Apuntes Modernismo y Generación 98

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EL MODERNISMO Y LA GENERACIÓN DEL 98

En la encrucijada entre el siglo XIX y XX, se vivió en occidente un periodo de crisis


intelectual y social. En España, se sumó al malestar creciente por lo poco que la Restauración hizo
para resolver los graves problemas del país. Tras el llamado desastre del 98, a Sagasta le sucedió en
el gobierno el nuevo líder conservador, Silvela. Tras una sucesión rápida de gobiernos, la dimisión
(1904) de Antonio Maura puso el punto final al vano intento de regenerar España “desde arriba”. La
Restauración estaba dejando muestras de un agotamiento que aún se prolongaría un cuarto de siglo
más. En ese contexto, y dentro del ámbito literario, el deseo de renovación, general entre los jóvenes,
se manifestó de dos modos diferentes: unos recurrieron al refugio del arte, el refinamiento y la
fantasía, como ya hicieron muchos románticos, para huir de la realidad. Otros prefirieron mostrar
directamente su descontento, presentando de forma crítica la sociedad en que vivían, ridiculizando
sus contradicciones y emprendiendo, frente a la falsedad de su mundo, la búsqueda de lo “auténtico”.
Los primeros fueron los modernistas; los segundos constituyeron la llamada generación del 98.

Recibe el nombre de Fin de Siglo un periodo de límites difusos marcados por el


cuestionamiento de los valores sobre los que se había asentado la sociedad burguesa. Todos los
movimientos artísticos y literarios nacen de un clima espiritual común, cuyos rasgos son el
sentimiento antiburgués; el esteticismo, que se basa en el ideal del “arte por el arte”; el
irracionalismo, ya presente en el Romanticismo; el antipositivismo; el hastío, como consecuencia
de la imposibilidad de encontrar un sentido a la vida; la evasión y el decandentismo, que toma la
exquisitez y el artificio como formas de defensa frente al mundo.

El modernismo, como movimiento literario, comenzó a finales del siglo XIX en


Hispanoamérica. De allí, donde se expandió por todos los países, pasó a España. Fue esta la primera
ocasión (pero ya no la última) en que un movimiento literario siguió este curso, de modo que, en
cierto sentido, puede entenderse como la emancipación literaria del continente americano respecto a
su antigua metrópoli. Sin embargo, Juan Ramón Jiménez, en un artículo de 1935, afirmaba que “el
modernismo no fue solamente una tendencia literaria: el modernismo fue una tendencia general “que
“alcanzó a todo”. Se manifestó en el arte, la ciencia, la religión y la política.

El modernismo fue un movimiento ecléctico, que bebió de fuentes diversas. Entre ellas, y
además de los poetas posrománticos de diversa procedencia (E.A.Poe, W.Whitman, Bécquer...),
destacan dos movimientos franceses contemporáneos: el parnasianismo y el simbolismo. Del
primero, en el que destacó Théophile Gautier, toma la concepción del arte literario como creación de
belleza, el recurso a motivos clásicos y exóticos, y el estilo rico y elegante. Del simbolismo, en el que
brillaron autores como Charles Baudelaire, Paul Verlaine o Arthur Rimbaud, adoptan la concepción,
heredada del Romanticismo, del poeta como médium con sensibilidad capaz de captar los mensajes
ocultos en el mundo real y transmitirlos, con imágenes llenas de sugestión (símbolos), a los demás.

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Los temas frecuentados por los modernistas revelan el rechazo del presente a través de la
evasión (a ambientes exóticos, cosmopolitas, al pasado) y del refugio en la intimidad. También
aparece el desencanto y el dolor por la existencia, propios del decadentismo.

En cuanto al estilo, la búsqueda de la belleza queda manifiesta en la utilización de una lengua


llena de sensorialidad y riqueza expresiva, empleando un léxico rico y sonoro, recursos fónicos
variados e imágenes, sinestesias y símbolos frecuentes. La métrica se renueva, rescatando formas
antiguas (como los versos alejandrinos o la versificación por pies métricos) y experimentando con
otras nuevas, siempre con un marcado sentido musical.

