirmarse que nos encontramos ante un caso de “exceso
extensivo”, que es el que “se produce cuando la agresión ilícita ya ha cesado”,
en el que “la acción desde el punto de vista cualitativo no es desproporcionada
con respecto a las características del ataque; la acción se torna excesiva
porque se la ejerce cuando la agresión ya ha cesado” (Pessoa, Nelson R., ob.
citada, pág. 267), pues de conformidad con lo analizado supra, el acto de
Quinchao se torna en “venganza”.
En este sentido, se ha sostenido que “para poder aplicar la atenuante del art.
35 del C.P. es requisito que la necesidad subsista en el momento del hecho, lo
que no ocurre cuando la agresión ha cesado, por ejemplo cuando el agresor
original se halla desarmado o inmovilizado por un golpe, ya que en este caso
aquél no ofrece peligro. En estos casos ya no puede hablarse de exceso en la
legítima defensa, puesto que el ánimo del ahora agresor es puramente hostil y
el acto se convierte en materia de venganza” (Cámara Nacional de Casación
Penal, Sala IV, in re “Cáceres, Walter Ernesto s/recurso de casación”, del
15/12/2003).
5) Finalmente, la crítica vertida por la supuesta falta de fundamentación del
dolo del delito de homicidio, tampoco encontrará acogida favorable, toda vez
que el razonamiento efectuado para arribar a la calificación legal elegida,
resulta, en mi consideración, correcto.
Ello es así, toda vez que la figura delictiva del homicidio simple (art. 79,
C.P.), es una figura subsidiaria, que se aplica “cuando el acto de matar no
está sancionado por la ley con una pena diferente de la que prevé tal artículo”
(Creus, Carlos – Buompadre, Jorge Eduardo, “Derecho Penal. Parte Especial”, 7°
edición actualizada y ampliada, Tomo I, pág. 8).
De conformidad con lo expuesto, resulta correcto el proceder del a-quo, por
cuanto en primer lugar procedió a descartar la causa de justificación esbozada
por la defensa, para finalmente, de modo subsidiario, aplicar el encuadramiento
legal de trato. Si bien no se hace una expresa referencia al dolo que exige la
figura en el primer voto de la sentencia, el mismo se desprende evidente del
conjunto de dicha pieza, analizada que fuera la acción del imputado y
descartada la calificación legal solicitada por el recurrente, lo que
necesariamente implica una valoración de la subjetividad del autor. A modo de
guisa, puede mencionarse el voto del Dr. Rodeiro –al cual también adhiere el
Dr. Modina-, cuando refiere que la multiplicidad de lesiones producidas por el
imputado a su víctima, “más que en un acto de defensa nos hace pensar en una
venganza” (fs. 347).
En base a las razones expuestas, considero que la casación deducida debe ser
declarada improcedente. Mi voto.
El Dr. ANTONIO G. LABATE dijo: Adhiero al voto de la señora Vocal preopinante
en primer término, por compartir la respuesta que da a esta primera cuestión.
Así voto.
A la segunda cuestión, la Dra. LELIA GRACIELA M. de CORVALÁN, dijo: Atento al
modo en que resolviera la cuestión precedente, el tratamiento de la presente
deviene abstracto. Mi voto.
El Dr. ANTONIO G. LABATE, dijo: Atento la solución dada a la primera cuestión,
me expido en idéntico sentido a la conclusión a que arriba la señora Vocal
preopinante en primer término, a esta segunda cuestión.
A la tercera cuestión, la Dra. LELIA GRACIELA M. de CORVALÁN, dijo:
Corresponde
imponer las costas en esta instancia al recurrente perdidoso (Arts. 491 y 492
del C.P.P. y C.). Mi voto.
El Dr. ANTONIO G. LABATE, dijo: Comparto lo manifestado por la señora Vocal de
primer voto a esta tercera cuestión. Mi voto.
De lo que surge del presente Acuerdo, SE RESUELVE: I.- RECHAZAR el Recurso de
Casación deducido por el Sr. Defensor de Cámara, Dr. Miguel Enrique Manso, a
favor de Julio Arturo Quinchao. II.- Con costas (Arts. 491 y 492 del C.P.P. y
C.). III.- Regístrese, notifíquese y oportunamente remítanse las presentes
actuaciones a la Cámara de origen.
Con lo que finalizó el acto, firmando los señores Magistrados, previa lectura y
ratificación por ante el Actuario, que certifica.

ANTONIO G. LABATE - GRACIELA M. de CORVALÁN


Dr. ANDRÉS C. TRIEMSTRA - Secretario

También podría gustarte