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Josep-Ignasi Saranyana

“El más allá en los concilios limenses del ciclo colonial,


1551-1772”
p. 109-124
Muerte y vida en el más allá
España y América, siglos XVI-XVIII
Gisela von Wobeser y Enriqueta Vila Vilar (edición)
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas
2009
434 p.
Ilustraciones y cuadros
(Serie Historia Novohispana 81)
ISBN 978-607-02-0449-4

Formato: PDF
Publicado en línea: 10 de diciembre de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/503/mue
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EL MÁS ALLÁ EN LOS CONCILIOS LIMENSES
DEL CICLO COLONIAL, 1551-1772

Josep-Ignasi Saranyana
Universidad de Navarra

Los concilios limenses

Durante la etapa colonial se celebraron seis concilios provinciales en la


Arquidiócesis de Lima: 1551-1552, 1567, 1582, 1591, 1601 y 1772. Los dos
primeros fueron convocados por el arzobispo Jerónimo de Loaysa
(1498-1575), dominico, y los tres siguientes por el arzobispo Toribio de
Mogrovejo (1538-1606), secular.
El I Concilio Limense (1551-1552) se celebró apenas dos años des-
pués de la pacificación de Perú: un lustro después de la creación de la
provincia eclesiástica de Lima, en 1546, y ocho años después de entrar
Loaysa en esa nueva diócesis, en 1543. El II Limense (1567), presidido
también por Loaysa, se inscribió en el ciclo conciliar, desplegado en los
territorios de la Corona española para la recepción del Concilio de Tren-
to. Fue un concilio inspirado en las disposiciones tridentinas, sobre todo
las del último periodo, en que se redactaron los decretos de reforma. La
óptica había cambiado ligeramente: si en el primero habían primado
los planteamientos de la teología profética española, en el segundo con-
cilio se subrayó la reforma tridentina, con su fuerte impronta sacramen-
tal. El III Limense, celebrado en 1582-1583, bajo la presidencia del arzo-
bispo santo Toribio de Mogrovejo, tuvo como protagonista destacado
al jesuita José de Acosta (1540-1600). Ha sido, con diferencia, el más
importante y el único que recibió la aprobación pontificia en 1588.1 El
IV Limense tuvo lugar en 1591, también en tiempos de Mogrovejo. Se

1
 Carta del cardenal Antonio Carafa, de 26 de octubre de 1588, comunicando a santo
Toribio la aprobación pontificia del concilio y las enmiendas que debían introducirse en el
texto, en Francesco Leonardo Lisi, El Tercer Concilio Limense y la aculturación de los indígenas
sudamericanos. Estudio crítico con la edición, traducción y comentario de las actas del concilio provin-
cial celebrado en Lima entre 1582 y 1583, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1990 (bilingüe)
(Acta Salmanticensia. Estudios Filológicos, 233), p. 356.

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convocó para la recepción del III Limense y se celebró precisamente en


el mismo año en que se publicaron oficialmente los decretos del tercero.
El V Concilio se llevó a cabo en 1601 en medio de muchas dificultades
porque algunos sufragáneos apelaron contra su convocatoria. El em-
brollo provocó el disgusto del rey Felipe III y una recriminación real al
arzobispo limense. El VI Limense (1772-1773) se inscribió en el ciclo
carolino, es decir, en la reforma regalista preconizada por Carlos III.2

La escatología en los concilios limenses del ciclo colonial

Los temas escatológicos tuvieron un amplio tratamiento, sobre todo en


los instrumentos de pastoral del III Limense (tres catecismos: breve,
mayor y tercero o por sermones). Son dos las razones de tan amplio
desarrollo: salir al paso de las creencias de los indígenas, por una parte,
y prevenir el posible influjo de las doctrinas luteranas en los católicos
limenses, por otra. Merecerán atención, por consiguiente, los siguientes
temas: resurrección de los muertos y estatuto del alma separada (esca-
tología intermedia); purificación después de la muerte, con especial
referencia al purgatorio y a las indulgencias; sufragios por los difuntos;
amortajamiento, entierro y sepultura.

I Concilio Limense (1551-1552)

Debido a “las muchas supersticiones de los indios”, la muerte y el más


allá fueron motivo de especial estudio por parte del primer concilio.
Con el fin de desterrar los vicios de matar y enterrar con los difuntos a
sus mujeres y a sus criados queridos, se legisló que “todos los que fue-
ren cristianos sean traídos a enterrar a la iglesia y cementerio”. Los
entierros debían hacerse con el rito acostumbrado, sin permitir que en
la sepultura se les pusieran cosas de comer o cualquier otro objeto.
Según testimonia el texto conciliar, algunos siervos iban voluntariamen-
te a la muerte, porque creían que en la otra vida podrían continuar
sirviendo a sus señores.

2
 El arzobispo de Lima comunicaba al delegado apostólico en Lima, el 23 de enero de
1913, que “la Asamblea de 1912 ha tenido pues la misma fuerza que la de 1909. Las dos han
tenido carácter conciliar”: celebradas con la autorización de la Santa Sede, que había dispen-
sado de algunas formalidades, dadas las dificultades que tenía el episcopado peruano con sus
autoridades civiles, empeñadas en avocar a sí la autorización (y la convocación) de los conci-
lios provinciales, apelando a los precedentes de Felipe II [sic]. Cfr. Archivo Secreto Vaticano,
Nunciatura Apostólica en Perú, monseñor Angelo G. Scapardini (1910-1917), n. 76, fasc. 5.

