En 1978
En 1978
En 1978
mayo. Liderada por Adelina Caal Maquín, conocida como Mamá Maquín por su rol
dirigente, la población intentaba recuperar las tierras que le habían sido
arrebatadas brutal e ilegalmente. Llegaron al pueblo para sostener una reunión
convocados por el alcalde municipal, quien había acordado con el Ejército la
trampa que les costó la vida a más de 30 personas, entre ellas Mamá Maquín.
Cuatro años después, los esposos de las mujeres de Sepur Zarco fueron
detenidos y desaparecidos por miembros del Ejército que ocupaban un
destacamento en la comunidad. Dicha instalación militar cumplía las funciones de
sitio de recreo para la oficialidad. Ante la desaparición de sus maridos, las mujeres
se presentaron al destacamento para inquirir por su paradero. Lejos de tener
respuesta, fueron esclavizadas sexual y laboralmente por los miembros de la
unidad, al amparo y bajo la conducción de sus jefes. En este caso hay una
sentencia por la acción contra las mujeres. No hay respuesta sobre el paradero de
quienes reclamaban la devolución de las tierras arrancadas ilegalmente.
El lunes 30 de octubre del corriente año, las familias instaladas en el área que
estas renombraron Chab’il Ch’och’, en Izabal, fueron desalojadas con base en una
orden emitida por Reginalda Pantaleón Palencia, jueza segunda de paz de
Livingston, Izabal. Los terrenos habían sido reocupados por dichas familias,
cuando se hizo público que Otto Pérez Molina, quien ostentaba título a su nombre,
estaba prisionero por acciones de corrupción que incluyen el robo de fondos
públicos con los cuales adquirió propiedades en el área. Con ello, la comunidad
recuperaba un terreno que ocupaban ancestralmente y que en 1902 había sido
entregado por el Gobierno a la colonización alemana. Les fue devuelto en 1944 y
nuevamente arrebatado durante la apropiación de grandes extensiones de tierra
por parte de generales del Ejército de Guatemala entre las décadas de 1960 y
1970, en la fase de construcción de la Franja Transversal del Norte.
Las tierras de Chab’il Ch’och’, antes llamadas Chinamachacas, han pasado por
varias manos de manera irregular, mediante una intrincada red de relaciones que
el Centro de Medios Independientes (CMI) describe para ilustrar las motivaciones
del despojo más reciente. Entre otros elementos, la denuncia comunitaria de la
presencia del socio de Pérez Molina y prófugo, el exministro Alejandro Sinibaldi, a
quien las comunitarias y los comunitarios habrían visto en el lugar.
Con este dato se confirma que las clases burguesa y oligárquica del país fueron
las primeras usurpadoras de las tierras y de los territorios indígenas. Estas familias
son las verdaderas criminales o salvajes. Estas familias, controlan la sociedad y el
Estado, este último como la institución que les permite evadir toda su
responsabilidad en el conflicto que se vive en los territorios indígenas.
En todos los territorios indígenas del país: kaqchikel, ixil, chorti’, poqomchi,
q’eqchi’, poqomam, xinka, chuj, qanjob’al, etc., se tienen evidencias, tanto escritas
como orales, de cómo estos linajes de familia y empresas ahora llamadas
“agrícolas”, despojaron de tierras y territorios a los pueblos originarios,
aprovechando las leyes que en muchos momentos aprobaron gobiernos que
estuvieron a su servicio, como García Granados, Justo Rufino Barrios y otros, en
la reforma liberal. La ley contra la vagancia, la ley de vialidad, el decreto de
redención de censos, etc.
Este es el punto que nadie quiere discutir. Es muy fácil presentar ante una
sociedad racista, discriminadora, misógina, patriarcal, alienada, enajenada, la idea
de que “los indígenas y campesinos son usurpadores”.
Son muy pocas las investigaciones que recogen lo que realmente pasó con las
tierras y los territorios de los pueblos. Es más fácil escuchar al “finquero víctima” y
no al “indio víctima” de tanta injusticia. Cuesta creer, por la falta de información,
que este grupo de usurpadores que llegaron de otros países, han querido
desaparecer la concepción comunal de la tierra y el territorio que durante años
sostuvo la vida los pueblos indígenas.
