Dios - La Santísima Trinidad
Dios - La Santísima Trinidad
Dios - La Santísima Trinidad
Si Jesucristo era Dios, no bajó a la tierra meramente por darse un paseo. Debió de hacerlo para
enseñarnos el camino que nos lleve hasta Él, que nos haga felices. Por eso, dada nuestra condición
social debió fundar una congregación o asociación de fieles perfectamente organizada. En la Biblia
debo de buscar eso, dado que es el Libro que contiene la Palabra de Dios. Pero como han pasado
muchos años desde que Jesucristo vino al mundo, lógicamente debió dejar a alguien responsable para
que velara para que su mensaje no fuera manipulado por los hombres e hicieran una religión a su
gusto. Por eso se hace necesaria la búsqueda de una Congregación de fieles cristianos (que sigan a
Cristo), que haya sido fundada por Jesucristo (directamente, no por medio de otros) y que tenga un
representante genuino hoy en la Tierra.
El Catecismo de la Iglesia Católica señala lo siguiente al tratar este tema:
751 La palabra "Iglesia" ["ekklèsia", del griego "ek-kalein" - "llamar fuera"] significa "convocación". De-
signa asambleas del pueblo (cf. Hch 19, 39), en general de carácter religioso. Es el término frecuente-
mente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegi-
do en la presencia de Dios, sobre todo cuando se trata de la asamblea del Sinaí, en donde Israel recibió
la Ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo (cf. Ex 19). Dándose a sí misma el nombre de
"Iglesia", la primera comunidad de los que creían en Cristo se reconoce heredera de aquella asamblea.
En ella, Dios "convoca" a su Pueblo desde todos los confines de la tierra. El término "Kiriaké", del que
se deriva las palabras "church" en inglés, y "Kirche" en alemán, significa "la que pertenece al Señor".
752 En el lenguaje cristiano, la palabra "Iglesia" designa no sólo la asamblea litúrgica (cf. 1 Co 11, 18; 14,
19. 28. 34. 35), sino también la comunidad local (cf. 1 Co 1, 2; 16, 1) o toda la comunidad universal de los
creyentes (cf. 1 Co 15, 9; Ga 1, 13; Flp 3, 6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La "Igle-
sia" es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades loca-
les y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuer-
po de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.
Muchas veces, en catecismos más populares, hemos visto esta definición de Iglesia: La Santa
Iglesia es la congregación de los fieles cristianos, fundada por Jesucristo, y cuya cabeza visible es el
Papa. Veamos qué nos dice la Sagrada Escritura al respecto.
Tenemos, pues, tres significados de la expresión Reino de Dios o Reino de los Cielos:
La vida de la gracia en el alma
La Iglesia aquí en la tierra
El Cielo
Cabe decir que existe una estrecha relación entre los tres significados: Cristo funda la Iglesia
peregrina aquí en la tierra para establecer en las almas el reino interior de la gracia santificante y
conducirlas así al reino eterno de la gloria que es el Cielo. La Iglesia, pues, sería el instrumento
elegido por Dios para salvarnos, para comunicarnos la vida de la gracia y asegurarnos así la vida eterna
de la gloria, haciendo posible incluso que la cizaña se convierta en trigo y los peces malos en buenos.
Pero hasta el final, hasta la siega estarán mezclados buenos y malos.
"Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo." Escuché, en cierta ocasión, una canción evangélica de
la banda Audio Adrenaline que dice: "quiero ser tus manos, quiero ser tus pies". Resulta lógico pensar con
la mayoría de los evangélicos que Jesús necesita gente que lleve adelante su obra en la Tierra. En el pa-
saje evangélico vemos que Él mismo quiere que alguien lidere a su gente en la Tierra. Esta persona no
está ocupando el lugar de Jesús, simplemente guía a la Iglesia, la conduce, igual como Pedro lo hizo en
su tiempo por ejemplo cuando decidió reemplazar a Judas (Hc 1, 15). Jesús podría haberlo hecho de
otra manera: tras una votación, una reunión o inspirado a través del Espíritu, pero no lo hizo. Lo hizo
tal y como lo señala el evangelio. Esperó que el Padre inspirara a Simón bar Jonás. Y tras esta
afirmación de fe, mejor dicho: sobre esta afirmación de fe, Jesús bendice a Simón. Dijo san Juan Pablo II:
A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe…. A los discípulos, como haciendo un primer balance de su
misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautis -
ta; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —
¡y cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente ex-
cepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero que no consigue encuadrarlo
entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, ¡Jesús es muy
distinto! Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo
de su persona, lo que él espera de los « suyos »: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt
16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega
realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios vivo» (Mt 16,16). ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si que-
remos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación
clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: « No te ha revelado
esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos » (16,17). La expresión «
carne y sangre » evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no
basta. Es necesaria una gracia de « revelación » que viene del Padre (cf. ibíd.). Lucas nos ofrece un dato que sigue
la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús « estaba orando
a solas » (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del
rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del
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silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más
auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del
evangelista Juan: « Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad » (Jn 1,14). (Novo Milenio Ineunte, n.
20-21)
Tú eres Pedro y sobre está piedra edificaré mi Iglesia. Cristo, al escoger a Pedro, hace un
juego de palabras. Un juego de palabras con Pedro y piedra. En arameo, que es la lengua que
Cristo hablaba, se utiliza la misma palabra. Exactamente la misma: kefá. Y Cristo hace un juego
de palabras cuando habla a Pedro y le dice: Tú eres kefá y sobre esta kefá edificaré mi Iglesia.
Cristo hace a Pedro piedra fundamental de su Iglesia. A Pedro lo hace fundamento. Las casas
no se edifican sobre arena, se edifican sobre roca. Por consiguiente, si queremos que la Iglesia
de Cristo no se la lleve el viento, no se derrumbe, hay que edificarla sobre roca, sobre
fundamento. Y este fundamento es kefá, “la roca”, Pedro.
Conviene notar que en la Biblia cuantas veces Dios cambia el nombre a una persona, el nuevo
nombre indica también una misión especial (Cfr. Gn 17, 5: 5 No te llamarás más Abram, sino que tu nombre será
Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido; y Gn 17, 15-16: 15 Dijo Dios a Abraham: "A Saray, tu
mujer, no la llamarás más Saray, sino que su nombre será Sara. 16 Yo la bendeciré, y de ella también te daré un hijo. La bende-
ciré, y se convertirá en naciones; reyes de pueblos procederán de ella." ; y 32, 28-29: 28 Dijo el otro: "¿Cuál es tu nombre?" -
"Jacob." 29 "En adelante no te llamarás Jacob sino Israel; porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres, y le has
vencido."). Por tanto, en el designio de Jesucristo, aquel hombre llamado Simón y a quien llama ahora
Pedro, recibe el oficio de piedra fundamental visible, sobre el cual Cristo edificará su Iglesia.
Jesús dijo "sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. ¿Quién es el sujeto del verbo edificaré? Jesús. Por
consiguiente, Jesús es el constructor, el dueño y cabeza de la Iglesia. El Papa, Pedro, va a ser su vicario
y con él van a trabajar los obispos, pero ni ellos ni el Papa son los dueños. Y esto ha sido así desde los
albores del cristianismo. El rey, el dueño, la cabeza es Jesús.
Queda claro que el fundador de la Iglesia es Jesús, no está hecha ni inventada por el hombre. Es
obra de Dios. Jesús dijo: edificaré mi Iglesia. No dijo "edificarás" ni "edificarán". Sin lugar a dudas, la
Iglesia preparada desde Mt 16, 18, es concebida en la Cruz [viendo como simbolismo de ella el Agua y
la Sangre brotadas del costado de Cristo] y nace, ve la luz, en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo des-
ciende sobre los Apóstoles y discípulos reunidos (Hc 2, 3). El Espíritu Santo nunca se retiró y ha perma-
necido en la Iglesia desde entonces.
