Eros Japonés - Art. Página 12
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Tradiciones
Eros japonés
Celebradas sobre todo en Occidente, las geishas son sólo la punta pop del ovillo. El
erotismo made in Japan incluye también rostros entintados, falos de madera, palomas que
enseñan el arte de besar, vestidos de doce capas, ciudades sin noche para libertinos,
duraznos hendidos y –más cerca en el tiempo– tormentos, sangre y otras crueldades
voluptuosas. Bienvenidos al imperio del deseo naciente.
MITOLOGIA
FALO
Siglo X: edad dorada de la literatura de mujeres. La Corte en la época Heian. Gineceo de escritoras. Apogeo de la
literatura escrita en el silabario hiragana, que culmina en El Libro de la Almohada de Sei Shonagon y el Romance de
Genji de Murasaki Shikibu.
EROTISMO CEREBRAL
Celebración de la belleza frágil y angustia ante su visión. Mundo de vestidos de 12 capas, biombos bajos de donde
asoman mangas con exquisitas combinaciones de colores, mundo nocturno donde los aromas son guía y
reconocimiento. Hubo una secta (conocida como la Escuela de Tachikawa y desprendida de la secta budista Shingon)
que durante tres siglos predicó la igualdad entre hombre y mujer, y proclamó el acceso a la budeidad a través de las
relaciones sexuales sublimadas. En el último período de la era Heian, el concepto de utsushi (reflejo, proyección y
transición) dominaba la visión de los asuntos humanos. La desesperación por la calidad eterna del amor se superaba
con la creencia en que el amor perdido podía revivirse en las imágenes de personalidades plurales. El concepto clave es
la palabra inga (o karma), la cual quizás ha establecido las barreras más infranqueables con el Oriente.
Sólo los espíritus más altos podían elegir la vía de irogonomi, esto es, la elección de enamorarse de una mujer noble, no
lujuriosa; los dotados de majestad real disfrutaban de una libertad innata, y con la virtud de su sensualidad tentaban los
límites de lo humano (como el príncipe Genji, protagonista de la primera novela en el siglo X).
Siglo XIV: tiempo de guerras. La era de los monjes y samurais. Literatura de los ermitaños que ven la destrucción de las
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Kenkô Yoshida se retiró del mundo a los 40 años y escribió un libro de observaciones llamado Tsurezuregusa (“Ensayos
ociosos”, 1330) que para muchos japoneses aún sigue siendo un libro de cabecera. Monje pero no santurrón, Kenko
reconoce la cualidad propia del hombre, la humanidad. “Por más que descuelle en todo –dice–, un hombre que no guste
del amor será alguien desolador: como una taza preciosa que careciera de fondo. Humedecer los vestidos en el rocío de
la noche, no saber adónde dirigir los pasos vagabundos... perder la paz del corazón, tener el espíritu turbado por mil
contratiempos y, además, y muy a menudo, solitario en el lecho, no poder conciliar el sueño, ¿no es esto la sal de la
vida? Pasión de amor, digo, por cierto que tus raíces son profundas y tus fuentes lejanas... el deseo de la carne es lo
único difícil de destruir en viejos y jóvenes, sabios y simples, todos son iguales.”
(NANSHOKU)
Según la tradición, fue introducido por los monjes budistas que regresaban de sus estadías en la China de la dinastía
Tang, y fue parte integral de la conducta de las elites religiosas y militares. San Francisco Javier se sorprendió por su
difusión y lo llamó el “vicio japonés”. Antes de la Restauración Meiji había tolerancia hacia la homosexualidad, cuya
“edad dorada”, en el período Edo, dio lugar a una literatura cuyos temas ficcionales eran homoeróticos.
“Cuando el amor por un joven se confiesa, disminuye su valor. El amor verdadero alcanza su más alta y noble forma
cuando alguien se lleva su secreto a la tumba” (Hagakure, código samurai del siglo XVIII).
