Gregorio Reynolds

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GREGORIO REYNOLDS

PANTEÍSMO
Gregorio Reynolds

Nació el 6 de noviembre de 1882 en Sucre, Bolivia.

Fue poeta, diplomático y traductor, considerado uno de los máximos exponentes del
movimiento modernista en las letras bolivianas de la primera mitad del siglo XX. Fue
doctor en Letras, tuvo el cargo de rector y doctor honoris causa de la Universidad
de San Francisco Javier, en Chuquisaca, y también se desempeñó en algunos cargos
diplomáticos. Es autor de una extensa y fecunda obra lírica constituida por dieciocho
poemarios. Entre sus primeros poemarios se encuentran Quimeras (1915) y El cofre
de Psiquis (1918), de este último resaltan poemas como «La llama» y «Aquellas
noches». En 1923 publicó Horas turbias; en 1925, Redención; y, en 1935, Prisma.

Falleció el 13 de junio de 1948 en La Paz.


Panteísmo
Gregorio Reynolds

Christopher Zecevich Arriaga


Gerente de Educación y Deportes
Juan Pablo de la Guerra de Urioste
Asesor de educación
Doris Renata Teodori de la Puente
Gestora de proyectos educativos
María Celeste del Rocío Asurza Matos
Jefa del programa Lima Lee
Editor del programa Lima Lee: José Miguel Juárez Zevallos
Selección de textos: María Grecia Rivera Carmona
Corrección de estilo: Margarita Erení Quintanilla Rodríguez
Diagramación: Ambar Lizbeth Sánchez García
Concepto de portada: Melissa Pérez García
Editado por la Municipalidad de Lima
Jirón de la Unión 300, Lima
www.munlima.gob.pe
Lima, 2020
Presentación

La Municipalidad de Lima, a través del programa


Lima Lee, apunta a generar múltiples puentes para que
el ciudadano acceda al libro y establezca, a partir de
ello, una fructífera relación con el conocimiento, con
la creatividad, con los valores y con el saber en general,
que lo haga aún más sensible al rol que tiene con su
entorno y con la sociedad.

La democratización del libro y lectura son temas


primordiales de esta gestión municipal; con ello
buscamos, en principio, confrontar las conocidas
brechas que separan al potencial lector de la biblioteca
física o virtual. Los tiempos actuales nos plantean
nuevos retos, que estamos enfrentando hoy mismo
como país, pero también oportunidades para lograr
ese acercamiento anhelado con el libro que nos lleve
a desterrar los bajísimos niveles de lectura que tiene
nuestro país.

La pandemia del denominado COVID-19 nos plantea


una reformulación de nuestros hábitos, pero, también,
una revaloración de la vida misma como espacio de
interacción social y desarrollo personal; y la cultura
de la mano con el libro y la lectura deben estar en esa
agenda que tenemos todos en el futuro más cercano.

En ese sentido, en la línea editorial del programa, se


elaboró la colección Lima Lee, títulos con contenido
amigable y cálido que permiten el encuentro con el
conocimiento. Estos libros reúnen la literatura de
autores peruanos y escritores universales.

El programa Lima Lee de la Municipalidad de Lima


tiene el agrado de entregar estas publicaciones a los
vecinos de la ciudad con la finalidad de fomentar ese
maravilloso y gratificante encuentro con el libro y
la buena lectura que nos hemos propuesto impulsar
firmemente en el marco del Bicentenario de la
Independencia del Perú.

Jorge Muñoz Wells


Alcalde de Lima
PANTEÍSMO
Panteísmo

Yo quiero de tus lágrimas el póstumo tributo,


en gracia de lo mucho que por tu amor sufrí,
el día en que siguiéndome con paso irresoluto
al campo santo vayas para volver sin mí.

Al convertirme en árbol, te ofreceré mi fruto.


Será mientras exista mi sombra para ti.
Después, cuando a mi vera, cual mármol impoluto
reposes, mis raíces han de abrazarte allí.

Bajo mi savia —¡oh, virgen!— tu carne toda en germen,


ha de surgir de nuevo con todos los que duermen
en subterráneo génesis el sueño vegetal.

Y al envolver mi tronco tu floreciente traje,


arriba, luminosas, en el etéreo viaje,
daránse nuestras almas el beso sideral.

