Comunidad, Vida Fraterna en Común

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Retiro del mes: Ignacio Torres

Comunidad: vida fraterna en común


La comunidad es parte medular en vida religiosa, y aún más en la misma Iglesia. Se
podría decir que la comunión fraterna es hoy un signo del Reino más fiable que otros
signos más reconocidos en otros tiempos: observancia, obediencia sumisa, silencio,
ascesis, la profesionalidad, el compromiso social. Y no se trata de quitarles su valor sino
descubrir si en verdad crean comunión, empezando por casa. Pero también sería un
error hacer de la comunidad el único eje de comprensión y de identificación de una
comunidad consagrada.
Hoy sabemos que la persona para que se despliegue armónicamente, debe atender a
las tres dimensiones de su estructura humana: la personal, la comunitaria y la histórica.
Debemos tener claro que al hablar de comunidad la consideramos como constituida de
individuos concretos, responsables de sí mismos a un nivel exclusivamente suyo. Aquí
es donde entra lo personal, lo decisivo se juega misteriosamente en ese ámbito de
intimidad y de libertad personal en el que cada uno tiene la última palabra sobre sí
mismo y sobre cómo quiere comprometer su vida. Con referencia a la comunidad no
hay que olvidad tampoco que no se pertenece a sí misma, es decir, ha nacido para ser
enviada al mundo, a esa historia que le ha tocado en suerte.
Jesús mismo compromete a sus discípulos a esos tres niveles:
“Mientras subía a la montaña fue llamando a los que él quiso y se reunieron con él.
Designó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de
expulsar demonios” (Mc 3,13-15)
a) Llama a cada uno, personalmente. b) funda una comunidad de discípulos en
torno a él. c) los envía a anunciar el Reino. Estas tres dimensiones son tres tipos
de encuentro. (ver Imagen). Por tanto, toda vocación cristiana incluye estos tres
momentos: 1) saberse llamado y responder personalmente. 2) Compartir un
proyecto de vida y de destino con otros que, como yo, han escuchado y
respondido a la misma llamada. 3) entender la vida como misión en el mundo
para compartir lo que uno mismo ha recibido de Dios.
Daré unas pistas sobre cada una de estas tres perspectivas:
Jesús llamó a los que él quiso: Llamada personal.
Perspectiva personal de la comunidad: La comunidad funciona si cada persona que la
compone funciona.
La comunidad solo nace cuando hay personas con una identidad personal clara que
luego se comparte. La opción por la vida consagrada supone el don de una vocación,
supone escuchar cada día la invitación personal de Dios a vivir su Alianza y a ser enviado
por él a construir su Reino. Esta experiencia centra y totaliza toda la existencia de una
persona:
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su corazón, sus energías, sus proyectos. Es decir, hablamos de un seguimiento de


Cristo. Pero esta experiencia, este seguimiento nos crea una tensión en la medida que
vamos optamos por unas cosas y vamos dejando otras. Todo proceso de elección
conlleva esto. El consagrado vive esa tensión entre el vacío que dejan esas renuncias y el
Dios que colma su ansiedad con su presencia y con las nuevas relaciones que funda con
los demás. Esa tensión se presentará a lo largo de la vida, de una u otra manera, pero la
vocación avanza y madura tan solo en esa tensión de tendencias contrapuestas, por
eso es preciso que la persona consagrada abra a diario su corazón a Dios.
Es en el fondo de cada persona donde se deciden las grandes opciones y las dinámicas
de transformación. Lo determinante es la persona y el modo como sale de sí misma al
encuentro de los demás y de Dios. De ahí el primer principio que regula la vida de toda
comunidad: la comunidad funciona si cada persona que la compone funciona. Este
principio pone en juego cada día nuestras opciones más personales. (Perspectiva
personal de la comunidad)
Para que estuvieran con él
Perspectiva comunitaria: la persona funciona mejor cuando la comunidad funciona.
Y, sin embargo, entre la persona y su comunidad se da una interacción dialéctica
decisiva: si la comunidad funciona, cada miembro de la comunidad encontrará en ella su
mejor ayuda para su crecimiento personal. El otro, los otros tienen el poder de interpelar
y de provocar mi centro personal para despertar en mí lo mejor de mí mismo.
La persona encuentra en la comunidad la gran medicación para poder vivir la aventura
de su vocación decidida en su interior. La comunidad es la que posibilita que emerja la
llamada y que madure la respuesta. Es el espacio teologal en el que Dios comunica su
vida, da sentido a las renuncias que conllevan los votos y educa a la persona
consagrada hacia la libertad para el amor.
Ahora bien las comunidades serán mediación de salvación en la medida en que
alcancen un buen nivel de vida fraterna, en la medida en que vivan el encuentro de
comunión. Solo no olvidemos que solo Dios puede fundar la comunidad. Esas
paradójicas tensiones no se resuelven en solitario, sino en ese espacio de fraternidad
común que surge cuando se comparte la propia vocación.
Para enviarlos a predicar con poder de arrojar demonios.
Perspectiva histórico-social: la comunidad y las personas que la componen funcionan si
funcionan su interacción con los grupos sociales de su entorno.
El discípulo y la comunidad se entienden a sí mismos como enviados a comunicar a
otros la salvación que ellos mismos han experimentado. De aquí se deriva otro
principio: la comunidad y las personas que la componen funcionan si funciona
positivamente y
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creativamente su interacción con los grupos sociales de su entorno. Desde su origen la