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allí todo lo de valor de la casa de su padre - sus descendientes valecerán contra ella.19A ti te daré las llaves
y su posteridad -, todo el ajuar menudo, todas las tazas y cánta- del Reino de los Cielos; y lo que ates en la
ros. 25 Aquel día - oráculo de Yahveh Sebaot - se removerá la tierra quedará atado en los cielos, y lo que
clavija hincada en sitio seguro, cederá y caerá, y se hará añicos desates en la tierra quedará desatado en los
el peso que sostenía, porque Yahveh ha hablado. cielos.»20Entonces mandó a sus discípulos
que no dijesen a nadie que él era el Cristo.
En el pasaje de Isaías Sebná era el canciller, el primer ministro del rey Ezequías. Este primer mi -
nistro tenía un lugar especial por encima del gabinete. Sebná falló y fue infiel, de modo que Dios nom -
bra a Eliaquim como primer ministro dándole "las llaves del Reino", es decir, toda la autoridad. En san
Mateo, Pedro recibe de Jesús las llaves tal como Eliaquim las recibió de Dios a través de Isaías. El teólo -
go protestante Albright dice al respecto: Es indudable que Isaías 22, versículo 15, está detrás de las palabras
de Jesús en Mateo 16,18. Las llaves son el símbolo de la autoridad y...la misma autoridad con que es investido el
vicario, el amo de la casa, el mayordomo de la casa real del antiguo Israel. En Isaías Eliakim es presentado pose-
yendo esta misma autoridad. Y David Palm, también evangélico, escribió: Mucho antes de tener la menor
sospecha de que un día me haría católico abracé lo que actualmente la mayoría de los académicos pro -
testantes sugieren; esto es que "la roca" de Mateo 16, 18 se refiere a la persona de Pedro y que él es el ci -
miento sobre el cual Cristo fundará su Iglesia. Fui después desafiado por otros académicos y por los
apologistas católicos a ver desde el uso que Jesús hace de Is 22,22 en Mt 16,19 que Nuestro Señor, el
Hijo de David y nuevo Rey de Israel restablecía así el cargo del vicario/canciller/primer ministro o
"mayordomo de la casa real". Aquel que supervisa SU casa. Jesús allí le daba este cargo a Pedro simbo-
lizado en las "Llaves del Reino". Esta institución no tiene nada de contrario. No hay antítesis entre Jesu-
cristo, su Señorío supremo y un mortal que lo sirve como su "vicario" en la Tierra. (http://www.mwt.-
net/~lnpalm/jw_jpk.htm)
Is 22, 22: Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y nadie
cerrará, cerrará, y nadie abrirá.
Ap 3, 7: Al Ángel de la Iglesia de Filadelfia escribe: Esto dice el Santo, el Veraz, el que
tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abri -
r.Antiguamente, todas las ciudades se amurallaban y tenían su puerta. Y
la puerta tenía su llave, que la tenía la autoridad, por lo que el símbolo de
la autoridad y del poder eran las llaves. Todo el mundo conoce el cuadro
de La rendición de Breda. El príncipe de Nassau entrega las llaves de
Breda al marqués de Spínola. Lo mismo se ve en el cuadro de Pradilla, de
la rendición de Granada: los Reyes Católicos reciben las llaves de Granada
del rey Boabdil. Lo que se entregan son las llaves como símbolo de
rendición. Transmisión de autoridad, transmisión de poder.
Lo que tú ates, en la tierra, quedará atado en el cielo; lo que tú desates en la tierra, quedará
desatado en el cielo. Cristo-Dios ata y desata en el cielo lo que Pedro ata y desata aquí. Esto es tener
autoridad. Cristo hace a Pedro autoridad suprema, universal y única; y de esta autoridad suprema,
universal y única, hace el fundamento de su Iglesia. El fundamento no puede faltar. Allí donde esté el
pontificado, allí está la Iglesia de Cristo. Porque Cristo edifica su Iglesia sobre una autoridad universal,
suprema y única. Toda sociedad que no quiera perecer, que quiera permanecer, que no se quiera
disgregar, necesita una autoridad que dé unión, que dé disciplina, que organice. Esto es elemental.
Cristo a su Iglesia le otorgó una autoridad, para que no se desmoronara, para que no desapareciera con
el tiempo, puesto que iba a durar hasta el fin del mundo: Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos
(Mt 28, 20)1.
1Traemos a consideración el testimonio de James Akin que se convirtió analizando Mt 16, 17-19: Este pasaje fue
de gran importancia para mi conversión. Por años me dije a mí mismo, como cualquier protestante, que la Roca a
la que Jesús se refería en el pasaje no se refería a Pedro sino a la revelación de que Jesús era el Mesías. Con todo y
esto, un día estaba leyendo este mismo pasaje y algo de lo que no me había percatado antes, llamó mi atención.
Eventualmente noté muchas cosas acerca de este texto que señalan que Pedro era la Roca de la que hablaba Jesús,
por hoy quiero compartir solamente un par de ellas. Observando la estructura en que Jesús habla, él hace tres de -
claraciones, todas ellas dirigidas a Pedro. La primera da inicio diciendo "Bienaventurado Tú". La segunda comien-
za, "Tú eres Pedro". Y la tercera dice: "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos". Lo primero que noté es que en
este pasaje Jesús bendice a Pedro. Observemos la primera y tercera oraciones que él hace: "Bienaventurado seas",
dice Jesús, "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos". Yo me sentiría grandemente bendecido si Jesús me dijera
algo semejante, y sé que cualquiera se sentiría de la misma forma. Esto es significativo porque, si en la primera y
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Cuando Jesús en Mt 16, 19 dice: lo que tú ates, a Pedro, lo dice, según el original griego utilizan-
do "tú" en singular. Cuando en Mt 18, 18, Jesús está enseñando a sus discípulos y utiliza el plural en el
original griego para [hablando de "la comunidad" = "la Iglesia"] decir "atad". La yuxtaposición de estos
dos versículos establece una estructura jerárquica en el seno de la Iglesia recién fundada por Jesucristo.
En primer lugar figura Él, como Pastor y cabeza. Tras Él su vicario, la Piedra, Pedro que tiene las llaves
y la facultad de atar y desatar). Participando de este poder los Apóstoles que tienen el poder de atar y
desatar.
la tercera oración Jesús hace beatificaciones a Pedro, entonces la oración del centro -la segunda- también es una
beatitud hacia Pedro. Esto quiere decir que cuando Jesús dice: "Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella...", El está diciendo algo que magnifica o
engrandece a Pedro. Esto es muy importante en sí porque, tratando de decir que la Roca es otra y no Pedro, las
personas que se disputan el papado tratan de decir que Jesús se opone a la bendición de Pedro en este pasaje y
que en realidad pretende rebajarlo. Ellos aseguran, y yo mismo lo hice en un tiempo antes de convertirme al Cato-
licismo, que lo que en realidad dice Jesús en este pasaje es: Te digo ciertamente, Pedro, que tú eres una pequeña piedra,
tan pequeña e insignificante que no se compara a la Gran Piedra de la Revelación que Soy Yo, y yo mismo construiré mi Igle -
sia... Pero cuando ponemos esta frase en el contexto de la dos beatitudes pronunciadas por Jesús hacia Pedro, an-
tes y después de citar la frase en cuestión, dicha interpretación carece de sentido. Jesús pudo haber dicho: Bien-
aventurado eres Simón, hijo de Jonás (tú, pequeña cosa), aquí están las llaves del Reino de los Cielos... Entonces no tendría-
mos que buscar más y sería claro que Pedro es la Roca sobre la que construiría su Iglesia. Otra de las cosas de que
me percaté acerca de este pasaje, es que cada una de las tres declaraciones que Jesús hace a Pedro tiene dos partes,
la segunda explicando la primera. De tal manera de que cuando Jesús hace su primer declaración diciendo "Bien-
aventurado eres Simón, hijo de Jonás", el significado -la razón por la que es bendecido- es explicada en la segunda
parte de la oración, donde dice "porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi padre que está en los cielos".
