Sztulwark
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Sztulwark
gestión situacional.
Diego Sztulwark.
Sobre una experiencia educativa de gestión situacional
Diego Sztulwark
I. Claves de lectura
La experiencia nos indica que no es fácil estar en la escuela. No lo es para los docentes
ni para los directivos, pero tampoco para los alumnos ni para sus padres.
Así, casi siempre, la escuela queda condenada a la espera de una respuesta política más
general que le dé instrumentos para superar los obstáculos que la atoran. Espera que, lo
sabemos bien, se vuelve -por principio- eterna.
El recorrido que proponemos, entonces, es aquel que intenta hacernos comprender algo
más de las condiciones contemporáneas y de las operaciones subjetivas a partir de las
que es posible hacer escuela.
Proponemos para esta clase una serie de imágenes que invitan a pensar en la posibilidad
de hacerle un lugar en la escuela al filósofo holandés Baruch Spinoza. Acaso en sus
ideas y convicciones pueda leerse una alternativa al modelo de "domesticación del
hombre" al que se refiere Sloterdijk en el último epígrafe.
II. Nada es como era antes (o, la destitución)
En la serie televisiva Rebelde Way, la escuela funciona no ya como impartidora de
valores legados por las antiguas instituciones estatales, ni tampoco parece abrir
interrogantes sobre la situación actual de la sociedad toda con la que comparte un
tiempo y un lugar, sino que, antes bien, opera bajo las reglas claras del mercado. A
diferencia de la escuela -galpón, el colegio "Elite way" no sólo forma consumidores
dentro de la lógica ficcional de la trama, sino también, y como en una puesta en abismo,
los forma fuera de la pantalla.
Hoy constatamos que la fase de la transición hacia una sociedad de control a cielo
abierto ha concluido. Pero los rasgos de la escuela (del Estado-Nación) se han
prolongado en el tiempo, aún cuando ha mutado profundamente el contexto en el que
hallaban alguna efectividad.
III. Cuando el diluvio arrasa con (casi) todo:
ubicación en el problema
A través de Theodor Adorno tal vez podamos homologar la tarea del docente, que
intenta potenciar "la legítima rareza" (René Char) de cada alumno, a la actividad del
artista. Siguiendo a este teórico de la vanguardia, todos los problemas musicales
existentes se encuentran en un teclado y todas las esculturas posibles en un bloque de
mármol. Será precisamente el artista quien instrumente el pasaje de la potencia al acto.
Vemos aparecer, entonces, dos observaciones relevantes para nosotros, dado que ha
mutado la fábrica productora de subjetividades: la primera es que las técnicas de
encierro bajo las cuales funcionaron las sociedades han sido sustituidas por nuevas
técnicas desarrolladas a cielo abierto; la segunda, consecuente con la anterior, plantea
la pregunta por la escuela hoy: ¿Qué lugar ocupa en las nuevas sociedades de control y
cuál es su eficacia social actual?Estas cuestiones se tornan tanto más relevantes en la
medida que las fuerzas de las sociedades de control han modificado radicalmente
nuestra experiencia con respecto a la escuela, mientras que, sin embargo, hemos
mantenido una imagen relativamente anacrónica que nos impide producir hipótesis de
trabajo para intervenir (y pensar) a partir de una realidad signada por estas
transformaciones.
Organizadas a partir de una matriz estructural analógica, el sujeto sufre de una a otra un
sostenido proceso de formateo y control a lo largo de su vida, en el pasaje que va
realizando de institución en institución, recorriendo una extendida red disciplinaria en la
que todos sus puntos están constituidos de manera isomorfa.
La famosa serie de esculturas de Miguel Ángel conocidas como los cautivos parecen
obras inacabadas en las que las figuras esculpidas luchan contra la materia para cobrar
su mejor forma. En este combate puede adivinarse la lucha de todo humano por dejar
atrás los lastres que lo embrutecen y adquirir singularidad.
Así, en la era disciplinaria, cada institución que atravesábamos contaba, por ejemplo,
con un inicio y un fin: de la escuela a la universidad; actualmente, en cambio, nos vemos
atravesados por procesos sin final y sin comienzo (como la formación continua).El
control a cielo abierto es permanente y hace de los momentos anteriores de la vigilancia
y el castigo -tales como el examen- sólo un momento entre otros.
