Artículo Abogado de La Biblia, 1er Trim 2020

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Doctrina y evangelio, ¿Amigos o enemigos?

Min. Mario Alberto Hernández Alvarado


El título que elegimos para este artículo por supuesto que es sugestivo pues
sugiere que podría haber cierta contraposición entre los términos como se
escucha de manera frecuente de personas estudiosas de la Biblia que ponen en
un plano de competición o disociación estos elementos tan importantes para la
comprensión del mensaje del evangelio. Todos debemos saber que no existe tal
disociación entre doctrina y evangelio, porque evangelio es doctrina, dado que la
preexistencia, encarnación, nacimiento, ministerio, muerte y resurrección de
Jesucristo son temas centrales de la doctrina bíblica del Nuevo Testamento. Y
sabemos también que toda conclusión doctrinal que no tenga el propósito de
transformar la vida, y que se quede solamente en el nivel de un conocimiento
intelectual que cause pesadez en la vida de muchos creyentes pierde su
veracidad.
La problemática actual es que entre nosotros hay quienes tratan de reproducir y
defender la nitidez del evangelio con planteamientos monocromáticos y
unidireccionales en los que tratan de llevar el acento hacia una sola frecuencia,
sean conceptos de santidad y de pureza, y que reducen al evangelio a un modelo
de nueva moralidad, alcanzando ciertos sesgos particulares consciente e
inconscientemente, y elevando nuestras propias conclusiones como evangelio
puro, religión verdadera, rivalizando además entre quienes son y no son una
Iglesia de Dios verdadera, cierta y única, pero que consiste en eso precisamente,
en sesgos que enaltecen nuestra verdad y no hacen justicia a la totalidad del
evangelio de Cristo.
Planteando este problema podemos iniciar preguntando sobre la definición que
cada quién tenga sobre el evangelio. Seguramente cada uno podrá definir el
evangelio con dos o tres descripciones como: Documento que contiene la doctrina
de Cristo; cuatro libros llamados así que contienen la historia de Jesús y que
llevan el nombre de sus escritores; conjunto de preceptos, reglas y códigos
morales que rigen a quienes siguen el cristianismo; ceremonias o ritos religiosos
realizados por los seguidores de Jesús, etc. Sin embargo, las conclusiones que
más se acerquen a la verdad, no serán las que coinciden con nuestras
expectativas personales, sino las que más se aproximen a lo que dice el evangelio
mismo, buscando obtener la respuesta del mismo texto sagrado más que desde
nuestras luchas por lograr discernir lo que queremos que sea para nosotros.
Cómo es que se narran a sí mismos los evangelios, cuáles son los propósitos y la
definición en su divulgación por todo el mundo. El pretendido trabajo de definir qué
es realmente el evangelio no es empresa fácil dado que ni los que escucharon a
Jesús por primera vez tuvieron claridad sobre este problema que se nos plantea.
Sin embargo, podemos preguntar al mismo Jesús y él nos responderá desde los
episodios narrados en torno a su persona.
Para iniciar tendríamos que hablar sobre la forma en que surgieron los evangelios.
Y siendo cuidadosos para una correcta interpretación de los mismos debemos
considerar el momento en la historia de la Iglesia en que surgieron cada uno de
los escritos del Nuevo Testamento, ya que históricamente los primeros escritos del
Nuevo Testamento no fueron los evangelios, como sugiere el acomodo con cierta
lógica histórica como aparece en nuestra Biblia, sino las cartas del apóstol Pablo.
Los evangelios surgieron varios años después de la predicación del apóstol de los
gentiles. Esto nos lleva a coincidir que la vida de iglesia de ese tiempo no encaja
mucho con lo que pasa en los evangelios sino con lo que pasa en cada una de las
cartas dirigidas a las comunidades alcanzadas.
El ambiente en Jerusalén entre fariseos y discípulos de Jesús no es el que vivía la
iglesia que recibe los documentos del Nuevo Testamento, sino lo que se retrata de
las cartas a las iglesias donde podemos mirar los problemas que surgían, la forma
en que fueron tratados y la imagen que la Iglesia tenía sobre Cristo. Las cartas
además reflejan no una homogeneidad de la vida comunitaria ni en los
pensamientos en torno a Cristo en los detalles más finos, sino que cada uno de
estos documentos de fe aportan particularidades bastante específicas que son
complementarios para la construcción completa de la imagen de Jesús. Una era la
iglesia de Asia Menor, otra la de Roma y otra muy diferente la de Grecia, pero
todas estas conclusiones que van surgiendo sobre la doctrina de Cristo, se van
unificando en un tipo rompecabezas que se va armando hasta lograr la
reconstrucción de la vida de Jesús. Esta construcción es el propósito específico de
las ciencias bíblicas que estudian los relatos, y cada palabra, cada arista es
importante para comprender qué quería decir todo aquello que aconteció y que
aporta para reproducir la originalidad de los hechos y palabras de Jesús.
De tal forma que podemos graficar con una línea del tiempo los escritos del Nuevo
Testamento y ver que cada vez más alejados temporalmente del evento de Cristo,
más se pretende acercar a la búsqueda de la persona de Jesús como se describe
en el siguiente esquema:
1. Pablo escribe sus cartas entre el año 50 al 60, pero su comprensión del
evangelio se basa en la muerte y resurrección de Cristo. Sus cartas no
contienen elementos multicitados en los evangelios como las discusiones
frecuentes que Jesús tuvo con la élite sacerdotal y religiosa de Jerusalén, ni
habla sobre los milagros de Jesús o sus enseñanzas.
2. Marcos fue el primer evangelio que se escribió, y data del año 65, este
narra sobre el bautismo de Jesús como punto de partida de su ministerio
unido al de Juan el Bautista.
3. Los evangelios de Lucas y Mateo, escritos entre el 70 y 80 narran sobre el
nacimiento de Jesús como punto de partida con una cristología baja
ascendente en el sentido de que Jesús irá mostrando su mesianismo
conforme va creciendo y manifestando que es el Hijo de Dios, Estos
evangelios al abordar la genealogía de Jesús y dan información sobre la
historia privada y poco conocida en los primeros años de la Iglesia.
4. El evangelio de Juan fue el último que se escribió hacia el año 100, pero
inicia su prólogo remontándose al “principio” trayendo una cristología alta
descendente ya que es el Verbo (La Palabra) que estando con Dios, ha
descendido a los hombres en su encuentro con la humanidad. La estructura
quedaría de la siguiente manera según Carlos Mesters en su libro: Dios,
¿dónde estás? Una introducción práctica a la Biblia.
0 1 30 33 50-60 65 70-80 100
Creación Nacimiento Bautismo Pablo Marcos Lc-Mt Juan