De forma similar, cuando Jesús hace su tercer declaración y dice "A tí te daré las llaves del Reino de los Cielos" el sig-
nificado -parte de lo que implica tener las llaves- queda claro en la segunda parte de la oración donde dice "y lo
que ates en la tierra quedará atado en los cielos; y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos". Esto quiere de-
cir que cuando hace la segunda declaración comenzando "Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro" su significado -lo
que implica ser Pedro- se encuentra en la segunda parte que dice "y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas
del Hades no prevalecerán contra ella". Hay también muchas otras razones por las que Pedro debe ser la Roca a la
que Jesús se refiere. Por ejemplo, notemos que este pasaje muestra a Jesús separado de la Iglesia que construye,
no siendo parte de ella, y en esto no puede estar su fundamento -punto que descubrí leyendo un comentario
Evangélico Protestante acerca de este mismo pasaje. Las dos razones que he mostrado aquí han sido instrumento
de mi conversión, y son también la razón por la que he querido compartirlas. Cuando me di cuenta de que Jesús
estaba haciendo de Pedro la Roca sobre la que construiría la Iglesia, esto significaba que Pedro estaría a cargo de
ella cuando Jesús ascendiera al Cielo. El sería la cabeza de los apóstoles, el líder de la Iglesia terrena y, como per -
cibí, el líder de la Iglesia en la tierra era una muy buena descripción de la función del Papa. Al percatarme de que
sin duda era Pedro la Roca de la que se habla en este pasaje, tuve que reconocer que los católicos estaban en lo co-
rrecto y que Pedro realmente era el primer Papa. (http://www.apologetica.org/papado.htm)
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enseñaría todo y les recordaría todo lo que Él les había dicho (Jn 14, 26) para conducirlos a un
conocimiento cada vez más pleno de la verdad (Jn 16, 12-13).
Por eso San Pablo le encarga a Timoteo dos tareas:
1ª-> II Tim 2, 15 -> Procura cuidadosamente presentarte ante Dios como hombre probado, como obrero que no
tiene por qué avergonzarse, como fiel distribuidor de la Palabra de la verdad. Debe enseñar la verdad;
2ª-> I Tim 1, 3-4 (3Al partir yo para Macedonia te rogué que permanecieras en Éfeso para que mandaras a algu-
nos que no enseñasen doctrinas extrañas, 4ni dedicasen su atención a fábulas y genealogías interminables, que son más a pro-
pósito para promover disputas que para realizar el plan de Dios, fundado en la fe. ) y I Tim 6, 20 (Timoteo, guarda el depó-
sito. Evita las palabrerías profanas, y también las objeciones de la falsa ciencia) , o sea, velar por la conservación de la
fe e impedir que se enseñen doctrinas falsas.
Pero ¿sobre quién descansa la responsabilidad de velar para que la doctrina no se tergiverse? Jn
21, 15-17 nos da la respuesta. (15 Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: "Simón de Juan, ¿me amas más
que éstos?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis corderos." 16 Vuelve a decirle por
segunda vez: "Simón de Juan, ¿me amas?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis
ovejas."17 Le dice por tercera vez: "Simón de Juan, ¿me quieres?" Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez:
"¿Me quieres?" y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas.)
Pedro recibe la misión de apacentar toda la grey. Apacentar supone guiar, gobernar y alimentar.
De modo que Pedro, constituido pastor universal, debe alimentar a los corderos y ovejas con la
verdadera doctrina de Cristo. Ningún buen pastor da veneno a sus ovejas. Que Pedro se equivoque
supone eso. Cuando Dios elige a una persona para una misión concreta le hace idóneo para esa misión
y vela porque esa misión no se frustre. De ahí que necesariamente Pedro, el
Papa, goza del don de la infalibilidad. En Lc 22, 31-32 Cristo dice a Pedro
en la última Cena: “Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca; y tú, una
vez vuelto, confirma a tus hermanos”. Si tiene que volver quiere decir que se
va a ir. ¿A qué se refiere el Señor? El sentido lo tenemos unos versículos
más allá. Lc 22, 33-34 (33 El dijo: "Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la
muerte."34 Pero él dijo: "Te digo, Pedro: No cantará hoy el gallo antes que hayas negado
tres veces que me conoces."). Todos los Apóstoles iban a sufrir la tremenda
tentación en la noche de la pasión, iban a huir, pero solamente Pedro es
objeto de una oración especial de Cristo. Y Cristo ora para que su fe no
desfallezca. Y la oración de Jesús es siempre escuchada (Jn 11, 42: Ya sabía yo
que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que
tú me has enviado." ). Por tanto, deducimos que Pedro debe dar firmeza,
estabilidad a sus hermanos para lo cual tiene un carisma especial: la
infalibilidad personal.
El Papa2 es, pues, personalmente infalible “cuando, como supremo Pastor y doctor de todos los fieles,
2 La palabra "Papa" proviene del latín papas y ésta del griego πάπας (páppas), "papá", usado en oriente como sig-
no de respeto con obispos y presbíteros y en occidente desde el siglo III específicamente a los obispos. Aún ahora
se emplea en el caso del patriarca ortodoxo oriental de Alejandría y de los sacerdotes ortodoxos. Mencionado en
relación al obispo de Roma desde el siglo V como "Papas Urbis Romae" y con exclusividad desde el siglo VIII.
Propuesta por Urbano II, tras el Gran Cisma, para designar a todos los primeros pontífices de la religión católica
en 1098, reúne las iniciales de: Papa (Petri Apostoli Potestatem Accipiens; y también: Pedro (primer encargado de
la iglesia) Apóstol (que significa 'enviado') Pontífice ('constructor de puentes' (entre el ser humano y Dios) Augus-
to ('consagrado'). Una tercera explicación es que es la unión de las dos primeras sílabas de las palabras latinas: Pa-
ter y Pastor, que se traduce como "Padre y Pastor".
Además del de Papa, recibe otros títulos, que indican de algún modo sus funciones eclesiales: Vicario de
Cristo, Sumo Pontífice, Primado de la Iglesia universal, Obispo de la Iglesia Católica (Catholicae Ecclesiae Episco-
pus), Obispo de los obispos (Episcopus Episcoporum), Patriarca de Occidente, Primado de Italia, Metropolita de
la Provincia Romana y Obispo de Roma. También suele usar el título de Siervo de los siervos de Dios (Servus ser-
vorum Dei). Es además soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano. El título de Papa y aún más especialmente
el de Vicario de Cristo, que antes se atribuía también a los obispos y a los presbíteros, e incluso a los príncipes
cristianos, a partir del siglo IX con Nicolás I y Juan VIII y sobre todo con Gregorio VII e Inocencio III (m. 1216)
quedaron definitivamente reservados para designar al Romano Pontífice.
El Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece la función que el Señor encomendó singularmente a
Pedro, primero entre los Apóstoles, y que habla de transmitirse a sus sucesores, es Cabeza del Colegio de los
Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia Universal en la tierra; el cual, por tanto, tiene en virtud de su fun-
ción, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer
libremente. Es el Vicario de Cristo. El Papa es el Vicario de Cristo en la tierra, y el sucesor de San Pedro en el obis -
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que confirma en la fe a sus hermanos, proclama de forma definitiva la doctrina de fe y costumbres. Por eso se
afirma, con razón, que sus definiciones son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia,
por haber sido proclamadas bajo la asistencia del Espíritu Santo, prometida a él en la persona de San Pedro.
