Ley Natural Segun Santo Tomás
Ley Natural Segun Santo Tomás
Ley Natural Segun Santo Tomás
Colección
CIRCA HUMANA PHILOSOPHIA
Director
Félix Adolfo Lamas
Comité Científico
Argentina: Eduardo Ventura - Delia María Albisu
Brasil: Ricardo Henry Marques Dip - Fátima Gauterio
Chile: Juan Antonio Widow - Raúl Madrid
Francia: Michel Bastit
España: Miguel Ayuso Torres
Italia: Francesco Gentile (†) - Danilo Castellano - Mauro Ronco
Portugal: Mario Bigotte Chorão
1. A modo de presentación
“La ley natural (para la autora siguiendo al Dr. Félix Lamas) es el crite-
rio más universal de lo bueno y de lo malo y se manifiesta –como todo
aquello que tiene que ver con el orden práctico de las conductas humanas–
en una relación dialéctica entre principios de máxima universalidad y evi-
dencia y la acción práctica concreta”.
Ahora bien, para desarrollar este concepto se apoya en la teoría de
Santo Tomás de Aquino en su triple consideración, lo que constituye la te-
sis principal del libro:
gencia inmediata) del orden racional de la conducta hacia los fines del
hombre que son participación de la Sabiduría Ordenadora de Dios. En su
esencia la ley natural es la ley fundada en la naturaleza que el hombre
descubre, con evidencia, en su propia naturaleza.
Esta tesis es de fundamental importancia para entender en toda su pro-
fundidad y alcance la teoría de la ley natural de Santo Tomás. Con otras
palabras, personalmente lo sostuve en un reciente trabajo al señalar que en
el ámbito del conocimiento práctico tenemos que distinguir:
1 Cf. Lamas, Félix (2002), “Percepción e inteligencia jurídicas, los principios y los límites
de la Dialectica”, en Los Principios y el Derecho Natural en la metodología de las ciencias
prácticas, edición a cargo de Félix Adolfo Lamas, Bs. As, Educa, p. 40.
2 Cf. Herrera, Daniel Alejandro (2020), “En defensa de los principios de derecho
natural”, Prudentia Iuris, ed. 40 aniversario, p. 47.
3 Santo Tomás de Aquino, S.Th., I-II, 94, 2, 1.
4 Cf. Santo Tomás de Aquino, S.Th, I-II, 91, 2,3
5 Cf. Santo Tomás de Aquino, S.Th, I-II, 91, 2
Habiendo descripto el eje central del trabajo, el resto del libro lo dedica
a desarrollar esa tesis principal. Así distingue por un lado las fuentes que
toma Santo Tomás para elaborar su teoría de la ley natural y por otro, su
crisis en la modernidad y su restauración en el pensamiento moderno.
6 Cf. De finibus, III, 19, 64; República, III, 19, 64; De legibus, I, 7, 28; De nat. deor.,
I, 7, 28.
7 Cf. Lamas, F., Tradición, ley natural y gnosticismo, Capítulo “La crisis de la doctrina
clásica de la ley natural” (en preparación).
A modo de conclusión
Creo que estamos ante una importante obra que aborda lo esencial de la
teoría de la ley natural más acabada que es la de Santo Tomás, que no apa-
rece tan claramente expuesta en otros autores y que como ya señalé, se in-
scribe en la continuidad del tema de la verdad práctica abordado en su an-
terior libro sobre la verdad del derecho.
Luego de haber transitado las principales partes del libro sin pretender
agotarlo, pues un prólogo no tiene que suplir la lectura del libro sino gen-
erar el interés en leerlo, sólo me queda felicitar a la Dra. Adriana Bossini
por este nuevo trabajo y recomendar fervientemente su lectura.
La autora
8 Cfr. Lamas, F., “Tradición y doctrina clásica de la Ley Natural”, en Derecho Natural
y iusnaturalismos, VIII Jornadas Internacionales de Derecho Natural – III de Filosofía del
Derecho, Universidad Católica San Pablo, Arequipa, Perú, Lima Palestra Editores, 24 al 26 de
octubre de 2012, p. 33.
9 Idem.
10 Cfr. ibid., p. 34.
2. La crisis contemporánea
11 Idem.
12 Cfr. ibid., p. 35-6.
13 Cfr. Lamas, F., Ensayo sobre el orden social, Buenos Aires, IEF “Santo Tomás de
Aquino”, 1985, pp. 22-3.
14 Cfr. ibid., p. 24.
destruir la naturaleza o el sujeto en el que inhiere (es decir, aquello que está
en crisis). Se trata de una crisis que afecta al Occidente, a la vida misma del
hombre en el mundo, en cuanto individuo y en su esfera de vida social. Esto
ocurre porque los valores-fines que son el principio del orden humano y que
son objetivos en su realidad y validez, se oscurecen o desaparecen en el
conocimiento que de ellos tiene el hombre, afectando su conducta que se
desordena de los fines. Así la crisis aparece como un cierto desenraiza-
miento de los vínculos existenciales que los hombres tienen con su familia,
su región, su comunidad profesional o económica, su cultura o civilización,
sus amigos y finalmente con el mismo Dios, fuente de su ser y último des-
tino de su vida15.
El mundo en el que vivimos muestra una pluralidad de fenómenos de
anomia o de desintegración –en la terminología de Durkheim– que se ma-
nifiestan, con el desconstructivismo y el posthumanismo, abierta y directa-
mente contra la naturaleza y la vida humana, como puede advertirse, por
ejemplo, en la cuestión bioética del transhumanismo, la eutanasia, el aborto,
etc., todas problemáticas de una cultura de la muerte.
La técnica, que parece el más alto logro cultural de los tiempos presen-
tes, lejos de significar un señorío del hombre sobre la naturaleza para poner-
la a su servicio, en armonía con la propia esencia humana y con el orden
cósmico se ha convertido en un instrumento tiránico a cuyo servicio se pone
solícita toda la humanidad. Uno de los postulados centrales del marxismo,
la primacía de la praxis poiética sobre la praxis moral, la verdad práctica y
la especulación, es un hecho admitido en nuestra civilización16.
Como en la crisis de la pólis griega, en los tiempos actuales, las creencias
básicas de la sociedad y su escala de valores se subvierten cuando el bien
individual se coloca antes que el bien común y se cuestionan los fundamen-
tos de la moral y las leyes. Los valores se vacían de contenido en lo que ha
dado en llamarse el nihilismo contemporáneo. De este modo se imponen el
nominalismo y el empirismo, el escepticismo, el agnosticismo en materia
religiosa y el relativismo, especialmente axiológico y jurídico, que expre-
sado en el positivismo normativista convierte al Derecho, despojándolo de
su racionalidad y justicia, en un hecho de fuerza.
2. El texto central
17 Cfr. Lamas, F., “Tradición y doctrina clásica de la ley natural”, pp. 41-2, 54.
18 Los lugares paralelos son muy numerosos y no agregan nada sustancial a los conceptos
que Santo Tomás esquematiza y estudia en la Suma Teológica.
19 Cfr. Soria, C.: en Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Tomo VI (texto latino
de la edición crítica leonina, traducción y anotaciones por una comisión presidida por Fr. F.
Barbado Viejo OP), Madrid, BAC, 2013, comentario a la cuestión 94, pp. 118-9.
20 Cfr. ibid, q. 91, p. 48.
21 Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1134b 18 - 1135a 7.
2. La restauración tomista
Hacia finales del s. XIX, el Cardenal Mercier y el Papa León XIII con
la Encíclica Aeterni Patris sobre la Restauración de la Filosofía Cristiana
conforme a la doctrina de Santo Tomás de Aquino, del 4 de agosto de 1879,
fomentaron un renacimiento del tomismo, lo cual implica un resurgimiento
de toda la tradición clásica que se irá produciendo de a poco y con mucha
dificultad. Nótese que Mercier, que fuera una de las cabezas de este mov-
imiento, como después Joseph Marechal, no son propiamente tomistas; por
el contrario, tienen una actitud crítica respecto del realismo –que se llamará
después realismo crítico23– que llegó a ser la tendencia dominante de la
Escuela de Lovaina.