El género preferido por los modernistas fue la lírica (en verso, pero también en prosa), aunque
también compusieron teatro y narraciones.

Precursor del movimiento fue el cubano José Martí, pero el guía indiscutible fue el
nicaragüense Rubén Darío. Además de ellos, en Hispanoamérica destacaron el argentino Leopoldo
Lugones, el colombiano José Asunción Silva o el mexicano Amado Nervo. En España, Francisco
Villaespesa, Eduardo Marquina, Manuel Machado, y, con trayectoria personal parcialmente
vinculada al movimiento, Antonio Machado, Valle-Inclán, y Juan Ramón Jiménez.

La que se conoce como generación del 98 (escritores españoles nacidos entre 1860 y 1875)
es, realmente, un pequeño grupo que se dio a conocer a finales del siglo XIX y desarrollaron lo
fundamental de su creación a lo largo de las primeras décadas del siglo XX. La componen Unamuno,
el mayor y, en cierto sentido, cabeza intelectual del grupo; Azorín, Baroja y Ramiro de Maeztu (que
formaron el que llamaron “grupo de los tres”) y, solo en cierto sentido o etapa, Antonio Machado y
Valle Inclán. El nombre de la generación, inventado por Azorín, refleja, por alusión a la fecha de la
pérdida de las últimas colonias españolas (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), la preocupación que estos
autores sintieron y manifestaron por España y la crisis sociopolítica que vivía. Con el cultivo y
renovación de la literatura quisieron enfrentarse a ella.

Los autores de la generación del 98 cultivaron con preferencia (aunque no exclusivamente)


géneros en prosa, especialmente narración y ensayo, y compartieron en sus obras temas y estilo. En
cuanto a los primeros, destaca la ya mencionada preocupación por España, que se cifra especialmente,
tras su arranque de rebeldía, en la búsqueda de sus raíces, en la descripción de sus tierras, sobre todo
de Castilla, y en la indagación en su pasado. De este, les interesa especialmente lo que Unamuno
llamó “intrahistoria”, es decir, la vida cotidiana, mentalidad y costumbres de las gentes anónimas. A
esta serie de temas, se suman los de tipo existencial, como la falta de sentido o ilusión por la vida.
Surge, en este momento, la figura del intelectual, entendido como una voz crítica, independiente y
prestigiosa que, por la solidez de sus opiniones, vertidas generalmente en la prensa diaria, se convierte
en una referencia para la sociedad.

Respecto al estilo, si bien muy diferente en cada uno, tienden a la sencillez, a la austeridad,
sobre todo, comparándolo con el de los modernistas. A pesar de ello, es rico, por ejemplo, en
vocabulario; especialmente por el uso de palabras olvidadas que rescatan (“terruñeras”, les llaman).

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A esto suman su admiración por los clásicos y la expresión de lo subjetivo por medios diversos, con
vehemencia en algunos casos (en Unamuno, por ejemplo) y que entronca con el idealismo romántico,
frente a la objetividad característica del Realismo y del Naturalismo. Para estos autores, la conciencia
o la percepción de la realidad que tiene el yo es más importante que el mundo exterior.

A continuación, nos detendremos brevemente en varios de los autores de ambos movimientos.

Rubén Darío (1867-1916), el gran maestro del modernismo, destaca por su riqueza expresiva,
su esteticismo extremo y por una portentosa habilidad métrica. En su obra, si bien suele inclinarse a
la ornamentación y la musicalidad parnasianas, se aprecia una evolución desde el refinamiento lleno
de ensoñación de Azul (1888), en cuya obra el color azul se asocia con lo ideal, el sueño, el misterio,
el espíritu o, en último caso, con la propia poesía. El erotismo es el tema fundamental de su obra
poética Azul, y se concibe como una manera de trascender el tiempo y lo terrenal. El refinamiento de
su obra llega a su madurez en Prosas profanas a través del escapismo, el erotismo, el símbolo del
cisne y la creencia en la armonía oculta del universo, hasta el abandono del escapismo en torno a la
reflexión existencial y a la reivindicación de lo español en Cantos de vida y esperanza (1905). (Tema
14, pág.149)

