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Revista de Indias, vol.

49, nº 186 (1989)

Revista de Indias, 1989, vol. XLIX, 11ú111. 186

LA HISTORIA SOCIOECONOMICA ECUATORIANA


DEL SIGLO xvm: ANALISIS y TENDENCIAS
POR

CHRISTIANA BORCHART DE MORENO


y
SEGUNDO E. MORENO YAÑEZ
FLACSO/Quito

l. INTRODUCCIÓN

Desde la década de 1960 es manifiesto el desarrollo de las


Ciencias Sociales como un esfuerzo conjunto, cuyos objetivos
han sido plantear problemáticas originales de estudio, antes no
analizadas, y ofrecer, en lo posible, una interpretación sistemática
del desarrollo histórico ecuatoriano. Coincide este desenvolvi­
miento de las ciencias sociales con la aceleración del desarrollo
urbano, un relativo crecimiento industrial, la modernización del
agro a partir de la primera Ley de Reforma Agraria y Coloniza­
ción (1964), la presencia del capital extranjero y el fortalecimiento
de los sectores medios de la sociedad (Moreno et. al., 1976).
Este trabajo, sin embargo, no puede prescindir de algunos
esfuerzos precursores, aunque muchos de ellos se refieren más
bien a la historia general del Ecuador. Entre otros, merecen una
breve mención los balances de los estudios históricos de Isaac
Barrera en su Historiografía del Ecuador ( 1956), la introducción
al estudio de la Historia General del Ecuador (1963) de Jorge
Salvador Lara y La historiografía de la República del Ecuador
(1963) de Adam Szazdi -cuya versión castellana, con este título,
ha sido editada por la revista Cultura, del Banco Central del
Ecuador.
Por otro lado, la escasa preocupación que hasta entonces
había existido sobre una evaluación acerca del desarrollo de la
investigación de la Historia Económica ecuatoriana finalizó con
un primer esfuerzo al respecto. En efecto, en 1970 y con ocasión
del 39 Congreso Internacional de Americanistas (Lima), el histo-

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riador ecuatoriano J. Maiguashca presentó una ponencia titulada


«Breves apuntes sobre la situación de la Historia Económica en
el Ecuador». Según este autor marca un hito en la historia
económica ecuatoriana la obra de José María Vargas La econo­
mía política deJ,f:-c11ador durante la colonia:. hasta entonces el
«único esfuerzo por avizorar, en forma global, la economía del
país durante la Colonia►>. Las observaciones de Maiguashca in­
tentan clarificar los aportes de la historiografía ecuatoriana a
partir de una visión teórica de la economía, de varios aspectos
del proceso productivo, entre ellos el «empresarial» y el «laboral».
Este último, quizá, ha despertado mayor interés a partir de la
aparición del trabajo de Aquiles Pérez Las mitas en la Real
Audiencia de Quito (1947), a la que siguieron otros estudios de
diferentes autores y valores (Peñaherrcra de Costales, Costales
1964, Guevara 1957), considerados dignos de mención por la
originalidad en su campo y, especialmente, por estar basados en
investigación de fuentes primarias.
Después de constatar la existencia de una exigua bibliografía,
Maiguashca presenta como obstáculos al desarrollo de la historia
económica ecuatoriana, la falta de profesionalización de esta
disciplina y, en general, de las ciencias sociales, la carencia de
guías de fuentes históricas y de bibliotecas con suficientes fuentes
secundarias, así como la deficiente infraestructura archivística
que presentan todas las colecciones documentales del país (Mai­
guashca 1970, págs. 11-21; Moreno et. al. 1976, págs. 2-4).
Seis años después de la mencionada ponencia de Maiguashca
-y en el marco del I Encuentro de Cientistas Sociales del Area
Andina (diciembre 1976)- S. Moreno, R. Quintero y C. Verduga
en sus «Anotaciones sobre el estado de la investigación social del
Ecuador (Enfasis en la Historia Socioeconómica)», presentaron
una visión selectiva acerca del estado de la investigación en
Ciencias Sociales sobre el Ecuador, con particular referencia a
cuestiones de índole histórica. Como premisa de este objetivo
señalan los mencionados autores la condición necesaria de que
es inconcebible una Ciencia Social ahistórica, tanto desde el
punto de vista metodológico como porque el objeto de su análisis
son los procesos históricos. Es además evidente que el proceso
de producción del conocimiento constituye una actividad inmersa
en el conflicto socio-político de los diferentes estratos que con­
forman la sociedad, por lo que la imagen ideológica de la Historia
y demás Ciencias Sociales, como una reflexión neutral, es inexis­
tente. Como es criticable el empirismo puro, tampoco se puede

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concebir una ciencia histórica que se desarrolle únicamente den­


tro de un teoricismo forl)1al, o a lo más como un conjunto de
casos que expliquen más o menos mecánicamente los modelos
teóricos y a veces dogmáticos que proceden de reflexiones utópi-
cas o idealistas (Moreno et al., 1970).
Manuel Miño Grijalva, en su «Estudio Introductorio» a «La
Economía Colonial. Relaciones socio-económicas de la Real
Audiencia de Quito», salido a luz en el año de 1984, aunque no
presenta un «estado de la cuestión» sobre los estudios que se
refieren a la Historia Económica de la Epoca Colonial, afirma
con razón que la misma en el Ecuador está todavía en proceso
de gestación. En la mayoría de los casos las explicaciones de la
Historia Económica ecuatoriana han partido de generalizaciones
que, aunque en su tiempo promovieron una discusión teórica,
han sido superadas por el contínuo avance de las Ciencias Socia­
les. A lo enunciado debe añadirse la aguda escasez de estudios
monográficos sobre temas concretos, basados en fuentes prima­
rias y con solidez documental; tal sería el caso, por ejemplo, de la
apremiante necesidad de analizar el régimen de las encomiendas,
la producción agrícola y ganadera, la elaboración artesanal y los
circuitos del mercado interno (Miño Grijalva, 1984: 9-1 O).
Después de poner de relieve, quince años más tarde, los cam­
bios ocurridos en el panorama trazado por Maiguashca, el inves­
tigador peruano Carlos Contreras ( 1985), en un breve artículo
que intenta hacer un balance de la Historia Económica ecuato­
riana, pone de relieve las mejoras de la infraestructura archivísti­
ca y documental, las que alentarían solo de manera lenta e
inicial la producción local. Es verdad que los historiadores ecua­
torianos se dan a conocer más en sus prólogos a la reedición de
los «clásicos», que por sus libros, y que el esfuerzo del hace
pocos meses extinto P. José María Vargas con su esbozo general
sobre «La Economía Política del Ecuador durante la Colonia»
(1957) sigue siendo un esfuerzo solitario. Deben ser, sin embargo,
valorados los estudios monográficos y los «prólogos», pues ellos
presentan esquemas modernos de periodización y sus aportes
han sido significativos para profundizar, por ejemplo, en la diná­
mica de la economía obrajera, en el desenvolvimiento de la
producción y comercialización del cacao y en la historia econó­
mica del agro serrano, con implicaciones en la formación de
élites y en el desenvolvimiento de redes de intercambio y circuitos
de mercado. Varios son, sin embargo, los temas por estudiarse,
antes de emprender un nuevo tratado general sobre la Historia