En Aeterni Patris, el Pontífice pone de manifiesto que el objetivo de la
Encíclica es que los hombres, a quienes la verdad había liberado, debían ser
conservados por la verdad para evitar que “por la filosofía y la vana falacia”
(Col 2,18) sean engañados y corrompidos. Con esa finalidad se deben
promover las ciencias que merecen tal nombre, y a la vez proveer con singular
vigilancia para que las ciencias humanas se enseñen en todas partes según
la regla de la fe católica, y en especial la Filosofía, de la cual depende en
gran parte la recta enseñanza de las demás, para que la inteligencia de los
hombres, una vez disipada de las tinieblas del error, vuelva a la verdad. Así
lo hicieron San Agustín y los Doctores de la Edad Media, llamados esco-
del Derecho tomista de esos tiempos tiene su origen en este autor. Cathrein
intenta hacer renacer una reflexión filosófica sobre el Derecho, desde el
punto de vista de la Filosofía clásica, porque esta doctrina acerca del Derecho
había perdido, en gran medida, vigencia. De hecho, hacia el s. XIX era
usual encontrar en los pensadores de la época una mezcla entre el suarismo
y el racionalismo moderno, sobre todo, Rousseau. Prueba de ello es el caso
del presbítero Antonio Saénz, primer rector y fundador de la Cátedra de
Derecho Natural y de Gentes de la Universidad de Buenos Aires, ya que en
su obra Instituciones elementales sobre el Derecho Natural y de Gentes25
pueden constatarse aspectos del iusnaturalismo suareciano y el pactismo
roussoniano.
1. Victor Cathrein
25 Texto que corresponde al curso dictado en la Universidad de Buenos Aires en los años
1822-3.
26 Cathrein, V., Philosophia Moralis, Friburgi, B. Herder, 1915.
27 Cathrein, V., Filosofía del Derecho – El Derecho Natural y el Positivo (traducción de
A. Jardón y C. Barja), Madrid, Reus, 1945.
28 Cathrein, V., Philosophia Moralis, p. 153.
29 Idem.
30 Cfr. ibid., p. 154.
31 Cfr. ibid., p. 156.
32 Cfr. Cathrein V., Filosofía del Derecho – El Derecho Natural y el Positivo, pp. 196-7.
forman idea del bien y del mal, y así llegan al juicio: debes hacer el bien y
evitar el mal, por medio de conclusiones derivadas al conocimiento de los
mandamientos morales más importantes. Estos mandamientos son una
participación en la Ley Eterna de Dios, que anuncia al espíritu creado la
voluntad del Creador37.
Preocupa a Cathreim la relación de la ley natural con la ley positiva.
Ninguna persona puede dudar que el Estado tiene el poder de obligar a sus
miembros mediante preceptos o leyes para el bien común, y de castigar las
transgresiones de esas leyes. Señala que el poder del Estado no es otra cosa
que el conjunto de esas facultades o derechos necesarios para la dirección
de toda la comunidad. Y tampoco puede caber duda de que se trata de
derechos en el sentido restringido de la palabra (refiriéndose a que muchos
positivistas jurídicos consideran el poder del Estado como la fuente de todos
los derechos, y aquel tiene que ser por lo mismo un verdadero y estricto
Derecho). Cita como ejemplo los derechos naturales que pertenecen a la
familia justamente por la naturaleza de sus relaciones38.
Finalmente, afirma que existe un verdadero y propio Derecho natural
(ley natural), es decir, un Derecho (ley) no introducido ni establecido en su
origen por el hombre, sino por la Naturaleza misma, o mejor, por el Autor
de la Naturaleza. Ese Derecho natural (ley natural) no tiene tan solo preten-
sión de validez futura, sino que ha valido desde que existen hombres, y
valdrá también en el porvenir en tanto que los hombres vivan en sociedad
sobre la Tierra39.
En la obra de Cathrein puede verse la ambigüedad ya señalada en el
tratamiento de la ley natural. Por un lado, la concepción de la ley natural
como participatio legis aeternae in rationali creatura que es correcta, pero
desde una perspectiva teológica.
2. Arthurus Vermeersch
3. Joseph Gredt
4. Louis Lachance
5. Francesco Olgiati
6. Giuseppe Graneris
61 Graneris, G., Contributi tomistici alla Filosofia del Diritto, Torino, Società Editrice
Internazionale, 1949, pp. 76-80.
1. John Finnis
tente hacia su fin propio a través de la Ley Eterna. Se trata de una ley tele-
ológica (relativa al fin) ínsita en cada ser. Así las cosas inertes, como una
piedra, tienden a su fin, permaneciendo estables de acuerdo con las leyes de
la física; las plantas tienden a su fin (nacen, crecen, se reproducen, mueren),
también los animales (quienes además tienen funciones perceptivas y sen-
sibles) y, finalmente, el hombre tiende a su propio fin racional, dictado
también por la Ley Eterna.
En particular, dice Scandroglio, esta participación del hombre en la Ley
Eterna se llama ley natural, que es esa parte de la Ley Eterna que concierne
al hombre; es la especificación de la Ley Eterna con respecto al ser humano;
es la parcelación de la voluntad divina referida a la criatura racional. De una
manera más concisa, cuando se habla de Ley Eterna referida al hombre esta
toma el nombre de ley natural79.
Obviamente, las cosas, plantas y animales participan en la Ley Eterna
de una manera pasiva e involuntaria, no mediada por la razón; en cambio,
el hombre participa activamente en la Ley Eterna a través de sus propias
facultades intelectuales y volitivas.
Ahora bien, debe notarse que la ley natural se hace presente en el hom-
bre de dos maneras, como inclinaciones ya dadas y como intervención de
la razón:
En la primera modalidad, naturalis inclinatio, la Ley Eterna orienta al
hombre hacia su propio fin y esta orientación está impresa en su interior, es
decir, en su naturaleza. De este modo, la ley natural, dispone inclinaciones
hacia ciertos fines, que pueden llamarse bienes, como la vida, la propiedad,
la convivencia social, Dios mismo, etc. La naturaleza humana reclama estos
bienes como esenciales para su desarrollo. El hombre no decide arbitraria-
mente qué es bueno o malo para él. El bien y el mal no son determinaciones
subjetivas sino que son datos objetivos que surgen de la naturaleza del
hombre.
En la segunda modalidad, naturalis conceptio, el hombre no se limita a
seguir las inclinaciones naturales antes mencionadas, sino que las conoce
en forma de inclinaciones y deseos y puede decidir actuar conforme a ellas
con la propia voluntad.
modo diferente, en virtud del principio del libre arbitrio podría realizar estos
dos actos que resultan en conflicto con los principios de la ley natural: no
reconocer la inclinación natural o reconocerla pero ignorarla.
Si el libre albedrío humano sigue este último camino es posible que no
reconozca las inclinaciones naturales, las ignore o aún reconociendo como
buenas ciertas inclinaciones no se comporte en consecuencia. Conocer el
bien no significa automáticamente quererlo, y entonces, hacerlo. El in-
telecto ve el bien, pero la voluntad no sigue aquello que la razón ha visto
como bueno.
Luego de estas consideraciones se puede precisar qué es la ley natural.