Antonio Machado (1875-1939) comenzó su trayectoria poética dentro de la estética


modernista, con influencia directa del simbolismo francés. Así sucede en Soledades (1903)
transformada luego en Soledades. Galerías. Otros poemas (1907). En esta obra, Machado, a través
de unos poemas llenos de símbolos y ensoñación, revela estados de ánimo de profunda melancolía y
cansancio vital prematuro. Los elementos del paisaje se cargan de valor simbólico para expresar el
estado de ánimo del yo; la tarde representa la desilusión, la melancolía; la fuente o la noria, las
ilusiones o esperanzas. En su obra siguiente (Campos de Castilla, de 1912), Machado sale de su
interior para mirar su entorno y mostrar, de modo entrañable pero crítico, las gentes y las tierras de
Castilla (de Soria, sobre todo, donde vivió y conoció el amor). En la segunda edición de este libro se
incluyeron poemas que recogían el dolor por la muerte de Leonor, su joven esposa, y otras nuevas
inquietudes, más filosóficas, además del mundo social de Andalucía, donde vivió (en Baeza) entre
1912 y 1919. Con nuevos poemas que desarrollan sus orientaciones anteriores, especialmente la
reflexiva, compone Nuevas canciones (1924), y la reflexión sobre la inexistencia o el silencio de Dios
en poemas como “Anoche cuando dormía”. En sus últimos años, su pensamiento y su preocupación
cívica (clara y creciente, en el contexto de la Segunda República y de la Guerra Civil) dieron lugar a
los textos en prosa que escribió bajo el heterónimo “Juan de Mairena”, recogidos en un libro titulado
con ese mismo nombre. (Tema 14, pág.153)

Miguel de Unamuno (1864-1936), la figura guía del 98, fue tanto filósofo como literato. Sus
obras más conocidas son los ensayos y las novelas, pero también escribió teatro y poesía; y todas ellas
son vehículos en las que Unamuno materializa sus inquietudes. En especial, “su” tema: el doloroso
conflicto entre la necesidad de creer en la vida tras la muerte (lo único que daría trascendencia a la
vida mortal) y la incapacidad de la razón para admitirla; conflicto provocado por la enfermedad y
muerte de uno de sus ocho hijos en 1897. A él se suma la vivencia, también dolorosa, de la realidad
española. Del primero tratan sus ensayos Del sentimiento trágico de la vida o La agonía del
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cristianismo. De España, En torno al casticismo, en el que muestra ser partidario de europeizar
España, aunque más tarde se decante por “españolizar Europa”. En Vida de don Quijote y Sancho,
Unamuno recrea la figura de don Quijote en quien ve representados los principios que caracterizan el
alma española: el idealismo o el desdén hacia la razón, que se oponen al materialismo y al sentido
práctico de la civilización burguesa.

Como narrador, emprende un camino personal en 1902, con Amor y pedagogía, donde ya se
apreciaban algunas de las novedades que se consolidarían en Niebla, de 1914, a la que calificó como
“nivola”, dando a entender que no se sujetaba al molde de lo que entonces se entendía por novela, y
que era, esencialmente, la novela realista. “Nivolas” (centradas en el conflicto interior del personaje),
serán también las escritas desde entonces, como Abel Sánchez (1917), La tía Tula (1921) o San
Manuel Bueno, mártir (1930). Lo peculiar de las nivolas es la abundancia de diálogos y monólogos,
la casi ausencia de narración y la preeminencia de la reflexión, pues, en definitiva, son obras que,
como todas las de Unamuno, pretenden “despertar conciencias”, inquietar y abrir interrogantes sobre
la existencia. Y eso lo hace, en todos los géneros, con un vibrante estilo lleno de paradojas y juegos
de palabras. (Tema 15, pág. 163).