comunidad queda constituida como comunidad evangelizadora. La comunidad es
enviada a expandir esa experiencia salvadora de comunión, porque el encuentro de
comunión alcanzado entre los hermanos es la prueba de que la realización de la utopía
del Reino no es ni ideología ni sueño ilusorio, sino utopía concreta, históricamente
alcanzable. Si los hermanos no logran el encuentro de comunión entre sí, toda actividad
de misión quedará cuestionada. Solo si me esfuerzo por construir fraternidad en mí
propia comunidad estoy legitimado para anunciarla fuera. Este encuentro de comunión
es la primera misión que estamos llamados a ofrecer al mundo.
La vida de comunidad como dialéctica entre polaridades antagónicas.
Con todo lo dicho hasta ahora, podríamos decir, que esto nos obliga a entender los tres
ejes, el personal, el comunitario y el de la misión, en interacción dialéctica. Esta
perspectiva nos permite entender la vida de comunidad como una vida
constitutivamente en tensión, ya sea por las opciones que hacemos o por las
integraciones que debemos hacer.
Ahora bien, hay tensiones sanas y tensiones malsanas. Son sanas tensiones que ayudan
a crecer a la persona. La vida en común se encarga de despertarnos de las falsas
ilusiones sobre la misma comunidad, para devolvernos a la realidad de nuestras
problemáticas relaciones comunitarias.
“Aquel que ama más su sueño de comunidad que aquella comunidad a la que pertenece,
se convierte en destructor de toda comunidad, por más honestas, serias y abnegadas que
sean sus intenciones personales”.
Las tensiones comunitarias son las que marcan el camino, esa especie de Mar rojo que
es preciso transitar día a día, para avanzar a la tierra prometida. Precisamente, porque
la vida de comunidad crece en tensión de tendencias antagónicas, pronto descubrimos
que toda forma de convivencia, en cualquiera de sus formas, es fuente de conflictos. Y
también que la vida de comunidad es una llamada permanente a abordar y resolver
positivamente los conflictos y las tensiones que conlleva.
Cuando este antagonismo de tendencias contrapuestas se resuelve en una síntesis
integradora, es cuando la persona y la comunidad avanzan hacia el encuentro de
comunión fraterna, convirtiéndose ésta en la gran mediación posibilitadora y
plenificadora de vida la consagrada.

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Comunidad como tensión entre: Don y tarea:


El ideal de la comunión se hace realidad cuando se la acoge como don y se convierte en
nuestra principal tarea.
Ante todo es percibida como don:
 Primero, porque los hermanos me los da el Señor, no soy yo quien los conquista.
 Segundo, porque son los hermanos los que me acogen, y no yo quien viene a
socorrerlos.
 Y tercero, porque, a la larga, descubro que en la fraternidad yo siempre recibo
de los demás mucho más de lo que doy.
Pero la comunidad que es don de Dios, es al mismo tiempo tarea de los hermanos. La
comunidad se sostiene en pie si avanza en equilibrio inestable.
 La fraternidad se construye y avanza tan solo si los hermanos llegan a
contemplarse unos a otros mirados/amados por Dios.
 Todo conflicto se convierte en una ocasión de crecimiento si los hermanos se
deciden, a construir la casa común en torno al Señor Jesús, el único arquitecto
de la fraternidad.
 La vida comunitaria experimenta las mismas vicisitudes y riesgos que la persona
misma: avanza, se resiste, retrocede, está expuesta a la traición y a la
infidelidad, sufre, madura, busca, espera, se reconcilia, se entrega.
 La vida fraterna, como tarea, se convierte en un éxodo permanente, en una
llamada a salir de uno mismo para acoger el don, a crecer en sensibilidad para
caminar al encuentro del hermano.
Su resolución da como fruto: Hijos y hermanos.

Comunidad como tensión entre Autonomía/Interdependencia.