Se trata, siempre según Deleuze, del pasaje del hombre encerrado en las instituciones
disciplinarias, al hombre endeudado de las sociedades contemporáneas. Más aún, el
pasaje de la sociedad disciplinaria a la de control se efectúa como una pérdida de
estructura que invalida estrategias y conductas, introduciendo una tendencia a la
dispersión. Se trata de una evaporación de los dispositivos -estatales y paraestatales- que
garantizaban la permanencia del lazo social.
¿Quiere decir esto que en la sociedad de control estamos -sin más- condenados a la
"desrelación"? No necesariamente, según argumentaremos aquí. Pero sí resulta
imprescindible anotar dos grandes conjuntos de transformaciones relevantes para
nosotros: primero, el cambio radical del medio en el que desarrollamos nuestras vidas.
Ya no se trata de un ámbito estable, asegurado por un conjunto de instituciones estatales,
sino de un contexto muy diferente, signado por la fluidez, la falta de garantías y el no
aseguramiento del lazo social. Segundo, en estas condiciones, el vínculo no se presenta
como evidencia ni es un dato permanente sino que, al contrario, exige ser forjado y
sostenido, siendo estas operaciones de forja y sostén, precisamente, las operaciones
subjetivas por excelencia.En una era en que las relaciones sociales ya no nos preexisten
con la solidez de la estructura, sino que -por así decirlo- deben ser adquiridas en la
dispersión de lo fluido, nuestra disposición frente a la oportunidad del encuentro y
nuestra implicancia con aquello que el encuentro puede producir se tornan claves
imprescindibles de la posibilidad misma de la experiencia.Podemos ver -entonces- cómo
estas transformaciones afectan directamente nuestras subjetividades desde el momento
en que los saberes y operaciones que nos permitían transitar efectivamente en las
sociedades disciplinarias han devenido caducos. Y en su lugar descubrimos la presencia
de una nueva lógica (algo así como una lógica sin lógica) que se presenta como un
espacio desreglado, puramente dispersante.
La escuela, como no podía ser de otro modo, también ha sido parte de todo este proceso
de metamorfosis.En la sociedad de control, dice Deleuze, "la formación permanente
tiende a sustituir a la escuela y el control continuo tiende a sustituir al examen. Lo que
es el modo más seguro para poner a la escuela en manos de la empresa".Formación
permanente y control continuo son los principios tecnológicos de la dominación a cielo
abierto. Hay en este fragmento una clave que no deberíamos desaprovechar: existe una
relación directa entre sociedad de control y regulación social de mercado. Aún si vemos
que este "poner a la escuela en manos de la empresa" no sucede sino en algunas
escuelas privadas y/o de élite, podemos constatar que aquellas escuelas -la gran
mayoría- que no se han convertido abiertamente en empresas han sido, de todos modos,
abandonadas a la suerte -decadencia- de tener que vérselas cara a cara y sin respaldo
frente a las fuerzas del mercado.
En un contexto de mercado ya no hay "la" escuela, sino "las" escuelas. Sin plan general,
cada escuela debe inventar su propia consistencia.Siguiendo el fragmento de Deleuze,
verificamos que -bajo el imperativo de la sociedad de mercado- las escuelas se
diferencian según la posición en que se que encuentran en las nuevas circunstancias,
pero también -y sobre todo- las actitudes que adopten frente a ellas.
Cuando consideramos así las cosas, tres figuras de escuela (reacciones) parecen
emerger:
En otras palabras, la escuela está colocada frente a un doble desafío: por un lado, el de
constatar la ausencia de mecanismos extra-escuela que le ordenen la situación de
aprendizaje y le provean de ciertas coordenadas generales para desarrollar la tarea
escolar. Y por otro, la exigencia -derivada como consecuencia de eso último- de
producir reglas, motivaciones y dispositivos que le permitan producir una situación tal.
Módulo 1 - Clase 3
La sociedad de control es, sin dudas, inquietante. Sobre todo en la medida en que
aparece como sociedad no regulada, o sociedad sin estado. De hecho, nos recuerda
aquellas despiadadas imágenes a las que acudía Thomas Hobbes, hace siglos, cuando
quería mostrar que una sociedad sin estado central que la organice -Leviatán- está
condenada a vivir en un "estado de naturaleza" en el que, de acuerdo a la esencia
competitiva de lo humano, el hombre se torna "lobo del hombre".Y bien, el hombre
contra el hombre es la imagen de la ausencia de lazo social. Hobbes va aún más lejos: no
es posible pensar siquiera la existencia de lazo social alguno si éste no está asegurado
por una autoridad política. Como sabemos, la construcción del estado nacional fue
brillantemente justificada -y hasta diseñada- por los pensadores de la soberanía; nos
referimos a cabezas de la talla de Bodin, Maquiavelo y Hobbes.Estas imágenes del caos,
del desastre y la descomposición de las sociedades producidas por la escasez de Estado,
se adaptan muy bien a la experiencia que estamos describiendo.Dominados por este tipo
de representaciones, dos grandes posiciones se han configurado en el debate político.
