Evangelio de Lucas 18 Refelxion
Evangelio de Lucas 18 Refelxion
Evangelio de Lucas 18 Refelxion
LA POSTURA JUSTA
Según Lucas, Jesús dirige la parábola del fariseo y el publicano a algunos que presumen de ser
justos ante Dios y desprecian a los demás. Los dos protagonistas que suben al templo a orar
representan dos actitudes religiosas contrapuestas e irreconciliables. Pero ¿cuál es la postura
justa y acertada ante Dios? Esta es la pregunta de fondo.
El fariseo es un observante escrupuloso de la ley y un practicante fiel de su religión. Se siente
seguro en el templo. Ora de pie y con la cabeza erguida. Su oración es la más hermosa: una
plegaria de alabanza y acción de gracias a Dios. Pero no le da gracias por su grandeza, su bondad
o misericordia, sino por lo bueno y grande que es él mismo.
En seguida se observa algo falso en esta oración. Más que orar, este hombre se contempla a sí
mismo. Se cuenta su propia historia llena de méritos. Necesita sentirse en regla ante Dios y
exhibirse como superior a los demás.
Este hombre no sabe lo que es orar. No reconoce la grandeza misteriosa de Dios ni confiesa su
propia pequeñez. Buscar a Dios para enumerar ante él nuestras buenas obras y despreciar a los
demás es de imbéciles. Tras su aparente piedad se esconde una oración «atea». Este hombre no
necesita a Dios. No le pide nada. Se basta a sí mismo.
La oración del publicano es muy diferente. Sabe que su presencia en el templo es mal vista por
todos. Su oficio de recaudador es odiado y despreciado. No se excusa. Reconoce que es pecador.
Sus golpes de pecho y las pocas palabras que susurra lo dicen todo: «¡Oh Dios!, ten compasión
de este pecador».
Este hombre sabe que no puede vanagloriarse. No tiene nada que ofrecer a Dios, pero sí mucho
que recibir de él: su perdón y su misericordia. En su oración hay autenticidad. Este hombre es
pecador, pero está en el camino de la verdad.
El fariseo no se ha encontrado con Dios. Este recaudador, por el contrario, encuentra en seguida
la postura correcta ante él: la actitud del que no tiene nada y lo necesita todo. No se detiene
siquiera a confesar con detalle sus culpas. Se reconoce pecador. De esa conciencia brota su
oración: «Ten compasión de este pecador».
Los dos suben al templo a orar, pero cada uno lleva en su corazón su imagen de Dios y su modo
de relacionarse con él. El fariseo sigue enredado en una religión legalista: para él lo importante
es estar en regla con Dios y ser más observante que nadie. El recaudador, por el contrario, se
abre al Dios del Amor que predica Jesús: ha aprendido a vivir del perdón, sin vanagloriarse de
nada y sin condenar a nadie.