En 1978

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En 1978, la comunidad de Panzós, en Alta Verapaz, fue masacrada el 29 de

mayo. Liderada por Adelina Caal Maquín, conocida como Mamá Maquín por su rol
dirigente, la población intentaba recuperar las tierras que le habían sido
arrebatadas brutal e ilegalmente. Llegaron al pueblo para sostener una reunión
convocados por el alcalde municipal, quien había acordado con el Ejército la
trampa que les costó la vida a más de 30 personas, entre ellas Mamá Maquín.

Cuatro años después, los esposos de las mujeres de Sepur Zarco fueron
detenidos y desaparecidos por miembros del Ejército que ocupaban un
destacamento en la comunidad. Dicha instalación militar cumplía las funciones de
sitio de recreo para la oficialidad. Ante la desaparición de sus maridos, las mujeres
se presentaron al destacamento para inquirir por su paradero. Lejos de tener
respuesta, fueron esclavizadas sexual y laboralmente por los miembros de la
unidad, al amparo y bajo la conducción de sus jefes. En este caso hay una
sentencia por la acción contra las mujeres. No hay respuesta sobre el paradero de
quienes reclamaban la devolución de las tierras arrancadas ilegalmente.

En 1968, las familias que ocupaban la comunidad de Chicoyogüito, en las


cercanías de Cobán, Alta Verapaz, fueron desalojadas violentamente por el
Ejército. La acción criminal obedeció a la ocupación de dichas tierras por parte de
la entidad armada, la cual construyó en el sitio la Zona Militar 21 Antonio José de
Irisarri. De dichas instalaciones, hoy pomposamente llamadas Comando Regional
de Entrenamiento de Operaciones de Paz (Creompaz), han sido exhumadas 585
osamentas. De estas, 128 ya fueron identificadas mediante prueba de ADN (ácido
desoxirribonucleico). Se trata de personas detenidas y desaparecidas por
miembros del Ejército.

El lunes 30 de octubre del corriente año, las familias instaladas en el área que
estas renombraron Chab’il Ch’och’, en Izabal, fueron desalojadas con base en una
orden emitida por Reginalda Pantaleón Palencia, jueza segunda de paz de
Livingston, Izabal. Los terrenos habían sido reocupados por dichas familias,
cuando se hizo público que Otto Pérez Molina, quien ostentaba título a su nombre,
estaba prisionero por acciones de corrupción que incluyen el robo de fondos
públicos con los cuales adquirió propiedades en el área. Con ello, la comunidad
recuperaba un terreno que ocupaban ancestralmente y que en 1902 había sido
entregado por el Gobierno a la colonización alemana. Les fue devuelto en 1944 y
nuevamente arrebatado durante la apropiación de grandes extensiones de tierra
por parte de generales del Ejército de Guatemala entre las décadas de 1960 y
1970, en la fase de construcción de la Franja Transversal del Norte.

Las tierras de Chab’il Ch’och’, antes llamadas Chinamachacas, han pasado por
varias manos de manera irregular, mediante una intrincada red de relaciones que
el Centro de Medios Independientes (CMI) describe para ilustrar las motivaciones
del despojo más reciente. Entre otros elementos, la denuncia comunitaria de la
presencia del socio de Pérez Molina y prófugo, el exministro Alejandro Sinibaldi, a
quien las comunitarias y los comunitarios habrían visto en el lugar.

Para el despojo de Chicoyogüito, según decreto del gobernante Miguel Ydígoras


Fuentes en 1961, no hubo empacho en precisar los motivos, pues consideraron
«urgente asegurar para el Ejército la tenencia o posesión de los bienes donde se
encuentran sus instalaciones militares o destinados para sus servicios y,
asimismo, impedir que otras dependencias del Estado dispongan de ellos con
perjuicio de la institución militar» (El Guatemalteco, diario oficial del 5 de octubre
de 1961).

Para los otros desalojos se ha esgrimido la titulación a nombre de quienes


ostentan los documentos generados mediante fraude de ley, según documentó el
peritaje histórico registral en el caso Sepur Zarco. Dichos mecanismos, como
examina el CMI en sus informes, han sido la práctica común del despojo de las
tierras ancestrales del pueblo q’eqchi’, el cual no se desplaza por vocación
nómada, sino por el histórico robo violento de sus tierras. Bien harían las
autoridades en recurrir a evaluaciones histórico-registrales antes de autorizar
desalojos territoriales que violan los derechos humanos y desnudan de cuerpo
entero la brutal inequidad en Guatemala.

