Dalai Lama - Las Leyes de La Vida
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Dalai Lama - Las Leyes de La Vida
Dalai Lama
Contraportada
“Cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad de actuar como si todos nuestros pensamientos, palabras y actos
tuvieran una real importancia, porque, en realidad la tienen. Nuestras vidas tienen tanto un propósito como un
significado.”
Para el Dalai Lama, el sentido común conduce a la felcidad.
En su opinión, los seres humanos somos mejores de lo qque pensamos y podemos ayudar a los demás a desarrollar su
bondad.
Las leyes de la vida ofrece orientación moral a partir de la espiritualidad la compasión como modelos de la conducta
humana. En sus páginas, el Dalai Lama explica cómo purificar el alma, el cuerpo y el espíritu, mientras muestra el
camino de la liberación. Para ello, trata conceptos como iray emoción, dar y recibir, paz mundial, felicidad, karma y
mente, muerte, estadio intermedio, renacimiento o refugio interior.
El Dalai Lama Tenzin Gyatso es un excepcional guía espiritual que habla con humildad, calidez y sentido del humor
sobre su pensamiento. Sus palabas invitan a la responsabilidad y al desarrollo de la espiritualidad en todas las facetas de
la vida.
INDICE
I. La dimensión espiritual. . . . . . . . . . . . . . . . . .
1. Dimensiones de la espiritualidad. . . . . . . . .
2. La compasión y el individuo. . . . . . . . . . . . .
3. Felicidad, karma y mente. . . . . . . . . . . . . . .
4.¿Qué es la mente?....................
Glosario
Las Leyes De La Vida Dalai Lama
I
LA DIMENSIÓN ESPIRITUAL
l. DIMENSIONES DE LA ESPIRITUALIDAD
El primer nivel de espiritualidad para los seres humanos de cualquier lugar del mundo es la
fe en una de las muchas religiones que existen. En mi opinión, cada una de las principales
religiones mundiales cumple una importante función; pero para que éstas contribuyan
eficazmente en beneficio de la humanidad, desde el aspecto religioso, existen dos factores
importantes a tener en cuenta. El primero de ellos es que los practicantes a título individual
de todas estas religiones, es decir, nosotros mismos, debemos practicarlas de forma sincera.
Las enseñanzas religiosas deben ser parte integral de nuestras vidas; no han de estar
desligadas de esa práctica. A veces, entramos en una iglesia o un templo y recitamos
oraciones o quizá generamos algún tipo de sentimiento espiritual, pero en cuanto salimos a
la calle, esta sensación religiosa desaparece totalmente. Ésta no es la forma correcta de
practicar. El mensaje religioso debe permanecer con nosotros dondequiera que estemos.
Las enseñanzas de nuestra religión tienen que estar presentes en nuestras vidas de tal forma
que, cuando realmente necesitemos o pidamos bendiciones o fuerza interior, estas
enseñanzas estén ahí incluso en esos momentos; estarán ahí cuando experimentemos
dificultades porque estarán constantemente presentes. La religión sólo puede ser realmente
eficaz cuando se ha convertido en parte integral de nuestras vidas.
Necesitamos, asimismo, experimentar con mayor profundidad los significados y valores
espirituales de nuestra propia tradición religiosa, necesitamos conocer estas enseñanzas no
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solamente a nivel intelectual, sino también a través de nuestra propia experiencia más
profunda. A veces comprendemos diferentes ideas religiosas en un plano demasiado
superficial o intelectual. Sin un sentimiento más profundo, la eficacia de la religión queda
limitada. Así pues, debemos practicar de forma sincera, y la religión ha de convertirse en
parte de nuestras vidas.
El segundo factor está más relacionado con la interacción entre las diferentes religiones del
mundo. En la actualidad, debido al ascenso del cambio tecnológico y a la economía
mundial, nos hallamos en una situación en la que jamás habíamos dependido tanto unos de
otros.
Entre los diferentes países y continentes, se ha establecido una relación mucho más
estrecha. De hecho, la supervivencia de una región del mundo depende de la de las otras.
En consecuencia, el mundo ha establecido unos lazos mucho más estrechos, es más
interdependiente y existe más interacción humana. En tales circunstancias, la idea de
pluralismo entre las religiones mundiales es de suma importancia. En épocas pasadas,
cuando se vivía en comunidades alejadas unas de otras y las religiones surgían en relativo
aislamiento, la idea de que solamente existía una religión resultaba muy útil. Pero ahora la
situación ha cambiado, y las circunstancias son totalmente diferentes. Aceptar el hecho de
que existen diferentes religiones es de esencial importancia, y para desarrollar un respeto
mutuo genuino entre ellas, es imprescindible establecer un contacto cercano entre las
diferentes religiones. Éste es el segundo factor que hará que las religiones mundiales sean
efectivas a la hora de ejercer un efecto benéfico para toda la humanidad. Cuando estaba en
el Tíbet, no tenía ningún contacto con personas de otras religiones, por ello mi actitud ha-
cia ellas no era muy positiva. Pero una vez tuve la oportunidad de conocer a personas de
otras creencias y aprender a partir del contacto personal y la experiencia, mi actitud hacia
las demás religiones cambió. Me di cuenta de lo útiles que son para la humanidad, y del
potencial que cada una de ellas tiene para contribuir a un mundo mejor. A lo largo de
varios siglos, las religiones han aportado elementos maravillosos para una evolución mejor
de los seres humanos e incluso hoy en día existe gran número de seguidores del
cristianismo, del islam, del judaísmo, del budismo, etcétera. Millones de personas se están
beneficiando de todas estas religiones. Para dar un ejemplo del valor que tiene conocer a
personas de diferentes creencias, mis encuentros con el fallecido Thomas Merton hicieron
que me diera cuenta de lo maravilloso y valioso que era como persona. En otra ocasión,
tuve la oportunidad de conocer a un monje católico en Montserrat, uno de los famosos
monasterios de España. Me habían dicho que este monje había vivido durante varios años
como ermitaño en una colina justo detrás de la abadía. Cuando visité el monasterio,
descendió de su ermita expresamente para conocerme. Dio la casualidad de que su inglés
era aún peor que el mío y esto me animó más para hablar con él. Nos quedamos frente a
frente y le pregunté: «En todos estos años, ¿qué has estado haciendo en esa colina?». Me
miró y contestó: «Meditación en la compasión, en el amor». Cuando pronunció estas pocas
palabras comprendí el mensaje a través de sus ojos. Desarrollé, verdaderamente, una
sincera admiración hacia aquella persona y hacia otros como él. Este tipo de experiencias
me ha ayudado a confirmar en mi mente que todas las religiones mundiales poseen el
potencial para generar bondad en las personas, independientemente de sus diferencias en
filosofía y doctrina. Cada tradición religiosa tiene su propio mensaje maravilloso que
transmitir.
Por ejemplo, desde el punto de vista del budismo, el concepto de un creador es ilógico;
debido a la manera en que el budismo analiza la causalidad, resulta un concepto difícil de
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importante darse cuenta de que una relación estrecha entre las diferentes religiones es algo
fundamental; sólo así los diferentes grupos religiosos tendrán la posibilidad de trabajar
juntos de forma más íntima y hacer un esfuerzo común en beneficio de toda la humanidad.
Sinceridad y fe en la práctica religiosa por un lado, y tolerancia religiosa y cooperación por
el otro, comprenden el primer nivel del valor de la práctica espiritual para la humanidad.
El segundo nivel de espiritualidad es más importante que el primero porque sin importar lo
maravillosa que pueda ser una religión, las personas que la aceptan siguen siendo un
número muy limitado. La mayoría de los cinco o seis mil millones de seres humanos que
hay en nuestro planeta, probablemente no practican ningún tipo de religión. De acuerdo
con la formación que han recibido por parte de su familia, quizá se identifiquen como
pertenecientes a uno u otro grupo religioso: «Yo soy hindú», «Yo soy budista», «Yo soy
cristiano», pero en profundidad, la mayoría de estas personas no son necesariamente
practicantes de ninguna fe religiosa. Esto es así y está bien; el hecho de que una persona
adopte o no una religión es un derecho individual de cada uno. Todos los grandes maestros
de la Antigüedad, tales como Buda, Mahavira, Jesucristo y Mahoma, nunca lograron crear
una conciencia espiritual en toda la humanidad, en todos los seres humanos. En realidad,
nadie puede hacer tal cosa. Si estas personas no creyentes se llaman a sí mismas ateas no
importa. De hecho, según algunos eruditos occidentales, los budistas también son ateos,
dado que no aceptan el concepto de un creador. Por ello, a veces, añado una palabra más al
describir a los no creyentes y es la palabra «extremista»; los llamo no creyentes
«extremistas». Estas personas no son solamente no creyentes sino que son extremistas en
su visión al sostener que la espiritualidad no tiene ningún valor. Si embargo, debemos
recordar que ellas también forman parte de la humanidad y que, como todos los seres hu-
manos, tienen el deseo de ser felices, de vivir una vida feliz y en paz. Éste es el punto
importante.
Por mi parte creo que no hay nada malo en continuar siendo no creyente, pero mientras
seamos parte de la humanidad, mientras seamos seres humanos, tenemos necesidad del
afecto humano, de la compasión humana. Ésta es, en realidad, la enseñanza fundamental de
todas las tradiciones religiosas: el punto esencial es la compasión o el afecto humano. Sin
éste, incluso las creencias religiosas pueden resultar destructivas. Por tanto, la esencia en la
religión incluso es la bondad de corazón. Desde mi punto de vista, el afecto humano o la
compasión es la religión universal. Sea uno creyente o no, todos necesitamos afecto
humano y compasión, porque nos da fuerza interna, esperanza y paz mental. Resulta, pues,
algo indispensable para todos.
Examinemos, por ejemplo, la utilidad de un corazón bondadoso en la vida cotidiana. Si nos
sentimos de buen humor cuando nos levantamos por la mañana, si hay en nosotros un
sentimiento de bondad, automáticamente nuestra puerta interna se abre a ese día. Incluso
en el caso de que nos encontrásemos a una persona desagradable, no experimentaríamos
demasiada alteración y quizá incluso conseguiríamos decirle algo agradable. Podríamos
charlar con esa persona poco amistosa y tal vez incluso mantener una conversación
profunda. Sin embargo, en un día en el que nuestro estado de ánimo es menos positivo y
nos sentimos irritados, de forma automática se cierra nuestra puerta interna. En consecuen-
cia, incluso si nos encontramos con nuestro mejor amigo o amiga nos sentimos incómodos
y tensos. Estos ejemplos muestran cómo nuestra actitud interior marca una gran diferencia
en nuestras experiencias diarias. Así pues, para crear una atmósfera agradable, placentera,
dentro de nosotros mismos, de nuestras familias o nuestro entorno, debemos darnos cuenta
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de que el origen último de esa atmósfera placentera reside dentro de cada uno: un corazón
bondadoso, compasión humana, amor. El hecho de crear una atmósfera positiva y amistosa
nos ayuda automáticamente a disminuir el miedo y la inseguridad. De esta manera
podemos, con mayor facilidad, hacer nuevos amigos y provocar más sonrisas. Después de
todo, somos animales sociales. Sin la amistad con otros seres humanos, sin la sonrisa
humana, nuestra vida se convierte en desdicha. La sensación de soledad se hace
insoportable. Se trata de una ley de la naturaleza; en otras palabras, según las leyes
naturales, dependemos unos de otros para vivir. Si bajo ciertas circunstancias, debido a que
algo no funciona en nosotros, nuestra actitud hacia nuestros semejantes, de quienes
dependemos, se vuelve hostil, ¿cómo podemos esperar alcanzar la paz mental o disfrutar
de una vida feliz? De acuerdo con la naturaleza básica humana, o ley natural, el afecto -la
compasión- es la clave para la felicidad.
Según la medicina contemporánea, un estado mental positivo, o paz mental, resulta
también beneficioso para nuestra salud física. Si estamos constantemente alterados
acabamos dañando nuestra propia salud. Por tanto, incluso en el aspecto de la salud, la
calma mental y la serenidad son muy importantes. Esto demuestra cómo el cuerpo físico de
por sí aprecia y responde a la calidez humana, a la paz mental.
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2. LA COMPASIÓN Y EL INDIVIDUO
EL PROPÓSITO DE LA VIDA
Hay una gran pregunta que subyace bajo nuestras experiencias, no importa que pensemos
en ella conscientemente o no.
¿Cuál es el propósito de la vida? He considerado esta pregunta y me gustaría compartir mis
pensamientos con la esperanza de que puedan aportar un beneficio práctico y directo a
todos aquellos que los lean.
Creo que el propósito de la vida es ser feliz. Desde el momento del nacimiento, cada ser
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Para empezar, podemos dividir cada tipo de felicidad y sufrimiento en dos categorías
principales: mental y física. De las dos, la mente es la que ejerce una mayor influencia en
la mayoría de nosotros. Exceptuando aquellas situaciones en las que nos encontramos
gravemente enfermos o sin cobertura para las más básicas necesidades, nuestra condición
física desempeña un papel secundario en la vida. Si el cuerpo está satisfecho, virtualmente
lo ignoramos. La mente, sin embargo, registra cada hecho, no importa lo pequeño que sea.
Por ello, debemos dedicar nuestros esfuerzos más serios a obtener la paz mental.
Desde mi propia y limitada experiencia, he descubierto que el mayor grado de tranquilidad
interna viene del desarrollo del amor y la compasión.
Cuanto más nos preocupamos de la felicidad de los demás, mayor es nuestro sentimiento
de bienestar. Cultivando un sentimiento cálido, cercano a los demás, automáticamente
ponemos nuestra mente en un estado de calma. Esto nos ayuda a remover todos aquellos
miedos o inseguridades que podamos tener y nos da la fuerza necesaria para enfrentarnos a
cualquier obstáculo que surja. Es la fuente última de éxito en la vida.
Mientras vivamos en este mundo, estamos destinados a encontrar problemas. Si en esos
momentos perdemos la esperanza y nos desanimamos, disminuiremos nuestra capacidad
para enfrentarnos a las adversidades. Si, por otro lado, recordamos que no somos los
únicos, sino que todo el mundo debe experimentar sufrimientos, esta perspectiva más
realista de la situación aumentará nuestra determinación y capacidad para superar los
problemas. Es más, con esta actitud, cada nuevo obstáculo puede ser visto como otra
oportunidad para mejorar nuestra mente.
Así pues, podemos esforzarnos gradualmente para convertirnos en seres más compasivos,
es decir, podemos desarrollar una simpatía genuina por el sufrimiento de los demás
conjuntamente con el deseo de ayudarles a remover su dolor. Como resultado, aumentará
nuestra propia serenidad y fuerza interna.
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interdependencia. Todo fenómeno, desde el planeta en el que habitamos hasta los océanos,
nubes, bosques y flores que nos rodean, surge con dependencia de unos modelos muy
sutiles de energía. Sin la apropiada interacción, se disuelven y decaen. Es debido a que
nuestra propia existencia humana es tan dependiente de la ayuda de los demás por lo que
nuestra necesidad de amor está en la base misma de nuestra existencia. Por ello
necesitamos un genuino sentido de responsabilidad y una preocupación sincera por el
bienestar de los demás.
Tenemos que considerar qué es lo que somos realmente nosotros, los seres humanos. No
somos objetos hechos como las máquinas. Si fuéramos meramente entidades mecánicas,
entonces las mismas máquinas podrían aliviar todos nuestros sufrimientos y dar solución a
nuestras necesidades. Sin embargo, y debido a que no somos criaturas puramente
materiales, es un error poner todas nuestras esperanzas de felicidad únicamente en el
progreso externo. En su lugar, debemos considerar nuestros orígenes y naturaleza para
descubrir qué es lo que necesitamos.
Dejando de lado la compleja cuestión de la creación y la evolución del universo, podemos
como mínimo estar de acuerdo en que cada uno de nosotros es el producto de nuestros
padres. En términos generales nuestra concepción ocurrió no sólo en el contexto del deseo
sexual sino también en la decisión de nuestros padres de tener un hijo. Estas decisiones
están basadas en la responsabilidad y en el altruismo: el compromiso compasiva de los
padres en cuidar de su hijo hasta que éste sea capaz de cuidar de sí mismo. Así pues, desde
el mismo momento de nuestra concepción, el amor de nuestros padres está directamente
involucrado en nuestra creación. Más todavía, nosotros dependemos completamente del
cuidado de nuestra madre desde las etapas más tempranas de nuestro crecimiento. Según
algunos científicos, el estado mental de una mujer embarazada, sea tranquilo o agitado,
tiene un efecto físico directo sobre el niño todavía por nacer.
La expresión del amor es también algo muy importante en el momento del nacimiento. Ya
que la primera cosa que hacemos es succionar la leche del pecho de nuestra madre, nos
sentimos naturalmente cercanos a ella, y ella debe sentir amor por nosotros a fin de poder-
nos alimentar apropiadamente; si nuestra madre siente enfado o resentimiento la leche no
fluirá libremente. Luego viene el período crítico del desarrollo del cerebro desde el
momento del nacimiento hasta, al menos, la edad de 3-4 años, durante el cual el contacto
físico y el cariño son los factores más importantes para un normal crecimiento del niño. Si
éste no se siente acariciado, abrazado, mimado y querido, su desarrollo se verá perturbado
y su cerebro no madurará apropiadamente. Ya que un niño no puede sobrevivir sin el
cuidado de los demás, el amor es el alimento más importante. La felicidad en la infancia, el
apaciguamiento de los muchos miedos del niño y el saludable desarrollo de la confianza en
sí mismo, todo ello depende directamente del amor. Actualmente muchos niños crecen en
familias infelices. Si ellos no reciben el cariño adecuado, más tarde en la vida difícilmente
amarán a sus padres y, con frecuencia, les será difícil amar a los demás. Esto es muy triste.
Cuando el niño crezca y vaya a la escuela, su necesidad de ayuda debe encontrar respuesta
en sus profesores. Si el maestro además de impartir la educación académica asume también
la responsabilidad de preparar a sus alumnos para la vida, sus alumnos sentirán confianza y
respeto, y aquello que se les haya enseñado dejará una huella indeleble en sus mentes.
Por otro lado, las enseñanzas recibidas de un maestro que no muestra una auténtica
preocupación por el bienestar de sus estudiantes serán recibidas como temporales y
olvidadas muy pronto. Asimismo, si uno está enfermo y está siendo tratado en un hospital
por un médico que demuestra un sentimiento cálido y humano, uno se siente cómodo y el
deseo del doctor de dar la mejor atención posible es en sí mismo curativo, sin importar el
grado de habilidad técnica que el médico tenga. Por otro lado, si nuestro doctor carece de
sentimientos humanos y demuestra una expresión poco amistosa, de impaciencia o
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indiferencia, nos sentiremos ansiosos, e incluso cuando él o ella tengan todas las
cualificaciones, la enfermedad haya sido correctamente diagnosticada y la apropiada
medicación prescrita, inevitablemente, los sentimientos del paciente crearán una diferencia
en la calidad y la totalidad de su recuperación.
Incluso cuando participamos en una conversación ordinaria en nuestra vida diaria, si
alguien nos habla con sentimiento humano, disfrutamos escuchándole y respondemos de la
misma manera. La conversación entera se hace interesante, no importa lo poco atrayente
que sea el tema. Por otro lado, si una persona habla fría o duramente, nos sentimos
incómodos y deseamos poner un pronto final al intercambio. El afecto y el respeto de los
demás son vitales para nuestra felicidad en cualquier situación al margen de su
importancia.
Recientemente me encontré con una pareja de científicos en América que me comentaron
que el porcentaje de enfermos mentales en su país era bastante elevado, alrededor del 20%
de la población. Quedó claro durante nuestra discusión que la causa principal de la depre-
sión no era la falta de necesidades materiales sino la carencia del afecto de los demás.
Así pues, como se puede ver por lo que he escrito hasta ahora, una cosa aparece clara para
mí: seamos o no conscientes de ello, desde el día de nuestro nacimiento, a necesidad de
cariño humano está en nuestra sangre. Incluso si el afecto proviene de un animal o de
alguien a quien consideraríamos normalmente un enemigo, todos, niños y adultos,
gravitarán naturalmente hacia él. Creo que nadie nace libre de la necesidad de amar. Y ello
demuestra que los seres humanos no se pueden definir como algo puramente físico aunque
algunas escuelas modernas del pensamiento busquen hacerla. Ningún objeto material, no
importa lo bello o valioso que sea, puede hacernos sentir amados, porque nuestra más pro-
funda identidad y auténtico carácter se halla en la naturaleza subjetiva de la mente.
Algunos de mis amigos me han dicho que, aunque el amor y la compasión son buenos y
maravillosos, no son realmente muy relevantes. Nuestro mundo, dicen ellos, no es lugar
donde dichas creencias tengan mucha influencia o poder. Ellos declaran que el enfado y el
odio son una parte tan integrante de la naturaleza humana que la humanidad estará siempre
dominada por ellos. Yo no estoy de acuerdo.
Nosotros, seres humanos, hemos existido con nuestra forma actual durante más de 100.000
años. Creo que si durante este tiempo la mente humana hubiera estado principalmente
controlada por el enfado y el odio, el total de la población habría disminuido. Pero hoy, a
pesar de nuestras guerras, nos encontramos con que la población humana es más numerosa
que nunca. Esto me indica claramente que el amor y la compasión predominan en el
mundo. Y es por ello por lo que los hechos desagradables son «noticia»; las actividades
compasivas son de tal forma parte de nuestra vida diaria que las damos por algo supuesto,
y por lo tanto, son grandemente ignoradas.
Hasta ahora he venido comentando principalmente los beneficios mentales de la
compasión, pero también contribuye a un buen estado de salud física. De acuerdo con mi
propia experiencia personal, la estabilidad mental y el bienestar físico están relacionados
directamente. No hay duda, el enfado y la agitación nos hacen más susceptibles a las
enfermedades. Por otro lado, si la mente está tranquila y ocupada en pensamientos
positivos, el cuerpo no caerá enfermo tan fácilmente.
Pero, desde luego, es también cierto que todos poseemos un innato egoísmo que inhibe
nuestro amor hacia los demás. Así pues, ya que todos deseamos la felicidad auténtica que
sólo proviene de una mente tranquila, y ya que esta paz mental proviene de una actitud
compasiva ¿cómo podemos desarrollarla? Obviamente, no basta con pensar qué bonita es
la compasión. Necesitamos hacer un esfuerzo combinado para desarrollarl Debemos
utilizar todos los acontecimientos de nuestra vida diaria para transformar nuestros
pensamientos y conductas.
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Antes que nada debemos tener claro qué es lo que queremos decir con compasión. Muchas
formas de sentimientos compasivos se mezclan con el deseo y el apego. Por ejemplo, el
amor que los padres sienten por sus hijos está a menudo fuertemente asociado a sus propias
necesidades emocionales; así pues, no es completamente compasivo. De nuevo, en el
matrimonio, el amor entre marido y mujer, particularmente al principio, cuando cada uno
quizá no conoce todavía profundamente el carácter del otro, depende más del apego que
del auténtico amor. Nuestro deseo puede ser tan fuerte que la persona a la que estamos
apegados nos parece positiva, aun cuando, de hecho, él o ella sean muy negativos.
Además, tenemos una tendencia a exagerar las pequeñas cualidades positivas. Así que
cuando la actitud de uno en la pareja sufre un cambio, el otro se disgusta y su actitud varía
también. Esto es una señal de que el amor ha sido motivado más por una necesidad
personal que por un cariño auténtico por la otra persona.
La auténtica compasión no es sólo una respuesta emocional, sino un compromiso firme
basado en la razón. Así pues, una actitud compasiva auténtica hacia los demás no cambiará
incluso cuando ellos se comporten negativamente. Desde luego, desarrollar este tipo de
compasión es fácil. Para empezar, consideremos los hechos siguientes:
Tanto la gente que es hermosa y afable como la que es fea y destructiva, en último término
son seres humanos como yo mismo. Como yo, todos quieren la felicidad y huyen del
sufrimiento. Más aún, su deseo de superar el sufrimiento y ser felices es igual al mío. Así,
cuando reconocemos que todos los seres son iguales tanto en su deseo de obtener la
felicidad como en el derecho a obtenerla, automáticamente sentimos simpatía y cercanía
hacia ellos. Así, al ir acostumbrando a nuestra mente a este sentido de altruismo universal,
desarrollaremos un sentimiento de responsabilidad hacia los demás: el deseo de ayudarles
activamente a superar sus problemas. Éste no es un deseo selectivo, se aplica por igual a
todos. Mientras sean seres humanos que experimentan placer y dolor, lo mismo que
nosotros, no hay base lógica para discriminar entre ellos o para alterar nuestra preocupa-
ción por ellos si se comportan negativamente.
Quiero enfatizar que está a nuestro alcance, con tiempo y paciencia, el desarrollar este tipo
de compasión.
Desde luego, nuestro egoísmo, nuestro apego al sentimiento de un yo independiente, existe
en sí mismo, trabaja fundamentalmente para inhibir nuestra compasión. Aún más, la
auténtica compasión se puede experimentar solamente cuando este tipo de apego al yo es
eliminado. Pero esto no significa que no podamos empezar y hacer progresos a partir de
este mismo momento.
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racionalidad. Así, la energía del enfado es casi siempre poco fiable. Puede causar una gran
cantidad de conducta destructiva, desafortunada. Además, si el enfado llega a ser extremo,
uno se convierte en un loco actuando de forma tan perjudicial para sí mismo como para los
demás.
Es posible, sin embargo, desarrollar una energía igualmente poderosa pero mucho más
controlada con la que manejar las vibraciones difíciles.
Esta energía más controlada proviene no sólo de una actitud compasiva sino también de la
razón y de la paciencia. Éstos son los antídotos más poderosos contra el enfado. Por
desgracia mucha gente prejuzga estas cualidades como síntomas de debilidad. Creo, en
cambio, que lo contrario es cierto: son signos auténticos de fuerza interior. La compasión
es por su propia naturaleza gentil, pacífica y suave, pero también muy poderosa. Son los
que fácilmente pierden la paciencia quienes son inseguros e inestables. Por todo ello, para
mí, el surgimiento del enfado es un signo inequívoco de debilidad.
