Autores El Descubrimiento y La Conquista

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Sor Juana Inés de la Cruz

(Juana Inés de Asbaje y Ramírez; San Miguel de Nepantla, actual México, 1651 - Ciudad de México, id.,
1695) Escritora mexicana, la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII. La influencia
del barroco español, visible en su producción lírica y dramática, no llegó a oscurecer la profunda
originalidad de su obra. Su espíritu inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse con los
convencionalismos de su tiempo, que no veía con buenos ojos que una mujer manifestara curiosidad
intelectual e independencia de pensamiento.
Biografía
Niña prodigio, aprendió a leer y escribir a los tres años, y a los ocho escribió su primera loa. En 1659 se
trasladó con su familia a la capital mexicana. Admirada por su talento y precocidad, a los catorce fue
dama de honor de Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo. Apadrinada por los
marqueses de Mancera, brilló en la corte virreinal de Nueva España por su erudición, su viva
inteligencia y su habilidad versificadora.

Pese a la fama de que gozaba, en 1667 ingresó en un convento de las carmelitas descalzas de México y
permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo abandonó por problemas de salud. Dos años
más tarde entró en un convento de la Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente. Dada su
escasa vocación religiosa, parece que Sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al matrimonio para
seguir gozando de sus aficiones intelectuales: «Vivir sola... no tener ocupación alguna obligatoria que
embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de
mis libros», escribió.

Su celda se convirtió en punto de reunión de poetas e intelectuales, como Carlos de Sigüenza y


Góngora, pariente y admirador del poeta cordobés Luis de Góngora (cuya obra introdujo en el
virreinato), y también del nuevo virrey, Tomás Antonio de la Cerda, marqués de la Laguna, y de su
esposa, Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, con quien le unió una profunda amistad. En su
celda también llevó a cabo experimentos científicos, reunió una nutrida biblioteca, compuso obras
musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la poesía y el teatro (en los
que se aprecia, respectivamente, la influencia de Luis de Góngora y Calderón de la Barca), hasta
opúsculos filosóficos y estudios musicales.
Perdida gran parte de esta obra, entre los escritos en prosa que se han conservado cabe señalar
la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. El obispo de Puebla, Manuel Fernández de la Cruz, había
publicado en 1690 una obra de Sor Juana Inés, la Carta athenagórica, en la que la religiosa hacía una
dura crítica al «sermón del Mandato» del jesuita portugués António Vieira sobre las «finezas de
Cristo». Pero el obispo había añadido a la obra una «Carta de Sor Filotea de la Cruz», es decir, un texto
escrito por él mismo bajo ese pseudónimo en el que, aun reconociendo el talento de Sor Juana Inés, le
recomendaba que se dedicara a la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer,
antes que a la reflexión teológica, ejercicio reservado a los hombres.
En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (es decir, al obispo de Puebla), Sor Juana Inés de la Cruz da
cuenta de su vida y reivindica el derecho de las mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento «no sólo
les es lícito, sino muy provechoso». La Respuesta es además una bella muestra de su prosa y contiene
abundantes datos biográficos, a través de los cuales podemos concretar muchos rasgos psicológicos de
la ilustre religiosa. Pero, a pesar de la contundencia de su réplica, la crítica del obispo de Puebla la
afectó profundamente; tanto que, poco después, Sor Juana Inés de la Cruz vendió su biblioteca y todo
cuanto poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida religiosa.

Firma autógrafa de Sor Juana

Murió mientras ayudaba a sus compañeras enfermas durante la epidemia de cólera que asoló México
en el año 1695. La poesía del Barroco alcanzó con ella su momento culminante, y al mismo tiempo
introdujo elementos analíticos y reflexivos que anticipaban a los poetas de la Ilustración del siglo XVIII.
Sus obras completas se publicaron en España en tres volúmenes: Inundación castálida de la única
poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la Cruz (1689), Segundo volumen de las obras de Sor Juana
Inés de la Cruz (1692) y Fama y obras póstumas del Fénix de México (1700), con una biografía del
jesuita P. Calleja.
La poesía de Sor Juana Inés de la Cruz
Aunque su obra parece inscribirse dentro del culteranismo de inspiración gongorina y en ocasiones en
el conceptismo de Quevedo, tendencias características del barroco, el ingenio y originalidad de Sor
Juana Inés de la Cruz la han colocado por encima de cualquier escuela o corriente particular. Ya desde
la infancia demostró gran sensibilidad artística y una infatigable sed de conocimientos que, con el
tiempo, la llevaron a emprender una aventura intelectual y artística a través de disciplinas tales como
la teología, la filosofía, la astronomía, la pintura, las humanidades y, por supuesto, la literatura, que la
convertirían en una de las personalidades más complejas y singulares de las letras hispanoamericanas.

