La Biblioteca de Alejandría

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La biblioteca de Alejandría

En su palacio de Alejandría, los reyes griegos de Egipto crearon un


espacio para que literatos y científicos se reunieran y leyeran obras
escritas en rollos de papiro.

A la derecha, papiro del


siglo I d.C. con un
fragmento de la Constitución
de Atenas; de Aristóteles.

Una de las mayores atracciones de la antigua Alejandría fue, sin duda, su templo de las
Musas, el Museo. Y eso ya es mucho decir si se tienen en cuenta las maravillas
arquitectónicas que atesoraba la ciudad fundada por Alejandro Magno en el delta del Nilo.
El Museo se encontraba en el barrio de Bruquión, frente al mar, dentro del recinto del palacio
de los Ptolomeos, la dinastía fundada por Ptolomeo I, un general del gran conquistador
macedonio. Según la descripción de Estrabón, el Museo era un complejo monumental
formado por un pórtico con jardines, una exedra (un espacio semicircular descubierto,
provisto de bancos) y un amplio comedor, además de una biblioteca, aunque Estrabón no
menciona esta última. El propósito del Museo era satisfacer las necesidades espirituales de
un rey griego, convertido en señor de la tierra de los faraones, y su corte ilustrada de
filósofos, gramáticos, poetas y hombres de ciencia en general.

Representación del puerto de Alejandría en una


lámpara de aceite del siglo I d.C.
CRONOLOGÍA

Un gran centro de saber

335 a.C.Aristóteles de Estagira funda en Atenas la escuela del Liceo, que integra una
rica biblioteca de todo tipo de obras.

297 a.C.Demetrio de Falero, filósofo del Liceo, busca refugio en Egipto y sugiere la
fundación del Museo.

283 a.C.Ptolomeo II invita a Alejandría a Calímaco de Cirene, poeta que


confeccionará el primer catálogo de la Biblioteca.

270 a.C.La Biblia hebrea es traducida por primera vez al griego gracias a la
colaboración de 72 sabios judíos.

245 a.C.Eratóstenes de Cirene, filósofo y matemático, es llamado a Alejandría para


hacerse cargo de la dirección de la Biblioteca.

La escuela de Atenas. Fresco por


Rafael Sanzio. 1509-1511. Museos
Vaticanos, Roma.
La Biblioteca adquirió fama por la cantidad de rollos de papiro que se almacenaron en sus
anaqueles: casi 700.000 ejemplares (según algunas estimaciones), entre textos literarios,
académicos y religiosos. Gracias a esos fondos, la Biblioteca constituyó durante siglos un
destacado centro de investigación y logró, mediante la labor de sus eruditos en numerosas
áreas del conocimiento, preservar y enriquecer un legado literario que se remontaba a
Homero.

DE EGIPTO A ATENAS

La Biblioteca no surgió de la nada, sino que tuvo destacados precedentes. En el Egipto


faraónico ya se usaba el papiro como soporte de escritura, y en el de más alta calidad
(llamado «hierático» o «regio») se copiaban textos sagrados que luego se custodiaban en
pequeñas colecciones en templos y palacios. Los primeros libros que se vieron en Grecia
también consistieron en uno o varios rollos de papiro egipcio, con una obra en verso o prosa
de la que los propios autores leían ante su público para divulgarla. Al principio, los libros
eran preciados objetos de lujo en casas de postín; incluso podían convertirse en «reliquias»,
como sabemos por el filósofo Heráclito, que depositó como ofrenda en el santuario de
Ártemis de Éfeso el manuscrito de sus obras completas.

Aristóteles ante el busto de Homero. El gran


poeta épico griego y el filósofo ateniense
fueron dos figuras inspiradoras para la
constitución de la Biblioteca de Alejandría.
Óleo por Rembrandt. 1653. Museo
Metropolitano, Nueva York.

