Gabriela Bejerman
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Gabriela Bejerman
Concurso de tortas; ganadora: ¡Sonia! (1999)
Tuve que ir a pasear a una monja por la ciudad. Ella era joven y bonita, italiana, de
nombre “Henrietta”. Era una monja modelo y venía de Milán, donde trabajaba. De la
pasarela al convento, del convento a la pasarela.
Iba sentada a mi lado, callada, con las manos recogidas sobre el regazo. A través de las
telas rústicas que la vestían se adivinaban los largos huesos con que había ganado el
corazón de los diseñadores más exquisitos del mundo. Su gracia era divina: una sonrisa
entre rosa y dorado, ojos de extraordinaria timidez 100% bondadosa. No había querido
sentarse atrás, pero lo adiviné sin que lo dijera. Me mostró un mapa. Ella creía que yo no
hablo italiano y señaló el obelisco. A esa altura llegué a creer que era una monja mudita.
Pero era una monja nudista y, sin saberlo, yo la llevaba a posar para una foto junto a
miles de personas.
El fotógrafo estaba en la punta del obelisco. Se asomó por la ventanita del monumento,
decía “attenti, que sale el pajarito” a cada rato. La gente se enroscaba y se sentía feliz. Mi
monja había dejado sus hábitos en mi auto, así que decidí probármelos. Fui colocando
cada prenda y me observé en el espejito retrovisor. Una verdadera monja. Entonces pensé
en toda esa gente desnuda y en dios irradiando quién sabe qué diagramas, qué halos sobre
las pieles al viento como poncho. Pero la monja volvió. Yo le dije:
–Hablo italiano.
–Ah, ¡qué buono! –como esas personas de quienes tenemos una determinada impresión
y de pronto nos desconciertan con un gesto que jamás hubiéramos asociado a ellas, me
sorprendió. Me tironeó de la cofia y decidió meterse dentro del traje religioso conmigo.
Así, según ella, nadie la notaría, como por ejemplo los paparazzi que acechaban detrás de
los arbustos crecidos a base de smog. Se introdujo en la túnica. Parecíamos una chica
gorda de dos cabezas, pero de perfil se veía una sola, porque hicimos un torniquete bien.
Así llegamos a salvo al auto. Fuimos a un restaurant de todo por dos pesos. Nos
comimos un lomo a la pimienta y una suprema maryland, lo más caro del menú, 2,40. La
moza trajo platos con porciones demasiado chicas, del tamaño de un cubito de caldo al
cubo. Después nos regalaron café en un dedal.
Charlando descubrí que Henrietta era un ejemplo de bondad: trabajaba como
mannequin sólo para darles dinero a los pobres. Vivía con las carmelitas descalzas. Entre
su comunidad había una hermana que insistía en usar tacos, en vez de nada,
argumentando que de ese modo dolía más y se daba un nuevo castigo al cuerpo. La
misma monja sacrificada fue quien propuso en las asambleas que Henrietta se hiciera
modelo. Las demás hermanitas no pensaban mucho y pronto las convenció. Múltiples y
grandes serían las ventajas, tanto a nivel terrenal como espiritual. Ya que Henrietta había
sido dotada de una inigualable belleza y de una entrega sublime a Dios, su humillación la
canonizaría presto: mostrar su cuerpo, atravesar a diario las frívolas obligaciones
necesarias para permanecer en la cima, éstos serían los martirios de su vida. Y Henrietta
soportaba bien.
Seguimos hablando en italiano y pedimos pastas: ravioles de verdura con salsa de
queso, sorrentinos de calabaza y muzzarella con crema de espinaca, fettucini con dados
de tomate, albahaca y olivas. De postre pidió uvas negras con pestañas de vainilla. Las
pinchaba con la uña del meñique. Sus labios parecían también hechos de fruta.
–¿Y la gula? –le pregunté.
–Bulimia.
Llamó a la moza, le pidió que se sentara encima de ella. Le fue poniendo porotos en el
corpiño. Lo hizo durante diez minutos, aquella prenda íntima estaba a punto de estallar.
Entonces sacó los colmillos como eyectados por un botón y dio el primer mordisco. La
moza ahora rellenó su corpiño con aceitunas. Henrietta las mordisqueó y chupó para
luego dejarlas de vuelta en el plato. Porque no las tragaba la moza ofendida renunció y se
fue a un autocine. Mi monja me pidió que la fuéramos a buscar en auto.
La noche estaba muy oscura. La luna apenas brillaba, demasiado pequeña allá arriba.