Porque en esos casos, el Romano Pontífice no da una sentencia como persona privada, sino que, en calidad de
maestro supremo de la Iglesia Universal, en quien singularmente reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia
misma, expone o defiende la doctrina de la fe católica” (Lumen Gentium 25). El Papa es personalmente
infalible cuando habla ex cathedra.
pado de Roma y en el gobierno supremo de la Iglesia. El Papa se llama Vicario de Cristo porque hace sus veces en
el gobierno de la Iglesia. Vicario viene de las palabras latinas: vices agere, hacer las veces. El Papa se llama tam-
bién: a) Sumo Pontífice, esto es, sumo sacerdote porque tienen en su poder todos los poderes espirituales con que
Cristo enriqueció a su Iglesia. b) Cabeza visible de la Iglesia, porque la rige con la misma autoridad de Cristo, que
es la cabeza invisible. El jefe supremo de la Iglesia es Jesucristo, que la asiste y dirige desde el cielo. Pero al partir
de este mundo era necesario que dejara quien hiciera sus veces sobre la tierra; y con ese fin designó a San Pedro
(cfr. Mt. 16, 18).
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(869-70), el IV Concilio de Letrán (1215) y el Concilio de Florencia (1439), incluyeron al Papa como
el primero de los cinco Patriarcas de entonces. El título de "Patriarca de Occidente" lo empleó en el
año 642 el Papa Teodoro I y tan solo volvió a aparecer en los siglos XVI e XVII, debido a que los títu -
los del Papa se multiplicaron; en el Anuario Pontificio apareció por primera vez en 1863. Actualmen-
te, el significado del término "Occidente" se enmarca en un contexto cultural que no se refiere única-
mente a Europa Occidental, sino que se extiende desde Estados Unidos a Australia y Nueva Zelanda,
diferenciándose de este modo de otros contextos culturales. Obviamente, este significado del término
"Occidente" no pretende describir un territorio eclesiástico, ni puede ser empleado como definición de
un territorio patriarcal. Si se quiere dar a este término un significado aplicable al lenguaje jurídico
eclesial, se podría comprender solo con referencia a la Iglesia latina. Por tanto, el título "Patriarca de
Occidente" describiría la especial relación del Obispo de Roma con esta última, y podría expresar la
jurisdicción particular del Obispo de Roma para la Iglesia latina. Como el título de "Patriarca de Oc-
cidente" era poco claro desde el inicio, con el desarrollo de la historia se hizo obsoleto y prácticamente
no utilizable. Por eso, no tiene sentido insistir en mantenerlo, sobre todo teniendo en cuenta que la
Iglesia católica, con el Concilio Vaticano II, halló para la Iglesia latina en la forma de las Conferencias
Episcopales y de sus reuniones internacionales de Conferencias Episcopales, el ordenamiento canóni -
co adecuado a las necesidades actuales.
Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos
PRIMADO DE PEDRO
Y DE LA IGLESIA ROMANA RECONOCIDOS HISTÓRICAMENTE
Históricamente está comprobado que San Pedro murió en Roma y que desde un principio, sin
discusión de ninguna clase, el Obispo de Roma ha quedado como sucesor de Pedro, cabeza de la Iglesia
universal, con potestad de jurisdicción para todas la Iglesia. La diferencia entre le Papa y un Obispo
cualquiera está en esta jurisdicción, pues el Papa no es más que cualquier otro
Obispo, pero tiene una potestad de jurisdicción más amplia que abarca a toda la
Iglesia. Esto es reconocido ya en el siglo primero. Así por ejemplo, el año 96, siendo
Papa San Clemente de Roma, tercer sucesor de San Pedro y viviendo aún el apóstol
San Juan, en la Iglesia de Corinto se produjo una especie de cisma. No interviene
San Juan, que era el único apóstol vivo, sino San Clemente de Roma, que era
el Papa. Aún se conserva la carta que Éste escribió como defensa del Papado, en la
que nombra a San Pedro y San Pablo que sufrieron el martirio en Roma durante la
persecución de nerón y exige la obediencia de los rebeldes a la legítima autoridad, y
los corintios le obedecen, reconociendo así la autoridad del Obispo de Roma.
Así lo ha explicado y comentado Benedicto XVI: Por lo que atañe a los jefes de las comunidades, san
Clemente explica claramente la doctrina de la sucesión apostólica. Las normas que la regulan derivan, en última
instancia, de Dios mismo. El Padre envió a Jesucristo, quien a su vez mandó a los Apóstoles. Estos, luego,
mandaron a los primeros jefes de las comunidades y establecieron que a ellos les sucedieran otros hombres dignos.
Por tanto, todo procede "ordenadamente por voluntad de Dios". Con estas palabras, con estas frases, san
Clemente subraya que la Iglesia tiene una estructura sacramental y no una estructura política. La acción de Dios,
que sale a nuestro encuentro en la liturgia, precede a nuestras decisiones y nuestras ideas. La Iglesia es, sobre
todo, don de Dios y no creación nuestra; por eso, esta estructura sacramental no sólo garantiza el ordenamiento
común, sino también la precedencia del don de Dios, que todos necesitamos. (Audiencia General. Miércoles 07
de marzo de 2007)
20
San Ireneo, Obispo de Lyón, discípulo de San Policarpo, Obispo de Esmirna, quien además
había sido discípulo de San Juan Evangelista, escribe en su libro Contra las herejías,
escrito alrededor del año 180, que San Pedro y San Pablo predicaron en Roma y
fundaron dichas Iglesias. Hablando de la Iglesia de Roma dice: A esta Iglesia, por su
preeminencia más poderosa, es necesario que se unan todas las iglesias, es decir los fieles de
todas partes; pues en ella se ha conservado siempre la tradición recibida de los Apóstoles por
los cristianos de todas partes3.También el Papa Benedicto XVI nos ha dejado una
enseñanza sobre san Ireneo: Al aceptar esta fe transmitida públicamente por los Apóstoles a
sus sucesores, los cristianos deben observar lo que dicen los obispos; deben considerar especial -
mente la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de
su antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del Co-
legio apostólico, san Pedro y san Pablo. Todas las Iglesias deben estar en armonía con la Igle-
sia de Roma, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única
fe común de la Iglesia. Con esos argumentos, resumidos aquí de manera muy breve, san Ire-
neo confuta desde sus fundamentos las pretensiones de los gnósticos, los "intelectuales":
ante todo, no poseen una verdad que sería superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es
de origen apostólico, se lo han inventado ellos; en segundo lugar, la verdad y la salvación no son
privilegio y monopolio de unos pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación
de los sucesores de los Apóstoles y, sobre todo, del Obispo de Roma. En particular, criticando el ca -
rácter "secreto" de la tradición gnóstica y constatando sus múltiples conclusiones contradictorias
entre sí, san Ireneo se dedica a explicar el concepto genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres
puntos. (Audiencia General. Miércoles, 28 de marzo de 2007
San Cipriano de Cartago, muerto alrededor del 250, dice que los mismos herejes navegan hasta
la cátedra de Pedro, en busca de aprobación, como si fuese posible inducir a esta cátedra al error. Se
refiere a la herejía montanista que, al ser excomulgados por los obispos del Asia Menor, marcharon a
Roma para ver si podían conseguir la aprobación del Papa, sabiendo bien que, estando en comunión
con el Papa, lo estaban con la Iglesia universal. No lo lograron, evidentemente. Del mismo modo
Benedicto XVI nos ha ilustrado en torno a este Santo Padre del siglo III: Después de la
persecución especialmente cruel de Decio, san Cipriano tuvo que esforzarse denodadamente
por restablecer la disciplina en la comunidad cristiana, pues muchos fieles habían renegado, o
por lo menos no habían mantenido una conducta correcta ante la prueba. Eran los así llama -
dos "lapsi", es decir, los "caídos", que deseaban ardientemente volver a formar parte de la co-
munidad. El debate sobre su readmisión llegó a dividir a los cristianos de Cartago en laxos y
rigoristas…En estas circunstancias realmente difíciles, san Cipriano mostró notables dotes de
gobierno: fue severo, pero no inflexible con los lapsi, concediéndoles la posibilidad del perdón
después de una penitencia ejemplar…
San Cipriano compuso numerosos tratados y cartas, siempre relacionados con su mi-
nisterio pastoral. Poco inclinado a la especulación teológica, escribía sobre todo para la edifi-
cación de la comunidad y para el buen comportamiento de los fieles. De hecho, la Iglesia es —
con mucho— el tema que más trató. Distingue entre Iglesia visible, jerárquica, e Iglesia invi-
sible, mística, pero afirma con fuerza que la Iglesia es una sola, fundada sobre Pedro. No se
cansa de repetir que «quien abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está fundada la Iglesia,
se engaña si cree que se mantiene en la Iglesia» (La unidad de la Iglesia católica, 4). San Cipriano sabe bien, y lo
formuló con palabras fuertes, que «fuera de la Iglesia no hay salvación» (Carta 4, 4 y 73, 21) y que «no puede te-
ner a Dios como padre quien no tiene a la Iglesia como madre» (La unidad de la Iglesia católica, 4).