Juana Inés a los quince años de


edad, antes de tomar los hábitos

En la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz hallamos numerosas y elocuentes composiciones profanas
(redondillas, endechas, liras y sonetos), entre las que destacan las de tema amoroso, como los sonetos
que comienzan con "Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba" y "Detente, sombra de mi bien esquivo".
En "Rosa divina que en gentil cultura" desarrolla el mismo motivo de dos célebres sonetos de Góngora
y de Calderón, no quedando inferior a ninguno de ambos. También abunda en ella aquella temática
ascética y mística que desde el renacimiento español había cuajado en obras cimeras como las de Fray
Luis de León y San Juan de la Cruz; en este grupo, la fervorosa espiritualidad de Juana se combina con
la hondura de su pensamiento, tal como sucede en el caso de "A la asunción", delicada pieza lírica en
honor a la Virgen María.
Sor Juana empleó las redondillas para disquisiciones de carácter psicológico o didáctico en las que
analiza la naturaleza del amor y sus efectos sobre la belleza femenina, o bien defiende a las mujeres de
las acusaciones de los hombres, como en las célebres "Hombres necios que acusáis". Los romances se
aplican, con flexibilidad discursiva y finura de notaciones, a temas sentimentales, morales o religiosos
(son hermosos por su emoción mística los que cantan el Amor divino y a Jesucristo en el Sacramento).
Entre las liras es célebre la que expresa el dolor de una mujer por la muerte de su marido ("A este
peñasco duro"), de gran elevación religiosa.
Mención aparte merece Primero sueño, poema en silvas de casi mil versos escritos a la manera de
las Soledades de Góngora en el que Sor Juana describe, de forma simbólica, el impulso del
conocimiento humano, que rebasa las barreras físicas y temporales para convertirse en un ejercicio de
puro y libre goce intelectual. El poema es importante además por figurar entre el reducido grupo de
composiciones que escribió por propia iniciativa, sin encargo ni incitación ajena. El trabajo poético de
la monja se completa con varios hermosos villancicos que en su época gozaron de mucha popularidad.
El teatro y la prosa
En el terreno de la dramaturgia escribió una comedia de capa y espada de estirpe calderoniana, Los
empeños de una casa, que incluye una loa y dos sainetes, entre otras intercalaciones, con predominio
absoluto del octosílabo; y el juguete mitológico-galante Amor es más laberinto, pieza más culterana
cuyo segundo acto es al parecer obra del licenciado Juan de Guevara. Compuso asimismo tres autos
sacramentales: San Hermenegildo, El cetro de San José y El divino Narciso; en este último, el mejor de
los tres, se incluyen villancicos de calidad lírica excepcional. Aunque la influencia de Calderón resulta
evidente en muchos de estos trabajos (como la de Lope de Vega en su compatriota Juan Ruiz de
Alarcón), la claridad y belleza del desarrollo posee un acento muy personal.
La prosa de la autora es menos abundante, pero de pareja brillantez. Esta parte de su obra se
encuentra formada por textos devotos como la célebre Carta athenagórica (1690), y sobre todo por
la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), escrita para contestar a la exhortación que le había hecho
(firmando con ese seudónimo) el obispo de Puebla para que frenara su desarrollo intelectual. Esta
última constituye una fuente de primera mano que permite conocer no sólo detalles interesantes
sobre su vida, sino que también revela aspectos de su perfil psicológico. En ese texto hay mucha
información relacionada con su capacidad intelectual y con lo que el filósofo Ramón Xirau llamó su
"excepcionalísima apetencia de saber", aspecto que la llevó a interesarse también por la ciencia, como
lo prueba el hecho de que en su celda, junto con sus libros e instrumentos musicales, había también
mapas y aparatos científicos.
De menor relevancia resultan otros escritos suyos acerca del Santo Rosario y la Purísima, la Protesta
que, rubricada con su sangre, hizo de su fe y amor a Dios y algunos documentos. Pero también en la
prosa encuentra ocasión la escritora para adentrarse por las sendas más oscuras e intrincadas, siempre
con su brillantez característica, como vemos en su Neptuno Alegórico, redactado con motivo de la
llegada del virrey conde de Paredes.
A causa de la reacción neoclásica del siglo XVIII, la lírica de Sor Juana cayó en el olvido, pero, ya mucho
antes de la posterior revalorización de la literatura barroca, su obra fue estudiada y ocupó el centro de
una atención siempre creciente; entre los estudios modernos, es obligado mencionar el que le dedicó
el gran poeta y ensayista mexicano Octavio Paz. La renovada fortuna de sus versos podría adscribirse
más al equívoco de la interpretación biográfica de su poesía que a una valoración puramente estética.
Ciertamente es desconcertante la figura de esta poetisa que, a pesar de ser hermosa y admirada,
sofoca bajo el hábito su alma apasionada y su rica sensibilidad sin haber cumplido los veinte años. Pero
la crítica moderna ha deshecho la romántica leyenda de la monja impulsada al claustro por un
desengaño amoroso, señalando además como indudable que su silencio final se debió a la presión de
las autoridades eclesiásticas.
Felipe Guamán Poma de Ayala

