Biblioteca de Alejandría
Biblioteca de Alejandría
Biblioteca de Alejandría
Fue en su época la más grande del mundo. Situada en la ciudad egipcia de Alejandría,
se cree que fue creada a comienzos del siglo III a.n.e, por Ptolomeo I Sóter y que llegó a
albergar hasta 700.000 volúmenes. Una nueva Biblioteca de Alejandría, promovida por
la UNESCO, fue inaugurada en el año 2003 en la misma ciudad.
Sumario
1 La biblioteca en la Antigüedad
o 1.1 Organización
o 1.2 Los libros
o 1.3 Los sabios
o 1.4 Testimonios
o 1.5 Los bibliotecarios
2 Destrucción
o 2.1 Atribución del incendio
o 2.2 Supervivencia de la Biblioteca
o 2.3 Los desastres de los siglos III y IV
o 2.4 Los cristianos
o 2.5 Poema
3 Curiosidades y anécdotas
4 La Biblioteca en el siglo XX
5 Enlaces externos
6 Fuente
La biblioteca en la Antigüedad
La Gran Biblioteca de Alejandría, llamada así para distinguirla de la pequeña o hermana
biblioteca en el Serapeo, fue fundada por los primeros Dinastía Ptolemaica con el
propósito de ayudar al mantenimiento de la civilización griega en el seno de la muy
conservadora civilización egipcia que rodeaba a la ciudad alejandrina. Si bien es cierto
que el traslado de Demetrio de Falero a Alejandría, en el año 296 a.n.e, está relacionado
con la organización de la biblioteca, también es seguro que al menos el plan de esta
institución fue elaborado bajo Ptolomeo I Sóter, muerto alrededor de 284 a.n.e, y que la
finalización de la obra y su conexión con el museo, fue la obra máxima de su sucesor,
Ptolomeo II Filadelfo. Como Estrabón no hace mención de la biblioteca en su
descripción de los edificios del puerto, parece evidente que no estaba en esta parte de la
ciudad; además, su conexión con el museo permitiría ubicarla en el Brucheion, el
distrito real situado en el noreste de la ciudad.
Este santuario acogía un pequeño zoológico, jardines, una gran sala para reuniones e
incluso un laboratorio. Las salas que se dedicaron a la biblioteca acabaron siendo las
más importantes de toda la institución, que fue conocida en el mundo intelectual de la
antigüedad al ser única. Durante siglos, los Ptolomeos apoyaron y conservaron la
biblioteca que, desde sus comienzos, mantuvo un ambiente de estudio y de trabajo.
Dedicaron grandes sumas a la adquisición de libros, con obras de Grecia, Persia, India,
Palestina, África y otras culturas, aunque predominaba la literatura griega.
Se conoce que desde el principio, la biblioteca fue un apartado al servicio del museo.
Pero más tarde, cuando esta entidad adquirió gran importancia y volumen, hubo
necesidad de crear un anexo cercano. Se cree que esta segunda biblioteca, la biblioteca
hija, fue creada por Ptolomeo III Evergetes, 246 – 221 a.n.e, y se estableció en la colina
del barrio de Racotis, hoy llamada Karmuz, en un lugar de Alejandría más alejado del
mar; concretamente, en el antiguo templo erigido por los primeros Ptolomeos al dios
Serapis, llamado el Serapeo, considerado como uno de los edificios más bellos de la
antigüedad. En la época del Imperio Romano, los emperadores romanos la protegieron y
modernizaron en gran medida, incorporando incluso calefacción central mediante
tuberías, con el fin de mantener los libros bien secos en los depósitos subterráneos.
La diversidad geográfica de los eruditos muestra que la biblioteca era de hecho un gran
centro de investigación y aprendizaje. En 2004, un equipo egipcio encontró lo que
parece ser una parte de la biblioteca, mientras excavaba en el Brucheion. Los
arqueólogos descubrieron trece salas de conferencias, cada una con un podium central.
Zahi Hawass, el presidente del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, calcula
que en las salas excavadas hasta ahora se habría podido acoger a unos 5.000 estudiantes,
lo que indica que era una institución muy grande para su época. En el siglo II a.n.e
Eumenes II fundó un centro a imitación de la biblioteca en Pérgamo.
