La Biblioteca de Alejandría
La Biblioteca de Alejandría
La Biblioteca de Alejandría
Una de las mayores atracciones de la antigua Alejandría fue, sin duda, su templo de las
Musas, el Museo. Y eso ya es mucho decir si se tienen en cuenta las maravillas
arquitectónicas que atesoraba la ciudad fundada por Alejandro Magno en el delta del Nilo.
El Museo se encontraba en el barrio de Bruquión, frente al mar, dentro del recinto del palacio
de los Ptolomeos, la dinastía fundada por Ptolomeo I, un general del gran conquistador
macedonio. Según la descripción de Estrabón, el Museo era un complejo monumental
formado por un pórtico con jardines, una exedra (un espacio semicircular descubierto,
provisto de bancos) y un amplio comedor, además de una biblioteca, aunque Estrabón no
menciona esta última. El propósito del Museo era satisfacer las necesidades espirituales de
un rey griego, convertido en señor de la tierra de los faraones, y su corte ilustrada de
filósofos, gramáticos, poetas y hombres de ciencia en general.
335 a.C.Aristóteles de Estagira funda en Atenas la escuela del Liceo, que integra una
rica biblioteca de todo tipo de obras.
297 a.C.Demetrio de Falero, filósofo del Liceo, busca refugio en Egipto y sugiere la
fundación del Museo.
270 a.C.La Biblia hebrea es traducida por primera vez al griego gracias a la
colaboración de 72 sabios judíos.
DE EGIPTO A ATENAS
Pronto empezaron a elaborarse ediciones de todo tipo de obras, no sólo literarias, sino
también de historia, filosofía o teoría del arte. Los primeros copistas y libreros formaron
una primitiva industria del libro que floreció en los siglos V y IV a.C. en Atenas. Cuando
acusaban a Sócrates de que corrompía las mentes jóvenes con sus ideas, respondía que
también las obras del filósofo Anaxágoras (activo treinta años antes) se podían encontrar en
el teatro por una dracma y nadie decía nada. Además, el método socrático para llegar al
conocimiento era el diálogo, y no la lectura: el mismo Sócrates ya había dejado en ridículo a
alguno de esos jóvenes que se creían sabios sólo por hacer acopio de muchos libros de poetas
y filósofos.
Anaqueles para libros. Tal es el significado de
la palabra griega «biblioteca». Este grabado
evoca el aspecto que pudieron tener las salas
de la Biblioteca de Alejandría.
La primera biblioteca que hubo en Atenas fue la del Liceo del filósofo Aristóteles, al que
apodaban el «Lector» por la avidez con que coleccionaba y leía libros. El Liceo era, en
realidad, el nombre de un gimnasio, cerca del templo de Apolo Licio, donde Aristóteles
empezó a enseñar a sus primeros discípulos dando vueltas por sus pórticos y jardines. Ante
el incremento de los alumnos, Aristóteles decidió adquirir allí propiedades que luego legaría
a los que quisieran vivir en la escuela o simplemente acudir a filosofar, como en una especie
de santuario del conocimiento.
LA IDEA DE UN REFUGIADO
La Biblioteca de Alejandría nació, pues, de la necesidad de crear una colección para que
los eruditos del Museo pudieran realizar sus investigaciones. No sería un edificio
independiente con una sala de lectura, sino más bien una serie de estancias conectadas,
provistas de estanterías para guardar los rollos de papiro, cuya lectura normalmente se haría
de viva voz en los pórticos adyacentes.
El fondo bibliográfico que se acumuló en estas estancias debió de ser fenomenal. Los
Ptolomeos iniciaron una política agresiva de adquisición de libros; se decía que hacían
requisar los que transportaban las naves que arribaban al puerto de Alejandría. Además,
como el papiro era un monopolio real, se podían hacer muchas copias y de muy buena
calidad de otras obras difíciles de conseguir. La Biblioteca no se limitó a la literatura griega,
sino que incluyó obras traducidas de otras lenguas, entre ellas la versión griega de la Biblia
hebrea, conocida como la Septuaginta, redactada por sabios traídos ex profeso desde Israel
por Demetrio de Falero (aunque la comunidad judía en Alejandría era muy importante). Y
un sacerdote nativo llamado Manetón compuso para la corte de los Ptolomeos una Historia
de Egipto organizada en una serie de dinastías y que constituyó la base del conocimiento del
Egipto faraónico.
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UN FINAL DRAMÁTICO PARA LA GRAN BIBLIOTECA
La guerra de Alejandría.
Las llamas se extienden
por el palacio real
durante la guerra entre
Cleopatra, apoyada por
Julio César, y su
hermano. Grabado de
1876.
Los romanos
Durante la guerra entre los pretendientes al trono de Egipto, en 47 a.C., cuando Julio César y
Cleopatra estaban sitiados en el recinto del Bruquión, un ataque provocó un incendio que
afectó a una sección del palacio real y, al parecer, se quemaron muchos de los libros que
César pretendía llevar a Roma (las fuentes hablan de 40.000). Incluso se afirmó que habría
ardido la toda la Biblioteca, lo que es improbable porque en este caso el incendio habría
adquirido una magnitud devastadora.
Los cristianos
Durante el siglo IV, cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial del Imperio, hordas
de fanáticos cristianos atacaron templos e instituciones del paganismo; en 391, por ejemplo,
arrasaron la importante biblioteca del Serapeo de Alejandría. Quizá la Biblioteca también fue
atacada, pero no hay constancia de ello. En todo caso, el teólogo hispano Orosio dijo que
cuando visitó la ciudad sólo encontró en los templos anaqueles vacíos, sin libros.
El califa Omar, en una miniatura otomana. Hacia 1550.
Los musulmanes
Se dice que en 640, tras la conquista de Alejandría, se preguntó al califa Omar qué hacer con
los libros de la Biblioteca, y éste repuso: «Si esos libros están de acuerdo con el Corán no
tenemos necesidad de ellos, y si se oponen al Corán deben ser destruidos». Y así se hizo.
Según una fuente posterior, se usaron como combustible en los baños de la ciudad y se tardó
seis meses en quemarlos todos.
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Toda biblioteca necesita un catálogo que registre y ordene los libros y permita localizarlos. El
primer intento de este tipo en Alejandría correspondió a Calímaco de Cirene, quien clasificó
las obras por géneros en verso (épica, lírica, tragedia, comedia) y en prosa (historia,
oratoria, filosofía, medicina, derecho). Cada grupo tenía múltiples subdivisiones y al final
se incluía una sección miscelánea para obras de difícil clasificación (por ejemplo, los libros
de cocina). Luego cada autor aparecía en orden alfabético, acompañado de una breve
biografía, una lista completa de sus obras y la cita de la primera línea de cada una de ellas (si
éstas se conservaban). Con todo este material Calímaco compuso los 120 volúmenes de sus
Pínakes («Tablas»), un inventario crítico de toda la literatura griega que sólo pudo surgir en
un lugar como la Biblioteca de Alejandría, pero que también se perdió con ella.