Así, cuando surge un problema, tratas de permanecer humilde y mantener una actitud
sincera, preocupándote de que la solución sea justa. Desde luego, otros pueden intentar
aprovecharse de ti y si el hecho de que tú mantengas una actitud de desapego sirve sólo
para provocar una agresión injusta, en ese caso adopta una postura firme. Esto último debe
ser hecho con compasión y, si es necesario expresar tus puntos de vista y tomar medidas
extremas, hazlo, pero sin enfado ni malicia.
Debes darte cuenta de que aun cuando parezca que tus adversarios te están haciendo daño,
al final su actitud destructiva sólo les perjudicará a ellos. A fin de controlar nuestro
impulso egoísta de devolverles el daño recibido, debemos acordarnos de nuestro deseo de
practicar compasión y asumir la responsabilidad de ayudar a prevenir que la otra persona
sufra las consecuencias de sus actos. Así, debido a que han sido elegidas con calma y refle-
xión, las medidas que empleemos serán más efectivas, adecuadas y poderosas. La
venganza basada en la ciega energía del enfado rara vez da en el blanco.
AMIGOS y ENEMIGOS
Debo enfatizar de nuevo que el hecho de pensar meramente en que la compasión, la razón
y la paciencia son beneficiosas no basta para desarrollarlas.
Debemos estar a la espera de las dificultades que van a surgir y entonces intentar practicar
con ellas.
¿Y quién crea dichas dificultades? Nuestros amigos no, desde luego, sino nuestros
enemigos. Ellos son quienes nos dan los mayores problemas. Así, si realmente queremos
aprender, debemos considerar al enemigo como a nuestro mejor maestro.
Para una persona que aprecia la compasión y el amor, la práctica de la tolerancia es
esencial, y para ello, un enemigo es imprescindible. Debemos pues sentimos agradecidos
hacia nuestros enemigos, ya que son ellos los que mejor nos ayudan a desarrollar una
mente tranquila. También vemos que tanto en la vida pública como en la privada, debido a
un cambio en las circunstancias, los enemigos se convierten en amigos.
El enfado y el odio son siempre dañinos, y a no ser que entrenemos nuestras mentes y
trabajemos para reducir su fuerza negativa, continuarán perturbando y entorpeciendo
nuestros intentos por desarrollar una mente en calma. El enfado y el odio son nuestros
enemigos reales. Ellos son las fuerzas contra las que debemos pelear y vencer, no los
enemigos «temporales» que aparecen intermitentemente a lo largo de nuestra vida.
Desde luego, es natural y correcto que todos queramos tener amigos. A menudo hago
bromas diciendo que si quieres ser realmente egoísta debes ser muy altruista.
Debes cuidar de los demás, preocuparte por su bienestar, ayudarles, servirles, hacer más
amigos, sonreír más... ¿El resultado? Cuando tú mismo necesites ayuda encontrarás a
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muchos que se brinden a dártela. Si, por otro lado, descuidas el dar felicidad a los demás,
en último término tú serás el perdedor.
¿Se crea la amistad por medio de peleas y enfados, celos e intensa competencia? No lo
creo así. Sólo el afecto nos proporciona auténticos amigos íntimos.
En la sociedad materialista de hoy en día, si tienes dinero y poder pareces tener muchos
amigos. Pero no son amigos tuyos, son amigos de tu dinero y poder. Cuando pierdes tu
fortuna e influencia resulta muy difícil encontrar a esa gente.
El problema está en que mientras las cosas en el mundo nos vayan bien, nos sentimos
confiados, creemos que podemos arreglarnos por nosotros mismos y sentimos que no
necesitamos amigos, pero cuando nuestra situación y salud declinan, nos damos cuenta
rápidamente de cuán equivocados estábamos. Este es el momento en que aprendemos
quién nos ayuda realmente y quién no nos es de ninguna utilidad. Así pues, a fin de
prepararnos para ese momento, para conseguir amigos auténticos que nos ayudarán cuando
surja la necesidad, debemos cultivar nosotros mismos el altruismo.
Aunque a veces la gente se ríe cuando digo esto, yo mismo siempre quiero más amigos.
Amo las sonrisas. Debido a ello tengo el problema de saber cómo hacer amigos y cómo
conseguir más sonrisas, especialmente sonrisas genuinas. Ya que hay muchas clases de
sonrisas, tales como sonrisas sarcásticas, artificiales o diplomáticas. Hay muchas sonrisas
que no crean un sentimiento de satisfacción, y a veces incluso pueden llegar a crear
desconfianza o miedo, ¿no? Pero una sonrisa auténtica realmente nos crea una sensación de
frescor y es, creo, algo exclusivo de los seres humanos. Si ésas son las sonrisas que
deseamos, entonces deberemos crear nosotros mismos las causas para que surjan.
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verdadera extinción es, según el budismo, un Dharma genuino y por lo tanto es el refugio
que todos los budistas practicantes buscan. Buda se convierte en objeto de refugio, digno
de respeto, porque ha alcanzado ese estado. Por lo tanto, la reverencia que uno siente hacia
él, y la razón por la que uno busca refugio en Buda, no es porque éste haya sido desde el
principio una persona especial, sino porque ha alcanzado ese estado de verdadera
extinción. Del mismo modo, la comunidad espiritual, o sangha, se toma como un objeto de
refugio porque sus miembros son individuos que ya están en el camino que conduce al
estado de extinción, o lo están emprendiendo.
Descubrimos que el verdadero estado de extinción sólo puede entenderse desde el punto de
vista de un estado mental al que se ha liberado o purificado de pensamientos y emociones
negativos por medio de la aplicación de antídotos y neutralizantes. La verdadera extinción
es un estado mental y los factores que conducen a él son también funciones de la mente.
Además, la base sobre la que se realiza la purificación es el contínuum mental. Por lo
tanto, la comprensión de la naturaleza de la mente es decisiva para la práctica budista. Con
esto no quiero decir que todo lo que existe es simplemente un reflejo o proyección de la
mente, y que aparte de la mente nada existe. Pero debido a la importancia que la com-
prensión de la naturaleza de la mente tiene en la práctica budista, la gente describe a
menudo el budismo como «una ciencia de la mente».
En términos generales, en la literatura budista, un pensamiento o una emoción negativos se
definen como «un estado que ocasiona perturbación dentro de la mente». Esas emociones y
pensamientos dolorosos son los factores que crean infelicidad y desorden dentro de no-
sotros. La emoción por lo general no es necesariamente negativa. En un congreso científico
al que asistí junto con muchos psicólogos y neurólogos, se llegó a la conclusión de que
hasta los Budas tienen emoción, según la definición de este estado de ánimo que aparece
en diversas disciplinas científicas. Por lo tanto, podemos hablar de káruna (bondad o
compasión infinitas) como un tipo de emoción.
Desde luego, las emociones pueden ser positivas y negativas. Sin embargo, cuando se
habla de ira, etcétera, nos referimos a emociones negativas, que inmediatamente crean
algún tipo de infelicidad o inquietud y que, a largo plazo, crean ciertas acciones. Esas
acciones llevan con el tiempo a dañar a otros, y eso nos acarrea dolor o sufrimiento. A eso
llamamos emociones negativas.
Una emoción negativa es la ira. Quizá hay dos clases de ira. A una de ellas se la podría
transformar en una emoción positiva. Por ejemplo, si uno tiene un interés y una motivación
compasiva sincera por alguien y esa persona no escucha nuestras advertencias acerca de
sus acciones, entonces no hay otra alternativa que el uso de algún tipo de fuerza para
detener las fechorías de esa persona. En la práctica de Tantrayana hay técnicas de
meditación que permiten transformar la energía de la ira. Ésa es la razón de las deidades
coléricas. Sobre la base de la motivación compasiva, la ira puede en algunos casos ser útil
porque nos da una energía adicional y nos permite actuar velozmente.
Sin embargo, la ira comúnmente conduce al odio y el odio es siempre negativo. El odio
abriga rencor. Yo normalmente analizo la ira en dos niveles: en el nivel humano básico y
en el nivel budista. Desde el nivel humano, sin ninguna referencia a una ideología o a una
tradición religiosa, podemos observar las fuentes de nuestra felicidad: la salud, las
comodidades materiales y las buenas compañías. Ahora bien, desde el punto de vista de la
salud, las emociones negativas como el odio son muy malas. Como la gente por lo general
trata de cuidarse la salud, la actitud mental es una técnica que puede utilizar. El estado
mental de uno debería ser siempre tranquilo. Aunque aparezca alguna angustia, como es
natural en la vida, uno debería mantenerse siempre tranquilo. Como una ola, que se levanta
desde el agua y vuelve a disolverse en el mar, estas perturbaciones son muy cortas, así que
no deberían afectar a nuestra actitud mental básica. Aunque no podemos eliminar todas las
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el punto de vista de la ideología marxista. Esas personas habían colaborado con los chinos
movidas por una auténtica esperanza. Entonces, alrededor de 1956 o 1957, la mayoría de
ellas fueron despedidas de diversos cargos públicos chinos, algunas fueron encarceladas y
otras desaparecieron. Le expliqué entonces que no somos ni antichinos ni anticomunistas.
En realidad, yo a veces me siento mitad marxista, mitad budista. Le expliqué todas esas
cosas con franqueza y motivación sinceras y después de algún tiempo su actitud cambió
por completo. Este ejemplo me confirma de algún modo que incluso cuando hay una
diferencia grande de opinión, uno puede comunicarse en un nivel humano. Se pueden dejar
a un lado esas diferentes opiniones y conversar. Pienso que ésa es una manera de crear
sentimientos positivos en las mentes de otras personas.
Además, estoy bastante seguro de que si este decimocuarto Dalai Lama sonriera menos,
quizá yo tendría menos amigos en diversos lugares. Mi actitud hacia otras personas es
mirarlas siempre desde el nivel humano. En ese nivel, sea presidente, reina o pordiosero,
no hay diferencia, a condición de que exista un sincero sentimiento humano con una
sincera sonrisa de afecto.
Pienso que hay más valor en el auténtico sentimiento humano que en el estatus, etcétera.
No soy más que un simple ser humano. Mediante mi experiencia y disciplina mental, he
desarrollado una cierta actitud nueva. Eso no es nada especial. Usted, que supongo que ha
tenido una mejor educación y más experiencia que yo, cuenta con un potencial mayor para
cambiar. Vengo de una aldea pequeña sin educación moderna y sin un conocimiento
profundo del mundo. Además, desde los quince o dieciséis años he llevado una
inconcebible carga. Por lo tanto, cada uno de ustedes debería sentir que tiene un gran
potencial y que, con confianza y un poco más de esfuerzo, el cambio es realmente posible
si lo desea. Si siente que su modo de vida actual es desagradable o tiene algunas
dificultades, no mire estas cosas negativas. Vea el lado positivo, el potencial, y haga un
esfuerzo.
Pienso que a esas alturas ya hay algún tipo de garantía parcial de éxito. Si utilizamos toda
nuestra energía o todas nuestras cualidades positivas, podemos superar esos problemas
humanos.
Así, en cuanto a nuestro contacto con otros seres humanos, nuestra actitud mental es muy
decisiva. Hasta para un no creyente, para un simple y honrado ser humano, la fuente
definitiva de felicidad está en nuestra actitud mental. Aunque uno tenga buena salud,
bienes materiales usados de manera apropiada y buenas relaciones con otros seres
humanos, la causa principal de una vida feliz está dentro de uno. Si se tiene más dinero a
veces aumentan las preocupaciones y se quiere todavía más. Finalmente uno se convierte
en un esclavo del dinero. Aunque resulta muy útil y necesario, no es la fuente definitiva de
la felicidad. Del mismo modo, la educación, si no está bien equilibrada, puede crear a
veces más problemas, más angustia, más codicia, más deseo y más ambición: en suma, más
sufrimiento mental. También los amigos son a veces muy molestos.
Ahora ve usted cómo minimizar la ira y el odio. Primero, es sumamente importante darse
cuenta de la negatividad de esas emociones en general, ante todo el odio. Pienso que es el
enemigo mayor. Por «enemigo» entiendo la persona o factor que directa o indirectamente
destruye nuestro interés, aquello que a fin de cuentas crea felicidad.
También podemos hablar del enemigo externo. Por ejemplo, en mi caso, nuestros
hermanos y hermanas chinos están destruyendo los derechos tibetanos y, de esa manera, se
produce más sufrimiento y angustia. Pero por fuerte que sea eso, no puede destruir la
fuente suprema de mi felicidad, que es mi tranquilidad de espíritu. Eso es algo que un
enemigo externo no puede aniquilar. Pueden invadir nuestro país, pueden destruir nuestros
bienes, pueden matar a nuestros amigos, pero todo eso es secundario para la felicidad
mental. La fuente definitiva de mi felicidad mental es mi paz de espíritu. Nada puede
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Visto desde este ángulo, el enemigo es el más grande maestro para nuestra práctica.
Shantideva sostiene muy brillantemente que los enemigos, o los que nos hacen daño, son
en realidad objetos dignos de respeto y dignos de ser considerados nuestros preciosos
maestros. Uno podría protestar diciendo que no podemos considerar a los enemigos dignos
de respeto porque no tienen intención de ayudamos; el hecho de que nos resulten útiles y
beneficiosos no es más que una coincidencia. Shantideva dice que si es así, por qué
debemos, como budistas practicantes, considerar el estado de extinción como un objeto
digno de refugio cuando es un mero estado mental y no tiene por su parte ninguna
intención de ayudarnos. Uno podría entonces decir que aunque eso es cierto, por lo menos
en la extinción no hay intención de dañarnos, mientras que los enemigos, muy lejos de
tener la intención de ayudarnos, en realidad piensan dañarnos. Por lo tanto, un enemigo no
es un objeto digno de respeto. Shantideva dice que es esa misma intención de dañarnos lo
que convierte al enemigo en algo muy especial. Si no tuviera intención de dañarnos, no
clasificaríamos a esa persona como un enemigo, y por lo tanto nuestra actitud sería
completamente diferente. Es esa intención de dañarnos lo que convierte a esa persona en
un enemigo y a causa de eso nos da una oportunidad de ejercitar la tolerancia paciente. Por
lo tanto un enemigo es un precioso maestro. Pensando de ese modo, uno puede reducir las
emociones mentales negativas, en especial el odio.
A veces la gente siente que la ira es útil porque crea audacia y energía adicionales. Cuando
encontramos dificultades, podemos creer que la ira nos protege. Pero aunque nos da más
energía, ésta es esencialmente ciega. No hay ninguna garantía de que la ira y la energía no
se vuelvan destructivas para nuestros propios intereses. Por lo tanto, el odio y la ira no son
nada útiles. Otra cuestión es que si uno siempre tiene una actitud humilde otros pueden
aprovecharse, y ¿cómo debería reaccionar uno? Es bastante sencillo: hay que actuar con
sabiduría o sentido común, sin ira y sin odio. Si la situación es tal que hace falta algún tipo
de acción por nuestra parte, se puede, sin ira, contrarreaccionar. En realidad, esas acciones
que se rigen más por la auténtica sabiduría que por la ira son de hecho más eficaces. Una
contrarreacción en medio de la ira puede con frecuencia ser mala. En una sociedad muy
competitiva, es a veces necesario contrarreaccionar. Examinemos otra vez la situación
tibetana. Como he dicho, seguimos un camino auténticamente no violento y compasivo,
pero eso no significa que vayamos a someternos a la acción de los agresores y ceder. Sin
ira y sin odio, podemos regirnos con mayor eficacia.
Hay otro tipo de práctica de la tolerancia que implica cargar conscientemente con los
sufrimientos de otros. Pienso en situaciones en las que, por participar en ciertas
actividades, somos conscientes de las privaciones, las dificultades y los problemas a corto
plazo, pero estamos convencidos de que tales acciones tendrán un efecto muy beneficioso a
largo plazo. Debido a nuestra actitud y a nuestro compromiso y deseo de producir ese
beneficio a largo plazo, a veces consciente y deliberadamente cargamos con las
privaciones y problemas de a corto plazo.
Uno de los medios eficaces por los que se pueden superar las fuerzas de emociones
negativas como la ira y el odio es cultivar fuerzas opuestas, por ejemplo cualidades
positivas de la mente como el amor y la compasión.
DAR Y RECIBIR
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A veces bromeo a medias diciendo que nuestras manos están hechas de tal manera que
sirven más para abrazar que para golpear. Si estuvieran hechas principalmente para
golpear, estos hermosos dedos no serían necesarios. Por ejemplo, si los dedos permanecen
extendidos, los boxeadores no pueden golpear con fuerza, así que tienen que cerrar el
puño. Eso significa, pienso, que nuestra estructura física básica crea una especie de
naturaleza compasiva o benévola.
Si nos fijamos en las relaciones, el matrimonio y la concepción son muy importantes.
Como dije antes, el matrimonio no debe basarse en un amor ciego o en un tipo de amor
loco extremo; debe basarse en un conocimiento mutuo y en la comprensión de que se está
en condiciones de convivir. El matrimonio no es para la satisfacción temporal, sino para
algún tipo de sentido de responsabilidad. Ése es el verdadero amor, y la base del
matrimonio.
La concepción apropiada de un niño se produce en ese tipo de actitud mental o moral.
Mientras el niño está en la matriz materna, la tranquilidad mental de la madre tiene un
efecto muy positivo sobre el niño nonato, según algunos científicos. Si el estado mental de
la madre es negativo, por ejemplo si está frustrada o enfadada, eso es muy nocivo para el
sano desarrollo del niño. Un científico me contó que las primeras Semanas después del na-
cimiento son el período más importante, pues durante ese tiempo el cerebro del niño se
agranda. Durante esa época, el contacto con la madre o con alguien que cumpla el papel de
madre es decisivo. Eso demuestra que aunque el niño no puede darse cuenta de quién es
quién, de algún modo necesita físicamente el afecto de otro. Una carencia de ese tipo es
muy perjudicial para el sano desarrollo del cerebro.
Después del nacimiento, el primer acto de la madre es nutrir al niño con su leche. Si
aquélla carece de afecto o de sentimientos bondadosos hacia el niño, la leche no sale. Si la
madre alimenta al bebé con sentimientos bondadosos, aunque sufra dolor o enfermedad, la
leche sale generosamente. Ese tipo de actitud es como una joya preciosa. Por otra parte, si
el niño carece de alguna clase de sentimiento estrecho hacia la madre, puede no mamar.
Eso demuestra cuán maravilloso es el acto de afecto por ambas partes. Ése es el principio
de nuestras vidas.
Igualmente en el caso de la educación, la experiencia me dice que esas lecciones que
aprendemos de maestros que no sólo son buenos sino que además demuestran afecto por el
alumno, calan de un modo profundo en nuestras mentes, cosa que tal vez no ocurre con las
lecciones de otro tipo de maestros. Aunque uno pueda estar obligado a estudiar, y pueda
temer al maestro, esas lecciones quizá no tienen demasiado efecto. Depende mucho del
afecto del maestro.
Del mismo modo, cuando vamos a un hospital, con independencia de la calidad del
médico, si éste nos muestra un sentimiento genuino y un interés profundo, y si nos sonríe,
nos sentimos bien. Pero si el médico muestra poco afecto humano, aunque sea un gran ex-
perto, quizá nos sentimos inseguros y nerviosos. Así es la naturaleza humana.
Por último, podemos reflexionar acerca de nuestras vidas. Cuando somos jóvenes, y de
nuevo cuando somos viejos, dependemos mucho del afecto de los demás. Entre esas etapas
normalmente sentimos que podemos hacerlo todo sin ayuda de otros y que el afecto de los
demás simplemente no es importante. Pero pienso que es muy importante conservar un
afecto humano profundo en esa etapa. Cuando la gente en una ciudad o pueblo grande se
siente sola, no significa que carezca de compañía humana, sino más bien que carece de
afecto humano. Como consecuencia de eso, su salud mental llega con el tiempo a ser muy
frágil. Por otra parte, las personas que crecen en una atmósfera de afecto humano tienen un
desarrollo corporal, mental y de conducta mucho más positivo y apacible. Los niños que
han crecido sin esa atmósfera tienen comúnmente actitudes más negativas. Eso muestra
muy claramente la naturaleza humana básica. También el cuerpo humano, como dije antes,
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aprecia la paz mental. Las cosas que nos perturban tienen un efecto muy malo sobre
nuestra salud. Lo que demuestra que la estructura de nuestra salud es tal que está hecha
para una atmósfera de afecto humano. Por lo tanto, nuestro potencial de compasión está
allí. Lo único que falta es saber si nos damos cuenta de eso y lo utilizamos.
El propósito básico de mi explicación es mostrar que por naturaleza somos compasivos,
que la compasión es algo muy necesario y algo que podemos desarrollar. Es importante
saber el significado exacto de la compasión. Diferentes tradiciones y filosofías tienen
distintas interpretaciones del significado de amor y compasión. Algunos de mis amigos
cristianos creen que el amor no se puede desarrollar sin la gracia de Dios; en otras
palabras, para desarrollar el amor y la compasión es necesaria la fe. La interpretación
budista es que la auténtica compasión se basa en una clara aceptación o reconocimiento de
que los demás, como uno mismo, quieren la felicidad y tienen derecho a vencer el dolor.
Sobre esa base uno desarrolla algún tipo de interés en el bienestar de los demás, con
independencia de la actitud que tenga sobre sí mismo. Eso es la compasión.
En muchos casos, el amor y la compasión que uno siente hacia los amigos es en realidad
apego. Ese sentimiento no se basa en la comprensión de que todos los seres tienen el
mismo derecho a ser felices y a vencer el dolor. Se basa, en cambio, en la idea de que algo
es «mío», «mi amigo» o algo bueno para «mí». Eso es apego. Así, cuando la actitud de esa
persona hacia uno cambia, nuestro sentimiento de cercanía desaparece inmediatamente.
Con la otra actitud, uno desarrolla algún tipo de interés con independencia de la actitud de
la otra persona hacia uno, simplemente porque esa persona también es un ser humano y
tiene todo el derecho a superar el dolor. Si se vuelve neutral con uno o incluso llega a ser
nuestro enemigo, nuestro interés debería seguir siendo el mismo para respetar sus
derechos. Ésa es la principal diferencia. La auténtica compasión es mucho más sana; es
imparcial y se basa en la razón. Por contraste, el apego es intolerante y parcial.
En realidad, la auténtica compasión y el apego son contradictorios. Según la práctica
budista, para desarrollar la auténtica compasión primero hay que practicar la meditación
del equilibrio y la ecuanimidad, despegándose de las personas que están muy cerca.
Entonces uno debe borrar los sentimientos negativos que tiene hacia los enemigos. Todos
los seres sensibles deberían ser considerados iguales. Sobre esa base, se puede desarrollar
gradualmente una auténtica compasión por todos ellos. Debemos aclarar que la auténtica
compasión no se parece a la lástima ni al sentimiento de que los demás son de algún modo
inferiores. En realidad, con la auténtica compasión uno considera a los otros más
importantes que uno mismo.
Como señalé antes, para generar una auténtica compasión, ante todo hay que pasar por el
entrenamiento de la ecuanimidad. Eso se transforma en algo muy importante porque sin un
sentido de ecuanimidad hacia todos, nuestros sentimientos hacia los demás no serán impar-
ciales. Por lo tanto, daré ahora un ejemplo breve de un ejercicio budista de meditación
sobre cómo desarrollar la ecuanimidad. Primero se debe pensar en un pequeño grupo de
personas de su entorno, por ejemplo los amigos y los parientes, con los que se tiene apego.
Segundo, se debe pensar en algunas personas hacia las que uno siente una total
indiferencia. Y tercero, pensar en algunas personas hacia las que se siente antipatía. Una
vez que se han imaginado todas esas personas diferentes, hay que dejar que la mente entre
en su estado natural y ver cómo respondería normalmente a un encuentro con esas
personas. Observamos que la reacción natural es la de apego hacia los amigos, aversión
hacia las personas que consideramos enemigas y total indiferencia hacia las que juzgamos
neutrales. Entonces hay que tratar de interrogarse. Hay que comparar los efectos de las dos
actitudes opuestas que uno tiene hacia los amigos y los enemigos, y ver por qué desarrolla
estados mentales tan fluctuantes hacia esos dos diferentes grupos de personas. Hay que ver
qué efectos tienen esas reacciones sobre la mente y tratar de entender la inutilidad de
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relacionarse con ellos de una manera tan extrema. Ya he discutido los pros y los contras de
abrigar odio y generar ira hacia los enemigos, y también he hablado un poco sobre los
defectos de estar demasiado atado a los amigos, etcétera. Uno debe reflexionar y tratar de
minimizar las fuertes emociones hacia esos dos grupos opuestos de personas. Entonces, y
lo que es más importante, debe reflexionar sobre la igualdad fundamental entre uno mismo
y todos los demás seres sensibles. Así como uno tiene el deseo natural instintivo de ser
feliz y vencer el dolor, lo mismo les ocurre a todos los seres sensibles; así como uno tiene
derecho a satisfacer esa aspiración innata, lo mismo les ocurre a todos los seres sensibles.
Entonces, ¿exactamente en qué nos basamos para nuestras discriminaciones?
Si observamos la humanidad en su conjunto, veremos que somos animales sociales.
Además, las estructuras de la economía moderna, la educación, etcétera, nos muestran que
el mundo se ha convertido en un lugar más pequeño y que dependemos mucho unos de
otros. En esas circunstancias, pienso que la única opción es vivir y trabajar juntos en
armonía y mantener en nuestras mentes el interés por toda la humanidad. Ésa es la única
actitud, el único camino, que debemos adoptar para nuestra supervivencia.
Por naturaleza, especialmente como ser humano, mis intereses no son independientes de
los de las otras personas. Mi felicidad depende de la de los demás. Por lo tanto, cuando veo
a gente feliz, automáticamente me siento también un poco más feliz que cuando veo a
personas en una situación difícil. Por ejemplo, cuando la televisión nos muestra a personas
que se mueren de hambre en Somalia, incluso viejos y niños, automáticamente nos
sentimos tristes, sin considerar si esa tristeza puede conducir o no a algún tipo de ayuda
activa.