Siglo XVII: El tiempo de las grandes ciudades Nara, Kyoto, Kamakura, Edo, Osaka. Y del desarrollo de los puertos de
Nagasaki, Otsu, Sakai. Comercio con China y con los holandeses. Y piratería japonesa en Corea y en la boca del
YanTseKiang. También hallazgo de minas de oro y plata. Un Japón que selecciona sus contactos y que encierra el
placer en barrios, donde la democracia la crea el dinero. Triunfo de la cultura de los comerciantes que entroniza a la
mujer en el centro de la escena amorosa.
MUNDO FLOTANTE
“Vivir el momento presente. Unicamente estar atento a la belleza de la luna o de la nieve, a los cerezos en flor, a las
hojas del arce, cantar, beber, ser feliz al dejarse flotar y llevar, responder a la mirada fija de la tristeza con una soberana
indiferencia, rechazar todo desaliento y, como una pajita, entregarse a la corriente del río. Esto es lo que llamamos
mundo efímero y flotante” (de Cuentos del mundo flotante, Kyoto, 1661).
YOSHIWARA
La Meca del Placer durante más de 250 años: la Ciudad sin Noche donde los grandes artistas –Utamaro, Hokusari,
Shunsho, Toyokuni y Eisen– encontraban inspiración. Rodeada de un muro bajo, con un portón que se cerraba de
noche, de ella partían, ocultándose con sombreros de grandes alas, los libertinos antes del amanecer. Era una sociedad
paralela con sus hosterías, casas de té, restaurantes: el reino de la clase comerciante (que estaba en el último lugar de
las clases feudales), frecuentado, con riesgo de muerte, por samurais y monjes. Cuando la cerraron, en 1957, multitudes
acudieron de todo el país para ver cómo la abandonaban las mujeres arrasadas en llanto.
SHUNGA
(IMAGENES DE PRIMAVERA)
Fascinado con los movimientos de amor, en un éxtasis que la pintura occidental reservó a la mística religiosa, Edmond
de Goncourt escribió sobre las estampas de Utamaro (1703-1806): “Por cierto que la pintura erótica de este pueblo ha
de ser estudiada por los fanáticos del dibujo: por la fogosidad, por la furia de las cópulas, como encolerizadas; por las
volteretas en celo que derriban los biombos de la habitación; por el embrollo de los cuerpos fundidos; por el nerviosismo
del goce de los brazos, que al mismo tiempo atraen y rechazan el coito; por la epilepsia de los pies con dedos retorcidos
que se debaten en el aire; por esos besos devoradores boca a boca; por los desmayos femeninos con la cabeza echada
hacia atrás y la petite mort dibujada en el rostro, con los ojos cerrados bajo los pesados párpados; en fin, por esa fuerza,
ese poder del trazo, que hace del dibujo de una verga algo semejante a la mano del Museo del Louvre atribuida a
Miguel Angel”.
LECTURA DE LOS
GESTOS FEMENINOS
Goncourt citaba el texto del connaisseur Jippensha Ikku, que acompañaba el Album de las Casas Verdes de Utamaro.
Lo atraían esas mujeres de Yoshiwara, que tenían la dicción de las damas de la Corte. El fragmento con advertencias
era uno de sus preferidos: “Aquella que se sumerge en la lectura de un libro, sin preocuparse por el cotorreo ajeno, será
quien te entretenga más agradablemente una vez que entres en su intimidad. Aquella que, cada tanto, cuchichea con
sus vecinas, se tapa la cara para apagar su risa y te mira en el blanco de los ojos, es capaz de trastornarte con
sorprendente astucia. Esa que mete su mano en el kimono a la altura del pecho, la barbilla hacia abajo, y que mira luego
largo rato al vacío, reprime una pena de amor; ella no será divertida las primeras veces, pero el día que ganes su
corazón, no te dejará nunca...”.