Pronto empezaron a elaborarse ediciones de todo tipo de obras, no sólo literarias, sino
también de historia, filosofía o teoría del arte. Los primeros copistas y libreros formaron
una primitiva industria del libro que floreció en los siglos V y IV a.C. en Atenas. Cuando
acusaban a Sócrates de que corrompía las mentes jóvenes con sus ideas, respondía que
también las obras del filósofo Anaxágoras (activo treinta años antes) se podían encontrar en
el teatro por una dracma y nadie decía nada. Además, el método socrático para llegar al
conocimiento era el diálogo, y no la lectura: el mismo Sócrates ya había dejado en ridículo a
alguno de esos jóvenes que se creían sabios sólo por hacer acopio de muchos libros de poetas
y filósofos.
Anaqueles para libros. Tal es el significado de
la palabra griega «biblioteca». Este grabado
evoca el aspecto que pudieron tener las salas
de la Biblioteca de Alejandría.

La primera biblioteca que hubo en Atenas fue la del Liceo del filósofo Aristóteles, al que
apodaban el «Lector» por la avidez con que coleccionaba y leía libros. El Liceo era, en
realidad, el nombre de un gimnasio, cerca del templo de Apolo Licio, donde Aristóteles
empezó a enseñar a sus primeros discípulos dando vueltas por sus pórticos y jardines. Ante
el incremento de los alumnos, Aristóteles decidió adquirir allí propiedades que luego legaría
a los que quisieran vivir en la escuela o simplemente acudir a filosofar, como en una especie
de santuario del conocimiento.

Teofrasto, discípulo de Aristóteles y de Platón. Estatua en la Villa


Giulia de Palermo.
Pero la biblioteca que Aristóteles consultó para escribir los más de doscientos tratados que se
le atribuyen (de física, lógica, ética, política, estética, etc.) era más bien de carácter personal.
Aristóteles la legó íntegramente a su discípulo y sucesor en el Liceo, Teofrasto, quien la
nutrió con muchas más obras, para luego transmitirla su vez a un tal Neleo de Escepsis.
Cuando este último murió en su ciudad natal de Asia Menor, muy lejos de Atenas, sus
sucesores escondieron los rollos de papiro bajo tierra en una especie de cueva, donde los
dañaron la humedad y las polillas. Salieron a la luz más de cien años después, cuando los
compró un coleccionista a pesar del mal estado en que se encontraban.

LA IDEA DE UN REFUGIADO

A partir de una referencia de Estrabón, se ha supuesto que Aristóteles enseñó a los


Ptolomeos a organizar una biblioteca, pero esa frase no puede interpretarse literalmente,
pues el fundador del Liceo nunca viajó a Egipto. Sí lo hizo un alumno aventajado de esa
escuela, Demetrio de Falero. A pesar de sus orígenes humildes –era hijo de un antiguo
esclavo–, Demetrio recibió una excelente formación en el Liceo de Teofrasto. Allí pudo
acceder a la biblioteca del maestro e, inmerso en el sosiego ordenado de sus anaqueles,
investigar sobre temas de su interés, como la política. Luego, Demetrio se implicó
activamente en el gobierno de Atenas y acabó rigiendo la ciudad durante una década con
mano firme de tirano. Tras su expulsión de Grecia huyó a Egipto, donde se convirtió en
consejero de Ptolomeo I. Es probable que fuera Demetrio quien sugirió la idea de crear el
Museo. Consta al menos que atrajo a Egipto a un sabio griego, su condiscípulo Estratón,
para ocuparse de la educación del futuro Ptolomeo II.

I, rey ilustrado. El fundador de la dinastía ptolemaica o


lágida quiso hacer de Alejandría un foco de la cultura
griega. Moneda de plata del reinado de Ptolomeo I.

Demetrio trasplantó a Egipto el modelo de pensamiento aristotélico, que combinaba la


lectura crítica de los filósofos anteriores con el debate entre los miembros de la escuela. La
nueva institución recibió el nombre de Museo por las Musas, las diosas que inspiraban tanto
a poetas como a científicos. De este modo se dejaba claro el enfoque global de la nueva
institución. Por su parte, el rey Ptolomeo, y luego su hijo Ptolomeo II, invitaron a sabios de
toda Grecia –filósofos, escritores, historiadores, matemáticos, astrónomos...– a que acudieran
a Alejandría y se integraran en el Museo. Allí, les decían, gozarían de las condiciones más
favorables para trabajar: recibirían un salario exento de impuestos y, como huéspedes de los
soberanos, tendrían comida y alojamiento gratuitos y acceso a todos los edificios en el
barrio del palacio, incluida la Biblioteca.
ElSarcófago de las Musas, hallado en una necrópolis a las afueras de Roma, se talló a mediados del siglo
II. En él aparecen representadas las nueve Musas de la Antigüedad, las mismas que inspiraron la
creación del Museo y Biblioteca de Alejandría. Entre ellas se ve a Talía, portando una máscara
grotesca que representa el arte de la comedia, o a Erato, con el arpa de la poesía lírica. Museo del
Louvre, París.