Una característica esencial de la Iglesia es la unidad, simbolizada por la túnica de Cristo sin costuras (cf.
ib., 7): unidad de la que dice que tiene su fundamento en Pedro (cf. ib., 4) y su perfecta realización en la Eucaris-
tía (cf. Carta 63, 13). «Hay un solo Dios y un solo Cristo —afirma san Cipriano—; una sola es su Iglesia, una
sola fe, un solo pueblo cristiano, que se mantiene fuertemente unido con el cemento de la concordia; y no se puede
separar lo que es uno por naturaleza» (La unidad de la Iglesia católica, 23).(Audiencia General. Miércoles, 6 de
Junio de 2007)
Presentamos una lista de los Papas que han sucedido a San Pedro en el gobierno de la Iglesia:
24
Satanás”. Es decir, el excomulgado ha cometido pecados graves que le han merecido la excomunión;
ahora bien, al pecar gravemente se somete al dominio de Satanás, queda bajo la influencia del demonio.
Y San Pablo dice que le entrega a Satanás para que, en el caso del incestuoso, le atormente su cuerpo,
que le cause toda clase de angustias y sufrimientos, a fin de que se convierta.
Otro caso lo tenemos en I Tim 1, 18-20. (18 Esta es la recomendación, hijo mío Timoteo, que yo te hago, de
acuerdo con las profecías pronunciadas sobre ti anteriormente. Combate, penetrado de ellas, el buen combate, 19 conservando
la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe; 20 entre éstos están Himeneo y Alejandro, a
quienes entregué a Satanás para que aprendiesen a no blasfemar) . Himeneo y
Alejandro son excomulgados por enseñar una doctrina que no estaba de
acuerdo con la doctrina apostólica. Incluso sabemos cuál era esta doctrina
(II Tim 2, 17-18: 17 y su palabra irá cundiendo como gangrena. Himeneo y Fileto son de
éstos: 18 se han desviado de la verdad al afirmar que la resurrección ya ha sucedido; y per -
vierten la fe de algunos): negaban la resurrección, diciendo que era algo
puramente espiritual. Para estos herejes San Pablo dicta sentencia de
excomunión.
También actualmente hay una serie de pecados que tienen pena de
excomunión, sea “latæ sententia”, lo que quiere decir que sólo por el mero
hecho de cometer tal pecado, la persona queda excomulgada (como por
ejemplo el aborto -can. 1398-), sea “ferendæ sententiæ 4“. Todas las leyes
eclesiásticas actuales las tenemos en el Código de Derecho Canónico. La
excomunión, es una medida medicinal, tanto para preservar del contagio a
otros miembros del Cuerpo Místico, como para hacer sentir su pecado al
pecador y llamarle a penitencia. Y esto ya viene desde el tiempo de los Apóstoles, pues en toda
sociedad, es lógico, tiene que haber leyes y poder urgirse su cumplimiento.
San Pablo también da normas, aquí no son leyes, sobre la conducta con los herejes (Tit 3, 10-11:
10
Al sectario, después de una y otra amonestación, rehúyele; 11ya sabes que ése está pervertido y peca, condenado por su
propia sentencia). En II Tes 3, 14 (Si alguno no obedece a lo que os decimos en esta carta, a ése señaladle y no tratéis con
él, para que se avergüence) se da una sanción social para aquel que no obedezca perfectamente a la Iglesia, a
las normas dadas por el Apóstol. El mismo Jesús nos dice que el que no oye su autoridad constituida en
la Iglesia debe ser para nosotros como gentil y publicano (Mt 18, 15-17: 15Si tu hermano llega a pecar, vete y
repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. 16Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos,
para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. 17Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si
hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano).
EN RESUMEN: Todos estos textos indican claramente que la Iglesia tiene la potestad de gobernar, es
decir de dar leyes y de imponer una sanción. Potestad que viene de Cristo. Así se explica perfectamente
Lc 10, 16 (Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me
rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.). Si oímos al Papa, oímos a Cristo; si
desechamos al Papa, desechamos a Cristo y, al desechar a Cristo, desechamos al Padre Celestial. Todo
4 Según el canon 1314, “las penas generalmente son ferendae sententiae, de modo que sólo obliga al reo desde que
le ha sido impuesta; pero es latae sententiae, de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito, cuando
la ley o el precepto lo establece así expresamente”. Por lo tanto, en derecho canónico de modo general -salvo que
se indique expresamente- la pena le debe ser impuesta al reo de modo expreso, mediante un proceso judicial o -
excepcionalmente- un procedimiento administrativo, según prevén los cánones 1341 y 1342; en ambos casos el im-
putado goza de todas las garantías. Estas son las penas ferendae sententiae. Pero en algunos casos el reo incurre en
la pena latae sententiae, es decir, automáticamente, por el hecho de cometer el delito. Esto es, se obliga al reo a con-
vertirse él mismo en juez propio, y juzgar que ha incurrido en el tipo penal. El derecho canónico prevé que este
modo de imponer la sanción penal sea excepcional, para los delitos más graves. Se debe tener en cuenta en las
censuras además la contumacia, peculiar institución canónica por la que sólo se impondrá una censura al reo si
antes se le ha amonestado al menos una vez, dándole un tiempo prudencial para la enmienda (c. 1347). Así pues,
en la censura impuesta latae sententiae, ¿dónde está la amonestación? Se suele considerar que la amonestación se
incluye en la propia norma penal que advierte al reo que incurrirá en la censura si comete el delito. Es por eso co -
herente que el c. 1323, 2º, exime totalmente al infractor de una pena que ignoraba que estaba infringiendo una ley
o precepto. Y si sabía que infringía una ley pero ignoraba sin culpa que su conducta lleva aneja una pena, el canon
1324 § 1, 9º, sale en su ayuda al declarar que la pena se convierte en ferendae sententiae. De modo que se puede de-
cir que efectivamente la amonestación está en la norma, pues si la desconoce no incurre en la censura latae senten-
tiae. Según estas indicaciones, queda patente el carácter pastoral en la Iglesia del derecho penal.
25
esto es para bien de los fieles.
Un Obispo también puede dar leyes en su diócesis, pero, evidentemente, siempre que esté de
acuerdo con las leyes generales de la Iglesia, con sumisión absoluta al Papa.
La obediencia debida a la Iglesia no se refiere sólo a las leyes, sino también a sus enseñanzas, ya
que aquel que no sigue las enseñanzas que han sido confiadas al Pedro y a Los Apóstoles, no puede
salvarse (Mc 16, 15-16). Recuérdese que la Iglesia no se equivoca en sus enseñanzas. Luego puede
condenar doctrinas erróneas y debemos obedecerle. Aquí es válido el consejo de San Ignacio de Loyola:
“Si yo digo negro, pero el Papa dice blanco, siempre será blanco”.
