Rafael Barrett - Los Domingos de Noche
Rafael Barrett - Los Domingos de Noche
Rafael Barrett - Los Domingos de Noche
Rafael Barrett
textos.info
Libros gratis - biblioteca digital abierta
1
Texto núm. 6080
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
2
Los Domingos de Noche
—Y usted, ¿no nos cuenta ninguna proeza amorosa, señor Martínez?
»Devoraba con delicia, por extraño que les parezca, folletines de Escrich y
novelones de Dumas y Sué, y soñaba con raptos y escalamientos,
desafíos a la luz de la luna y frases generosas.
»Hacía frío. Mis pasos eran sonoros sobre las aceras, lisas y relucientes.
Las estrellas, encaramadas hasta lo alto del espacio, centelleaban más
que de costumbre a través del aire inmóvil y seco.
3
»Y de pronto, saliendo de una bocacalle, cruzó delante de mí una mujer.
»Caminaba de prisa, sin mirar a ningún lado; iba como una máquina.
Llevaba el mantón clásico de la madrileña del pueblo, el pelo libre, la
enagua crujiente.
»La seguí. Nuestros pasos repetían sus ecos iguales, cada vez más
próximos. Noté que tenía la cara muy blanca.
»Entonces da media vuelta y clava los ojos en mí. Unos ojos negros, de un
negro absoluto, sin fondo. Y con una voz sorda, una voz sin timbre, como
desteñida, me pregunta:
»—Sí.
»—Vamos.
»Y nos fuimos por callejuelas que yo no había visto nunca. La mujer había
cambiado de rumbo. Nos metíamos en los barrios bajos. No decíamos una
palabra. Yo tenía miedo y orgullo, al estilo de los héroes. Acompañaba a la
dama misteriosa, y me prometía terribles voluptuosidades.
»Se detuvo delante de una puerta larga y angosta. Sacó una pesada llave.
Abrió.
»—¡Entra!
»Entré.
4
»Y subimos las escaleras empinadas. Un piso. Dos. Tres. Cuatro. Me
ahogaba en la obscuridad, y una angustia rara se apoderaba de mí.
»—¿Tienes fósforos?
»—Sí.
»—Entra y enciende.
»Estupefacto, oigo que baja rápidamente las escaleras, que cierra también
la puerta de la calle, y que huye, sí, ¡huye como una condenada!
»Entre un catre viejo y una mesa desastillada, con los ojos abiertos de par
en par y la mandíbula caída, enseñando el agujero negro de la boca,
estaba tendido el cadáver de un hombre, encharcado en sangre.
»Me quedé como una estatua y el fósforo se me apagó entre los dedos.
»Yo no sé cuánto tiempo estuve allí, ni cómo descubrí una claraboya por
donde me escapé al tejado, ni cómo no me maté entre las tejas, ni cómo
fui a parar a una buhardilla, donde vivía un zapatero, que se llevó un susto
mayúsculo, aunque menor del que yo traía, ni cómo le convencí de que me
dejara salir a la calle, al reino de los vivos, ¡al paraíso!
5
—¿Pero la mujer? —preguntó uno al fin.
—¿Usted no declaró?
6
Rafael Barrett
7
8