La Biblioteca de Alejandría nació, pues, de la necesidad de crear una colección para que
los eruditos del Museo pudieran realizar sus investigaciones. No sería un edificio
independiente con una sala de lectura, sino más bien una serie de estancias conectadas,
provistas de estanterías para guardar los rollos de papiro, cuya lectura normalmente se haría
de viva voz en los pórticos adyacentes.

ESTUDIAR, ENSEÑAR, DEBATIR

El fondo bibliográfico que se acumuló en estas estancias debió de ser fenomenal. Los
Ptolomeos iniciaron una política agresiva de adquisición de libros; se decía que hacían
requisar los que transportaban las naves que arribaban al puerto de Alejandría. Además,
como el papiro era un monopolio real, se podían hacer muchas copias y de muy buena
calidad de otras obras difíciles de conseguir. La Biblioteca no se limitó a la literatura griega,
sino que incluyó obras traducidas de otras lenguas, entre ellas la versión griega de la Biblia
hebrea, conocida como la Septuaginta, redactada por sabios traídos ex profeso desde Israel
por Demetrio de Falero (aunque la comunidad judía en Alejandría era muy importante). Y
un sacerdote nativo llamado Manetón compuso para la corte de los Ptolomeos una Historia
de Egipto organizada en una serie de dinastías y que constituyó la base del conocimiento del
Egipto faraónico.

Eratóstenes de Cirene. El sabio griego instalado en


Alejandría enseña a un discípulo una cuestión de
astronomía. Óleo por Bernardo Strozzi. 1635.
Museo de Bellas Artes, Montreal.
Pero, como hemos dicho, el Museo de Alejandría no fue simplemente un gigantesco almacén
de libros. Al contrario, los científicos y escritores que eran acogidos compartían comida y
conocimientos en largas tertulias con sabios de distintas escuelas y también enseñaban (si
querían) sentados en los bancos de la exedra o paseando por los pórticos y jardines del
Museo, tal como había ocurrido en el Liceo aristotélico. Por ello no es extraño que en ese
ambiente acabaran floreciendo pensadores tan polifacéticos como lo fue en su momento el
propio Aristóteles. Un ejemplo es Eratóstenes de Cirene, director de la Biblioteca con
Ptolomeo III, cuyos intereses abarcaban desde la mitografía y la crítica literaria hasta la
geografía y las matemáticas –ideó un método trigonométrico para calcular la circunferencia
de la Tierra–, y hasta fue autor de un poema titulado Hermes.

Continuadores de Alejandría. Desaparecida


desde la conquista islámica de Egipto, la
biblioteca alejandrina sirvió de modelo
ideal para las bibliotecas que surgieron en
Occidente desde la Edad Media. Biblioteca
del Trinity College en Dublín, del siglo
XVIII.

Los Ptolomeos fundaron el Museo de Alejandría en una coyuntura muy delicada de la


cultura occidental. Aristóteles y sus primeros discípulos se habían afanado por estudiar y
preservar tanto el legado científico de Grecia como su literatura desde Homero, pero su
esfuerzo corría el riesgo de perderse por la falta de continuidad del proyecto tras la muerte
del maestro. El entusiasmo visionario de una generación de gobernantes y pensadores
griegos en la Alejandría de los siglos IV y III a.C. consiguió no sólo que ese legado se
mantuviera vivo, sino también que se transmitiera enriquecido. En la Biblioteca de
Alejandría se volvieron a publicar textos antiguos en cuidadas ediciones, a la vez que los
miembros del Museo escribían nuevas obras. Gracias a aquellos estudiosos todavía podemos
disfrutar de los clásicos griegos y sentir la cercanía de su milenario mensaje como si hubiera
sido escrito hoy.