Además, en nuestra vida cotidiana utilizamos ahora muchas y excelentes comodidades, por
ejemplo casas con aire acondicionado. Todas esas cosas o comodidades llegaron a ser
posibles no por nuestra intervención, sino por la intervención directa o indirecta de muchas
otras personas. Todo llega al mismo tiempo. Es imposible volver al modo de vida de hace
algunos siglos, cuando dependíamos de instrumentos sencillos y no de todas esas
máquinas. Es evidente que las comodidades de las que ahora disfrutamos son producto de
la actividad de muchas personas. Durante veinticuatro horas, incluso mientras dormimos,
hay mucha gente trabajando, entre otras cosas en la preparación de nuestros alimentos,
especialmente los que consumirán los no vegetarianos. La fama es decididamente un
producto de otras personas: sin la presencia de otras personas el concepto de fama ni
siquiera tendría sentido. Además, los intereses de Europa dependen de los intereses de
América, y los intereses de Europa occidental dependen de la situación económica de
Europa oriental. Cada continente depende enormemente de los demás; ésa es la realidad.
Así, muchas de las cosas que deseamos, como la riqueza, la fama, etcétera, no podrían
concretarse sin la participación y cooperación activa o indirecta de muchas otras personas.
Por lo tanto, como todos tenemos el mismo derecho a ser felices y estamos mutuamente
vinculados, por importante que sea un individuo, lógicamente el interés de los otros cinco
mil millones de personas que hay en el planeta es más importante que el de una sola
persona. Siguiendo este razonamiento, uno puede llegar a tener un sentido de
responsabilidad planetario. Los problemas ambientales modernos, como la destrucción de
la capa de ozono, nos muestran también de un modo claro la necesidad de la cooperación
planetaria. Parece que, con el desarrollo, el mundo entero se ha vuelto mucho más
pequeño, pero el conocimiento humano todavía marcha por detrás.
No se trata de una práctica religiosa, se trata del futuro de la humanidad. Este tipo de
actitud más amplia o altruista es muy adecuada en el mundo de hoy. Si miramos la
situación desde varios ángulos, por ejemplo desde la complejidad y la interconexión de la
naturaleza de la existencia moderna, notaremos poco a poco un cambio en nuestra actitud,
de modo que cuando digamos «los otros» y cuando pensemos en ellos, no los rechaza-
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remos como algo que nada tiene que ver con nosotros. Nunca más nos sentiremos
indiferentes.
Si sólo se piensa en uno mismo, si se olvidan los derechos y el bienestar de los demás o,
peor todavía, si se explota a los demás, finalmente se pierde. Ya no habrá amigos que
muestren interés por nuestro bienestar. Incluso, si sufrimos una tragedia, en vez de
preocuparse, los demás hasta pueden alegrarse en secreto. Por contraste, si un individuo es
compasivo y altruista y está pendiente de los intereses de los demás, conozca o no a mucha
gente, allí donde vaya hará amigos. Y cuando esa persona afronte una tragedia, muchos
serán los que acudirán a ayudarla.
Una verdadera amistad se desarrolla a base de auténtico afecto humano, no de dinero o
poder. Por supuesto, el poder o la riqueza pueden atraer a más personas con grandes
sonrisas o con regalos. Pero en el fondo ésos no son amigos verdaderos; son amigos de la
riqueza o del poder. Mientras dure la fortuna, esas personas se acercarán con frecuencia.
Pero cuando la fortuna disminuya, dejarán de estar allí. Con ese tipo de amigos, nadie hará
un esfuerzo sincero por ayudarnos si lo necesitamos. Ésa es la realidad.
La verdadera amistad humana se basa en el afecto humano, sea cual sea nuestra posición.
Por lo tanto, cuanto más interés mostremos por el bienestar y los derechos de los demás,
más verdaderos amigos seremos. Cuanto más abierto y sincero sea uno, más beneficios
obtendrá.
Si uno olvida a los demás o no se preocupa por ellos, finalmente pierde lo que ha
conseguido. Así que a veces digo a la gente que si realmente vamos a ser egoístas, el
egoísmo sabio es mucho mejor que el egoísmo ignorante y terco.
Para los practicantes budistas, el cultivo de la sabiduría es también muy importante; me
refiero a la sabiduría que comprende Shunya, la naturaleza última de la realidad. La
comprensión de Shunya nos da al menos una especie de sentido positivo de la extinción.
Una vez que se tiene algún tipo de sensación de la posibilidad de extinción, resulta
evidente que el sufrimiento no es definitivo y que hay una alternativa. Si la hay, merece la
pena hacer un esfuerzo. Si sólo existen dos de las cuatro nobles verdades de Buda, el
sufrimiento y la causa del sufrimiento, no hay mucho sentido. Pero las otras dos nobles
verdades, incluida la extinción, apuntan hacia una forma alternativa de existencia. Existe la
posibilidad de que el sufrimiento acabe. De ser así, vale la pena entender la naturaleza del
sufrimiento. Por lo tanto, la sabiduría es sumamente importante para aumentar
infinitamente la compasión.
Así es, entonces, como se aborda la práctica del budismo: se aplica la facultad del
conocimiento, usando la inteligencia y la comprensión de la naturaleza de la realidad junto
con hábiles medios para generar compasión. Pienso que en la vida diaria y en todo tipo de
trabajo profesional se puede usar esta motivación compasiva. Por supuesto, no hay duda de
que en el campo de la educación la motivación compasiva es importante y pertinente. Sea o
no sea creyente, la compasión por la vida o el futuro de los estudiantes, no sólo por sus
exámenes, hace mucho más eficaz el trabajo del maestro. Con esa motivación, pienso que
los alumnos nos recordarán toda la vida.
Del mismo modo, en el campo de la salud hay una expresión en tibetano que dice que la
eficacia del tratamiento depende del afecto del médico. Debido a esta expresión, cuando
los tratamientos de cierto médico no funcionan, la gente echa la culpa a su carácter,
pensando que no es una persona bondadosa. El pobre médico a veces se crea una mala
reputación. No hay duda, por lo tanto, de que en el campo de la salud la motivación com-
pasiva es algo muy importante.
Pienso que lo mismo ocurre con los abogados y los políticos. Si tuvieran más motivación
compasiva, habría menos escándalos. Como consecuencia, la comunidad entera tendría
más paz. Creo que la tarea política sería más eficaz y se la respetaría más.
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observador neutral, como más importantes. Uno, naturalmente, empieza a sentirse más
inclinado hacia los innumerables prójimos.
Creo también que cuanto mayor es la fuerza de nuestra actitud altruista hacia los seres
sensibles, más valerosos nos volvemos. Cuanto mayor es el coraje, menos propensos
somos al desánimo y a la perdida de esperanza. Por lo tanto, la compasión es también una
fuente de fortaleza interior. Con una mayor fortaleza interior, se puede desarrollar una
firme determinación y con ella existen mayores oportunidades de éxito, por grandes que
puedan ser los obstáculos. A la inversa, si uno siente vacilación, miedo y falta de confianza
personal, desarrollará con frecuencia una actitud pesimista. Pienso que ésta es la verdadera
semilla del fracaso. Con una actitud pesimista no se puede realizar ni siquiera algo fácil.
Mientras que si hay algo de difícil realización, y uno tiene una determinación
inquebrantable existe la posibilidad de lograrlo. Por lo tanto, hasta en un sentido
convencional, la compasión es muy importante para un futuro exitoso. Como señalé antes,
según el nivel de sabiduría hay niveles diferentes de compasión, como la motivada por la
auténtica percepción de la naturaleza última de la realidad, la motivada por el
reconocimiento de la naturaleza impermanente de la existencia y la motivada por la con-
ciencia del dolor de otros seres sensibles. El nivel de nuestra sabiduría, o la profundidad de
nuestra percepción de la naturaleza de la realidad, determina el nivel de compasión que
experimentamos. Desde el punto de vista budista, la compasión con sabiduría es muy
esencial. Es como si a la compasión se la pudiera comparar con una persona muy honrada
y a la sabiduría con una persona muy competente: si juntamos las dos, el resultado es algo
muy eficaz.
Veo la compasión, el amor y el perdón como un terreno común para todas las diferentes
religiones, independientemente de su tradición o filosofía. Aunque existen diferencias
fundamentales entre las diversas ideas religiosas, como la aceptación de un Creador To-
dopoderoso, todas las religiones nos enseñan el mismo mensaje: sé una persona bondadosa.
Todas subrayan la importancia de la compasión y el perdón. En la Antigüedad, cuando las
religiones estaban establecidas en lugares diferentes y había menos comunicación entre
ellas, no existía ninguna necesidad de pluralismo entre las diversas tradiciones religiosas.
Pero hoy el mundo es mucho más pequeño, y la comunicación entre las diferentes
creencias religiosas es muy fuerte. Dadas las circunstancias, pienso que el pluralismo entre
los creyentes es esencial. Una vez que se advierte, mediante un estudio objetivo imparcial,
el valor que para la humanidad han tenido esas diferentes religiones a lo largo de los siglos,
sobran razones para aceptarlas o respetarlas. Después de todo, en la humanidad hay tantos
temperamentos mentales diferentes que una sola religión, por profunda que sea, no puede
satisfacer a tanta diversidad de personas.
Ahora, por ejemplo, a pesar de esa diversidad de tradiciones religiosas, la mayoría de las
personas todavía no se sienten atraídas por la religión. Creo que de los cinco mil millones
de personas sólo alrededor de mil millones son verdaderos creyentes. Mientras que muchas
personas dicen: «Mi familia es de origen cristiano, musulmán o budista, así que soy
cristiano, musulmán o budista», los verdaderos creyentes, en su vida diaria y en particular
cuando se presenta alguna situación difícil, se dan cuenta de que son seguidores de una
religión particular. Pienso, por ejemplo, en los que dicen: «Soy cristiano», y durante ese
momento recuerdan a Dios, rezan a Dios y no expresan emociones negativas. De esos
auténticos creyentes, creo que hay quizá menos de mil millones. El resto, cuatro mil
millones de personas, siguen siendo no creyentes en el verdadero sentido. Por lo tanto, una
sola religión no puede evidentemente satisfacer a toda la humanidad. Dadas esas
circunstancias, la variedad de religiones es realmente necesaria y útil, y por lo tanto la úni-
ca cosa sensata es que todas ellas trabajen juntas y vivan en armonía, ayudándose
mutuamente. Ha habido cambios positivos recientemente, y he notado que se están
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LA COMPASIÓN Y EL MUNDO
Como conclusión me gustaría ampliar brevemente mis pensamientos más allá del tema de
este corto texto y subrayar un punto más amplio: la felicidad individual puede contribuir de
una forma profunda y efectiva al desarrollo de la totalidad de la comunidad humana.
Debido a que todos compartimos una idéntica necesidad de amor, es posible sentir que
cualquier persona que encontremos, en cualquier circunstancia, es un hermano o hermana.
No importa lo nueva que sea la cara, o cuán diferentes el vestido y la conducta, no hay una
división significativa entre nosotros y la otra gente. Es de locos aferrarnos a diferencias
externas, ya que nuestra naturaleza básica es la misma.
En último término, la humanidad es una, y este pequeño planeta es nuestro único hogar. Si
tenemos que proteger nuestra casa, cada uno de nosotros necesita experimentar un sentido
intenso del altruismo universal. Únicamente este sentimiento puede remover los motivos
egoístas que causan que la gente se engañe y maltrate. Si tienes un corazón sincero y
abierto, te sentirás naturalmente valioso y lleno de confianza y no tendrás necesidad de
temer a los demás.
Creo que en cualquier nivel de la sociedad -familiar, tribal, nacional o internacional- la
llave para un mundo más feliz y más exitoso es el desarrollo de la compasión. No
necesitamos convertirnos en religiosos, ni necesitamos creer en ninguna ideología. Lo
único necesario es que cada uno de nosotros desarrolle sus buenas cualidades humanas.
Intento tratar a todos aquellos con los que me encuentro como viejos amigos. Esto me da
un auténtico sentimiento de felicidad. Es la práctica de la compasión.
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Las Leyes De La Vida Dalai Lama
Muchos miles de millones de años han transcurrido entre el origen del mundo y la primera
aparición de seres vivos sobre su superficie. A partir de ese momento necesitaron un
inmenso período de tiempo para alcanzar la madurez mental y desarrollar y perfeccionar
sus facultades intelectuales; y desde el momento en que los hombres alcanzaron la
madurez hasta el presente han transcurrido muchos miles de años. A lo largo de todos esos
vastos períodos de tiempo el mundo ha sufrido constantes cambios, pues se halla en un
continuo estado de variación. Incluso ahora, muchos acontecimientos comparativamente
recientes que parecerían estar estáticos durante algún tiempo han estado cambiando a cada
momento. Deberíamos preguntarnos qué es lo que permanece inmutable cuando todos los
fenómenos mentales y materiales parecen estar invariablemente sometidos al proceso del
cambio, de la mutabilidad. Todos ellos no paran de surgir, desarrollarse y desaparecer. En
el torbellino de todos estos cambios sólo la verdad permanece constante e inalterable: en
otras palabras, la verdad de lo que es justo (dharma) y los resultados beneficiosos que la
acompañan, y la verdad del acto malvado y los resultados nocivos que la acompañan. Una
buena causa genera un buen resultado, y una mala causa genera un mal resultado. Bueno o
malo, benéfico o perjudicial, cada resultado debe tener una causa. Únicamente este
principio es perpetuo, inmutable y constante. Así fue antes de que el hombre apareciera en
el mundo, así era en el primer período de su existencia, y así será en todos los tiempos
venideros.
Todos deseamos la felicidad y vernos libres del sufrimiento y de cuanto es desagradable.
Como todos sabemos, el placer y el dolor derivan de una causa. El que ciertas
consecuencias sean debidas a una sola causa o a un grupo de ellas es determinado por la
naturaleza de esas consecuencias. En algunos casos, los factores del efecto pueden aparecer
incluso cuando los de la causa no son poderosos o muy numerosos. Sea cual sea la cua-
lidad de los factores resultantes, y tanto si son buenos como malos, su magnitud y su
intensidad guardan una correspondencia directa con la cantidad y la magnitud de los
factores constantes. Así pues, para poder alcanzar la gran meta de evitar lo no deseado y
disfrutar de los placeres deseados habrá que prescindir de un gran número de factores de
causa colectivos.
Al analizar la naturaleza y el estado de la felicidad, enseguida veremos que ésta tiene dos
aspectos. Uno es la alegría inmediata (transitoria), y el otro es la alegría futura
(permanente). Los placeres transitorios comprenden las diversiones y comodidades que
anhelan los hombres, como, por ejemplo, una buena morada, un mobiliario de ensueño,
alimentos exquisitos, buena compañía, conversación agradable, etcétera. En otras palabras,
los placeres temporales son aquello que un hombre disfruta en esta vida. La pregunta de si
el disfrute de estos placeres y satisfacciones deriva únicamente de factores externos debe
ser examinada a la luz de la lógica. Si los factores externos fueran los únicos responsables
de tales placeres, entonces una persona sería feliz cuando éstos se hallaran presentes y, a la
inversa, sería desgraciada en su ausencia. Mas no es así, porque un hombre puede ser feliz
y estar en paz consigo mismo incluso cuando esas condiciones externas que llevan al
placer no se hallan presentes. Esto demuestra que los factores externos no son los únicos
responsables de estimular la felicidad en el hombre. Si fuera verdad que eran los únicos
responsables, o que condicionan por completo la aparición de la felicidad y el placer, una
persona que poseyera esos factores en abundancia disfrutaría de alegría y felicidad ili-
mitadas, algo que no siempre ocurre. Es cierto que esos factores externos aportan una
contribución parcial a la creación del placer en la vida de un ser humano. No obstante,
afirmar que son todo lo que hace falta y, en consecuencia, la causa exclusiva de la felicidad
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en la vida humana, es una proposición tan obtusa como carente de lógica. No está nada
claro que la presencia de esos factores externos engendre la alegría. Al contrario, realida-
des tan innegables de la vida como, por ejemplo, experimentar la beatitud y la felicidad
interiores pese a la total ausencia de esos factores externos causantes del placer, y la
frecuente ausencia de alegría a pesar de su presencia, demuestran sin lugar a dudas que la
causa de la felicidad debe ser buscada en un conjunto de factores condicionantes diferente.
Si nos dejáramos engañar por el argumento de que los factores condicionantes antes
mencionados constituyen la única causa de la felicidad con exclusión de cualquier otra
causa condicionante, eso implicaría que la felicidad resultante está inseparablemente unida
a factores causales externos, quedando su presencia o ausencia determinada única y
exclusivamente por dichos factores. El hecho de que evidentemente no es así es prueba
suficiente de que los factores causales externos no son ni necesaria ni completamente
responsables del efecto que son los fenómenos de la felicidad.
Ahora bien, ¿cuál es ese otro conjunto interno de causas? ¿Cómo pueden ser explicadas?
Como budistas, creemos en la ley de karma, la ley natural de la causa y el efecto. Sean
cuales sean las condiciones causales externas con las que se encuentra alguien en el
decurso de su vida, ésta siempre resulta de la acumulación de esos actos individuales en
vidas anteriores. Cuando la fuerza kármica de los actos pasados madura, la persona
experimenta estados mentales placenteros y estados mentales desagradables. Dichos
estados no son más que una consecuencia natural de sus propias acciones anteriores. Lo
que debemos entender es que cuando las condiciones adecuadas (kármicas) resultantes de
la totalidad de las acciones pasadas están presentes, los factores externos propios deben ser
favorables. El hecho de que las condiciones debidas a la acción (kármica) entren en
contacto con los factores causales externos produce un estado mental agradable. Si las
condiciones causales necesarias para experimentar la alegría interior faltan, no habrá
ocasión de que aparezcan factores condicionantes externos adecuados o, aun cuando dichos
factores se hallen presentes, la persona no podrá experimentar la alegría a la que tendría
derecho en otras circunstancias. Esto demuestra que las condiciones causales internas son
esenciales porque son el principal determinante de la realización de la felicidad (y de su
opuesto). Por tanto, para obtener los resultados deseados nos es imperativo acumular al
mismo tiempo tanto los factores externos creadores de causa como los factores (kármicos)
condicionantes y creadores de causa internos. Resumiendo, podríamos decir que para
acumular factores condicionantes internos (kármicos) buenos, lo que necesitamos
principalmente son cualidades como la humildad, la sencillez, tener pocas necesidades, y
otras nobles cualidades. La práctica de estas condiciones causales internas facilitará el
cambio en los factores condicionantes externos anteriormente mencionados, el cual los
convertirá en características conducentes a la aparición de la felicidad. La ausencia de las
condiciones causales internas adecuadas, como la paciencia, la capacidad de perdonar y el
tener pocas necesidades que satisfacer, impedirá disfrutar incluso cuando todos los factores
condicionantes externos se hallen presentes. Además, es preciso tener a nuestro favor la
fuerza de los méritos y virtudes acumulados en vidas anteriores. De lo contrario, las
semillas de la felicidad no darán fruto.
Todo esto puede expresarse de otra manera. Los placeres y las frustraciones, la felicidad y
el sufrimiento experimentados por cada individuo son los frutos inevitables de las acciones
buenas y malas que ha cometido, y van añadiéndose a su cuenta. Si en un momento deter-
minado en esta vida presente los frutos de las buenas acciones de una persona maduran, si
la persona es sabia, se dará cuenta de que son los frutos de actos meritorios pasados. Eso le
animará a acumular más méritos y a sentir contento interior. De manera similar, cuando
una persona experimenta insatisfacción y dolor, podrá soportarlo con serenidad si mantiene
la inquebrantable convicción de que, tanto si lo desea como si no, debe sufrir y soportar las
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consecuencias de sus actos pasados, por muy insoportable que pueda llegar a parecer la in-
tensidad de su frustración actual. Además, comprender que sólo son los frutos de acciones
inexpertas en el pasado le ayudará a no repetir esos errores en el futuro. Igualmente, le
aliviará pensar que la maduración del karma (malo) del pasado ha servido para disipar
parte de la carga de mal acumulada por esos actos torpes anteriores, y eso será una fuente
de inmenso consuelo para él.
Tomar una conciencia adecuada de esta sabiduría contribuirá a captar las nociones
esenciales para alcanzar la paz en la mente y el cuerpo. Por ejemplo, supongamos que una
persona se ve repentinamente afligida por un intenso sufrimiento físico debido a ciertos
factores externos. Si, gracias a la fuerza de voluntad (basada en la convicción de que ella es
la única responsable de su aflicción y sufrimientos actuales), es capaz de neutralizar su
padecimiento, entonces se sentirá muy reconfortada y en paz consigo misma.
Permitidme explicarlo a un nivel algo más elevado. Todo esto se halla relacionado con lo
que podemos hacer para eliminar de forma sistemática la insatisfacción y sus causas. Como
se ha dicho antes, el placer y el dolor, la felicidad y la insatisfacción son los efectos de los
propios actos buenos y malos del individuo, de sus propias torpezas y aciertos. Las
acciones acertadas y torpes (kármicas) no son fenómenos externos, sino que pertenecen
esencialmente al reino de la mente. Tratar de acumular todas las clases posibles de karma
bueno y alejar de nosotros hasta el último vestigio del karma malo es el camino que lleva a
crear la felicidad y evitar la creación del dolor y el sufrimiento. Pues es inevitable que un
buen resultado siga a una buena causa, y que la consecuencia de fomentar causas injustas
sea el sufrimiento.
Así pues, es de la máxima importancia que recurramos a todos los medios posibles para
incrementar la cantidad y calidad de las acciones guiadas por el bien obrar de la
inteligencia al mismo tiempo que reducimos el número de las guiadas por la torpeza y la
ignorancia.
¿Cómo podemos conseguido? Las causas dignas y las causas indignas que producen placer
y dolor no tienen nada que ver con los objetos externos. Por ejemplo, en el cuerpo humano
es posible sustituir órganos como el corazón o los riñones. Pero no ocurre lo mismo en el
caso de las acciones kármicas, que pertenecen al reino de la mente. Ganar nuevos méritos y
erradicar las malas causas son procesos puramente mentales. Esa meta no puede ser
alcanzada nuevamente a través de alguna clase de ayuda exterior; la única manera de
alcanzarla es controlando y disciplinando la mente hasta entonces indomada. Para ello, es
preciso comprender ese elemento llamado mente. A través de las puertas de los cinco
órganos sensoriales, un individuo ve, oye, huele, saborea y entra en contacto con un gran
número de objetos, formas e impresiones externas. Aislemos la forma, el sonido, el olor, el
sabor, el contacto y los acontecimientos mentales que percibimos mediante los seis
sentidos. Cuando así lo hacemos, esa continua rememoración de los acontecimientos
pasados en que tiende a sumirse la mente dejará de llevarse a cabo y el flujo de la memoria
se verá interrumpido. De manera similar, hemos de esforzarnos en evitar que los planes
para el futuro y la reflexión en las acciones futuras surjan. Es preciso vaciar la mente de
todos esos procesos del pensamiento, debemos crear un espacio que los sustituya. Una vez
liberada de todos esos procesos, lo que quedará será una mente pura, limpia, nítida y
sosegada. Examinemos qué clase de características distinguen a la mente en cuanto ha
alcanzado ese estado. Todos poseemos algo llamado mente, pero ¿cómo reconoceremos su
existencia? La mente real y esencial es lo que queda cuando toda la carga de groseras obs-
trucciones y aberraciones (es decir, impresiones sensoriales, recuerdos, etcétera) ha sido
eliminada. Al discernir este aspecto de la mente real, descubriremos que, a diferencia de
los objetos externos, su verdadera naturaleza está desprovista de forma o color; y tampoco
encontraremos ninguna base de verdad para nociones tan falsas y engañosas como aquellas
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que sostienen que la mente se origina a partir de esto o aquello, que irá de aquí hasta allá, o
que tiene su sede en talo cual lugar. Cuando no entra en contacto con ningún objeto, la
mente es como un inmenso vacío ilimitado, o como un océano sereno e ilimitable. Cuando
se encuentra con un objeto enseguida toma conciencia de él, igual que un espejo refleja
inmediatamente a la persona que se planta delante de él. La auténtica naturaleza de la
mente consiste no sólo en tomar clara conciencia del objeto sino también en comunicar una
experiencia concreta de ese objeto a quien lo experimenta.1
En general, nuestras formas de conocimiento sensorial, como la conciencia ocular,
auditiva, etcétera, desempeñan sus funciones sobre los fenómenos externos de una manera
que lleva implícita una tosca distorsión. El conocimiento derivado del reconocimiento
sensorial está basado en toscos fenómenos externos, por lo que comparte esa naturaleza
tosca. Cuando este tipo de crasa simulación es desactivado, y cuando las experiencias
concretas y el conocimiento surgen del interior, la mente asume las características de un
vacío infinito similar a la infinitud del espacio. Pero este vacío no debe ser tomado como la
naturaleza auténtica de la mente. Estamos tan acostumbrados a tomar conciencia del color
y la forma de los toscos objetos materiales que, cuando llevamos a cabo una introspección
concentrada en la naturaleza de la mente, descubrimos, como he dicho, que es un inmenso
vacío ilimitado libre de cualquier burda oscuridad u otros obstáculos. Aun así, esto no
significa que hayamos determinado la auténtica y sutil naturaleza de la mente. Lo que he
explicado concierne al estado mental en relación con la experiencia concreta y la toma de
conciencia por parte de la mente.
Existen, además, otros aspectos y estados de la mente. En otras palabras, al tomar la mente
como base suprema descubrimos que hay muchos atributos relacionados con ella. Al igual
que una cebolla está formada por muchas capas superpuestas que pueden ser peladas, todos
los objetos están formados por un cierto número de capas, y esto también es aplicable a la
naturaleza de la mente tal como ha sido explicada aquí: la mente también está formada por
muchas capas y estados situados unos dentro de otros.