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EL MÁS ALLÁ EN LOS CONCILIOS LIMENSES DEL CICLO COLONIAL 111

Los indios no cristianos fallecidos debían ser enterrados en un lugar


público. No había que consentir que los indígenas guardasen en sus
casas los cuerpos de los difuntos. Para la Iglesia, lo peor era que los
indígenas aun después de haber sido bautizados, acudían a los lugares
donde reposaban los difuntos para ofrecerles sacrificios.
Con muy buen criterio el concilio prohibió cualquier estipendio por
los funerales y entierros, incluso que se aceptase cualquier limosna. Al
mismo tiempo, se prohibió el duelo superior a un día. Los enterramien-
tos fuera de los lugares designados se penaban con encarcelamiento y,
lo que resultaba más ejemplar todavía, con el desenterramiento del
cadáver y su pública incineración.3 Además, los que hubiesen sacrifica-
do a los difuntos debían ser castigados con rigor, aplicándoles las mis-
mas penas establecidas para los que sacrificaban al sol, a la tierra, al mar
o a cualquier otra criatura. Particular atención había que prestar a los
hechiceros, se informaría sobre ellos a las autoridades y se remitirían a
los jueces competentes.4
Importante resulta la forma de adoctrinar a los indígenas sobre los
novísimos, en la cual se hace referencia a la distinción fundamental
entre los brutos y los hombres. Cuando los animales mueren, “ánima y
cuerpo juntamente mueren y todo se torna tierra”; “pero nosotros los
hombres no somos ansí, porque cuando morimos solamente muere
nuestro cuerpo, nuestra alma nunca muere, sino para siempre vive”.
De todas formas, la suerte de los hombres difuntos es desigual: unos
van al cielo y otros al infierno. Los bautizados, “los que son hijos de
Dios y están señalados con su señal, que es el agua del bautismo, y
guardan todo lo que él manda, cuando mueren, sus ánimas van al cie-
lo con él, donde estarán para siempre en gran gloria y alegría”.5 Estas
enseñanzas eran una aplicación entonces común y poco matizada del
principio altomedieval extra ecclesiam nulla salus, máxima que había sido
popularizada por Bonifacio VIII (1294-1303), inspirado en un decreto
del IV Concilio Lateranense, de 1214.

3
 Primer Limense, constituciones de los naturales, const. 25 [24], en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), 3 v., Lima, s/e, 1951-1954, v. i, p. 20-21 (Obra rara y de
difícil consulta, de la que existe una versión en microfichas preparada por cidoc Project. Hay
ediciones críticas de los tres primeros concilios, llevadas a cabo por Francisco Mateos —los dos
primeros— y Francesco Leonardo Lisi —el tercero—); en Francisco Mateos (ed.), “Constitucio-
nes de indios del Primer Concilio Limense (1552)”, Missionalia Hispanica, 7, 1950, p. 35-36.
4
 Primer Limense, constituciones de los naturales, const. 26 [25], en Rubén Vargas Ugar-
te (ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 21-22; Francisco Mateos (ed.), “Constitu-
ciones de indios del Primer Concilio Limense (1552)”, op. cit., p. 37-38.
5
 Primer Limense, constituciones de los naturales, const. 38 [37], en Rubén Vargas Ugar-
te (ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 29; en Francisco Mateos (ed)., “Constitu-
ciones de indios del Primer Concilio Limense (1552)”, op. cit., p. 47.

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La descripción de la bienaventuranza eterna, en el I Concilio Limen-


se, se hizo en términos que se inspiran en el relato del Apocalipsis, in-
spirado y destacó la ausencia de cualquier pena o dolor en el cielo. No
se aludía aquí a la visión beatífica, cuestión quizá excesivamente com-
plicada para neófitos. El infierno, a donde van los que “no son hijos de
Dios, ni se baptizan e no guardan los mandamientos”, se describe en
términos de hedor, fuego, enfermedad y dolor: “y desearán morir por
el gran tormento que pasan, y Dios no quiere que mueran, sino que para
siempre estén allí padeciendo por sus pecados”.6 La afirmación conclu-
siva es maximalista y exagerada: “todos sus antepasados y señores,
porque no conocieron a Dios ni le adoraron, sino al sol y a las piedras
y a las demás criaturas, están ahora en aquel lugar con gran pena”.7 Esto
tiene su lógica en un proceso evangelizador, que entendía inexcusable
la obligatoriedad de pertenecer al “cuerpo” de la Iglesia, para salvarse.
El I Limense también prohibía a los españoles, bajo pena de excomu-
nión, que enterrasen a los indios o esclavos bautizados fuera de las igle-
sias o de los cementerios y que se les diese sepultura sin exequias o ritos
fúnebres.8

II Concilio Limense (1567-1568)

El II Limense, celebrado después de la conclusión del Concilio Triden-


tino, ofrece en latín sus “constituciones para españoles”, que se abren
con una referencia a uno de los decretos tridentinos de reforma (sesión
24, cap. 2) que confirmaba la periodicidad de los concilios provinciales.
Por los términos empleados y el ritmo de la argumentación, se aprecia
una mayor calidad técnica (es decir, más oficio teológico), en relación
con el primer concilio que acabo de comentar. Es indiscutible que Tren-
to influyó en el rigor de la expresión teológica, asimismo la recién eri-
gida Facultad de Teología, en el seno de la Universidad de San Marcos,
que ofrecía sus cursos desde 1551.
El ambiente reformista, promovido por Trento, también se advier-
te en muchas observaciones dichas colateralmente. Por ejemplo, al re-
ferirse a los que tenían autoridad para corregir a otros, señala que exa-
minen ellos antes su propia conducta (prius revocent intus ad conscientiam,
ut propriam corrigam, citando al margen a san Ambrosio, san Agustín y
san Gregorio); pues el médico tiene que lavar primeramente sus peca-

 Idem.
6

 Idem.
7
8
 Primer Limense, const. para españoles, 70, en Rubén Vargas Ugarte (ed.), Concilios li-
menses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 81.