En América Latina y en Guatemala, cuando los pobres gritan, reclaman,


demandan, toman calles, utilizan el proceso trazado por la democracia; cuando lo
hacen pacíficamente, cuando asumen sus derechos, cuando se movilizan para
defender sus tierras y territorios, cuando recuperan su dignidad, los grupos de
poder se envalentonan y reclaman a sus peones que tienen en el gobierno, para
que actúen con todo el peso de la ley y actúen drásticamente en contra de quienes
ellos siempre vieron como su mano de obra barata, para hacer producir sus fincas,
sus fábricas, sus tiendas, sus empresas y, entonces, así siguen con su empresa
de opresión, represión, explotación, colonización, evangelización.

El despojo y el expolio en contra de los pueblos originarios no lo podemos separar


de la colonización, la barbarie, el genocidio, que inició con la llegada de los
españoles, para desarrollar la política de conquista e invasión, impulsada por la
Corona española y la Iglesia católica.

Así como no se debe separar de quienes estuvieron al frente de la empresa de


invasión, a título personal o colectivo, representando a las dos grandes
instituciones (Corona e Iglesia) o tratando de desligarse de las mismas, como lo
fue en su momento con Pedro de Alvarado, como el gran estratega del monopolio,
la corrupción y el nepotismo, y posteriormente el papel que jugó el obispo
Francisco Marroquín, este último como uno de los mayores encomenderos de la
Nueva España.
Este entramado conformó redes familiares, comerciales, de corrupción, que tienen
su origen, en primer momento, con los que llegaron de España, que, en los años
subsiguientes, se fueron emparentando con otras familias procedentes del mismo
continente europeo y posteriormente de Estados Unidos y Canadá,
principalmente. Estas redes familiares forman una mezcla cultural, conformada por
españoles, italianos, belgas, alemanes, norteamericanos, coreanos, chinos, rusos
y los une la ambición de poder y el control de los recursos que hay en los
territorios indígenas. Familias que hoy forman la clase burguesa y oligárquica del
país.

Con este dato se confirma que las clases burguesa y oligárquica del país fueron
las primeras usurpadoras de las tierras y de los territorios indígenas. Estas familias
son las verdaderas criminales o salvajes.  Estas familias, controlan la sociedad y el
Estado, este último como la institución que les permite evadir toda su
responsabilidad en el conflicto que se vive en los territorios indígenas.

Al controlar, despojar y expoliar vastos territorios indígenas, con la venia del


Estado, tienen la capacidad de construir hidroeléctricas, explotar minas, producir
monocultivos de café, banano, palma africana, caña de azúcar, ganado, así como
la construcción en las fincas, de pistas de aterrizaje y bodegas para el resguardo
de drogas y armas. Controlar áreas de reserva con sus fundaciones y Oenegés.
Controlar la institucionalidad del Estado para desalojar a los campesinos, como la
fiscalía contra la usurpación, es así como controlan desde el inicio de la historia
liberal guatemalteca al Ejército, la Policía Nacional y varios sectores de iglesias,
para someter indios.

Tienen la capacidad de crear programas como el Observatorio para la Propiedad


Privada y criminales como la Asociación en Defensa de la Propiedad Privada
(ACDEPRO), Fundación contra el Terrorismo, Guatemala Inmortal, entre otras. Así
como una red de medios de comunicación y programas, para arengar violencia en
contra de campesinos e indígenas y promover la criminalización contra los líderes
comunitarios.
Una de las apuestas de estas redes familiares y empresariales del país es
anteponer el derecho a la propiedad privada al derecho a la vida. Una propiedad
privada desarrollada con base en el despojo, expolio, genocidio y epistemicidio y
no lo dicen en sus comunicados y entrevistas, porque es fácil engañar a una
sociedad, diciendo que sus “supuestas” propiedades las obtuvieron con sacrificio y
esmero.