Dios ha creado el mundo y ha inscripto en cada cosa un fin, es lo que hemos
llamado Ley Eterna. También la criatura racional tiene fines-bienes que
perseguir. El conjunto de estas inclinaciones en dirección al bien puede
definirse como ley natural80. Cuando el hombre percibe la presencia de una
orientación en dirección al bien, entonces, con su razón y voluntad debe
elegir hacer el bien. Sin embargo, puede elegir hacer el mal porque no
reconoce esta inclinación o porque aunque tomara conciencia de su existen-
cia prefiere no seguirla o desatenderla.
Adviértase que la fuente de la ley natural es doble. La primera es la
naturaleza racional del hombre. De hecho las inclinaciones naturales que
nos orientan hacia ciertos actos específicos están inscriptas en nuestra na-
turaleza y la misma naturaleza humana está compuesta por inclinaciones
ordenadas a los fines correspondientes. La segunda fuente es Dios mismo,
quien creó nuestra naturaleza humana al pensarla ya con estos apetitos. Para
ejemplificarla puede imaginarse a la ley natural como un lago de montaña.
El agua de este lago proviene de un glaciar, que es su fuente. El agua que el
hombre bebe es el agua del lago, son los preceptos de la ley natural. Esta
viene del glaciar, que es Dios, la segunda fuente que sustancia la primera.
Los principios de la ley natural provienen tanto de la naturaleza humana
como de Dios mismo. Por consiguiente, la naturaleza humana es el lugar
próximo donde se genera la ley natural, y en cambio Dios, Ley Eterna, es
la fuente última y remota de la ley natural.
81 Lalanne, J., Si Dios no existe, ¿todo está permitido?, Santiago de Chile, CET, 2016.
82 Lamas, F., Prólogo, en Lalanne, J., Si Dios no existe, ¿todo está permitido?, p. 16-7.
83 Cfr. Lalanne, ibid., p. 521.
84 Ibid., p. 523.
3. Conclusión
del obrar que dirige los actos humanos hacia los fines naturales y que tiene
su findamento en la Ley Eterna.
Dentro de lo que podría denominarse “neotomismo” se encuentra John
Finnis, quien presenta la ley natural identificándola con los bienes humanos,
con los principios prácticos; los enumera y describe su contenido como
valores humanos, pero sin mención de Dios, ni de la naturaleza humana,
pretendiendo separar el conocimiento teórico del práctico y negando la
naturaleza específica, real y común.
En Italia, en estos últimos años, el tema ha sido tratado por Scandroglio
quien desarrolla el concepto de ley natural como participación de la Ley
Eterna en la criatura racional. Toma esta definición porque presupone que
se ha demostrado la existencia de Dios. La ley natural se conoce a partir de
la doctrina de la Ley Eterna y todo parece ser netamente teológico (teología
sobrenatural). En su análisis también funda la argumentación en las inclina-
ciones naturales. Asume esta segunda perspectiva aunque no la anuncie
como tal.
Recientemente, entre nosotros, Julio Lalanne siguiendo a Félix Lamas,
sin negar que la ley natural sea participación de la Ley Eterna en la criatura
racional, enfoca la cuestión en los principios e identifica la ley natural con
la sindéresis pero, tal como lo sugiere Lamas en el prólogo de su obra, hace
falta otra perspectiva90.
La primer gran coincidencia de todos los autores es la prespectiva teo-
lógica, pero ella no determina la naturaleza de la ley natural. La define
desde el punto de vista de la Gracia o de la dependencia causal de Dios, pero
no en sí misma.
La segunda es que ninguno de estos pensadores advierte que el estudio
que realizan del tema es incompleto y que faltan abordarse otros aspectos
que el Aquinate sí tuvo en cuenta para desentrañar la esencia de la ley natu-
ral.
Como se observa, se han puesto de manifiesto las dificultades exegéticas
que surgen de la disparidad interpretativa de algunos autores tomistas o que
se declaran tales. Han de quedar sin consideración especial las posiciones
de autores ajenos a esta tradición, que no llegan a entender el pensamiento
90 Lamas, F., Prólogo, en Lalanne, J., Si Dios no existe, ¿todo está permitido?, pp. 15-18.
del Aquinate, como por ejemplo Hans Kelsen en Teoría general de las
normas91 o Leo Strauss en Derecho natural e historia92, entre otros.
En definitiva, en todos los casos la definición de ley natural aparece
enfocada desde puntos de vista diversos. Una adecuada hermenéutica ob-
liga a estudiar las fuentes del Aquinate en busca de la interpretación ver-
dadera; ya que expresamente la ley natural es la ley emanada de la natura-
leza que tiene su fundamento en el Creador, y también son ciertos principios,
que a su vez, se concretan normativamente como expresión de las inclina-
ciones naturales del hombre. Y ninguna de estas tres nociones, en sí misma
y separadamente, agota lo que es la ley natural.
91 Kelsen, H., Teoría general de las normas, México, Editorial Trillas, 1994. Si bien
Kelsen reconoce la perspectiva teológica de la ley natural en Aristóteles y Santo Tomás, lo
cierto es que reduce a solo este aspecto su significado para el Aquinate y no advierte que además
implica otras dimensiones que no llega a considerar. Por otra parte, incurre en errores groseros
que le impiden entender la doctrina clásica; por ejemplo, define a la entelequia aristotélica como
movimiento interno de las cosas (pág. 78), también dice que para Santo Tomás Dios “inspira”
la ley natural en el hombre (pág. 83). En ambos casos confunde ley natural y Derecho natural.
92 Strauss, L., Derecho natural e historia, Buenos Aires, Prometeo libros, 2014. El
filósofo alemán realiza una interpretación descontextualizada de la ley natural en Santo Tomás
de Aquino. Su visión es totalmente desarraigada de los principios tomistas y es contradictoria
con una apreciación íntegra de la doctrina del Aquinate. Strauss se cuestiona acerca de si la ley
natural para Santo Tomás es verdaderamente ley natural, en tanto establece la necesidad de la
Revelación. Parte de que la ley natural puede ser conocida por la mente humana autónoma y
en este caso la mente está iluminada por la Revelación divina. Dice Strauss que la ley natural
accesible a la mente humana autónoma prescribe mayormente acciones fundadas en el fin
natural del hombre, que es doble: perfección moral y perfección intelectual, “pero la perfección
intelectual o sabiduría, tal como es conocida por la mente humana autónoma, no requiere
virtud moral” (p. 205). Según Strauss la versión tomista de la ley natural “es que la ley natural
es prácticamente inseparable no solo de la teología natural –es decir, de una teología natural
que está de hecho basada en la creencia de la revelación biblíca– sino también de la teología
revelada” (p. 205). Strauss comete dos graves errores hermenéuticos, el primero es sostener
la separación de la perfección moral y de la intelectual. Esto se debe a que parte de considerar
que “la naturaleza humana es una cosa y la virtud o la perfección de la naturaleza humana
es otra. Así, el carácter distintivo de las virtudes y, en particular, de la justicia no puede ser
deducido de la naturaleza humana” (p. 189). La afirmación se basa en que la idea de justicia
es problemática porque genera desacuerdos. “El punto de partida para estudiar la perfección
de la naturaleza humana y, por ende, el derecho natural en particular, es aquello que se dice
sobre estos asuntos, o las opiniones sobre ellos” (pp. 189-90). Como se observa Strauss niega
la objetividad de las virtudes y cae en el relativismo, algo totalmente extraño a Santo Tomás. El
segundo error es pretender desvincular la ley natural de la teología sea “natural” o “revelada”
como él la llama. La ley natural no es la Ley Eterna, pero esta es su fundamento último.
95 Cfr. Lamas, F., “Gnosticismo, Derecho y ley natural”, en Prudentia Iuris, Número
Aniversario 2020, p. 35.
96 Cfr. idem.
97 Wild, J., Plato’s modern enemies and the theory of natural law, Chicago, The University
of Chicago Press, 1953, pp. 172-177.