Organización
Los libros
Cada uno de estos volúmenes era un manuscrito que podía versar sobre temas
diferentes. Se cree que allí estaban depositados tres volúmenes con el título de Historia
del mundo, cuyo autor era un sacerdote babilónico llamado Beroso, y que el primer
volumen narraba desde la creación hasta el diluvio universal, período que según él,
había durado 432.000 años, es decir, cien veces más que en la cronología que se cita en
el Antiguo Testamento. Ese número permitió identificar el origen del saber de Beroso,
la India. También se sabe que allí estaban depositadas más de cien obras del dramaturgo
griego Sófocles, de las que sólo han perdurado siete.
Los sabios
Entre ellos se encontraban personajes tan conocidos como Arquímedes, el más notable
científico y matemático de la antigüedad; Euclides que desarrolló allí su Geometría
Euclídea; Hiparco de Nicea, que explicó a todos la Trigonometría, y defendió la visión
Teoría geocéntrica del Universo; Aristarco de Samos, que defendió todo lo contrario, es
decir, el heliocentrismo o sistema heliocéntrico, siglos antes de Copérnico; Eratóstenes
de Cirene, que escribió una geografía y compuso un mapa bastante exacto del mundo
conocido; Herófilo de Calcedonia, un fisiólogo que llegó a la conclusión de que la
inteligencia no está en el corazón sino en el cerebro; los astrónomos Timócaris y
Aristilo; Apolonio de Pérgamo, gran matemático, que escribió en Alejandría sobre las
secciones cónicas ;Apolonio de Rodas, autor de El viaje de los argonautas; Herón de
Alejandría, un inventor de cajas de engranajes y también de unos aparatos movidos por
vapor: es el autor de la obra Autómata, la primera obra conocida sobre robots; el
astrónomo y geógrafo Claudio Ptolomeo; Galeno, quien escribió bastantes obras sobre
el arte de la curación y sobre anatomía. La última persona insigne del museo fue una
mujer, Hipatia de Alejandría, gran matemática y astrónoma, que tuvo una muerte atroz a
manos de fanáticos cristianos.
Testimonios
Los bibliotecarios
Destrucción
La destrucción de la Biblioteca de Alejandría es uno de los más grandes misterios de la
civilización occidental. Se carece de testimonios precisos sobre sus aspectos más
esenciales, y no se han encontrado las ruinas del museo, siendo las del Serapeo muy
escasas.
Desde el siglo XIX, los eruditos han intentado comprender la organización y estructura
de la biblioteca, y se ha debatido largo y tendido sobre su final. Los conocimientos
sobre la Biblioteca, cómo fue, cómo trabajaron sus sabios, el número exacto de
volúmenes e incluso su misma situación son escasos, porque muy pocos testimonios
tratan sobre tan gran institución, y aun estos son esporádicos y desperdigados. Los
investigadores y los historiadores de los siglos XX y siglo XXI han insistido en que se
ha formado una utopía retrospectiva en torno a la Biblioteca de Alejandría. No hay duda
de que la biblioteca existió, pero apenas hay certezas en lo escrito sobre ella. Se han
hecho centenares de afirmaciones contradictorias, dudosas y simplemente falsas,
realizando suposiciones a partir de muy pocos datos que, la mayoría de las veces, son
sólo aproximaciones.
Suele afirmarse, que el primero de todos los ataques contra la Biblioteca de Alejandría
fue el perpetrado por los romanos: Julio César, en persecución de Pompeyo, derrotado
en Batalla de Farsalia, arribó a Egipto para encontrarse con que, su antiguo compañero y
yerno, había sido asesinado por orden de Potino, el visir del rey Ptolomeo XIII
Filópator, para congraciarse con su persona. Egipto padecía una guerra civil por la
sucesión del trono, y pronto César se inclinó a favor de la hermana del rey, Cleopatra
VII. Consciente de que no podría derrotar a Roma, pero sí a César, y ganarse la gratitud
de sus rivales en el senado, Potino le declaró la guerra. El 9 de noviembre del 48 a.n.e,
las tropas egipcias, comandadas por un general mercenario de nombre Aquila, asediaron
a César en el palacio real de la ciudad e intentaron capturar las naves romanas en el
puerto. En medio de los combates, teas incendiarias fueron lanzadas por orden de César
contra la flota egipcia, reduciéndola a las llamas en pocas horas.