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EL MÁS ALLÁ EN LOS CONCILIOS LIMENSES DEL CICLO COLONIAL 113

dos, antes de sanar los ajenos.9 Era el tema de la reforma de la Iglesia,


et in membris et in capite, trasladado aquí a las autoridades eclesiásticas
locales.
Aunque las constituciones eran para españoles, contienen indica-
ciones sobre la evangelización de los indígenas. Se señala, por ejemplo,
que la catequesis se imparta según los decretos tridentinos en la lengua
materna.10 Se precisa, además, que no se administre el sacramento de
la penitencia por medio de intérprete, puesto que correría peligro el
sigilo sacramental.11 También hay indicaciones sobre la libertad de los
indios y de los siervos para contraer matrimonio.12 Nada expreso se dice
aquí sobre la ordenación sacerdotal de los indígenas, que como se sabe
era por aquellos años cuestión discutida en América; en todo caso, se
advierte que no se admita a los neófitos.13 Se insiste en que se erijan
parroquias de indios en los suburbios habitados por ellos.14 Se alerta
sobre el consumo de la coca y los daños que se derivan de ella.15 Hay
una referencia a los negros (servi ethiopiani), para los que se pide trato

 9
 Segundo Limense, Constituciones para españoles, proemio, en Rubén Vargas Ugar-
te (ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 102; en Francisco Mateos (ed.), “Se-
gundo Concilio Provincial Limense 1567”, Missionalia Hispanica, 7, 1950, p. 211-296 y 525-
617, p. 217.
10
 “Lingua vulgari et materna initiandis exponant” (Segundo Limense, Constituciones para
españoles, cap. 3, en Rubén Vargas Ugarte (ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 104;
en Francisco Mateos (ed.), “Segundo Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 221).
11
 Segundo Limense, Constituciones para españoles, cap. 13, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 108; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo
Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 226. También cap. 48, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 123; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo
Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 247. También en Constituciones de indios 49, en
Rubén Vargas Ugarte (ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 182; en Francisco
Mateos (ed.), “Segundo Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 558.
12
 Segundo Limense, Constituciones para españoles, cap. 19, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 110; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo
Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 229.
13
 Segundo Limense, Constituciones para españoles, cap. 27, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 113-114; en Francisco Mateos (ed.), “Se-
gundo Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 233. En cambio, se dispone, en las
constituciones de indios, que no se los admita a las órdenes sagradas (cfr. Segundo Limen-
se, constitución de indios 74, en Rubén Vargas Ugarte (ed.), Concilios limenses (1551-1772),
op. cit., v. i, p. 197-198; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo Concilio Provincial Limense
1567”, op. cit., p. 573).
14
 Segundo Limense, Constituciones para españoles, cap. 82, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 138; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo
Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 267-268.
15
 Segundo Limense, Constituciones para españoles, cap. 124, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 154-155; en Francisco Mateos (ed.), “Segun-
do Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 291-292.

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114 muerte y vida en el más allá

humano.16 Se advierte del peligro que para los indígenas, desconoce-


dores de la malicia de los toros, supone participar en las corridas.17
Como era de prever, resultan más interesantes las “constituciones
para los indios y los sacerdotes de ellos”, en latín. Se amonesta a los
hacendados, para que traten pie paternoque affectu a los indios, prove-
yéndoles de todo lo necesario.18 Es decir, se señala que los traten como
hijos espirituales, porque en Jesucristo ellos también son herederos del
reino celestial, pues la gracia de Cristo redunda en todos los hijos adop-
tivos de Dios. El obispo debe examinar a los sacerdotes antes de con-
fiarles la cura pastoral de indios.19
Para evitar discrepancias en los modos de impartir la doctrina, que
pudieran confundir a los indígenas, el II Limense señalaba que las ca-
tequesis se adaptasen al catecismo tridentino, prometido por el concilio
y entonces próximo a publicarse.20 Mientras tanto, los conciliares limen-
ses exhortaban a los obispos de cada una de las diócesis a usar o con-
feccionar unas breves cartillas, que contuviesen los principios de la
religión cristiana, un compendio sobre los sacramentos y los contenidos
fundamentales de los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Esta carti-
lla debía ser revisada y aprobada por el primer sínodo diocesano, que
se celebrase después de este concilio provincial. Acto seguido se exhor-
taba a que los sacerdotes, en breve plazo, estuviesen en condiciones de
impartir su catequesis en las lenguas de los naturales.21
16
 Segundo Limense, Constituciones para españoles, cap. 126, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 155-156; en Francisco Mateos (ed.), “Segun-
do Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 293.
17
 Segundo Limense, Constituciones para españoles, cap. 128, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 156; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo
Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 293-294.
18
 Segundo Limense, constituciones de indios, prólogo, en Rubén Vargas Ugarte (ed.),
Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 159; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo Conci-
lio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 526.
19
 Segundo Limense, Constituciones para indios, const. 1, en Rubén Vargas Ugarte (ed.),
Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 160; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo Conci-
lio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 527-528.
20
 “[…] a sancto Concilio Tridentino promittitur catechismus universalis, in brevi confi-
ciendus […]” (Segundo Limense, Constituciones para indios, const. 2, en Rubén Vargas Ugar-
te (ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 161; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo
Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 528). El Catecismo romano o Catecismo para
párrocos del concilio tridentino se publicó ese mismo año de 1967, aunque no hubo de inme-
diato traducción castellana. Sobre las vicisitudes del catecismo tridentino en los reinos hispá-
nicos, véase Pedro Rodríguez y Justina Rodríguez, Don Francés de Álava y Beamonte. Correspon-
dencia inédita de Felipe II con su embajador en París (1564-1570), San Sebastián, Sociedad
Guipuzcoana de Ediciones y Publicaciones, 1991.
21
 Segundo Limense, Constituciones para indios, const. 3, en Rubén Vargas Ugarte (ed.),
Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 161; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo Conci-
lio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 529. Cfr. también const. 35, en Rubén Vargas Ugarte