Todas las cosas compuestas están sujetas a la desintegración. La experiencia y el
conocimiento, que no son permanentes, también lo están, por lo que la mente, de la cual
son funciones (naturaleza), no es algo que permanezca constante y eterno. La mente pasa
por un proceso incesante de cambio y desintegración, Y esta transitoriedad es un aspecto
de su naturaleza. No obstante, y como hemos observado, su verdadera naturaleza tiene
muchos aspectos, el conocimiento de los objetos y la conciencia de la experiencia concreta
entre ellos. Ahora profundizaremos en nuestro examen para tratar de entender el
significado de la sutil esencia de una mente así. La mente cobró existencia a causa de sí
misma. Negar que su origen depende de una causa, o afirmar que es una mera designación
utilizada para reconocer la naturaleza del agregado mental, seria incurrir en un grave error.
Un mero examen superficial nos indica que la mente, que tiene como naturaleza la
experiencia concreta y la clara toma de conciencia, parece ser una entidad independiente,
subjetiva y poderosa que se gobierna a sí misma. No obstante, un análisis más profundo
revelará que esta mente, al poseer como posee la función de la experiencia y la toma (le
conciencia, no es una entidad auto creada sino que depende de otros factores para su
existencia. Eso quiere decir que depende de algo más que de ella misma. Esta cualidad no
independiente de la sustancia de la mente es su verdadera naturaleza, que a su vez y en
última instancia es la realidad fundamental del yo.
De estos dos aspectos de la mente, a saber, su verdadera naturaleza y un conocimiento de
esa verdadera naturaleza, el primero es la base y el segundo, un atributo. La mente (el yo)
es la base y todos sus distintos estados son atributos. No obstante, la base y sus atributos
1
Estos dos aspectos, "tomar conciencia» y "comunicar la experiencia», se refieren a saber
qué es el objeto y qué aspecto, tacto, sabor, etcétera, tiene.]
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han pertenecido desde el primer momento a la misma esencia única. La entidad mental, o
base, no creada por símisma -es decir, dependiente de una causa distinta a sí misma-, y su
esencia, sunyata, han existido incesantemente como la única, misma e inseparable esencia
desde el principio sin origen. La naturaleza del sunyata penetra en todos los elementos.
Dado que existimos en el ahora y no podemos comprender la realidad fundamental,
indestructible y natural (sunyata) de nuestra propia mente, cometemos aún errores y
nuestros defectos persisten.
Si tomamos la mente como el sujeto y la realidad fundamental de la mente como su objeto,
cabe llegar a una correcta comprensión de la verdadera naturaleza de la mente, es decir, de
su realidad fundamental. Y cuando, después de prolongada y paciente meditación, se llega
a percibir y entender el conocimiento de la realidad fundamental de la mente, la cual está
desprovista de características duales, será posible eliminar gradualmente las ilusiones y los
defectos de las mentes central y secunda ria, como son, por ejemplo, la ira, el amor a la
ostentación, los celos, la envidia, etcétera.
La determinación de la verdadera naturaleza de la mente sólo será posible a través de la
adquisición de la facultad de entender su realidad fundamental. Esto, a su vez, erradicará la
pasión y el odio, así como el resto de ilusiones secundarias que emanan de las básicas.
Como consecuencia de ello, ya no habrá ocasión de acumular karma demeritorio. Esto
significa que la creación del mal karma que afecta a las vidas futuras será eliminada; se
podrá incrementar la cualidad y cantidad del condicionamiento causal meritorio y erradicar
la creación del condicionamiento casual perjudicial que afecta a las vidas futuras, aparte el
mal karma acumulado anteriormente.
En la práctica que lleva a adquirir un conocimiento perfecto de la verdadera naturaleza de
la mente, se requiere un intenso y concentrado esfuerzo mental para comprender el objeto.
En nuestra condición normal tal como es en el momento actual, cuando nuestra mente
entra en contacto con algo se siente inmediatamente atraída. Esto hace imposible la
comprensión. Así pues, y para adquirir un gran poder mental dinámico, el primer
imperativo es alcanzar un nivel máximo de ejercicio. Por ejemplo, un gran río al fluir por
una llanura tendrá muy poca fuerza, pero cuando pase por una angosta cañada toda el agua
quedará concentrada en un espacio reducido y fluirá con gran potencia. Por la misma
razón, hay que evitar todas las distracciones mentales que apartan a la mente del objeto de
la contemplación y mantenerla centrada en él. A menos que se haga esto, la práctica para
alcanzar una comprensión adecuada de la verdadera naturaleza de la mente desembocará
en un completo fracaso. Para que la mente se vuelva dócil, debemos disciplinarla y
controlarla bien. El habla y las actividades corporales que acompañan a los procesos
mentales no pueden obrar a su antojo. Igual que un jinete calma y disciplina a su corcel
sometiéndolo a un cuidadoso y prolongado entrenamiento, así debemos domar las erráticas
actividades del cuerpo y el habla para volverlas dóciles, rectas y benéficas. Por eso las
enseñanzas de Buda comprenden tres categorías escalonadas, que son la sila aprendizaje
de la conducta superior, el samadhi aprendizaje de la meditación superior y el prajna
aprendizaje de la sabiduría superior , todas ellas dirigidas a disciplinar la mente.
Estudiar, meditar y practicar los tres grados del trisiksa de esta manera permite alcanzar la
comprensión. Una persona así enseñada adquirirá la maravillosa cualidad de ser capaz de
soportar pacientemente las aflicciones y el sufrimiento que son el fruto de su karma
pasado. Considerará sus infortunios como bendiciones disfrazadas, pues le revelarán el
significado de la némesis karma) y le convencerán de la necesidad de concentrarse en
realizar únicamente acciones dignas. Si su mal karma anterior aún no ha dado fruto, esa
persona podrá disipar su karma no madurado utilizando la potencia de los cuatro poderes:
determinación de alcanzar el estado del despertar del Buda; determinación de renunciar a
las acciones indignas incluso al precio de la misma vida; cumplimiento de acciones dignas,
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y arrepentimiento.
Tal es el camino que lleva a la felicidad inmediata, y que permite alcanzar la meta de
obtener la liberación en el futuro y ayuda a evitar la acumulación de nuevas faltas.
4. ¿QUÉ ES LA MENTE?
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Los procesos invisibles de las acciones, o fuerza kármica (karma significa ««acción»), se
hallan íntimamente relacionados con la motivación de la mente humana que da origen a
esas acciones. Así pues, la comprensión de la naturaleza de la mente y su papel es crucial a
la hora de entender la experiencia humana y la relación entre la mente y la materia. La
experiencia del día a día nos demuestra que el estado mental desempeña un papel muy
importante en la experiencia cotidiana y el bienestar físico y mental. Si una persona tiene
una mente calmada y estable, esto influye sobre su actitud y su comportamiento en relación
con otras personas. En otras palabras, si alguien es capaz de mantener un estado mental
tranquilo, apacible y relajado, el entorno o las condiciones externas sólo podrán afectarlo
de una manera muy limitada.
Pero a quien viva en un estado mental de inquietud le resultará extremadamente difícil
estar tranquilo o alegre incluso cuando se encuentre rodeado de las máximas comodidades
y los mejores amigos. Esto indica que nuestra actitud mental es un factor esencial a la hora
de determinar nuestra experiencia de la alegría y la felicidad y, en consecuencia, nuestra
buena salud.
En resumen, podemos decir que hay dos razones por las que es importante entender la
naturaleza de la mente. En primer lugar, porque hay una conexión muy íntima entre la
mente y el karma. En segundo lugar, porque nuestro estado mental desempeña un papel
crucial en nuestra experiencia de la felicidad y el sufrimiento. Si entender la mente es tan
importante, ¿qué es la mente, y cuál es su naturaleza?
La literatura budista, tanto la sutra como la tantra, contiene amplios análisis de la mente y
su naturaleza. La tantra, en particular, analiza los distintos niveles de sutileza de la mente y
la conciencia. Los sutras apenas hablan de la relación entre los distintos estados mentales y
sus correspondientes estados fisiológicos. La literatura tántrica, en cambio, está llena de
referencias a las distintas sutilezas de los niveles de conciencia y sus relaciones con estados
fisiológicos como los centros de energía vital existentes en el cuerpo, los canales de
energía, las energías que fluyen por ellos, etcétera. Los tantras también explican cómo
alcanzar distintos estados de consciencia manipulando los factores fisiológicos a través de
ciertas prácticas de meditación yóguica.
Según los tantras, la naturaleza fundamental de la mente es esencialmente pura. Esta
naturaleza impoluta es llamada técnicamente «luz clara». Las distintas emociones
aflictivas, como el deseo, el odio y los celos, son producto del condicionamiento. No son
cualidades intrínsecas de la mente, porque ésta puede ser limpiada de ellas. Cuando esta
naturaleza de luz clara de la mente queda velada, o no puede expresar su auténtica esencia
debido al condicionamiento de las emociones y los pensamientos aflictivos, se dice que la
persona está atrapada en el ciclo de la existencia, el samsara. Pero cuando, aplicando las
técnicas y prácticas de meditación adecuadas, el individuo experimente de forma plena esta
naturaleza de luz clara de la mente libre de la influencia y el condicionamiento de los
estados aflictivos, habrá dado el primer paso por el camino de la iluminación y la verda-
dera liberación.
Por ello, y desde el punto de vista budista, tanto las ataduras como la verdadera libertad
dependen de los distintos estados de esta mente de luz clara, y el estado resultante que
intentan alcanzar quienes meditan a través de la aplicación de las distintas técnicas
meditativas es uno en el que esta naturaleza fundamental de la mente se manifiesta en todo
su potencial positivo, la iluminación, o el estado de despertar que llamamos budidad. En
consecuencia, la comprensión de la luz clara de la mente es esencial en el contexto de la
labor espiritual. En general, la mente puede ser definida como una entidad que tiene la
naturaleza de la mera experiencia, es decir, «claridad y conocimiento». Lo que llamamos
mente es la naturaleza o agencia cognoscitiva, que como tal es inmaterial. Pero dentro de la
categoría de la mente también hay niveles toscos, como nuestras percepciones sensoriales,
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Las Leyes De La Vida Dalai Lama
que no pueden operar -o ni siquiera existir- sin depender de órganos físicos como son
nuestros sentidos. Y dentro de la categoría de la sexta consciencia, la consciencia mental,
existen varias divisiones, o tipos de consciencia mental, que dependen de la base
fisiológica, nuestro cerebro, para llegar a existir. Estos tipos de mente no pueden ser
entendidos aisladamente de sus bases fisiológicas.
Y ahora surge una pregunta esencial: ¿cómo es posible que todos estos tipos de
acontecimientos cognitivos -las percepciones sensoriales, los estados mentales y demás-
existan y posean esta naturaleza de conocimiento, luminosidad y claridad? Según la ciencia
budista de la mente, estos acontecimientos cognitivos poseen la naturaleza del
conocimiento debido a la naturaleza fundamental de claridad implícita en todos ellos. Esto
es lo que he descrito antes como la naturaleza fundamental de la mente, su naturaleza de
luz clara. Así pues, cuando en la literatura budista se describen los distintos estados
mentales, siempre se encontrarán discusiones de los diferentes tipos de condiciones que
dan origen a los acontecimientos cognitivos. Por ejemplo, en el caso de las percepciones
sensoriales, los objetos externos sirven de objetivo, o condición causal; el momento de
conciencia inmediatamente anterior es la condición inmediata, y el órgano sensorial es la
condición fisiológica o dominante. Experiencias como la percepción sensorial siempre se
basan en la agregación de estas tres condiciones: la causal, la inmediata y la fisiológica.
Otra peculiaridad de la mente es que posee la capacidad de observarse a sí misma y
autoexaminarse, lleva mucho tiempo siendo una cuestión filosófica de gran importancia.
En general, la mente puede observarse a sí misma de distintas maneras.
Por ejemplo, en el caso de que se examine una experiencia pasada, como cosas que
ocurrieron ayer, lo que hacemos es recordar esa experiencia y examinar el recuerdo que de
ella tenemos, por lo que el problema no se plantea. Pero también tenemos experiencias
durante las cuales la mente observadora cobra conciencia de sí misma mientras todavía se
halla sumida en su experiencia observada. En este caso, y debido a que tanto la mente
observadora como los estados mentales observados están presentes al mismo tiempo, no
podemos explicar el fenómeno de que la mente cobre conciencia de sí misma y sea
simultáneamente objeto y sujeto recurriendo al factor del tiempo transcurrido.
Por ello es importante entender que cuando hablamos de la mente, estamos hablando de
una red altamente compleja de distintos acontecimientos y estados mentales. Las
propiedades introspectivas de la mente, por ejemplo, nos permiten observar qué
pensamientos se hallan presentes en ella en un momento dado, qué objetos contiene, qué
clase de intenciones albergamos, etcétera. En un estado meditativo, por ejemplo, cuando
cultivamos una sola orientación de la mente, aplicamos constantemente la facultad
introspectiva de analizar si la atención mental está totalmente concentrada en el objeto, si
hay alguna laxitud presente y si nos hemos distraído. En esta situación estamos aplicando
varios factores mentales, y no es como si una sola mente se examinase a sí misma. De
hecho, lo que hacemos es aplicar varios tipos de factores mentales para examinarla.
La pregunta de si un solo estado mental puede observarse y examinarse a sí mismo o no, ha
sido muy importante y difícil de responder para la ciencia budista de la mente. Algunos
pensadores budistas han mantenido que existe una facultad de la mente llamada «autocon-
ciencia». Podría decirse que se trata de una facultad aperceptiva de la mente capaz de
observarse a sí misma. De todas formas el tema ha sido muy debatido. Quienes mantienen
que existe tal facultad aperceptiva distinguen dos aspectos dentro del acontecimiento
mental, o cognitivo. Uno de ellos es externo y está orientado hacia el objeto, en el sentido
de que existe una dualidad de sujeto y objeto; mientras que el otro es de naturaleza intros-
pectiva, y es dicha naturaleza la que permite que la mente se observe a sí misma. La
existencia de esta facultad aperceptiva de autoconocerse ha sido muy discutida, es-
pecialmente por la escuela de pensamiento filosófico budista de la Prasangika.
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Las Leyes De La Vida Dalai Lama
II EL CAMINO GRADUAL
A LA LIBERACION
Cuando el gran maestro universal Buda Sakiamuni habló por primera vez del dharma en la
noble tierra de la India, enseñó las cuatro nobles verdades: las verdades del sufrimiento, la
causa del sufrimiento, el cese del sufrimiento y el camino que lleva al cese del sufrimiento.
Las cuatro nobles verdades han sido analizadas en muchos libros, por lo que tanto éstas
como el óctuple camino son ampliamente conocidos. Estas cuatro verdades lo abarcan
todo, e incluyen muchas cosas dentro de ellas.
En lo que respecta a las cuatro nobles verdades en general, y considerando el hecho de que
todos queremos alcanzar la felicidad y eliminar el sufrimiento, podemos hablar de un
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efecto y una causa tanto en el lado perturbador como en el lado liberador. Los verdaderos
sufrimientos y las verdaderas causas de éste son el efecto y la causa correspondientes a las
cosas que no deseamos; el verdadero cese y los verdaderos caminos son el efecto y la causa
correspondientes a las cosas que deseamos.
Experimentamos muchos tipos distintos de sufrimiento. Todos ellos están incluidos en tres
categorías: el sufrimiento del sufrimiento, el sufrimiento del cambio, y el sufrimiento que
está presente en todas las cosas.
El sufrimiento del sufrimiento. Es el que comprende a los dolores de cabeza y
padecimientos similares. Incluso los animales pueden ser conscientes de esta clase de su-
frimiento y, al igual que nosotros, quieren verse libres de él. Todos los seres vivos temen
esta clase de sufrimiento y experimentan incomodidad cuando lo sufren, y por ello
emprenden distintas actividades para eliminarlo.
El sufrimiento del cambio. Es el que sentimos en aquellas situaciones en que, por ejemplo,
estamos sentados, nos sentimos tranquilos y a gusto, todo va bien, pero pasado un rato
perdemos esa sensación, y entonces empezamos a ponernos nerviosos y nos sentimos
incómodos.
En algunos países, como la India, vemos enfermedades y una gran pobreza: esos
sufrimientos pertenecen a la primera categoría. Todo el mundo está de acuerdo en que las
condiciones que crean esa clase de sufrimiento deben ser eliminadas. En muchos países
occidentales el problema de la pobreza no es tan grande, pero allí donde las comodidades
materiales han alcanzado un elevado nivel de desarrollo existen distintas clases de pro-
blemas. Al principio podemos ser muy felices, porque hemos resuelto las dificultades a las
que se enfrentaban nuestros antepasados, pero apenas hemos vencido ciertos problemas,
surgen otros nuevos. Disponemos de mucho dinero y mucha comida y tenemos casas
cómodas y acogedoras, pero al sobrestimar el valor de esas cosas se convierten en inútiles.
Esta clase de experiencia es el sufrimiento del cambio.
Una persona muy pobre y desprovista de privilegios puede pensar que sería maravilloso
disponer de un coche o un televisor, y si consiguiera adquirirlos, al principio se sentiría
muy feliz y satisfecha. Si esa clase de felicidad fuese permanente, dado que ahora ya tiene
un coche y un televisor, esa persona debería continuar siendo feliz. Pero la felicidad no
perdura, sino que se esfuma. Pasados unos meses, esa persona quiere otro modelo de
coche, y si dispone del dinero necesario se comprará otro modelo de televisor. Los viejos
objetos, aquellos de los que antes obtenía tanta satisfacción, ahora causan insatisfacción.
Tal es la naturaleza del cambio, y ése es el problema del sufrimiento del cambio.
El sufrimiento que está presente en todas las cosas. Debido a que sirve como base a las dos
primeras categorías de sufrimiento, en tibetano la tercera categoría es conocida como el
kyab.pa.du.ched. kyi.dug.ngel (literalmente, «el sufrimiento que todo lo invade»).
Incluso en los países desarrollados de Occidente hay personas que quieren verse liberadas
del segundo sufrimiento, el sufrimiento del cambio. Hartas de las sensaciones degradadas
de felicidad, buscan la sensación de la ecuanimidad: esto puede llevar al renacimiento en
uno de los tres reinos, el reino superior, donde sólo es posible la sensación de ecuanimidad.
Ahora bien, desear la liberación de las dos primeras categorías del sufrimiento no es el
motivo principal para buscar la liberación (de la existencia cíclica): el Buda Bhagawan
enseñó que la raíz de los tres sufrimientos es el tercero, el sufrimiento que todo lo invade.
Algunas personas se suicidan. ¿Por qué? Pues porque parecen pensar que si hay
sufrimiento es sencillamente porque hay vida humana, y creen que poniendo fin a esa vida
ya no habrá nada. Este tercer sufrimiento, el que todo lo invade, está bajo el control del
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karma y de la opinión perturbadora. No hace falta pensar mucho para darse cuenta de que
está controlado por el karma y el efecto perturbador de vidas anteriores: la ira y el apego
aparecen por la sencilla razón de que ahora tenemos que cargar con esos agregados
actuales. El agregado de fenómenos agravantes es un criado que nos ayuda a generar el
karma y esos estados mentales perturbadores, y a eso es a lo que llamamos ne.ngen.len
(literalmente, «ocupar un mal sitio»). Aquello que lo forma está relacionado con ocupar el
mal sitio de los espíritus perturbadores y se halla bajo su control, por lo que colabora con
ellos, los sustenta en su actividad generadora y nos aleja de la virtud. Todo nuestro
sufrimiento tiene su origen en esos agregados de apego y deseo de aferrarse a las cosas.
Cuando nos damos cuenta de que nuestros agregados son la causa de todos los
sufrimientos, quizá pensemos que el suicidio es la única escapatoria. Ahora bien, si no
hubiese continuidad de la mente ni vida futura, entonces el suicidio sería la única
escapatoria..., siempre que se tuviera el valor de poner fin a la propia vida. Pero según el
punto de vista budista, no es así: la consciencia continuará existiendo. Aunque uno se quite
la vida, esta vida, tendrá que ocupar otro cuerpo que volverá a ser base y soporte del
sufrimiento. Si realmente uno quiere librarse de todo su sufrimiento y de todas las
dificultades que experimenta en la vida, entonces debe librarse de esa causa fundamental
de la cual derivan los agregados que son la base de todo el sufrimiento, pero con el suicidio
no se van a resolver los problemas.
Una vez aclarado esto, debemos ahora investigar la causa del sufrimiento: ¿hay una causa
o no la hay? Si la hay, debemos averiguar de qué clase se trata: ¿es una causa natural, que
no puede ser eliminada, o una causa que depende de su propia causa y por lo tanto sí puede
ser eliminada? Si hay una causa que puede ser superada, ¿podemos superarla? De esta
manera llegamos a la segunda noble verdad: la verdad de la causa del sufrimiento.
Estrictamente hablando, los budistas mantienen que no existe ningún creador externo.
Según ellos, un buda es el ser más elevado que puede llegar a existir, pero ni siquiera tiene
el poder de crear nueva vida. Así pues, ¿cuál es la causa del sufrimiento? En general, la
causa final es la mente: la mente influida por malos pensamientos como la ira, los celos y
el aferrarse a las cosas es la causa principal del nacimiento y demás problemas. No
obstante, no hay ninguna posibilidad de interrumpir el flujo de la conciencia que es la
mente. Además, no hay nada que sea intrínsecamente malo en el nivel más profundo de la
mente, que sólo está influido por los malos pensamientos. De ahí la pregunta de si
podemos combatir y controlar la ira, el deseo de aferrarse a las cosas y los otros estados
mentales perturbadores y negativos. Si podemos erradicarlos, entonces lo que quedará será
una mente pura liberada de las causas del sufrimiento.
Esto nos lleva a los estados mentales perturbadores y negativos, las ilusiones, que son
factores mentales. El análisis de la mente puede ser presentado de muchas maneras
distintas, pero, en general, la mente propiamente dicha consta únicamente de claridad y
conciencia. Cuando hablamos de actitudes perturbadoras como la ira y el deseo de
aferrarse a las cosas, debemos ver cómo pueden afectar a la mente y contaminarla, y com-
prender que el hacerla forma parte de su naturaleza.
Si nos preguntamos cómo surgen la ira y el deseo de aferrarse a las cosas, la respuesta será
que indudablemente son ayudados por nuestros intentos de poseer cosas que son auténtica
e inherentemente reales. Cuando algo nos enfurece, por ejemplo, sentimos que el objeto de
nuestra ira está ahí, es sólido, real e indiscutido, y que nosotros también somos algo sólido
que parece descubrirnos unos intereses que son los nuestros. Antes de que nos
enfurezcamos el objeto nos parece corriente, pero cuando nuestra mente empieza a ser
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La raíz de todos los estados mentales perturbadores que definen la mente negativa es
nuestro deseo de aferrarnos a las cosas como si fuesen realmente existentes. Por eso
debemos investigar si este estado mental que se aferra a las cosas está en lo cierto o si ha
sido distorsionado y no discierne correctamente. No obstante, y dado que es incapaz de
determinar si percibe las cosas correctamente o no, deberemos confiar en otra clase de
estado mental. Si, después de la investigación, descubrimos que hay otras muchas maneras
válidas de ver las cosas y que todas ellas contradicen o niegan la forma en que la mente
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que se aferra a la verdadera existencia percibe sus objetos, entonces podremos decir que
esa mente no percibe la realidad.
De esta manera, y recurriendo a la mente que puede analizar lo fundamental, debemos
tratar de determinar si la mente que se aferra a las cosas considerando que son fiables y
alcanzables está en lo cierto o no. Si está en lo cierto, tarde o temprano la mente analítica
debería ser capaz de encontrar las cosas que busca. Los grandes textos clásicos de la
Chittamatra y, especialmente, de la escuela Madhyamika, contienen muchos razonamientos
que permiten llevar a cabo tal investigación. Basándonos en ellos, cuando intentamos
averiguar si la mente que se aferra a las cosas por considerarlas inherentemente reales está
en lo cierto o no, descubrimos finalmente que se equivoca y que está distorsionada: nunca
hallará los objetos que intenta alcanzar. Esa mente está engañada por el objeto, así que
debe ser descartada.
De esta manera, a través de la investigación no encontramos ningún apoyo válido para la
mente que se aferra a las cosas, pero sí proporciona el apoyo del razonamiento lógico a la
mente que cobra conciencia de que la mente que se aferra a las cosas no es válida. En la
batalla, la mente apoyada por la lógica siempre vencerá a la mente que carece de su apoyo.
La comprensión de que la existencia considerada real no existe constituye la naturaleza
profunda y lúcida de la mente, mientras que la mente que se aferra a las cosas por
considerar que son reales es superficial y volátil.
Cuando eliminamos los estados mentales perturbadores negativos, que son la causa de
todos los sufrimientos, también éstos son eliminados. En esto consiste la liberación, o el
cese del sufrimiento, la tercera noble verdad. Después de haber visto que es posible
alcanzarla, ahora debemos examinar el método, que nos lleva a la cuarta noble verdad.
Cuando hablamos de los caminos comunes a los tres vehículos del budismo -shravakayana,
pratyekabuddhayana y mahayana-, estamos refiriéndonos a los treinta y siete factores que
aportan la iluminación. Cuando nos referimos específicamente a los caminos del vehículo
del bodhisattva (mahayana), estamos hablando de los diez niveles y las seis perfecciones
trascendentes.
La práctica del camino hinayana está muy extendida en Tailandia, Mianmar y Sri Lanka.
Allí sus practicantes están motivados por el deseo de alcanzar la liberación de su propio
sufrimiento. Pensando únicamente en sí mismos, practican los treinta y siete factores de la
iluminación, que están relacionados con los cinco caminos: las cuatro sedes del
pensamiento; los cuatro poderes milagrosos y los cuatro abandonos puros (que están
relacionados con el camino de la acumulación); los cinco poderes y las cinco fuerzas (el
camino de la aplicación); los siete factores de iluminación (el camino del ver), y el camino
óctuple (el camino de la meditación). Gracias a ello pueden manifestar un cese de las
mentes perturbadoras negativas y llegar al nirvana, alcanzando así la meta de la liberación
individual. Éste es el camino y el resultado del hinayana.