101 Cfr. Lamas, F., “Tradición y doctrina clásica de la Ley Natural”, p. 40.
102 Cfr. Bossini L.A., La verdad del Derecho, pp.143-6.
103 Cfr. Platón, Las Leyes (edición bilingüe, traducción, notas y estudio preliminar por
J.M. Pabón y M. Fernández-Galiano), Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1960, Libro IV,
716 c 4-5.
104 Cfr. Lamas, F., “Tradición y doctrina clásica de la ley natural”, p. 36.
105 Cfr. ibid., p. 37.
Según Platón en el alma humana hay dos partes, una superior, que es la
que gobierna, y otra inferior. La superior manda a la inferior expresándose
en la ley (la ley de lo superior sobre lo inferior). Por ello la ley conforme a
la naturaleza es una y suave y, lo que es contrario a ella, es violento y
múltiple.
Ello es así porque hay en el hombre distintas tensiones o afecciones,
que a manera de unas cuerdas o hilos interiores tiran de nosotros y nos ar-
rastran, siendo opuestas entre sí a acciones opuestas en la línea divisoria de
la virtud y la maldad. La razón nos dice que debemos seguir constantemente
una sola de aquellas tensiones, y sin dejarla en manera alguna, tirarla contra
las otras cuerdas. Esa tensión es la conducción del raciocinio, que se llama
ley general de la ciudad y es suave y uniforme, a diferencia de las otras que
son férreas y multiformes, con variadas apariencias. Y así el raciocinio tiene
que vencer a las otras tensiones para poder vivir “conforme a la razón”113.
Ahora bien, lo superior es lo inmortal, aquello que es divino en el hom-
bre. Este tema es medular porque plantea el problema de la finalidad de la
ley y su contenido, y de ello depende la justicia o injusticia, tanto de las
leyes, como de los actos de gobierno114: “[...] debemos [...] gobernar nuestras
moradas y ciudades obedeciendo pública y privadamente a cuanto hay en
nosotros de inmortal, dando nombre de ley a lo dispuesto por la razón. En
cambio, si un hombre único o una oligarquía o una democracia [...] tendida
hacia [...] la concupiscencia [...] gobierna a una ciudad o a un individuo
pisoteando en su gobierno las leyes no queda [...] medio alguno de
salvación”115.
Platón destaca que todas las leyes deben tener una vinculación con Dios.
La invocación a la divinidad debe realizarse como proemio de todas las leyes
[...] el que se ocupa del universo tiene todas las cosas ordenadas con miras
a la preservación y a la virtud del total, mientras que cada una de las partes
de este se limita a ser sujeto u objeto, según sus posibilidades, de lo que le
sea propio. Y cada una de estas cosas, hasta en la más pequeña escala, tienen
en cada acto o experiencia unos regidores encargados de realizar un per-
fecto acabamiento incluso en la más mínima fracción. Pues bien, una de
estas porciones es la tuya ¡necio de ti!, que tiende hacia el todo y a él mira
siempre, aun siendo tan pequeña como es; pero lo que pasa es que tú no
comprendes, en relación con esto mismo, que no hay generación que no se
produzca con miras a aquello, para que haya una realidad feliz en la vida del
todo, y que la generación no se produce en interés tuyo, sino que eres tú el
nacido en beneficio de ello120.
Pues no es descuidado por los dioses el que pone su celo en ser justo y
practica la virtud, asemejándose a Dios en la medida en que es posible para
un hombre122.
[...] hacerse uno tan semejante a la divinidad como sea posible, semejanza
que se alcanza por medio de la inteligencia con la justicia y la piedad123.
Aquí Platón agrega –lo que luego será tomado por Aristóteles– que el
que haya de ser amado por este Dios es necesario que se haga a sí mismo,
hasta adonde alcancen sus fuerzas, semejante a Él.
Con posterioridad, repetidamente Aristóteles dirá que el hombre debe
asemejarse a Dios, otras refiere que debe inmortalizarse, otras divinizarse.
Este tema –según estos dos grandes filósofos– no es otro que el del fin úl-
timo del hombre: el que no se asemeje y no guarde la medida resultará de-
semejante, distinto e injusto.
Platón realiza una gradación de los deberes del hombre para con la di-
vinidad. Primero se encuentran los deberes del hombre para con Dios. El
Dios. Segundo, los deberes del hombre para con los dioses. Esta distinción
es muy importante sobre todo en la mentalidad y en la terminología griega.
Los dioses no son para un griego Dios, a secas, que se identifica con las
palabras el Dios, con el artículo determinado. Los dioses son, lo que nosotros
llamamos forma pura, los ángeles. Después de Dios y de los ángeles están
los genios y después los héroes124.
Así expresa los deberes para con Dios:
[...] para el bueno sacrificar y relacionarse con los dioses siempre con ple-
garias y ofrendas y con todo tipo de culto es lo más bello, mejor y más eficaz
para alcanzar la vida feliz y, sobre todo, especialmente adecuado, pero para
el malo es por naturaleza contrario a eso125.
126 Este tema es desarrollado en base a apuntes y actas de clases del Prof. Félix Lamas en
el Seminario de Metafísica del Centro de Estudios Ítalo-Argentinos de Dialéctica, Metodología
y Filosofía del Derecho y del Doctorado en Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad
Católica Argentina, del año 2019, sobre el tema “Dios fuente de toda razón y justicia ¿(Pero,
puede esto demostrarse racionalmente?)”.
127 Cfr. Platón, La república, VI 508 c.
128 Cfr. ibid., 511.
129 Cfr. Wild, J., Plato’s modern enemies and the thoery of Natural Law. En el Capítulo
V trata sobre Platón como el fundador del realismo moral y de la Filosofía de la ley natural.
130 Ejemplos de uso de la expresión katá phýsin: cfr. Platón, Las leyes, IV 715 a, 716 a,
VIII 838 c, 839 a, 841 d.
131 Por ejemplo, el hombre que conserva las cosas en orden y obra conforme a la razón
convive con lo que es divino y ordenado y se vuelve él mismo divino y ordenado en la medida
en que esto es posible al hombre. Cfr. Platón, La república, VI 500 c-d. También, las leyes
condenan o aprueban conforme a la recta razón. Cfr. Platón, Las leyes, L. I., 631e.
132 Cfr. Las leyes, L. IV, 716 c.
133 Cfr. Lamas, F., “Tradición y doctrina clásica de la ley natural”, p. 37.
143 Este tema es desarrollado en base a apuntes y actas de clases del Prof. Félix Lamas en
el Seminario de Metafísica del Centro de Estudios Ítalo-Argentinos de Dialéctica, Metodología
y Filosofía del Derecho y del Doctorado en Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad
Católica Argentina, del año 2019, sobre el tema “Dios fuente de toda razón y justicia ¿(Pero,
puede esto demostrarse racionalmente?)”.
144 Cfr. Lamas, F., Tradición y doctrina clásica de la ley natural, pp. 40-41.
145 Aristóteles, Ética Nicomaquea, L. VI, 1140 b 30-1141 a 8.
146 Cfr. Bossini, L.A., La verdad del Derecho - Justicia, orden y Bien Común, pp. 142-3.
147 Cfr. Lamas, F., “Tradición y doctrina clásica de la ley natural”, p. 39.
en la que ella reside inmediatamente por esencia y no por accidente” (Ibid., 192 b 20-23).
152 Cfr. ibid., 194 a 29.
153 Cfr. Lamas, F., “Tradición y doctrina clásica de la ley natural”, p. 40. Bossini, L.A.,
La verdad del Derecho - Justicia, orden y Bien Común, p. 138.