Por algunas fuentes clásicas puede parecer que este incendio se habría extendido hasta
los depósitos de libros de la Gran Biblioteca, cercanos al puerto. Séneca confirma, en su
De tranquilitate animi, la pérdida de 40.000 rollos en este desafortunado incidente,
citando su fuente, el perdido libro CXII de Tito Livio, quien fue contemporáneo del
desastre. Paulo Orosio reitera en pleno siglo V, esta cifra en su Historiarum adversum
paganos: ...al invadir las llamas parte de la ciudad consumieron cuarenta mil libros
depositados por casualidad en los edificios..., Dión Casio alude a la destrucción de los
almacenes del puerto, algunos de los cuales contenían rollos. Por su parte, Plutarco de
Queronea es el primero en mencionar de modo explícito la extensión del fuego a la gran
Biblioteca de Alejandría como si hubiera quedado reducida a cenizas para siempre, y no
sólo un descalabro parcial. Sin embargo, tajante afirmación de Plutarco acerca del
incendio de la biblioteca parece tener origen en un error filológico, provocado por el
cambio de significado de término griego bibliotheke a finales del siglo I y principios del
II. La palabra perdió su connotación de “biblioteca” para significar “colección de
libros”, como la Biblioteca Histórica de Diodoro Sículo. Entretanto, biblioteca se
designaría como apothekai tôn bibliôn, literalmente: almacén de libros, y el diferente
significado atribuido a estos términos habría dado lugar a la confusión. Aulo Gelio, y el
muy posterior Amiano Marcelino aportan una información similar a la anterior, siendo
víctimas del mismo error de significado, probablemente repetido por la ignorancia o la
credulidad de sus contemporáneos.
Se pueda afirmar sin duda alguna que la Gran Biblioteca alejandrina y sus tesoros no
resultaron destruidos en el incendio del año 48 a.n.e. Los famosos 400.000 tomos que
habrían ardido fueron en realidad 40.000, depositados en almacenes del puerto,
probablemente en espera de ser catalogados para la Biblioteca, o para su exportación a
Roma, tal como indican el Bellum Alexadrinum, Séneca y Dión Casio.
Supervivencia de la Biblioteca
Sin embargo, a finales del siglo II y a lo largo del Siglo III, una serie de desastres se
abatieron sobre la antigua capital de los Ptolomeos: en primer lugar, la llamada Guerra
Bucólica (172-5), que se extendió hasta Alejandría; a ésta subsiguieron la rebelión de
los usurpadores Avidio Casio (175) y Pescenio Níger (193-4); el brutal saco de
Alejandría por capricho de Caracalla (215); la pléyade de tumultos y revueltas civiles y
militares que hubo durante la anarquía militar a raíz de la crisis económica y la
aplastante presión fiscal; los ataques de los blemmíes… La ciudad fue destrozada por
Valeriano (253); de nuevo en 269, cuando se dio la desastrosa conquista de la ciudad
por Zenobia, reina de Palmira; y en el 273, cuando Aureliano, al reconquistarla para los
romanos, saqueó y destruyó completamente el Bruchión, desastre al que no pudieron
sobrevivir ni el museo ni la biblioteca. Se dice que en aquella ocasión los sabios griegos
se refugiaron en el Serapeo, que nunca sufrió con tales desastres, y otros emigraron a
Bizancio. Finalmente, en 297 la revuelta del usurpador Lucio Domicio Domiciano
acabó con Alejandría tomada y saqueada por las tropas de Diocleciano, tras un asedio
de ocho meses, victoria conmemorada por el llamado Pilar de Pompeyo. Se dice que
tras la capitulación de la ciudad, Diocleciano ordenó que la carnicería continuara hasta
que la sangre llegara a las rodillas de su caballo. La accidental caída de este libró a los
alejandrinos de la muerte, y para conmemorar el hecho erigieron una estatua al caballo.
Diocleciano ordenó asimismo quemar millares de libros relacionados con la alquimia y
las ciencias herméticas, para evitar que alguien pusiera en peligro la estabilidad
monetaria que a duras penas se había conseguido restaurar.