Los realistas, que aceptan esta imagen y pretenden "armarse" para la guerra inevitable a
la que nos empuja el mercado, y los moralistas que se oponen a este realismo neoliberal
aduciendo razones de buen corazón y exigiendo regulaciones para cuya aplicación no se
verifican, en el nuevo contexto, fuerzas de apoyo.
Si los realistas se definen por adaptarse a las representaciones dominantes sobre qué
cosa es "la realidad" y -más aún- "aceptan" la inexistencia de una autoridad hobbesiana
por sobre ellos, los moralistas, en cambio, desean instituir una autoridad capaz de velar
por sus valores (tales como la igualdad, la libertad, etc), atacando de manera sumamente
ineficaz el individualismo reinante.No es difícil intuir que esta polémica trasciende por
mucho a la política para inmiscuirse en el ámbito de la educación. Inevitablemente, en
este punto resurge la pregunta que habíamos abierto más arriba: ¿para qué educamos?
¿cómo evitar la difusión de un punto de vista propio de una escuela que fue "tomada por
la empresa", como decía Deleuze, y que esgrime la consigna de la educación como
dadora de "armas" para la guerra del "todos contra todos"?
Aquí nuestra hipótesis será que la situación es el modo del pensamiento reclamado por
una ética de la potencia y no la postulación de un nuevo modelo a la moda en la
academia. La noción misma de situación se torna auténticamente situacional cuando se
agotan los modelos y nos es imperioso pensar en circunstancias muy concretas. La
escuela situación puede ser -efectivamente- cualquier escuela en la medida en que el
pensamiento situacional no es un pensamiento preconstituido, una nueva ideología o una
doctrina que sabe siempre lo que es preciso hacer y decir, sino que, al contrario, se funda
en un "no saber" fundamental que obliga a pensar lo impensado a partir de los
términos de unas circunstancias dadas.
VII. La escuela como decisión
La situación contemporánea puede concebirse como aquella trama que emerge cuando
se han agotado las certezas y saberes con los que normalmente transcurrimos, es decir,
cuando se agotan las determinantes. En ese contexto, podemos asumir -en el lenguaje de
Duschatzky y Corea- a la escuela situación como aquella que se instala en un "más allá
del Estado-nación y del mercado", asumiendo como temporalidad el "por-venir" (que, a
diferencia del futuro "progresista" del estado nación, es un tiempo no lineal y que, a
diferencia del "futuro maníaco" de la escuela mercado, devuelve al presente su
multiplicidad). Su funcionamiento ya no es la disciplina ni la actualización permanente,
sino la transmisión ("poner a disposición de los sujetos textos y lenguajes que los
habiliten para hacer algo más que la mera repetición"), y su horizonte es la "condición
subjetiva", y ya no el "sujeto homogéneo" (estado) o el "sujeto gestor soberano del
riesgo" (mercado).
Para los vecinos de la escuela, esta experiencia no hace sino confirmar algo sabido: la
policía y la gendarmería protegen a quien les paga en forma directa y no a quien paga
sus impuestos. Y no se trata acá de un acto moral, sino justo lo contrario: de una
constatación del desfasaje entre el discurso moral (que no provee conocimiento alguno
sobre las operaciones precisas para subsistir) y la lógica de los hechos tal como suceden
y -por tanto- infinitamente más aleccionadores a este (vital) respecto.
