Literatura 3er Curso BGU

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Bachillerato General Unificado

Tercer curso
Lengua y Literatura
Bachillerato General Unificado
Tercer curso
Lengua y Literatura
Conciencia breve
Iván Égüez

Esta mañana Claudia y yo salimos, como siempre, rumbo a nues-


tros empleos en el cochecito que mis padres nos regalaron hace
diez años por nuestra boda. A poco sentí un cuerpo extraño junto
a los pedales. ¿Una cartera? ¿Un ...? De golpe recordé que anoche
fui a dejar a María a casa y el besito candoroso de siempre en las
mejillas se nos corrió, sin pensarlo, a la comisura de los labios, al
cuello, a los hombros, a la palanca de cambios, al corsé, al asiento
reclinable, en fin.

—Estás distraído, me dijo Claudia cuando casi me paso el semá-


foro. Después siguió mascullando algo pero yo ya no la atendía.
Me sudaban las manos y sentí que el pie, desesperadamente, que-
ría transmitir el don del tacto a la suela de mi zapato para sa-
ber exactamente qué era aquello, para aprehenderlo sin que ella
notara nada. Finalmente logré pasar el objeto desde el lado del
acelerador hasta el lado del embrague. Lo empujé hacia la puerta
con el ánimo de abrirla en forma sincronizada para botar eso a
la calle. Pese a las maromas que hice, me fue imposible. Decidí
entonces distraer a Claudia y tomar aquello con la mano para
lanzarlo por la ventana.

Pero Claudia estaba arrimada a su puerta, prácticamente virada


hacia mí. Comencé a desesperar. Aumenté la velocidad y a poco
vi por el retrovisor un carro de la policía. Creí conveniente acele-
rar para separarme de la patrulla policial pues si veían que eso
salía por la ventanilla podían imaginarse cualquier cosa. ¿Por
qué corres?, me inquirió Claudia, al tiempo que se acomodaba de
frente como quien empieza a presentir un choque.
Vi que la policía quedaba atrás por lo menos con una cuadra. En-
tonces, aprovechando que entrábamos al redondel, le dije a Clau-
dia saca la mano que voy a virar a la derecha.

Mientras lo hizo, tomé el cuerpo extraño: era un zapato leve, de


tirillas azules y alto cambrión. Sin pensar dos veces lo tiré por
la ventanilla. Bordeé ufano el redondel, sentí ganas de gritar, de
bajarme para aplaudirme, para festejar mi hazaña, pero me quedé
helado viendo en el retrovisor nuevamente a la policía. Me pare-
ció que se detenían, que recogían el zapato, que me hacían señas.
—¿Qué te pasa? —me preguntó Claudia con su voz ingenua.
—No sé, le dije, esos chapas son capaces de todo.

Pero el patrullero curvó y yo seguí recto hacia el estacionamiento


de la empresa donde trabaja Claudia. Atrás de nosotros frenó un
taxi haciendo chirriar los neumáticos. Era otra atrasada, una de
esas que se terminan de maquillar en el taxi.
—Chao amor, me dijo Claudia, mientras con su piecito juguetón
buscaba inútilmente su zapato de tirillas azules.

Tomado de Egüez, I. (1991). El triple salto (cuentos). Ecuador: Abrapalabra Editores.

Iván Egüez (1944). Novelista, poeta y ensayista ecuatoriano. Desempeñó, además, di-
versos cargos diplomáticos y, como delegado del Ecuador, concurrió al Consejo Mundial
de La Paz, en Estocolmo. Algunos de los trabajos de este autor han sido traducidos al
francés, checo, alemán, ucraniano, italiano, búlgaro.
La casada infiel
Federico García Lorca

Federico García Lorca


Y yo que me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago


y casi por compromiso
se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.

En las últimas esquinas


toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.

El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.

Sin luz de plata en sus copas


los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,


los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo, el cinturón con revólver.
Ella, sus cuatro corpiños.

Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.

Sus muslos se me escapaban


como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.

Aquella noche corrí


el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.

No quiero decir, por hombre,


las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.

Sucia de besos y arena,


yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo.

Y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

Tomado https://bit.ly/2FoSwTl (12/03/2018)

Federico García Lorca (1898-1936). Poeta miembro de la mítica Generación del 27, es
el mayor referente de la literatura española del siglo XX. También escribió numerosas
obras de teatro.