El CREDO DEL PUEBLO DE DIOS, publicado por Pablo VI, dice así: “Creemos en la Iglesia, que
es Una, Santa, Católica y Apostólica, edificada por Jesucristo sobre la piedra que es Pedro. Ella es el Cuerpo
Místico de Cristo, al mismo tiempo sociedad visible, instituida con organismos jerárquicos y comunidad
espiritual, la Iglesia terrestre, el pueblo de Dios peregrino aquí abajo... y que tiende a su realización perfecta más
allá del tiempo en la gloria”.
Las notas o caracteres que distinguen a la verdadera Iglesia de las falsas son las que hallamos en
la profesión de fe del Credo Niceno-Constantinopolitano: “Creo en la Iglesia una, santa, católica y
apostólica”. Así pues, éstas serán las llamadas notas o cualidades distintivas de la Iglesia de Cristo que
la distinguirán visiblemente de las otras iglesias, que son cristianas, pero no fueron fundadas por
Cristo.
UNIDAD
Mt 16, 18: Cuando Cristo habla de la Iglesia dice “mi” Iglesia, nunca “mis” Iglesias. El hecho
fundacional de la Iglesia ya indica su unidad. La Iglesia es Una debido a su origen. "El modelo y princi-
pio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de per -
sonas". La Iglesia es Una debido a su fundador. "Pues el mismo Hijo encarnado por su cruz reconcilió a todos
los hombres con Dios, restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo". La Iglesia es Una
debido a su "alma": "El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza
esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la
Iglesia". Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una. (CIC, 813)
¿En qué consiste esa unidad? O mejor dicho, ¿en qué cosas fundamentales debemos formar
una unidad?
Cristo fundó una sola Iglesia, que debía formar “un sólo rebaño y un solo pastor” (Jn 10, 16); y la
confió al cuidado de Pedro (Jn 21, 15-17). Esta Iglesia constituye un solo cuerpo animado por un solo
Espíritu (I Cor 12, 4-13). Se trata de una UNIDAD DE RÉGIMEN.
Ef 4, 4-6: 4Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. 5Un solo Señor,
una sola fe, un solo bautismo, 6un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.
Lógicamente este último texto condena todas las posibles herejías, pues no puede haber más de una
doctrina, una fe, ya que la verdad es una y por lo mismo inamovible (Jd 3: Queridos, tenía yo mucho
empeño en escribiros acerca de nuestra común salvación y me he visto en la necesidad de hacerlo para exhortaros a
combatir por la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre). UNIDAD DE FE.
I Cor 10, 17: Formamos un solo cuerpo por comer un solo Pan, nos habla San Pablo de la UNIDAD
DE CULTO.
Por consiguiente, la unidad de la Iglesia consiste en una unidad de fe, de régimen y de culto.
Mt 12, 25: Jesús nos dice: Todo reino en sí dividido, será desolado; y toda casa en sí dividida no
subsistirá. El texto griego es sumamente expresivo: “Todo reino en sí dividido” ( o sea partido
26
en partes, fragmentado) se convertirá en desierto, en yermo ( ); la ciudad o casa, no se
podrá sostener (). Luego desde el momento que la Iglesia se
dividiese en cualquiera de sus tres unidades (de fe, de culto o de régimen), desaparecería del mundo,
con lo cual quedaría frustrado el plan de Cristo.
Jn 17, 11; 17 y 21-23: Cristo mismo ora por la unidad de su Iglesia5.
La división actual de los cristianos es un serio inconveniente para la credibilidad del mensaje de
Cristo, sobre todo de cara a los no cristianos. A raíz del Concilio Vaticano II vemos en numerosas Igle-
sias cristianas un amplio movimiento ecuménico, muy impulsado por el Papa san Juan Pablo II, sin
duda inspirado por el Espíritu Santo.
El decreto sobre el Ecumenismo del Concilio Vaticano II dice: “Hoy, en muchas partes del mundo,
por inspiración del Espíritu Santo, se hacen muchos esfuerzos con la oración, la palabra y la acción para llegar a
aquella plenitud de unidad que Jesucristo quiere”. (Unitatis redintegratio 4), pero la deseada unidad se ha
de hacer en la verdad y la caridad (Ib. 24). Por lo cual es necesario ahondar cada vez más en la verdad
revelada para así llegar a formar un día “un solo rebaño y un solo pastor”.
Pero la unidad que Cristo concedió desde un principio a su Iglesia, sigue diciendo el citado
documento, “creemos que subsiste indefectiblemente en la Iglesia Católica y esperamos que crezca cada día hasta
la consumación de los siglos” (Idem 4), pues la única y verdadera Iglesia de Cristo
está edificada sobre Pedro (Idem 4). “Recuerden todos
los fieles, sigue diciendo la Unitatis redintegratio, que
tanto mejor promoverán e incluso practicarán la unión de
los cristianos cuanto mayor sea su esfuerzo por vivir una
vida más pura según el Evangelio” (Idem 7).
SANTIDAD
Mc 16,15-16: La Iglesia de Cristo es santa por su fin: santifi-
car a las almas. Por los medios que tiene para esta acción santificado-
ra, los Sacramentos; porque su Cabeza, Cristo, es santa y además
porque muchos de sus miembros también lo son. Pensemos en los innumerables santos que tienen la
Iglesia. La Iglesia es Santa, porque Cristo "la amó y dio su vida por ella". Esto lo hizo para consagrarla. En
Ella dejó el Señor todo el tesoro de su santidad adquirido por su muerte y resurrección y así la Iglesia
es dispensadora de santidad y santifica a todos sus miembros desde el bautismo hasta la última despe -
dida, luchando siempre por purificarla del pecado
5 “El Evangelio de Juan nos dice que Jesús ha rogado al Padre para que sus discípulos sean uno, "como tú... en mí y yo en ti" (cf. Jn
17,21). Este pasaje refleja la firme convicción de la comunidad cristiana primitiva de que su unidad era fruto y reflejo de la unidad del Pa -
dre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto, a su vez, muestra que la cohesión recíproca de los creyentes se fundaba en la plena integridad de la
confesión de su credo (cf. 1 Tm 1,3-11). En todo el Nuevo Testamento vemos cómo los Apóstoles fueron llamados reiteradamente a dar ra -
zón de su fe, tanto ante los gentiles (cf. Hch 17,16-34) como ante los judíos (cf. Hch 4,5-22; 5,27-42). El núcleo central de su argumenta-
ción fue siempre el hecho histórico de la resurrección corporal del Señor de la tumba (Hch 2,24-32; 3,15; 4,10; 5,30; 10,40; 13,30). La efica-
cia última de su predicación no dependía de "palabras rebuscadas" o de "sabiduría humana" ( 1 Co 2,13), sino más bien de la acción del Es-
píritu (Ef 3,5), que confirmaba el testimonio autorizado de los Apóstoles (cf. 1 Co 15,1-11). El núcleo de la predicación de Pablo y de la
Iglesia de los orígenes no fue otro que Jesucristo, y "éste, crucificado" (1 Co 2,2). Y esta proclamación debía de ser garantizada por la pure-
za de la doctrina normativa expresada en las fórmulas de fe, los símbolos, que articulaban la esencia de la fe cristiana y constituían el fun-
damento de la unidad de los bautizados (cf. 1 Co 15,3-5; Ga 1,6-9; Unitatis redintegratio, 2). [Benedicto XVI. durante el encuentro con
unos 250 representantes de otras confesiones cristianas en la Iglesia de San José, en Nueva York, 19-IV- 2008 (ZENIT.org)]
27
santidad, ya que por el Bautismo el cristiano se ha incorporado en Cristo (Cfr. Rom 6,14; 16-18 y 22-23;
Col 3,1-15; II Cor 7,1; I Tes 4,3; Rom 12,2;II Ped 1,5-11).
Si leemos con detenimiento la LUMEN GENTIUM, constitución dogmática del Concilio
Vaticano II, veremos cómo insiste en la obligación que tenemos todos los cristianos de aspirar a la
santidad. En el Nº 42, dice: “Quedan, pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar
insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado”.