En efecto, resulta muy difícil no percibir que en nuestro país, en las condiciones del
"control a cielo abierto", el estado no sólo ha perdido antiguas prerrogativas -en lo que
hace a su capacidad reguladora- sino que, además, ha devenido un auténtico estado-
mafia que, cuando la sostiene, obra bajo una apariencia de legalidad; pero en rigor,
trabaja a partir de una lógica de bandas, al punto de ser como una banda entre bandas o,
mejor, la más grande de las bandas.La escuela Creciendo Juntos queda a dos cuadras del
hipermercado Carrefour. Mientras se producían los saqueos, en la escuela se daban
clases recuperatorias (habitual a fines de diciembre). Juan, maestro de matemática, nos
cuenta su experiencia:
"Era una situación extrañísima, porque estábamos adentro del aula, con los chicos (en
período compensatorio) e intentábamos trabajar. Y se escuchaban los disparos en
Carrefour: las detonaciones se oían desde acá. Y nosotros dimos la clase con una
naturalidad que tal vez resulte totalmente impensada si uno trata de imaginarlo
previamente. Yo vuelvo sobre la situación ahora y me cuesta entender -todavía- nuestra
posición, que fue de lo más sincera, pero, a la vez, en el fondo, no se pudo reaccionar
ante la velocidad y la magnitud con que se dieron las cosas, porque era realmente de no
creer".
Es evidente que la situación ha llegado a un punto a partir del cual el docente, la escuela
misma, han sido superados. Las cosas llegan al extremo cuando se percibe que incluso
algunos los alumnos comienzan a participar de los disturbios. El testimonio continúa:
"Me acuerdo que pasaban chicos por la ventana y decían "nos vamos a Carrefour", y
nosotros teníamos que estar acá. Nuestra posición no era la de exigirles que tenían que
estar acá adentro porque se estaban perdiendo de estudiar. No era ésa la cuestión, más
bien era: "bueno, está bien, pero tengan cuidado".
Los chicos, en el aula, charlaban entre ellos y uno no podía ordenarles que se callen.
Imagináte que se escuchaban tiros y algunos estaban pensando en ir después para allá.
Además, si bien estábamos haciendo algo diferente, uno se sentía totalmente ridículo, en
el sentido de que estábamos trabajando con una cosa absolutamente desligada de lo que
sucedía. Por afuera estaba pasando una cosa de una magnitud impresionante y nosotros
acá estábamos un poco queriendo hacer otras cosas, por lo menos para no pensar o
hacerse cargo de lo que sucedía afuera. Por lo menos inconscientemente".¿Qué hacer
frente a estas circunstancias? ¿A qué recursos apelar? ¿Qué es una escuela en medio de
estos dilemas? El testimonio habla por sí sólo. De un lado era absurdo (completamente
ineficaz como criterio de intervención) apelar al discurso moral al estilo de "está mal
robar"; de allí que se escoja el más adecuado "pero tengan cuidado". Del otro, el sólo
hecho de estar allí -en la escuela- produce un efecto inesperado: muchos chicos se
quedan, se habla de eso. Los otros, los que participan de los saqueos avisan en la escuela
y tendrán luego un sitio para elaborar lo sucedido. Sin embargo, ese mero estar allí, no
es tan evidente. Los docentes debieron asumir unas circunstancias para las que no hay
preparación previa posible. Los docentes no saben qué hacer. Tampoco los chicos (unos
van, otros no, en la clase se habla); tampoco los padres: algunos participan de los
disturbios, otros no, tal vez hay padres que fueron saqueados en sus pequeños comercios
de la zona. Sin embargo, el hecho de que la escuela permanezca abierta, sin restringirse
a juzgar moralmente y asumiendo el hecho de que debe elaborar los sucesos junto con
toda la comunidad educativa -incluso más allá de sus saberes-, permite no sólo pensar y
producir saberes, sino también sostener una situación educativa en circunstancias
extremas. Asimismo posibilita producir un espacio en el que el lazo social subsiste y se
recrea más allá (y precisamente por esto) de la intervención, en primer lugar represiva y
luego, como hemos visto, puramente manejada por una lógica mafiosa y de doble
discurso.
Esta experiencia extrema, sin embargo, no es tan excepcional como se puede pensar a
primera vista, sino más bien un caso que se presenta como un concentrado de lo que
sucede allí cotidianamente.En efecto, la situación educativa no está asegurada. Hay que
producirla continuamente y en condiciones extraordinariamente dificultosas. De allí que
una labor particularmente necesaria sea la de aprender a habitar la escuela, a
comprometerse con el colectivo de trabajo y con los requerimientos de un proceso
educativo sin garantes.En efecto, habitar la escuela no es un mero estar en ella. En la
escuela Creciendo Juntos, los docentes utilizan la expresión "maestros-militantes" para
designar, no el hecho de que sus miembros sean militantes políticos (o de otro tipo), sino
algo diferente: el compromiso con la exigencia de educar en un contexto que no
garantiza que el proceso educativo sea viable (o posible). Esta ética, dicen los docentes
de la escuela, no es normativa. No implica una sujeción a un ideal o a un conjunto de
principios, sino que consiste en una actitud de "estar siempre buscando", de asumir
radicalmente la pregunta que nos formulamos más arriba -¿en nombre de qué educamos
cuando las grandes promesas de la escuela pública (el progreso, el ascenso social, la
integración) se han hecho pedazos?- y de hacerlo de forma abierta hacia la comunidad.
