Mill

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El utilitarismo de John Stuart Mill

J. S. Mill

El utilitarismo de la primera mitad del siglo XIX surge al interior de la


tradición filosófica empirista, y constituye la primera manifestación del
positivismo social en Inglaterra. Los representantes más importantes del
utilitarismo son Jeremy Bentham, James Mill y su hijo John Stuart Mill (1806-
1873).

La obra de J. S. Mill, Utilitarismo (1861), sostiene una idea central que ya


había sido formulada por Bentham:

“De acuerdo con el principio de la máxima felicidad, el fin último de todas las cosas y
la razón por la cual todas las demás cosas son deseables es una existencia exenta de
dolores en el mayor grado posible y lo más rica en goces que sea posible”

Dicho de otra manera:

“El credo que acepta como fundamento de la moral la utilidad o el principio de la


máxima felicidad sostiene que las acciones son justas en la medida en que tienden a
promover la felicidad, e injustas en cuanto tienden a producir lo contrario de la
felicidad. Por felicidad se entiende placer y ausencia de pena”

En este sentido, Mill estaría siguiendo la teoría de Bentham, sin embargo se


diferencia de este último al afirmar que no sólo se debe tener en cuenta
la cantidad de placer, sino también su cualidad. Mill sostenía que “es
preferible ser un Sócrates insatisfecho que una bestia satisfecha”. Ahora
bien, para poder determinar cuál es el más agudo de dos dolores o el más
intenso de dos placeres se debería confiar en el criterio general de
quienes tienen práctica en unos y en otros. En este sentido, Mill sostiene
que el criterio para definir la tabla de valores sobre los dolores y placeres
catalogados como justos e injustos según el principio de la máxima felicidad,
debe de ser el juicio de los que están cualificados por el conocimiento de la
mayor cantidad de estos dolores y placeres. Y la definición de los mismos, en
caso de que existiese diferencia alguna, se basará en el criterio de la
mayoría: lo que la mayoría decida, de estos cualificados juicios, será
admitido como definitivo. Mill se preguntará:

“¿Qué medio hay para determinar cuál es el más agudo de los dolores, o la más
intensa de dos sensaciones placenteras, excepto el sufragio universal de aquellos
que están familiarizados con ambos?”

Y en este sentido, este criterio será, según Mill, el fin de la acción


humana en tanto constituido necesariamente como criterio de la
moralidad, el cual podría definirse como “las reglas y preceptos de la
conducta humana”. Mediante la observación de estas reglas y preceptos se
podrá asegurar una experiencia a todos los humanos y, en cuanto la
naturaleza de las cosas lo permita, a las criaturas sintientes en su totalidad.

Asimismo, Mill afirmaba que los utilitaristas no deberían dejar de proclamar


la moral de la abnegación: la capacidad de sacrificar su propio mayor bien
por el bien de los demás.

“Sólo se niega a admitir que el sacrificio sea a sí mismo un bien. Un sacrificio que no
incremente o tienda a incrementar la suma total de la felicidad se considera como
inútil (...). En la regla de oro de Jesús de Nazaret encontramos todo el espíritu de la
ética de la utilidad: “Compórtate con los demás como quieras que los demás se
comporten contigo” y “Amar al prójimo como a ti mismo” constituyen la perfección
del ideal de la moral utilitarista”.

En este sentido, la moral utilitaria de Mill no sólo considera la valoración de


la experiencia en términos individuales sino sociales o comunitarios. La ética
utilitarista de Mill pretende, a su vez, presentar un diagrama político que
configure la posibilidad de un accionar moral para el individuo y la sociedad
en su conjunto. Es decir, otorgar herramientas políticas para que los
individuos, en su aplicación del principio de máxima felicidad, no culminen
actuando en detrimento de las aspiraciones de los otros.

“Como medio para alcanzar más aproximadamente este ideal, la utilidad


recomendará, en primer término, que las leyes y organizaciones sociales armonicen
en lo posible la felicidad o (como en términos prácticos podría denominarse) los
intereses de cada individuo con los intereses del conjunto. En segundo lugar, que la
educación y la opinión pública, que tiene un poder tan grande en la formación
humana utilicen de tal modo ese poder, que establezcan en la mente de todo
individuo una asociación indisoluble entre su propia felicidad y el bien del conjunto”.
En este sentido, la legislación y la organización social misma deberían
ecualizar el interés personal con el interés de la comunidad. La consecución
de los placeres (y la evitación de los dolores) en la aplicación del principio
de máxima felicidad por parte de los individuos no debería
contraponerse a la máxima felicidad del conjunto social. La educación y
la opinión pública, según Mill, deberían ocupar un rol relevante al momento
de contribuir en la formación, de todo individuo, este carácter y concepción
referido al lazo intrínseco existente entre la felicidad personal y la felicidad
comunitaria.

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