Para colmo, entre 320 y 1303 hubo 23 terremotos en Alejandría. El del 21 de julio de
365 fue particularmente devastador. Según las fuentes, hubo 50.000 muertos en
Alejandría, y el equipo de Franck Goddio del Institut Européen d´ Archéologie
Sous-Marine, ha encontrado en el fondo de las aguas del puerto cientos de objetos y
pedazos de columnas que demuestran que al menos el veinte por ciento de la ciudad de
los ptolomeos se hundió en las aguas, incluyendo el Bruchión, supuesto enclave de la
Biblioteca.
Los cristianos
A finales del siglo IV, la emperador Teodosio el Grande, en respuesta a una petición del
patriarca de Alejandría, envió una sentencia de destrucción contra el paganismo en
Egipto: en el año 391, el patriarca Teófilo de Alejandría demolió el Serapeo al frente de
una muchedumbre fanática y sobre sus restos se edificó un templo cristiano. Parece que
es en este momento cuando la Biblioteca hija del Serapeo fue saqueada y desperdigada
o destruida. El sucesor de Teófilo, su sobrino Cirilo, se dedicó a eliminar a los filósofos,
entre los que se encontraba la última directora de la Academia, Hipatia de Alejandría; su
asesinato en el 412 marca el fin de la filosofía y la enseñanza neoplatónica en todo el
Imperio romano.
Aunque el Serapeum fuera destruido por órdenes de Teófilo, no hay un acuerdo entre
los historiadores en torno a quiénes destruyeron los libros del museo. Algunos creen que
seguramente se salvaron buena parte de los libros de la biblioteca, toda vez que la
destrucción era previsible. Pero en la colina donde estaba el templo de Serapis nunca se
volvió a reconstruir la biblioteca. Cuatro años después de la muerte de Hipatia, en 416,
el teólogo e historiador hispanorromano Paulo Orosio, vio con mucha tristeza las ruinas
de aquella ciudad que había sido magnífica y los restos de la biblioteca en la colina,
confirmando que: sus armarios vacíos... fueron saqueados por hombres de nuestro
tiempo.
Poema
Los árabes
Desde el primer Adán que vio la noche
Y el día y la figura de su mano,
Fabularon los hombres y fijaron
En piedra o en metal o en pergamino
Cuanto ciñe la tierra o plasma el sueño.
Aquí está su labor: la Biblioteca.
Dicen que los volúmenes que abarca
Dejan atrás la cifra de los astros
O de la arena del desierto. El hombre
Que quisiera agotarla perdería
La razón y los ojos temerarios.
Aquí la gran memoria de los siglos
Que fueron, las espadas y los héroes,
Los lacónicos símbolos del álgebra,
El saber que sondea los planetas
Que rigen el destino, las virtudes
De hierbas y marfiles talismánicos,
El verso en que perdura la caricia,
La ciencia que descifra el solitario
Laberinto de Dios, la teología,
La alquimia que en el barro busca el oro
Y las figuraciones del idólatra.
Declaran los infieles que si ardiera,
Ardería la historia. Se equivocan.
Las vigilias humanas engendraron
Los infinitos libros. Si de todos
No quedara uno solo, volverían
A engendrar cada hoja y cada línea,
Cada trabajo y cada amor de Hércules,
Cada lección de cada manuscrito.
En el siglo primero de la Hégira,
Yo, aquel Omar que sojuzgó a los persas
Y que impone el Islam sobre la tierra,
Ordeno a mis soldados que destruyan
Por el fuego la larga Biblioteca,
Que no perecerá. Loados sean
Dios que no duerme y Muhammad,
Su Apóstol.
El cronista y pensador atristotélico Ibn al-Kifti, afirmó en sus páginas que Amr se
entrevistó con el comentarista aristotélico Juan Filópono, quien le pidió tomar una
decisión sobre el futuro de los libros de la biblioteca, debido a que las actividades de
este lugar estaban momentáneamente suspendidas. Amr no se atrevió a responder, y
prefirió enviar otra misiva al califa, pidiendo instrucciones. La epístola tardó más de
treinta días en llegar a las manos del polémico Omar, quien estaba ocupado para ese
entonces en sus conquistas y en la redacción escrita del Corán. Pasados treinta días más,
Amr recibió la respuesta través de un mensajero y leyó, no sin pesadumbre, a Filópono
la decisión de Omar: …Con relación a los libros que mencionas, aquí está mi respuesta.
