Las Melcochas

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Las melcochas danzantes

¡Melcochas en la casa de Mercedes!


La noticia se difundió como un cachiflín por todo el colegio y más allá. Ese sábado
en la noche, habría fiesta.
Bueno… más que fiesta, un ambiente de baile, de compartir y conocerse. Eso eran
las melcochas por allá de los años 1970´s; cuando yo también disfruté de ellas.
No era cualquiera el que podía ofrecer su casa para unas melcochas. Primero, debía
contar con el consentimiento de los padres y por supuesto con un espacio
adecuado. Por lo general, se hacían en casas con jardines grandes; que en esos
años, se traducía a: cafetal. Y era ideal, si tenían algún galerón, por aquello de que
lloviera. De lo contrario, eran más lunadas que melcochas.
De una u otra forma, eran los bailes a los que con más facilidad se tenía acceso y
la oportunidad de conocer a los chiquillos que nos gustaban y con mucha suerte,
que nos sacaran a bailar. Más de un amor, surgió de aquellas melcochas de los
años de colegio.
No era algo muy planeado, más bien surgía de forma espontanea con sólo algunos
días de anticipación. Lo necesario para convencer a los padres y conseguir la
música.

Sin embargo, la historia de las melcochas es mucho más vieja y llena de tradiciones
que con los años se fueron perdiendo y modificando.
Recuerdo escuchar a mi madre, contarme que cuando ella estaba joven y disfrutó
de las melcochas en Santo Domingo, allá por inicios de los años 1940´s; se le
regalaba a cada invitado una melcochita de dulce en una hojita de naranjo o limón.
Ya en los años 1970´s, no se daba nada, es más, en algunas ocasiones había que
pagar. No era mucho y generalmente era para contratar la música; que se traducía
en el muchacho del pueblo, que tenía un buen equipo de sonido.

Más allá, de estas memorias, es difícil hallar más detalles. Sin embargo, para bien
del resguardo de nuestras tradiciones e identidad, en 1932, alguien escribió en un
periódico, su propia historia con las melcochas danzantes. Usó el seudónimo de:
El Viejo. Si asumimos que para 1930, era realmente un viejo, podemos estar
seguros, al menos, que vivió de primera mano las tradiciones que narró.

Por supuesto, no eran una actividad netamente domingueña o herediana; ¡no…


que va! Eran un evento muy costarricense y quizá en algunos otros países
centroamericanos, también se desarrollaba.
Antes del cambio de siglo a 1900, eso significa, que hablamos de la segunda mitad
del siglo XIX; las melcochas danzantes estaban directamente relacionadas con los
cumpleaños de las muchachas. Es obvio, que no nos referimos a la gente más
pobre. Pero si, a un grupo que podía al menos, regalarle una melcocha a cada
invitado y tenía un buen patio y una casa adecuada para recibir la gente; que
inevitablemente terminaba adentro. Porque era una tradición, que los regalos se
colocaban en la cama de la cumpleañera y ahí eran abiertos luego, frente a todos;
lo que significaba, que el cuarto y su cama, debían estar absolutamente pulcros y
presentables para ese día.
En caso de que la familia fuera algo más pudiente, solían sumarse a las melcochas:
rompope casero, tosteles y helados.
Como vemos, en realidad, era un evento muy formal. Se hacían llegar invitaciones
con antelación; y a partir de ese momento, había que enviar el regalo
correspondiente a la cumpleañera, antes del evento.

Podríamos definirlas como una fiesta de cumpleaños típica, en cierto nivel social.
Se hacían desde la tarde, porque como la costumbre era que la cena se servía a las
4:00 pm.; entonces, se dividía el evento en dos partes; uno antes de la cena y el otro
después, hasta ya entrada la noche.
Si era posible, al inicio, los jóvenes salían juntos a caminar por algún potrero o
parque cercano y luego regresaban a la casa. Quienes vivían cerca de la Sabana,
por ejemplo, solían caminar hasta este lugar. Ahí se organizaban algunos juegos
de prendas, se saboreaban las melcochas y se regresaba al caer la tarde para comer
el resto del banquete.
Es posible que de vivir en otros sitios, se fuera a visitar alguna poza o zona verde
cercana a algún río. En la zona de Heredia, esto era muy común.

Ya en la casa de nuevo, se bailaba, se decían recitaciones, se cantaba y si alguien


tocaba bien el piano, hacía alarde de sus habilidades y… quién sabe, incluso con
fines de conquista. Todo, bajo la luz de las velas.
Luego abrían los regalos, que usualmente eran pañuelos, perfumes, adornos,
chalinas, flores y si lo había y podía, un aventurado enamorado le hacía llegar una
modesta alhaja.
Las flores eran abundantes en la casa y parte muy importante de la decoración. Si
eran josefinas, es muy posible que las hubieran contratado en la floristería más
conocida: la jardinería de Las Carmiol.
Como vemos, las melcochas evolucionaron en una dirección muy diferente con el
paso de los años.
Ya para los años 1930´s, las melcochas danzantes eran un evento social sin vínculo
con los cumpleaños. Eran literalmente un baile a media tarde.
Dejaron de ser cumpleaños, se dejaron de dar melcochas y rompope y no había
que llevar regalo.
Salieron de la casa y se fueron para el patio trasero y entonces, también eran
lunadas.
Pero si algo no cambió en décadas, fue la intensión de conocer en alguna de ellas,
a algún enamorado.

Confundidas y sin identidad, las melcochas desaparecieron cuando nadie sabía


incluso, qué eran las melcochas de panela y los jóvenes preferían una birra a un
rompope. Las discotecas eran más lucidas y ruidosas y dejó de tener sentido y
malicia, el coquetearse entre las hojas de la mata de chayote.
Todo cambió y desde mucho antes de que terminara el siglo XX, murieron
también, las melcochas danzantes.
Hoy son sólo un cuento de abuelos, sin memoria suficiente para llegar hasta los
inicios de estos eventos tan llenos de dulce y de amores.

Marta Zamora

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