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UN FINAL DRAMÁTICO PARA LA GRAN BIBLIOTECA

La guerra de Alejandría.
Las llamas se extienden
por el palacio real
durante la guerra entre
Cleopatra, apoyada por
Julio César, y su
hermano. Grabado de
1876.

La desaparición de la Biblioteca se ha imaginado como un hecho dramático, del que se ha


acusado a Julio César, a los cristianos y a los musulmanes. Sin embargo, lo más probable es
que la Biblioteca desapareciera progresivamente, a medida que Alejandría entró en declive
en el tránsito de la Antigüedad a la Edad Media.

Los romanos

Durante la guerra entre los pretendientes al trono de Egipto, en 47 a.C., cuando Julio César y
Cleopatra estaban sitiados en el recinto del Bruquión, un ataque provocó un incendio que
afectó a una sección del palacio real y, al parecer, se quemaron muchos de los libros que
César pretendía llevar a Roma (las fuentes hablan de 40.000). Incluso se afirmó que habría
ardido la toda la Biblioteca, lo que es improbable porque en este caso el incendio habría
adquirido una magnitud devastadora.

Los cristianos

Durante el siglo IV, cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial del Imperio, hordas
de fanáticos cristianos atacaron templos e instituciones del paganismo; en 391, por ejemplo,
arrasaron la importante biblioteca del Serapeo de Alejandría. Quizá la Biblioteca también fue
atacada, pero no hay constancia de ello. En todo caso, el teólogo hispano Orosio dijo que
cuando visitó la ciudad sólo encontró en los templos anaqueles vacíos, sin libros.
El califa Omar, en una miniatura otomana. Hacia 1550.

Los musulmanes

Se dice que en 640, tras la conquista de Alejandría, se preguntó al califa Omar qué hacer con
los libros de la Biblioteca, y éste repuso: «Si esos libros están de acuerdo con el Corán no
tenemos necesidad de ellos, y si se oponen al Corán deben ser destruidos». Y así se hizo.
Según una fuente posterior, se usaron como combustible en los baños de la ciudad y se tardó
seis meses en quemarlos todos.

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TEMPLOS PROVISTOS DE BIBLIOTECAS

Papiro procedente de la biblioteca de un templo ptolemaico. Museo británico.


En el Egipto faraónico existía la tradición de conservar textos en palacios y templos. Hecateo
de Abdera, un contemporáneo del rey Ptolomeo I, afirmaba en sus Historias de Egipto (obra
perdida, pero que conocemos a través de Diodoro de Sicilia) que en el mausoleo de Ramsés
II existía una biblioteca de textos sagrados con una inscripción que la identificaba como el
«Lugar del Cuidado del Alma». Este sugerente nombre no es una alusión a los beneficios de
la lectura, sino que obedece a que los libros sagrados eran conocidos en el antiguo Egipto
como «almas de Re» y se custodiaban en las «Casas de la Vida», unas estancias repletas de
imágenes de dioses donde los sacerdotes realizaban los rituales.

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EL CATÁLOGO PERDIDO DE CALÍMACO

Papiro con un fragmento de un poema de Calímaco hallado en


Oxirrinco.

Toda biblioteca necesita un catálogo que registre y ordene los libros y permita localizarlos. El
primer intento de este tipo en Alejandría correspondió a Calímaco de Cirene, quien clasificó
las obras por géneros en verso (épica, lírica, tragedia, comedia) y en prosa (historia,
oratoria, filosofía, medicina, derecho). Cada grupo tenía múltiples subdivisiones y al final
se incluía una sección miscelánea para obras de difícil clasificación (por ejemplo, los libros
de cocina). Luego cada autor aparecía en orden alfabético, acompañado de una breve
biografía, una lista completa de sus obras y la cita de la primera línea de cada una de ellas (si
éstas se conservaban). Con todo este material Calímaco compuso los 120 volúmenes de sus
Pínakes («Tablas»), un inventario crítico de toda la literatura griega que sólo pudo surgir en
un lugar como la Biblioteca de Alejandría, pero que también se perdió con ella.

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