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En la mirada de hidalgo

En la mirada de hidalgo austero


fulge —reflejo de un dolor arcano—
la excelsitud del pensamiento humano
que anhela conocer lo venidero.

Ansia de hallar el místico sendero


de la serenidad. ¡Con qué desgano,
como una flor de cera está la mano
puesta en el corazón del caballero!
Tal vez bajo esa mano enflaquecida
por la tenacidad del sufrimiento,
tal vez bajo esa mano hay una herida.

Del caballero el padecer perdura


plasmado en su semblante macilento
y en la grave actitud de su figura.

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La llama

Inalterable, por la tierra avara


del altiplano, luce la mesura
de su indolente paso y su apostura,
la sobria compañera del aymara.

Parece, cuando lánguida se para


y mira la aridez de la llanura,
que en sus grandes pupilas la amargura
del erial horizonte se estancara.

O erguida la cerviz al sol que muere,


y de hinojos, oyendo el miserere
pavoroso del viento de la puna,

espera que del ara de la nieve


el sacerdote inmaterial eleve
la eucarística forma de la luna.

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Menta

En el viejo sofá
de terciopelo verde,
lloras por algo que has perdido
para siempre.

Desde afuera la luna crispa un gesto


de burla, triste y verde.

En un tosco jarrón desportillado,


llenas de tedio mueren
algunas flores, todavía
las hojas están verdes.

De la esmeralda de anillo
saltan reflejos verdes;
fosforescencia de luciérnagas
de un tremedal con hálito de peste.

El hielo que ha quedado en las copitas


se ha teñido de verde.

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Un distante violín de radio raspa
una sonata verde
que estira en trémolos de angustia
sus rechinantes erres.

Hasta tus ojos —selva, mar, cielo de ocaso—,


verdes,
están como escarchados de veneno
de serpiente.

La cara de clown de la luna


tras las nubes, de pronto, se pierde.

Cual en los versos lánguidos


del cojo satírico celeste
la lluvia va tras los cristales
de la ventana, verdes,
tejiendo —araña del fastidio—
su interminable velo leve.

Te hallas tan cerca de mí: tan cerca te hallabas,


que te siento muy lejos, casi ausente.

Ya para mí —¡qué cosa horrenda!—;


ya para mí no eres

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lo que hasta hace poco rato fuiste:
la primavera verde;
la ilusión, la esperanza, el amor férvido
y el pregusto del máximo deleite,
sino la decepción irremediable,
la fruta verde
que destempla los nervios
con su acidez algente.

Mi alma se diluye
en la bruma de ajenjo del ambiente,
en el verdor amargo, glauca nébula
de morbidez que nos envuelve.

Alucinante Salomé, trompo de coágulos


en mi cerebro gira el hada verde.

Todas las cosas vistas y soñadas


son verdes, verdes, verdes, verdes,
colibríes, cantáridas, relámpagos,
profundas noches verdes,
ojos de los jaguares y las víboras
bajo los árboles silvestres
verdosas facies de los perseguidos

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por el delirium tremens,
cadáveres lamidos por las llagas
de la penumbra verde,
esqueletos con musgo, fuegos fatuos,
larvas de pesadilla, blandos vermes,
viejos estanques con nenúfares,
tumbas rodeadas por cipreses,
cobriza herrumbre de los cofres
en las basílicas solemnes,
sombras que tiemblan con verdor de azufre,
fantasmas lívidos que encienden
amarillentos cirios
de tenebrario... Miserere!

Me hundo como un náufrago


en el vórtice verde:
tirabuzón de cefalalgia,
venas en raudo palpitar de fiebre.

No quiero que me veas,


ni quiero verte,
mujer de menta helada,
fascinador abismo verde.

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Cronos

Viejo reloj de cuco del estante,


al oírle evoqué mi tarambana
vida de niño, tanto más cercana
en el recuerdo, cuanto más distante.

Amenguó mi sufrir perseverante


y distrajo la murria cotidiana
ese viejo reloj de filigrana
que para siempre se paró un instante.

¡Oh, pulsación del tiempo! Sus latidos


no me hablarán ya más de los floridos
días de ayer. Mi corazón desea,

péndulo del dolor, —aciaga suerte—,


que el ritmo arcano de mi sangre sea
detenido de pronto por la muerte.