154 Lamas, F., “Tradición y doctrina clásica de la ley natural”, p. 139-40.
155 Aristóteles, Marcha de los animales, 2, 704 a 15-17.
156 Cfr. ibid., 707 b 9-12.
157 Cfr. ibid., 706 a 18-20.
158 Aristóteles, Física, VIII, 252 a 11-12.
Esta digresión acerca del Derecho natural con relación a la ley natural
se justifica porque, en primer lugar, lo justo, como justo general es legal (no
en sentido positivo sino normativo); en segundo lugar, es evidente que lo
justo está determinado o guarda siempre una relación con una regla. De tal
manera, que si bien no es lo mismo hablar de Derecho natural y de ley
natural es evidente que la determinación que hace Aristóteles del Derecho
natural sirve o se aproxima al entendimiento de lo que es la ley natural como
la regla del Derecho natural.
El paso a seguir en esta exposición es determinar cómo caracteriza el
Estagirita lo justo natural. Siguiendo a Verdross, según Aristóteles no hay
más que dos clases de Derecho: el natural y el positivo. Ellos están en per-
fecta correspondencia con las dos especies de ley: la natural y la positiva.
En la Retórica, Aristóteles señala que hay dos clases de leyes. Por un
lado, las leyes propias de cada pólis y, por otro, aquellas que son comunes
a todas las póleis, y que son las que proceden de la naturaleza:
163 Cfr. Aristóteles, Retórica (edición bilingüe, traducción, prólogo y notas de A. Tovar),
Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1971, 1373 b 2-11.
164 Cfr. Verdross, A., La Filosofía del Derecho del mundo occidental (traducción de M.
de la Cueva), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962, p. 74.
165 Cfr. ibid., p. 74-5.
Se dice que son perfectas las cosas que han alcanzado la plenitud del fin,
siendo este bueno [...] Las cosas, pues, que se dice que son por sí perfectas se
dicen tales en todos estos sentidos: unas, porque nada les falta en cuanto a su
bien, ni nada las supera, ni cabe encontrar fuera de ellas nada; otras, en ge-
neral, porque nada las supera en su género, y porque nada hay fuera de ellas169.
Tanto para Aristóteles, como para Platón, el deber ser tiene sus raíces en
la naturaleza dinámica del ser finito, pues el télos del hombre determina la
norma que debe regir su conducta a fin de alcanzar su posible perfecciona-
miento. En consecuencia, el hombre se conduce bien y correctamente si
aplica sus energías a la realización del fin que corresponde a su naturaleza,
por lo que no puede proponerse cualquier género de fines, ya que las normas
para su conducta le están más bien prefijadas por su naturaleza eidética171.
Con estos fundamentos Verdross esquematiza en estas fórmulas la teoría
platónica-aristotélica del valor: a) los seres finitos no son estáticos, sino
dinámicos; b) la dinámica de todas las cosas está determinada objetivamente
por el fin (télos) hacia el que están destinadas por su naturaleza; c) la
Moral y el Derecho no dependen de la voluntad caprichosa del hombre, sino
que están determinados objetivamente por la naturaleza misma del hombre
y por la comunidad que se basa en aquella; d) no existe una separación total
o radical entre el ser y el deber ser, pues este se encuentra enraizado en el
ser del hombre172.
Entonces, la ley natural puede entenderse claramente como un orden a
la entelequia, que dentro de las categorías aristotélicas es la cualidad, posi-
tiva si es un orden adecuado y, negativa si es un desorden respecto de ella.
173 Texto elaborado en base a apuntes y actas de clases del Prof. Félix Lamas en el
Seminario de Metafísica del Centro de Estudios Ítalo-Argentinos de Dialéctica, Metodología
y Filosofía del Derecho y del Doctorado en Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad
Católica Argentina, años 2019-20.
174 Además lógos significa palabra, pensamiento objetivo, concepto, discurso, etc. El
contenido lógico del pensamiento y el cálculo, por ejemplo, también son lógos.
El logos y el noûs no son dos facultades sino dos funciones del mismo
intelecto agente. Según Aristóteles, a su vez, las funciones teóricas y prác-
ticas no especifican en dos al noûs. Es uno solo y el mismo abarca ambas
esferas. Ahora bien, en su función práctica, es la fuente de la ley natural o
la ley natural misma. En cuanto la conducta humana es una cosa (res), que
tiene efectos reales, tiene un ser cuya verdad intrínseca es inmediatamente
captada por la inteligencia inmediata. Y en tanto está dirigida a fines en-
cuentra en el noûs la dirección intelectual más general.
4.1. Introducción
176 Cfr. Soria, C.: en Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Tomo VI (texto latino de la
edición crítica leonina, traducción y anotaciones por una comisión presidida por Fr. F. Barbado
Viejo OP), Madrid, BAC, 2013, comentario a la cuestión 94, pp. 118-9.
177 Cfr. ibid, q. 91, p. 48.
178 Esta imagen o phántasma es un signo formal de la realidad, es decir, un signo en el
qué y por el qué el objeto real percibido se hace presente al sujeto cognoscente, imprimiendo
en este su forma sensible que, a su vez, es manifestación material y accidental de la forma
esencial. El fantasma del que hablamos, que es al que hace referencia Aristóteles al final de los
Segundos Analíticos, es fruto no sólo de las funciones representativas sensibles sino también de
los juicios discriminativos (semejante-diferente, agradable-desagradable, útil-nocivo, grande-
pequeño, etc.) de la cogitativa, que es la facultad sensible (sentido interno) judicativa de la
sensibilidad, que en el hombre opera bajo el imperio de la razón.
179 Hay que tener presente esta cierta dialéctica que se verifica en la percepción: una cosa
es la forma esencial de un objeto y otra la forma que es una cualidad (un accidente material)
exterior que manifiesta aquella.
180 Texto elaborado en base a apuntes y actas de clases del Prof. Félix Lamas en el
Seminario de Metafísica del Centro de Estudios Ítalo-Argentinos de Dialéctica, Metodología
y Filosofía del Derecho y del Doctorado en Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad
Católica Argentina, del año 2020, sobre el tema “La experiencia en la génesis de las ciencias”.
181Aristóteles, Tratados de Lógica (Órganon) II (introducción, traducción y notas de M.
Candel Sanmartín), Madrid, Editorial Gredos, 1998, 100 a 2-9.
182 Ibid., 100 a 15-b 2.
183 Ibid., 100 b 3-4.
El intelecto posible tiene dos grandes funciones, por una parte la función
raciocinante y, por otra parte, el conocimiento inmediato del ser, la inteli-
gencia inmediata. Los principios son conocidos a través de un hábito, de
una inclinación natural de la inteligencia inmediata que es innata. Se trata
de lo que Aristóteles llama noûs, el hábito de los primeros principios, tra-
ducido como intellectus por los medievales.
Ahora bien, el Estagirita analiza las fuentes de los enunciados verdade-
ros y establece la teoría de la inducción. Es la segunda operación del es-
píritu y sede de la verdad. Allí muestra la génesis noética de los principios
y usa los términos arjée y noûs. Expresa que como consecuencia de la
experiencia, empeiría, se forma en el alma un phántasma, es decir, una
imagen cargada de significado y enriquecida por la cogitativa y la memoria;
no es la imagen que produce la imaginación, que es más sencilla. En ella
luce el universal (el hombre no “fabrica” el universal sino que lo “ve” me-
diante esa luz que es el intelecto agente). No es una copia, ni una represen-
tación, sino que el phántasma es el portador de la forma del objeto. Dice
Aristóteles que el espíritu profiere, descubre y expresa los principios en
materia teórica y práctica, y en esta captación de la realidad está la fuente
orientativa de la conducta humana.
La empeiría es la experiencia habitual, es decir, es el esquema percep-
tivo ya consolidado gracias al trabajo de los sentidos internos; esquema que,
como se ha dicho, es el phántasma previo a la abstracción. En cambio, la
percepción, es la experiencia como acto, la aístheesis. Aristóteles dice que
la empeiría se construye gracias a una multiplicación de percepciones o
experiencias individuales que se unen a partir de una discriminación que
permite distinguir lo semejante de lo diferente, de tal modo que lo semejante
se agrupa y se separa de lo diferente.