No reconocen que el deterioro de la vida de los pueblos originarios y los


campesinos, obedece a formas de vida esclavizantes, que en algún momento se
le llamó colonato y que constituyó junto al despojo de tierras, la base para
desarrollar el modelo económico, político, militar y religioso desde la invasión y
colonización española, recrudeciéndolo en el caso de Guatemala, con la reforma
liberal y la llegada de familias alemanas y fortalecido ahora con el modelo
neoliberal.

En todos los territorios indígenas del país: kaqchikel, ixil, chorti’, poqomchi,
q’eqchi’, poqomam, xinka, chuj, qanjob’al, etc., se tienen evidencias, tanto escritas
como orales, de cómo estos linajes de familia y empresas ahora llamadas
“agrícolas”, despojaron de tierras y territorios a los pueblos originarios,
aprovechando las leyes que en muchos momentos aprobaron gobiernos que
estuvieron a su servicio, como García Granados, Justo Rufino Barrios y otros, en
la reforma liberal. La ley contra la vagancia, la ley de vialidad, el decreto de
redención de censos, etc.

Con este entramado jurídico se facilitó la expropiación de tierras a los indígenas a


favor de oficiales y de familias alemanas. Se subastaron las tierras comunales. La
propiedad comunal se convirtió en propiedad privada y se inició la acumulación de
tierras en pocas manos.

Este es el punto que nadie quiere discutir.  Es muy fácil presentar ante una
sociedad racista, discriminadora, misógina, patriarcal, alienada, enajenada, la idea
de que “los indígenas y campesinos son usurpadores”.
Son muy pocas las investigaciones que recogen lo que realmente pasó con las
tierras y los territorios de los pueblos. Es más fácil escuchar al “finquero víctima” y
no al “indio víctima” de tanta injusticia. Cuesta creer, por la falta de información,
que este grupo de usurpadores que llegaron de otros países, han querido
desaparecer la concepción comunal de la tierra y el territorio que durante años
sostuvo la vida los pueblos indígenas.

En la resolución del Tribunal de Sentencia Penal, Narcoactividad y Delitos


contra el Ambiente del Departamento de Baja Verapaz, de fecha 26 de
septiembre del dos mil dieciocho, causa 15002-2016-00825. 
Demanda presentada por Byron Thomae en contra de campesinos e indígenas, a
quienes acusó de usurpadores.  Después de presentarse las pruebas que
reconocen la propiedad de las tierras de los indígenas y la ilegalidad y legitimidad
de la acusación por “usurpación agravada” en contra de líderes comunitarios,
después de escuchar a testigos de todas las partes y peritos, informes del
Registro de Información Catastral,  “Se concluye, que solo de las tierras que el
señor Thomae, demanda como derecho de propiedad, como representante de la
Agropecuaria Pananix. tiene un exceso no registrado de más de tres caballerías
de tierra”[3].
Con base a un estudio pericial que se presentó en ese juicio, se demostró que;
“que las diversas fincas analizadas surgieron a la vida jurídico-registral dentro del
proceso de despojo a que fue sometido el Pueblo Indígena de su propiedad
comunal” y que muchas de estas tierras les fueron despojadas a los indígenas en
tiempos de gobiernos liberales”.

Se confirma que, en el año de “mil ochocientos treinta y seis, una de las primeras
normas que emitió Rafael Carrera es la imposición del censo enfitéutico, [que era]
un alquiler forzado a las comunidades indígenas para que le alquilaran al pueblo
mestizo que carecía de tierras durante la colonia, eso se daba a cambio de una
cantidad [de dinero] risible y el arrendante pagaba “un poco” a las municipalidades
que surgieron en mil ochocientos treinta y cinco y una porción al propietario, quien
aún le pagaba a la iglesia, entonces, ahí fue donde se obligó a las comunidades y
pueblos indígenas para entregar su tierra a uso de particulares, lo que pasó en
toda la época conservadora”.  “Posteriormente, en mil ochocientos setenta y siete,
Justo Rufino Barrios, creó una ley para la redención de censo enfitéutico, el que
consistía en que “tu mestizo estas alquilando una tierra, y como necesitamos
creación de propietarios sobre la tierra y yo Estado, me pagas lo que alquilas y te
otorgo un título de propiedad””.