El mismo Cristo nos dice: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). No es
un mandato exclusivo para los que se han consagrado a Dios. Es un mandato parar todos, pues lo dice
en el Sermón de la montaña. Y si nos fijamos en el contexto, sobre todo en los versículos anteriores (43-
48), veremos que insiste de un modo especial en la caridad, en el perdón de los enemigos, la bondad en
general con los demás. Por tanto, la perfección, la santidad que nos pide Jesús, es de un modo especial
la perfección en la caridad, en el amor de benevolencia y de beneficencia (en tratar de querer siempre y
procurar en la medida de nuestras fuerzas el máximo bien de todas las personas, amigos o enemigos,
conocidos o desconocidos, buenos o malos, etc.). (Cfr. I Jn 3, 16)
Afirmamos, pues, la santidad de la Iglesia desde el misterio de su ser. Cuando la Sagrada Escri-
tura habla de santidad, está haciendo mención a algo que es propiedad y pertenece a Dios, al solo san -
to. Por tanto, la santidad no expresa en la Biblia una actitud ética primordialmente, sino una apropia -
ción por parte de Dios que santifica una realidad profana. De ahí que podamos afirmar que la Iglesia es
santa porque:
Es de Dios y para Dios. Él la elige y crea un pueblo santo, al que es incondicionalmente fiel y
no abandona a los poderes de la muerte y de la contingencia del mundo (Mt 16,18)
Jesucristo, el Hijo amado de Dios, se entregó por la Iglesia para hacerla santa e inmaculada
(cfr. Ef 5,27), uniéndose con ella de forma indisoluble (cfr. Mt 28, 20).
El Espíritu Santo, prometido por Jesucristo (Jn 14,26; 16,7-9), está presente en ella, actuando
con poder y haciéndola depositaria de los bienes de la salvación que debe transmitir; la verdad de la fe,
los sacramentos de la nueva vida, los ministerios.
Sin embargo, al acoger a hombres y mujeres pecadores, la propia Iglesia es pecadora, necesitan-
do convertirse al Evangelio para manifestar con su vida lo que es su ser más profundo.
El apóstol Pablo nos recuerda a los cristianos que, por el bautismo, hemos nacido a una nueva vida que
transforma nuestro modo de obrar y que hace de nuestra existencia cotidiana un servicio a Dios (Ef 2,
4-5). Esta conversión de actitudes, valores y comportamientos no es fruto de un empeño personal, sino
efecto del Espíritu Santo que actúa en nosotros si somos capaces de dejarnos transformar por Él.
Por todo lo anterior, podemos concluir que la Iglesia es santa en su ser más profundo, pero pe-
cadora y en constante conversión en su visibilización en el mundo.
Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado
heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la iglesia reconoce el poder
del espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos
como modelos e intercesores. Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de la renovación
en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia. En efecto, "la santidad de la Iglesia es el se -
creto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero" (CIC,
828)
La Iglesia en la santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin mancha ni arrugo. En cambio, los
fieles cristianos se esfuerzan todavía en vencer el pecado para crecer en la santidad. Por eso dirigen sus
ojos a María. En ella, la Iglesia es ya enteramente santa.
CATOLICIDAD
La Iglesia de Cristo es también Católica, es decir, universal. Del griego "καθολικός" ('general',
'universal'), formado por la preposición "kátha" y el adjetivo "hólos" ('todo', 'entero', 'completo'). La
Iglesia Católica se autodenomina así desde al menos el I Concilio de Constantinopla (381) uno de cuyos
dogmas fue "Creemos... en una sola Santa Iglesia, Católica y Apostólica".
Mc 16,15-16 (15Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. 16El que crea y
sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.) ; Mt 24,14 (Se proclamará esta Buena Nueva del Reino en el mundo
entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin) y Mt 28,18-20 (18Jesús se acercó a ellos y les
habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. 19Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí
que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»).
28
Una objeción-> Pero no todos aceptan la doctrina de Cristo.
Ya nos lo predijo el mismo Jesús al decir que el que no creyere -se entiende: después de haber
conocido la verdadera Iglesia- será condenado (Mc 16, 16). Ciertamente la Biblia habla de aquellos que
no la aceptan, no obedecen a la fe, etc. (Cf. II Tes 3,2; Rom 10,16), de los que apostatan de ella (I Tim
1,19-20 y II Pd 2,1). Es interesante ver las causas que indica la Biblia en estos casos concretos de las
apostasías y de la pérdida de la fe. Por una parte la codicia (I Tim 6,10) y por otra la falsa ciencia (I Tim
6,20-21) Por supuesto puede haber muchas otras causas.
Sin embargo, la Iglesia de Cristo es la única que salva. Esto es mucho más profundo de lo que
parece. Sin Cristo no hay salvación (Hc 4, 12); todos los que se salvan, se salvan gracias al sacrificio re-
dentor de Cristo (I Jn 2,2; Mt 26,26-28) y este único sacrificio de Cristo lo ha dejado en la Iglesia, en la
Celebración de la Eucaristía (Lc 22,19-20), para aplicar a todos los hombres sus méritos redentores.
Por tanto nadie se salva sin la Iglesia porque nadie puede salvarse sin Cristo. Nadie, ni el salvaje
que no sabe que vino Cristo, pero que conoce la existencia de Dios y que, por amor a Dios, se arrepiente
de sus pecados con un acto de contrición perfecta y se salva; pues ni éste se salva sin la Iglesia, porque
las gracias actuales que recibe para convertirse las debe a la Iglesia Católica que hace presente sobre el
altar el único sacrificio redentor de Cristo, del que proceden todas las gracias que reciben las personas
de cualquier religión, y es con la libre colaboración a estas gracias, como pueden alcanzar la salvación.
Así se comprende que el Concilio Vaticano II diga que la Iglesia es “sacramento universal de salvación”
(Lumen Gentium 48).
I Tim 2,1-4: 1Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos
los hombres; 2por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible
con toda piedad y dignidad.3Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, 4que quiere que todos los hombres se salven
y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Los católicos deberíamos ser también “católicos”, o sea
universales, en nuestra oración, rogando por todo el mundo, tomando como cosa propia cuanto afecta
a Cristo y su Iglesia en cualquier parte de la tierra. Deberíamos aprender a salir de nuestro egoísmo y
nuestros propios y mezquinos intereses (I Tim 2,1-4).
APOSTOLICIDAD
La verdadera Iglesia de Cristo es apostólica por su origen, pues está edificada sobre Pedro y
“sobre el fundamento de los Apóstoles y profetas” (Mt 16,18; Ef. 2, 20).Por tanto, se pierde la apostolicidad al
apartarse de Pedro. Es el caso de los cismáticos y herejes.
Es también apostólica por su doctrina, pues precisamente el don de la infalibilidad es para
asegurar esta doctrina apostólica hasta el final de los tiempos.
Igualmente es apostólica por su misión, que es siempre la misma que Cristo confió a sus
Apóstoles: enseñar, gobernar y santificar a las almas y así asegurarles su entrada en la vida eterna.
Por tanto, “la Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera” (Decreto sobre la actividad
misionera de la Iglesia 2) y esto hasta el fin del mundo (Mt 28, 19-20). Por consiguiente, todos los
bautizados debemos sentirnos misioneros y actuar como tales, sobre todo en nuestra vida (Mt 5,13-16; I
Pd 2,11-12), pero también con nuestra palabra (I Pd 3,15-16).
“La Iglesia es una, como la comunidad de Pentecostés –dijo el Papa Benedicto XVI-. La Iglesia es san-
ta, no por sus méritos, sino porque, animada por el Espíritu Santo, mantiene firme su mirada hacia Cristo, para
ser conformarse con Él y con su amor. La Iglesia es católica, porque el Evangelio está destinado a todos los pue-
blos. La Iglesia es apostólica porque cuida fielmente las enseñanzas de los Apóstoles por la ininterrumpida su-
cesión apostólica”. (Benedicto XVI – Solemnidad de Pentecostés, 27 May. 07).