OBJETOS Y SIMBOLOS
Los pañuelitos de papel arrugados que proliferan en la escena de amor (nuigishi), los mosquiteros, el durazno con su
hendidura que se repite en el gesto obsceno de quien pliega su antebrazo, los nabos, los champiñones, los tanuki
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(tejones), los zorros, los cedros tan suaves, las bolas con cascabeles para que suenen dentro del cuerpo (rinno-tama),
los caracoles, el cuello maquillado de blanco (shirakubi) y, sobre todo, el motivo erótico por antonomasia, clave en la
imaginería fetichista: la nuca inmaculada.
De Correo al Infierno de Chikamatsu (1653-1724): “Así, en el mundo del amor, no hay ni verdad ni contraverdad, pues
sólo la existencia de ciertas afinidades da lugar a la sinceridad”.
La cara alargada y con ojos muy rasgados. Misterio del rostro de la mujer zorra, esposa abnegada pero celosa y
vengativa cuando se ve traicionada. Es el rostro unisex que honran Utamaro, Hokusai y Eisen.
GEISHA
Su arte es disimular, eludir la cruda gramática de la sexualidad: sexo o no, prostituta o no, con una conducta
evanescente en lo tocante a sus relaciones sexuales. No cometer un solo error social, ser una encantadora
conversadora, saber divertir con todas las artes de salón, dominar la danza, el canto, la música. Presentarse impecable
con su peinado de laca y su cutis de porcelana, en su dominio, “el mundo de las flores y los sauces” (karyûkai). La
curiosa secuencia se inicia –para ser exactos– con los entretenedores sociales hombres (los hookan o taikomochi), a
quienes suceden las mujeres que a su vez copian al travesti de teatro –que era la sublimación de la feminidad– para
terminar en un Occidente que las erige en icono de Japón. Actualmente –momento del geisha craze promovido por el
bestsellerismo norteamericano– proliferan los libros sobre este misterio en extinción, visto con simpatía hasta por
antropólogas norteamericanas como Liza Dalby, que se inician en el arduo aprendizaje, pero también explotado por un
japonólogo como Arthur Golden y narrado desde la experiencia por Kiki Takahashi o Mineko Iwasaki. Mujeres seducidas
por la oportunidad de usar un conocimiento y experimentar, quizás, con su propia sensualidad, al flirtear con la
reinvención de otro erotismo, son las lectoras de estos nuevos y disimulados manuales, que no cesan de recibir
acérrimas críticas de parte de las feministas.
Siglos XX y XXI: Japón a la vanguardia en miniaturas (los netsuké tecnológicos). Japón a la vanguardia en nuevos
conceptos de género que el manga dispersa. Y todavía las islas-pestaña como utopía para una lectura de lo otro.
JAPON CONTEMPORANEO
En su Érotique du Japon (1968), Théo Lésoualch, uno de los estudiosos más reconocidos, observa con mucha
reticencia las manifestaciones de un erotismo contemporáneo violento. En su opinión, la esclerosis de la tradición, acaso
el complejo de inferioridad ante la culpa occidental (¿!) o el infierno de la mirada en una sociedad con poco espacio y
muchedumbres explican “los extremismos desesperados que se libran dentro de la violencia” (¿!). En el último capítulo
del libro, Lésoual’ch registra lo que ya son los datos “clásicos” para desconcertar al lector foráneo: Ordeal by Roses
(Torturado por las Rosas), el libro de fotografías de Eikoh Hosoe con Mishima como protagonista; El Imperio de los
sentidos (Ai no Corida, 1975), la película de Nagisa Oshima que narra la historia de Abe Sada, la mujer de 30 años que
estrangula a su amado y le corta los genitales; el grupo de teatro liderado por Hijikata, con sus desnudos en torsiones
torturadas... Japón, para él, una vez más, como lo extremo y abstruso. ¿Pierre Loti otra vez? “Siempre lo raro, sea como
sea, lo extravagante, lo macabro. Por todas partes objetos con sorpresa que parecen ser concepciones incomprensibles
de cerebros conformados al revés de los nuestros” (Japón, 1889). Simplemente... deseo: el “eres tú mismo” reconocido
en el otro, ya inscripto en los viejos textos budistas.
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