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EL MÁS ALLÁ EN LOS CONCILIOS LIMENSES DEL CICLO COLONIAL 115

A los indios en peligro de muerte, cuando ya no hubiera tiempo para


una instrucción religiosa más pormenorizada, bastaba proponerles para
el bautismo un compendio de la fe. Debían creer de todo corazón:

que existe Dios uno, Padre, Hijo y Espíritu Santo, creador de los hom-
bres, del cielo y de la tierra y de todas las cosas, que premia a los bue-
nos en el cielo y castiga a los malos en el infierno; y que Jesucristo es
el Hijo de Dios y redentor de los hombres, mediador entre Dios y los
hombres, por su propia pasión y muerte; persúadale así mismo que
crea todas las cosas que la Iglesia romana y los buenos cristianos creen,
y se disponga animosamente a creer y a hacer todo.22

El compendio de la fe está muy bien formulado, pero quizá exige


más de lo acostumbrado, si se compara con el III Limense (acción se-
gunda, cap. 3), que después comentaremos.
Hay indicaciones acerca del sincretismo religioso, más bien sobre
el disimulo de los cultos “idolátricos” bajo apariencia de culto cristia-
no.23 Finalmente en la constitución 102 se ofrecen algunas indicaciones
sobre los enterramientos.24 Se constata, en primer lugar, que en algunos
lugares, conforme una antigua costumbre (secundum antiquum gentis
morem), los cadáveres se enterraban con vestidos, comida y bebida, u
otras cosas semejantes, convencidos de que los difuntos habrían de
usar esos enseres y comer durante su viaje (existimantes se his usuros
post mortem). Se dice que otros disponían en sus testamentos que no se
les enterrase en las iglesias o lugares sagrados. Comenta que incluso
se robaban los túmulos de esos lugares para llevarlos a los sitios don-
de se hallaban depositados los restos de sus antepasados.

(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 177; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo
Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 550.
22
 “Oportet credere toto corde: esse unum Deum, Patrem, Filium et Spiritum Sanctum,
scilicet, hominum, caeli terraeque et omnium rerum creatorem, bonorum preamiatorem in
caelo, malorumque in inferno punitorem, ac inter ipsos et eum mediatorem, per passionem
et mortem propriam; persuadeat deinde omnia credere quae Ecclesia romana et boni chris-
tiani credunt, et ut animo proponat se omnia credenda et operanda” (Segundo Limense,
Constituciones para indios, const. 33, en Rubén Vargas Ugarte (ed.), Concilios limenses (1551-
1772), op. cit., v. i, p. 176; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo Concilio Provincial Limense
1567”, op. cit., p. 549).
23
 Cfr. Segundo Limense, Constituciones para indios, const. 95, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 203-204; en Francisco Mateos (ed.), “Segun-
do Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 588. En las constituciones 98, 99, 100 y 101 se
dan normas para el exterminio de la idolatría.
24
 Segundo Limense, Constituciones para indios, const. 102, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 208; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo
Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 594-595.

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116 muerte y vida en el más allá

Conviene traducir la parte dispositiva del texto, en que los sinoda-


les equiparaban estos usos mortuorios con verdaderas herejías:

Para extirpar el anterior error [se refiere a todo cuanto acaba de descri-
bir], este Santo Sínodo establece que todos los sacerdotes destinados a
la cura de indios, si conocen que alguna cosa parecida ha sucedido, y
antes de que vaya a mayores, comiencen una diligente investigación,
para conocer quien ha aconsejado o mandado que tales cosas se per-
petren; y si hallan que la culpa es del que ha de ser sepultado o del que
ya fue sepultado, ante todo priven de sepultura eclesiástica al susodi-
cho supersticioso, por no decir herético; después, relajen [es decir,
transfieran] su cuerpo [cadáver] al juez secular, para ser castigado se-
gún determinan las disposiciones legales; y si además alguno de sus
familiares espontáneamente, o por consejo o mandato de otro, hizo tal
cosa [los errores antes descritos], sea castigado gravemente según es-
tablecen las normas canónicas.25

El II Limense además presenta cómo debían ser reconducidos, es


decir reorientados, los deseos de ofrecer cosas por los difuntos, animan-
do a que se practicasen los sufragios que ofrece la Iglesia por los muer-
tos.26 Se reprenden también otras “supersticiones”, como las que practi-
caban los indios orejones del Cuzco.27 Contra los “sortilegios” va también
una de las constituciones.28 De todos modos, se aconseja a las autoridades
españolas y a los presbíteros que traten con deferencia a los curacas.
Me parece muy importante la constitución que prohíbe la profana-
ción de los enterramientos de los infieles.29 El II Limense considera que
enterrar a los muertos es por sí mismo un signo evidente de civilización,
lo cual presupone, al menos de forma implícita, la creencia en la resu-
rrección.30 Por consiguiente, la violación de los sepulcros de los no cre-
yentes debía ser severamente castigada.