29
IDENTIFICACIÓN CIENTÍFICA DE LA TUMBA
Y
DE LOS RESTOS DE SAN PEDRO EN EL VATICANO
Información tomada de P.Loring, S.J.
La identificación científica de la tumba de san Pedro es obra de los padres jesuitas Kirschbaum
y Ferrúa, y de los señores Ghetti y Josi. Todo empezó en 1939, con Pío XII cuando se estaban llevando a
cabo unas excavaciones para preparar la tumba de Pío XI. Mientras se estaban haciendo las
excavaciones se descubrió un mosaico.
Existía una tradición que decía que debajo del altar papal, debajo del baldaquino de Bernini, de-
bajo de la cúpula de Miguel Ángel, había una necrópolis, un cementerio, donde había sido enterrado
san Pedro. Cuando al hacer la excavación para enterrar a Pío XI apareció un mosaico, Pío XII mandó
que siguieran excavando, y apareció la necrópolis. Un cementerio importantísimo. En él aparecen mau-
soleos de familias importantes de Roma, como los Flavios, los Valerios, etc.Se sacaron 50.000 m 3 de
tierra de debajo de la basílica de San Pedro. En la excavación aparece una tumba cavada en la tierra
abierta y vacía.
Sabemos por la historia que Nerón persiguió a los cristianos. Nerón era un maniático que incen-
dió Roma y echó la culpa a los cristianos. Perseguir a los cristianos era una justificación del incendio de
Roma. Tuvo lugar una matanza de cristianos, entre ellos san Pedro, al que martirizó en el circo de
Calígula. Este circo lo había empezado a construir Calígula y lo terminó Nerón. El circo, que se llamó
de Nerón, está al lado del monte Vaticano.
Dice la tradición que a san Pedro lo crucificaron cabeza abajo. Flavio Josefo, historiador de
aquel tiempo, que conocía como eran las crucifixiones de los roma-nos, refiere las distintas maneras de
crucificar que solían usar, y una de ellas era cabeza abajo. Dice la tradición que a san Pedro lo
crucificaron cabeza abajo, en el circo de Calígula y Nerón, al lado del monte Vaticano. Y en el monte
Vaticano había una necrópolis, un cementerio. A san Pedro lo enterraron en esa necrópolis en la ladera
del Monte Vaticano, y en una tumba pobre. San Pedro era pobre. Aquellos cristianos eran pobres. Lo
enterraron en la tierra, en una tumba pobre.
30
Cuando Constantino venció a Majencio en la batalla de
Puente Milvio, el 28 de octubre del año 312, afirmó que había visto
el signo de Cristo en el cielo, y que le habla dado la victoria sobre
Majencio, a pesar de que éste tenía tropas muy superiores. Esto lo
cuenta el historiador Eusebio de Cesarea, y dice que lo oyó de viva
voz del mismo Emperador. Constantino, en agradecimiento a
Cristo que, según él, le había dado la victoria, se convierte al
cristianismo. Junto a la basílica Lateranense, en Roma, hay un
obelisco en el que pone: "Aquí fue bautizado Constantino por el papa
Silvestre."
Constantino da paz a la Iglesia en el año 313 y edifica una
serie de templos cristianos. Uno de ellos fue la basílica en honor de
san Pedro, sobre la tumba de san Pedro. ¿Y cómo sabía
Constantino dónde estaba enterrado san Pedro? Hacía muy pocos
años que había muerto san Pedro. Todavía vivían los nietos de los
que habían conocido a san Pedro. Todo el mundo sabía dónde
estaba enterrado, sobre todo san Silvestre, su sucesor. Además, las
tumbas eran lugares sagrados y muy venerados.
Pero además hay una razón clarísima para saber que Constantino levanta su basílica sobre la
tumba de san Pedro, porque la edifica en la ladera de un monte, con un desnivel de once metros. Hubo
que hacer un enorme corrimiento de tierras para hacer una gran explanada en la ladera del monte, y
entonces no existían las excavadoras y las máquinas que tenemos hoy. A los pocos metros tenía la gran
explanada del circo de Nerón, que tenía 300 metros de largo por 100 de ancho, que le habría evitado
mucho trabajo.
Además de las dificultades técnicas que tuvo que resolver para levantar la basílica en la ladera
de un monte, están las dificultades morales y jurídicas, puesto que tuvo que sepultar bajo la basílica
una necrópolis que había llegado a ser una de las más importantes de Roma, y donde estaban enterra -
das muchas familias ilustres. Surgirían problemas con las familias que allí tenían a sus seres queridos.
Por lo tanto, la única razón por la que Constantino levantó su basílica en la ladera de un monte,
sepultando una necrópolis con todas las dificultades que suponía, era porque allí estaba la tumba de
san Pedro. En caso contrario no tiene explicación que levantara su basílica en un sitio tan complicado.
En la tumba abierta y vacía que aparece en la necrópolis, debajo del baldaquino de Bernini y la
cúpula de Miguel Ángel, se descubren dos cosas muy importantes:
Esa tumba está protegida por unos muros para defenderla de las filtraciones de agua, muy
frecuentes en esa ladera del monte Vaticano. Las otras tumbas adyacentes no tienen esa protección de
muros. Luego la persona que estaba enterrada en esta tumba de tierra era muy importante.
Debió de ser una persona muy venerada,
porque en esa tumba abierta y vacía aparecen centenares
de monedas. Monedas romano-imperiales y monedas
medievales de casi toda Europa; por lo tanto, esa tumba
fue venerada por toda personas de toda Europa. Por va-
rias razones los investigadores llegan a la conclusión de
que es la tumba de san Pedro. Pío XII lo anunció en el ra-
diomensaje de Navidad de 1950: “Hemos encontrado la
tumba de san Pedro.”
El recuerdo que ha quedado de san Pedro en Roma, desde su tumba hasta la cúpula de Miguel
Ángel, es incomparablemente superior al de todos los emperadores romanos, de los que en su mayoría
sólo quedan ruinas. Los emperadores tuvieron todo el poder terrenal en sus manos. San Pedro fue un
pobre pescador ignorante; pero murió por una verdad: la gran verdad de Cristo-Dios.
Cristo, el hombre que más ha influido en la historia de la Humanidad. Y el hombre más amado
de la Historia. Cristo, el hombre que con su doctrina de amor al prójimo hizo posible en la Historia la
abolición de la esclavitud, la igualdad de derechos de la mujer ante la ley y, hoy, el dere cho a vivir del
no nacido en contra de los que defienden el aborto, que quieren legitimar la condena a muerte de un
inocente. La doctrina de Cristo defiende siempre los derechos del tratado injustamente. Cristo hace dos
mil años que murió, y hoy se le ama como a nadie en el mundo. Miles y miles de hombres y mujeres lo
han amado hasta la muerte. Unos dando la vida de golpe, como los mártires. Otros dándosela gota a
gota, consagrándosela por entero. Millones y millones de hombres y mujeres lo han amado hasta la
muerte. Millones y millones de cristianos que lo aman con locura y están dispuestos a morir por Él
antes que traicionarle.
La muerte y la victoria de Pedro es prenda de nuestra esperanza. Pues ese Pedro, a quien Cristo
hizo piedra fundamental de su Iglesia, está aquí. Su tumba está aquí. Sus restos están aquí. Y encima,
su único y legítimo sucesor en la tierra. Una cadena de doscientos sesenta y cinco papas, legítimos
sucesores de san Pedro, le transmiten su autoridad. El que quiera estar en la Iglesia que Cristo fundó en
Pedro, tiene que estar en la Iglesia del papa de Roma, que es el único en la tierra legítimo sucesor de
san Pedro. Estamos en la Iglesia de Juan Pablo II de Roma, el único legítimo sucesor de san Pedro, en
quien Cristo fundó su única Iglesia.
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