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Económica colonial, por lo que la vía iniciada en estos últimos


años aparece como ampliamente fructífera.
El más reciente estudio bibliográfico (Landázuri, 1987) no es
más que «una apretada visión de conjunto», tal como lo señala el
subtítulo, visión dedicada en su mayor parte a los historiadores
del pasado, desde Juan de Velasco hasta González Suárez y que
en lo referente al siglo XX y a las tendencias recientes no ofrece
más que un resumen en pocas líneas con la enumeración de
algunos autores.
Cabe señalar, al final de esta introducción, algunas guías
bibliográficas de utilidad para el investigador interesado en la
historiografía ecuatoriana, tales como la guía general elaborada
por Robert E. Norris ( 1978), quien además elaboró un índice del
Boletín de la Academia Nacional de Historia, de 1920 a 1970
(1973). El más reciente trabajo de esta índole es un estudio de
Hernán !barra C. (1988) sobre las monografías provinciales y las
guías comerciales y su utilización como fuentes para la Historia
Social y local, que contiene una mayor amplia bibliografía.

2. ESTUDIOS GENERALES

Fuera del ya citado trabajo introductorio de Manuel Miño


Grijalva (1984: cfr. Introducción) existen dos estudios generales
sobre la economía y la sociedad en el siglo XVIII, ambos basados
en fuentes publicadas y en la bibliografía existente. El primero es
el de Nick D. Mills Jr. y Gonzalo Ortiz C. y abarca el período de
1759 a 1859, definido por los autores como «postcolonial». Este
período de transición se inicia con el comienzo del gobierno de
Carlos 111, con el cual la Colonia, en cuanto dependencia de una
potencia extranjera, comenzó a deshacerse. La Colonia vista como
ideología dominante y unificadora, en cambio, siguió vigente
durante varias décadas después de la independencia formal de
1822. Los autores tratan las tendencias demográficas y las clases
sociales y la economía con su estructura de producción y sus
relaciones de trabajo.
Carlos Marchán Romero (1986) subraya en su estudio el papel
protagónico del sector minero, especialmente de Potosí, en la
integración y especialización productiva de las regiones no mine­
ras, el cual, hasta finales del siglo XVII, había determinado el
grado de articulación y ampliación del mercado interno colonial.

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Frente a este <<modelo de desarrollo hacia adentro» el siglo XVIII


está marcado por la progresiva desestructuración regional y la
pérdida de autosuficiencia económica así como por el reconoci­
miento del aparato productivo en una escala macroregional.
Como productos principales de finales del siglo xvm analiza el
cacao, el tabaco y la caña.

3. MINERÍA

Durante casi toda la Epoca Colonial, a excepción de las pri­


meras décadas siguientes a la conquista española, la minería fue
una actividad secundaria, la que en momentos de situación de
crisis creaba frecuentemente expectativas exageradas (Palomeque,
1978). La poca importancia relativa que tuvo esta actividad se
refleja
. . también en la escasez de estudios basados en fuentes
pnmanas.
Sobre la decadencia de la minería en el siglo XVIII, ocasionada
en parte por la falta de gente experimentada en esta actividad, lo
que quedó más bien en manos de aventureros, habla José María
Vargas en «La Economía Política del Ecuador durante la Colonia»,
basado en los escritos de Eugenio Espejo y del Padre Juan de
Velasco (Vargas, 1957 y s.d.: 239-244). Los obstáculos financieros,
sociales y técnicos se reflejan, por su parte, en un artículo de la
investigadora francesa F. Langue (1986), cuyo objetivo es poner
de relieve los esfuerzos desplegados en los primeros años del
siglo XIX, para explotar las vetas de plata descubiertas en el
cerro del Condorazo, en el corregimiento de Riobamba, y para
restablecer la producción de las minas de oro de Zaruma, sitas
al sur de la Real Audiencia de Quito, que habían sido ya trabaja­
dos en el siglo XVI. Langue describe cómo, en el caso del cerro
de Condorazo, las actividades se habían reducido obviamente al
envío de múltiples informes por parte del corregidor; en el caso
de Zaruma el párroco tomó la iniciativa y creó su propio fondo
público de habilitación de las minas, tratando de mejorar también
el nivel técnico de los mineros. A pesar de estos aportes, la
autora deja abierta la cuestión sobre las causas del fracaso de
ambos intentos, las que deben estar relacionadas probablemente
con los disturbios causados por las guerras de la independencia,
así como por el aislamiento de las dos regiones y la inexperiencia
de sus habitantes en los asuntos mineros.

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En años recientes ha aparecido una publicación, en tres volú­


menes, realizada por el Instituto Ecuatoriano de Minería, bajo la
responsabilidad de Maximina Navarro Cárdenas ( 1986), que con­
siste básicamente en la recopilación de documentos, tanto ya
publicados como originales, que se refieren a las actividades
mineras desde la conquista española hasta la década de los
cuarenta del presente siglo. El tomo II trata sobre el siglo XVIII e
incluye algunos cedularios de la época, así como documentos
provenientes de la sección «Minas» del Archivo Nacional de His­
toria de Quito, del Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores,
en la capital ecuatoriana, y un solo documento del Archivo Ge­
neral de Indias/Sevilla. Desgraciadamente esta colección, aquí
presentada, no tiene ensayo alguno introductorio y faltan notas
interpretativas. El trabajo con la documentación se dificulta ade­
más porque, fuera de un orden cronológico, carece de índices
temáticos o toponímicos.
María Luisa Laviana Cuetos, en su estudio sobre los recursos
naturales y el desarrollo económico de Guayaquil en el siglo
XVIII, incluye un capítulo sobre la minería (1987: 303-348). En él
se analiza tanto la producción como la comercialización de la sal
y del «copé»: una especie de nafta o betún natural que tuvo
importancia en la construcción de barcos, durante la época colo­
nial temprana y que luego sirvió para impermeabilizar las botijas
de aguardiente y vino.
También durante los primeros años de la República, la crisis
económica y financiera de algunas regiones motivó los intentos
de reactivación de minas abandonadas, hecho que está analizado
por Silvia Polomeque (1987) sobre la región de Cuenca. Sería de
enorme interés profundizar el estudio de éstos y otros intentos
relacionados, en el territorio de la Audiencia de Quito, con los
momentos de crisis de las demás actividades productivas, y de la
participación que tuvieron en ellos algunos sectores de la socie­
dad. Coincide con este período la iniciativa tomada en la gober­
nación de Cuenca para establecer un inventario de minas y
reactivar su explotación (Achig, 1979: 51-109).