Nuestros reflectores iban mostrando la rapidez de las alimañas del camino. Pronto la
parrilla del auto se transformó en una colmena de mariposas muertas que por la velocidad
y el viento parecían aletear. Cuando hicimos una paradita técnica ella notó este
espectáculo tan triste, se arrodilló, gastó una reverencia mínima. Sus ojos hicieron el
trabajo. Se largaron a llorar con todo, como un chaparrón. Sus ojos eran el mejor
empleado del mes, y lloraban con maestría, pidiendo al señor que les devolviera vida diva
a esos insectos coloridos. Rogaba también por las almas intrigantes que, perdidas en la
barrera entre el día y la noche, huyen de los espejos contra los que impactan. Esas
humanas bombas que nunca terminan de explotar, llenas de orgasmos espásticos,
aturdidas por la música de su propia voz. El milagro se produjo. Todo el autocine se puso
de pie, el amanecer se veía en la pantalla. Salió el sol a las tres de la mañana. Las
mariposas levantaron vuelo cantando. Las chicas abrazaron a las plantas. Henrietta, la
moza y yo nos besamos.
En el mar nadaba mi monjita en las vacaciones, esta foto la guardo para el final. Fui al
convento con ella. Hice todo sin dejar de ser su chofer. Me gusta acompañarla a New
York, París, Buenos Aires, Río, Barcelona y Pekín. Entro perfectamente en su maleta. Me
hamaca hasta que me voy desdoblando, como una prenda más. Me pongo su traje de
monja cuando ella se lo saca. Llevo un cuaderno con todos sus pensamientos y se los leo
al azar cada mañana mientras le sirvo en una bandeja su jugo de naranja y su fustita de
flagelación, que es muy suave: su piel no puede corromperse, si no los niños dejarían de
comer.
Esa troncha trenza de cana
Me compre una cupé fuego con la última guita que hizo mi ex marido choreando
estéreos. Cuando lo metieron en cana me dio los pesos que le quedaban después de una
última y buena chupada llena de lágrimas de despedida. Me dijo: gastala en lo que más te
guste, y pensá en mí cuando lo disfrutes. Sí, Toto, sí, Totito mío.
Salí de la cárcel, me fui caminando a pata todo Devoto y por Beiró encontré un usados.
Conté la guita en la vereda, mirando los modelos. Había una cupé fuego color fuego. El
encargado, un chongo desconfiado, se me acercó en zigzag con las manos en unos
bolsillos gastados de tanto no hacer nada y patear la vereda relojeando camiones como
yo. ¿Qué le habrá gustado más? ¿La minifalda roja, el pelo largo o lo que se veía de una
tanga zarpada y barata? Algo lo asustó, cuando le mostré los billetes reculó. Yo me reí
hasta que se avivó y me hizo pasar a la oficina.
En sus palabras no encontré nada que me calentara lo suficiente como para abrir un poco
las piernas y darle a entender que sería mejor cerrar la persiana americana y tirárseme en
el escritorio. Me paré mientras seguía con el verso, al pedo, y le revolví los compacts.
¿Tiene estéreo o se lo afanaron?, le pregunté al salame. Tiene, tiene, respondió. Bueno,
apurate que me tengo que ir, le canté mientras me entusiasmaba pensando en pasear por
el barrio con cumbia a todo lo que da. Fue lo que hice.
Mientras preparaba el coche me guardé en el bolso el de Amar azul, Damas gratis,
Rodrigo y otros más. Chau, pibe, le dije tocando la bocina para ir probando. Miré su bulto
y me le reí por el espejito, ¡una nada! Chupándome la boca de contenta crucé en amarillo
a ochenta.
Puse fuerte Amar azul. ¡Cómo me gusta la cumbia! ¡Se me paraban los pezones pisando a
fondo ese acelerador, sacándoles chispa a las gomas, atornillada a mi asiento, qué calor!
Oteaba a los pibitos tomando birra en la vereda, viendo con qué me iba a entretener esa
tarde. Transpirados, esos los sobacos lampiños, no sabía qué manotear primero cuando de
repente veo una cana.
Era una chonga de aquéllas, forrada de azul federal, pechera antibalas, culo con botas y
una flor de trenza que nunca podré olvidar. ¡Mamita!, ¡cuánta trenza! Parecía que se la
había hecho con crin de yegua mala, era troncha como un porrazo y larga hasta la cola.
Le iba rebotando, a un lado y al otro, cacheteándole el orto. Bajé la velocidad y subí el
volumen. El tema le cantaba: esa colita que dios le ha dado, esa colita que dios te dio.
Se dio vuelta, tenía unos anteojos de sol espejados, parecían afanados de Chips. ¡Qué
cara de torta! ¡Qué difícil bombón! Me encabrité. La cupé echaba fuego igual que yo,
enero estaba que ardía.