La tensión: por un lado necesito afirmarme a mí mismo, garantizar mi autonomía, el
poder ser yo mismo dentro de un espacio propio. Por otro, la necesidad de pertenecer
a un grupo humano en el que se me valore, se me reconozca y se me quiera.
El conflicto se resuelve cuando la persona, identificado con los valores, se va sintiendo
implicada con la suerte de cada una de las personas: es el sentido de pertenencia y de
destino común.
Descubro que sin los hermanos que Dios me ha dado, mi proyecto evangélico de vida
no tiene sentido. Descubro que la resolución de esa tensión es la prueba de que Dios
me va salvando y que eso es ya mi primera actividad misionera.
Acontece el prodigio de ir pasando de vivir para sí:

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 A vivir cada vez más para los otros


 A armonizar la dialéctica entre lo personal y comunitario
 A integrar la autonomía con la pertenencia como algo plenificante
 A asumir las diferencias con paz, como algo constitutivo de todo vivir en
comunidad
 A aceptar al otro como es y darle tiempo para que crezca en libertad
 A descubrir que yo puedo ser motivo de alegría o de sufrimiento para mis
hermanos y que eso, en parte, depende de mí.
Su resolución da como fruto: sentido de pertenencia.

Comunidad como tensión de Soledad/Comunión.


La tensión: Por un lado está el derecho y la necesidad de cultivar la propia intimidad y
los espacios de libertad: experiencias y proyectos más íntimos, la privacidad, los
espacios propios, el conocimiento de las fortalezas y debilidades, la historia personal,
los afectos, las convicciones más profundas.
Pero por otro lado, para que pueda vivir en comunidad, esto es, para que pueda
entablar relaciones vivas con los hermanos, para que me puedan comprender y aceptar
en mi realidad, en mis limitaciones y en mis valores los demás necesitan conocerme,
saber de mis proyectos, de mis sentimientos, de mis deseos más íntimos.
 Sin recorrer los riesgos de una comunicación de calidad no se puede avanzar
hacia el encuentro de comunión. El arriesgarse a ser conocido por el otro a
través de una comunicación auténtica es el camino para que el otro me pueda
aceptar tal como soy.
 Los niveles de comunicación van aumentando según aumentan los niveles de
acogida afectiva, confianza y fiabilidad de cada hermano y de la comunidad.
 Aquel que airea fuera la intimidad que un hermano ha compartido en
comunidad o la utiliza en su contra, está traicionando y dañando seriamente la
vida de comunión de la fraternidad.
 En un encuentro de comunidad no se puede jugar a salir airoso, o a salvar la
imagen. Es el autoengaño más nefasto en que uno puede caer en la vida de
comunidad. Cuando la vida real de uno no corresponde a lo que comunica, él
personalmente y su comunidad pierden toda credibilidad. Tras varios años de
convivencia, todas las máscaras son transparentes, menos para el que las utiliza.
Su resolución da como fruto: Encuentro de comunión.

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Comunidad como tensión entre Sintonía/Diferencia.


Una de las tensiones que tiene que asumir toda la comunidad religiosa es que debe
aprender a convivir con el conflicto y que tiene que aprender a manejarlo y resolverlo
positivamente para convertirlo en una ocasión de crecimiento.
Y aunque en una comunidad se dé esa sintonía de intereses vitales, Dios y su Reino, no
elimina las diferencias psicológicas ni con ello el conflicto: gustos distintos,
percepciones dispares de la realidad, estrategias distintas de acción, ejercicio del poder.
La resolución del conflicto suele seguir este esquema:
1. Comunicación de los valores y de las necesidades personales que están en juego.
2. Confrontación de estos valores con los valores fundantes de la comunidad y con
las necesidades sentidas por los hermanos.
3. Búsqueda de armonización con los valores fundantes y con las necesidades de
todos los hermanos.
4. Toma de decisiones.
Su resolución da como fruto: La resolución positiva de los conflictos.

Comunidad como tensión entre Ser/hacer.


El problema es cómo y qué hacer para que yo llegue a ser la persona que estoy llamado
a ser. El hombre es un ser dinámico que se va haciendo a sí mismo desde lo que va
haciendo. Lo que hace, le hace.
 Por ello el crecimiento personal, como síntesis entre el ser/hacer, consiste en
despertar procesos de transformación interior de dentro a fuera, a partir de
necesidades sentidas, a partir de motivaciones propias (personalización).
 Todo proceso creyente de personalización debe caminar hacia el encuentro de
comunión con el otro, hacia la integración en una comunidad concreta y de unos
compromisos históricos concretos.
 El amor, que es lo que más personaliza, es un encuentro de entrega, en libertad
comprometida, al otro, a mi comunidad, a la historia de los hombres.
 Es así como la tensión entre ser/hacer se resuelve en una vida de amor/servicio y
en crecimiento como dinámica de procesos de transformación.
Su resolución da como fruto: una vida de amor/servicio.

Bibliografía: Javier Mari Ilurduia “Comunidad”; José Luis Pérez A. “Para que una
Comunidad sea significativa”; Sabino Ayestarán “Crecimiento personal en la Comunidad”.

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