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A un cadáver

«Todos morir habemos. Hasta mañana hermano»,


musita el Egoísmo. Le comprendes quizás…
Cruza tus manos rígidas sobre el signo cristiano,
Y, transido de miedo, se te pone detrás.

Y con rumbo a la fosa, bostezo del arcano


que pronto ha de cerrarse para siempre jamás,
con rumbo al tenebroso dominio del gusano,
adonde iremos todos, con otros pies te vas.

Tu sangre corrompida –la vida está en la muerte,


en el crisol enorme que todo lo convierte—
será purificada debajo de una cruz.

Nutrirá las raigambres del rosal y la encina,


y luego, en las alturas, en conjunción divina,
será efluvio tu carne y tu espíritu luz.

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EL ENVIDIOSO

Es el áspid del odio, repulsivo,


porque lo grande de la vida ajena
va gravitando en él como una pena
que enturbia en bilis su mirar furtivo.

Rencoroso, se ensaña sin motivo


en la reputación del que envenena.
Tiene el feroz instinto de una hiena
y la torva humildad de un perro esquivo.

Felón, rehuye toda franca lidia;


si está frente a su víctima, la alaba
en frases que son dardos de perfidia;

para herir mansalva, va de hinojos,


eludiendo el mirar, porque su baba
le sube amargamente hasta los ojos.

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CONFORMIDAD

Sin razón y sin rumbo, llevé mi andar


de anhelos desdeñados, por eso estoy
cansado del camino por el que voy
y sin saber adónde podré arribar.

Para sudario tengo —pobre juglar—


harapos de oropeles de ensueños… Hoy,
sin fúnebres guirnaldas y sin convoy,
quisiera que me lleven a descansar.

Tesoros de utopías mi alma sonámbula


ha entregado a la vida, vieja funámbula
que me ha ganado al juego mi corazón.

Y por eso a la vera de este sendero,


maltrecho y resignado la muerte espero.
¿No será la suprema desilusión?

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To be or not to be

Esta mansión de la demencia insomne,


este castillo de Elsinor tan tétrico,
y el cadáver de Ofelia entre dos aguas,
flotando como un loto del ensueño,
son fuerzas integrantes contrapuestas:
la vida y la ilusión: humano nexo.

La vida es noria que no va arrastrando


en su girar perpetuo,
y la ilusión refugio del espíritu,
celeste alcázar para el arte excelso.

Somos urgencias corporales


en corporales ajetreos,
y neuronas: finísimas antenas
para captar la voz del universo.

¡Esta vida tan dura,


con tantas muertes dentro;

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cariños, esperanzas, inquietudes
entre tantos despojos del recuerdo,
flores, marchitas flores,
amores que pasaron con el ciento!

Esta vida interior tan opresora,


tan escondida y sin objeto!

II

En altas horas de la noche,


con qué grave recato en torno nuestro
se van acumulando los fantasmas
de los dominios del misterio.
Está vibrando, está vibrando
la arcanidad en el silencio:
Tictac de los relojes y del pulso,
monotonía de seguir corriendo
circularmente hasta pararse
de súbito en el centro.

Nos va atrapando hasta el martirio


la pegajosa nébula del tedio,
esa tela de araña sutilmente

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formada como el velo
de Penélope —ausencia— en su constante
tejer y destejer, tejer de nuevo.
Continuo, taladrante, irresistible,
penetra hasta los sesos
ese diabólico tornillo
del mismo pensamiento.
La idea fija inexorablemente
se incrusta en el cerebro.

Las altas horas de la noche pasan


sobrellevadas con el miedo
de quedarnos dormidos soportando
la pesadumbre de los malos sueños:
estrechas perspectivas de suburbio,
paisajes solitarios, plúmbeos cielos,
ríos de aceite diáfano,
anchos y tibios, hondamente quietos.
Aparición insólita y siniestra
de seres mudos, torvos, impertérritos,
que nos aterran y fascinan
tan solo con su aspecto:
la sensación de angustia en la inminencia
del estrangulamiento,

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y el intentar zafarse del peligro
y no poder mover siquiera un dedo,
y no poder gritar, y la pavura
que debe de sentir el cataléptico
al congelarse en el espanto
la crispatura del cabello…
Y la espada de luz de la alborada
que decapita al monstruo del desvelo:
la luz, la luz del sol que nos libera
del opresor aliento.
¡Ah, las sufridas, insufribles horas
de calofrío y bostezo!