Yo iba andando despacito, siguiéndole el ritmo a la chonga, pensando qué iba a hacer. La
guacha me miraba a cada rato, meneaba la trenza pero iba dura como una bala de plomo,
agujereando la vereda a cada paso. Discúlpeme oficial, me mandé, ¿sabe dónde puedo
inflar las gomas? Frené con cara de boluda y me asomé por la ventanilla, sacando el
escote afuera, esperando tentar a ese mazacote. Mordió el anzuelo, se me acercó. Puso el
pantalón al lado de mi cara y dijo con esa voz machona que yo ansiaba escuchar: Mirá,
bebé, acá a la vuelta hay una gomería. Pero está cerrada, es la hora de la siesta, ¿viste?
Acercó más ese bulto femenino, me miró fijo, se agachó. ¿Te puedo ayudar?, preguntó en
voz baja. Y, no sé... Estoy medio perdida. Me podrías acompañar a otra gomería, si
querés. ¿Estás de turno? No, acabo de terminar. ¿Cuándo?, le pregunté. Recién, cuando te
vi a vos, potra. Subite.
Prendió un pucho, apoyaba el brazo en la ventanilla. Iba a dejar la gorra atrás pero la
atajé: así me gusta más. ¿Ah, sí? ¿Adónde vamos, loquita? No sé, le dije, ¿a tu casa? No,
que está mi marido. Mejor vamos a un telo, conozco uno...
Me fue indicando el camino, ni me miraba, fumaba uno tras otro. Lo único que hacía era
apoyar su mano en la pistola y en mi pierna. Se reía un poco, tosía y con la mano, como
dirigiendo el tránsito, me decía por dónde ir. Nos fuimos metiendo cerca de una villa que
yo no conocía. No te asustés, me dijo, son amigos míos. Dejá el auto acá.
Bajé. Tenía la bombacha tan clavada que me dolía, pero me gustaba. La cana me hizo
pasar a un cuartucho oscuro y vacío. Yo me senté en el catre y la miré mientras se iba
sacando el uniforme. Tengo sed, le dije. Ahora vas a chupar algo jugoso y se te va a
pasar, vas a ver, linda. Sacó una teta afuera. Era una piedra con una punta rosa lista para
jugar. Le planté la lengua que estaba igual de dura y se lo hice bailotear. Después sacó la
otra. Tenía las manos agarradas por atrás de la espalda, como si estuviera haciendo
guardia, las piernas abiertas, bien agarrada al piso con sus botas de goma. Había dejado el
pantalón caído pero el cinturón seguía ajustado, con su chiches negros, tan relucientes
que daba ganas de agarrarlos. Pero me entretuve con su par de pechos potentes. Se los
amasaba con las manos y me llenaba la boca. ¡La pucha que me asusté cuando saltó un
chorrito blanco! Parecía semen pero era leche.
Siempre me hago chupar, bombón, me gusta mantenerlas rellenas. Alimentate, putita,
dale, tragá todo lo que puedas. ¿Viste qué rica que está? Sos una bebota, qué bebota tan
puta, nunca vi una igual. Y a qué no sabés el juguito que tengo acá, dijo empujándome la
cabeza hasta que llegué a sus pelos. Metí la lengua y tenía la concha más rica que probé.
La froté hasta que yo misma estuve a punto de acabar, mi lengua resbalaba y rasqueteaba
ese bultito y se iba para atrás, refregando un poco el fondo que chorreaba.
Pero cómo te gusta chupar, pendeja, me vas a dejar seca de tanto que le das con la
lengüita. Frotame, puta, que me vas a hacer largarte todo. Cómo chupás, ¿no te da asco
tragar tanta concha?, estás llena de lechita, mirá cómo te rebalsa la boca. Vení, bebé,
dame un beso en la boca, a ver qué gusto tengo hoy. No doy más. Dame esas tetas que
tenés ahí, pendeja. ¡Sin corpiño anda, la putita! Te toco toda, mami, ¿a ver si tenés lechita
vos también?
Era una genia con la boca, los dientes y la lengua. Mientras me mamaba, sus dedos
enguantados iban metiéndose en mi concha. El flujo blanco se acumulaba entre sus
dedos, me los pasaba por la cara y me hacía mordérselos, llenándome la nariz de olor a
cangrejo.
Después se arrodilló. ¡Qué linda trenza que tiene, oficial!, le dije. Sí, ya sé que te encanta.
¿Sabés lo que vas a hacer?, pajearte con la trencita. ¿Qué te parece, puta? Dame acá esa
concha caliente. Me la chupó un poco, apenas apoyaba la punta de la lengua en el clítoris
y la sacaba, mirándome a los ojos, riéndose como una fiera. Y otra vez lo mismo, la
puntita y nada. Yo no daba más.