Este no saber aparece ahora, ya no como ignorancia, sino como una condición ética. Una
escuela que no guarda una imagen congelada de lo que es un alumno puede producir
hipótesis mucho más potentes. La escuela ya no posee un saber a priori de las razones de
su existencia, ni sobre los chicos y los padres, ni de cómo dar lugar a un proceso de
aprendizaje.Dice Juan B, otro docente de la escuela, que se refiere a la situación de la
escuela, días después de los saqueos:"Este tema lo pensamos retomar, porque ahora nos
estamos reuniendo para organizar las actividades de las materias y también de unos
talleres que hacemos, que este año van a ser de cine. Entonces, una de las ideas es
retomar el tema de los saqueos para tratar de plasmar esa visión que tienen los chicos
sobre lo que pasó esos días".
Este testimonio fue registrado hace ya más de un año. La película de la que se habla aquí
ya fue hecha, a partir de un taller de video realizado por los chicos en la propia
escuela.Pero en el momento en que los hechos aún eran recientes, nos dice Juan, se
presentaban auténticos dilemas. Por ejemplo, lo que sucede en un barrio
extremadamente pobre, Las Catonas, barrio del que provienen varios alumnos y padres
de la escuela:"Allá se producen divisiones entre los que saquearon y los que no habían
saqueado. Es el barrio al que se le echa la culpa de todo lo que pasa. Y yo estoy seguro
que esas cosas van a pasar acá, porque uno escucha a los padres que ya están viniendo
y se notan esas divisiones, esas discusiones. Son desafíos que se le presentan a la
escuela sobre cómo tocar ese tema, y habrá que escuchar qué piensan ellos y -por
supuesto- plantear la posición de la escuela. Yo no tengo una respuesta, creo que más
bien se trata de elaborarla. Si vos me preguntás cuál es nuestra respuesta como
institución, si está bien o está mal, yo te respondo que no la tengo. Porque la institución
es la comunidad que la rodea y la respuesta también".
Y claro, cuando se agota el saber sobre la situación, emerge el pensar sobre ella. Según
Cristina, la directora de la escuela, este proceso -el pensamiento- no es posible si cada
quien piensa desde sí, simplemente, sin asumir la naturaleza colectiva de la situación de
aprendizaje. Esto puede parecernos algo evidente, pero suele ser difícil asumir que,
cuando se piensa realmente, no se trata simplemente de defender posiciones y saberes
previamente adoptados, sino de participar de un proceso común en el que no hay nada
más natural que "cambiar de posición". Y más aún: ser capaz de hacerlo no sólo frente a
otro docente, sino frente a los padres y los alumnos. Cambiar de posición implica saber
escuchar, implica que los otros también están pensando y que el pensamiento no brota
sólo de mi cabeza.
La escuela, como sitio capaz de pensar y pensarse, no es una suma de individuos que
sólo vienen a hacer su tarea. Precisamente, el pensamiento comienza cuando ya no es
tan fácil saber cuál es la tarea de cada cual.
En la Comunidad Educativa Creciendo Juntos (en virtud de una historia muy particular)
se considera fundamental este aspecto, seleccionando ellos mismos la integración de
docentes a la escuela. Cuentan como es el procedimiento:"Alguien nos presenta a
algún compañero y le cuenta cómo se trabaja aquí. Entonces deja el currículum. Pero
no es por puntaje... En realidad, la parte importante del docente no es cuando ingresa...
No es decisivo el momento en que ingresa sino que eso se va modificando en función de
la dinámica de grupo y no sólo en función de lo que esa persona trae".