4. EL SECTOR AGRARIO

Y a en 19 57, José María Vargas (s.d. 81- 106) puso a considera­


ción las formas de distribución de las tierras, desde los inicios de

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1535, a los casi dos meses de poblada la denominada entonces


villa de San Francisco de Quito. Su trabajo, más que un análisis
global para una época o región, selecciona, a modo de ejemplo,
algunos casos o nombres de los adjudicatarios en los primeros
repartos de tierras, en la región de Quito. De modo semejante, en
lo que refiere al siglo xvm, Vargas (s.d. 129-173) ofrece una
visión fragmentaria y modélica, con especial referencia a los
estamentos clericales y aristocráticos. De este modo se tiene un
compendio, desde el punto de vista de las Ordenes Religiosas, del
pleito sobre los diezmos, así como una mención de algunas de
sus propiedades. Las élites están representadas por algunas de
las más preclaras familias de terratenientes, a quienes les fue
incluso posible establecer varios mayorazgos. Por lo tanto, «en el
proceso histórico de la colonia, hubo una relativa continuidad en
la tenencia de la tierra por parte de los conquistadores y de sus
descendientes, que heredaron una posición social aventajada, a
base de una holgada economía» (Vargas, s.d.: 173).
El sector agrario entendido, en primer lugar, como las formas
de acceso a la propiedad de la tierra y el origen y consolidación
del latifundio, como unidad de producción, han sido el objeto de
varios trabajos de Christiana Borchart de Moreno (cfr. entre
otros: 1979, 1980a, 1980c, 1981 ). De los mismos se deduce que el
latifundio, en su forma de hacienda, considerado como un modelo
de acumulación de bienes territoriales determinado por un pro­
ceso productivo, apareció ya a lo largo de la primera centuria de
la colonia, con el interés de los encomenderos por conseguir,
incluso contra las leyes, tierras en las cercanías de las comunida­
des a ellos encomendados. Al respecto, es importante recalcar,
que la élite quiteña se reprodujo gracias a la permanente relación
entre el cabildo, y los vecinos encomenderos o grandes propieta­
rios, puesto que, en la práctica, los mismos sujetos detentaban el
poder local municipal y la hegemonía económica, al recibir los
bienes procedentes de la tributación, obtener mercedes de tierras
y estar en la posibilidad de canalizar la fuerza de trabajo indígena
hacia las propiedades particulares.
A pesar de que la Corona Española respetaba la propiedad
agrícola indígena, existían varias posibilidades para la adquisición
legal o ilegal de estas tierras; entre ellas cabe anotar los remates,
las «composiciones» (forma para obtener un título originario legal),
las donaciones y herencias a favor de mestizos o españoles. Se
pone también de relieve la tendencia a buscar estabilidad de la
propiedad agrícola de modo particular gracias a la práctica de

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fundar «vínculos» y «mayorazgos» (Borchart de Moreno, 1981:


236-242).
Un fenómeno frecuente en toda América fue la formación de
capital comercial y su posterior inversión en el sector agropecua­
rio, como lo demuestra también Borchart de Moreno (1986a) en
un estudio comparativo entre Nueva España y la Audiencia de
Quito, con el estudio de caso de una gran propiedad dedicada a
la ceba de ganado, procedente de la Gobernación de Popayán y
a la producción de aguardiente para un mercado regional.
A la visión más global, antes ya anotada, se suman varios
estudios de caso, en su mayoria referentes a antiguas propiedades
de la Compañía de Jesús, cuyo mérito especial radica en el uso
de fuentes primarias, provenientes de varios archivos. Un caso
singular es el artículo de Emilio Bonifaz (1970), en el que trata
sobre la formación de un latifundio colonial quiteño, la hacienda
Guachalá, en base al archivo de la misma, cuyos datos ofrecen la
visión de un terrateniente sobre la propiedad particular de su
familia. La documentación del mencionado archivo sirve también
a Galo Ramón (1987) para exponer la visión de la hacienda
desde el punto de vista de los trabajadores indígenas.
Segundo Moreno Yáñez (1980), por su parte, en su estudio
sobre el «Traspaso de la propiedad agrícola indígena a la hacienda
colonial: El caso de Saquisilí», pone de relieve que la historia del
origen de la hacienda y la expansión de sus fronteras agrícolas
no pueden considerarse separadas de la destrucción de la tenen­
cia de la tierra indígena y tampoco viceversa, pues ambas partes
son actores, a nivel desigual, de un solo proceso.
Mientras que el proceso de conformación de la hacienda
colonial ha sido estudiado ya en algunos casos, el proceso paralelo
de la disminución de tierras de propiedades indígenas es todavía
casi desconocido. Los diferentes mecanismos de traspaso han
sido estudiados por C. Borchart de Moreno (1981b) hasta finales
del siglo XVII. Para dos comunidades del corregimiento de Rio­
bamba existe un estudio sobre los factores que influyeron en la
pérdida de las tierras de comunidad y los intentos de recuperarlos
en el siglo XVIII (Borchart de Moreno, 1988).
El estudio más amplio sobre tierras de comunidad a lo largo
de época colonial es la tesis de maestría de Loreto Rebolledo
(1987) sobre las tierras de Lumbisí, una comunidad cercana a la
ciudad de Quito. L. Rebolledo demuestra cómo, en este caso, la
lucha por la tierra, conservada como propiedad comunal hasta
la actualidad, fomentó la cohesión de grupos indígenas traslada-

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dos al lugar desde diferentes partes de la Sierra ecuatoriana por


sus encomenderos. ..
El estudio mencionado de Segundo Moreno esclarece la con­
formación de una de las haciendas de la Compañía de Jesús,
algunas de cuyas propiedades son el objeto de varios estudios de
caso. Jorge Villalba (1983), sacerdote jesuita bajo cuyo cuidado.
está el archivo de la Provincia Ecuatoriana de la Compañía de
Jesús, intenta aclarar, por ejemplo, el sonado pleito originado por
las acusaciones, desde 1760, del Dr. Julián Rosales, cura benefi­
ciado de Pimampiro, contra los Jesuitas propietarios de varias
haciendas en el valle del Chota (norte del actual Ecuador). Gracias
a estos alegatos, el autor arriba mencionado, además de ofrecer
una visión más completa de los hechos, procura dar a conocer
datos y circunstancias sobre las haciendas del valle del Chota,
sobre sus dueños y obreros, sobre la realidad de la vida de los
esclavos africanos, la agricultura, la población indígena y su
desaparición, la producción y el comercio del azúcar: objetivo
amplio que se cumplirá de modo parcial, pues el fin principal
apologético del autor es presentar «la Defensa» contra las acusa­
ciones de Rosales, escrita por un jesuita anónimo, cuyo manus­
crito de 94 folios reposa en el archivo de la Orden en Alcalá de
Henares (España).
Es más explícita Rosario Coronel (1987) en su estudio sobre
las transformaciones del valle del Chota desde la producción de
coca y algodón (finales del siglo XVI), hasta la época de la hacien­
da cañera jesuita, en su última fase bajo la Administración de
Temporalidades (siglo XVIII). En varios acápites sobre el siglo
XVIII parte de las aseveraciones que Borchart de Moreno (1981)
hizo unos años antes para el período comprendido entre 1767 y
1779. En base a las Cuentas de Temporalidades se demuestra la
organización y la complementaridad o racionalidad interna de la
producción de caña con las haciendas de pan sembrar y los
obrajes, de modo particular, a través de la céntrica hacienda de
Tumbaviro.
En el valle del Chota existió la mayor concentración de escla­
vos negros, quienes, según R. Coronel recibían tierras o «chácaras»
para el cultivo privado de diversos productos, cultivos que pueden
haber servido para expandir la frontera agrícola en la región.
Además creemos que las chácaras han sido un factor que explica
la resistencia de los esclavos a ser vendidos, después del remate
de las haciendas de Temporalidades, fenómeno que debe haber
influido en la formación de una idiosincrasia étnica (Borchart de