En ese sentido, las tierras que reclama la familia Thomae como propiedad, son un
ejemplo de “la desmesurada apropiación de estas vastas extensiones de tierra
tuvo como consecuencia la incertidumbre que hasta ahora se experimenta sobre
la certeza de extensión física de las distintas fincas que se fueron formando con el
correr del tiempo, lo cual puede verificarse al analizar las primeras inscripciones
registrales de los inmuebles relacionados en este caso, en donde apenas si se
hace relación de las colindancias y extensión métrica de cada uno de ellos, pero
no se cuenta con planos planimétricos que generen certeza sobre la correcta y
real extensión y delimitación de cada una de ellas, al punto que, como lo señaló el
perito, en algunos sitios geográficos existe sobreposición de hasta cinco
inscripciones”.

El juez en ese momento concluyó que “el informe y declaración del perito, es
ampliamente ilustrativo sobre los orígenes y situación actual del problema de la
adjudicación histórica de las tierras en área de las Verapaces en particular, sobre
las irregularidades registrales que presentan, a su criterio, las fincas que integran
la Agropecuaria Pananish, Sociedad Anónima y las que aparecen inscritas a
nombre de los condueños Thomae Estrada, por lo que se hace necesario que se
integre una mesa técnica con las entidades públicas vinculados al tema agrario
para que se realicen los análisis, estudios y levantamientos planimétricos que
otorguen certeza sobre la extensión y límite de esos cuerpos territoriales y,
eventualmente se reconozcan los derechos que pudieran corresponder a las
poblaciones circunvecinas”.
El juez solicitó a la “Secretaria de Asuntos Agrarios de la Presidencia de la
República, al Fondo Nacional de Tierras, al Registro de Información Catastral, a la
Procuraduría de los Derechos Humanos, al Fondo de Inversión social y demás
entidades que por su naturaleza tengan como competencia la resolución de
conflictos agrarios para que se instale una mesa de dialogo que resuelva en forma
definitiva lo relativo a la propiedad y delimitación de las áreas mencionadas en la
presente sentencia, que incluya los legítimos derechos ancestrales y comunitarios
que pudieren corresponder”.
Entonces qué “propiedad privada” reclaman los finqueros y terratenientes del país,
cuando se ha demostrado como en este caso, que “no hay claridad en la certeza
jurídica de la tierra” y como concluye la resolución antes citada: “que es urgente
que el Estado reconozca que hay derechos ancestrales y comunitarios” sobre la
tierra y los territorios que se les han despojado a los pueblos y que deben ser
restituidos.
Los despojadores y expoliadores de la tierra y territorio de los pueblos originarios
saben que presentarse como víctimas y no como victimarios, sigue siendo la mejor
arma para acaparar la atención de una sociedad carente de información.  Una
sociedad que ignora la forma en que estas redes familiares y empresariales se
enriquecieron y siguen enriqueciendo a costa de nuestros recursos y lo convierten
en el mejor botín, para seguir con su empresa criminal de acumulación, aún a
costa de la pobreza y la extrema pobreza de la gente.

El despojo de la tierra en Guatemala, ha sido una dinámica paralela al desarrollo de este país,
la cual ha afectado en mayor medida a la comunidad Maya, quien conforma la mitad de sus
habitantes. Las prácticas de despojo y desplazamiento forzoso responden a la
institucionalización del racismo, y a la estructura económica de Guatemala, teniendo en cuenta
que es un país con una economía basada en la agricultura, en la cual los intereses de las elites
terratenientes y de los gobiernos militares han prevalecido, sobre el bienestar de la comunidad
indígena, con lo cual los esfuerzos por crear procesos de restitución legal de las tierras se han
visto envueltos en inexactitudes jurídicas e ineficiencia en la implementación de políticas
públicas.

BIBLIOGRAFIA

https://prensacomunitaria.org/2022/05/breve-historia-de-despojo-y-expolio/

Maximo Ba Tiul

Docente universitario, investigador, antropólogo y analista político poqomchi'


Maya Poqomchi, antropólogo, filósofo, teólogo, investigador, profesor universitario.

Resolución del Tribunal de Sentencia Penal, Narcoactividad y Delitos contra el


Ambiente del Departamento de Baja Verapaz, de fecha 26 de septiembre del dos
mil dieciocho, causa 15002-2016-00825 (PDF)

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