Gabino Barreda
Gabino Barreda
Gabino Barreda
(Gabino Barreda y Moisés; Puebla, 1818 - Ciudad de México, 1881) Médico, filósofo y
político mexicano. Realizó los primeros estudios en su estado natal y, más tarde, marchó a
la capital del país para ingresar en el Colegio de San Ildefonso. Abandonó la carrera de
derecho antes de graduarse y se inscribió en el Colegio de Minería para estudiar química.
Posteriormente se recibió como médico, profesión que comenzó a ejercer durante las
guerras de 1843 y 1847, alistado como cirujano en el ejército nacional. Llegó a ser hecho
prisionero tras la Batalla del Molino del Rey, en las cercanías de Ciudad de México.
Gabino Barreda
Entre 1847 y 1851 completó su formación científica en París, donde, por mediación de
Pedro Contreras Elizalde, conoció a Augusto Comte y su filosofía positivista. Convencido del
valor de esta doctrina para resolver los problemas fundamentales de México, regresó a su
país con los seis volúmenes del Curso de filosofía positiva del francés y el propósito de divulgar
el positivismo. Para ello fundó la Sociedad Metodófila, germen del que surgiría más tarde
un proyecto político: el Partido Científico. Barreda ejerció su magisterio en las cátedras de
filosofía médica, física, historia natural y patología médica que regentó en la Escuela
Nacional de Medicina mexicana y más tarde en la Facultad de Medicina.
Sin hipérbole y, al propio tiempo, sin temor a equívoco puede afirmarse que la educación mexicana se divide en dos
grandes etapas: antes y después de Barreda. Antes de las reformas educativas implantadas por Barreda, nuestra
educación se movía aún en los marcos estrechos de los colegios religiosos, la lógica no rebasaba los límites de la
neoescolástica de Balmes y su escuela. Tan atrasada era la educación superior en nuestro país, que los más radicales
de nuestros políticos, como Valentín Gómez Farías y José María Luis Mora, ante la imposibilidad de mejorar la
Universidad, decidieron cerrarla.
Así, los liberales habían emprendido una labor de carácter destructivo: la Universidad (Real y Pontifica, al mismo
tiempo), no estaba con la exigencias de la época y, por el contrario, era uno de los reductos del pensamiento
reaccionario. Para combatirla, se consideró necesario destruirla.
Barreda, en cambio, inaugura la etapa constructiva de nuestra educación. Y lo hace, además, con una serie de criterios
generales que conservan, aún hoy, plenamente, su vigencia. Pues aun cuando sea verdad que el Positivismo, que él
trajo a nuestro país, era, en tanto que filosofía, una escuela caduca en Europa, en México representaba, por el
contrario, un avance fundamental. Y no sólo eso. Barreda no fue un servil imitador de las enseñanzas de un maestro
Augusto Comte, de quien tomó directamente un curso en París, sino un pedagogo que desarrolló y sistematizó todo
por un cuerpo de teoría educativa, con aplicación directa y practica en la enseñanza de nuestro país.
Para Barreda en primer término, la educación constituía un instrumento fundamental de cohesión social. Gracias a ella
vislumbraba la posibilidad de construir una organización racional: la sociedad mexicana anularía sus contradicciones
internas por este medio. Pero, en segundo término, Barreda era plenamente consciente de que la educación debería
apoyarse en métodos antes que en contenidos y que, por ello, debería desarrollar en el educando sus capacidades
creadoras. No ponía el acento, por lo mismo, en una educación memorística, sino en los procesos lógicos o, mejor
dicho, en los procesos que tendían a la construcción de las estructuras cognoscitivas fundamentales.
De esta manera, el plan formulado por Barreda ascendía de lo simple a lo complejo y de lo abstracto a lo concreto;
cultivaba a la vez el entendimiento y los sentidos y, por sobre todo, echaba por tierra cualquier principio de autoridad.
Así, dice el ilustre educador, primero raciocinio puro, después observación como base del raciocinio, y luego,
observación y experimentación reunidas, van formando la escala lógica por la que debe pasar nuestro espíritu al
caminar desde las matemáticas hasta la física".
Las ciencias particulares encontraban, en el plan, un lugar sistemáticamente establecido, de conformidad con un
criterio lógico ( y, por supuesto, pedagógico ); la zoología, por ejemplo, cumplía una función clave: enseñar un "artificio
lógico ", el arte de las clasificaciones, para de ahí aprender a fondo una aspecto del método general que condujera al
educando al manejo de las analogías. Con otras palabras: a Barreda le importaba, antes que otra cosa, el desarrollo de
un método científico. De esta suerte, pensaba que la enseñanza que se recibía en la Escuela Nacional Preparatoria era
un "curso que culminaba, por supuesto, en el curso abstracto de esta disciplina".
La carta que dirigió a Mariano Riva Palacio, gobernador del Estado de México, en la que le da razón de los propósitos
que animan la Escuela Nacional Preparatoria, es un documento notable por su concisión y profundidad; para nuestro
país, significó una revolución profunda en los métodos de enseñanza. Barreda propuso y desarrolló un conjunto
pedagógico coherente, en el que se buscaba conciliar la teoría y la práctica, lo abstracto y lo concreto.
En ese conjunto orgánico y coherente, sin embargo, pronto empezaron a introducirse grietas, mutilaciones y
tergiversaciones. Algunos pedagogos advirtieron que era escaso el énfasis que se daba a otros aspectos importantes
de la educación, como la literatura y el arte. Luego, se advirtió que si bien era cierto que la educación propugnada por
Barreda era filosófica, se trataba de una filosofía, entre otras muchas y posibles. Así, poco a poco, el conjunto
coherente y sistemático fue reformado hasta ser, hoy irreconocible, si se le compara con el formulado por Barreda ( Ya
es una incongruencia el que se haya dividido la educación media en dos grandes segmentos: la "secundaria" y la
"preparatoria ", que para Barreda constituían una inseparable unidad ).
La educación propugnada por Barreda era tan sólida porque, pese a todas sus posibles deficiencias, está apoyada en
un cuerpo orgánico de ideas. Después de él vinieron enmiendas sobre enmiendas, remiendos sobre remiendos,
parches sobre parches. Las generaciones egresadas de la Escuela Nacional Preparatoria concebida por Barreda
poseyeron, por ello mismo, una formación que está muy por encima de las que han recibido las generaciones
posteriores, antes y después de la Revolución. Pues la educación ha de ser obra de filósofos, y ha sido ésa una de las
pocas ocasiones, si no, acaso, la única, en que un filósofo tuvo en sus manos la posibilidad de moldear, al través de la
educación, el espíritu de un pueblo. Y sus altos resultados no desmerecieron de sus propósitos.