Si los libros contienen la misma doctrina del Corán, no sirven para nada porque repiten;
si los libros no están de acuerdo con la doctrina del Corán, no tiene caso conservarlos…
Amr lamentó este criterio, pero fue obediente, según el historiador Abd al-Latif, y no
vaciló en cumplir la orden recibida, con lo que la biblioteca de Alejandría fue
incendiada y totalmente destruida. Añade Ibn al-Kifti que los papiros sirvieron como
combustible para los baños públicos por espacio de seis meses. Es posible que los libros
se emplearan para encender los fuegos, restringiendo el número de libros quemados a
una cierta cantidad diaria.
No obstante, hay historiadores que consideran espurios estos datos por dos razones:
No hay ningún testigo coetáneo de los hechos. Abd al-Latif e Ibn al-Kifti
vivieron entre los siglos XII y XIII, es decir, al menos seis y siete siglos
posteriores al acto.
Juan Filópono no pudo conversar con Amr, porque vivió en el siglo VI y no en
el Siglo VII.
Algunos, como Bernard Lewis, sostienen que esta historia es falsa de principio a fin.
En cualquier caso, ninguno de los restantes reductos de la cultura helénica que aún
atesoraba la antigua ciudad de los lágidas sobrevivió a la ocupación árabe. Si acusar a
los árabes como únicos responsables de la destrucción de la Gran Biblioteca es un error,
el exculparlos lo es igualmente. No se puede descartar la responsabilidad de los
sarracenos, porque Cartago, Cesarea de Palestina, Leptis Magna y otras grandes
metrópolis romanas que aún subsitían en el siglo VII, fueron arrasadas durante la
expansión del Islam. La biblioteca de Cesarea, que contenía la mayor colección de obras
cristianas del Imperio, desapareció sin que se sepa su destino, Como el de los 80.000
habitantes de la ciudad, que decayó rápidamente, y seguramente fue destruida.
Con respecto a Alejandría, en 645 la ciudad abrió sus puertas a una expedición romana
de auxilio, pero al año siguiente cayó nuevamente en manos musulmanas. A partir de
entonces la importancia y población de la ciudad cayeron en picado, en beneficio de la
nueva capital de los conquistadores Fustat El Cairo.
Curiosidades y anécdotas
En la literatura apócrifa judía existe un libro que lleva el título de Cartas de
Aristeas a su hermano Filócrates, que se supone escrito entre los años 127 a 118
a.n.e. En esta obra se narra un hecho histórico: En el reinado de Ptolomeo II,
285-247 a.n.e, trabajaba en el museo un bibliotecario llamado Demetrio de
Falero o Falerio, un entusiasta de la biblioteca que luchó toda su vida por su
engrandecimiento. Demetrio rogó al rey que pidiera por medios diplomáticos a
la ciudad de Jerusalén el libro de la Ley judía y que también hiciera venir a
Alejandría a unos cuantos traductores para traducir al griego los cinco
volúmenes de dicho texto hebreo de La Torá, llamado después de la traducción
Pentateuco, en griego, es decir los cinco primeros libros del Antiguo
Testamento. Eleazar, el sacerdote de Jerusalén, envió a Alejandría 72 sabios
traductores que se recluyeron en la isla de Faros, frente a Alejandría, para hacer
el trabajo, se dice que en 72 días. Se considera que esta fue la primera traducción
de la historia, a la que se llamó Septuaginta o Biblia de los Setenta o de los
LXX, porque redondearon el número de 72 traductores a 70.
En otra ocasión, Demetrio de Falero, que además era un gran viajero, estando en
Grecia, convenció a los atenienses para que enviasen a Alejandría los
manuscritos de Esquilo, que estaban depositados en el archivo del teatro de
Dionisos, en la ciudad de Atenas, para ser copiados. Cuando se hacía una
petición como ésta, la costumbre era depositar una elevada cantidad de dinero
hasta la devolución de los textos. Los manuscritos llegaron al Museo, se hicieron
las copias correctamente, pero no volvieron a su lugar de origen, sino que lo que
se devolvió fueron las copias realizadas en la biblioteca. De esta manera
Ptolomeo Filadelfo perdió la gran suma del depósito cedido, pero prefirió
quedarse para su biblioteca el tesoro que suponían los manuscritos.