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388 CBRISTIANA BORCHART DE MORENO Y SEC;l:NDO E. MORENO YA�E/

Moreno, 1986a) No es, sin embargo, exacta la comparación que


hace R. Coronel entre los ingresos de las haciendas cañeras de
Temporalidades y los de obraje de Chillo en la década de 1750,
estudiados por Nicholas P. Cushner ( 1982). Al respecto se debe
aclarar que Cushner calcula la rentabilidad sin tener en cuenta
la inversión. Los datos de ambos autores deben compararse
todavía con los que diferentes autores ofrecen para otras regiones
de la América española.
Para R. Coronel la caña y los textiles fueron, en la región del
Chota, las producciones dominantes, en función del mercado
minero de Popayán, del amplio mercado de Lima y del mercado
regional de Quito. El objetivo de la producción de otros géneros
era, al interior de cada hacienda, la reproducción de la fuerza de
trabajo, por lo que las erogaciones monetarias disminuian al
máximo.
Un capítulo publicado de la mencionada tesis de R. Coronel
( 1987b) se refiere a los problemas del riego en la zona del Chota,
problema que a pesar de ser mencionado con frecuencia en la
documentación colonial, hasta ahora prácticamente no ha des­
pertado el interés de los investigadores.
Para la región más cercana a Quito, de modo particular el
Valle de los Chillos con su mayor concentración de propiedades
en manos de las Ordenes Religiosas (Borchart de Moreno: 1980a),
Cushner ( 1982) ofrece un estudio detallado sobre la relación de
la producción obrajera y agrícola-ganadera. En uno de los capí­
tulos describe detenidamente la formación jesuita en el mencio­
nado Valle, para luego seguir con una interesante descripción de
la organización interna de las unidades agrarias y ganaderas.
Dedica además una parte de su estudio al análisis detallado de
las relaciones laborales, entre ellas la mita, la gañanía, el peonaje
por deudas y las erogaciones que la mano de obra significaba
para la economía de las haciendas. Reflexiones sustanciales son
las que se. relacionan con un examen de la contabilidad de los
complejos y su rentabilidad económica.
Diferente es el caso de la región meridional de la Audiencia
de Quito, cuya estructura de propiedad es diversa de aquella que
aparece en la Sierra Central y Norte, tal como lo señalan Silvia
Palomeque ( 1978; 1987) y Espinoza, Achig y Martínez ( 1980). No
existen, sin embargo, estudios comparables a los de la Sierra
Central y Norte, sino que los autores arriba mencionados se
refieren dentro de una comprensión económica de Cuenca, a la

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estructura hacenda ta ria (Espinoza et al. 1980) y a los diferentes


productos agropecuarios y su comercialización (Palomeque, 1978).
La zona de Loja, cercana a la actual frontera con el Perú, en
cambio, ha sido estudiada hasta ahora únicamente en lo referente
a la producción de cascarilla en el siglo XVIII (Petitjean/Saint­
Geours, 1983 ).
Es lícito poner en duda que, en el momento actual y en base
a los pocos estudios de caso, algunos de ellos valiosos, se pueda
elaborar un análisis teórico nuevo que posibilite la aplicación de
pautas científicas a las futuras investigaciones. Como se ha puesto
de relieve, casi todos los estudios citados en páginas anteriores
contradicen la imagen, más bien vulgar, de la hacienda como
institución inmóvil y de los terratenientes como personajes reacios
a todo tipo de cambio. Por otro lado, la lógica de un sistema
hegemónico en la economía colonial; la producción textil, por lo
menos para algún periodo, es ya conocida por los investigadores,
desde la aplicación para el Ecuador de la Teoria de la Dependen­
cia (cfr. p. e.: Velasco, 1976: 1981).
De todos modos, Carlos Marchán, en su artículo «El sistema
hacendario serrano, movilidad y cambio agrario» (1984) intenta
ofrecer un marco de análisis, desgraciadamente con poca com­
prensión histórica de los trabajos que le sirven de base y con
una aplicación tardía y demasiado mecánica de los aportes de
Carlos Sempat Assadourian. Como en la mayoría de los estudios
hechos por economistas y cuyo fundamento es la Teoría de la
Dependencia, Marchán subraya la autosuficiencia económica del
espacio colonial del Virreinato Peruano y su vinculación al centro
minero de Potosí, la que crearía una especialización regional del
trabajo y un subsecuente encadenamiento económico de Quito,
Paraguay, Buenos Aires, Tucumán y Chile. Se debe tener en
cuenta, sin embargo, que todas estas regiones mencionadas, como
las demás de la América Española, estaban subordinadas a una
política económica y fiscal con un interés hegemónico metropoli­
tano y europeo. Es además necesario anotar que cada una de las
regiones pertenecientes al Virreinato Peruano estaban, en la prác­
tica, circunscritas a otros circuitos económicos, en algunos casos
más importantes, para las diferentes zonas y períodos, que el
centro rector de Potosí. A modo de ejemplos bastará señalar la
existencia de un importante mercado de Nueva Granada para
los textiles de Quito, o las significativas relaciones del Paraguay
con el Brasil y Buenos Aires.
Aunque una propuesta como la de Marchán aparece, a prime-

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ra vista, coherente, su modelo económico está fundamentado


más en sugerencias parciales que en estudios históricos, lo que
no permite distinguir, entre los diversos períodos y regiones de la
Audiencia de Quito, las variaciones en su desarrollo y la concate­
nación diacrónica de los sucesos. Es difícil, por lo mismo, discernir
dónde termina la abstracción del modelo económico y dónde
comienza la documentación histórica.
Tal como se señaló en la introducción, las investigaciones en
el campo de la historia socio-económica se iniciaron con estudios
sobre el régimen laboral en la Audiencia de Quito. Algunas de las
obras citadas en el presente acápite dedican una parte al análisis
de la mano de obra, generalmente indígena.
Existen también pocos estudios específicos sobre la fuerza de
trabajo en el agro. Tal es el caso del conocido trabajo de Udo
Oberem (1981a) sobre «conciertos» y «huasipungueros» que de­
muestra el desarrollo de las relaciones entre patrones y trabaja­
dores agrícolas durante la Colonia y la República. Datos sobre el
número de tributarios dependientes de las haciendas, a finales
ele la Colonia, se encuentran en otro artículo del mismo autor
(Oberem, 1981b). En un trabajo reciente Hernán !barra C. (1988)
ofrece un estudio de caso de un grupo de haciendas situadas en
las cercanías de Quito. Basado en los libros de rayas y socorros y
en las cuentas de las haciendas, analiza la organización productiva
y las relaciones laborales.
El sector artesanal, en cambio, a excepción de la producción
textil, (cfr. abajo), es todavía menos conocido, ya que top.avía no
existen estudios sobre los gremios en la Epoca Colonial. Se puede
mencionar únicamente el estudio de María Luisa Laviana Cuetos
(1983) sobre la mano de obra en los astilleros de Guayaquil.