Entre cada época planteada, la Iglesia a la que se dirige cada documento de fe es


muy diferente, porque son audiencias distintas, y han pasado tiempo entre uno y
otro escrito, por ello es que tenemos tanta diferencia en la manera en que se
cuenta el evangelio, los tiempos y el orden en que se presentan los eventos
narrados, además de que cada evangelio contiene su propio proyecto teológico
con el que tratan de dar respuesta a problemas y circunstancias prevalecientes en
dichas comunidades de fe. Como tal existe cierto sentido evolutivo del discurso
sobre el evangelio de Jesús. Sin embargo, la personalidad eclesiástica de la
Iglesia se parece más históricamente a las Iglesias a las que escribe el apóstol
Pablo que a la comunidad de discípulos de los cuatro evangelios. Si vemos el
gráfico, entre más avanza el tiempo, la Iglesia quiere saber más del Jesús
histórico, sobre su procedencia, su origen, el cumplimiento del tiempo profético en
la descendencia del rey David y otros puntos importantes. El evangelio descansa
en su persona y por ello es que los primeros cristianos tratan de recuperar el
sentido de los dichos y actos de Jesús, por lo que la Iglesia comienza a reconstruir
con base en el testimonio apostólico, lo acontecido.

Es así que de lo que tratan los evangelios es de Jesús, ese es el centro de la


atención porque Jesús predica el evangelio, pero también Jesús es el evangelio,
saber cómo piensa y cómo actúa, quién es y de dónde viene, por qué es que
murió. El centro del evangelio de Jesucristo no es la doctrina, ni la historia, ni la
verdad, ni la moralidad, ni los ritos o los acentos que hemos acomodado con base
a nuestra comprensión y que señalamos cuando alguien se sale del rumbo que
hemos fijado como la verdad por no conocer sus elementos fundantes. Hablar del
evangelio entonces no es hablar de la santidad o la integridad, la ceremonia ritual
sino de la persona de Jesucristo, porque seguir su causa es mantener vivo su
mensaje y mantenernos conectados con él, como dice Pablo, “para mí el vivir es
Cristo” (Fil. 1:21).
Las luchas que vemos por parte de Jesús contra los poderes políticos y religiosos,
sus grandes discursos como el “sermón del monte” no son para establecer una
norma de conducta, sino para tener un conocimiento mayor sobre sus
pensamientos y su sentido de justicia que era una virtud perdida en sus tiempos.
Las descripciones que dan a conocer las cartas de Pablo y el libro de los Hechos
de los apóstoles, muestran su interés por Cristo y no por la normativa de vida,
porque cuando Jesús se apodera del corazón, todo lo demás cambia sin
necesidad del señalamiento ni de la crítica. Quien señala y critica aspectos de
moralidad como el centro de la predicación, quien disocia el evangelio de la
doctrina, quien añora el pasado renegando del presente, no ha comprendido el
modelo de vida que manifiesta el evangelio por sí mismo y lo único que ha hecho
es verter sobre él sus propias expectativas, sus temores, sus celos estériles que lo
único que logran es dividir el cuerpo de Cristo y tener un estado permanente de
insatisfacción, creando un espíritu combativo contra sus hermanos.