Se confirma que, en el año de “mil ochocientos treinta y seis, una de las primeras
normas que emitió Rafael Carrera es la imposición del censo enfitéutico, [que era]
un alquiler forzado a las comunidades indígenas para que le alquilaran al pueblo
mestizo que carecía de tierras durante la colonia, eso se daba a cambio de una
cantidad [de dinero] risible y el arrendante pagaba “un poco” a las municipalidades
que surgieron en mil ochocientos treinta y cinco y una porción al propietario, quien
aún le pagaba a la iglesia, entonces, ahí fue donde se obligó a las comunidades y
pueblos indígenas para entregar su tierra a uso de particulares, lo que pasó en
toda la época conservadora”. “Posteriormente, en mil ochocientos setenta y siete,
Justo Rufino Barrios, creó una ley para la redención de censo enfitéutico, el que
consistía en que “tu mestizo estas alquilando una tierra, y como necesitamos
creación de propietarios sobre la tierra y yo Estado, me pagas lo que alquilas y te
otorgo un título de propiedad””.
En ese sentido, las tierras que reclama la familia Thomae como propiedad, son un
ejemplo de “la desmesurada apropiación de estas vastas extensiones de tierra
tuvo como consecuencia la incertidumbre que hasta ahora se experimenta sobre
la certeza de extensión física de las distintas fincas que se fueron formando con el
correr del tiempo, lo cual puede verificarse al analizar las primeras inscripciones
registrales de los inmuebles relacionados en este caso, en donde apenas si se
hace relación de las colindancias y extensión métrica de cada uno de ellos, pero
no se cuenta con planos planimétricos que generen certeza sobre la correcta y
real extensión y delimitación de cada una de ellas, al punto que, como lo señaló el
perito, en algunos sitios geográficos existe sobreposición de hasta cinco
inscripciones”.
El juez en ese momento concluyó que “el informe y declaración del perito, es
ampliamente ilustrativo sobre los orígenes y situación actual del problema de la
adjudicación histórica de las tierras en área de las Verapaces en particular, sobre
las irregularidades registrales que presentan, a su criterio, las fincas que integran
la Agropecuaria Pananish, Sociedad Anónima y las que aparecen inscritas a
nombre de los condueños Thomae Estrada, por lo que se hace necesario que se
integre una mesa técnica con las entidades públicas vinculados al tema agrario
para que se realicen los análisis, estudios y levantamientos planimétricos que
otorguen certeza sobre la extensión y límite de esos cuerpos territoriales y,
eventualmente se reconozcan los derechos que pudieran corresponder a las
poblaciones circunvecinas”.
El juez solicitó a la “Secretaria de Asuntos Agrarios de la Presidencia de la
República, al Fondo Nacional de Tierras, al Registro de Información Catastral, a la
Procuraduría de los Derechos Humanos, al Fondo de Inversión social y demás
entidades que por su naturaleza tengan como competencia la resolución de
conflictos agrarios para que se instale una mesa de dialogo que resuelva en forma
definitiva lo relativo a la propiedad y delimitación de las áreas mencionadas en la
presente sentencia, que incluya los legítimos derechos ancestrales y comunitarios
que pudieren corresponder”.
Entonces qué “propiedad privada” reclaman los finqueros y terratenientes del país,
cuando se ha demostrado como en este caso, que “no hay claridad en la certeza
jurídica de la tierra” y como concluye la resolución antes citada: “que es urgente
que el Estado reconozca que hay derechos ancestrales y comunitarios” sobre la
tierra y los territorios que se les han despojado a los pueblos y que deben ser
restituidos.
Los despojadores y expoliadores de la tierra y territorio de los pueblos originarios
saben que presentarse como víctimas y no como victimarios, sigue siendo la mejor
arma para acaparar la atención de una sociedad carente de información. Una
sociedad que ignora la forma en que estas redes familiares y empresariales se
enriquecieron y siguen enriqueciendo a costa de nuestros recursos y lo convierten
en el mejor botín, para seguir con su empresa criminal de acumulación, aún a
costa de la pobreza y la extrema pobreza de la gente.
El despojo de la tierra en Guatemala, ha sido una dinámica paralela al desarrollo de este país,
la cual ha afectado en mayor medida a la comunidad Maya, quien conforma la mitad de sus
habitantes. Las prácticas de despojo y desplazamiento forzoso responden a la
institucionalización del racismo, y a la estructura económica de Guatemala, teniendo en cuenta
que es un país con una economía basada en la agricultura, en la cual los intereses de las elites
terratenientes y de los gobiernos militares han prevalecido, sobre el bienestar de la comunidad
indígena, con lo cual los esfuerzos por crear procesos de restitución legal de las tierras se han
visto envueltos en inexactitudes jurídicas e ineficiencia en la implementación de políticas
públicas.
BIBLIOGRAFIA
https://prensacomunitaria.org/2022/05/breve-historia-de-despojo-y-expolio/
Maximo Ba Tiul