(Felipe Guamán o Huamán Poma de Ayala; San Cristóbal de Suntuntu, 1534 - Lima, 1615) Cronista
peruano. Dedicado a la enseñanza de la lengua castellana a los indígenas, es autor de una Nueva
crónica (c. 1600), compendio de la historia preincaica del Perú, y de su continuación, Buen gobierno (c.
1615), muestra de las injusticias que los encomenderos y los funcionarios de la corona infligían a los
indios. Concebida como una monumental carta al rey de España, Felipe II, la obra está ilustrada con
dibujos del mismo autor.

Pizarro y Atahualpa en una ilustración

de la Nueva crónica y buen gobierno

Por las noticias autobiográficas contenidas en Nueva crónica y buen gobierno se sabe que era hijo de
Gusmán (o Huamán) Malqui de Ayala y de Juana Curi Oello, hija menor del inca Túpac Yupanqui.
Descendía por lo tanto de los nobles de Huánuco, señores de Chinchaysuyo anteriores a los mismos
incas. Fue educado por su hermano mestizo el padre Martín de Ayala, quien debió de iniciarle en los
estudios clásicos, y trabajó probablemente en la administración. Desempeñó cargos directivos en los
hospitales de Cuzco y Huamanga, y estudió al parecer en estas dos ciudades.

En 1594 o 1595 fue detenido y desterrado por el corregidor de Lucanas, Antonio de Monroy. De esta
suerte el escritor inició una larga serie de viajes que se prolongó durante unos veinte años y que le
permitirían recoger abundante información para su obra; finalmente, en 1613, volvió a Huamanga e
hizo valer sus derechos al puesto de cacique de la provincia. Atacó además la política del corregidor,
por lo que fue nuevamente expulsado. Se dirigió entonces a Lima, con la intención de presentar su
Nueva crónica al virrey.

Perdido durante siglos, el manuscrito de Nueva crónica y buen gobierno fue encontrado en 1908 en la
Biblioteca Real de Copenhague por Richard Pietschmann, quien lo presentó a la comunidad científica
internacional en 1912. Se cree que hubo de ser redactado entre 1567 y 1615, y en su mayor parte
entre 1612 y 1615. En 1936 fue publicado en edición facsimilar al cuidado de Paul Rivet y con una
introducción escrita por Richard Pietschmann. El arqueólogo y antropólogo peruano Julio C. Tello
ensalzó inmediatamente su importancia incomparable: "No existe libro alguno escrito en este período
que pueda competir con él en riqueza de información, clarividencia y valentía del autor para enjuiciar
los acontecimientos de su tiempo".

El título de Nueva crónica y buen gobierno resulta claramente expresivo de las intenciones del autor:
nueva alude a que trae una óptica diferente a las de las crónicas existentes, nunca escritas por indios; y
buen gobierno a su afán por denunciar el mal gobierno del virreinato de esos años, en claro contraste
con las instituciones prehispánicas, pero también con las creencias cristianas y los ideales utópicos del
humanismo europeo.

