El documento describe las dificultades y desafíos de la paternidad espiritual y sacerdotal, tanto por parte del padre como de los hijos. Identifica posibles fallos como la ausencia, excesiva exigencia o perfeccionismo, y propone que la paternidad requiere humildad, mansedumbre, priorizar a los demás sobre uno mismo, y depender completamente de la gracia de Dios. También destaca la paternidad divina de Dios y ejemplos bíblicos como Abrahán y san Pablo.
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El documento describe las dificultades y desafíos de la paternidad espiritual y sacerdotal, tanto por parte del padre como de los hijos. Identifica posibles fallos como la ausencia, excesiva exigencia o perfeccionismo, y propone que la paternidad requiere humildad, mansedumbre, priorizar a los demás sobre uno mismo, y depender completamente de la gracia de Dios. También destaca la paternidad divina de Dios y ejemplos bíblicos como Abrahán y san Pablo.
El documento describe las dificultades y desafíos de la paternidad espiritual y sacerdotal, tanto por parte del padre como de los hijos. Identifica posibles fallos como la ausencia, excesiva exigencia o perfeccionismo, y propone que la paternidad requiere humildad, mansedumbre, priorizar a los demás sobre uno mismo, y depender completamente de la gracia de Dios. También destaca la paternidad divina de Dios y ejemplos bíblicos como Abrahán y san Pablo.
El documento describe las dificultades y desafíos de la paternidad espiritual y sacerdotal, tanto por parte del padre como de los hijos. Identifica posibles fallos como la ausencia, excesiva exigencia o perfeccionismo, y propone que la paternidad requiere humildad, mansedumbre, priorizar a los demás sobre uno mismo, y depender completamente de la gracia de Dios. También destaca la paternidad divina de Dios y ejemplos bíblicos como Abrahán y san Pablo.
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Sacramento del Orden
Las deficiencias en la paternidad
La paternidad no es una posición fácil de mantener. Porque está sujeta a fallos de distinta naturaleza, tanto en lo humano como en lo espiritual. Un primer fallo es la ausencia: Las ocupaciones en miles de cosas y no tienen tiempo para la buena atención. Otro fallo es el de la paternidad demasiado exigente y severa aplastante para el hijo. El padre nunca está satisfecho, pide demasiado, y suscita en el hijo el sentimiento de no estar nunca a la altura de lo que el padre espera. El hijo se le recuerdan sus limitaciones, insuficiencia y errores. Nunca recibe una felicitación ni enhorabuena. Y en el campo de la paternidad del sacerdote, eso puede llegar a exigir de las personas más de lo que les pide Dios. Otra posible desviación de la paternidad, es la actitud del sacerdote que se contenta con ser amigo, colega, sin situarse nunca como padre. Debe equilibrarse. Las deformaciones como, por ejemplo: El padre Superman: tiene muchas cualidades, no se le puede reprochar nada. Solo que no deja ver en él ninguna debilidad. Pero también tiene que ser sencillo y veraz. Un padre demasiado perfecto: no deja que se vea de él más que una imagen perfecta, puede acabar creando una distancia con sus hijos. Ellos necesitan considerarle bueno, fuerte, asumiendo su responsabilidad educativa con firmeza, pero también vulnerable como todo ser humano. Una deformación frecuente de la paternidad: es la del sacerdote que, más que un padre, es un hombre de negocios; lo que cuenta más para él son las obras que realizar: la construcción de la nueva sala parroquial, la decoración de la iglesia, o la puesta en marcha del plan pastoral que ha preparado para la parroquia. La búsqueda de poder: el ejercicio de la autoridad no como servicio desinteresado, sino como una dominación. Entran en esta categoría todas las formas de clericalismo, de autoritarismo, de abusos de poder que existen desgraciadamente a veces en la Iglesia. Ser padre no es imponerse al hijo, es por el contrario aceptar disminuir, borrarse, para que Cristo crezca en él. PROBLEMAS QUE PROVIENEN DE LOS HIJOS Tenemos que subrayar que las ambigüedades y dificultades posibles en la relación Padre/Hijo no vienen solo del lado del padre, sino también del lado de los hijos. El «hijo rebelde», en constante oposición al padre. El demasiado dependiente, pues no quiere asumir el riesgo de la libertad, de la decisión. El hijo celoso, que tiene siempre el sentimiento de que no se le prodiga tanta atención y amor como a los demás hermanos o hermanas. Es el caso del hijo mayor en la parábola del hijo pródigo, que se cree, sin razón, menos querido que el más joven de los hijos, a causa de la misericordia que el padre tiene con este. Todo esto para decir que, cuando se es padre, en el plano humano o espiritual, hay que esperar actitudes a veces desconcertantes, y