25
 Idem.
26
 Segundo Limense, Constituciones para indios, const. 106, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 210; en Francisco Mateos (ed.), “Segundo
Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 598.
27
 Segundo Limense, Constituciones para indios, const. 103, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 208-209; en Francisco Mateos (ed.), “Segun-
do Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 595-596.
28
 Segundo Limense, Constituciones para indios, const. 107, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 211-212; en Francisco Mateos (ed.), “Segun-
do Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 599-600.
29
 Segundo Limense, Constituciones para indios, const. 113, en Rubén Vargas Ugarte
(ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 215-216; en Francisco Mateos (ed.), “Segun-
do Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 605-606.
30
 “[…] etsi ignorantes, impulsu tamen quoddam naturali, futuram resurrectionem prae-
sagientes […]” (Segundo Limense, Constituciones para indios, const. 113, en Rubén Vargas

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EL MÁS ALLÁ EN LOS CONCILIOS LIMENSES DEL CICLO COLONIAL 117

III Limense (1582-1583)

Se han difundido diferentes versiones de la documentación del III Li-


mense. La mejor edición crítica de las actas y decretos ha sido realizada
por Francesco Leonardo Lisi. Aunque no tiene pretensiones teológicas,
sino sólo literarias e historiográficas, ofrece una perspectiva un tanto
confrontativa con la historia “oficial o canónica”, por así decir, del con-
cilio. Lisi presenta la versión latina con traducción propia. El códice más
próximo al original, según nos informa, parece ser el conservado en el
Archivo de Indias, que data de 1584.31 La edición príncipe, cuidada por
José de Acosta, se imprimió en Madrid en 1591. Hay una versión oficial
en castellano, que se hizo una vez acabado el concilio por mandato de
santo Toribio y que se aparta con frecuencia del original latino. Enrique
Bartra ha editado el texto castellano, ajustando las tres versiones ma-
nuscritas castellanas auténticas que se conservan en Lima, San Lorenzo
de El Escorial y la Real Academia de la Historia.32 Por todo ello, prefe-
rimos la traducción castellana realizada por Lisi, directa del original
latino, que confrontaremos con la edición de Bartra.
Las cuestiones de los novísimos o postrimerías aparecen tratadas
en distintos momentos. En la acción segunda se acordó “editar un ca-
tecismo especial para toda esta provincia”,33 que como ya se ha dicho,
había sido proyectada por el II Limense. A continuación se detalla “lo
Ugarte (ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. i, p. 215; en Francisco Mateos (ed.), “Se-
gundo Concilio Provincial Limense 1567”, op. cit., p. 605).
31
 Hay códices en Lima, Roma y España. Todos los códices son copias. Según Lisi, el ste-
mma indica la existencia de un original del cual se sacaron dos copias perdidas (una estaba en
Roma y la otra en El Escorial). De ese mismo original provienen el códice limense y los tres
códices conservados en España: el hispalense (o del Archivo de Indias), que fue el enviado por
santo Toribio a Felipe II, que data de 1584 y es el más antiguo conservado; el salmanticense (de
propiedad de José de Acosta), que fue terminado en 1586 y se supone que fue usado para la
edición príncipe; el matritense (conservado en la Academia de la Historia, también de Acosta
y probablemente extraviado antes de ir a la Academia), que fue copiado muy pronto en Lima.
Cfr. Francesco Leonardo Lisi, El Tercer Concilio Limense…, op. cit., p. 101.
32
 “La edición que presentamos ahora no es transcripción de alguno de los tres manus-
critos existentes sino de los tres a la vez. Ninguno de ellos es el original primigenio sino copias
que ofrecen numerosas variantes no esenciales, y son de valor parejo sin que ninguna sobre-
salga de las otras. Siendo así hemos tratado de refundir en un solo texto la triple lectura de
los manuscritos, eligiendo entre las variantes las formas castellanas más cercanas al uso mo-
derno.” (Enrique T. Bartra (ed.), Tercer Concilio Limense 1582-1583, Lima, Facultad Pontificia y
Civil de Teología de Lima, 1982 p. 37. Sólo los decretos, el sumario conservado en El Escorial
y las reales cédulas de convocatoria y aprobación y cuatro cartas: de santo Toribio, José de
Acosta y de los cardenales Antonio Carafa y Alejandro Peretti.) Edición de los instrumentos
de pastoral limenses.
33
 Acción segunda, cap. 3 (Francesco Leonardo Lisi (ed.), El Tercer Concilio Limense…, op.
cit., p. 124-125).

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118 muerte y vida en el más allá

que cada uno debe aprender”, apelando a la tradición de la Iglesia,


tomada en parte de la epístola a los hebreos:

[los que estuvieren gravados con incapacidad] aprendan como mínimo


los principios elementales de la fe según su capacidad, a saber que hay
un Dios autor de todas las cosas que recompensa con vida eterna a los
que se acercan a Él y a los malos y rebeldes los castiga con suplicios
eternos en la otra vida; […] que nadie puede salvarse si no cree en Je-
sucristo y —arrepintiéndose de los pecados cometidos— recibe sus
sacramentos, el bautismo si es infiel, la confesión, si cayó luego del
bautismo.34

Después de señalar que “los indios sean adoctrinados en su len-


gua”, pasa a las cuestiones prácticas relativas al matrimonio y la admi-
nistración de los sacramentos a los indios. Las acciones tercera, cuarta
y quinta tienen carácter dispositivo y constituyen un excelente testimo-
nio de la vida cotidiana de Lima y de sus sufragáneas: La Imperial (Con-
cepción), Santiago de Chile, Charcas (La Plata), Tucumán, Río de la Pla-
ta (Asunción), Cuzco, Quito, Popayán, Panamá y San León de Nicaragua.
Nada hay sobre enterramientos, difuntos, sufragios y novísimos. Es pro-
bable que el concilio considerase ya todo resuelto con las disposiciones
del II Limense, acogido íntegramente por el tercero. En todo caso, ex-
presamente los conciliares se distanciaron del I Limense.35 También se
confirman los derechos del patronato real.
El proyecto de evangelización del III Limense se concretó finalmen-
te en tres catecismos relativamente cortos, preparados para la instruc-
ción inmediata de los indígenas (Doctrina cristiana, Catecismo breve para
los rudos y ocupados y un Catecismo mayor para los que son más capaces);