Lamas esquematiza la doctrina de aristotélica de la fuente de cono-
cimiento de los primeros principios, expresada en los textos citados, de la
siguiente manera185:
a) Cabe identificar la experiencia (empeiría), en cuanto experiencia
habitual, con el esquema perceptivo186, fruto a su vez de múltiples per-
185 Cfr. Lamas, F., Dialéctica y concreción del Derecho, Buenos Aires, IEF “Santo Tomás
de Aquino”, 2022, pp. 29-30.
186 Cfr. Lamas, F., La experiencia jurídica, pp. 107-23 (siguiendo en este punto la
cosa constituida por esa esencia, o que realiza la misma. Toda interpretación
nominalista es así imposible frente a la claridad de los textos aristotélicos.
h) Ahora bien, los principios (arjái) y la inteligencia inmediata (noûs)
no operan de la misma manera en el conocimiento y ciencias teóricas y en
el conocimiento y hábitos intelectuales prácticos (phrónesis o prudencia y
tejné, arte o técnica). La diferenciación que es propia de la intelección es,
sin dudas, determinación; pero ella, en el caso de las ciencias, se detiene en
lo universal y necesario. En el caso del conocimiento práctico, en cambio,
la determinación llega al singular, pues la acción es del singular. A esta
máxima determinación denominamos concreción.
i) En la acción, a la que se extiende y en la que termina el conocimiento
práctico, se perciben el universal y los principios, pero no ya en la
concreción fenoménica, confusa e indiferenciada, sino en la determinación
concreta y diferenciada. El discernimiento de lo práctico-concreto, pues, no
es resultado de una deducción, aunque puede de hecho presuponerla
muchas veces.
j) El Derecho natural, por su parte, no puede quedar relegado al plano
de la mera abstracción. En efecto, en tanto sea entendido como principio
intrínseco de validez, se verifica en la concreción de la acción o de las
circunstancias que la determinan, sin perjuicio de que las trascienda, como
todo universal.
6. La Ética Nicomaquea187
187 Texto elaborado en base a apuntes y actas de clases del Prof. Félix Lamas en el
Seminario de Metafísica del Centro de Estudios Ítalo-Argentinos de Dialéctica, Metodología
y Filosofía del Derecho y del Doctorado en Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad
Católica Argentina, del año 2020, sobre el tema “La experiencia en la génesis de la ciencias”.
Ahora bien, como ya se señaló, Aristóteles dice que las cosas relativas
a la praxis son individuales y extremas. En la dialéctica hay dos puntos
extremos: la percepción y los principios. Por una parte, hay que destacar
que en materia práctica existen cosas individuales. La acción no solo es de
un individuo, sino que también se encuentra individuada por las circunstan-
cias. Como dice Santo Tomás, en el Tratado de los actos humanos, las cir-
cunstancias son como los accidentes de la sustancia en una acción. Toda
praxis está situada y la situación es el resultado de todas las circunstancias.
Por otra parte, los principios son algo extremo porque no hay nada más
abstracto y universal que ellos. Las cosas prácticas, entonces, son de un
extremo en tanto son individuales. Pero también en la conducta opera el
entendimiento –usando la palabra entendimiento en el sentido más estricto:
el noûs–, es decir, los principios. El noûs “tiene también por objeto lo ex-
tremo en las dos direcciones…”. Por un lado, lo máximamente universal,
los principios, y por el otro, en materia práctica, tiene por objeto también lo
individual y concreto.
El problema que suscita cierta perplejidad quizás es la afirmación de que
el noûs, la inteligencia inmediata y hábito de los primeros principios, sea de
los extremos, vale decir, del momento más universal y del más singular del
pensamiento práctico. Más aún, se afirma de algún modo la identificación
de percepción (aístheesis) e inteligencia inmediata (noûs). Y dado que el
noûs, en su función práctica –que en cuanto hábito Santo Tomás denomina
sindéresis –, o es el Derecho natural en su aspecto normativo, o al menos es
su fuente normativa, resulta que el Derecho natural aparece no solo fuera
de toda dialéctica –bajo forma de lógos– sino mezclado con la experiencia191.
7. Consideraciones finales
191 Idem.
192 Una forma pura sin materia, en cierto modo, per se secundo, es acto puro, por ejemplo,
un ángel que también es espíritu creado. El noûs del hombre es tan espiritual como el espíritu
del ángel, solo que el primero está unido a la materia en el alma y necesita para operar de la
cooperación del cuerpo, aunque su acto propio no sea material.
193 El hábito es una forma accidental (cualidad). Aristóteles dice que la virtud moral no
depende solo de una buena elección, sino además, de un juicio. Es un acto de la voluntad según
un juicio que la guía. Esto es así porque la libertad implica una esfera de contingencias y una
necesidad normativa. El juicio práctico perfecto es una norma. Es regla del obrar, se inscribe
en el apetito y se convierte en una estructura formal permanente de este y, así, es una virtud
prácticamente indefectible.
194 Texto elaborado en base a apuntes y actas de clases del Prof. Félix Lamas en el
Seminario de Metafísica del Centro de Estudios Ítalo-Argentinos de Dialéctica, Metodología
y Filosofía del Derecho y del Doctorado en Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad
Católica Argentina, del año 2020, sobre el tema “La experiencia en la génesis de la ciencias”.
195 Idem.
197 Cfr. Aristóteles, Ética Nicomaquea, L. X, 1178 b 21-33, 1179 a 25-33; 1179 b 22 (diá
tinas theías aitías).
198 No debe confundirse el fin trascendente con el transeúnte. Puede haber un fin transeúnte,
pero en operaciones que no son ya totales de la sustancia. Por ejemplo, la construcción de una
casa. Aquí se observa una fabricación y un fin transeúnte. La casa construida es el fin terminativo
y la casa a construir es el fin motivo. Se trata de las acciones que se llaman transitivas, es decir,
acciones poiéticas.
199 Forma dat esse.
200 La vida sensible, la vida práctica y la vida teorética o contemplativa. Cfr. Bossini,
L.A., La verdad del Derecho, pp. 80-2.
201 Cfr. L. VIII, 1249 b 16-21.
202 Cfr. Lamas, F., Tradición, ley natural y gnosticismo, Capítulo “La crisis de la
doctrina clásica de la ley natural” (en preparación). Lamas, F., Filosofía del Estado - Política
y tradición, 2011, p. 92. Recuperado de: http://www.viadialectica.com/material_didactico/
libro_filosofia_estado.html.
5. Conclusión
principio último de la existencia de todas las cosas), que gobierna todos los
entes203.
Esta mirada, desde una perspectiva metafísica, muestra que aquello que
pensó Aristóteles también estuvo – aún sin conocerlo – en la mente de San
Agustín, tal como se verá en el próximo capítulo. De ellos lo tomó Santo
Tomás. Una doctrina que llegó a la Escuela Española del Derecho Natural
y de Gentes, y a nosotros, con veinticuatro siglos de tradición.
203 Texto elaborado en base a apuntes y actas de clases del Prof. Félix Lamas en el
Seminario de Metafísica del Centro de Estudios Ítalo-Argentinos de Dialéctica, Metodología
y Filosofía del Derecho y del Doctorado en Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad
Católica Argentina, del año 2020, sobre el tema “La experiencia en la génesis de la ciencias”.
1. El estoicismo griego
Con los estoicos, desde los finales del Imperio de Alejandro en el siglo
IV a. C., comienza a corromperse la idea de ley natural que acuñaron Platón
y Aristóteles.