Esto no solo es en contra del evangelio, es peor aún, es otro evangelio, por ello
Pablo decía (Gálatas 1:6-9) que, si en algún momento alguien se desviara del
evangelio que se ha predicado, aún que fuera él o un ángel, sea anatema, porque
las implicaciones de aplicar nuestra propia justicia a la justicia del evangelio son
de urgente gravedad. Y es que, es tan fácil hacer decir al evangelio cosas que no
le pertenecen, poner cargas nuevas que nadie ha pedido, crear un terrorismo de
rigorismos que no tienen razón de ser para alguien que reproduce en su
testimonio la vida de Cristo. Esto es suficiente, porque Jesús es suficiente para
comprender qué debemos hacer y cómo hemos de pensar sobre, de tal manera
que Pablo reduce la práctica cristiana a las acciones que se realizan “en Cristo”,
término que Pablo repite 89 veces en sus cartas, y solo aparece una vez en 1
Pedro 3:16.

Los evangelios entonces son el resultado de la investigación que hizo la propia


iglesia para reconstruir el pasado de Jesús, es el deseo de saber más del Hijo de
Dios. La vida cristiana a la que estaban incursionando con todos sus riesgos les
hizo revisar la manera en que Jesús enfrentó la oposición, en ellos se reproducían
las afrentas a Jesús. Pero este encuentro con la historia de Cristo transformó la
prueba en crecimiento constante de su fe de tal modo que no hubo necesidad de
contar con fiscales fungieran de monitores que estuvieran detrás de ellos para que
se condujeran a la altura del evangelio, el modelo de Jesús era suficiente para ser
santos, íntegros y honestos por buena voluntad. Es por esto que el proyecto de
convertirnos en fiscales unos de otros lo único que refleja es la carencia en el
conocimiento verdadero de Cristo y del evangelio, y si vamos más allá, si este
dedo acusador solo ha producido dolor, ruptura y frustración, no queda más que
decir, sino apegarnos nuevamente al evangelio puro y sin mancha.

Quienes en su lectura del evangelio solo pretende encontrar en ellos doctrina,


conductas morales, rituales, quedará muy lejos de los propósitos con los cuales
fueron escritos, y muy probablemente estén configurando otro evangelio como
ocurrió con los gálatas. El evangelio es amistad con Cristo, es relación plena e
identificación con su proyecto de vida “porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21).
La doctrina no tiene valor si no nos acerca a Cristo ni a nuestros hermanos, si solo
se transforma en un conjunto de verdades abstractas que no tienen utilidad en la
vivencia de la fe.

La moral que defendemos en ocasiones, no tiene nada que ver con el evangelio,
sino con el sentido de moralidad griega creada desde tiempos de Pitágoras,
cuando se disoció el cuerpo del alma y su pretendida purificación de lo malo del
cuerpo reduciendo cualquier tipo de satisfacción a aspectos pecaminosos. Este
tipo de moralidad es mundana, es lo que el mundo que no conoce de Cristo cree
saber sobre la vida y por ello existe o una autoflagelación tratando de acallar las
pasiones humanas, o un desenfreno inmoral que pervierte la vida. Más bien, estar
comprometido con Cristo es lo que cambia verdaderamente el corazón y no los
preceptos fuera del evangelio que buscan su cumplimiento sin razón de ser.

Todo lo que hagamos lo debemos hacer en Cristo, porque en él vivimos y somos y


nos movemos (Hechos 17:28). Todo depende de él y para él, y lo que pretenda
usurpar su lugar será siempre una herejía, porque el evangelio no es un libro
escrito, no es tinta sobre papel, el evangelio es la vida en Cristo. Creo que el
planteamiento debería de cambiar de lugar, para que en vez de buscar que se
produzcan frutos de justicia, de santidad y devoción, poner atención a la raíz que
alimenta el tronco, a las ramas y que produce buenos frutos.