34
 Acción segunda, cap. 4 (ed. Francesco Leonardo Lisi, El Tercer Concilio Limense…, op.
cit., p. 126-127). La primera parte de la disposición limense está tomada de (Hebreos 11, 6); la
segunda parte, de carácter cristológico, se halla explícitamente en distintos lugares del corpus
paulino: por ejemplo, en Romanos 3, 21 y s.; Colosenses 1, 13 y s.; I Timoteo 2, 5, etcétera.
35
 “Quaecumque igitur prima Limensi congregatione anno a salute mundi millessimo
quingentesimo quinquagesimo secundo acta decretaque sunt, quia in iis et legitima auctoritas
desideratur et pleraque melius disposita sunt, nullam de caetero sive in tota provincia siva in
hac dioecesi obligandi vim habeant. Quae vero deinde per concilium provinciale in hac eadem
urbe coactum anno millesimo quingentesimo sexagesimo septimo constituta sunt, cum rite
ac legitime convocatum et celebratum atque etiam promulgatum fuisse constet, ea cum omni
veneratione tamquam canonica statuta serventur, praeterquam si quid, rerum ac temporis
ratione exigente, ab hac synodo aliter dispositum revocatumve sit, salvo etiam in omnibus
iure patronatus per sedem apostolicam catolico atque invictissimo regi nostro Philippo cae-
terisque Hispaniarum regibus concesso quod per omnia illaesum conservatumque cupimus,
diuturnam insuper ac felicissimam vitam a summo Deo nostro piissime illius maiestati de-
precantes” (actio secunda, cap. 1, ed. Francesco Leonardo Lisi, El Tercer Concilio Limense…,
op. cit., p. 122).

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EL MÁS ALLÁ EN LOS CONCILIOS LIMENSES DEL CICLO COLONIAL 119

un extenso Tercer catecismo o Catecismo por sermones, redactado para


facilitar la actividad pastoral de los misioneros, y un Confesionario para
los curas de indios, con unos interesantes complementos pastorales
(Suma de la fe católica para los enfermos, unas indicaciones para confeso-
res, abundante información sobre la religión de los indios, etcétera).36
Todo ello se tradujo al quechua y al aymará. El Tercer catecismo, que es
la joya de estos instrumentos, se estructura en 31 sermones explicativos
de los artículos de la fe.
El corpus limense (1584-1585), sin duda, es lo más acabado de la
teología catequética americana. Estuvo vigente hasta el Concilio Plenario
Latinoamericano, de 1899, y aún después. Como se expresa en la “Epís-
tola del Concilio”, que tiene carácter proemial, los padres sinodales pre-
tendían secundar las indicaciones del Concilio de Trento. Al mismo
tiempo, recibían por completo las constituciones del II Limense. Nada
extraño es que hallemos en el Catecismo breve para los rudos y ocupados
alusiones antiluteranas, como la salvación por la fe con obras; un par­
ticular acento en la existencia del purgatorio y en el valor de los sufra-
gios por los difuntos, o que se traten algunas cuestiones eclesiológicas
debatidas en aquellos años, como la visibilidad de la Iglesia, la superio-
ridad del romano pontífice sobre el concilio ecuménico y la necesidad
de pertenecer a la Iglesia para salvarse (extra Ecclesiam nulla salus).
El Catecismo mayor, estructurado en cinco partes (la doctrina cristia-
na y las cuatro partes del Catecismo tridentino), aborda la cuestión de los
novísimos al comentar la segunda venida Cristo: formula de modo
claro y preciso que la retribución final será definitiva e irreversible,
según las obras realizadas en vida.37 Hay también una pregunta sobre
la resurrección de la carne: “en el día postrero, todos los hombres, tor-
nando las almas a sus propios cuerpos por la virtud inmensa de Dios,
parecerán ante el juicio de Dios para nunca más morir”.38 Los resucita-
dos no tendrán la misma suerte: “los malos resucitarán para padecer
en fuego eterno con cuerpos y almas, en compañía de los demonios;
mas los buenos, con cuerpos gloriosos, para descansar con gran conten-
to en compañía de los ángeles”.39 La descripción del reinado eterno de
los justos asimismo es sobria y precisa.
36
 Juan Guillermo Durán (ed.), Monumenta catechetica hispanoamericana, Buenos Aires,
Universidad Católica Argentina, Facultad de Teología, 1990, v. ii, p. 451-488, 523-596 y 617-
741. Cfr. también del mismo Durán, El catecismo del III Concilio Provincial de Lima y sus comple-
mentos pastorales (1584-1585), estudio preliminar, textos, notas, Buenos Aires, Universidad
Católica Argentina, 1982.
37
 Catecismo mayor, en Monumenta catechetica hispanoamericana, edición de Juan Guillermo
Durán, v. ii, p. 477.
38
 Ibidem, v. ii, p. 478.
39
 Idem.