Los estoicos hacen uso de la concepción heracliteana panteísta de la
realidad; así el mundo es una totalidad divina, regida por la providencia que
es el gobierno del lógos mediante una ley natural y eterna, que penetra todas
las cosas y a las que impone una estricta necesidad. Física y Metafísica se
identifican, o mejor dicho, no es posible una auténtica Metafísica, pues no
hay ninguna trascendencia. Se trata de un inmanentismo absoluto204. El lógos
divino es inmanente a las cosas mismas ya que está constitutivamente den-
tro de ellas. “Dios está mezclado con la materia, penetra toda la materia y
la conforma”.205 El lógos es, al mismo tiempo, el gobernante y el conductor
sobre todos los asuntos divinos y humanos. Es la autoridad que determina
lo que es moral e inmoral; es la medida de lo justo e injusto y prescribe a
los seres sociales, por naturaleza, que es lo que deben hacer y les prohíbe lo
que no deben realizar206.
204 Cfr. Lamas, F., Tradición, ley natural y gnosticismo, Capítulo “La crisis de la doctrina
clásica de la ley natural” (en preparación).
205 Arnim, H., Stoicorum Veterum Fragmenta, Stutgardiae In aedibus B. G. Tuebneri,
1964, II, 310.
206 Cfr. ibid., III, 314.
207 Ramírez, S., El Derecho de Gentes, Madrid, Ediciones Studium, 1955, p. 10-1.
De los griegos pasó esta doctrina a los romanos. Según Cicerón, hay una
ley verdadera (la expresión parece tener resonancias platónicas) que es a la
vez criterio racional, natural y divino del discernimiento de lo bueno y de
lo malo, de lo justo y de lo injusto. Las otras leyes –las que promulgan los
hombres– serán verdaderas leyes en tanto se ajusten a esta regla y medida
universal de la naturaleza cósmica y de la sabiduría divina208. Como se ve,
se adopta claramente la doctrina estoica209.
La doctrina jurídica de Cicerón intenta exponer las bases filosóficas del
Derecho. Estos fundamentos se encuentran en la naturaleza racional hu-
mana, tal como lo expresa en De legibus:
Se lee en La república:
Existe una Ley verdadera (est quidem uera lex); es la recta Razón
(recta ratio) congruente con la Naturaleza (naturae congruens), difundida
en todos (diffusa in omnes), constante, eterna (constans, sempiterna). Nos
llama a cumplir con el deber, nos prohíbe el fraude y lo destierra. No ordena
ni prohíbe en vano a los buenos, aunque no ejerce influencia en los malos.
Ningún principio puede alterarla. Nadie tiene derecho a derogarla en cual-
208 “Están, pues, la Lex y las leges. La primera es la uera Lex. Las otras podrán ser uerae
o non uerae. ¿De qué dependerá? Pues de la correspondencia que estas últimas tengan con
la primera: ‘Nosotros, para distinguir la ley buena de la ley mala, no podemos recurrir a otro
criterio que el de la Naturaleza’ (De Leg. I, 16, 44)”, la versión es de Di Pietro, A., La ley en
Cicerón, en MOENIA XXX-XXI, Bs.As., setiembre-diciembre, 1987, p 70.
209 Cfr. Lamas, F., Tradición, ley natural y gnosticismo, Capítulo “La crisis de la doctrina
clásica de la ley natural” (en preparación).
210 Cicerón, De legibus – Las leyes (traducción, introducción y notas por A. D’Ors),
Madrid, I.E.P., 1970, L. I, 17.
Lex est ratio summa, insita in natura, quae iubet ea, quae facienda sunt,
prohibetque contraria212.
213 Cfr. Cicerón, Las leyes (traducción, introducción y notas de C. Pabón de Acuña),
Madrid, Gredos, 2009, Cap. 15-16, p, 40. Ramírez, S., El Derecho de Gentes, p. 14.
214 Cicerón, La invención retórica (introducción, traducción y notas de S. Nuñez), Madrid,
Gredos, 1997, L. II, Cap. 54, 162, p. 302, L. II, Cap. 22, 65, p. 237.
215 Cicerón, De legibus, L. II, 4, 10.
216 Cfr. Lamas, F., Tradición, ley natural y gnosticismo, Capítulo “La crisis de la doctrina
clásica de la ley natural” (en preparación).
217 Hanc igitur video sapientissimorum fuisse sententiam, legem nique hominum ingeniis
excogitatam, nec scitum scitum aliquod ese populorum, sed aeternum quiddam, quod universum
mundum regeret imperandi prohibendique sapientia. Ita principem legem illam et ultimam
mentem ese dicebant omnia ratione aut cogentis aut vetantis dei. Ex qua illa lex quam di
humano generi dederunt, recte es laudata: est enim ratio mensque sapientis ad iubendum et
ad deterrendum idonea (Cicerón, De legibus, L. II, 4, 8). Ergo ut illa divina mens summa lex
est, ítem quom in homine est perfecta in mente sapientis (Cicerón, De legibus, L. II, 5, 11).
218 Cfr. De legibus, II, 4, 8.
219 Cfr. ibid., 4, 10.
220 Cfr. idem. De republica, III 21.
3. San Agustín
San Agustín, en sus comienzos, confunde la ley natural con la ley divina
al modo de los estoicos, aunque se refiere a ella como ley natural. Sin em-
bargo, en la madurez de su vida hace una mención a la ley natural distin-
guiendo la Ley Eterna y la participación de la Ley Eterna en la naturaleza
humana y, esta última, es la fuente de Santo Tomás.
[...] toda ley justa se encuentra escrita y como impresa en el corazón del
hombre obrador de justicia, y no como si emigrase, sino por una especie de
“intro-impresión”, como del anillo pasa la imagen a la cera sin abandonar la
sortija228.
Sin duda esta grabación puede verse perturbada por las malas pasiones,
pero no obstante, no puede ser borrada totalmente, pues al menos, quedarán
227 Cfr. Verdross, A., La Filosofía del Derecho del mundo occidental, pp. 105-7.
228 San Agustín, Obras, Tomo V Tratado sobre la Santísima Trinidad (edición bilingüe,
introducción y notas de L. Arias), Madrid, BAC, 1956, L. XIV, C. 15, p. 813.
siempre sus contornos en la conciencia de los hombres. Con esta tesis San
Agustín rechazó la idea de la corrupción total de la naturaleza humana a
consecuencia del pecado original: la naturaleza del hombre, aun corrom-
pida, en la medida en que es naturaleza es siempre buena. Incluso “los
gentiles, que no tienen ley, esto es, la ley de Dios, naturalmente cumplen los
preceptos de la ley, y que estos tales para sí mismos son ley y llevan la obra
de la ley escrita en sus corazones”229.
San Agustín lo sintetiza en estas palabras:
229 San Agustín, Obras, Tomo VI Tratados sobre la Gracia, Del espíritu y de la letra
(edición bilingüe, versión, introducción y notas de V. Capanaga, E. López, A. Centeno, E. de
Vega, T. de Castro), Madrid, BAC, 1971, C. XXVIII, p. 675.
230 San Agustín, Escritos antimaniqueos (2°) Contra Fausto (introducción, traducción,
notas e índices de P. de Luis), Madrid, BAC, 1993, 22, 28.