5. LAS MANUFACTURAS TEXTILES

El auge económico del siglo XVII en la Audiencia de Quito


está basado en la producción textil de los obrajes y en la produc­
ción agropecuaria de las haciendas. Esta fase de estabilidad polí­
tica dentro del bloque colonial está marcada por la ausencia de
antagonismo entre el Estado metropolitano y las clases sociales
locales en la dominación y explotación de las masas indígenas.
La aguda decadencia política y económica de la metrópoli y la
apertura de las colonias americanas al comercio mundial, modi-

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ficaron la base económica de la formación social y condujeron,


en las primeras décadas del siglo XVIII, a una ruptura del bloque
colonial, por la que la clase dominante local entró en contradic­
ción con el poder metropolitano y escapó al control del Estado
colonial en la distribución de la mano de obra indígena. De este
modo la manufactura textil, como también la hacienda, revela el
proceso contradictorio, que marca a este periodo histórico (Gue­
rrero, 1977).
Según Javier Ortiz de la Tabla ( 1977; 1982), el obraje como
unidad de producción aparece desde los primeros momentos de
la colonización y supone quizás una adaptación del sistema pro­
ductivo europeo a las condiciones socio-económicas y demográ­
ficas americanas. Lo que interesa a su estudio es la pervivencia y
desarrollo, contra la política metropolitana, del obraje quiteño y
de los factores que lo determinan. Entre estos últimos parecen
decisivos la abundancia de mano de obra indígena, productora y
consumidora, a la vez, de las manufacturas textiles; la copia de
materia prima con la riqueza del distrito en algodón, lana y
tinturas; los bajos costos de producción; y el extenso mercado
especialmente el Virreinato del Perú.
A lo largo del siglo XVII el control de los obrajes de comunidad
le fue arrebatado a los indios por los sectores blancos, mientras
aumentaron los obrajes particulares adscritos a las haciendas y
posteriormente los obrajuelos o «chorrillos» en las ciudades y
asientos españoles (Tyrer, 1976; Ortiz de la Tabla, 1977). Durante
el siglo XVIII en el corregimiento de Quito, según el padrón de
alcabalas de 1768 - 1775, los obrajes eran 25, de los que once
estaban ubicados en la Capital y los restantes 14 en el campo. El
binomio hacienda-obraje será el característico a lo largo del siglo
XVIII y se concentrará su propiedad en el grupo económico y
políticamente más fuerte de la Audiencia.
Los obrajes de la Audiencia de Quito, aunque perduran du­
rante el siglo XVIII, y algunos de ellos rebasan el siglo XIX (Mura­
torio, 1986; Kennedy Troya/Fauria Roma, 1987), entran en deca­
dencia, crisis que se debe a la política restrictiva de los Barbones
pero también a la anterior competencia de los tejidos europeos
introducidos gracias al contrabando, al encarecimiento de los
costos de producción, fundamentalmente por la subida de los
precios de los tintes, e incluso a las catástrofes telúricas.
Es de interés señalar los determinantes propuestos por Ortiz
de la Tabla, los que nos ofrecen un cuadro completo de aparición
evolución y crisis de las manufacturas textiles; falta, sin embargo,

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en su visión más metropolitana, otorgar importancia al deterioro


del circuito mercantil centralizado en Potosí: causa que parece la
fundamental y a veces exclusiva en los estudios elaborados en
América Latina.
La tesis doctoral de R. Tyrer (1976) sobre la población indíge­
na y la industria textil entre 1600 y 1800, dedica el capítulo final
a la economía obrajera durante el siglo XVIII (op. cit.: 310-346).
Basado en los informes de la época, el autor describe la crisis
económica y social, en general, la que afectaba especialmente a
la élite, cuya base económica eran los obrajes, pero en medida
mucho menor a las clases bajas y a la población indígena. Sus
datos sobre los obrajes y los trabajadores ocupados en ellos se
refiere a la década de los ochenta y demuestran especialmente
la decadencia de la producción textil urbana en «chorrillos» y
obrajuelos, tan importantes por otro lado en el siglo XVII. Los
obrajes situados en las grandes haciendas pudieron enfrentar
mejor la crisis, gracias a su autoabastecimiento de materias pri­
mas y a su fuerza laboral estable, la cual, en momentos de baja
de la producción textil, podía ser ocupada en las actividades
agropecuanas.
Para evitar mayores riesgos económicos, la producción cambió
de la de paños a la de bayetas y la comercialización de éstas se
reorientó hacia la Nueva Granada. De paso menciona entre éstos
a aquellos obrajes que, gracias a su mayor disponibilidad de
capital pudieron enfrentar la crisis: las manufacturas textiles de
la Compañía de Jesús. Algunos de estos obrajes, específicamente
los de Chillo y Yaruquí, en las cercanías de Quito, fueron poste­
riormente estudiados por N. Cushner (1982), quien incluye en su
obra datos sobre el establecimiento de los obrajes, su organización
interna, la situación de los trabajadores, la producción y la co­
mercialización (op. cit.: 89-115). El estudio de Cushner termina
con el año de 1767, fecha en que fueron expulsados los jesuitas
de los territorios americanos.
En el caso de la Audiencia de Quito el período posterior a la
expulsión de los jesuitas, es decir la época de transición entre la
administración jesuita y el remate de sus propiedades a manos
de particulares, fue extremadamente largo, debido probablemente
a la mala situación económica que obstaculizaba la adquisición
de las grandes propiedades por parte de los terratenientes y
dueños de obrajes de la región. A pesar de que la documentación
sobre la Administración de Temporalidades es muy abundante,
existe únicamente un estudio de caso sobre uno de los obrajes

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más grandes de la Audiencia (Borchart de Moreno, 1986b) y sus


crisis durante las últimas décadas del siglo XVIII. El referido estu­
dio, además de la producción de los textiles y sus cambios,
incluye datos sobre la organización interna del obraje y sus siete
haciendas agregadas y analiza tanto la producción de alimentos
como el abastecimiento de lanas para la manufactura textil.
Una monografía más L'Xtensa existe sobre la hacienda-obraje
de Tilipulo, uno de los ob1ajes particulares pequeños situados en
la región de Latacunga (Kennedy Troya/Fauria Roma, 1987). El
estudio, iniciado con miras a una reconstrucción del complejo
arquitectónico, considerado falsamente hasta épocas recientes
como ejemplo de la arquitectura colonial y de gran importancia
en los movimientos de independencia como lugar de reunión de
los próceres, está basado en material documental muy amplio.
Esto permite trazar la historia de la formación de la propiedad y
describir los inicios de la producción textil hacia fines del siglo
XVII, cuando se había resuelto el conflicto por la decretada aboli­
ción de los obrajes en la Audiencia de Quito. La documentación,
en cambio, no ha permitido aclarar la procedencia de la materia
prima, las cifras de producción y los tipos de textiles elaborados,
así como las vías de comercialización, con lo cual es difícil hacer
comparaciones con otros obrajes.
También al sector textil colonial presta esmerada atención
Manuel Miño Grijalva ( 1984, 1986, 1987), autor que se enmarca
en la línea de los aportes de Alberto Landázuri Soto ( 1959), R.
Tyrer (1976), Andrés Guerrero (1970) y Javier Ortiz de la Tabla
(1977). Según Miño Grijalva (1984) se ha prestado gran atención
al sector textil colonial por ser el dominante en la Audiencia de
Quito, hasta su desplazamiento, desde finales del siglo XVIII, por
la producción y exportación cacaotera. Tres sectores definidos
habrían caracterizado el trabajo textil: el obraje durante el siglo
XVII; el trabajo artesanal-doméstico; y el sistema de trabajo a
domicilio, especialmente en la segunda mitad del siglo XVIII. Es
importante además anotar, que a lo largo de los siglos XVII y
XVIII no hubo una expansión o incorporación de nuevos espacios
geográficos al mercado. Más bien la segunda mitad del siglo XVIII
presenta una evidente contracción, aunque parece que la crisis
del sector textil no fue tan profunda como comúnmente se
juzga. La evidente baja de la producción obrajera, en términos
económicos, se debió al incremento en la oferta de tejidos y a la
baja de los precios, que coinciden con las primeras décadas del
siglo XVIII, a lo que se debe añadir la caída de la producción