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120 muerte y vida en el más allá

Al Catecismo mayor sigue un Confesionario para los curas de indios, que


tiene tres complementos pastorales: instrucción contra las ceremonias
y ritos que usan los indios conforme “al tiempo de su infidelidad”; la
transcripción de las constituciones 98-105 del II Limense de 1567, y “los
errores y supersticiones” de los indios sacados del Tratado y averiguación
del licenciado Polo de Ondegardo, quien fuera corregidor de Cuzco.40
El capítulo III del primer complemento pastoral está dedicado por en-
tero a los difuntos.41 En él se aclaran muchas de las disposiciones de-
cretadas por el III Limense. Se dice “que es cosa común entre indios
desenterrar secretamente los difuntos de las iglesias o cementerios, para
enterrarlos en las guacas, cerros o pampas, o en sepulturas antiguas, o
en su casa o en la del mismo difunto, para darles de comer y beber a
sus tiempos. Y entonces beben ellos y bailan y cantan juntando sus
deudos y allegados para esto”. Se añade que “también suelen sacar los
hechiceros a los difuntos los dientes, o cortarles los cabellos y uñas, para
hacer diversas hechicerías”, que les ponen dinero y ropas y les dan de
comer “para que les sirva en la otra vida”. En los funerales (que duran
ocho días) y en los aniversarios “refieren cosas de sus antepasados o de
su infidelidad”. “Creen también [los naturales] que las almas de los
difuntos andan vagas y solitarias por este mundo padeciendo hambre,
sed, frío, calor y cansancio; y que las cabezas de los difuntos, o sus
fantasías, andan visitando los parientes u otras personas, en señal que
han de morir o les ha de venir algún mal.”
En el tercer complemento pastoral, sacado del Tratado de Polo de
Ondegardo, hay todo un capítulo dedicado al tema de las almas y de los
difuntos (cap. ii). De modo más sintético se afirma que los indígenas
del incario creyeron que las almas vivían después de la muerte, aunque
nunca entendieron “que los cuerpos hubiesen de resucitar con las al-
mas”. También se dice que los incas creían en la retribución después de
la muerte, de modo que los que prosperaban en esta vida habrían de tener
gloria en la otra. Por ello los indígenas honraban a los poderosos y des-
preciaban a los enfermos y pobres y los consideraban abandonados de
Dios. En este resumen se narran las costumbres incaicas sobre los ente-
rramientos y las exequias, señalando el origen del embalsamamiento
de los incas y de sacrificios rituales de niños y mujeres, para que acom-
pañasen a los difuntos en su nueva peregrinación: “Y el día que morían,
mataban las mujeres a quien[es] tenían afición y criados y oficiales para

40
 Para un estudio más detallado, cfr. Raimundo Romero Ferrer, Estudio teológico de los
catecismos del III Concilio Limense (1584-1585), Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra,
1992.
41
 Complementos del Confesionario, en Monumenta catechetica hispanoamericana, op. cit., v. ii,
p. 553-554.

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EL MÁS ALLÁ EN LOS CONCILIOS LIMENSES DEL CICLO COLONIAL 121

que les fuesen a servir a la otra vida”.42 Como es lógico, esta informa-
ción era para los curas de indios, a fin de que no les pillaran por sorpre-
sa las costumbres de los naturales.
Pasemos al Tercer catecismo o Catecismo por sermones, que es el ins-
trumento pastoral limense más importante y extenso. Después de un
proemio titulado “Del modo que se ha de tener en enseñar y predicar
a los indios” y de otras advertencias, vienen 31 sermones que se repar-
ten de la siguiente forma: nueve sobre la fe y algunos artículos que hay
que creer; ocho sobre los sacramentos; 10 sobre los mandamientos; dos
sobre el Padre Nuestro, y dos sobre los novísimos o postrimerías. Son
todos ellos de gran calidad teológica y además muy expresivos de la
vida cotidiana en las tierras del virreinato peruano.
El orden de los sermones resulta del mayor interés catequético y
teológico. El primer sermón declara los presupuestos de la fe que son:
“que hay otra vida adonde van nuestras almas, porque son inmortales;
que Dios hizo al hombre para que goce de él, y porque es justo, a los
buenos da descanso, y a los malos pena”. Este planteamiento equivale
a tomar como punto de partida los novísimos o postrimerías del hom-
bre, fundamentado todo en que el alma es inmortal y en que Dios es
creador y remunerador. El segundo sermón presenta la gravedad del
pecado y el enojo de Dios por los pecados. El sermón tercero se centra
en Jesucristo “como único remedio de los hombres para librarse del
pecado”; se relatan los misterios de su humanidad y se exhorta a amar-
lo. El cuarto sermón declara cómo se ha de creer y confiar en Jesucristo.
A partir del sermón quinto, el Tercer catecismo pasa a desarrollar los
artículos de la divinidad y se detiene particularmente, a lo largo de
varios sermones, en el atributo de Dios creador. Algunos de los sermo-
nes parecen pensados en clave antiluterana, como el sermón noveno:
“Que no basta sola la fe para salvarse”.43

IV Limense (1591)

En el IV Concilio Limense, reunido con mucha dificultad puesto que


sólo participó el sufragáneo de Cuzco, se legisló acerca de la exención
de los religiosos en las doctrinas para indios, sobre la recepción de los
decretos del III Limense y sobre el uso de los instrumentos catequéticos

42
 Los errores y supersticiones de los indios, en Monumenta catechetica hispanoamericana,
op. cit., v. ii, p. 565-566.
43
 Cfr. Raimundo Romero Ferrer, Estudio teológico de los catecismos del III Concilio Limense
(1584-1585), cit. en nota 40, passim.

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122 muerte y vida en el más allá

en la pastoral del concilio anterior. Nada hemos hallado relativo a los


novísimos o postrimerías del hombre.

V Limense (1601)

La asamblea se celebró durante el mes de marzo y medio mes de abril


de 1601, aunque había sido convocado para 1598. La razón del retraso
es que los sufragáneos se excusaron de acudir al concilio so pretexto de
que era necesaria la autorización del rey para llevarlo a cabo. Al mismo
tiempo, argumentaron que el concilio anterior, de 1591, había dado
escaso fruto y había supuesto un gran dispendio de dinero y de tiempo.
Nada hemos hallado relativo a temas escatológicos.