Anatomía del vacío


Galo Rodríguez Arcos

Sí, amada mía,


hermana de labios celestes,
¿por qué besar tu boca?
numen del límite dorado
sabiendo que la noche
delinea la anatomía del vacío.

Viajera solitaria como el hombre,


infinitas arterias
que un día caen como estrellas ignoradas.

Son infinitas las flechas del alma,


huellas de sombra,
ligeras de tiempo.
Sé que el amor abre las puertas de la edad
para dejar escapar
las mariposas deslumbrantes.

Sé que el carbón de tu cuerpo,


metal cumplido,
se puebla de átomos en el vacío.

No, no quiero besar la fina boca


de la verdad que hiere.
Renuncio al pez que me ofrece el río,
renuncio al espejo que refleja mi destino,
renuncio a la hoja de mi vida
por un ser que yo ignoro.

No, no quiero besar a la flor de la uva


ni a las pupilas del amor
en que se orillan mis límites,
venas de la voz y del vacío.

Tomado de Rodríguez, G. (2011). Manuelita. Quito: Editorial Jurídica del Ecuador.

Galo Rodríguez Arcos (1944). Escritor ecuatoriano. Entre sus obras destacan Lázaro
Condo, El péndulo de la vida, Homenaje a los días sin nombre.

Susannah
Katherine Mansfield

Por supuesto nunca se hubiera hablado de ir a la feria si a papá


no le hubiesen regalado las entradas. Una niñita no puede esperar
paseos y regalos que cuestan más dinero, cuando solo el alimen-
tarlas, comprarles ropa, pagar su escuela y la casa en la que vive
obliga al papá bueno y generoso a trabajar duro todos los días el
día entero de la mañana a la noche...
—Excepto los sábados a la tarde y los domingos —dijo Susannah.
—¡Susannah! —mamá estaba espantada—. ¿No sabes lo que le pa-
saría a tu pobre papá si no tuviese un descanso los sábados a la
tarde y los domingos?
—No —dijo Susannah. Parecía interesada—. ¿Qué le pasaría?
—Moriría —dijo mamá para impresionar.
—¿De verdad? —dijo Susannah abriendo los ojos. Parecía sor-
prendida, y Sylvia y Phyllis, que tenían cuatro y cinco años más
que ella, dijeron a coro “Claro que sí”, con un tono muy superior.
¡Qué bebita era que no sabía eso! Sonaban tan convencidas y ale-
gres que mamá se estremeció levemente y se apuró a cambiar de
tema...
—Así que por eso —dijo algo vagamente—, deben agradecer cada
una por su cuenta a papá antes de salir.
—¿Y nos dará entonces el dinero? —preguntó Phyllis.
—Y entonces le pediré lo que sea necesario —dijo su mamá fir-
memente. De pronto suspiró y se puso de pie—. Vayan, chicas, y
díganle a Miss Wade que las vista, que ella se prepare y que baje
después al comedor. Y ya sabes, Susannah, no vas a soltarte de la
mano de Miss Wade desde el momento en que crucen la entrada
hasta que vuelvan a salir.
—Bueno... ¿y si ando a caballo? —preguntó Susannah.
—Andar a caballo... ¡tonterías, niña! ¡Eres demasiado chica para
andar a caballo! Solo niñas y niños mayores pueden montar.
—Hay caballitos de madera para los más chicos —dijo Susannah,
imperturbable—.
Lo sé, porque Irene Heywood anduvo sobre uno y al bajarse se
cayó.
—Mayor razón aún para que no te subas —dijo mamá.
Pero Susannah la miró como si caerse no le causara el menor
espanto. Al contrario.
Acerca de la feria, sin embargo, Sylvia y Phyllis sabían tan poco
como Susannah. Era la primera que llegaba a esa ciudad. Una
mañana, mientras Miss Wade, la criada, las llevaba apurada a lo
de los Heywood, cuya institutriz compartían, habían visto carro-
matos cargados de grandes y largas planchas de madera, bolsas,
algo que parecían puertas con marco y todo, y astas blancas, pa-
sando por el ancho portón del Campo de Juegos.

Y a la hora en que eran llevadas al apuro a casa a comer, los


comienzos de una cerca alta y fina se levantaban bordeando por
dentro el alambrado, punteado por astas de bandera. Desde aden-
tro llegaba un tremendo ruido de martillazos, gritos, golpes metá-
licos; una pequeña locomotora, bien escondida, hacía chuf-chuf-
chuf ¡Chuf! Y redondas y lanudas esferas de humo eran arrojadas
por sobre la cerca.