Los seguidores del camino mahayana, en cambio, no piensan en su propia liberación sino
en la iluminación de todos los seres inteligentes. Con esta motivación del bodhicitta, y
decididos a alcanzar la iluminación por considerarla que es la mejor manera de ayudar a
los demás, sus seguidores practican las seis perfecciones trascendentes y progresan
gradualmente a través de los diez niveles del bodhisattva hasta superar todos los tipos de
ofuscación y haber alcanzado la iluminación suprema de la budidad. Éste es el camino y el
resultado del mahayana.
La esencia de la práctica de las seis perfecciones trascendentes consiste en la unificación
del método y la sabiduría, de tal manera que los dos cuerpos iluminados -el rupakaya y el
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dharmakaya- puedan ser alcanzados. Como sólo pueden ser alcanzados simultáneamente,
sus causas deben ser cultivadas al mismo tiempo. Así debemos acumular una reserva de
méritos como causa del rupakaya, el cuerpo de la forma, y una reserva de conciencia
profunda, o lucidez mental, como causa del dharmakaya, el cuerpo de la sabiduría. En el
paramitayana practicamos el método alcanzado a través de la sabiduría y la sabiduría
alcanzada a través del método, pero en el vajrayana practicamos el método y la sabiduría
unidos en una sola naturaleza.
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buen ciudadano del mundo. Da igual que seas budista, cristiano o comunista: lo importante
es que mientras seas un ser humano, debes ser una buena persona. Ésa es la enseñanza del
budismo, y ése es el mensaje de todas las religiones del mundo. Las enseñanzas del
budismo, no obstante, contienen las técnicas que permiten erradicar el egoísmo y hacer
realidad la actitud de valorar a los demás. El Bodhicaryavatara, por ejemplo, ese
maravilloso texto de Shantideva, es de una gran ayuda para ello: es un libro
extremadamente útil, y lo utilizo como guía en mi práctica.
Nuestra mente es muy taimada y difícil de controlar, pero si nos esforzamos y tratamos de
aplicar constantemente el análisis y el razonamiento lógico, entonces podremos controlarla
y cambiarla para mejor.
Ciertos psicólogos de Occidente mantienen que no deberíamos reprimir nuestra ira, sino
expresarla. ¡De hecho, afirman que deberíamos practicarla! No obstante, aquí debemos
hacer una distinción importante entre aquellos problemas mentales que deberían ser
expresados y los que no deberían serlo. A veces podemos ser tratados injustamente, y
entonces tenemos derecho a expresar nuestras quejas en vez de permitir que vayan pu-
driéndose en nuestro interior. Pero no deberíamos expresarlas a través de la ira. Si
albergamos estados mentales negativos, como la ira, éstos pasarán a formar parte de
nuestra personalidad y cada vez que expresemos ira nos resultará más fácil volver a
expresarla. Acabaremos recurriendo a la ira con creciente frecuencia hasta que al final
acabaremos siendo energúmenos que han perdido el control de sí mismos. En términos de
nuestros problemas mentales, no cabe duda de que algunos son expresados de la manera
adecuada, mientras otros no. Cuando intentamos controlar los estados mentales per-
turbadores y negativos, al principio nos resultará muy difícil conseguirlo. El primer día, la
primera semana o el primer mes no podremos controlarlos bien. Pero si seguimos
intentándolo, veremos cómo las negatividades van decreciendo gradualmente. El progreso
en el desarrollo mental no se consigue tomando medicinas u otras sustancias químicas, sino
que depende de saber controlar la mente.
Por eso debemos tratar de comprender que si queremos que nuestros deseos lleguen a
hacerse realidad, tanto si son temporales como si son fundamentales, deberíamos confiar
en los demás mucho más que en las joyas que otorgan los deseos, y valorarlos por encima
de cualquier otra cosa.
Los principiantes suelen preguntarse si esta práctica tiene como propósito mejorar la mente
o ayudar a los demás, y deben saber que ambas cosas son igual de importantes. En primer
lugar, si no disponemos de una motivación pura cabe la posibilidad de que todo lo que
hagamos nunca llegue a ser satisfactorio. Por eso lo primero que deberíamos hacer es
cultivar la motivación pura. Pero no hay necesidad de esperar a que esa motivación esté
plenamente desarrollada para empezar a ayudar a los demás. Para ayudarles de la manera
más efectiva posible tendríamos que ser budas plenamente iluminados, por supuesto.
Incluso el ayudar a los demás de una manera realmente efectiva y tangible requiere haber
alcanzado uno de los niveles del bodhisattva, lo cual significa haber experimentado una
percepción directa y no conceptual de la realidad del vacío y haber adquirido los poderes
de la percepción extrasensorial. Aun así, hay muchos niveles de ayuda que podemos
ofrecer a los demás. Podemos tratar de actuar como bodhisattva, es decir, realizar el
espíritu del despertar para procurar el bien de todos los seres, mucho antes de haber
adquirido esas cualidades, aunque entonces nuestras acciones serán menos efectivas que
las suyas. Así pues, y sin esperar a estar plenamente cualificados, podemos generar una
buena motivación y usarla para tratar de ayudar a los demás en la medida de lo posible.
Creo que este método es más equilibrado, y preferible al de buscar algún lugar aislado en
el que meditar y recitar mantras. Esto dependerá mucho del individuo, por supuesto. Si
alguien está seguro de que ir a un lugar remoto le permitirá hacer ciertos progresos en un
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determinado período de tiempo, eso ya es otra cosa. La solución ideal quizá sería dedicar la
mitad de nuestra vida al trabajo activo y la otra mitad a la práctica de la meditación.
Y, naturalmente, siempre debemos ser muy conscientes de la debilidad humana. El Tíbet
era un país que se regía por los valores budistas, y a pesar de ello había muchos
desequilibrios en la sociedad tibetana. ¿Por qué? Pues porque en el Tíbet, como en todas
partes, también había personas malas y corruptas. Incluso algunas de las instituciones
religiosas, los monasterios, se corrompieron y acabaron convirtiéndose en centros de
explotación. Aun así, y en comparación con otras sociedades feudales, la tibetana era
mucho más pacífica y armoniosa y no tenía tantos problemas.
2. Vaya donde vaya y cualquiera que sea mi compañía, practicaré el verme a mí mismo
como el más ínfimo de los seres y consideraré como supremos a todos los demás.
Estemos con quien estemos, solemos pensar cosas como «Soy más fuerte que él», «Soy
más hermosa que ella», «Soy más inteligente», «Soy más rico» o ««Estoy mucho más
cualificado». Al pensar esas cosas generamos una gran cantidad de orgullo, y eso no es
bueno. Lo que deberíamos hacer es ser siempre humildes. Incluso cuando estemos
ayudando a los demás y haciendo obras de caridad, nunca deberíamos caer en la altivez y
comportarnos como grandes protectores que son misericordiosos con los débiles. Eso
también es orgullo. Lo que deberíamos hacer es llevar a cabo tales actividades de la
manera más humilde posible y pensar que estamos ofreciendo nuestros servicios a la gente.
Cuando nos comparamos con los animales, por ejemplo, podemos pensar «Tengo un
cuerpo humano» o «Soy un monje» y sentirnos muy por encima de ellos. Hablando desde
la perspectiva de quien se considera superior, podemos decir que tenemos cuerpos
humanos y estamos practicando las enseñanzas del Buda, y que somos mucho mejores que
los insectos. En cambio, si vemos las cosas desde otro punto de vista, podemos decir que
los insectos son inocentes y que no conocen el mal, mientras que nosotros solemos mentir
y ofrecer una imagen falsa para poder alcanzar nuestros objetivos. Desde este punto de
vista, tendremos que admitir que somos mucho peores que los insectos, que sencillamente
van a lo suyo sin fingir ser nada. Éste es un método de aprender a ser humilde.
3. En todas las acciones examinaré mi mente, y en cuanto aparezca un pensamiento
rebelde, poniéndome así en peligro a mí mismo y a los demás, me enfrentaré a él y lo
expulsaré de mi mente.
Si investigamos nuestras mentes en aquellos momentos en que nos dejamos arrastrar por el
egoísmo y sólo pensamos en nosotros mismos con exclusión de los demás, descubriremos
que los estados mentales perturbadores y negativos son la raíz de este comportamiento.
Como introducen una gran perturbación en nuestra mente, siempre deberíamos recurrir a
algún antídoto contra ellos apenas nos demos cuenta de que estamos cayendo bajo su
influencia. El oponente general a todos estos estados mentales negativos es la meditación
centrada en el vacío, pero también hay antídotos contra estados mentales específicos que,
como principiantes, podemos aplicar. Así, para el deseo de aferrarnos a las cosas medi-
tamos sobre la fealdad; para la ira, sobre el amor; para la ignorancia y la cerrazón mental,
sobre el surgimiento dependiente; y para muchos pensamientos perturbadores, sobre la
respiración y los flujos de energía.
El surgimiento dependiente, por ejemplo, significa centrar la meditación en los doce
vínculos de la originación interdependiente, que empiezan con la ignorancia y llegan hasta
el envejecimiento y la muerte. A un nivel más sutil, el surgimiento dependiente también
puede utilizarse como causa para establecer que las cosas carecen de existencia verdadera.
La fealdad, a su vez, sirve para superar el deseo de aferrarse a las cosas porque ese deseo
surge de que nos parecen muy atractivas. Tratar de verlas como feas o faltas de atractivo
contrarresta ese efecto. Por ejemplo, podemos desear el cuerpo de otra persona porque ha
llegado a parecernos muy atractivo. Cuando empezamos a analizar ese deseo,
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descubriremos que está basado en ver únicamente la piel. Pero la naturaleza de ese cuerpo
que nos parece tan hermoso es la carne, la sangre, los huesos, la piel y todo aquello que lo
compone. Analicemos la piel humana: fíjate en la tuya, por ejemplo. Si se te desprende un
trocito de piel y lo dejas en un estante durante algunos días, verás que acaba adquiriendo
un aspecto realmente muy feo. Tal es la naturaleza de la piel. Todas las partes del cuerpo
tienen la misma naturaleza. No hay belleza alguna en un trozo de carne humana. Cuando
ves sangre, sientes miedo y no atracción. Esto es aplicable incluso a un rostro hermoso:
unos arañazos harán que deje de ser hermoso, y si le quitamos su constitución entonces ya
no queda nada. La naturaleza del cuerpo físico es la fealdad. Los huesos humanos, el
esqueleto, también son repulsivos. Una calavera con un par de tibias cruzadas debajo tiene
connotaciones muy negativas.
Así es como debemos analizar aquellas cosas por las que nos sentimos atraídos o amamos,
usando esta palabra en el sentido negativo del vínculo del deseo: pensemos en los aspectos
más feos del objeto, y analicemos su naturaleza -de la persona o la cosa- desde ese punto
de vista. Aunque con esto no consigamos llegar a controlar del todo el deseo, al menos nos
ayudará a reducirlo un poco. Éste es el propósito de la meditación centrada en los aspectos
menos atractivos de las cosas o de desarrollar el hábito de verlos.
La otra clase de amor, o bondad, no se basa en el razonamiento de que «tal persona es
hermosa y por ello la trataré con respeto y bondad». La base del amor puro es: «Esta
criatura es un ser vivo. Quiere ser feliz y no quiere sufrir, y tiene derecho a la felicidad. Por
eso debo sentir amor y compasión hacia ella». Esta clase de amor es totalmente distinto a
la primera, que se basa en la ignorancia y por ello siempre será precario e inestable. Las
razones del amor puro no pueden ser más sólidas. Con el amor que es mero deseo, el más
leve cambio en el objeto, como una minúscula modificación de actitud, causará un cambio
inmediato en nuestra mente. Eso es debido a que nuestra emoción se basaba en algo muy
superficial. Pensemos en los recién casados, por ejemplo.
En muchas ocasiones, a las pocas semanas, meses o años del matrimonio los esposos se
convierten en enemigos y acaban divorciándose. Se casaron estando profundamente
enamorados -nadie se casa por odio-, pero bastó con que pasara un poco de tiempo para
que todo cambiara. ¿Por qué? Pues porque la base de la relación era superficial, y un
pequeño cambio en una persona causó un cambio total de actitud en la otra.
Lo que deberíamos pensar es: «Los demás son también seres humanos. Si quiero ser feliz,
ellos también querrán ser felices. Como criatura dotada de inteligencia tengo derecho a ser
feliz; por esa misma razón, ellos también tienen derecho a serlo». Esta clase de razona-
miento fundado en bases realmente sólidas dará origen a la compasión y el amor puro. A
partir de entonces, y por mucho que la opinión que nos merece esa persona pueda llegar a
cambiar -pasando de lo bueno a lo malo o lo horrible-, básicamente siempre seguirá siendo
la misma criatura dotada de inteligencia. Como la razón principal para mostrar amor y
compasión siempre está ahí, los sentimientos que nos inspira esa persona siempre se
mantendrán estables.
El antídoto contra la ira es la meditación centrada en el amor, porque la ira es una mente
muy tosca y dura que necesita ser dulcificada mediante el amor.
Cuando disfrutamos de los objetos a los que nos aferramos, experimentamos un cierto
placer pero, tal como ha dicho Nagarjuna, eso es como tener un picor y rascarnos: el
rascarnos nos proporciona un cierto placer, pero estaríamos mucho mejor si nunca
hubiéramos tenido el picor. Cuando conseguimos las cosas con las que hemos llegado a
obsesionarnos nos sentimos felices, pero estaríamos mucho mejor si consiguiéramos librar-
nos del deseo incontenible que ha hecho que esas cosas llegaran a obsesionarnos.
4. Cada vez que vea a un ser de naturaleza perversa y maligna abrumado por el peso del
sufrimiento y la falta de virtud, haré cuanto pueda para no separarme de él, y lo tendré tan
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ciertas circunstancias puede resultar muy difícil –pero también muy importante- percibir la
línea divisoria entre lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer, por lo que
tendríamos que estudiar los textos que hablan de tales cuestiones. En los textos inferiores
leeremos que ciertas acciones están prohibidas, mientras que en los superiores se dirá que
esas mismas acciones están permitidas. Cuanto más lleguemos a saber sobre todas estas
cuestiones, más fácil nos resultará decidir qué debemos hacer en una situación
determinada.
6. Cuando una persona con la que me he portado muy bien y en la que tengo depositadas
grandes esperanzas me cause un daño terrible, seguiré practicando el considerarla mi santo
guru.
Normalmente esperamos que una persona a la que hemos ayudado mucho se muestre muy
agradecida, y si reacciona tratándonos con ingratitud lo más probable es que nos
enfademos. En ese tipo de situaciones lo que deberíamos hacer no es enfadarnos, sino
practicar la paciencia. Además, deberíamos ver en esa persona a un maestro que pone a
prueba nuestra paciencia y, en consecuencia, tratarla con respeto. Este versículo contiene
todas las enseñanzas del Bodhicaryavatara sobre la paciencia.
7. De esa manera, y tanto directa como indirectamente, haré cuanto esté en mis manos para
asegurar la felicidad de todas mis madres. Practicaré en secreto el cargar con el peso de
todas sus acciones nocivas y todo su sufrimiento.
Esto hace referencia a la práctica de asumir el peso de todos los sufrimientos de los demás
y entregarles toda nuestra felicidad, actuando motivado por una gran compasión y un
inmenso amor. Todos queremos la felicidad y no deseamos sufrir, y podemos ver que los
demás sienten lo mismo que nosotros. También podemos ver que otras personas están
abrumadas por el sufrimiento, pero no sabemos cómo librarlas de él. Por eso deberíamos
generar la intención de asumir el peso de todo su sufrimiento y su karma negativo, y rezar
para que maduren de inmediato y caigan sobre nosotros.
Por la misma razón, también es obvio que otras personas no disfrutan de la felicidad que
buscamos y no saben cómo encontrada. Por eso, y con la máxima generosidad posible,
deberíamos ofrecer a los demás toda nuestra felicidad -nuestro cuerpo, riqueza y méritos- y
rezar para que madure inmediatamente en ellos.
Naturalmente, lo más probable es que no podamos cargar con el peso de los sufrimientos
de los demás y entregarles nuestra felicidad. Cuando se produce esa transferencia entre
personas siempre es el resultado de alguna conexión kármica pasada muy fuerte que no ha
llegado a romperse. No obstante, esta meditación es un medio muy poderoso para hacer
acopio de valor en nuestras mentes y en consecuencia es una práctica altamente
beneficiosa.
En el versículo séptimo de la Transformación del Pensamiento se dice que deberíamos
alternar las prácticas del tomar y el dar y depositarlas sobre el aliento. Y Langri Tangpa
explica que todo eso debería hacerse en secreto. Como se explica en el Bodhicaryavatara,
esta práctica no es adecuada para las mentes de los bodhisattvas principiantes y está
reservada a unos pocos practicantes selectos. Por eso se la llama secreta.
En el capítulo octavo del Bodhicaryavatara, Shantideva dice: «Si por el bien de otros me
causo daño a mí mismo, adquiriré todo lo que es magnífico». Nagarjuna, en cambio, opina
que no deberíamos mortificar el cuerpo. A primera vista esto parece contradecir las
afirmaciones de Shantideva, por lo que debemos preguntarnos a qué se refiere el
Bodhicaryavatara cuando habla de causarse daño a uno mismo. Shantideva no pretende
que nos demos golpes en el pecho ni nada por el estilo. Lo que está diciendo es que cuando
aparezcan pensamientos de autovaloración, deberíamos encararnos con nosotros mismos y
usar métodos drásticos para someterlos: en otras palabras, deberíamos ser duros con la
mente que se autovalora y hacerle daño. Tienes que distinguir claramente entre el yo que
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está totalmente obsesionado con su propio bienestar y el yo que va a ser iluminado, y ser
consciente de que son muy distintos. Este versículo del Bodhicaryavatara también debe
verse dentro del contexto de los versículos anteriores y de los que lo siguen. El yo puede
ser analizado de muchas maneras distintas, y cuando hablamos de él hay que tomar en
consideración facetas como la búsqueda de una verdadera identidad para el yo, el yo que se
autovalora, y el yo que unimos con el ver las cosas desde el punto de vista de los demás. El
análisis del yo tiene que ser llevado a cabo dentro de todos estos contextos.
Si el hacerla realmente beneficia a otros, aunque sólo sea a una persona, entonces debemos
cargar con el sufrimiento de los tres reinos de la existencia o ir a uno de los infiernos, y
deberíamos tener el valor necesario para hacerla. Para alcanzar la iluminación por el bien
de todas las personas, deberíamos estar dispuestos a pasar eones incontables en el más
profundo de los infiernos. Esto es lo que significa cargar con los sufrimientos de los
demás.
Y cuando hablamos de llegar al más profundo de los infiernos, lo que queremos decir es
que debemos desarrollar el valor de estar dispuestos a ir allí, no que sea preciso ir
físicamente. Cuando el Kadampa geshe Chekawa agonizaba, llamó a sus discípulos y les
pidió que hicieran sacrificios y ofrendas especiales en su nombre y que rezaran por él,
porque toda su práctica no había servido de nada. Los discípulos se mostraron muy
afectados porque pensaron que iba a suceder algo terrible. Pero el geshe les explicó que se
había pasado la vida rezando para nacer en uno de los infiernos en beneficio de los demás,
y que ahora estaba recibiendo una visión pura de lo que le ocurriría después de su muerte:
en vez de renacer en los infiernos, iba a renacer en una tierra pura. De la mis ma manera, si
desarrollamos un deseo intenso y sincero de renacer en los reinos inferiores en beneficio de
los demás, acumularemos una gran cantidad de mérito que acabará provocando el resultado
contrario.
Por eso siempre digo que si vamos a ser egoístas, deberíamos ser sabiamente egoístas. El
egoísmo real, o corto de miras, nos hunde; pero el egoísmo sabio nos aporta la budidad.
¡Eso sí es auténtica sabiduría! Por desgracia, normalmente lo primero que hacemos es afe-
rrarnos al deseo de alcanzar la budidad. Las escrituras nos dicen que necesitamos la
bodhicitta y que sin ella no podremos alcanzar la iluminación, Y por eso pensamos:
«Quiero la budidad, y por lo tanto he de practicar la bodhicitta». Lo que realmente nos
importa no es tanto la bodhicitta como la budidad. Ahí es donde nos equivocamos.
Tendríamos que hacer todo lo contrario: deberíamos olvidar la motivación egoísta y pensar
en cómo podemos ayudar a los demás. Si vamos al infierno, no podremos ayudar a los
demás ni ayudarnos a nosotros mismos. ¿Cómo podemos ayudar? No meramente obrando
milagros o dando algo a los demás, sino enseñando el dharma. No obstante, antes debemos
llegar a estar cualificados para enseñar. Ahora no podemos explicar todo el sendero y
detallar todas las prácticas y experiencias por las que ha de pasar una persona desde la
primera etapa hasta la última, la iluminación. Quizá podríamos explicar algunas de las
primeras etapas partiendo de nuestra propia experiencia, pero no podremos ir más allá.
Para poder ayudar a los demás de manera realmente efectiva guiándolos por todo el camino
que lleva a la iluminación, lo primero que debemos hacer es alcanzar la iluminación. Ésa
es la razón por la que debemos practicar la bodhicitta. Esto no se parece en nada a nuestra
manera de pensar habitual, en la que nos vemos obligados a pensar en los demás y les
dedicamos nuestro corazón obedeciendo a la preocupación egoísta por nuestra propia
iluminación. Este enfoque es totalmente falso, y en realidad no es más que una especie de
mentira.
Algunos textos aseguran que el mero hecho de practicar el dharma evita que nueve
generaciones de miembros de nuestra familia renazcan en el infierno, pero eso es lo que los
occidentales llaman publicidad engañosa. De hecho, es posible que pudiera ocurrir algo
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parecido, pero en general las cosas no son tan sencillas. Pensemos, por ejemplo, en el
recitado del mantra «Om mani padme hum» cuando el mérito de ese recitado es consagra-
do a la rápida consecución de la iluminación en beneficio de todas las personas. No
podemos afirmar que el mero hecho de recitar mantras vaya a permitirnos alcanzar
rápidamente la iluminación, pero sí podemos decir que esas prácticas actúan como causas
contributorias de la iluminación. De la misma manera, aunque practicar el dharma no
protegerá a la persona ni a sus familiares de renacimientos inferiores, sí puede actuar como
causa contributoria que evite tales renacimientos. Si no fuera así, si nuestra práctica
pudiera actuar como causa principal de un resultado experimentado por otros, entraría en
contradicción con la ley del karma, la relación entre la causa y el efecto. Entonces bastaría
con estar cómodamente sentados, relajarse y dejar que todos los budas y bodhisattvas lo
hicieran todo por nosotros: así no tendríamos que asumir ninguna responsabilidad respecto
a nuestro bienestar. Pero el Iluminado dijo que lo único que podía hacer era enseñarnos el
dharma, el camino que lleva a la liberación del sufrimiento, y que somos nosotros quienes
debemos poner en práctica sus enseñanzas. ¡Él se lavó las manos de esa responsabilidad!
El budismo enseña que no hay ningún creador y que nosotros mismos lo creamos todo sin
ayuda de nadie y eso quiere decir que, dentro de los límites de la ley de la causa y el efecto,
somos dueños y señores de nosotros mismos. Esta ley del karma nos enseña que si
obramos bien experimentaremos buenos resultados, y que si hacemos cosas malas entonces
experimentaremos la infelicidad y el sufrimiento.
Eso quiere decir que es preciso cultivar la paciencia, y hay muchos métodos para ello. Por
sí solos, el conocimiento de la ley del karma y la fe en ella ya engendran paciencia. El
budista sabe que el sufrimiento que está experimentando es el resultado de las acciones que
ha creado en el pasado, y que sólo él es responsable de lo que le ocurre. Al no poder
escapar de esas consecuencias, comprende que tendrá que cargar con ellas. Pero si quiere
evitar el sufrimiento en el futuro, también sabe que puede conseguirlo cultivando virtudes
como la paciencia y que reaccionar al sufrimiento con ira o impaciencia sólo servirá para
crear karma negativo, el cual causará nuevos infortunios en el futuro. Ésta es una manera
de practicar la paciencia.
Otra cosa que podemos hacer es meditar en la naturaleza sufriente del cuerpo. Debemos
comprender que este cuerpo y esta mente son la base de todas las clases de sufrimiento, y
que el hecho de que originen sufrimientos es perfectamente natural y no tiene nada de
inesperado. Esta clase de comprensión nos será de una gran ayuda a la hora de desarrollar
la paciencia.
También podemos recordar lo que dice el Bodhicaryavatara: «¿Por qué lamentarse de algo
si puede ser remediado? ¿Y de qué sirve lamentarse de algo si no puede ser remediado?».
Si hay algún método u oportunidad de superar tus sufrimientos, no hay ninguna necesidad
de preocuparse. Si no podemos hacer nada para aliviar el sufrimiento, entonces el
preocuparse de nada nos servirá. Es muy sencillo, pero también muy claro.
Otra cosa que podemos hacer es meditar en las desventajas de enfadarse y las ventajas de
practicar la paciencia. Somos seres humanos, y enjuiciar y pensar es una de nuestras
mejores cualidades. Si perdemos la paciencia y nos enfurecemos, perdemos la capacidad
de formar juicios correctos y con ello perdemos uno de los instrumentos más poderosos de
que disponemos para enfrentamos a los problemas: nuestra sabiduría humana. Esto es algo
de lo que no disponen los animales. Si perdemos la paciencia y nos irritamos, estaremos
dañando ese precioso instrumento. Deberíamos recordar que es mucho mejor tener valor y
determinación y enfrentarse al sufrimiento con paciencia.
