El Vedanta y La Tradición Occidental
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la Tradición Occidental∗
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y abarcando por lo tanto todas las cosas que pueden ser consi-
deradas objetivamente). El Ótman o el Brahman mismo no
puede ser considerado así: «¿Como podrías conocer tú al Co-
nocedor del conocimiento?» —o en otras palabras, ¿cómo
puede la Causa primera de todas las cosas ser una de ellas?
El Ótman es indiviso, pero está aparentemente dividido e
identificado en la variedad por las diferentes formas de sus
vehículos, ratón u hombre, justamente como el espacio dentro
de un jarro está aparentemente signado y es distinguible del
espacio fuera de él. En este sentido puede decirse que «él es
uno como él es en sí mismo pero muchos como él es en sus
hijos», y que «participándose a sí mismo, él llena estos mun-
dos». Pero esto es solamente en el sentido en que la luz llena
el espacio mientras ella misma permanece sin discontinuidad;
la distinción entre unas cosas y otras no depende así de dife-
rencias en la luz sino de diferencias en el poder de reflejar.
Cuando el jarro se quiebra, cuando el vaso de la vida se des-
hace, entonces nos damos cuenta de que lo que estaba aparen-
temente delimitado no tenía límites y de que «vida» era un
significado que no ha de ser confundido con «vivo». Decir
que el Ótman es así a la vez participado e impartible, «indivi-
so en las cosas divididas», sin posición local y al mismo tiem-
po por todas partes, es otro modo de afirmar eso con lo que
nosotros estamos más familiarizados como la doctrina de la
Presencia Total.
Al mismo tiempo, cada una de estas aparentes definicio-
nes del Espíritu representa la actualidad en el tiempo de una
de sus indefinidamente numerosas posibilidades de manifes-
tación formal. La existencia de la aparición comienza con el
nacimiento y acaba con la muerte; ella jamás puede repetirse.
Nada de Íaˆkara sobrevive excepto un legado. Por lo tanto,
aunque nosotros podemos hablar de él como un poder todavía
vivo en el mundo, el hombre ha devenido una memoria. Por
otra parte, para el Espíritu gnóstico, el Conocedor del campo,
el Conocedor de todos los nacimientos, jamás puede haber en
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invertida, y remonta así la vía del Rayo que ata el ojo exterior
al Ojo interior, el soplo de la vida con el Viento del Espíritu.
Quizás podamos comprender mejor ahora todo lo que se
significa por las penetrantes palabras del réquiem Védico, «El
Sol reciba tu ojo, el Viento tu espíritu», y reconocer su equi-
valente en las palabras «En tus manos encomiendo mi espíri-
tu», o en el «Ojo con el cual yo veo a Dios, ese es el mismo
ojo con el cual Dios ve en mí; mi ojo y el ojo de Dios, es un
único ojo y una única visión y un único conocimiento y un
único amor» del Maestro Eckhart, o «será un único espíritu»
de San Pablo. Los textos tradicionales son marcadamente
enérgicos. Encontramos, por ejemplo, en las Upani∑ads la
afirmación de que quienquiera que adora pensando en la dei-
dad como otro que sí mismo, es poco mejor que un animal.
Esta actitud está reflejada en el dicho proverbial, «Para adorar
a Dios debes haber devenido Dios» —lo cual es también el
significado de las palabras, «adorar en espíritu y en verdad».
Somos devueltos así al gran dicho, «Eso eres tú», y ahora
tenemos una idea mejor, aunque todavía lejos de la compren-
sión perfecta (a causa de que queda por efectuar el último
paso), de lo que «Eso» puede ser. Ahora podemos ver por qué
las doctrinas tradicionales (al distinguir el hombre exterior del
interior, el mundanal del ultramundanal, el autómata del espí-
ritu inmortal), aunque admiten e inclusive insisten sobre el
hecho de que Fulano no es nada sino un eslabón en una cade-
na causal sin fin, pueden afirmar no obstante que la cadena
puede ser rota y la muerte derrotada sin consideración del
tiempo: que esto puede tener lugar, por consiguiente, tanto
aquí y ahora como en el momento de la partida o después de
la muerte.
Sin embargo, todavía no hemos alcanzado lo que desde el
punto de vista de la metafísica se define como el fin último
del hombre. Al hablar de un fin del camino, hasta aquí lo
hemos concebido solamente como un cruce de todas las vein-
tiuna barreras y de una visión final del Sol Supernal, la Ver-
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