no siempre fáciles de gestionar, por parte de quienes Dios nos confía. LA PATERNIDAD EN LA ESCRITURA Aquí se nos hablará de la paternidad divina y de la paternidad humana. La paternidad misterio muy grande, insondable, su origen en el ser mismo de Dios. Lo que de más profundo hay en Dios es su paternidad misericordiosa. Existe en el acto eterno por el que el Padre engendra al Hijo. Se manifiesta en el curso de la historia humana por su obra de Creador. Dios, como origen generoso y sobreabundante de vida, creador de todo, Dios que, según la palabra de Pablo, «da la vida a los muertos y llama a las cosas que no existen como si ya existieran». Se manifiesta más aún en su obra de Redentor. La paternidad humana a su vez, lejos de ser una realidad solamente biológica, psicológica o social, es también un misterio de orden espiritual. La Biblia presenta sobre esto algunas figuras particularmente significativas, como Abrahán padre humano y espiritual. Moisés, padre espiritual porque libera al pueblo de la esclavitud de Egipto. San Pablo, es un claro ejemplo de paternidad sacerdotal. Se preocupa por la comunidad de Corinto, les expresa fortaleza, afecto, dulzura, ternura, solicitud, generosidad, pureza, desprendimiento absoluto y como toda verdadera paternidad espiritual, el amor de Pablo tiene también acentos maternales. ¿CÓMO DEVENIR PADRE? El texto nos dice que no se trata solamente de aplicar una receta práctica, de poner por obra un método. Se trata de una profunda transformación del corazón de la que solo el Espíritu Santo es capaz. Para Ser Padre, Hay que Ser Hijo, no se puede ser un verdadero padre sin haber sido antes hijo. A ejemplo de Jesús. Ser Hijo Y Esposo De La Iglesia. El sacerdote, para ser padre, debe ser también «hijo de la Iglesia». El sacerdocio que se le ha conferido, la paternidad de la que es revestido poco a poco, no son su propiedad personal, sino que le son dados por la Iglesia. Amar a la Iglesia, estar en comunión profunda con ella y con sus pastores. Reconocer con gratitud todo lo que debo a la Iglesia. Un sacerdote que esté siempre criticando a la Iglesia y a su jerarquía, que habla mal fácilmente de su obispo, no será nunca un verdadero padre. Ser Hermano. Ser hijo de Dios es también reconocer y acoger a todos los hombres como hermanos. No se puede ser padre si no se es ante hermano, en la caridad, la sencillez, la humildad, el espíritu de servicio. Hermano en primer lugar de todos mis compañeros en el sacerdocio. Ser Pobre de Espíritu y Vivir Según Las Bienaventuranzas Llegar a ser padre supone todo un camino de conversión, una transformación profunda del corazón, el paso de la mentalidad mundana a la verdad del Evangelio. «No os amoldéis a este mundo, sino, por el contrario, transformaos con una renovación de la mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, agradable y perfecto» (Rm 12, 2). Las Bienaventuranzas del evangelio de san Mateo son las que están dirigidas para todos, cualquiera sea su vocación. En toda paternidad, hay un misterio de pobreza que es esencial. No se puede en absoluto ser padre sin una verdadera pobreza de espíritu. Aceptar una radical desposesión de sí, un profundo despojo interior. Pasar de la Búsqueda De Sí al Cuidado del Otro. Cuando se es padre, desde que se nos confían hijos, se deviene pobre. Ya no se puede vivir para uno mismo, se debe vivir para el otro. Ya no es mi interés lo primero, sino el del hijo. Desposesión de Sí y Acogida del Otro. La paternidad no es una posesión, sino bien al contrario una desposesión. El otro se me ha confiado por un tiempo, pero no me pertenece en ningún caso. Tengo una responsabilidad para con él, dispongo para eso de una autoridad legítima, pero que debe ejercerse en el respeto de lo que él es, de su identidad propia, de su vocación única, de su ritmo de crecimiento, etc. Aceptar las Propias Limitaciones y Acudir a los Recursos de la Fe La pobreza en la paternidad que deriva de la relación que establezco con el otro en el ejercicio concreto de la paternidad; como toda relación profunda (es verdad también por ejemplo para la relación esposo/esposa), lleva inevitablemente a una revelación de mi propia pobreza. Amar al hijo, ponerme al servicio de sus necesidades, respetarle en su identidad y su vocación propia, educarle no son cosas tan sencillas. Eso supone un trabajo interior donde se revelan mis pobrezas y mis limitaciones. Amar al hijo tal como es, ayudarle de manera eficaz, hacerle crecer humana y espiritualmente no es algo tan fácil como se podría imaginar. El Espíritu de Fe Conociendo y reconociendo la pobreza, y limitaciones, adherirse plenamente a Dios. No tener otra seguridad que nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor. Imposible apoyarse en uno mismo, en sus capacidades, sus concepciones, su