Ya que hemos hablado de nuestras mejores cualidades, quizá deberíamos preguntamos
cómo podemos ser humildes y al mismo tiempo realistas acerca de ellas. Para eso hay que
saber distinguir entre la confianza en las capacidades y el orgullo. Todos deberíamos
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aprender a confiar en las cualidades y capacidades que poseemos y usarlas sin temor, pero
nunca deberíamos sentirnos arrogantemente orgullosos de ellas. Ser humilde no significa
sentirse totalmente incompetente e inútil. La humildad es cultivada como el oponente del
orgullo, pero siempre deberíamos aprovechar al máximo nuestras cualidades. Lo ideal sería
tener mucho valor y una gran confianza en uno mismo sin alardear de esas cualidades o
exhibirlas. De esa manera, y cuando la situación así lo exigiera, podríamos estar a la altura
de las circunstancias y luchar valientemente por lo que es justo. Ésta es la solución per-
fecta. Una persona que no posea ninguna de esas buenas cualidades pero que vaya por el
mundo presumiendo de lo maravillosa que es y luego no sepa enfrentarse a los problemas
es todo lo opuesto. La primera persona es valiente sin ser orgullosa, y la segunda es muy
orgullosa pero no tiene valor.
8. Con todas estas prácticas libres de las manchas de las supersticiones de los ocho
dharmas mundanales, y percibiendo todos los dharmas como ilusiorios, me dedicaré, sin
aferrarme a las cosas, a liberar a todos los seres inteligentes de sus ataduras. Este versículo
nos habla de la sabiduría. Las prácticas precedentes nunca deberían ser ensuciadas por las
manchas de las supersticiones de los ocho dharmas mundanales. En el budismo nos
referimos a ellos como blancos, negros o mezclados. La mejor manera de entenderlo será
explicando este versículo desde el punto de vista de las prácticas que se llevan a cabo sin
estar contaminadas por el concepto equivocado del aferrarse a la existencia dada por
verdadera, que es precisamente aquello a lo que nos referíamos al hablar de la superstición
de los ocho dharmas. ¿Cómo podemos evitar que llegue a contaminar nuestra práctica?
Pues siendo conscientes de que toda la existencia es ilusoria y evitando aferrarnos a la
existencia verdadera. De esa manera quedaremos libres de la atadura que origina este tipo
de aferramiento.
Ahora intentaré explicar qué significa la palabra «ilusoria» dentro de este contexto: la
existencia verdadera aparece bajo el aspecto de los distintos objetos cada vez que éstos se
manifiestan, pero de hecho aquí no hay existencia verdadera. Ésta parece manifestarse,
pero no existe: es una mera ilusión. Aunque todo lo que existe se nos aparece como
realmente existente, carece de existencia verdadera. Comprender que los objetos están
vacíos de existencia verdadera y que aunque parezca haberla ésta no existe, y que es
ilusoria, exige entender el auténtico significado del vacío y saber que hace referencia al
vacío de la apariencia manifiesta. En primer lugar deberíamos estar seguros de que todos
los fenómenos carecen de existencia verdadera. Después, cuando lo que posee naturaleza
absoluta parece ser realmente existente, hay que refutar la existencia verdadera recordando
la determinación previa de la total ausencia de existencia verdadera a la que habíamos
llegado antes. Cuando unimos ambos razonamientos -la apariencia de existencia verdadera
y su vacío tal como ha sido experimentado previamente-, descubrimos lo ilusorio del
fenómeno.
Creo que con esto queda suficientemente explicado el porqué las cosas se nos aparecen
como ilusoriamente separadas. Este texto explica el proceso que lleva hasta la meditación
en el mero vacío. En enseñanzas tántricas como, por ejemplo, el tantra Guhyasamaja, lo
que es llamado ilusorio se encuentra completamente separado, mientras que en este
versículo lo ilusorio no necesita ser mostrado separadamente. De esta manera la existencia
verdadera de lo que posee naturaleza absoluta es objeto de refutación, y así debería ser
refutada. Una vez que lo ha sido, la modalidad ilusoria de la apariencia de las cosas surge
de manera indirecta: las cosas parecen ser realmente existentes, pero no lo son.
Esto, a su vez, nos lleva a la cuestión de cómo puede operar algo que es inencontrable y
que existe meramente por imputación. Si consigues llegar a comprender que el sujeto y la
acción existen debido a su cualidad de ser apariciones dependientes, el vacío también se te
hará visible bajo la forma de una aparición dependiente. Ésta es la cuestión más difícil de
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entender.
Si has llegado a comprender adecuadamente la existencia no inherente, la experiencia de
los objetos existentes te hablará por sí misma. Que existan por naturaleza es una ilusión
refutada por la lógica, y la lógica puede llegar a convencernos de que las cosas carecen de
existencia inherente y de que es imposible que puedan llegar a existir inherentemente. Pero
no cabe duda de que existen porque las experimentamos, ¿verdad? Así pues, ¿cómo
existen? Lo que dice el budismo es que existen por el poder del nombre. Este aspecto de
las enseñanzas es realmente difícil de explicar, y sólo puede ser entendido poco a poco a
través de la experiencia. En primer lugar debemos analizar si las cosas existen verda-
deramente o no y llegar a ser conscientes de que no podemos encontrarlas en realidad. Pero
nos equivocaríamos si dijéramos que las cosas no existen, porque las experimentamos. No
podemos demostrar a través de la lógica que las cosas existan de manera cierta, pero sabe-
mos por experiencia que existen. Eso nos permite llegar a la conclusión de que las cosas
existen. Ahora bien, si es así, sólo pueden existir de dos maneras: o partiendo de su propia
base o estando bajo el control de otros factores, lo cual quiere decir que existen de manera
completamente independiente o dependiente. Dado que la lógica refuta la afirmación de
que las cosas existan independientemente, la única manera en que pueden existir es depen-
dientemente.
¿De qué dependen las cosas para su existencia? Dependen de la base que es etiquetada y
del pensamiento que etiqueta. Si las cosas pudieran ser encontradas cuando se las busca,
deberían existir por su propia naturaleza y entonces las escrituras del Madhyamika, que
afirman que las cosas no existen por su propia naturaleza, estarían equivocadas. Pero
cuando buscamos las cosas, no podemos encontrarlas. Lo que encuentras es algo que existe
bajo el control de otros factores, y por eso decimos que las cosas existen meramente por el
poder del nombre. Aquí la palabra «meramente»» indica que algo es separado: ese algo no
es aquello que es distinto al nombre pero tiene un significado aparte y es objeto de un
estado mental válido. Al decir esto no estamos afirmando que las cosas no tengan más
significado que sus nombres, o que el significado que no es el nombre no sea el objeto de
una mente válida. Lo que eliminamos es aquello que existe por causas distintas al poder del
nombre. Las cosas existen meramente por este poder, pero tienen significado, y ese
significado es el objeto de un estado mental válido. Mas la naturaleza de las cosas es que
existen simplemente por el poder del nombre.
No hay otra alternativa, únicamente ese poder. Eso no quiere decir que aparte del nombre
no haya nada. Hay una cosa, hay un significado, hay un nombre. ¿Cuál es el significado?
El significado también existe meramente por el nombre.
Los principiantes suelen preguntarse si la mente es algo que existe realmente o también es
una ilusión, y deberían saber que es lo mismo. Según el Prasangika Madhyamika, que nos
ofrece la visión más elevada y precisa, tanto da que la mente sea percibida por un objeto
externo o por la consciencia interna: ambos existen por el poder del nombre, y ninguno es
realmente existente. Aunque la mente existe meramente por el nombre, lo mismo ocurre
con el vacío, los budas, el bien, el mal y lo indiferente. Todo existe únicamente por el
poder del nombre. Cuando decimos «únicamente por el poder del nombre»», lo único que
podemos entender es que con ello estamos eliminando los significados que no son
únicamente el nombre. Si tomas a una persona real y a una persona fantasma, por ejemplo,
las dos son iguales en el sentido de que existen meramente por el nombre, pero hay una
diferencia entre ellas. Lo que existe o no existe está meramente etiquetado, pero en el
nombre, algunas cosas existen y otras no.
Según la escuela que sólo acepta la mente, los fenómenos externos parecen existir
inherentemente pero, de hecho, carecen de existencia externa inherente, mientras que la
mente es verdaderamente existente.
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Desde el punto de vista budista, la mente de una persona corriente es débil y está
distorsionada por el poder de las ilusiones y aflicciones emocionales que lleva dentro de sí.
Esta debilidad y la distorsión que padece hacen que no pueda ver las cosas tal como son: lo
que ve es una visión deformada y definida por sus propias ideas preconcebidas y neurosis
emocionales.
El propósito del budismo como religión es eliminar esos elementos distorsionantes de la
mente para así facilitar la percepción válida. A menos que aquéllos hayan sido arrancados
de cuajo, la percepción siempre estará contaminada, pero cuando las ilusiones hayan sido
arrancadas de la mente, se entrará en un estado en el que la realidad siempre es vista tal
como es. Entonces, y dado que la mente existe en perfecta sabiduría y liberación, el cuerpo
y el habla reaccionarán automáticamente operando como es debido. Esto beneficia tanto a
uno mismo como a los demás inmediatamente en esta vida, y también en el camino que
sigue a la muerte. Por eso se dice que el budismo no es un camino de fe, sino de ra zón y
conocimiento. Los tibetanos tenemos la inmensa suerte de haber nacido en una sociedad en
la que el conocimiento espiritual no sólo estaba disponible, sino que además era altamente
valorado. No obstante, haber nacido en esa sociedad puede hacer que lo demos por hecho.
El mismo Buda dijo: ««Examinad mis palabras igual que un orfebre examina el oro antes
de comprarlo, y no las aceptéis hasta haberlas dado por buenas»».
Buda enseñó durante mucho tiempo y a personas de todas las clases sociales y todos los
niveles de inteligencia. En consecuencia, cada una de sus enseñanzas debe ser sopesada y
evaluada cuidadosamente para determinar su significado y decidir si encierra una verdad
literal o únicamente la expresa de manera figurada. Muchas enseñanzas fueron impartidas
de forma limitada o a personas de entendimiento limitado. Aceptar cualquier doctrina o
aspecto de una doctrina sin examinarlos analíticamente antes es como construir un castillo
sobre el hielo. La práctica siempre será inestable, y carecerá de unos cimientos lo
suficientemente sólidos y profundos.
¿Qué significa «practicar el dharma»? El dharma es definido como «lo que sostiene», y
hace referencia a la sabiduría espiritual que nos sostiene o libera del sufrimiento. El
budismo afirma que aunque por el momento nuestra mente está nublada por la ilusión y las
distorsiones, en última instancia siempre hay un aspecto de ella que es por naturaleza puro
y limpio, y que cultivar esa pureza y eliminar los oscurecimientos mentales nos permitirá
«mantenernos alejados» del sufrimiento y las experiencias insatisfactorias. Buda enseñó
esa pureza potencial como uno de los dogmas fundamentales de su doctrina, y
Dharmakirti, el lógico hindú que vivió un milenio después, estableció su validez mediante
métodos lógicos. Cuando esta semilla de iluminación ha sido suficientemente cultivada se
adquiere la experiencia del nirvana, la libertad de todas las carencias y limitaciones del
samsara. Aparte del concepto de la semilla de la iluminación, Dharmakirti también validó
lógicamente todo el espectro de dogmas budistas, incluida la ley del karma el concepto del
renacer, la posibilidad de alcanzar la liberación y la omnisciencia, así como la naturaleza
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Todos los grandes maestros kadampa del pasado insistieron en que el refugio debe ser
practicado dentro del contexto de una intensa conciencia de la ley de la causa y el efecto,
ya que debe apoyarse en la observancia de la ley del karma. Buda dijo: «Somos nuestro
propio protector y nuestro propio enemigo». Buda no puede protegernos, y sólo la
observancia de la ley del karma podrá hacerlo. Si buscamos el refugio con pureza y nos es-
forzamos por vivir de acuerdo con las leyes del karma, nos convertiremos en nuestro
propio protector. Si vivimos en contradicción con el camina espiritual, nos convertiremos
en nuestro peor enemigo y nos haremos daño a nosotros mismos en esta vida y en las vidas
futuras.
Si queremos recurrir a las prácticas budistas superiores, como el desarrollo del samadhi o
comprensión del vacío, o practicar los métodos yóguicos de los distintos sistemas tántricos,
lo primero que debemos hacer será cultivar una mente disciplinada. Con el refugio y la
autodisciplina como base, podremos acumular una creciente experiencia en las prácticas
dhármicas superiores. Sin unos cimientos de disciplina, las prácticas superiores no darán
fruto alguno. Todo el mundo quiere practicarlas, pero antes debemos preguntarnos si
hemos llegado a dominar las prácticas inferiores que permiten acceder a ellas, como la
disciplina. El objetivo del refugio es transformar a la persona corriente en un buda: cuando
se ha conseguido esto, el refugio ya ha servido a su propósito. En cuanto nuestra mente se
convierte en buda, nuestra habla se convierte en dharma y nuestro cuerpo en sangha. No
obstante, la consecución de este estado exaltado depende de nuestra práctica del dharma.
Dejar esa práctica en manos de otros y esperar obtener beneficios espirituales de ello es un
sueño imposible. Para purificar nuestra mente de los errores relacionados con el karma y la
percepción, y cultivar las cualidades de la iluminación dentro de nuestro flujo del ser,
debemos ejecutar las prácticas y experimentar los estados espirituales. Los 108 volúmenes
de las palabras del Buda que fueron traducidos al tibetano giran en torno al mismo tema
esencial: purificar la mente y generar cualidades internas. En ningún sitio encontraremos
escrito que otra persona pueda hacer eso por nosotros. Así pues, los budas se hallan un
tanto limitados: sólo pueden liberarnos inspirándonos el deseo de practicar sus enseñanzas.
Ha habido muchos budas, pero seguimos atrapados en el samsara. ¿Por qué? No porque
esos budas no se compadecieran de nosotros, sino porque no fuimos capaces de practicar
sus enseñanzas. El progreso individual a lo largo del camino espiritual depende de los
esfuerzos del individuo.
El proceso de cultivarse a sí mismo tiene muchos niveles. Para los principiantes, sin
embargo, la primera necesidad es evitar los diez cursos de acción negativos y observar sus
opuestos, los diez cursos positivos. Tres de ellos hacen referencia a las acciones físicas: en
vez de matar, deberíamos amar la vida y respetarla; en vez de robar, deberíamos dar cuanto
podamos para ayudar a los demás, y en vez de desear a las esposas de otros hombres,
deberíamos respetar los sentimientos de los demás. Cuatro están relacionados con el habla:
en vez de mentir, siempre deberíamos decir la verdad; en vez de sembrar la disensión entre
los demás burlándonos de ellos y difamándolos, deberíamos alentar la virtud hablando de
sus buenas cualidades; la crítica y los comentarios ásperos deberían ser sustituidos por
palabras amables, suaves y llenas de amor, y la charla insustancial debería ser evitada y
sustituida por actividades que tengan algún significado. Por último, tres hacen referencia a
la mente: el deseo de aferrarse a las cosas debe ser superado y hay que cultivar el
desprendimiento; la animadversión dirigida contra los demás debe ser sustituida por
sentimientos de amor y compasión, y las creencias incorrectas deben ser eliminadas al
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Las aflicciones del deseo, el odio y la ignorancia dan origen a acciones contaminadas por
el karma que establecen potencias dentro de la mente bajo la forma de predisposiciones.
Cuando una vida llega a su fin, la persona que tiene tales predisposiciones vuelve a nacer
dentro de la existencia cíclica con un cuerpo y una mente obtenidos a través de esas causas
contaminadas.
Algunas personas mueren una vez agotado el ímpetu de la acción que, en otra vida, puso
los cimientos de ésta. Otras mueren sin haber consumido todo el tiempo que se les había
asignado porque las causas que sustentan la vida no han podido completarse debido a las
carencias o las necesidades. Esto es lo que llamamos muerte prematura, o muerte
provocada por el agotamiento del mérito: el ímpetu de la acción que había establecido esa
vida aún perdura, pero las circunstancias concordantes externas que se habían obtenido a
través de otras acciones meritorias en vidas anteriores ya se han disipado.
Cuando una persona muere, la muerte tendrá lugar dentro de una mente virtuosa, no
virtuosa o neutra. En el primer caso, antes de morir la persona puede introducir en su
mente un objeto virtuoso -como las tres joyas (Buda, su doctrina y la comunidad
espiritual)- o su propio lama, generando así una mente de fe. También puede cultivar la
ecuanimidad inconmensurable, liberándose con ello del deseo y del odio hacia los seres
vivos, o meditar en el vacío o cultivar la compasión. Esto puede conseguirse mediante el
recuerdo de haber hecho tales cosas o a instancias de otra persona. Cultivar esas actitudes
en el momento de la muerte permitirá morir dentro de una mente virtuosa que mejorará el
renacer. Morir de esa manera es bueno.
A veces, sin embargo, ocurre que otras personas, sin ningún propósito deliberado de
despertar la ira, irritan al agonizante con su nerviosismo y su preocupación, haciendo que
se enfurezca. A veces los familiares y amigos se reúnen alrededor del lecho y se lamentan
de tal manera que suscitan un deseo manifiesto. Tanto si hay deseo como si hay odio, morir
dentro de una actitud pecaminosa a la que se ha llegado a estar habituado siempre resulta
muy peligroso.
Algunas personas mueren con una actitud neutra, sin introducir en su mente un objeto
virtuoso y sin generar deseo u odio.
Estas tres actitudes -virtuosa, no virtuosa y neutra perduran hasta que aparece la mente
sutil de la muerte.
Según el sistema de los sutras, esta última mente sutil tiene que ser necesariamente neutra
porque, a diferencia del yoga tantra superior, los sutras no describen técnicas para
transformar mentes sutiles en estados virtuosos, sino únicamente para tratar las más toscas.
Un practicante cualificado del tantra, no obstante, puede convertir las mentes sutiles
asociadas a la muerte en un camino de conciencia virtuoso. Cuando se ha llegado a ese
punto la práctica ya es muy profunda.
En cualquier caso, la actitud inmediatamente anterior a la muerte es muy importante,
¡Puesto que cualquier perturbación producida en ese momento generará deseo manifiesto u
odio incluso en un practicante moderadamente desarrollado. Esto es debido a que todos
tenemos predisposiciones establecidas por acciones no virtuosas anteriores, y basta con que
nos encontremos en unas circunstancias inadecuadas para que aquéllas se activen. Estas
predisposiciones son las que proporcionan el impulso que da origen a las vidas como
animales. Similarmente, también contamos con predisposiciones establecidas por antiguas
acciones virtuosas que, al encontrarse con las circunstancias propicias, proporcionarán el
impulso originador para la feliz migración a otras vidas como humanos.
Estas capacidades que ya se hallan presentes en nuestro contínuum mental son alimentadas
por el deseo de aferrarse a las cosas, y son las que llevan a un buen o mal renacer. Si la
predisposición dejada por un mal karma es activada, el resultado será una vida como
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ESTADO INTERMEDIO
El estado intermedio sigue a la muerte de manera inmediata, salvo para aquellos que
renacen en los reinos informes del espacio infinito, la conciencia infinita, la «nada» o cima
de la existencia cíclica: esos casos son una excepción, ya que para ellos la nueva vida se
inicia inmediatamente después de la muerte. Quienes nacen dentro de los reinos del deseo
y la forma deben pasar por un estado intermedio, durante el cual cada ser tiene la forma de
la persona que será en cuanto haya renacido. El ser intermedio tiene cinco sentidos, pero
también posee clarividencia, ausencia de obstrucciones y la capacidad de llegar de
inmediato al lugar donde desee estar. Puede ver a los otros seres intermedios de la
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RENACER
Con ello se quiere decir que aquellos seres que, incluso después de un año de su muerte,
comunican que no han encontrado un lugar de nacimiento no se hallan en el estado
intermedio, sino que han renacido como espíritus. Si se va a renacer como humano, se ve a
la madre y el padre futuros como si estuvieran yaciendo juntos. Si se va a renacer como
hombre, esta visión genera deseo hacia la madre así como odio hacia el padre, y viceversa
si se va a renacer como mujer. La aparición del deseo hace que el ser se apresure a ir allí
para practicar la copulación, pero al llegar sólo verá el órgano sexual de la pareja deseada.
Esto crea ira, la cual hace cesar el estado intermedio y establece la conexión con la nueva
vida. El ser entra en el útero de la madre e inicia una vida humana. Después de que el
semen del padre y la sangre de la madre se hayan unido a esta vida o consciencia, irán
desarrollándose gradualmente en un proceso natural hasta crear los elementos de un ser
humano.
El deseo atrae al ser hacia el futuro lugar de nacimiento, incluso si ese lugar es un infierno.
Por ejemplo, un carnicero puede ver ovejas en la lejanía como en un sueño y cuando llega
allí para matarlas, la aparición se desvanece. Eso genera ira, la cual pone fin al estado in-
termedio e inicia su nueva vida en el infierno. Además, como ya se ha dicho antes, los que
van a renacer en infiernos calientes se sienten atraídos por el calor; mientras que quienes
van a renacer en infiernos fríos se sienten atraídos por el frío. El estado intermedio de
quien va a renacer en una mala migración es aterrador: el ser corre al lugar del nacimiento
y, cuando ve frustrado su deseo, se enfurece y eso pone fin al estado intermedio e inicia la
nueva vida.
La conexión con una nueva vida, en consecuencia, se establece bajo la influencia del
deseo, el odio y la ignorancia. A menos que se consigan superar esas aflicciones, se vivirá
envuelto en cadenas sin poder conocer la libertad. Hay renaceres buenos y renaceres
malos, desde luego; pero mientras se continúe atado, habrá que seguir soportando la carga
de los agregados mentales y físicos sometidos a la influencia de las aflicciones y las
acciones contaminadas. Esto no ocurre sólo una vez, sino una tras otra.
Para liberarse de los padecimientos del nacer, envejecer, enfermar y morir, hay que superar
el deseo, el odio y la confusión. Su raíz, a su vez, es la ignorancia que deriva del concepto
de una existencia inherente de las personas y otros fenómenos. Las medicinas externas
alivian el sufrimiento superficial, pero no pueden curar el problema central. Las prácticas
internas -como el recurrir a antídotos específicos contra el deseo y el odio- son de mayor
ayuda, pero sus efectos son temporales. No obstante, si se consigue destruir la ignorancia
-que es su raíz- todos esos sufrimientos cesarán al instante.
Si la ignorancia es eliminada, entonces las acciones contaminadas que dependen de ella
dejan de producirse. Sin ignorancia, además, el deseo de aferrarse a las cosas y las
predisposiciones establecidas por las acciones anteriores dejan de operar, lo cual pone fin
al ciclo del renacer incontrolado.
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La cuestión de afrontar la muerte de una manera pacífica es muy difícil. Según el sentido
común, parece haber dos maneras de tratar el dolor y el problema de la muerte. La primera
consiste en intentar sencillamente eludir el problema, en alejarlo de la mente, aunque la
realidad del problema sigue ahí y no se la puede minimizar. Otra manera de tratar el tema
es mirar directamente el problema y analizarlo, familiarizarse con él y dejar bien claro que
es parte de todas nuestras vidas.
Ya he tratado el tema del cuerpo y la enfermedad. La enfermedad ocurre. No es algo
excepcional; forma parte de la naturaleza y es una realidad de la vida. Acontece porque el
cuerpo está ahí. Desde luego, tenemos todo el derecho a evitar la enfermedad, pero a pesar
de ese esfuerzo, cuando ésta se produce lo mejor es aceptarla. Aunque uno debe esforzarse
por curarla lo antes posible, no hay que imponerse otra carga mental. Como dijo el gran
erudito indio Shantideva: ««Si hay una manera de vencer el dolor, no hace falta
preocuparse; si no hay manera de vencer el dolor, no vale la pena preocuparse». Ese tipo
de actitud racional es muy útil.
Ahora quiero hablar de la muerte, que es parte de todas nuestras vidas. Nos guste o nos
disguste, algún día ocurrirá. Antes que evitar pensar en ella, conviene entender su sentido.
En las noticias vemos con frecuencia asesinatos y muertes, pero algunas personas parecen
creer que la muerte sólo les ocurre a otros, no a ellas mismas. Esa actitud es errónea. Todos
tenemos el mismo cuerpo, la misma carne humana, y por lo tanto todos moriremos. Hay,
por supuesto, una gran diferencia entre la muerte natural y la muerte accidental, pero en
definitiva la muerte vendrá tarde o temprano. Si desde el comienzo nuestra actitud es: ««Sí,
la muerte es parte de nuestras vidas», quizá nos cueste menos enfrentarnos a ella.
Por lo tanto, hay dos maneras distintas de tratar un problema. Una es sencillamente eludirlo
no pensando en él. La otra, que es mucho más eficaz, consiste en afrontarlo directamente
para tener conciencia de él. En general, hay dos tipos de problema o sufrimiento: con un
tipo es posible que, adoptando cierta actitud, uno pueda reducir de verdad la fuerza y el
nivel de sufrimiento y angustia. Sin embargo, quizá existan otros tipos de problema y de
sufrimiento para los que el hecho de adoptar cierto tipo de actitud y manera de pensar tal
vez no reduzca necesariamente el nivel de sufrimiento, pero de todos modos lo prepara a
uno para enfrentarse a él. Cuando suceden cosas desgraciadas en nuestras vidas, hay dos
resultados posibles. Una posibilidad es la inquietud mental, la angustia, el miedo, la duda,
la frustración y finalmente la depresión y, en el peor de los casos, hasta el suicidio. Ése es
un camino. La otra posibilidad es que debido a esa experiencia trágica uno se vuelva más
realista, se acerque más a la realidad. Con el poder de indagación, la experiencia trágica
quizá lo fortalezca a uno y le dé más independencia y confianza en sí mismo. El hecho
desgraciado puede ser una fuente de fortaleza interior.