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minera, que limitó agudamente el mercado textil en el Virreinato


del Perú.
Varios son los aspectos comparativos entre las manufacturas
andinas y mexicanas. Miño Grijalva ( 1986, 1987) pone de relieve
por ejemplo, el movimiento expansivo de los comerciantes y a
través de ellos de los alcaldes mayores y corregidores, en torno a
los cuales giraba el trabajo doméstico y el sistema a domicilio en
la producción textil. Con la articulación del campesino, como
artesano y productor barato, el comerciante pudo aumentar el
volumen de la producción hasta márgenes poco usuales: sistema
que se constituyó en el dominante del trabajo textil en ambos
Virreinatos. También se puede señalar, como característica
común en ellos, que a finales del período colonial se habrían
producido cambios significativos en la división regional del trabajo
textil. En Nueva España el trabajo de la lana se ubicó en el
espacio centro-norte (Acámbaro, Querétaro), mientras que la pro­
ducción de textiles de algodón quedó para el sur y el este (Puebla,
Tlaxcala y Yucatán) y para la región de Guadalajara en el occi­
dente. En los Andes. Quito, como tradicional centro obrajero,
siguió produciendo tejidos ordinarios de lana, mientras los textiles
de algodón ganaban el mercado: predominio que se constituirá
en campo abonado para la penetración de tejidos importados
provenientes del naciente capitalismo industrial.
Aunque el esfuerzo de Miño Grijalva quizás es comparable
con el desplegado por el de otros autores aquí mencionados,
asevera textualmente que: «los problemas por resolver son aún
numerosos, por ello creo necesaria realizar una revisión biblio­
gráfica y establecer el estado actual al que ha llegado su conoci­
miento, sin lugar a dudas, haciendo prevalecer la explicación
empírica a la teórica, que hoy por hoy creo que es lo que más
falta hace a la «nueva historiografía ecuatoriana» (Miño Grijalva,
1984; 43).
Dentro de estos, por ahora necesarios, estudios empíricos,
Jorge Villalba (1986) insiste en su estudio en la admiración por el
empuje, la iniciativa y el vigor creativo de los empresarios, que
desarrollaron el grandioso imperio manufacturero y que crearon
una red comercial encaminada a la lejana exportación de sus
géneros, por mar y por tierra. Confirmaría esta opinión, según
Villalba, la bondad de las leyes sobre obrajes y su acatamiento,
como aparece, con algún pormenor, en «La historia de ciertos
obrajes modelos por su éxito industrial y por el ejemplar régimen
que los dirigía» (op. cit.: 46). Además de la transcripción parcial

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de algunos documentos legales, ofrece el autor algunos ejemplos,


que tienen como fin esclarecer los presupuestos introductorios y,
de este modo, comprobar que la industria textil «cumplió así el
beneficio de dar bienestar a todas las clases sociales del Reino
de Quito; de educar y dar dignidad al obrero y al artesano» (op.
cit.: 212).
En relación con la legislación sobre los obrajes de Quito no se
debe dejar la ocasión de citar las disposiciones dictadas todavía
en el siglo XVII, por el juez visitador Mathías de Peralta Cabeza
de Vaca, quien reglamentó, en 1621, las normas para la fabrica­
ción de textiles, pero casi pasó por alto en lo referente a los
agravios que padecían los indios y los justos salarios. Javier Ortiz
de la Tabla (1976) las publicó con un interesante estudio intro­
ductorio, en base al ejemplar conservado en el Archivo General
de Indias en Sevilla; a la edición mencionada, años después,
siguió una transcripción del mismo documento conservado en el
Archivo Nacional de Historia de Quito (Costales, 1986 ).
Las Ordenanzas de Mathías de Peralta eran válidas, para los
corregimientos de Riobamba y Chimbo y los demás por él visita­
dos y, según el parecer del fiscal Juan de Lujan, hacia 1737,
tenían el carácter de interinas, hasta que los virreyes y la Audien­
cia decidieran otra cosa. Fue necesario, por lo tanto, dictar nuevas
ordenazas, que fueron válidas para todo el territorio de la Audien­
cia y aplicables no solo a los obrajes de comunidad, como las de
Peralta, sino obligatorias particularmente para las manufacturas
privadas, con el objeto de poner límite a los innumerables abusos
de los que eran víctimas los trabajadores indígenas «concertados».
Segundo Moreno Yáñez (1979) publicó, con notas introductorias,
un ejemplar del citado documento, que había sido transcrito en
los libros de hacienda de un latifundio cercano a la capital del
Ecuador, en 1851, con la anotación de que estaban en vigencia
todavía en plena época republicana.

6. EL COMERCIO

Para los estudios sobre el comercio se pueden detectar tres


aspectos; la comercialización de los textiles, la exportación del
cacao y, como objeto más reciente de la investigación, el comercio
local e interregional. Es posible que el desarrollo relativamente
tardío de las investigaciones sobre el comercio se debe en parte

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a la falta de un consulado en el territorio de la Audiencia de


Quito. En otras regiones de América Latina el estudio del comer­
cio frecuentemente se ha desarrollado a partir de ..un estudio
institucional del gremio de los mercaderes, ya que esto facilitaba
la identificación de un grupo de personas vinculadas, general­
mente, a la «Carrera de Indias» y al comercio a gran escala.
En el caso de la Audiencia de Quito, en el siglo XVII y el XVIII,
se nota una evolución diferente debida a los factores que deter­
minan su economía. El contacto con la metrópoli frecuentemente
no es directo sino a través de intermediarios en Cartagena o en
Linares, como lo sugiere Ortiz de la Tabla (1976), basado en las
expresiones del jesuita Coleti en 1757. Tanto el trabajo de Tyrer
(1976) como un estudio de caso de Borchart de Moreno (1986)
demuestran la participación de los criollos en el comercio al por
mayor, criollos que no necesariamente pertenecían a la élite
colonial.
El pionero de los estudios sobre la comercialización de los
textiles, al igual que de los obrajes, es Tyrer (1976: 278-309)
quien demuestra que el comercio de textiles no era una actividad
dominada por mercaderes especializados, sino que los propios
obrajeros organizaban la comercialización de sus productos, p. e.
a través de agentes en Lima, a más de estar involucrados en el
negocio de las importaciones y el comercio local. Los demás
autores que han investigado sobre la producción textil, tratan
también sobre la comercialización de la producción, pero gene­
ralmente no es una temática central de los estudios. Para la
segunda mitad del siglo XVIII algunos autores señalan la reorien­
tación de la comercialización hacia los centros mineros neogra­
nadinos (p. e. Tyrer, 1976; Colmenares, 1980; Borchart de Moreno,
1986b), temática que todavía no ha sido investigada detenida­
mente.
Ya que en el siglo XVIII el centro de las actividades económicas
se traslada a la región de Guayaquil, también las investigaciones
históricas se centran más bien en esta región y su primer «boom»
cacaotero. Casi todos los estudios, a excepción del efectuado por
Laviana Cuetos ( 1987) quien describe las formas de producción
no solamente del cacao sino también de otros productos, y de
Contreras (1987), dan mayor importancia a la exportación del
producto principal de la Costa ecuatoriana, dejando de lado el
establecimiento de las plantaciones y las formas de producción.
Por lo tanto, hasta la actualidad, no existe estudio monográfico

