Trabajo en Equipo

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UNIVERSIDAD NACIONAL

DANIEL ALCIDES CARRIÓN


FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN

ESCUELA DE FORMACIÓN

PROFESIONAL DE EDUCACIÓN PRIMARIA – YANAHUANCA

CURSO: ética
DOCENTE: David Wilson Osorio Espinoza
Lectura: l utilitarismo clásico: Jeremy Bentham y John Stuart Mill

INTEGRANTES:
Bustamante chamorro Lucero milagros
Pablo ramoro alvares huaqui
Carbajal madujano Janeth Yadira
Capurro Antonio yoseidi viviana
Prudencio martineZ mirian Angela

SEMESTRE: II - 2022– B
l utilitarismo clásico: Jeremy Bentham y John Stuart Mill

El creador y configurador del utilitarismo fue Jeremy Bentham (1748-


1832) con su Introduction to the Principles of Morals and Legislation (1780).
De hecho, puede decirse que los utilitaristas posteriores no han hecho más
que retocar diversos aspectos de esa propuesta inicial. Naturalmente,
tampoco Bentham parte de cero al concebir su teoría moral: fácilmente se
perciben los influjos tanto del empirismo británico (sobre todo de John Locke
y David Hume) como de algunos pensadores de la Ilustración francesa
(como Claude-Adrien Helvétius), y puede notarse asimismo la huella de
Francis Hutcheson, de Cesare Beccaria y de Joseph Priestley.

Bentham parte de un supuesto psicológico que no discute por parecerle


evidente. Según él, el hombre se mueve por el principio de la mayor
felicidad: este es el criterio de todas sus acciones, tanto privadas como
públicas, tanto de la moralidad individual como de la legislación política o
social. Una acción será correcta si, con independencia de su naturaleza
intrínseca, resulta útil o beneficiosa para ese fin de la máxima felicidad
posible. Una felicidad que concibe, además, de modo hedonista; se busca
en el fondo y siempre aumentar el placer y disminuir el dolor.

Ahora bien, no se trata, en primer lugar, de una incitación al placer fácil e


inmediato (como, por lo demás, tampoco era así en el hedonismo antiguo),
sino de calcular los efectos a medio y largo plazo de las propias acciones de
manera que el saldo final arroje más placer que dolor. Así, en ocasiones el
sacrificio inmediato será lo correcto en aras de un beneficio futuro que se
prevé mayor. Dicho cálculo ha de resultar en principio sencillo, pues aunque
Bentham reconoce que hay placeres y dolores tanto del cuerpo como del
alma, ve posible aplicar criterios simplemente cuantitativos para esa
evaluación (criterios como la duración del placer, su intensidad y extensión,
la probabilidad de obtenerlo, etc).

En segundo lugar, esta doctrina tampoco pretende alimentar


directamente el egoísmo. Si bien es asimismo un presupuesto psicológico y
moral (como en Thomas Hobbes) que el hombre es por naturaleza egoísta y
busca su propio interés, y que por tanto las relaciones sociales y políticas
son artificiales, el utilitarismo tendrá como misión corregir precisamente ese
primer impulso. El utilitarista se percatará de que, puesto que el bien
conjunto es la suma de intereses individuales, el mejor modo de fomentar el
propio interés es promover el interés global. Por eso el utilitarismo propugna
no sólo no limitarse al propio bien, sino cuidar escrupulosamente la
imparcialidad en las decisiones y evitar cualquier acepción de personas.
Únicamente esta regla hará que el saldo de bien sea el mayor; de ahí la
famosa consigna atribuida a Bentham por John Stuart Mill: everybody to
count for one, and nobody for more than one [Mill 2002: Capítulo V].

El contenido y sentido del utilitarismo de Bentham se comprende mejor si


se recuerda la intención de su autor. Esta no era otra que reformar
profundamente la legislación británica, que contribuía en realidad a
mantener unas desigualdades sociales y discriminaciones políticas muy
notables. Y, conforme al espíritu ilustrado de la época, nada mejor que
sustituir ese régimen jurídico basado en privilegios heredados por un
sistema transparente, racional y secular. Una vez determinado el fin natural
de la felicidad placentera, todo consiste en dejar que la luz de la razón
ordene y sancione lo justo y lo injusto, aboliendo toda otra regla procedente
de oscuras e injustificadas instancias (metafísicas, religiosas, tradicionales,
etc.). En realidad, se trata de trasladar a la vida social y política el criterio
que sirve para la vida individual, a saber, el sensato procedimiento —ya
expresado por el hedonismo clásico— de calcular los costes y beneficios de
cada acción para elegir en cada caso la más fecunda en términos de placer.

El más importante continuador de la doctrina utilitarista es John Stuart Mill


(1806-1873). J. S. Mill fue un estrecho discípulo de Bentham y de su propio
padre, James Mill, y la exposición de su concepción moral se encuentra en
su Utilitarismo, de 1863. Allí define su teoría —de acuerdo con Bentham—
como «el credo que acepta como fundamento de la moral la ‘utilidad’ o el
‘principio de la máxima felicidad’, el cual sostiene que las acciones son
buenas en cuanto tienden a promover la felicidad, malas en cuanto tienden
a producir lo opuesto a la felicidad. Por ‘felicidad’ se entiende placer y
ausencia de dolor; por ‘infelicidad’, dolor y privación de placer» [Mill 2002:
50].

Sin embargo, Mill corrige a su maestro en un punto importante. Mientras


que para Bentham los placeres son todos homogéneos y sólo se distinguen
cuantitativamente (lo cual hacía sencillo el cálculo de la suma entre diversos
conjuntos de ellos), Mill advierte que hay placeres cualitativamente distintos;
diferencia cualitativa que se traduce en superioridad o inferioridad. Más
concretamente, sostiene que los placeres intelectuales y morales son
superiores a las formas más físicas de placer; y asimismo distingue entre
felicidad y satisfacción, afirmando que la primera tiene mayor valor que la
segunda. Ahora bien, esta posición de Mill, que retoma una de las ideas de
la moral tradicional más común, cuestiona en realidad las bases del
utilitarismo. Pues, por un lado, introduce necesariamente un criterio de valor
ajeno al placer, lo cual sale ya de la propia teoría de Mill y plantea
problemas prácticamente irresolubles a la hora de calcular
comparativamente, de modo homogéneo, beneficios resultantes de
acciones alternativas. Y, por otro lado, la asignación de un valor o
superioridad a cierto tipo de placeres plantea la dificultad de si con ello no
se les reconoce ya una bondad intrínseca, siendo así que el utilitarismo de
Bentham y Mill mide la bondad de las acciones por el placer siempre
resultante de ellas. Tal vez por este motivo, Henry Sidgwick (1838-1900),
otro representante del utilitarismo, vuelve a la posición de Bentham
sosteniendo que esas aparentes diferencias cualitativas entre los placeres
son, en el fondo, diferencias cuantitativas [Sidgwick 1962]. En cambio, luego
se verá que en este punto G. E. Moore sostiene, con su particular
utilitarismo, una posición peculiar.

Por lo demás, Mill compartía la preocupación de Bentham de provocar


reformas sociales que condujeran a una sociedad más equitativa. Sin duda,
la deseada y deseable democratización y racionalización de la vida pública,
que ha tenido lugar gracias a las ideas de Mill (no sólo la doctrina utilitarista,
sino su idea de las libertades individuales y cívicas), es una de las mayores
razones de la amplia aceptación del utilitarismo como teoría moral y política.

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