El éxito de nuestra vida y de nuestro futuro depende, como he dicho, de nuestra motivación
y determinación o confianza individual. Mediante experiencias difíciles, la vida adquiere a
veces más sentido. Si nos fijamos en personas que lo han tenido todo desde el comienzo de
su vida, vemos que cuando les ocurren cosas nimias pronto se irritan o pierden la
esperanza. Otras, como la generación de ingleses que vivieron la experiencia de la segunda
guerra mundial, han desarrollado actitudes mentales más fuertes a consecuencia de sus
infortunios. Creo que la persona que ha padecido más infortunios puede afrontar con
mayor firmeza los problemas que la persona que no ha conocido el sufrimiento. Desde este
punto de vista, un poco de sufrimiento puede ser una buena lección para la vida.
Pero ¿esta actitud es sólo una manera de engañarnos? Personalmente, he perdido mi país y,
lo que es peor, en mi país ha habido mucha destrucción, sufrimiento y desdicha. Yo he
pasado no sólo la mayor parte de mi vida sino la mejor parte de ella fuera del Tíbet. Si uno
lo piensa sólo desde ese ángulo, difícilmente encontrará algo positivo. Pero desde otro
ángulo, se puede ver que a causa de esos hechos desafortunados yo he tenido otro tipo de
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días.
Eso debe tener alguna explicación. La explicación budista es que, durante ese estado, el
individuo no está realmente muerto, sino en el proceso de morir. Los budistas dirían que
aunque la relación mente-cuerpo ha cesado en el nivel más burdo, más ordinario, no ha
cesado en el nivel sutil. Según una determinada literatura tántrica conocida como la
Guhyasamaja Tantra, cuando un individuo pasa por el proceso de la muerte, hay un cierto
proceso de disolución. De esa disolución al estado de Clara Luz hay un ciclo de inversión,
y cuando ese ciclo alcanza cierta etapa, comienza una nueva vida llamada renacimiento.
Entonces ese renacimiento permanece, y el individuo vuelve a pasar por un proceso de
disolución. En cierto modo, la muerte está en el estado intermedio cuando los elementos se
disuelven en la Clara Luz y de allí salen de nuevo bajo otra forma. Por lo tanto, la muerte
no es más que esos puntos intermedios, cuando los diversos elementos fisiológicos del
individuo se disuelven en el punto de la Clara Luz.
En cuanto al verdadero proceso de disolución de los diversos elementos, la literatura
menciona diferentes estados de disolución y los signos que los acompañan. Por ejemplo, en
el caso de la disolución de los niveles de elementos más ordinarios, hay signos e indicios
tanto internos como externos que marcan la disolución. Cuando se trata de los elementos
sutiles, sólo hay signos internos, como visiones, y así sucesivamente. Ha habido cada vez
más interés entre los científicos que estudian la muerte en esas descripciones del proceso
de disolución, en particular en los signos internos y externos. Como budista, creo que es
muy importante que estemos atentos a las investigaciones científicas en marcha. Sin
embargo, debemos poder distinguir entre fenómenos que todavía no han sido comprobados
por la metodología científica existente y fenómenos que se puede considerar refutados por
la investigación y los métodos científicos. Yo diría que si determinado fenómeno aparece
refutado por la ciencia, mediante la investigación y los métodos científicos, como budistas
deberemos respetar esas conclusiones.
En cuanto uno se familiariza con la muerte, en cuanto uno adquiere algunos conocimientos
sobre sus procesos y reconoce sus señales externas e internas, está preparado para ella.
Según mi propia experiencia, todavía no estoy seguro de que en el momento de morir vaya
a utilizar todos esos ejercicios para los que me he preparado. ¡No tengo ninguna garantía!
Pero a veces, cuando pienso en la muerte, siento una cierta excitación. En vez de miedo,
tengo una sensación de curiosidad, y eso me facilita mucho la aceptación de la muerte. Me
pregunto hasta qué punto puedo utilizar esos ejercicios. Por supuesto, mi único pesar si
muriera hoy es: «¿Qué le ocurrirá al Tíbet? ¿Qué pasará con la cultura tibetana? ¿Y los
derechos de los seis millones de tibetanos?». Ésa es mi preocupación. Fuera de eso, casi no
siento miedo a la muerte. ¡Quizá tenga una confianza ciega! Es bueno, por lo tanto, reducir
el miedo a morir. En mis oraciones diarias me formo una imagen mental de ocho yogas de
deidades diferentes y de ocho muertes distintas. Tal vez cuando la muerte haga acto de
presencia fracase toda mi preparación. ¡Espero que no!
De todas maneras, pienso que esa costumbre es mentalmente muy útil para afrontar la
muerte. Aunque no exista una próxima vida, resulta provechosa si quita el miedo. Y como
hay menos miedo, uno puede estar más preparado. Como para una batalla, sin preparación
existen muchas probabilidades de que uno pierda, pero si está bien preparado, las
probabilidades de defenderse aumentan. Por lo tanto, si uno está bien preparado en el
momento de la muerte, puede conservar la paz de espíritu. La paz de espíritu en el
momento de morir es la base para cultivar la correcta motivación, y ésa es la garantía
inmediata de un buen renacimiento, de una mejor vida futura. En particular para el adepto
del Mahaanuttarayoga Tantrayana, la muerte es una de las raras oportunidades para
transformar la mente sutil en sabiduría.
En cuanto a lo que nos espera después de la muerte, los budistas hablan de tres reinos de
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existencia, conocidos técnicamente como ««el reino de la forma», «el reino de lo informe»
y «el reino del deseo». Tanto el reino de la forma como el del deseo tienen una etapa
intermedia antes de que uno renazca, conocida como ««el estado intermedio». A lo que
apunta todo esto es a que, aunque la ocasión de la muerte nos proporciona la mejor opor-
tunidad para utilizar nuestro nivel más sutil de conciencia, transformándolo en un camino
de sabiduría, si no podemos aprovechar eficazmente esa oportunidad hay un estado
intermedio que, aunque es más ordinario que en el instante de la muerte, es mucho más
sutil que la conciencia en el instante del renacimiento. Así que hay otra oportunidad. E
incluso si no podemos aprovecharla, existe el renacimiento y un ciclo que continúa.
Entonces, para aprovechar la maravillosa oportunidad concedida en el momento de la
muerte y, después de eso, durante el estado intermedio, lo primero que necesitamos es
adiestrarnos a fin de poder utilizar esos momentos. Para ello, el budismo enseña al
individuo a aplicar varias técnicas durante los estados de ensueño, sueño profundo y
vigilia.
Para terminar, pienso que en el momento de la muerte una mente tranquila resulta esencial,
crea uno en lo que crea, sea el budismo o alguna otra religión. En el momento de la muerte,
el individuo no debería tratar de sentir ira, odio, etcétera. Eso es muy importante en el nivel
convencional. Creo que hasta los no creyentes entienden que es mejor morir de una manera
pacífica. Es algo mucho más feliz. Para los que creen en el cielo o en algún otro concepto,
también es mejor morir de manera pacífica con el pensamiento puesto en el Dios propio o
en la creencia en fuerzas superiores. Para los budistas y también para otras antiguas
tradiciones indias que aceptan la teoría del renacimiento o del karma, por supuesto que un
estado mental virtuoso en el momento de la muerte es beneficioso.
III
DE LA RESPONSABILIDAD
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que todas estas distintas actividades empiezan con la motivación de hacer algo por la
comunidad. Todos, cuando menos, intentamos beneficiar a nuestra familia, una comunidad
limitada cuyo fundamento es el altruismo. Por lo tanto, la condición o cualidad humana
básica es el afecto, es decir, es la clave que permite el acceso a todo lo demás.
Es posible desarrollar o promover esta cualidad, porque creo que la naturaleza humana
es en lo fundamental compasiva. Por supuesto, la ira, el odio y todas las emociones
negativas también forman parte de nuestra mente humana, aunque la fuerza que predomina
en ella es aún la compasión.
Consideremos, por ejemplo, el acto de concebir un hijo. La concepción tiene lugar
cuando un hombre y una mujer se unen, debido a un amor genuino. Eso significa que se
respetan mutuamente, que se preocupan el uno por el otro y que comparten un sentido de la
responsabilidad. Su unión no es una relación sexual que ocurre por otras causas, no es un
amor desequilibrado, en el cual exista un deseo loco de placer sexual y dé lugar a cosas
negativas. Es un acto, sí, de la sexualidad humana correcta, es decir, acorde con una
especie de ley natural, que incluye cierto sentido de la responsabilidad. De ese modo se
inicia la vida humana. Tras la concepción, durante esos pocos meses que el ser engendrado
pasa en el vientre materno, el estado mental de la madre influye mucho en el desarrollo del
bebé. Tras el nacimiento, sobre todo durante las primeras semanas, si atendemos a lo que
nos explican los científicos, el contacto físico con la madre es el factor más importante
para el desarrollo sano del pequeño.
Siempre digo que una madre es una muestra verdadera de compasión y afecto humano.
Por tanto, no hay que considerar la compasión como una actitud exclusiva de cierta
religión. Es la naturaleza básica que todos nosotros compartimos. La leche materna es un
símbolo de esta compasión universal. Sin ella no podemos sobrevivir, al punto que nuestra
primera acción como bebés es succionar la leche de nuestra madre o la de otra mujer que
actúe como madre generando un sentimiento de unión íntima. En esos momentos puede
que no sepamos cómo expresar el amor, ni lo que es la compasión, pero hay un fuerte
sentimiento de proximidad. Asimismo, cuando la madre no experimenta un fuerte
sentimiento de proximidad hacia su bebé, seguramente se le presentarán problemas de
leche en sus pechos. En este sentido, la leche materna es un magnífico símbolo de lo que la
compasión y el afecto son.
Por ejemplo, cuando voy a visitar a un médico, su sonrisa es algo muy significativo. Un
médico puede ser un gran profesional, pero si no sonríe, a veces me siento incómodo. Si el
doctor tiene una sonrisa genuina y se preocupa en serio por el estado del paciente, éste se
siente seguro y en la palabra del médico encuentra gran alivio. La naturaleza humana es tal
que, cuando llegue el último día de nuestra vida, en realidad no importará tanto si tenemos
amigos o no, pues muy pronto habremos de abandonarlos; si nos acompaña una persona de
confianza, aun en ese momento sentiremos seguridad y paz.
Nunca se insistirá lo suficiente en que la vida humana se basa en el afecto. Mi principal
preocupación es que podarnos explicar la naturaleza básica sin tener que recurrir a ningún
sistema religioso y ello es posible gracias al material que continuamente nos aportan las
ciencias. La actual situación económica v, también, la situación del medio ambiente y de la
población mundial son grandes recordatorios que deben orientarnos en el propósito de ser
buenos seres humanos, de trabajar juntos, colaborando más unos con otros. Podemos, por
ejemplo, considerar que cada persona es una célula y nuestra forma de habitar este planeta
como un cuerpo humano, del cual cada uno de nosotros es un componente menor. Sin
coordinación, una entidad individual no se puede sustentar, no puede estar sana, no puede
sobrevivir. A veces, algunas de las células son muy conflictivas, pero otras pueden ayudar
a salvar el cuerpo. Aquí esta analogía nos habla de la realidad y no de un mero tema
metafísico.
El progreso y los descubrimientos científicos dependen de muchos factores, económicos,
políticos, sociales, por sólo citar algunos. Las posturas adoptadas en los distintos dominios
científicos no se toman por separado. En realidad, cuando los expertos occidentales se con-
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Las Leyes De La Vida Dalai Lama
LA POLITICA DE LA BONDAD
Cuando llegue el momento de ayudar a los demás no deberíamos conformarnos con poner
cara de devoción, sino que deberíamos ser lo más realistas posible tanto en pensamiento
como en obra. Aunque quizá no estemos en situación de renunciar a nuestros propios
intereses, deberíamos defenderlos de una manera lo más modesta y considerada posible.
Todos somos responsables del bien común, por lo que cuando es preciso hacer algo no
deberíamos limitarnos a poner cara de beatos y tendríamos que dedicar sinceramente todas
nuestras energías a alcanzar esa meta. Como he dicho antes, es difícil sacrificar las propias
metas, pero aunque cada uno de nosotros necesita ganarse la vida, si los medios empleados
para ello hacen una contribución honesta al bien común, entonces tanto mejor.
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La COMPASIÓN Y EL MUNDO
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Ética
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10. Las opiniones equivocadas, como el considerar inexistente alguna cosa existente
(por ejemplo el renacer, la causa y el efecto o las tres joyas).
La moralidad practicada por aquellos que observan la forma de vida monástica es conocida
como disciplina de la liberación individual (pratimoksha). Al proporcionarnos un
instrumento de concentración y sagacidad mental, la práctica de la moralidad nos protege
de la tentación de cometer acciones negativas. Por eso es el fundamento del camino
budista. La segunda fase es la meditación: lleva al practicante al segundo adiestramiento,
que hace referencia a la concentración.
CONCENTRACIÓN
Al levantarnos por la mañana y escuchar la radio o leer el periódico hemos de hacer frente
siempre a las mismas noticias: violencia, crímenes, guerra y desastres en general. No
puedo recordar ni siquiera un solo día en el que no haya ocurrido algo triste. Incluso en
estos tiempos modernos nuestra valiosa vida no está a salvo. Ninguna generación anterior
ha tenido la experiencia de tantas y tan malas noticias. Estos constantes temor y tensión
deberían hacer dudar a cualquier persona sensible y compasiva sobre el progreso de
nuestro tiempo.
Resulta paradójico que los problemas más graves surjan en las sociedades más
avanzadas industrialmente. La ciencia y la teconología han avanzado poderosamente en
algunos campos, pero los problemas básicos de la humanidad perduran. Hay un nivel
cultural sin precedentes; sin embargo, esta educación que se imparte en el mundo no
parece haber fomentado la bondad sino únicamente la insatisfacción y el descontento.
No hay que dudar del aspecto positivo del progreso material y tecnológico, pero de alguna
manera, éstos no son suficientes porque todavía no hemos alcanzado la felicidad, la paz y
la superación del sufrimiento.
A la única conclusión a la que podemos llegar es que debe haber algo realmente
erróneo en nuestro progreso y desarrollo y, si no lo detenemos a tiempo, podría tener
consecuencias desastrosas para el futuro de la humanidad. Con esto, no quiero decir que
esté en contra de la ciencia y de la tecnología, puesto que han contribuido positivamente al
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Las Leyes De La Vida Dalai Lama
bienestar material y a una mayor comprensión del mundo en que vivimos, pero les damos
demasiada importancia, corrernos el peligro de olvidar el conocimiento y la comprensión
humana que aspira a la honestidad y el altruismo.
Aunque la ciencia y la técnica sean capaces de proporcionar un gran bienestar físico, no
pueden reemplazar los tradicionales valores humanitarios y espirituales, que han dado
forma a la civilización mundial, tal como la conocemos hoy, en sus distintas variedades
nacionales. Nadie puede negar el gran beneficio material que supone el avance científico y
tecnológico, pero los problemas básicos de la humanidad siguen sin solucionarse. Conti-
nuamos viviendo aún en un ambiente de más tensión, temor y sufrimiento. Deberíamos
buscar un equilibrio entre el desarrollo material y el espiritual, aunque en primer lugar
habría que revalorizar las cualidades humanitarias.
Estoy seguro de que mucha gente comparte mi inquietud por la actual crisis moral por la
que atraviesa el mundo, y me apoyan en mi llamamiento a todos los practicantes de
cualquier religión y a todas las personas humanitarias para que ayuden a nuestra sociedad a
ser más compasiva, justa y equitativa. No estoy hablando como budista, ni siquiera como
tibetano, tampoco como experto en política internacional -aunque inevitablemente he de
referirme a ella en repetidas ocasiones-; sólo intento expresarme como ser humano, como
un defensor de los valores humanitarios que son la base no sólo del budismo mahayana,
sino de todas las religiones del mundo. Desde este punto de vista quiero compartir con
vosotros mi opinión personal de que:
1. El humanitarismo, a nivel mundial, es esencial para resolver los problemas globales.
2. La compasión es el pilar de la paz mundial.
3. Todas las religiones ya están a favor de la paz en el mundo en estos términos, así
como lo están todas las personas humanitarias, cualquiera que sea su ideología.
4. Cada individuo tiene la responsabilidad de configurar las instituciones en beneficio
de las necesidades de la humanidad.
De los muchos problemas con los que nos encontramos en la actualidad, algunos son
desastres naturales que hay que aceptar y hacer frente con entereza. Otros, sin embargo,
están ocasionados por nosotros mismos, surgen a causa de nuestros errores y se pueden
corregir. En este apartado entrarían los conflictos derivados de las diferentes ideologías
políticas o religiosas; las personas llegan a luchar únicamente por alcanzar unos objetivos
insignificantes, olvidando los principios humanitarios que nos unen a todos como una
única familia. No debemos olvidar que las diferentes religiones, ideologías y sistemas
políticos del mundo pretenden lograr la felicidad de los seres humanos. Debemos tener
siempre en cuenta este objetivo esencial y nunca anteponer los medios al fin que nos
proponemos; hay que mantener la supremacía del ser humano sobre la materia y la
ideología.
El mayor peligro con que se encuentra la humanidad y, en realidad, todos los seres
vivos de nuestro planeta, es la amenaza de la destrucción nuclear. No es necesario entrar en
detalles sobre este peligro, pero me gustaría llamar la atención de todos los dirigentes de
las potencias nucleares que tienen el futuro del mundo en sus manos, de los científicos y
técnicos que continúan creando estas armas de destrucción masiva, y de todas las personas,
en suma, que están en una posición propicia para influir en sus dirigentes: me dirijo a ellos
para que actúen con sensatez y empiecen ya su tarea de desmantelamiento y destrucción de
las armas nucleares. Somos conscientes de que en el caso de una guerra nuclear no habrá
vencedores porque no puede haber supervivientes. ¿No es espantoso el hecho de
contemplar esta destrucción tan inhumana y despiadada? ¿No es lógico que eliminemos la
causa de nuestra propia destrucción, ya que sabemos cuál es y disponemos de los medios y
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aspiraciones de los que nos rodean como integrantes de la misma familia humana. Lo más
razonable sería pensar también en nuestros semejantes cuando buscamos nuestra felicidad.
Esto conduciría a lo que califico como «interés propio juicioso», con la esperanza de que
se transforme en «interés propio comprometido» o, mejor aún, en «interés mutuo».
Aunque el incremento de interdependencia entre naciones debería generar una atmósfera
más comprensiva, en realidad, es difícil lograr un espíritu de verdadera cooperación, ya
que hay personas que permanecen completamente indiferentes a los sentimientos y a la
felicidad de sus semejantes. Cuando las personas actúan motivadas, sobre todo, por la
codicia y la envidia, no pueden vivir en armonía. Un acercamiento espiritual puede que no
resuelva todos los problemas políticos causados por el espíritu egocéntrico que existe, pero
a largo plazo sí podrá superar el origen de las dificultades con las que nos enfrentamos en
la actualidad.
Por otra parte, si la humanidad continúa resolviendo sus problemas considerando sólo
las conveniencias a corto plazo, las generaciones futuras tendrán ante sí enormes
dificultades. La población mundial está aumentando y los recursos naturales se van
agotando rápidamente. Por ejemplo, nadie sabe con exactitud cuáles serán las
consecuencias que traerá consigo la masiva desforestación, en relación al clima, al suelo y
al sistema ecológico mundial en general. Nos enfrentamos a tantos problemas porque la
gente se preocupa de resolverlos sólo a corto plazo, de forma egoísta y desconsiderando al
resto de la humanidad. No piensan en el mundo ni en las consecuencias a largo plazo para
la vida del planeta. Si nosotros, las personas de la actual generación, no meditamos sobre
esto, las generaciones futuras no podrán hacer frente a tantas calamidades.
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Los principios expuestos hasta ahora están de acuerdo con las enseñanzas éticas de todas
las religiones del mundo -budismo, cristianismo, confucionismo, hinduismo, islam,
jainismo, judaísmo, taoísmo, zoroastrismo-, ya que todas tienen los mismos ideales con
respecto al amor, el mismo propósito de beneficiar a la humanidad a través de la práctica
espiritual y el mismo resultado de convertir a sus seguidores en mejores seres humanos.
Todas las religiones enseñan preceptos morales para perfeccionar las acciones de la mente,
el cuerpo y la palabra. Todas nos enseñan que no debemos mentir, robar o quitar la vida a
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los demás... El objetivo común de todos los preceptos morales, establecidos por todos los
grandes maestros de la humanidad, es la ausencia de egoísmo. Los grandes maestros
querían apartar a sus seguidores del sendero de las malas acciones, causadas por la igno-
rancia, e introducirlos en el camino de la bondad.
Todas las religiones coinciden en la necesidad de controlar nuestra mente indisciplinada,
que alberga egoísmo y las raíces de otros problemas, y cada una de ellas enseña una senda
que conduce a un estado espiritual lleno de paz, disciplina, ética y sabiduría. Por esta razón
considero que todas las religiones tienen en esencia el mismo mensaje. Las diferencias en
los dogmas de fe se pueden atribuir al paso del tiempo y a determinadas circunstancias así
como a las influencias culturales. En realidad, cuando consideramos el aspecto puramente
metafísico de la religión, no se acaba nunca la discusión escolástica. Es mucho más
razonable y beneficioso intentar poner en práctica en nuestra vida diaria las enseñanzas
comunes a todas las religiones, es decir, las que nos conducen por la senda de la bondad,
que discutir sobre las pequeñas diferencias que presentan.
Del mismo modo que hay diferentes tratamientos para distintas enfermedades, hay
también muchas y diversas religiones que pretenden el bienestar y la felicidad de la
humanidad. Siguiendo su propio camino, cada religión se esfuerza en ayudar a los seres
humanos a evitar la desgracia y alcanzar la felicidad. Aunque podamos tener razones que
nos hagan preferir ciertas interpretaciones sobre las verdades religiosas, aún hay una razón
más poderosa, que proviene del corazón humano, para que tendamos a la unidad. Dentro
de sus posibilidades, cada religión se esfuerza en disminuir el sufrimiento y en contribuir a
la mejora de las civilizaciones en el mundo. No se trata de un problema de conversiones, y
mi corazón no abriga ninguna pretensión de convertir a otras personas al budismo o
favorecer la causa budista; más bien intento pensar de qué forma, como budista huma-
nitario, puedo contribuir a la felicidad de la humanidad.
Aunque señalo las similitudes fundamentales entre las religiones del mundo, no abogo
por ninguna de ellas en particular a expensas de las otras; tampoco pretendo crear una
nueva «religión universal». Todas las religiones existentes son necesarias para enriquecer
la experiencia humana y las civilizaciones del mundo. Puesto que nuestras mentes
humanas son de diferente capacidad y disposición, necesitan distintos acercamientos hacia
la paz y la felicidad. Al igual que ocurre con la atracción que se tiene por ciertos
alimentos, algunas personas se sienten más atraídas por el cristianismo, otras prefieren el
budismo porque no supone la existencia de ningún creador y todo depende de las propias
acciones, y así, podríamos dar buenos argumentos que justifican que un creyente se
decante por cada una de las religiones. Debemos tener bien claro que la humanidad
necesita de todas ellas, para que así se puedan adaptar a los diferentes tipos de vida,
necesidades espirituales y tradiciones nacionales heredadas de los seres humanos.
En este sentido, me alegra el esfuerzo que se está realizando en diversas partes del
mundo por un mejor entendimiento entre todas las religiones. Se trata de una necesidad
urgente en estos momentos. Si todas las religiones toman como principal empresa una
mejora de la humanidad, entonces podrán fácilmente unirse en su labor y lograr la armonía
en favor de la paz mundial. Una comprensión y aceptación entre todas las creencias traerá
la unidad necesaria para que todas las religiones puedan trabajar juntas. Sin embargo,
aunque éste sería un importante paso, debemos recordar que no hay soluciones rápidas y
sencillas. No hay que ignorar las diferencias doctrinales existentes entre las diversas
religiones, tampoco podemos esperar que una nueva religión universal reemplace a las ya
existentes. Cada religión ha de actuar de un modo determinado, adaptándose a un grupo
concreto de personas y a su forma de vida. El mundo necesita todas y cada una de las
religiones.
Existen dos tareas fundamentales a las que los practicantes de cualquier religión que
están preocupados por la paz en el mundo han de hacer frente. La primera es fomentar una
mayor comprensión entre los diferentes credos, así corno crear un grado viable de unidad
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entre todas las religiones. Esto se puede lograr, en parte, respetando las creencias de los
demás y haciendo hincapié en nuestra común preocupación por el bienestar de la
humanidad. En segundo lugar, debemos establecer un acuerdo con respecto a los valores
espirituales básicos del ser humano que afectan al corazón de cada persona y aumentan la
felicidad de todos en general. Esto significa que debemos incidir en el común denominador
de todas las religiones del mundo, es decir, en los ideales humanitarios. Estos dos pasos
nos permitirán actuar de forma individual, y a la vez colectiva, a fin de crear las
condiciones espirituales necesarias para la paz en el mundo.
Los practicantes de las diferentes religiones podremos trabajar juntos por la paz en el
mundo cuando consideremos a cada uno de los diferentes credos como instrumento
fundamental para poder desarrollar un buen corazón que ame y respete a los demás y tenga
un verdadero sentido de comunidad.
A pesar de la progresiva secularización debida a la modernización de las sociedades y a
pesar de los intentos sistemáticos de destrucción de los valores espirituales en algunas
regiones del mundo, la gran mayoría de la humanidad es creyente. La imperecedera fe en
la religión, evidentemente incluso en los sistemas políticos religiosos, pone de manifiesto
el poder que la religión tiene por sí misma. Esta energía y fuerza espiritual puede ser
utilizada eficazmente para crear las condiciones espirituales necesarias en beneficio de la
paz mundial.
Tanto si podemos lograrla como si no, no tenemos otra elección que la de trabajar con
este objetivo. Si nuestra mente está dominada por el odio, perderemos la mejor parte de
nuestra inteligencia humana: la sabiduría, la capacidad de decidir entre lo bueno y lo malo.
El odio es uno de los problemas más serios con los que se enfrenta el mundo.