VI Limense (1772-1773)

Carlos III, por la real cédula del 21 de julio de 1769, dirigida a los me-
tropolitanos del Nuevo Mundo y conocida como el Tomo regio, ordenó
la celebración de concilios provinciales. La respuesta episcopal al re-
querimiento de la Corona fueron cinco asambleas conciliares, celebra-
das en México (1771), Manila (1771), Lima (1772-1773), Charcas (1774-
1778) y Santa Fe de Bogotá (1774).44
El Tomo regio de 1769 se proponía tres objetivos: exterminar las doc-
trinas laxas (o sea el “probabilismo” atribuido a los expulsos jesuitas);
restablecer la disciplina eclesiástica (en conventos y monasterios, sobre
todo femeninos) y acrecentar la fe y la moral cristianas en los fieles,
tanto criollos como indígenas. Para lograr esos tres fines, la real cédula
indicaba 20 puntos que los concilios debían estudiar. Además, advertía
a los obispos que evitasen cualquier obstáculo que impidiera la celebra-
ción del concilio y prohibiera tratar los temas de inmunidad eclesiásti-
ca reservados al monarca. Era la primera vez que la Corona española
fijaba los contenidos de un debate conciliar, antes incluso que lo hiciera
el gran duque de Toscana, en 1786, con su famoso memorial de 57 pun-
tos dirigidos a los obispos de su jurisdicción territorial.
El arzobispo Diego Antonio de Parada convocó el VI Concilio Pro-
vincial de Lima, que debió abrir sus sesiones el 1 de agosto de 1771. La
inauguración se retrasó hasta el 12 de enero de 1772. Asistieron los
44
 Cfr. Elisa Luque Alcaide, Los concilios provinciales en Hispanoamérica, en Josep-Ignasi
Saranyana (dir.) y Carmen-José Alejos Grau (coord.), Teología en América Latina, Madrid, Ibe-
roamericana/Vervuert, 2005, v. ii/1: Escolástica barroca, Ilustración y preparación de la Indepen-
dencia (1665-1810), cap. v, p. 423-523.

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EL MÁS ALLÁ EN LOS CONCILIOS LIMENSES DEL CICLO COLONIAL 123

conciliares y los representantes del virrey Amat, y se prolongó hasta el


5 de septiembre del año siguiente. De los ocho obispos sufragáneos
(Panamá, Quito, Trujillo, Huamanga, Arequipa, Cuzco, Santiago y Con-
cepción) asistieron sólo cuatro: Huamanga, Cuzco, Santiago y Concep-
ción.
Hay pocas indicaciones referentes a temas escatológicos. Es signi-
ficativa la amonestación de que no se predique fijando el tiempo del
Anticristo ni sobre milagros y revelaciones no aprobadas, y el recuerdo
de que no se publiquen indulgencias apócrifas.45 Se fijan también lími-
tes en los estipendios de los entierros y se señala que a los pobres se les
entierre con honor.46 Se declara que “el día de la conmemoración de los
difuntos no se compela a los indios a llevar ofrendas y a que den esti-
pendio por la misa y que no por eso se dejen de hacer los oficios de
aquel día”.47

Balance conclusivo

Hemos repasado las actas y los decretos de los seis concilios provincia-
les peruanos del ciclo colonial, con el fin de detectar las líneas de la
pastoral evangelizadora en relación con la muerte y el más allá.
Se constata, ante todo, que son muy pocas las referencias a estos
temas en las disposiciones “para españoles”. En ellas se indica —que
los curas— atiendan a los indios bautizados, en los momentos postreros
administrándoles el viático y dándoles digna sepultura. Se determinan
los conocimientos mínimos de la fe católica exigibles al recibir el bau-
tismo in extremis. Además se legisla sobre los estipendios, para evitar
cualquier asomo de simonía. Se condenan las profanaciones de las an-
tiguas tumbas del Incario (por parte de los buscadores de tesoros, prin-
cipalmente españoles), señalando que tales tumbas, aunque no cristia-
nas, presuponían creer en la vida después de la muerte y que en tal
sentido tenían un valor religioso.
Los padres sinodales sabían que la muerte, el embalsamamiento, el
entierro, el cuidado de las sepulturas y el recuerdo de los difuntos cons-
tituían aspectos fundamentales de las religiones del Incario. Por eso

45
 Acción segunda, lib. i, tít. i, cap. 9, en Rubén Vargas Ugarte (ed.), Concilios limenses
(1551-1772), op. cit., v. ii, p. 20-21. Sobre el Anticristo se vuelve en acción iii, lib. v, cap. 5, en
Rubén Vargas Ugarte (ed.), Concilios limenses (1551-1772), op. cit., v. ii, p. 130.
46
 Acción tercera, lib. iii, tít. iii, cap. 16, en Rubén Vargas Ugarte (ed.), Concilios limenses
(1551-1772), op. cit., v. ii, p. 90.
47
 Acción tercera, lib. iii, tít. iii, cap. 5, en Rubén Vargas Ugarte (ed.), Concilios limenses
(1551-1772), op. cit., v. ii, p. 97.

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124 muerte y vida en el más allá

legislaron mucho sobre tales materias en las “constituciones para in-


dios”. Las disposiciones pueden agruparse en dos grandes apartados:
a) lucha contra el sincretismo religioso de los indios cristianizados, con
expresión de graves sanciones canónicas y civiles por los delitos come-
tidos por tales indígenas, aplicables incluso al cadáver después de fa-
llecida la persona, que debía ser relegado al poder secular; b) penas para
los inductores y los familiares que colaboraban, para prevenir delitos
futuros. En cambio, en relación con los indios no cristianizados, los si-
nodales se limitaron a adoptar alguna medida con vistas a garantizar
la higiene social (que los cadáveres no se conservaran en casa) y el or-
den social (que no se diera muerte a las esposas y criados del fallecido
y que no se tolerara la muerte voluntaria de los criados para acompañar
a su señor en la otra vida).

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