Historia y Arquitectura Apuntes para Un Debate
Historia y Arquitectura Apuntes para Un Debate
Historia y Arquitectura Apuntes para Un Debate
ISSN: 2215-969X
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Universidad de Los Andes
Colombia
Figura 1
Arquitectura religiosa, Madrid. Fotografía: Juan Pablo Duque Cañas.
Es un error desconocer que, desde las ciencias sociales y humanas,
la historiografía arquitectónica es frecuentemente acusada de carecer de
conceptualizaciones profundas y de desconocer las discusiones acerca
de la historia como ciencia, pues se tiende a creer que la arquitectura,
por sí sola, entrega todas las herramientas necesarias para establecer
Qué es historia
Figura 2
Arquitectura institucional, La Habana. Fotografía: Juan Pablo Duque Cañas.
Para Paul Ricoeur, el estudio de lo histórico implica el conflicto de
un conjunto de intereses entre lo objetivo y lo subjetivo. Se espera
que la historia sea objetiva (entendiéndose lo objetivo como aquello
que el pensamiento metódico ha elaborado, ordenado, para hacerse
comprensible). Así, la función de la historia es permitir que el pasado de las
sociedades humanas acceda a esa dignidad científica de la objetividad, es
decir, que se pueda estudiar. Al mismo tiempo, esperamos del historiador
una subjetividad que le es propia, y de la cual no puede desprenderse,
pero que sea adecuada con respecto a la objetividad que le conviene a
la historia en su búsqueda por la verdad. 4 Pero como el historiador no
tiene la posibilidad de viajar al pasado para observarlo, el ejercicio de
investigar la historia implica dos elementos: uno objetivo y otro subjetivo.
El objetivo es que la historia debe permitir hacer observable, mediante
su reconstrucción, lo histórico. El subjetivo es que el historiador plantea
esta reconstrucción a partir de hipótesis que le permitan interrogar el
documento que le otorgue sentido al acontecimiento, confrontando las
huellas que el pasado ha dejado, para que sirvan como puentes de conexión
con ese tiempo que de otra manera es inescrutable.
Ahora bien, para la historia de la arquitectura es relevante el que,
hasta hace pocas décadas, el único documento válido como puente de
conexión con el pasado era el textual. Ningún otro elemento que no fuera
la descripción escrita era aceptado por los historiadores, lo cual acarreó
el desconocimiento de muchas otras fuentes que también permiten ser
Figura 3
Arquitectura moderna, Chicago. Fotografía: Juan Pablo Duque Cañas.
Sin embargo, aquí es donde se cae en uno de los grandes errores desde la
historiografía de la arquitectura. Volvamos a una de las preguntas: ¿cuál
es el objeto de la historia de la arquitectura? Como hemos planteado, la
arquitectura nos permite aproximarnos racionalmente a las condiciones
en las que las sociedades humanas dieron respuesta a sus realidades
sociales, cómo se protegieron, cómo simbolizaron espacios para otorgarles
diversas personalidades de acuerdo con su uso, cómo usaron ciertos
materiales disponibles para encontrar el mejor bienestar posible, cómo se
valieron de la arquitectura para demostrar el poder de los unos sobre los
otros, etc. Por tanto, son válidas las otras preguntas que hemos planteado
acerca de si se trata simplemente de la historia del oficio arquitectónico,
de sus creadores o de las ideas de cada momento histórico que muestran
la arquitectura como el resultante de la forma en que los hombres
enfrentaron sus problemas. Todas son correctas, en tanto se entiendan
como componentes del objeto esencial, porque si el objeto de la historia
son las sociedades humanas, para la historia carece de sentido que se
asuma, desde el nicho de la arquitectura, que el sentido de su historia es la
arquitectura misma como objeto y no como herramienta de comprensión
sociohistórica. Entonces, el objeto de la historia de la arquitectura es que
a través de ella nos es posible comprender las condiciones del ser humano
con respecto a los problemas de su tiempo, y, como tal, el objeto de
estudio son los hombres y la manera en que expresaron la solución de sus
necesidades con la arquitectura como respuesta.
La utilidad de la historia
de qué tipo fueron los retos que en el pasado debieron afrontar otros
arquitectos en su momento. Pero se falla en concientizarlos de que son
sujetos de una historia que ellos protagonizan y de la que también deben
responsabilizarse.