Primero fue el día después de pasado mañana, después simple-


mente pasado mañana, después mañana, y por fin, el día en sí.
Cuando Susannah despertó por la mañana, un pequeño punto
dorado de luz la miraba desde la pared; parecía como si hubiese
estado en aquel lugar desde hacía mucho tiempo, esperando para
recordarle: “Es hoy... irás hoy... esta tarde. ¡Aquí está!”.

Segunda versión
Esa tarde se les dio permiso para recortar jarras y palanganas
del catálogo de la tienda, y a la hora del té, tomaron té de verdad
en las tacitas de muñeca puestas en la mesa. Era muy divertido,
solo que la tetera de juguete no servía el té, aun después de hur-
garla con un alfiler y de soplar por el pico.

Pero a la tarde siguiente, que era sábado, papá volvió a casa con
muy buen ánimo. La puerta de entrada se cerró con tanta fuerza
que toda la casa tembló mientras llamaba a los gritos a mamá
desde la salita.
—¡Oh, qué bueno eres, querido! —exclamó mamá—, pero también,
qué innecesario. Claro que les encantará. ¡Pero haber gastado tan-
to dinero! ¡No tendrías que haberlo hecho, papito! Ya lo habían
olvidado por completo. ¡Y qué es esto! ¿Además media corona?
—dijo mamá—. ¡No! Dos chelines —se corrigió rápidamente—,
¿para gastarlos? ¡Niñas! ¡Niñas! ¡Bajen enseguida!
Bajaron, Phyllis y Sylvia primero, Susannah algo más atrás.
—¿Saben lo que ha hecho papá? —y mamá levantó la mano. ¿Qué
tenía allí? Tres entradas de color cereza y una verde—. Les com-
pró entradas. Van a ir al circo, esta misma tarde, las tres, con Miss
Wade. ¿Qué dicen a eso?
—¡Lindísimo, mamá! ¡Lindísimo! —gritaron Phyllis y Sylvia.
—¿No es cierto? —dijo mamá—. Corran arriba y díganle a Miss
Wade que las prepare. No se entretengan. ¡Arriba, vamos! Las tres.
Phyllis y Sylvia salieron volando, pero Susannah permaneció al
pie de la escalera, con la cabeza gacha.
—Vamos —dijo mamá. Y papá dijo severo:
—¿Qué diablos le pasa a esta chica? La cara de Susannah tembló:
—No quiero ir —dijo en un murmullo.
—¡Qué! ¡No quiere ir al circo! Después que papá... ¡Niña maleduca-
da y desagradecida! O vas al circo, Susannah, o te vas a la cama
enseguida.
La cabeza de Susannah se inclinó más aún. Todo su cuerpito se
inclinó hacia delante. Parecía como si fuera a hacer una reveren-
cia, una reverencia hasta el piso, ante su padre bueno y generoso,
y pedirle que la perdonara...

Tomado de Varios autores. (2007). Leer x leer. Textos para leer de todo, mucho y ya.
Buenos Aires: Editorial Universitaria..

Katherine Mansfield (1888-1923). Escritora neozelandesa, una de las más originales y


sugestivas cuentistas del siglo XX. Entre sus obras tenemos La fiesta en el jardín, En
la Bahía, Felicidad.
Pasadología
Jorge Enrique Adoum

a contrapelo a contramano
contra la corriente
a contralluvia
a contracorazón y a contraolvido
a contragolpe de lo sido
sobreviviendo a contracónyuge
a contradestino y contra los gobiernos
que son todo lo absurdo del destino
a contralucidez y contralógica
a contrageografía (porque era
contra pasaportes dictadores continentes
y contra la costumbre
que es más peor que nuestros dictadores)
contra tú y tus tengo miedo
contra yo y mi certeza al revés
contra nosotros mismos
o sea contratodo
y todo para qué

Tomado de Adoum, J. (1998). Poesía viva del Ecuador. Quito: Grijalbo Ecuatoriana.

Jorge Enrique Adoum (1926-2009). Escritor, poeta, narrador, ensayista, periodista de la


radio y la televisión de Francia, docente de Literatura, redactor cultural y diplomático
ecuatoriano. Durante dos años fue el secretario privado de Pablo Neruda.

Cuerpo de la amante
Jorge Carrera Andrade

Pródigo cuerpo:
dios, animal dorado,
fiera de seda y sueño,
planta y astro.