Sí seguimos insistiendo en las ramas y queremos que cambien, pero no hacemos


nada por nutrir la tierra que alimenta la raíz que es Cristo viviendo entre nosotros,
estaremos alimentando más bien una religión que creamos con base en nuestras
propias exigencias, y que se puede convertir sin temor a equivocarme en un anti
evangelio, ese que en lugar de construir destruye, ese que en lugar de unificarnos,
resalta lo bueno que somos nosotros y lo malo que son los demás. Hasta ese
grado llega quien es presa de sus propios apasionamientos moralistas, hasta
quedarse solo en la cumbre de su ego con una religión cada vez más sofisticada
que agrada a la vista, pero que en nada edifica, más bien, rompe con el propósito
original de ser uno en Cristo.

Es impresionante como esa buena noticia se ha convertido en juicio contra


nuestros hermanos, como ocurriera con los religiosos del tiempo de Jesús. Ser fiel
al evangelio no es conservar la verdad ni las tradiciones, sin embargo, nuestra
Iglesia en sus primeras décadas de predicación se centró en acentuar una verdad
dogmática, pero al interior de la comunidad como sabemos y tenemos testimonios
vivos, no nos identificábamos con Cristo y sus principios de libertad, justicia y
salvación, antes nos convertimos en garantes de la ortodoxia, de ciertas
apariencias que nada tenían que ver con nuestra realidad comunitaria, con
discusiones vanas que lograron al fin destruir la comunión del cuerpo de Cristo.
Porque no es suficiente tener acceso a la verdad de Dios contenida en las
Escrituras, es necesario además darle un correcto significado y no imponerlo
como una carga imposible que margina a quienes no soportan el peso de nuestra
mirada de juicio. Por ello es que los evangelistas escritores no tuvieron el menor
conflicto de escribir el mismo episodio con aspectos tan diferentes entre uno y
otro, porque, aunque se tratara del mismo milagro, parábolas o enseñanzas, cada
una de estas porciones escritas, reproducían el corazón de Cristo.

El tono verbal de nuestra predicación o las conclusiones a las que lleguemos no


tienen tampoco mayor relevancia si al final llegamos al mismo propósito de
reproducir el modelo del Cristo que dirige nuestra. Quienes leen el evangelio con
la intensión única de ilustrarse, de fijar lo correcto e incorrecto, viven al margen del
propósito de la venida del Hijo de Dios. Porque la divulgación escrita de los
evangelios tenía la intención de la identificación con el corazón Jesús sin importar
a qué iglesia pertenecían, Galacia, Éfeso o Roma, ni en qué tiempo estaban
viviendo, si en el primer o segundo siglo, o en nuestro tiempo actual. Porque la
preocupación del texto bíblico no es la reproducción fiel del acontecimiento
histórico como tal, sino el kerigma, la proclamación de que Jesús es el Señor, de
que nos ha mostrado el camino que lleva a la salvación, el evangelio no es el
pasado documentado de la vida de Jesús, sino la esencia de su pensamiento, y
como se dice en la jerga legal, el evangelio es enunciativo y no limitativo.

Con esto no decimos que podemos seguir escribiendo la revelación de Dios, sino
que la muestra de los casos que le tocó resolver, y la enseñanza que recibieron
los discípulos, da para mucho más que los casos que narran los evangelios ya que
más que hablar de un evento, plantea un estilo de vida definido y no una norma de
conducta. Pone las bases para la toma de decisiones futuras ante nuevos
problemas y desafíos de alumbrar al mundo con su luz en cualquier época y
contexto.

El predicador y el estudioso del evangelio debe hacer a un lado sus escrúpulos


personales y abrir su corazón a la novedad de la nueva noticia para que el
evangelio hable de un modo diferente, donde se pondera la relación constante con
Jesús a quien hemos decidido seguir. Porque lo que fue escrito, se escribió para
vincularnos con él, para que creyendo tengamos vida en su nombre, no en su
doctrina, sino en su persona. De esta manera la realidad que Jesús vivió se
vincula con nuestra propia realidad permitiendo poner en práctica una verdad
irrefutable e in-contradecible, porque el evangelio, por supuesto que es doctrina,
pero tanto la doctrina, como la santidad, como todos los elementos que
acentuamos, cumplirán su propósito sí y solo sí, nos acercan más a Cristo y a
nuestros hermanos, de otra forma, nuestros sesgos interpretativos serán solo una
evasiva bien construida para no ser uno con Cristo quien nos compromete a la
renuncia, ni con su Iglesia a la que hay que amar y cuidar. Para colocarnos dentro
del propósito de Dios, y reconocer la verdad que salva y libera, descubrámoslo
sola y exclusivamente en la persona de Jesús.

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