Su objetivo central es en efecto ofrecer lo que Wachtel llamó la "visión de los vencidos". Conectado a
él, opera el designio de enaltecer lo que realizó en el pasado el hombre andino y de instar a su
participación digna y efectiva en un gobierno realmente justo y acorde con el mensaje evangélico:
sueña con un rey propio para el Perú, aunque jerárquicamente inferior al rey de España, señor de todo
el globo terráqueo. Poma de Ayala adopta, como Bartolomé de Las Casas, una firme actitud
"indianista" e "incaica", la cual, según advierte Estuardo Núñez, revela un vivo espíritu de rebelión y de
justicia, y constituye una franca defensa de los indígenas.

Presentada como una larguísima carta al rey de España, la Nueva crónica reelabora el género cronístico
hasta extremos no conocidos, con la libertad propia de un hombre de gran mestizaje de lecturas y
creencias como es Felipe Guamán Poma de Ayala. Consta de más de mil páginas, embellecidas por
numerosos e ingenuos dibujos, interesantes por sus trajes y por la presencia de símbolos y
perspectivas que expresan la cosmovisión andina. Produce la impresión de una síntesis enciclopédica
que buscara hilvanar en un solo texto lo que hacían por separado las crónicas, los informes, las
demandas de justicia, los tratados sobre política y sobre evangelización, e incluso las utopías al gusto
de humanistas.

La obra resulta de excepcional valor por las noticias que ofrece respecto de la vida anterior al período
incaico, el folklore y las tradiciones y narraciones de la época precolombina. La parte más importante
del libro, en el cual alternan poesías y cantos en pura lengua quechua (cantos y poesías de amor, para
la danza, para la caza, para la recolección de las mieses), se refiere ante todo a la historia de la época
inca y a la de los primeros años de la conquista española. El autor da la biografía de cada emperador y
de sus mujeres, narra sus empresas y habla del régimen, de las leyes, de las condiciones en que vivían
los súbditos, de la religión, de las fiestas y de las indumentarias de un pueblo que había alcanzado un
admirable grado de civilización y de cultura. Guamán Poma de Ayala conoce también los protagonistas
y las noticias referentes a los acontecimientos que se sucedieron en el Perú después de la llegada de
Francisco Pizarro y de los conquistadores. Dejando de lado las posibles incoherencias históricas, la
crónica de Poma de Ayala proporciona nuevos datos sobre el pasado andino y refleja una visión
descarnada de la sociedad colonial organizada en Perú.
Poma se expresa en una lengua que algunos críticos han calificado de bárbara. La Nueva crónica y buen
gobierno está escrita en una prosa híbrida (la cual será reclamada, tres centurias después, por Gamaliel
Churata como mestizaje idiomático a desarrollar) que inserta en el español vocablos y recursos
idiomáticos del quechua, el aymara y el dialecto del Chinchaysuyo: maraña verbal que congenia con el
sincretismo que intenta entre las creencias andinas y la cultura europea y cristiana. Su escritura
trasluce las modulaciones de un escritor bilingüe que habla la lengua del colonizador, pero no quiere
abandonar del todo la propia. Es probable también que el autor reflejara la lengua oral de su tiempo, la
que hablaba la enorme masa de analfabetos que formaban la sociedad indígena. Guamán Poma es, sin
embargo, un hombre ilustrado que no desconocía la tradición y el estilo de las crónicas hispánicas. La
mezcla de registros da a su obra ese tono distanciado y extraño que tanto ha cautivado a sus críticos y
lectores.
Fray Bartolomé de Las Casas
(Sevilla, 1474 - Madrid, 1566) Religioso español, defensor de los derechos de los
indígenas en los inicios de la colonización de América. Tuvo una formación más bien
autodidacta, orientada hacia la teología, la filosofía y el derecho. Pasó a las Indias en
1502, diez años después del descubrimiento de América; en La Española (Santo Domingo)
se ordenó sacerdote en 1512 (fue el primero que lo hizo en el Nuevo Mundo) y un año
después marchó como capellán en la expedición que conquistó Cuba.