Vimos, más arriba, que la escuela situación no se define por su estatus jurídico, estatal o
privado. En Creciendo Juntos (que tiene un régimen mixto, ya que es administrada por
los padres de los chicos, pero el estado paga los salarios) existe una preocupación por el
carácter público, considerando que éste no viene asegurado por una cierta relación con
lo estatal, ni con la propiedad de la escuela, sino con la apertura de la escuela a la
implicancia de padres, docentes y alumnos. Si lo privado refiere a la ganancia, al
carácter cerrado frente a quien no paga, lo estatal, en la medida (en que se asocia con la
gratuidad) no necesariamente llega a constituirse en un sitio abierto al pensamiento y la
difusión de saberes. Según los miembros de la escuela:"La idea de lo público no viene
de lo económico, sino de la idea de la comunidad en la escuela. Esto es público porque
acá entra cualquiera. Cualquier vecino que quiere puede hacer una reunión acá: vienen
los desocupados de Moreno, el movimiento de mujeres. Esta escuela no tiene nada
privado".
Desde esta perspectiva, lo público no viene dado. Hay que constituirlo. Se lo asocia a lo
abierto y al uso de todos. Pero más bien habría que decir que en esta apertura funciona
una invitación a implicarse en la escuela.
"No tiene definido al estado como un monstruo al que uno le quiere sacar algo porque
no está de acuerdo con el modo en que se está manejando esta sociedad. Por eso, la
idea es manotear algo, por ejemplo, el subsidio. Y le manoteamos más libertad para
armar una escuela. Pero en una escuela estatal, esta libertad existiría también si los
docentes y las directoras se lo propusieran".
Algo similar ocurre con el mercado. No se trata de negar la preeminencia del mercado.
Sobre todo porque no es una cuestión de elección. Pero al igual que frente al estado, el
mercado aparece como condición a tomar en cuenta y no como determinación a la que
someterse.Particularmente a este respecto, resulta esencial la capacidad de producir una
consistencia política que resguarde la cohesión del proyecto frente a las tendencias
hiperdispersantes del mercado.Sobre todo porque el estado, en épocas de mercado, ya no
regula los intercambios simbólicos sino que -a lo sumo- es proveedor de recursos:
"Es mentira que te lo bajan de arriba. No. Arriba no hay nadie, no bajan nada".
Se trata, en fin, de hacer, cada vez, la escuela. No estamos hablando (en el caso de
Creciendo Juntos) de una escuela alternativa con pretensiones especiales y un
presupuesto privilegiado, sino de una escuela que está implantada en un barrio humilde,
a cargo de una comisión de padres que en su mayoría son desocupados. No se trata
tanto, entonces, de ofrecer una opción frente la escuela estatal, sino de algo más
fundamental: de llevar a cabo un conjunto de operaciones capaces de instituir una
situación educativa efectiva en un contexto posdisciplinario.Afirmar que esta tarea es
fundamental no implica asumir que el desarrollo de las hipótesis de trabajo de la escuela
Creciendo Juntos sean las únicas o las mejores, sino -sencillamente- que lo único y lo
mejor, en nuestros días, no es tanto aquello que se ajusta a un modelo previo sino -
precisamente- eso que se produce de acuerdo a condiciones contemporáneas y se ajusta
a exigencias actuales. Una objeción posible a este razonamiento sería que en nombre de
lo nuevo se desconocen viejas verdades. Sucede que aquí lo nuevo no vale por su
novedad sino en tanto ocasión: el punto de convocatoria y de valoración de fuerzas y
saberes cuyos materiales pueden ser incluso extremadamente antiguos. En todo caso, la
potencia de las viejas verdades no radica en ellas mismas sino en el valor que se les
confiere -o constata- en situación.Afirma Spinoza que los hombres -es decir, los niños-
nacen separados de sus potencias. Su ética consiste, precisamente, en el proceso de
(re)encuentro con ellas. Pero las potencias no están en nuestro interior como esperando
manifestarse en una evolución natural de nuestras capacidades. Si hablamos de
(re)encuentro, sin embargo, lo hacemos aclarando que este (re)encuentro con nuestras
potencias no es directo ni fácil. Para empezar, porque se trata de un reencuentro con
unas potencias que nunca hemos poseído. La idea de re-encuentro intenta captar el
movimiento por el cual nos dirigimos a adquirir algo que no está en nosotros, esperando,
pero tampoco nos espera afuera. En rigor, el (re)encuentro con la potencia es la
experiencia de producir un saber. Se trata de la posibilidad de desarrollarse uno mismo
como fuerza constitutiva-constituyente. Es adquisición, porque hay asimilación del
medio, de saberes, de cultura, de los otros. Pero a la vez es producción, ya que se trata
de experimentar la co-constitución simultánea de nuestras capacidades y nuestro
entorno, o de aquellas cosas que nos son compatibles.