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alguno sobre ninguna de las grandes propiedades y productoras


de cacao durante la época colonial.
Un primer análisis del comercio de cacao de Guayaquil fue
publicado por Dora Borja León y Adam Szasdi (1964), seguido
por el estudio cuantitativo de Michel T. Hamerley (1976). También
M. Chiriboga (1980) publica datos sobre la exportación de cacao
en las últimas décadas de la Epoca Colonial. Contreras ( 1987)
integra en su estudio del sector exportador también el comercio
con otros productos de menos importancia, tales como madera,
cera y pitas, y estudia las redes comerciales que unían Guayaquil
no solamente con Lima sino con la Costa del Virreinato de
Nueva Granada y puertos en el hemisferio norte. Reitera fre­
cuentemente la dependencia de la economía guayaquileña del
capital limeño, pero no la demuestra con estudios de caso docu­
mentales.
Con el comercio de exportación están vinculados también los
astilleros del puerto de Guayaquil, importantes en toda la costa
pacífica de América del Sur. Sobre la actividad de los astilleros y
su importancia para la economía de Guayaquil existen los estu­
dios de Estrada Ycaza (1973); Clayton (1978) y Laviana Cuetos
(1987).
Contreras señala las repercusiones del «boom» exportador del
cacao para la Sierra Sur, basándose en las investigaciones de
Silvia Palomeque sobre la región de Cuenca y de Loja y su
comercio (1978; 1987) y menciona la falta de estudios compara­
bles para la Sierra Central y Norte. Efectivamente el comercio
local e ínter-regional, hasta la actualidad, está estudiado única­
mente para esta región del austro ecuatoriano y su vinculación
con la Costa Norte del Perú, tanto por S. Palomeque (op. cit)
como por Susana Aldana Rivera (1987). La integración de estas
zonas fue posible gracias a la combinación de especializaciones
regionales entre Piura, como centro productor de algodón, Cuen­
ca con su habilidad artesanal en el sector textil, Lima como
mercado final para los productos que llegaban allí gracias a las
recuas de mulas y los arrieros procedentes generalmente de Loja
(Palomeque, 1983). Para el siglo XIX S. Palomeque retoma el
tema del intercambio comercial de la región de Cuenca en un
estudio más amplio (Palomeque, 1987). Estudios similares para
otras regiones de la Audiencia de Quito serían de mucho interés
para comprender mejor los circuitos comerciales locales e inte­
rregionales.

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7. DEMOGRAFÍA Y DESARROLLO URBANO

La evolución demográfica de la Audiencia de Quito en dife­


rentes épocas y vinculada a ella el desarrollo urbano, han des­
pertado, en los últimos veinte años, el interés de los investigado­
res. En lo relacionado con el siglo XVIll cabe señalar que todos
los estudios están basados en la documentación procedente de
las últimas dos o tres décadas del siglo, mientras que todavía no
hay investigaciones para la primera mitad del siglo, a causa de la
situación documental.
Como primer estudio dedicado a los movimientos demográfi­
cos se puede mencionar el de Michael Hamerly (1970) sobre el
distrito de· Cuenca entre 1778 y 1838. Leonardo Espinosa (s.d)
retoma la temática con ocasión del bicentenario del primer censo
de población en la Gobernación de Cuenca de 1778, en un ar­
tículo que ofrece una gran cantidad de datos estadísticos.
R. Tyrer, en el primer capítulo de su ya citada tesis (1976:
293), trata extensamente la historia demográfica, especialmente
de la Sierra Centro y Norte entre 1600 y 1866. Sus datos para el
siglo XVIII se basan igualmente en la documentación, a partir de
1780, y contienen información sobre la población de algunos
corregimientos serranos y, para el caso indígena, sobre los tribu­
tarios de algunas regiones. También se refiere a los factores
económicos, climáticos, etc., que influyeron en el movimiento
demográfico.
Martin Minchom (1986) retoma los documentos del período
arriba señalado y amplía la información con datos procedentes
de los libros parroquiales de tres parroquias quiteñas y los utiliza
como base para cálculos referentes a la primera mitad del siglo.
El mismo autor (1983) ofrece también un estudio demográfico
regional para Loja y su provincia en el siglo XVIII, basado en
censos, libros parroquiales y documentación relacionada con los
tributos. Al igual que en los trabajos arriba citados los datos, a
excepción de los procedentes de los libros parroquiales, se refieren
a la segunda mitad del siglo XVIII y a las dos primeras décadas
del siglo XIX.
Udo Oberem (1981b) estudia la población tribµtaria en la
Sierra ecuatoriana a finales de la Colonia y ofrece los datos,
tanto de los tributarios «libres» que habitaban en los pueblos,
como de los que estaban radicados en las haciendas. Javier Ortiz
de la Tabla Ducasse ( 1986) presenta un balance de los datos
disponibles de la población tributaria ecuatoriana a lo largo del

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período colonial, que resume y discute los datos para las diferen­
tes épocas, ofrecidos por los autores arriba citados y otros. En
un trabajo anterior este mismo autor había discutido los proble­
mas y cálculos más relevantes. de la historia demográfica ecuato­
riana (Ortiz de la Tabla Ducasse, 1983).
Un factor de suma importancia en la demografía ecuatoriana
han sido y son las migraciones, tema de mucho interés en las
investigaciones referentes al siglo XX, pero cuyo estudio para el
Período Colonial se encuentra todavía al comienzo. Se puede
mencionar el trabajo de Julio Estrada Ycaza (1977) sobre las
migraciones internas en el Ecuador, que ofrece un cuadro general
que va desde el siglo XVI hasta la actualidad. Interesantes pers­
pectivas sobre las migraciones en la Audiencia de Quito ofrece
un primer estudio de Karen Powers (1987), relacionado con el
siglo XVII, que forma parte de un trabajo más amplio.
Estrechamente vinculada con la temática de los movimientos
demográficos está el estudio de las epidemias y catástrofes natu­
rales. Un primer análisis de los efectos de las epidemias en la
Audiencia de Quito, a lo largo del período colonial, es el de
Suzanne A. Browne (1984), quien acaba de presentar, bajo el
nombre de S. Alchon (1988), una ponencia sobre epidemia y
población en Quito, en el siglo XVIII.
Otro aspecto relacionado con los movimientos demográficos
es el del desarrollo urbano, estudiado hasta ahora más bien por
la geografía histórica. Lo más destacado son los trabajos de
R.D.F. Bromley (1977; 1979a; 1979b) sobre el crecimiento urbano
en la Sierra Central del Ecuador, que abarcan diferentes períodos
entre finales del siglo XVII y 1940. Para el caso de Guayaquil hay
los estudios de Julio Estrada Ycaza (1973) sobre el desarrollo
histórico del suburbio, relacionado con el traslado de la ciudad a
finales del siglo XVII y el estudio de Michael Conniff (1977) sobre
el desarrollo urbano en el momento de la Independencia. Una
muy apretada visión de las etapas de crecimiento de la ciudad
de Cuenca, desde la época precolonial hasta la actualidad, basada
en bibliografía y en algunos documentos publicados, presenta
Julio Carpio Vintimilla (s.d).