231 San Agustín, Obras, Tomo III Obras filosóficas, Del libre albedrío (edición bilingüe,
versión, introducción y notas de los padres V. Capanaga, E. Seijas, E. Cuevas, M. Martínez,
M. Lanseros), Madrid, BAC, 1947, p. 273.
232 San Agustín, Obras, T° XVII, La ciudad de Dios 2° (edición bilingüe, traducción de
S. Santamarta del Río y M. Fuertes Lanero), Madrid, BAC, 1978, XIX 27, p. 629.
233 Cfr. idem. Nota de la edición.
234 Cfr. Verdross A., p.106.
todas las cosas hacia determinados fines, creando un orden jerárquico que
lo abraza todo, y que en este orden las cosas que tienen vida están sobre las
que no la tienen. Entre los seres vivos, aquellos que poseen sesnsibilidad
están sobre los que no la tienen, lo que quiere decir que los animales están
sobre las plantas. A su vez, entre los seres que poseen sensibilidad, los
dotados de razón están colocados sobre los irracionales, o sea, los hombres
son superiores a los animales. Finalmente, los hombres están dirigidos hacia
Dios, por lo que todos ellos son iguales entre sí, al menos en la medida en
que la sociedad no exige un orden de supra e infra ordenación. Según la
explicación de San Agustín, Dios ordenó al universo en forma escalonada235.
La consideración del hombre como ser jerárquicamente superior en el
orden de la creación –porque es un ser dotado de razón y social– lleva a la
conclusión de San Agustín de que los hombres están dirigidos hacia Dios.
Así también el Estado como consecuencia directa de la sociabilidad hu-
mana. Esta cualidad social del hombre lleva al Santo a nuevas conclusiones
al vincular la justicia y el Derecho con Dios.
En Roma faltaba la justicia porque se privaba al verdadero Dios del
homenaje justo que debe darse. Su religión era politeísta, idólatra y estaba
llena de falsedades. El Santo de Hipona toma de Platón que la justicia es la
base de la vida política, y le da una nueva dimensión, considerando el ver-
dadero culto al Dios verdadero como la justicia verdadera, que debe informar
el espíritu de toda sociedad política. Y, no solo el Estado, sino toda la vida
social romana estaban minados por esta injusticia radical que no daba a Dios
lo que es de Dios236. San Agustín lo dice en estos términos:
238 Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 94, a. 4, resp.
239 Idem.
240“Se dice que la sindéresis es ley de nuestro entendimiento, porque es un hábito que
contiene los preceptos de la ley natural que son principios primeros del obrar humano” (Cfr.
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 94, a. 1, ad. 2).
3. La sindéresis
Así como en el alma humana hay cierto hábito natural que llamamos
intelecto especulativo, por el cual se conocen los principios de las ciencias
teoréticas, así también, hay en ella cierto hábito natural de los primeros
principios de lo agible, que son los principios universales de la ley natural,
los cuales ciertamente pertenecen al hábito de la sindéresis. El hábito no
existe en otra potencia que no sea la razón, que conoce naturalmente. El
conocimiento natural, entonces, conviene a la razón según algún hábito
4. La síntesis tomista
bus concludit manifestum esse quod necesse est prima universalia prin-
cipia cognoscere per inductionem. Según el Aquinate adquirimos el cono-
cimiento universal a partir de las cosas singulares, por eso, es necesario
admitir que los primeros principios se conocen por inducción.
De la misma manera que en el conocimiento especulativo se produce un
proceso que va desde los primeros principios, evidentes, con sus derivacio-
nes más próximas, hasta las conclusiones más remotas, así, en el cono-
cimiento práctico, que produce los mandatos de la ley natural, hay un orden
en el que se pueden distinguir tres grados o momentos264.
El primero de estos momentos son los principios primeros o comunes
de la ley natural evidentes a todo hombre. El primer principio práctico es
“hay que hacer el bien y evitar el mal” y en este se fundan todos los demás265.
Con estos términos lo señala Santo Tomás: “así como el ente es la noción
absolutamente primera del conocimiento, así el bien es lo primero que se
alcanza por la aprehensión de la razón práctica, ordenada a la operación;
porque todo agente obra por un fin, y el fin tiene razón de bien. De ahí que
el primer principio de la razón práctica es el que se funda sobre la noción
de bien, y se formula así: ‘el bien ha de hacerse y buscarse; el mal ha de
evitarse’. Y sobre este se fundan todos los demás preceptos de la ley natural,
de suerte que cuanto se ha de hacer o evitar caerá bajo los preceptos de esta
ley en la medida en que la razón práctica lo capte naturalmente como bien
humano”266.
Sobre estos fundamentos Santo Tomás sostiene que “así como nada hay
firme en el ámbito de la razón especulativa a no ser por reducción a los
primeros principios indemostrables, así nada hay consistente en el terreno
de la razón práctica sino por reducción al fin último, que es el bien común.
264 Estos grados o momentos son: 1) los preceptos primarios de la ley natural que son
universalísimos y evidentes a todo hombre con uso de razón; 2) los preceptos secundarios de
la ley natural, o sea, las conclusiones próximas e inmediatas deducidas con facilidad de los
principios anteriores por todos los hombres; 3) los preceptos de tercer grado de la ley natural,
o sea, las conclusiones remotas y lejanas deducidas racionalmente pero conocidas solo por los
sabios luego de una diligente consideración.
265 Cfr. ibid., I-II, q. 94, a. 2 resp.: “los principios de la ley natural son en el orden práctico
lo que los primeros principios de la demostración en el orden especulativo, pues unos y otros
son evidentes por sí mismos”.
266 Ibid., I-II, q. 94, a. 2 resp.
que conviven con él bajo el gobierno divino”290. “La ley divina impone
preceptos de todas aquellas cosas por las que la razón humana se dispone
debidamente”291.
290 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 100, a.5, resp.
291 Ibid., I-II, q. 100, a.2, resp.
292 Cfr. Lamas, F., “Tradición y doctrina clásica de la ley natural”, pp. 56-7.
293 Cfr. Platón, Las Leyes, L. IV, 716 c 4-5.
1. Recapitulación final
294 Texto elaborado en base a apuntes y actas de clases del Prof. Félix Lamas en el
Seminario de Metafísica del Centro de Estudios Ítalo-Argentinos de Dialéctica, Metodología
y Filosofía del Derecho y del Doctorado en Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad
Católica Argentina, del año 2020, sobre el tema “La experiencia en la génesis de las ciencias”.
3. Corolario
296 Mt. 22, 34-40; Lc. 10, 25-29; Mc. 12, 28-34.
La ley natural es expresión racional del orden del fin y en esa medida es
principio en un sentido más fuerte que en el máximamente abstracto y uni-
versal. Como dice Ramírez la sindéresis no es otra cosa que el orden racio-
nal habitual al fin.
La ley natural es la expresión racional del orden real de las especies, en
especial la humana; orden materialmente racional (efecto de una Inteligen-
cia Ordenadora), dirigido a fines perfectivos naturales, de cada naturaleza
específica, y de la naturaleza cósmica y, en definitiva, ordenación formal a
un fin trascendente, que es Dios, principio y fin de todo lo existente299.
Al integrar las tres perspectivas resulta que la ley natural es el primer
principio evidente de la conducta humana que expresa las tendencias fina-
listas de la naturaleza del hombre (que el hombre lee en la consideración de
su propia naturaleza) y que son participación de la Inteligencia Ordenadora
de Dios. O, en otros términos, es el principio intelectual evidente (noûs, in-
tellectus, inteligencia inmediata) del orden racional de la conducta hacia los
fines del hombre que son participación de la Sabiduría Ordenadora de Dios.
En su esencia la ley natural es la ley fundada en la naturaleza que el
hombre descubre, con evidencia, en su propia naturaleza.
297 Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II q. 100 a. 3, ad. 1.
298 Ibid., I-II q. 100 a. 11 resp.
299 Cfr. Lamas, F. “Tradición y doctrina clásica de la ley natural”, p. 55.
300 Cfr. Lamas, F., “Tradición y doctrina clásica de la ley natural”, p. 53.
301 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-IIae, q. 91 a. 2 sol. 3.
filosofia, Pisa-Roma, Fabrizio Serra Editore, Fascicolo 2, Volume 22, 2013, pp.
279-301.
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