saber, su formación. Contar solo con Dios. El santo cura de Ars decía: «Dios me ha hecho esta gran misericordia de no poner en mí nada en lo que pudiera apoyarme: ni talento, ni ciencia, ni sabiduría, ni fuerza, ni virtud. Pobreza Espiritual y Humildad Reconocer que no somos nada ni podemos nada por nosotros mismos, pero que todo nos es dado gratuitamente por la misericordia de Dios. Necesitamos consentir en depender completamente de la gracia de Dios. Ese es el camino para recibirla con más abundancia. Nada atrae tanto la gracia del Espíritu Santo como la humildad: «Dios resiste a los soberbios, y a los humildes da la gracia». Bienaventurados Los Que Lloran, Porque Serán Consolados El padre es alguien que sabe hacer suyos los sufrimientos de sus hijos. «Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran». Aceptar con valentía nuestra propia cruz, y saber estar con el otro en su dolor. Como dice san pablo, «ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia». Habla así para infundirnos valor. «Comparte conmigo el sufrimiento como un buen soldado de Cristo Jesús». Bienaventurados Los Mansos, Porque Heredarán La Tierra Humildad y mansedumbre son cualidades esenciales para que un sacerdote sea verdaderamente un padre. Si el sacerdocio es una gracia de configuración con Cristo, no debemos nunca olvidar que las cualidades esenciales del corazón de Jesús son la mansedumbre y la humildad, como él mismo afirma en este pasaje de san Mateo: «Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. La persona humilde y mansa deviene un verdadero lugar de descanso para los demás: cada uno se siente profundamente acogido y amado, puede abandonarse a ella con confianza, sin temor. Cada uno puede libremente ser él mismo y no necesita hacer esfuerzos desmesurados para sentirse aceptado y comprendido. Bienaventurados Los Que Tienen Hambre Y Sed De Justicia, Porque Quedarán Saciados El deseo de justicia no es solo una realidad moral o social. Es primero una realidad espiritual: deseo de santidad, deseo de conformarse plenamente a la voluntad de Dios, deseo de verdad, deseo de conversión permanente. Bienaventurados Los Misericordiosos, Porque Alcanzarán Misericordia El sacerdote es esencialmente un ministro de la misericordia divina, de este amor infinito del Padre celestial que se inclina con ternura sobre toda miseria humana, corporal o espiritual. Él es el primero que debe considerarse destinatario de la misericordia de Dios, y tener como dirigidas a él las palabras de Pablo en la primera Carta a Timoteo (1, 12-16). Bienaventurados Los Limpios De Corazón, Porque Verán A Dios No hay paternidad auténtica sin un amor puro y desinteresado, un amor que no se busca a sí mismo, sino que está al servicio del bien del otro. Tener el corazón limpio es amar con este amor que respeta al otro, que no busca dominarlo, poseerlo, controlarlo, utilizarlo, como ya hemos dicho. Un corazón puro, según la Escritura, es sobre todo un corazón que no está repartido: compartido entre Dios y los ídolos, repartido entre el espíritu del mundo y el espíritu del Evangelio. Un corazón simplificado, y unificado por el amor y el deseo de Dios. Bienaventurados Los Pacíficos, Porque Serán Llamados Hijos De Dios Es la séptima bienaventuranza, y para vivirla hay que hacer camino por medio de las seis anteriores. Se le pide al sacerdote sea un hombre de paz; el ministerio que se le ha confiado es un ministerio de reconciliación y de paz. Ya que, según san Pablo, son los embajadores de Cristo en la tierra. Bienaventurados Los Que Padecen Persecución Por Causa De La Justicia Ejercer la difícil tarea de padre supone una parte de lucha, de sufrimientos, de combate espiritual, en particular para aprender a amar con un amor puro. No hay parto sin dolores. Además, en este gran combate por la Vida, el adversario estará a menudo ahí para tentar, desanimar, acusar, turbar a quien, a pesar de sus limitaciones humanas, busca de manera sincera ejercer lo mejor posible la paternidad que se le ha confiado. Quien quiere ser padre según el Evangelio no será siempre comprendido y tendrá que sufrir por la verdad de vez en cuando. Esta Bienaventuranza es la invitación a aceptar a veces la injusticia, a consentir no ser siempre amado, respetado, considerado tanto como querríamos serlo. Ejercer una paternidad supone aceptar una parte inevitable de injusticia. Hay una dimensión sacrificial en la paternidad. Si no se acepta eso se estará en la decepción, la amargura, los reproches permanentes. No podemos pretender de nuestros hijos que nos hagan felices, es pedir demasiado, solo Dios es capaz de eso. Las Bienaventuranzas como camino espiritual que permite la eclosión de una auténtica paternidad. Es un camino exigente, pero a fin de cuentas un camino de libertad, de paz y de fecundidad.