Fuente encantada
en el desierto.
Arena soy: tu imagen
por cada poro bebo.

Ola redonda y lisa.


En tu cárcel de nardos
devoran las hormigas
mi piel de náufrago.

Tu boca, fruta abierta


al besar brinda
perlas en un pocillo
de miel y guindas.

Mujer: antología
de frutas y de nidos
leída y releída
con mis cinco sentidos.

Nuca:
escondite en el bosque,
liebre acurrucada
debajo de las flores.

Alabastro lavado,
en medio del torrente,
mina
y colmena de mieles.

Nido
de nieves y de plumas.
Pan redondo
de una fiesta de albura.
Tu cuerpo eternamente está bañándose
en la cascada de tu cabellera,
agua lustral que baja
acariciando peñas.
La cascada quisiera ser un águila
pero sus finas alas desfallecen:
agonía de seda
sobre el desierto ardiente de tu espalda.

La cascada quisiera ser un árbol,


toda una selva en llamas
con sus lenguas lamiendo
tu armadura de plata
de joven combatiente victoriosa,
única soberana de la tierra.

Tu cuerpo se consume eternamente


entre las llamas de tu cabellera.

Tomado de Carrera Andrade, J. (2013). Antología. Quito: La Caracola Editores.

Jorge Carrera Andrade (1903-1978). Es uno de los más insignes poetas ecuatorianos.
Su poesía se propone darle voz poética a los mundos simbólicos más característicos
del Ecuador. Entre sus obras destacan Estanque inefable, Boletines de mar y tierra y
Microgramas.

Vida retirada (fragmento)


Fray Luis de León

¡Qué descansada vida


la del que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;
que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspes sustentado!

No cura si la fama
canta con voz su nombre, pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento


si soy del vano dedo señalado;
si, en busca de este viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh monte, oh fuente, oh río!


¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro calmo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.

Tomado de https://bit.ly/2JqfvBa (01/10/2017)

Fray Luis de León (1527-1591). Destacado escritor español. Además fue monje, profe-
sor y traductor. Entre sus poemas más destacados están Amor casi de un vuelo y Del
mundo y su vanidad.
Galaxias
Laura Solórzano

Como un espectro potencialmente expresado


coloco aquí mi cabeza constante
y caigo crucial
cuando recargo el templo del texto
como una cana en el suelo: eres un adiós
específico o un adiós musical
hecho de nudos ilógicos (me digo).

Ser una especie en extinción.


una especie de cita en la secretaría del lector diluido
y en un evento de bajo perfil
bajan los poemas por el bajante del concepto
y braman de hambre (ellos son)
en el espacio de las expediciones
desequilibrios darwinianos.

¿Azules designios de filosófica frambuesa


en un teatro dominical?
Como una cita con el sueño del sentido
va mi texto tarareando en su rotura
y en su vistazo de búmeran
como un candado hacia atrás, como un verano

Tomado de Solórzano, L. (2013). Excursión al bosque de polvo. Quito: Ministerio de


Cultura y Patrimonio.
Laura Solórzano (1961). Escritora mexicana. Es profesora de narrativa y escritura cre-
ativa en el Centro de Arte Audiovisual.
Profundos regresos
Alfonso Barrera Valverde

Pero siempre la vida.


Salgo por las mañanas
olvidando la llave, los recuerdos
y al voltear una esquina me sorprendo
tremendamente solo,
mas siempre sobrando uno,
mas siempre faltando uno.
Esa, la vida igual y sin remedio.
Por la calle y la puerta conocida,
pensando en ti y a ratos olvidándote.
Cuando vuelvo de noche, ya sin tiempo,
camino de mi cuarto y de tu nombre,
me duelen los hermanos en olvido,
compañeros de banca, de protesta,
de lluvias, de lección y de pisadas.
Y en la delgada calle y en el viento
que se deja llevar por una mano
y en ese poco de alma que es la música
filtrada por la luz de una ventana,
los hombres nada más, siempre la vida.
Y comprendo a los hombres. Y les amo.
Y comprendo a la vida. Pero la amo.

Tomado de Adoum, J. (1998). Poesía viva del Ecuador. Quito: Grijalbo Ecuatoriana.

Alfonso Barrera Valverde (1929-2013). Ensayista, narrador de ficción, novelista, poeta,


jurista y diplomático ecuatoriano. Formó parte del Grupo Umbrales. Erudito de la cul-
tura y las leyes.

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