No se acierta tampoco cuando se cree que la historia de la arquitectura
es la repetición memorística, e infortunadamente momentánea, de
análisis formales que reducen la historia de la arquitectura a su más escueta
expresión descriptiva. Con preocupación tenemos que aceptar que es muy
frecuente la decisión de vincular la docencia con este tipo de descripciones
que, desligándola de los demás aspectos, eliminan el vínculo arquitectura-
hombre-sociedad, sin el cual su conocimiento y reconocimiento queda en
el vacío.
Pero hay algo más profundo. Las dudas sobre la utilidad de la
historia vienen del cuestionamiento que la ilustración y el positivismo
consecuente hicieron a aquellas ciencias que, por carecer de leyes
universales y métodos, no proveían verdadero conocimiento científico.
La historia intentó, en su defensa, demostrar que sí existía algo como las
leyes históricas; pero al final siempre se llegaba al reconocimiento de que
las dinámicas sociales no corresponden a una predisposición fijada por
leyes externas, sino a autoimposiciones que, en forma de instituciones
y aspectos morales, limitan su actuar. Esta circunstancia es de profunda
trascendencia, pues de allí se derivan confusiones que han conducido a
dogmatismos en lo político, en lo religioso y en lo cultural.
Si no existen leyes universales en lo social, tampoco pueden existir
allí verdades absolutas. No hay certezas, solo posibilidades. Por tanto,
afirmaciones que se presentan como poseedoras de la verdad final
adquieren un tono mesiánico que, de plano, impiden la discusión
crítica sobre lo que plantea. Estas posiciones —denominadas por sus
críticos como relatos, tan mesiánicos como utópicos— al final han sido
cuestionadas porque esas promesas resultaron no ser ni tan buenas ni tan
reales. Jean-François Lyotard sostiene que esos relatos han marcado la
modernidad en todos los sentidos, caracterizados por que se autovalidan
en un futuro prometido que inevitablemente se producirá, en una idea
por venir, un metarrelato que se autolegítima porque es orientador,
un proyecto universal. 8 Para Lyotard, el metarrelato moderno de
realización se mostró inválido, porque la hegemonía de su planteamiento
sucumbió ante la persistencia de heterogeneidades que demostraban que
los hombres y sus sociedades no son homologables bajo un proyecto
común. En el presente, la desilusión ante la utopía futurista se mostró
irrealizable, y la sociedad terminó sumida en la nostalgia por un pasado
que no prometía lo inalcanzable. 9
Ahora bien, un elemento importante que debe resaltarse como
protagonista de este debate es que tal metarrelato implicaba la creencia en
el progreso como motor estructural de las dinámicas históricas humanas.
Desde las ciencias humanas se ha criticado fuertemente este concepto,
sobre todo desde la historia, pues condiciona el pasado de los hombres
al trasegar por una senda histórica, un linde hegeliano, que lo llevará al
fin de los tiempos en una línea siempre ascendente de progreso. Porque
búsqueda, porque crea que la verdad buscaba ya fue develada. Esto implica
una amplia revisión de todo lo que se haya planteado con relación a lo
que pretende estudiar, ejercicio dispendioso que debe asumir para hacer
correctamente su labor. Si no está dispuesto a este sacrificio, encuentra
dos cuestionables salidas: abandona el reto o decide escribir sobre aquello
acerca de lo cual no tiene conocimiento. En esto consiste la rigurosidad
del ejercicio profesional del historiador. Existen al respecto tres principios
formulados por Séneca, 14 que siglos después retomó Benito Jerónimo
Feijoo: la credulidad, la negligencia y la mendacidad.
Figura 4
Arquitectura doméstica, Buenos Aires. Fotografía: Juan Pablo Duque Cañas.
Es crédulo no interrogarnos si lo que está escrito es cuestionable,
llevándonos a no interrogar adicionalmente sobre el mismo tema. Es
negligente no cerciorarnos de la veracidad de los datos y fuentes de lo
que disponemos. Es mendaz utilizar lo que escribimos para sobrevalorar
nuestras creencias o para opacar injustamente las opiniones contrarias,
sometido por sus pasiones. Adicionalmente, el historiador es responsable
de lo que escribe, ya que sabe que muchos asumirán su planteamiento
como el verdadero.
Figura 5
Arquitectura vernácula, Sierra Nevada de Santa Marta.
Fotografía: Juan Pablo Duque Cañas.
Bibliografia
Notas