Bartolomé de Las Casas

Conmovido por los abusos de los colonos españoles hacia los indígenas y por la
gradual extinción de éstos, Bartolomé de Las Casas emprendió desde entonces una
campaña para defender los derechos humanos de los indios; para dar ejemplo,
empezó por renunciar él mismo a la encomienda que le había concedido el gobernador
de Cuba, denunciando dicha institución castellana como una forma de esclavitud
encubierta de los indios (1514).
Insistiendo en la evangelización como única justificación de la presencia española en
América, propuso a la Corona reformar las Leyes de Indias, que en la práctica se
habían demostrado ineficaces para poner coto a los abusos. Las Casas proyectaba
suprimir la encomienda como forma de premiar a los colonos y replantear la
colonización del continente sobre la base de formar comunidades mixtas de indígenas
y campesinos castellanos (hacia una economía colonial más agrícola que minera);
para la isla de La Española, dado el hundimiento de la población indígena y su
supuesta incapacidad para el trabajo, sugería una colonización enteramente
castellana, reforzada con la importación de esclavos negros africanos (cuya
explotación consideraba legítima, en un exceso de celo por proteger a los indios).

El acceso al trono de Carlos I de España permitió a Las Casas ser escuchado en la corte,


de manera que en 1520 la Corona le encargó un plan de colonización en Tierra Firme
según sus propuestas; pero el proyecto fracasó por la resistencia de los indios, las
represalias de los colonizadores y la mala selección del personal (se enrolaron muchos
participantes en el movimiento de las Comunidades de Castilla, huyendo de la
persecución consiguiente a su derrota); obligado a transigir en los principios para
obtener apoyos locales, acabó por desistir del empeño en 1522.

Por entonces decidió ingresar en la orden dominicana (1523) por motivos religiosos y
estratégicos, pues dicha orden venía defendiendo la dignidad de los indios desde el
comienzo de la conquista, mientras que los franciscanos sostenían el punto de vista de
los colonizadores. En 1537-38 dirigió otra empresa de colonización en Guatemala,
esta vez con más éxito, pues obtuvo el control del territorio por medios pacíficos y
desterró de allí la práctica de la encomienda, aunque el tributo indígena que implantó
en su lugar conducía muchas veces a la servidumbre personal como forma de pago.

Las ideas de Las Casas tuvieron eco en la metrópoli, donde hacia 1540 se desató el
debate sobre los títulos con los que España ejercía el dominio sobre las Indias. De la
misma época data la revisión de la legislación indiana, con la adopción de las llamadas
Leyes Nuevas (1542-43), en las que quedaron reflejados algunos puntos de vista
lascasianos: la consideración de los indios como hombres libres que no podían ser
esclavizados ni sometidos a trabajos penosos y la prohibición de crear nuevas
encomiendas, disolviendo de inmediato las de eclesiásticos y oficiales reales.

En 1543, además, Las Casas fue nombrado obispo de Chiapas (México), aunque la
hostilidad de sus feligreses por sus rigurosas exigencias morales le hizo regresar a
Castilla en 1547 para no volver nunca. Una nueva controversia sostenida con Juan Ginés
de Sepúlveda acerca de la licitud de la guerra contra infieles a los que no se hubiera
dado a conocer el Evangelio (1550) se plasmó en las Instrucciones de 1556, que
exigieron de los colonizadores españoles una actitud pacífica y misional hacia los
pueblos de América aún no conquistados.
Desde 1551 hasta su muerte, Las Casas fue nombrado procurador de indios, con la
misión de transmitir a las autoridades las quejas de la población indígena de toda la
América española. Insatisfecho con lo logrado y dispuesto a seguir luchando (a pesar
de recibir una pensión vitalicia de la Corona), Las Casas publicó en 1552 una serie de
escritos críticos, entre los que se incluía la Brevísima relación de la destrucción de las Indias;
en ella denunciaba los abusos de la colonización española con una amplitud de miras
incomprensible para su época, pero con tal acritud que sería empleada con fines
propagandísticos por los enemigos de los Habsburgo, contribuyendo a engrosar la
llamada «leyenda negra».
Garcilaso El Inca
(Garcilaso de la Vega, llamado El Inca; Cuzco, actual Perú, 1539 - Córdoba, España,
1616) Escritor e historiador peruano. Era hijo del conquistador español Sebastián
Garcilaso de la Vega y de la princesa incaica Isabel Chimpo Ocllo. Gracias a la
privilegiada posición de su padre, que perteneció a la facción de Francisco Pizarro hasta
que se pasó al bando del virrey La Gasca, el Inca Garcilaso de la Vega recibió en
Cuzco una esmerada educación al lado de los hijos de Francisco y Gonzalo Pizarro,
mestizos e ilegítimos como él.