Esta "ilusión de un contrato" funciona, entonces, como condición para que haya una
cierta situación de aprendizaje.Dos cosas nos interesan de este fragmento de Brousseau:
la primera, la idea de condiciones (en este caso, la ilusión de un contrato), como
posibilidad para que una situación educativa se concrete en tanto no hay evidencia de
situación; la segunda, el énfasis puesto en el aprendizaje más que en la noción de
enseñanza.Siguiendo esta línea de razonamiento, podemos afirmar que, en efecto, las
operaciones de institución de una situación educativa efectiva dependen -y son
condición- del desarrollo de una cierta capacidad para ayudar a producir un proyecto de
aprendizaje (conservamos, al respecto, la idea de transmisión como operación
fundamental de la escuela-situación: "poner a disposición de los sujetos textos y
lenguajes que los habiliten para hacer algo más que la mera repetición").Recuerda
Michéa que "como ya decía Platón hace 2500 años, en el principio de toda adquisición
de saber está el "eros": el amor por el objeto enseñado que exige una relación afectiva
específica entre profesor y alumno".Más contemporánea, la noción de deseo está en el
centro de una idea de la educación a partir de la capacidad de producir las condiciones
para el desarrollo efectivo de un proyecto de aprendizaje lo suficientemente amplio
como para tensar nuestra cultura y vivificar los saberes disponibles a la vez que producir
otros tantos.La escuela situación, en efecto, se organiza alrededor de esta noción central:
no se trata sólo -ni tanto- de impartir unos contenidos que nos vienen dados de una
planificación considerada adecuada como verificar en situación proyectos de aprendizaje
singulares y de ponerse a disposición para alcanzar "algo más que una mera repetición".
El docente descentrado que emerge de esta imagen de la educación, sin embargo, no se
torna prescindente, sino que se convierte en una figura delicada, ya que recae sobre él la
responsabilidad de -por un lado- crear ciertas condiciones para que sea posible el
despliegue de una situación educativa mientras que, por otro, es un operador del
desarrollo al interior de esa situación, acompañando, guiando, estimulando el
crecimiento del proyecto de aprendizaje. En el proyecto de aprendizaje resulta vital la
dimensión de una afinidad efectiva respecto de los saberes que se consideran relevantes
y los mecanismos didácticos mismos. De hecho, una auténtica escuela-investigadora se
juega en buena medida a través de las hipótesis prácticas (es decir, hipótesis para las
que no hay más respaldo que el conjunto de saberes y decisiones válidos en una
situación) que es capaz de crear para hacer posible y luego ampliar cada vez más este
proyecto de aprendizaje.
Producir una situación de aprendizaje desde este no-saber, entonces, implica una
capacidad -de y en la escuela- para recrear un deseo de reencuentro de los chicos con sus
posibilidades (o potencias, recordando que potencia aquí no quiere decir sencillamente
"en potencia", sino más bien exigencia de ser).Recuerda Deleuze que para Spinoza la
palabra ley quiere decir dos cosas opuestas o bien que hay dos tipos radicalmente
diferentes de ley. La ley moral y la que deviene de la ética.No es difícil ejemplificar
ambas nociones. La ley moral se funda en prohibiciones, mientras que la ética opera a
partir del conocimiento de las causas y las consecuencias. Un ejemplo caricaturesco
puede servir: uno puede no saltar del quinto piso porque está prohibido (una autoridad,
digamos papá-mamá-la maestra, nos lo han hecho saber) o bien porque conoce las
consecuencias perjudiciales de esa acción. Mientras la ley moral funciona, no tenemos
acceso a un conocimiento de la naturaleza de los fenómenos ni a sus implicancias ("¡No,
porque no!; ¡sí, porque lo dice la autoridad!). La ética, entonces, implica un compromiso
intelectual y afectivo en la constitución misma del enunciado y -por tanto- una
autonomía de juicio respecto de la autoridad que enuncia.
En efecto, no hay situación de aprendizaje sin esta implicación deseante de los chicos.
No se forma un proyecto de aprendizaje invocando una autoridad exterior al proceso
mismo.