8. LAS ÉLITES

En otras regiones de América Latina se han dedicado muchos

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trabajos al estudio de las élites, tanto de los grupos criollos con


poder económico, como de los miembros de la burocracia espa­
ñola en América, especialmente en el período de las reformas
borbónicas. En el caso de las élites criollas se analizó específica­
mente su vinculación con los cabildos y la evolución de sus
bases económicas, tales como encomiendas, tierras, mayorazgos
y actividades mercantiles y mineras.
Javier Ortiz de la Tabla Ducasse (en prensa) estudia las enco­
miendas en el siglo XVI y hasta mediados del siglo XVII, pero
hasta ahora no existe ningún estudio sobre las encomiendas que
se prolongaron hasta el siglo xvm y su significado social y econó­
mico. Tampoco existe hasta el momento de estudio especializado
sobre los mayorazgos que vinculación los bienes raíces de algunas
familias de la élite criolla, aunque algunos de estos mayorazgos
se mencionan en los trabajos de José María Vargas (s.d) y
C. Borchart de Moreno (1981 ).
Tal como sucede en las temáticas económicas, el interés de
los investigadores de la historia social del siglo XVIII se ha centra­
do primeramente en Guayaquil, estudiando la formación de po­
derosos grupos vinculados al primer «boom» del cacao. Un primer
aporte es el de M. Hamerly (1973), aunque muchos de sus datos
sobre la propiedad de las fincas cacaoteras son más bien de los
años treinta y cuarenta del siglo XIX. Sus capítulos sobre la vida
diaria incluyen datos sobre la esperanza de vida, las enfermeda­
des, la alimentación y la educación y las prácticas religiosas, no
solamente de la élite sino también de los estratos bajos de la
población.
Tal como lo señala Cubitt ( 1982) en su artículo sobre la élite
de Guayaquil en 1820, la parte referente a la historia social del
libro de Hamerly es más bien anecdótica. El análisis de Cubitt se
efectuó en base a una muestra cuidadosamente seleccionada de
los miembros de la élite local. No solamente aclara sus circuns­
tancias económicas sino que analiza su participación en la lucha
por la Independencia, diferenciando entre los terratenientes que
aparecen como cabecillas y los grandes mercaderes que son más
bien los líderes de los movimientos.
Basado en el encabezamiento de alcabalas de 1768, 1775,
Javier Ortiz de la Tabla (1976) hace un breve relato del grupo
económicamente poderoso de Quito y de sus bienes. En otro
estudio ( 1982) analiza al grupo de los obrajeros a lo largo de
todo el período colonial.
Existe un estudio no publicado sobre las élites criollas en la

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época de las reformas borbónicas. Nos referimos al de Douglas


A. Washburn (1983), quien además escribió una tesis sobre la
Audiencia de Quito entre 1760 y 181O. La temática de la élite y el
cabildo quiteño entre 1763 y 1865 es analizada por María Elena
Porras (1987). Este trabajo ofrece, en sus apéndices, un inte­
resante material sobre los funcionarios del Cabildo, basado en
las actas del Coi:icejo, para el período mencionado.· Se señala en
estos apéndices la concentración de las funciones en pocos miem­
bros y se pone de relieve la larga duración de algunos de ellos en
sus funciones. Los capítulos que tratan sobre los aspectos econó­
micos de la élite, como por ejemplo su participación en el comer­
cio y la minería son más bien deficientes, ya que se basan en
material documental muy escaso y heterogéneo, cuya validez
desgraciadamente no es analizada.
La élite administrativa colonial es aún menos conocida que la
criolla, para el caso de la Audiencia de Quito. Fuera de los datos
biográficos sobre los presidentes de la Audiencia, que aparecen
en las Historias generales, existe el estudio sobre los gobernadores
de Guayaquil del siglo XVIII, escrito por Abel Romeo Castillo en
los años treinta y reeditado en 1978. Tampoco conocemos, hasta
la actualidad, las vinculaciones existentes entre los funcionarios
locales y los vecinos terratenientes y dueños de obrajes y el
impacto que deben haber ejercido sobre la vida económica de
las diferentes regiones. Las investigaciones sobre las élites locales
podrían arrojar nueva luz sobre el desplazamiento regional y la
burguesía, a partir de 1760, análisis sugerido en 1978 por Juan
Maiguashca, quien formuló al respecto una serie de hipótesis y
preguntas, pero que han permanecido sin respuesta.

9. LAS REFORMAS BORBÓNICAS

La ya mencionada tesis, no publicada, de Douglas Washburn


(1984) fue el primer estudio sobre las reformas borbónicas en la
Audiencia de Quito. Existe además un estudio de Rosemarie
Terán Najas ( 1988) sobre la política de los Barbones en sus
aspectos referentes a la Audiencia, tales como la fundación del
Virreinato de Nueva Granada y las reformas administrativas de
Carlos III.
Un aspecto importante de las reformas fue la reorganización
de la administración financiera, aspecto en el cual se ha centrado,

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hasta la actualidad, la atención de los investigadores. Leonardo


Espinosa (s.d), en un artículo, analiza la política fiscal de la Pro­
vincia de Cuenca entre 1779 y 1861, mientras que María Luisa
Laviana Cuetos ( 1980) estudia la organización y el funcionamiento
de las Cajas Reales de Guayaquil en la segunda mitad del siglo
XVIII. El más reciente estudio es el de Kenneth J. Andrien (1988)
sobre el Estado y la dependencia a finales de la Colonia y co­
mienzos de la República, que explica el sistema administrativo­
fiscal centralizado, introducido por el presidente García de León
y Pizarra y su éxito en aumentar considerablemente los ingresos
de las Cajas Reales. Mientras que esta primera parte está basada
en fuentes primarias, la segunda, dedicada a la decadencia de la
administración fiscal en las primeras décadas de la República, se
basa en los trabajos de otros autores sobre el siglo XIX.
Respecto a las Cajas Reales cabe señalar finalmente que se
encuentra en prensa un amplio trabajo de John TePaske sobre
las cartas cuentas de las Cajas de Quito, Guayaquil, Cuenca y
Jaén en Bracamoros, en el siglo XVIII.

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