Garcilaso de la Vega el Inca

A los veintiún años se trasladó a España, donde siguió la carrera militar. Con el grado
de capitán, participó bajo el mando de Juan de Austria en la represión de los moriscos de
Granada, y más tarde combatió también en Italia, donde conoció al filósofo
neoplatónico León Hebreo. En 1590, muy probablemente dolido por la poca
consideración en que se le tenía en el ejército por su condición de mestizo, dejó las
armas y entró en religión. Desde su regreso a España había visto reconocido el
derecho a usar su nombre paterno (además de su progenitor, Garcilaso de la Vega, Jorge
Manrique y el marqués de Santillana figuraban entre sus ilustres antepasados); había
frecuentado asimismo los círculos humanísticos de Sevilla, Montilla y Córdoba, y se
había volcado en el estudio de la historia y en la lectura de los poetas clásicos y
renacentistas. Fruto de esas lecturas fue la traducción del italiano que el Inca
Garcilaso hizo de los Diálogos de amor, de León Hebreo, que dio a conocer en Madrid el
mismo año de su retiro.
Siguiendo las corrientes humanistas en boga, Garcilaso el Inca inició un ambicioso y
original proyecto historiográfico centrado en el pasado americano, y en especial en el
del Perú. Considerado como el padre de las letras del continente, en 1605 dio a
conocer en Lisboa su Historia de la Florida y jornada que a ella hizo el gobernador Hernando de Soto,
título que quedó sintetizado en La Florida del Inca. La obra contiene la crónica de la
expedición del conquistador Hernando de Soto, de acuerdo con los relatos que recogió él
mismo durante años, y defiende la legitimidad de imponer en aquellos territorios la
soberanía española para someterlos a la jurisdicción cristiana.

Por el heroísmo allí desplegado y las penalidades sufridas, la historia tenía harto
aliciente para tentar a un escritor. Sorprende, no obstante, que Garcilaso lo eligiese,
él que desconocía en absoluto aquel territorio y poseía en cambio tan directa
información de su país natal, como mostraría después. El mismo Garcilaso se adelantó
a explicarlo: la empresa de Soto le fue referida tan repetidamente por uno de sus
participantes, que decidió exponerla por escrito, para lo que usó, además, de datos
aportados por otros dos testigos. Lo hizo con bastante extensión (un libro por cada
año) y mostró, sobre todo, sus dotes literarias acertando a reflejar la trágica belleza
de aquel heroico intento.