Pío Baroja (1872-1956) fue, por el contrario, puro y torrencial narrador. En sus numerosas
novelas se aprecia el impulso incontenible de acumular anécdotas, personajes y vidas, de modo que
se convierten en lo que se llama “novelas río”, su estructura es abierta, pues las acciones forman unos
episodios aparentemente inconexos. En las historias de Baroja, los personajes oscilan entre la fiebre
de la acción y la abulia, y son, por lo general, marginales, asociales y pesimistas: en ellos se plasma
el pesimismo, pero también el afán de libertad, de Baroja. Agrupó sus novelas en trilogías, a veces
por unidad argumental y otras por mera relación temática. Del primer tipo fue La lucha por la vida
(compuesta por La busca, Aurora roja y Mala hierba); del segundo, Tierra vasca (en la que destaca
Zalacaín el aventurero) La raza (con El árbol de la ciencia) o El mar (con Las inquietudes de Shanti
Andía). A ellas hay que sumar los veintidós volúmenes de Memorias de un hombre de acción,
recorrido por la historia española del siglo XIX, siguiendo la vida de un antepasado suyo, Eugenio de
Aviraneta, varios libros de relatos y su extensa autobiografía Desde la última vuelta del camino. El
caciquismo es uno de los ejes de César o nada, cuyo protagonista, César Moncada, se enfrenta en
vano a don Calixto, cacique de un pueblo imaginario de Zamora. (Tema 15, pág.161).

Azorín (pseudónimo de José Martínez Ruiz, 1873-1967) escribió novelas de tenue hilo
narrativo. La reflexión de los personajes y, sobre todo, la contemplación, son su materia prima. Por
ello, las descripciones, casi impresionistas, son constantes. En sus obras, el hastío se relaciona con el
desconcierto vital y la abulia que devoran a algunos de sus personajes como el narrador protagonista
de Diario de un enfermo. El tiempo mismo, su fugacidad, su repetición, es preocupación constante
para el autor, como se aprecia en los leves argumentos de sus novelas (las autobiográficas La voluntad
y Antonio Azorín, o las de recreación Doña Inés o Don Juan) pero también en sus ensayos (como
Castilla, o Al margen de los clásicos). El estilo de Azorín es de palabra precisa y frase breve, de
estudiada sencillez. (Tema 15, pág.159).

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Ramón del Valle-Inclán (1866-1936), narrador, dramaturgo y poeta, comenzó en la estética
modernista, y en su vertiente más próxima al parnasianismo. Su poesía, agrupada en Claves líricas,
incluye los siguientes libros: Aromas de leyenda (1907) poemas ambientados en una Galicia arcaica,
religiosa y rural; La pipa de Kif (1919) poemario en el que se encuentran ejemplos de la deformación
propia del esperpento, y finalmente, El pasajero (1920) que reúne diversos motivos del simbolismo
y el decandentismo.

En la tetralogía narrativa de sus Sonatas construye un mundo lleno de sensualidad mórbida,


lujo y decadencia. En él transcurren los amores del que fue su alter ego a lo largo de casi toda su
obra, el Marqués de Bradomín. Este fue también el protagonista de su trilogía La guerra carlista, en
la que la realidad cobra un tono más oscuro y hace aparición la barbarie de la guerra y la
deshumanización de los combatientes. Esa trilogía forma parte de la transición al nuevo tipo de
creación que denominó “esperpento”. Ese es el nombre de la nueva estética de Valle, en la que,
apartado definitivamente del modernismo, adoptaba una expresión mucho más desgarrada, para
tratar, de modo duramente crítico, y con una deformación propia de la caricatura, la realidad
sociopolítica española. Formulado en su pieza teatral Luces de bohemia (1920), obra en la que
considera la brutalidad de las fuerzas del orden como una lacra de la sociedad española, el esperpento
se plasmó en obras teatrales como la trilogía Martes de Carnaval y también en novelas como Tirano
Banderas o la serie inacabada El ruedo ibérico (La corte de los milagros, ¡Viva mi dueño!...) o en
otras. Las preocupaciones de este periodo serían, como en A. Machado, las que avalarían su inclusión
en la generación del 98. (Tema 15, pág.165)

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