Tirá de la trenza con esa mano y calzátela en medio de la concha. Dale, tirá, no tengas
miedo. Tirá hasta que duela, así me gusta, tirá, dale nomás, pajeate bien, quiero que me
llenes la trenza de leche. ¿A ver cómo largas todo eso que tenés, mamita? Puta que sos,
ésta no te la olvidás más, ¿no? Dale, dame, dame que te toco bien las tetas, mirá cómo las
tenés. Si no te portás bien te pego en la cola. Sacala para afuera, bebé, sacá la colita y
mové esa conchita pajera que tenés, eso, muy bien. Pero qué bien se mueve la puta, sos
una boluda, nena, dale, qué forra que sos, movete bien, imbécil, que si no te surto. Eso,
dale, dale más.
En medio de sus insultos pegué un grito al tiempo que eyaculaba mi lechita hirviente.
Manché su trenza chonga. Me obligó a lamérsela bien como si fuera una pija. Después
me daba latigazos en las tetas con esa trenza mientras se pajeaba parada en una posición
fija. No me dejaba acercármele hasta que al final, cuando estaba a punto, me la dio. Vení,
nenita, ¿no querés chuparme la conchita linda que tengo para vos acá guardadita? Vení,
bebé, chupá bien con esa lengua que tenés. Ya tuviste mucha pija por hoy, ahora tomá un
poco de ésta.
La cana descargó, me arañó las tetas, clavadas las uñas, marcas me dejó. Así se hace, te
voy a dejar salir en libertad de lo bien que me chupaste, pendeja. No nos besamos. Ella
enseguida se volvió a vestir mientras fumaba un cigarrillo. Yo me pajié rápido una vez
más. Me miraba de reojo, como vio que me costaba se paró y haciéndose la sota me puso
el garrote cerca de la boca. Yo se lo trinqué con una mano mientras con la otra me daba
duro. Cuando estuve a punto de acabar me escupió la cara, entonces largué a fondo.
Vestite, te espero en el auto, dijo dando un portazo a la chapa. Lindo fierro, me
comentó cuando subí. La concha me latía. Dejame acá en al esquina, bebé. Frené donde
me dijo. Se olió la trenza antes de bajar mirándome a los ojos, me dio una palmada en la
pierna y se fue, haciendo rebotar su tremendo culo contra el piso de tierra y levantando
polvo. Aceleré para rajar de la villa antes de que me molieran a palos.
Concurso de tortas; ganadora: ¡Sonia!
Primera Parte
más y más
traías lo máximo
algo más
ya no me importaba el concurso
y me miraban descaradamente
diosa
madonna
llamame
7774967
y yo te dije
te llamo seguro
después de ir a tu casa
descongelándose,
estaba igual
que la mía
ése que te siguió y se abrazó a tu pierna hasta que decidiste hacerlo tuyo
él está castrado.
Tal vez para él sea sólo una diversión ver a dos tortas en acción,
yo te dije
¡no!
estoy indispuesta
pero me arrancaste con tus uñas un poco rotas la remera, el corpiño, el siempre
libre
Sonia,
renovás?
“¡escorpiana!”
gritaron mis amigos gays del zodíaco al otro día cuando les conté todo
por qué tuviste que decirme que la noche en que llegaste con esa potra con
quien pensabas estrenar sexual y tortamente tu nueva casa
“chumbos” dijiste
estoy segura
pero no te dije
ese miedo iba a ser mi poema de octubre, el más importante del año
con la luz divina del sol entrando en mi segura ventana del barrio de belgrano
pronto”
sin miedo
de día
pero de noche
porque cobraste
tu barrio es harlem
la menstruación
no me dejo
y no te la chupo
si pudiera me levantaría ya
no me voy porque es de noche
al calor de tu cuerpo
en cuanto pude
miré tu biblioteca
y supe que estabas loca por los libros de autoayuda contra la gordura
no
te voy a decir
conchudita conchudita
conchuda
no más diminutivos
pero vos
vas a seguir
diciendo
tetotas
porque sos más fuerte que yo
y no te importa nada
según se dio cuenta mi amigo gay del zodíaco que nos acompañaba
yo les presté plata a los invitados que echamos para que me aterrorizaras con tu
calentura imparable
en algún lugar
había veneno.
y yo dije “está re fuerte, pero vos sos más linda” y te miré largamente en tus ojos
verdes de gata puta y loca
después
quería irme
dormías
¡por qué!
Sonia
Segunda Parte
Volví a visitarte
a quien le pregunté
¡gracias!
y julia roberts
yo como en la cama
y también recuerdo
yo te ayudé
corté cebolla y no lloré, piqué ajos
supe por qué había vuelto cuando estaba ahí enredada con vos
que es lo mejor
esa mañana
Y yo:
pero no te parece que trataba de ser buena con vos
además
me lo dijiste
me daba miedo
¿vas al psicólogo?
no, claro,
“pechugas de pollas”
También te hablé mal de tu novio
porque me dijiste
y en la artística también
y el mío también
“¿las nenitas?”
no
pero el anillo no
y, claro,
será
de noche
sé que igual
puta Sonia
garcharás.