El título más célebre de Garcilaso el Inca, sin embargo, fueron los Comentarios reales. La
primera parte de esta obra se publicó en la ciudad de Lisboa en 1609 y la segunda,
que llevó el título puesto por los editores de Historia general del Perú, fue editada
póstumamente en Córdoba (1617). Los Comentarios del Inca son una mezcla de
autobiografía, reivindicación de su glorioso linaje e intento de dar una visión histórica
del Imperio Incaico, cuya conquista por parte de los españoles había sido uno de los
hitos del proceso colonizador que siguió al descubrimiento de América.
Esta conjunción de argumentos de diverso interés ha originado una larga polémica
acerca de la verosimilitud histórica de los datos aportados por el Inca Garcilaso en sus
escritos, cuyas fuentes abarcan desde los recuerdos personales hasta las crónicas
de Pedro Cieza de León, Agustín de Zárate y José de Acosta. En cambio, desde el punto de
vista meramente literario, su prosa está considerada como una de las más elevadas
manifestaciones de la lengua castellana y como una referencia inexcusable en la
formación de una tradición literaria latinoamericana.
La primera parte de los Comentarios Reales (1609) aborda la historia y la cultura de los
incas, enalteciendo que el Cuzco fue "otra Roma", rebatiendo a quienes trataban de
"bárbaros" a los indígenas peruanos. Su visión providencialista distingue un tiempo
salvaje, anterior a la misión civilizadora de los incas; con éstos, en cambio, se instaló
una etapa de alta civilización, a la cual los españoles debían perfeccionar con la
evangelización, igual que Roma fue cristianizada en el Viejo Mundo.
La segunda parte (la Historia General del Perú) enfoca la conquista, vista como gesta
épica; el problema es que la conquista debió culminar en la cristianización del Perú,
pero "la labor del demonio" azuzó los pecados capitales de los españoles,
conduciéndolos a las guerras civiles, a la destrucción de sabias instituciones incaicas y
a la política toledana adversa a indios y mestizos.
Artísticamente, el Inca Garcilaso de la Vega combinó hábilmente recursos de la
epopeya, la utopía (género platónico de gran cultivo entre humanistas) y la tragedia.
Epopeya y utopía se ligan y refuerzan hasta la mitad de La Florida y los Comentarios,
anunciándose entonces la tragedia que termina precipitándose conforme se acerca el
final de ambas crónicas. A pesar de esos finales desastrados, Garcilaso mira
esperanzado el futuro, como claramente se manifiesta en la dedicatoria de la segunda
parte de los Comentarios.
Escritos a partir de sus propios recuerdos de infancia y juventud, de contactos
epistolares y visitas a personajes destacados del virreinato del Perú, los Comentarios
Reales constituyen, pese a los problemas de sus fuentes orales y escritas y a las
incongruencias de muchas fechas, uno de los intentos más logrados, tanto conceptual
como estilísticamente, de salvaguardar la memoria de las tradiciones de la civilización
andina. Por esta razón es considerada su obra maestra y se la ha reconocido como el
punto de partida de la literatura hispanoamericana.
Gonzalo Fernández de Oviedo
(Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés; Madrid, 1478 - Valladolid, 1557) Historiador,
cronista de Indias y administrador español. En 1497 marchó a Italia, donde
desempeñó diversos oficios, a través de los cuales conoció a artistas como Leonardo da
Vinci y Miguel Ángel Buonarroti, y se distinguió como militar en diversas guerras. Tras una
breve estancia en España, marchó a las Indias en 1513 con la expedición de Pedrarias
Dávila, gobernador de Castilla del Oro. Una vez allí, ejerció los cargos de veedor de
las fundiciones del oro y escribano real. Su obra más famosa fue Historia general y natural
de las Indias, en la que describe el descubrimiento y la colonización de las Indias
americanas desde la óptica de un minucioso observador de la naturaleza y las
costumbres del Nuevo Mundo. En sus memorandos se reveló como un firme defensor
de los conquistadores y un encarnizado enemigo de los indígenas. También fue autor,
entre otras, de la novela de caballerías Don Claribalte, de 1519, y de las Quincuagenas de
la nobleza de España, de 1555, que constituyeron un fiel informe sobre la nobleza.