III

Está en nosotros Hamlet, taciturno,


frente al enigma eterno,
mirándonos sardónico
bajo su adusto ceño,
nos dice: —¿Qué es el ser pensante?
Alma y materia en triste contubernio.
Las que hoy son reflexión y disciplina,
pasión e instinto en el antaño fueron
pasión e instinto desbocados

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hasta romper el freno,
cinco sentidos ya insensibles casi
para darle sentido al sentimiento.

—¿El corazón? Motor a sangre viva,


motor y también péndulo
que toma su vaivén de la infinita
palpitación del tiempo,
y se acelera a ratos en febriles
girándulas de fuego:
la existencia mordida por minutos,
insaciables ratones del evento.

—¿La humanidad? Farándula en desgonce:


grotesca zarabanda de muñecos.

—¿La historia? Aberraciones y ambiciones


en recular funesto:
la caverna escondida en las metrópolis;
en primate a través de los milenios;
el pasado, el presente y el futuro,
iguales más o menos.
Empedernida, empecinadamente,
se sigue el mal ejemplo.

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—¿Y la belleza de las formas
corporizada en Venus?
Belleza, pudridero sostenido
por armazón de huesos.

IV

¡Ah, el apagado paso de los días,


iguales todos, todos lentos,
y el esperar, en vano, alguna cosa
que deseamos tener y no podemos!

El recibir las horas recontándolas,


y el verlas irse luego,
sin que nunca nos dejen nada, nada
que pueda complacernos.

El tener bajo el cráneo llamaradas,


y sobre el cráneo prematuro hielo.
Vivir con la sonrisa a flor de labios
y estar llorando corazón adentro.

Y este dolor del alma, que aniquila


más que un dolor latente y sin remedio.

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Vamos, así, muriendo poco a poco,
vamos, así, sufriendo,
saturados de hastío y aguardando
el perennal sosiego.
¿Será sosiego acaso?
¿Será, por suerte, el término?

Mundo, demonio y carne,


la trilogía del pecado. Es eso,
eso la vida, el esencial problema:
¿Ser o no ser? No ser y seguir siendo.

……………………………………

¡Esta vida tan dura y tan querida!


No hay otra. ¡Qué tormento!

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Nostalgia

Hoy tengo, Sucre, al recordarte,


tal sensación de paz,
que están mis ojos titilando
como si fuesen a llorar.

Oigo otra vez bajo tu cielo


de una sutil diafanidad,
lejanas voces que repiten:
«¡Pan de Yotala!», «¡Pan del romeral»!,
y embelesado aspiro aromas
de nardo y menta y arrayán.

Están mis ojos titilando


como si fuesen a llorar.

En tus auroras hay el fausto


de la huríes del edén,
diamantería de rocío
sobre las flores del vergel,
oro solar que va crispando
el oro de la mies,

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y mariposas y canciones
y frescas risas de mujer.

En tus fragantes mediodías


hay tanta luz, hay tanta luz,
que el alma queda deslumbrada
por la celeste excelsitud,
y al ascender, como en un éxtasis,
hasta esa gran palpitación azul,
siente que al cuerpo en el que mora
le nacen alas de querub.

Con tus ocasos luminosos


nos das la clara sensación
de ir escalando el arcoíris
como en el sueño de Jacob.

¡Tardecita de lluvia loca,


llena de buen olor,
tardecita que iba lavándose
para secarse al sol,
fue aquella en que, embargado por la angustia,
Sucre, te dije: «¡Adiós!».
Claridad, armonía y tibieza,

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dan tus noches embrujo sensual,
hondamente sumidos
en una férvida ansiedad,
en las sombras recatan sus sombras
la dama y el galán.
Almas unidas al recuerdo
de una emoción que nunca volverá,
almas entre despiertas al conjuro
de la ternura de un cantar,
siguen soñando y suspirando
por un antiguo amor quizás…

La serenata se deshoja
bajo la luna de cristal.

Hoy cumples años, madre mía;


pero en horrenda lid,
vas derramando por la patria
toda tu sangre juvenil.

Transverberada por la gloria


como el seráfico de Asís,
llevas la cruz en carne viva;
hay cinco llagas sobre ti.

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Contigo sufro y seguiré sufriendo
hasta que tu martirio tenga fin.
cuanto más lejos en el tiempo y la distancia,
más cerca estás, más cerca.

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