Dentro de cada nación se debería otorgar a cada individuo el derecho a la felicidad y en las
diversas naciones debería haber una constante preocupación por el bienestar de todas,
incluso las más pequeñas. No estoy sugiriendo que un sistema sea mejor que otro y que
deberíamos adoptarlo, sino todo lo contrario: debe haber una gran variedad de sistemas e
ideologías políticas dentro de la comunidad humana para que se puedan adecuar a los
diferentes pueblos y culturas. Esta variedad potencia la búsqueda incesante de la felicidad
en el ser humano. De cualquier modo, cada comunidad debería ser libre para desarrollar su
propio sistema político y socioeconómico, basado en el principio de la autodeterminación.
Conseguir la justicia, la armonía y la paz depende de muchos factores. Deberíamos
plantearnos esta cuestión intentando beneficiar a la humanidad a largo y no a corto plazo.
Soy consciente de la enorme tarea que esto supone, pero no veo más alternativa que la
propuesta, basada en nuestra condición de seres humanos. Cada nación no tiene más
elección que preocuparse por el bienestar de las otras y, no sólo por sus principios hu-
manitarios, sino por su propio interés a largo plazo. Se puede apreciar esta nueva realidad
al contemplar la creación de organizaciones económicas, regionales o continentales, corno
la Unión Europea, la Asociación de las Naciones del Sudeste Asiático...
En las actuales condiciones hay una creciente necesidad de comprensión entre los seres
humanos y de un sentimiento de responsabilidad universal. Para lograr tales objetivos
debemos desarrollar un corazón bondadoso; sin él, no podremos conseguir la felicidad
universal ni una paz mundial duradera.
Los seres humanos han intentado crear sociedades más justas e igualitarias, han
establecido instituciones con cartas magnas para combatir las fuerzas antisociales. Por
desgracia, todas estas ideas han sido desviadas por el egoísmo. Más que nunca, podemos
declarar que la ética y los nobles principios están oscurecidos por la sombra del propio
interés, especialmente en el ámbito político. Hay una escuela de pensamiento que nos
aconseja abstenernos de cualquier acercamiento a la política, ya que ésta se ha convertido
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Al comenzar el siglo XXl, descubrimos que el mundo se ha vuelto más pequeño y que los
pueblos del planeta están en camino de convertirse en una comunidad. Las alianzas
políticas y militares han creado grandes grupos multinacionales, la industria y el comercio
internacional han producido una economía global, y las comunicaciones a escala mundial
están eliminando las antiguas barreras de la distancia, el lenguaje y la raza. Durante el siglo
XX pasarnos por muchas experiencias, tanto constructivas como extremadamente
destructivas. También nos unen los graves problemas a los que nos enfrentamos: la sobre-
población, la disminución de los recursos naturales, y una crisis medioambiental que
amenaza nuestro aire, nuestra agua y nuestros árboles y el vasto número de hermosas
formas de vida que constituyen la base de la existencia en este pequeño planeta que
compartimos. Debemos aprender de esas experiencias y tenemos que enfrentarnos al nuevo
milenio de una manera más holística, con una mentalidad más abierta y una mayor ampli-
tud de miras.
Pienso que para estar a la altura del desafío que nos plantea nuestra época, los seres
humanos tendremos que desarrollar un mayor sentido de la responsabilidad universal. Cada
uno de nosotros deberá aprender a trabajar no sólo para sí mismo, su familia o su nación,
sino en beneficio de toda la humanidad. La responsabilidad universal es la auténtica clave
de la supervivencia humana. Llevo algún tiempo pensando en cómo incrementar nuestro
sentido de la responsabilidad mutua y el motivo altruista del cual deriva, y me gustaría
ofreceros las conclusiones a las que he llegado.
Tanto si nos gusta como si no, todos hemos nacido en este planeta formando parte de una
gran familia humana. Ricos o pobres, educados o carentes de instrucción, pertenecientes a
una nación u otra, a una religión u otra, seguidores de tal o cual ideología, en última ins-
tancia cada uno de nosotros es un ser humano igual a todos los demás: todos deseamos la
felicidad y ninguno de nosotros quiere sufrir. Además, todos tenemos idéntico derecho a
perseguir esas metas.
El mundo actual requiere que aceptemos que sólo existe una humanidad.
En el pasado, las comunidades aisladas podían permitirse el lujo de considerarse
fundamentalmente separadas de las demás e incluso podían existir en un aislamiento total.
Pero hoy en día lo que ocurre en una parte del mundo acaba afectando a la totalidad del
planeta. Por eso debemos tratar cada problema local como una cuestión global desde el
momento en que surge. Ya no podemos invocar las barreras raciales, nacionales o ideo-
lógicas que nos separan sin que eso provoque repercusiones destructivas. Dentro del
contexto de nuestra nueva interdependencia, pensar en los intereses de los demás es la
mejor manera de defender nuestros propios intereses.
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En el Tíbet decimos que la medicina del amor y la compasión puede curar muchas
enfermedades. Esas cualidades son la fuente de la felicidad humana, y la necesidad que
tenemos de ellas forma parte de la naturaleza esencial de nuestro ser. Desgraciadamente, el
amor y la compasión llevan demasiado tiempo ausentes de gran número de esferas de la
interacción social. Por lo general confinados a la familia y el hogar, el practicarlos en la
vida pública está considerado como poco práctico, e incluso como una muestra de
ingenuidad, una situación sin duda lamentable. En mi opinión, la práctica de la compasión
no es un mero síntoma de idealismo falto de sentido práctico, sino la manera más efectiva
de defender nuestros intereses al tiempo que protegernos los de los demás.
Cuanto mas dependemos de los demás, ya sea como nación, como grupo o como
individuos, más nos conviene asegurar su bienestar. Practicar el altruismo es la fuente del
compromiso y la cooperación, y no basta con el mero hecho de reconocer la necesidad de
armonía. Una mente entregada a la compasión es como un depósito rebosante, porque se
convierte en una fuente constante de energía, determinación y bondad. Esa mente es como
una semilla: cuando se la cultiva, da origen a muchas otras buenas cualidades, corno el
perdón, la tolerancia, la fuerza interior y la confianza en nuestra capacidad para superar el
miedo y la inseguridad. La mente compasiva es como un elixir, porque es capaz de trans-
formar las situaciones nocivas en situaciones benéficas. Por eso nunca deberíamos limitar
nuestras expresiones de amor y compasión a nuestra familia y amistades. Por ello la
compasión tampoco debe ser considerada como una responsabilidad exclusiva del clero, el
sistema sanitario y la asistencia social: tiene que estar presente en todas las facetas de la
comunidad humana.
Tanto si el origen del conflicto se encuentra en la política, los negocios o la religión, el
enfoque altruista suele ser el único medio de resolverlo. A veces los mismos conceptos que
usamos a la hora de mediar en una disputa son la causa del problema. Cuando el ponerse
de acuerdo parece imposible, ambos bandos deberían recordar la naturaleza humana básica
que los une. Eso ayudará a salir del atasco y, en última instancia, puede facilitar que todos
alcancen sus metas. Aunque es posible que ninguno de los dos bandos quede totalmente
satisfecho, si ambos hacen concesiones al menos así desaparecerá el peligro de que el
conflicto acabe agravándose. Si todos sabemos que esta forma de compromiso es la manera
más efectiva de solucionar los problemas, ¿por qué no la usamos con más frecuencia?
Cuando pienso en la falta de cooperación existente en la sociedad humana, sólo puedo
llegar a la conclusión de que tiene su origen en la ignorancia de nuestra naturaleza
interdependiente. El ejemplo de los pequeños insectos, como las abejas, suele
conmoverme. Las leyes de la naturaleza dictan que las abejas deben colaborar para poder
sobrevivir. Como resultado, poseen un sentido instintivo de la responsabilidad social:
carecen de constitución, leyes, política, religión o adiestramiento moral, pero debido a su
naturaleza trabajan en estrecha colaboración. A veces pueden enfrentarse entre ellas, pero
en general la supervivencia de la colonia como un todo se basa en la cooperación. Los
seres humanos, en cambio, tienen constituciones, vastos sistemas legales y cuerpos
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políticos; tenemos religión, una notable inteligencia y un corazón con una gran capacidad
de amar. Pero pese a nuestras muchas y extraordinarias cualidades, en la práctica nos
quedamos muy por detrás de esos pequeños insectos: en ciertos aspectos, creo que las abe-
jas son muy superiores a nosotros.
Por ejemplo, millones de personas viven en grandes ciudades esparcidas por todo el
planeta, pero a pesar de esa proximidad física, muchas de ellas están solas. Algunas ni
siquiera tienen a otro ser humano con el cual compartir sus emociones y sentimientos más
íntimos, y viven en un estado de perpetua agitación. Esto es lamentable. No somos
animales solitarios que se asocian únicamente para aparearse. Si lo fuéramos, ¿por qué
íbamos a edificar grandes ciudades y pueblos? Pero aunque somos animales sociales que se
ven impulsados a vivir juntos, por desgracia carecemos del sentido de la responsabilidad
hacia nuestros congéneres. ¿Qué es lo que falla? ¿Las estructuras básicas de la familia y la
comunidad que sustentan nuestra sociedad, o nuestros recursos externos, nuestras
máquinas, ciencia y tecnología? Creo que ninguna de esas cosas.
Estoy convencido de que a pesar de los rápidos progresos hechos por la civilización
durante el siglo XX, la causa más inmediata del dilema en que nos encontramos
actualmente es la falta de énfasis en el desarrollo mental. Estamos tan obsesionados por su
consecución que, sin darnos cuenta de lo que hacíamos, nos hemos olvidado de atender las
necesidades humanas básicas del amor, la bondad, la cooperación y el pensar en los de-
más. Si no conocemos a alguien o no encontramos alguna otra razón para sentirnos unidos
al individuo o al grupo, nos limitamos a ignorarlos. Pero todo el desarrollo de la sociedad
humana se basa en que las personas se ayuden unas a otras. Si hemos perdido esa
humanidad esencial que es nuestro cimiento, ¿de qué pueden servirnos las mejoras
materiales?
Cada día tengo más claro que un auténtico sentido de la responsabilidad sólo podrá dar
resultados tangibles si desarrollamos la compasión. Sólo un sentimiento de empatía
espontáneo hacia los demás puede servirnos de motivación a la hora de actuar en su
beneficio. Ya he explicado cómo cultivar la compasión en otros lugares, y ahora me
gustaría dedicar el resto de esta breve comunicación a analizar cómo un mayor énfasis en
la responsabilidad universal puede ayudar a mejorar la situación actual del planeta.
LA RESPONSABILIDAD UNIVERSAL
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global. Para trabajar como una sola humanidad, debemos respetar el derecho de todos los
pueblos y naciones a mantener sus valores propios y sus características distintivas.
En particular, será preciso llevar a cabo un tremendo esfuerzo de voluntad para
introducir la compasión en el reino de los negocios internacionales. La desigualdad
económica, y en especial la que separa a las naciones desarrolladas de los países en vías de
desarrollo, sigue siendo la mayor fuente de sufrimiento del planeta. Por muy idealista que
pueda sonar esto, el altruismo, y no la mera competición y el deseo de acumular riquezas,
debería ser una fuerza decisiva en el mundo de los negocios. Y al mismo tiempo que
luchamos por el progreso material y el bienestar de los demás, también deberíamos prestar
atención al desarrollo de la paz interior, porque así estaríamos atendiendo al aspecto
interno de nuestro ser.
Junto con la educación, que generalmente sólo se ocupa de los logros académicos,
también debemos desarrollar un mayor altruismo y el sentido de responsabilidad hacia los
demás en la mente de los jóvenes que cursan estudios en las distintas instituciones
educativas. Esto puede conseguirse sin necesidad de involucrar a la religión. Debido a ello
se lo podría llamar «ética secular», ya que de hecho consiste en fomentar cualidades
humanas tan básicas como la honradez, la bondad, la compasión y la sinceridad.
También debemos renovar nuestro compromiso con los valores humanos en el campo
de la ciencia moderna. Aunque el propósito principal de la ciencia es llegar a conocer
mejor la realidad, otro de sus objetivos es mejorar la calidad de vida. Sin una motivación
altruista, los científicos no pueden distinguir entre las tecnologías beneficiosas y las que se
limitan a producir los resultados que se esperan de ellas.
Los daños al medio ambiente que estamos viendo en la actualidad son el ejemplo más
obvio de las consecuencias de esta confusión, pero la motivación correcta puede ser
todavía más relevante a la hora de determinar cómo utilizaremos la extraordinaria nueva
gama de técnicas biológicas con las que ahora podemos manipular las sutiles estructuras de
la misma vida. Si no basamos cada una de nuestras acciones en un sólido cimiento ético,
corremos el riesgo de infligir terribles daños a la delicada matriz de la vida.
Las religiones del mundo tampoco se hallan exentas de esta responsabilidad. El
propósito de la religión no es construir hermosas iglesias o templos, sino cultivar cua-
lidades humanas positivas como la tolerancia, la generosidad y el amor. Sea cual sea su
enfoque filosófico, cada religión está fundada en primer lugar y por encima de todo en el
precepto de que debemos reducir nuestro egoísmo y servir a los demás. Desgraciadamente,
a veces la religión causa más enfrentamientos de los que resuelve. Los practicantes de las
distintas religiones deberían comprender que cada tradición religiosa posee un inmenso
valor intrínseco y dispone de los medios para proporcionar salud mental y espiritual. Una
sola religión, al igual que un solo alimento, no puede satisfacer a todo el mundo.
Dependiendo de las distintas disposiciones mentales, algunas personas se benefician de
cierta clase de enseñanzas, mientras otras se benefician de otro tipo de enseñanzas. Cada fe
es capaz de crear personas buenas y compasivas y pese a abrazar filosofías a menudo
contradictorias, todas las religiones así lo han conseguido en un momento u otro. Por ello
no hay razón para caer en las divisiones de la intolerancia y el fanatismo religioso, y sí para
respetar y amar todas las formas de práctica espiritual.
Por muy enérgicamente que se la aplique, la fuerza bruta nunca podrá llegar a aplastar
el deseo básico humano de libertad. Ésta, de hecho, es la fuente de la creatividad tanto
para los individuos como para la sociedad. Si disponemos de comida, cobijo y ropa, pero
carecemos del preciado aire de la libertad para que alimente nuestra auténtica naturaleza
interior, sólo somos humanos a medias: entonces somos como animales que se contentan
con satisfacer sus necesidades físicas.
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LA NO VIOLENCIA
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muriendo hasta que llega un momento en el que acabamos viéndonos rodeados por plantas
desnudas. Entonces no nos sentimos tan alegres. ¿A qué se debe esto? Pues a que en lo más
profundo de nuestro ser, todos deseamos el desarrollo constructivo y fructífero al mismo
tiempo que nos disgusta ver que las cosas se derrumban, mueren o son destruidas. Cada ac-
ción destructiva va en contra de nuestra naturaleza básica, porque lo realmente humano es
construir y ser constructivo.
Estoy seguro de que todo el mundo estará de acuerdo en que debemos acabar con la
violencia, pero si realmente queremos eliminarla por completo, antes deberíamos analizar
si tiene algún valor o no.
Si enfocamos esta cuestión desde una perspectiva estrictamente práctica, descubrimos
que en ciertas ocasiones la violencia parece realmente útil. La fuerza permite resolver
rápidamente un problema. Al mismo tiempo, no obstante, esa clase de éxitos suele
obtenerse a expensas de los derechos y el bienestar de otros. Como resultado de ello, y
aunque un problema ha sido resuelto, se habrá plantado la semilla de otro.
Por otra parte, si tu causa se basa en razonamientos auténticamente sólidos, entonces no
tiene sentido utilizar la violencia. Quienes confían en la fuerza siempre son aquellos que no
tienen más motivo que el deseo egoísta y que no pueden alcanzar sus objetivos a través del
razonamiento lógico. Incluso cuando la familia y las amistades discrepan de ellos, quienes
cuentan con razones válidas pueden citar a una persona tras otra y argumentar su postura,
mientras que quienes no cuentan con el apoyo de la razón no tardan en dejarse arrastrar por
la ira: por eso la ira no es un signo de fuerza, sino de debilidad.
(En algunos aspectos este último siglo ha sido una centuria de guerra y derramamiento
de sangre que ha visto cómo los gastos de defensa aumentaban año tras año en la mayoría
de países. Si queremos invertir esta tendencia, debemos empezar a pensar seriamente en el
concepto de la no violencia, expresión física de la compasión. Para que la no violencia
llegue a ser una realidad, lo primero que debemos hacer es trabajar en el desarme interno y
luego proceder al externo. Cuando hablo del desarme interno me estoy refiriendo a
librarnos de todas las emociones negativas que producen violencia. El desarme externo
también tendrá que ser llevado a cabo gradualmente, paso a paso. Primero debemos
conseguir la total abolición de las armas nucleares y luego progresar gradualmente hacia la
desmilitarización total en todo el planeta. Mientras hacemos todo eso también tendremos
que tratar de poner fin al comercio armamentístico, que sigue siendo muy ampliamente
practicado debido a lo lucrativo que resulta. Cuando hayamos hecho todas esas cosas,
podremos esperar ver cómo cada año del nuevo milenio trae consigo una disminución
gradual del gasto militar en las distintas naciones y un avance hacia la desmilitarización.)
A MODO DE CONCLUSIÓN
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Muchas personas parecen estar fascinadas por el nuevo milenio, pero en sí éste no tiene
nada de particular. Al entrar en el nuevo milenio vemos que todo sigue igual, y que no
ocurre nada que se salga de lo corriente. No obstante, si realmente queremos que este
nuevo milenio sea más feliz, pacífico y armonioso para toda la humanidad, entonces
tendremos que esforzarnos para que sea así. El siglo XXI deber ser un siglo de diálogo y
discusión pacífica, en vez de una centuria de guerra y derramamiento de sangre. Los seres
humanos siempre tendremos problemas, naturalmente, pero éstos deberían ser resueltos a
través del diálogo y la discusión pacífica. Es algo que se halla en nuestras manos, y sobre
todo en las de la generación más joven.
Glosario
Agregados, los cinco: el cuerpo y el espíritu del individuo, es decir, las formas (o la
materia) de las sensaciones, las percepciones, las composiciones kármicas y las
conciencias.
Arhat. cuatro tipos de aova: slzravrzha, pralyékabuda, bodhisattva y boda.
Bardo: estado intermedio de la muerte, del devenir, del sueño. En el momento de la
muerte, el ser no desaparece completamente. Deja tras de sí su cuerpo físico, pero su
contínuum mental pasa por una etapa intermedia antes de reencontrar un nuevo soporte
de existencia.
Bodhisattva: místico que, al haber hecho el voto del espíritu del Despertar Supremo
(budidad), practica la filosofía del vacío con el corazón de la compasión. Se alcanza este
nivel cuando se cumple el espíritu del despertar espontáneo y a partir de entonces
consagra toda su energía a alcanzar el estado de Buda para poder hacer el bien de todos
los seres, es decir, de todos y uno mismo.
Buda: con este término se designa el estado de perfección que corresponde a la
eliminación definitiva de todos los defectos y obstáculos así como el completo
desarrollo de todas las cualidades. Quienes obtienen este estado son llamados
Aryabades o, abreviando, budas.
Calma mental (shamatha): nivel relativamente elevado de concentración. Alcanzarlo
supone haber apartado cinco obstáculos entre los cuales se cuentan la distracción y la
lasitud mental, de modo que permite practicar una meditación durante días sin sentir la
menor molestia. Si bien la calma mental es una cualidad necesaria para llegar a estadios
irás elevados, corre el peligro de degradarse e incluso perderse si no va aliado con otras
cualidades corro la comprensión del no yo.
Compasión: sentir como intolerable el sufrimiento de un ser humano. Cumplimos la gran
compasión cuando consideramos insoportable el sufrimiento de todos los seres sin ex-
cepción, y nos comprometemos con la gran compasión cuando decidimos
personalmente actuar de tal modo que con nuestros actos liberemos a todos los seres del
sufrimiento y sus causas.
Cuatro nobles verdades: verdades del sufrimiento, de su origen, de su cese y del camino
que conduce a ello. Enseñanza de la Primera Rueda del Dharma. No son nobles las
verdades sino quienes llegan a entrar en ellas, es decir, los raya que se caracterizan por
la comprensión directa del no yo.
Despertar: la fuerza espiritual que acompaña el voto de alcanzar el Gran Despertar y,
realizar el bien para todos los seres vivos, así como la práctica misma de las virtudes
trascendentales que conducen a la omnisciencia.
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Las Leyes De La Vida Dalai Lama
Dharma: el Dharma último, o la Joya del Dharma, comporta la noble verdad del cese y la
noble verdad del camino, es decir, las cualidades que permiten la realización de los a
'ya. Es el auténtico refugio, ya que libera del samsam. El significado del término es la
idea de un orden moral y físico del universo; en este sentido se traduce corno Ley
Natural. Todos los seres existentes son dharmas, fenómenos, en el sentido de que tienen
o llevan su propia entidad o carácter. La religión es dharma en el sentido de que contiene
o protege a las personas de los desastres. En términos generales cualquier acción noble
del cuerpo, del habla o de la mente es considerada dharma porque al realizar una acción
de este tipo, quien la hace se protege de toda clase de desastres. El Dharma en sentido
convencional designa también la enseñanza dispensada por Buda y explica cómo realizar
el Dharma último.
Factores perturbadores (klehsa): factor mental que, cuando se manifiesta en alguien,
destruye su paz interior y crea un desequilibrio. Es nocivo a corto y largo plazo. Cono
factores perturbadores haya que citar el apego, la ira, los celos, la ignorancia, la torpeza
o la inteligencia descarriada. El principal obstáculo de la realización de la liberación es
el velo que colocan estos factores perturbadores.
Gran vehículo: aquel de los dos caminos budistas que preconiza el altruismo.
Hinayana: «pequeño vehículo», enseñanzas expuestas por el Buda a través de la Primera
Rueda del Dharma, que concierne a quienes aspiran a la liberación personal «shravaka
y pratyeekabuda» y buscan el estado de arhat.
Karma: el karma no es simplemente la causalidad, que alude a la naturaleza de las cosas,
sino el efecto que ésta tiene en la mente. En este sentido alude a la intención que
subyace al acto. El acto bueno aporta la felicidad y el dañino, el sufrimiento. La noción
es una de las irás importantes en el budismo y se distinguen cuatro categorías. Los
karma de naturaleza mental: el factor mental de «volición» que asegura la movilidad de
la mente, permitiéndole dirigirse hacia todo objeto.
Las «huellas kármicas»: las potencialidades dejadas en la mente por los karma mentales
que dan resultados (agradables, penosos o neutros) tan pronto corso se clan las
condiciones.
Liberación: liberarse del samsara significa liberarse del sufrimiento gracias a la
eliminación ele las causas primeras: los factores perturbadores o klesha.
Los doce vínculos interdependientes: son los factores que determinan nuestros repetidos
nacer y muerte, que si se hacen cesar equivale a conseguir la liberación. Los vínculos son:
la ignorancia inicial; las formaciones volicionales (el karma que introduce a un
nacimiento); la conciencia; el nombre y la forma; las bases del conocimiento; el contacto;
la sensación; la sed; la prensión, el devenir da madurez del karma); el nacimiento; la vejez
y la muerte.
Madhyamika: el Camino Medio, escuela del «gran vehículo» que admite la unión de las
dos verdades fundamentales más allá de los extremos del eternalismo y el nihilismo.
Mahayana: «gran vehículo», expuesto por Buda en la Segunda y Tercera Rueda del
Dharma. Fundado en la compasión, es el camino de los bodhisattva, determinados a
realizarla felicidad de todos los seres. El mahayana comporta el paramita-yana, el
«vehículo de las perfecciones» «basado en los sutras», y el vajrayana, el «vehículo
diamantino» que a los sutras añade los tantras.
Mente: el término muy amplio en su significado para el budismo recubre todo lo que
responde a mental, espiritual, es decir, percepciones, emociones, sentimientos.
Nirvana: «más allá del sufrimiento».
Omnisciencia: sinónimo de Despertar o avivamiento perfecto.
Pranagika: sistema filosófico del mahyana, una subescuela del sistema vaadhzyamika o
Camino medio, enseñado por Buda en la Segunda Rueda del Dharma, y según el cual
no hay ningún ser ni entidad que se haya fundado por sus propias características.
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Prasanga es una forma de razonamiento que consiste en retomar las tesis radicales y
desarrollarlas hasta sus últimas consecuencias, las cuales siempre son absurdas.
Sansara: ciclo de las existencias. El samsara no es en absoluto un lugar sino un modo de
existencia. Se define de dos maneras equivalentes: 1) son los cuatro o cinco agregados
contaminados (por los factores perturbadores) que constituyen a los seres; 2) es el hecho
de nacer y morir sin libertad, sometido a la influencia y dominio de los karmas y sobre
todo de los factores perturbadores, comenzando por la ignorancia.
Sila: la moralidad necesaria para el cultivo de la meditación (samadhi) y la sabiduría
(prajna). Vivir una vida ética es vivir de acuerdo con el Dharma
Sutra y tantra: los textos relativos alas enseñanzas originales de Buda. Pueden adoptar la
forma de diálogo entre éste y sus discípulos, acerca de un tema particular. Los sutras
exponen los métodos generales de meditación que permiten desplegar la renuncia, la
comprensión de las cuatro nobles verdades y los doce vínculos interdependientes,
realizar el Despertar y cultivar las seis perfecciones. Sobre esta base, los tantras
proponen métodos científicos que consisten en meditar concretando la comprensión de
la vacuidad en forma de una divinidad y su sede.
Sanga: con Buda y Duerma forma las tres joyas; si Buda es el guía que indica el camino,
el Dharma consiste en las nobles verdades del cese y el camino, es decir, las cualidades
que permiten la supresión de todo sufrimiento, sanga designa a los aya, es decir, a
quienes tienen una comprensión directa del no yo y son los modelos para todo
practicante budista.
Vehículo: conjunto de los métodos que permiten recorrer la vía, es decir, practicar.
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