Portada de la Historia general y natural de las Indias,


de Gonzalo Fernández de Oviedo
Educado en la casa de un discípulo apasionado por las humanidades de Pietro Martine
d'Anghiera, Alonso de Aragón, estuvo durante algún tiempo a su servicio. Fue luego
mozo de cámara de don Juan, hijo de los Reyes Católicos, para quien escribió El libro de la
Cámara real del Príncipe don Juan. Muerto el príncipe don Juan (1497), Gonzalo Fernández
de Oviedo marchó a Italia con Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, de quien fue
secretario en España. En 1502 volvió a la patria y luego combatió en el Rosellón.
En 1513 tomó parte en la expedición de Pedrarias Dávila al Darién como "veedor de la
fundición del oro". Al regreso de América marchó a Flandes y posteriormente se dirigió
al reino de Nápoles. En 1520, nombrado gobernador del Darién, marchó de nuevo a
América; en 1523 regresó a España con Diego Colón. Fernández de Oviedo estuvo
además en Santo Domingo en 1532 y 1536. Nombrado en 1549 regidor perpetuo
luego de haber sido alcalde, permaneció allí hasta el mes de junio de 1556, y por su
sentido de la justicia fue apreciado por los indígenas.
De nuevo en España, hizo imprimir el vigésimo libro de su Historia, primero de la
segunda parte, y no mucho después murió a causa de fiebres contraídas en América.
Dejó inédito el resto de su obra, que tenía intención de completar ulteriormente con
una cuarta parte enriquecida con la documentación de hechos a los cuales atribuía
valor de experiencia directa y personal.
Obras de Gonzalo Fernández de Oviedo
Fernández de Oviedo combinó el modelo historiográfico renacentista con la
experiencia vivida, iniciando la forma peculiar de las crónicas del Nuevo Mundo. Buen
conocedor del humanismo italiano, tuvo especiales dotes para la observación de los
hechos naturales. Viajó a América como funcionario real en la expedición de Pedrarias
Dávila y, cobijado por las ideas de un cristianismo mesiánico, discrepó profundamente
con Bartolomé de las Casas respecto de las formas de dominar esas tierras. En sus
sucesivos viajes a América, con el cargo de veedor, gobernador o cronista,
desempeñó tareas administrativas y dedicó parte de su tiempo a compilar información
historiográfica.
Redactó así un Sumario de la natural historia de las Indias publicado en Toledo en 1526, y
después la primera parte de la enciclopédica Historia general y natural de las Indias, cuyos
primeros diecinueve libros aparecieron en 1535. Nombrado cronista de las Indias,
siguió trabajando en la obra sin llegar a verla concluida; se trata, en sentido estricto,
de la primera historia de la América española. Consta de tres partes, de las que la
primera apareció en Sevilla en 1535 y las otras dos en 1551-59. La primera parte
narra el descubrimiento y colonización de las Indias propiamente dichas, la segunda
cuenta la conquista de México y la tercera la conquista del Perú y de las demás
tierras, abarcando así el período comprendido entre el descubrimiento de América y el año
1523.
Ilustraciones de la Historia general y natural
de las Indias: casas de los taínos y armadillo

Los cincuenta libros que forman la Historia general y natural de las Indias ofrecen al lector,
además de la narración de los hechos, una serie de informaciones geográficas y
etnográficas sobre el Nuevo Mundo, que revelan en Oviedo a un observador agudo y
curioso de los aspectos de la naturaleza, tales como la flora, la fauna y las costumbres
de los indígenas. Aunque, por orden de Carlos V, los distintos gobernadores de la
América española proveyesen al escritor de todos los documentos requeridos y
aunque tampoco careció de la docta asistencia del gran geógrafo Juan Bautista
Ramusi, la obra resulta más prolija que completa, debido a las pocas dotes de síntesis
de su autor.
La Historia general y natural de las Indias, que siguió los lineamientos de Plinio el Viejo, fue la
primera catalogación de la fauna y flora americanas. Aunque sirvió para transmitir a
los lectores europeos (la obra se tradujo rápidamente a otras lenguas) la peculiaridad
y la grandeza del continente, también sembró las confusiones más duraderas sobre la
naturaleza del Nuevo Mundo. El autor no parecía simpatizar con los nativos, a los que
veía crueles y hasta degenerados, pero en los últimos tramos de su escritura se
aprecia un cambio de percepción. En ellos dejó constancia de las atrocidades que se
cometían al transformarlos en bestias de carga o, peor aún, en comida.
Estilísticamente es notable la ausencia deliberada de todo exceso retórico, vicio que
critica en otros historiadores de su tiempo. La Historia recoge también la Relación del
nuevo descubrimiento del famoso río grande de las Amazonas de Gaspar de Carvajal, que recorrió
estos parajes con Francisco de Orellana.
Autor muy prolífico, Gonzalo Fernández de Oviedo incursionó incluso con Don
Claribalte (1519) en la novela de caballerías, género que sería parodiado por Miguel de
Cervantes en Don Quijote de la Mancha. Escribió asimismo numerosos libros históricos y de
carácter cortesano, como el titulado Batallas y quincuagenas (1550), las Reglas de la vida
espiritual y secreta teología (1548), el Tratado general de todas las armas (1551), y el Libro de
linajes y armas (1552). Su obra revela el conocimiento de muchos y variados
autores: Ptolomeo, Aristóteles, Plinio, Cicerón, Ovidio, Vitruvio, San Agustín y Petrarca, cuya
tierra, junto con las correspondientes costumbres, evoca a veces en las descripciones
americanas.

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