En el Concilio de Nicea, año 325, se decidió que la fecha para la Pascua de la
Resurrección fuera calculada en Alejandría, pues por aquel entonces el museo de
esta ciudad era considerado como el centro astronómico más importante.
Después de muchos estudios resultó una labor imposible; los conocimientos para
poderlo llevar a cabo no eran todavía suficientes. El principal problema era la
diferencia de días, llamada spacta, entre el año solar y el año lunar, además de la
diferencia que había entre el año astronómico y el año del calendario juliano,
que era el que estaba en uso.
La biblioteca completa del filósofo Aristóteles, su obra y sus libros se
custodiaban en este lugar. Algunos autores creen que la compró Ptolomeo II.
Todo se perdió. Había también veinte versiones diferentes de La Odisea, la obra
La esfera y el movimiento, de Autólico de Pitano, Los Elementos de Hipócrates
de Quíos y tantas obras de las que no se conserva más que el nombre y el
recuerdo.
En Alejandría las copias se hacían siempre en papiro y además se exportaba este
material a diversas regiones. La ciudad de Pérgamo era una de las que más
utilizaba el papiro, hasta que los reyes de Egipto decidieron no exportar más
para tener ellos en exclusiva dicho material para sus copias. En Pérgamo
empezaron a utilizar entonces el pergamino, conocido desde muchos siglos atrás,
pero que se había sustituido por el papiro por ser este último más barato y fácil
de conseguir.
Los papiros jamás se plegaban: se enrollaban. Las primeras obras se presentaban
en rollos, volumen en latín. Cada volumen estaba formado por hojas de papiro,
unidas unas a otras formando una banda que se enrollaba sobre un cilindro de
madera. Los textos estaban escritos en columnas, en idioma griego o demótico,
con tinta amarilla diluida en mirra. Los escribas utilizaban un solo lado y
escribían con una caña afilada, el cálamo. Los rollos etiquetados, estaban
colocados en cajas que se depositaban en el interior de armarios murales,
ordenados por materias: textos literarios, filosóficos, científicos y técnicos.
Posteriormente, se hizo según el orden alfabético de los nombres de autores.
La Biblioteca en el siglo XX
En el año 1987 salió a la luz un ambicioso proyecto cultural: construir una nueva
biblioteca la Bibliotheca Alexandrina, en la ciudad de Alejandría, para recuperar así un
enclave mítico de la antigüedad, Patrimonio de la Humanidad. Esto ocurría 1.600 años
después de la desaparición definitiva de aquellas grandes colecciones del saber. Para
llevar a cabo semejante proyecto se unieron los esfuerzos económicos de diversos países
europeos, americanos y árabes, más el gobierno de Egipto y la UNESCO. El
presupuesto en aquel año fue de 230 millones de dólares. Las obras empezaron el día 15
de mayo de 1995 y se terminaron con éxito el 31 de diciembre de 1996. A su
inauguración acudieron tres reinas: la de España, la de Suecia y la de Jordania, además
de algunos jefes de Estado.
Se ha calculado que el número posible de libros puede llegar a los veinte millones; de
momento dispone de unos 200.000; la mayoría de ellos son donaciones. Hay 50.000
mapas, 10.000 manuscritos, 50.000 libros únicos y además ejemplares del mundo
moderno, con 10.000 multimedia de audio y 50.000 multimedia visuales. Todo esto lo
rigen y supervisan unos 600 funcionarios.
Dependientes de esta biblioteca se han construido además otros dos edificios, uno
dedicado a centro de conferencias y otro dedicado a planetario que consta de tres
museos: de la ciencia, de la caligrafía y de la arqueología. Hay además un laboratorio de
restauración, una biblioteca para niños invidentes o minusválidos y una moderna
imprenta.
Enlaces externos
de Alejandría, Historia
Alexandrina (sitio oficial) (en inglés)
Alexandrina (colección de fotos) (en inglés)
Fuente
Artículo de Alejandría. Disponible en"www.urbipedia.org". Consultado el 28 de
julio del 2011.