Villalobos-Vida Fronteriza en La Araucanía

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N9 76.

980-0
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAUCANIA
EL MITO DE LA GUERRA DE ARAUCO
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Fronteras y Límites del Estado.

© SERGIO VILLALOBOS R.
Derechos exclusivos
© EDITORIAL ANDRES BELLO
Av. Ricardo Lyon 946, Santiago
Registro de Propiedad Intelectual
Inscripción N® 93.692, año 1995
Santiago - Chile
Se terminó de imprimir esta primera edición
de 2.000 ejemplares en el mes de noviembre de 1995
IMPRESORES: Antartica S.A.
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE
ISBN 956-13-1363-4
SERGIO VILLALOBOS R.

VIDA FRONTERIZA
EN LA ARAUCANIA
EL MITO DE LA GUERRA
DE ARAUCO

EDITORIAL ANDRES BELLO


Barcelona • Buenos Aires • México D.F. • Santiago de Chile
INDICE

Introducción
LA HISTORIA DE LAS FRONTERAS ................................................ 9

EL AMBIENTE NATURAL......................................................................... 19
Comarca de lluvias y selvas ...................................................................... 19
Un río y una frontera................................................................................. 19
El sector litoral ............................................................................................ 22
Los llanos del centro ................................................................................. 23
Las montañas de los Andes ...................................................................... 25

PROTAGONISTAS ABORIGENES......................................................... 27
Los araucanos: agricultores del neolítico.............................................. 27
Organización social y creencias............................................................... 29
Los pehuenches: indios de la cordillera................................................ 32

EL ESTREPITO DE LA LUCHA INICIAL ............................................ 35


Tiempos de guerra y de paz...................................................................... 35
Los años de la conquista .......................................................................... 36
Prosigue la conquista................................................................................. 41
La leyenda de los guerreros araucanos. Comparación ...................... 44

LA GUERRA DE ARAUCO ...................................................................... 55


La línea de la frontera .............................................................................. 55
La rebelión indígena de 1654 y el declinar de la guerra.................... 60
El mito de la guerra ................................................................................... 63

LA PICARESC A EN ARAUCO ............................................................... 69


La picardía y los hombres de armas ...................................................... 69
Vida militar.................................................................................................. 76
L.os motines.................................................................................................. 85

7
INDICE

EL NEGOCIO DE LA GUERRA ............................................................. 89


La esclavitud de los indios........................................................................ 89
Operaciones de los esclavistas................................................................. 97
Extinción jurídica de la esclavitud araucana ......................................... 101
Los sueldos y el abasto del Ejército......................................................... 106

LAS RELACIONES FRONTERIZAS......................................................... 117


El contacto comercial ................................................................................ 117
El proceso de mestizaje ............................................................................ 130
Los indios amigos....................................................................................... 139
Los aliados pehuenches............................................................................ 149

LA ACCION OFICIAL................................................................................. 155


El trabajo misionero................................................................................... 155
Misioneros entre los pehuenches ........................................................... 162
Tipos fronterizos en el Ejército............................................................... 169
Los parlamentos......................................................................................... 186

LENTO DECLINAR DE LA FRONTERA ARAUCANA...................... 197

CONCLUSION............................................................................................. 207

Abreviaturas ................................................................................................... 211

Bibliografía ..................................................................................................... 213

8
INTRODUCCION

IA HISTORIA DE IAS FRONTERAS

Los fenómenos que estudiaremos en la Araucanía forman parte


de un tema mucho más amplio de la historia mundial que, a
partir de la expansión europea iniciada en el siglo XV, cubrió
áreas muy diversas en América, Asia y Oceanía, vale decir, en las
tierras adonde el hombre blanco, cristiano y occidental, llevó su
dominio y su influencia de todo tipo. Es la historia del roce marca­
damente violento de dominadores y dominados, en que la lucha
armada, muy dura en los comienzos, sólo fue uno de tantos aspec­
tos. Junto a ella, y a medida que pasó el tiempo, estuvo el comer­
cio en pequeño y en grande, la adaptación del trabajo y el
consiguiente abuso, la mezcla de las razas y el surgimiento de
grupos mestizos, las aproximaciones culturales y la manifestación
de formas nuevas e insospechadas, las modificaciones en el len­
guaje, los hallazgos del arte y, en fin, las tareas misioneras y la
secuela inevitable de la religiosidad mestiza. También incluye el
avance por territorios desocupados o escasamente ocupados, don­
de se inició una existencia precaria.
La historia de las fronteras pone el acento en ese orden de
fenómenos, cala más allá del acontecer político y militar, que en
cierto modo desestima, para adentrarse en los procesos de media­
na duración y en las características de largo tiempo que han mol­
deado a los pueblos.
En suma, la historia de las fronteras es una historia de la vida
en aquellas regiones donde el hombre blanco y los pueblos menos
desarrollados enlazaron cuerpos y culturas.
El contacto de los pueblos ha generado una historiografía
muy abundante, que va desde las pequeñas investigaciones hasta
cuadros más amplios relativos a la expansión de un imperio o la

9
INTRODUCCION

dominación en toda un área continental. La inmensidad de esa


historiografía y su carácter eminentemente analítico, impidió ver
las líneas gruesas del fenómeno, o por lo menos no hubo una
reflexión (pie procurase interpretar su esencia y su significado
mundial. Fue el historiador norteamericano Frederick Jackson Tur­
nee (1861-1932) el primero (pie valoró la historia fronteriza, par­
tiendo de la rica experiencia de su país y sin pretender elevarse a
una concepción universal.
Turner comenzó estudiando el comercio de los indígenas en
Wisconsin y llegó a interesantes conclusiones sobre la evolución
institucional de esa actividad, columbrando entonces la importan­
cia que la frontera había tenido en la historia de los Estados Uni­
dos. Prosiguió luego sus investigaciones, ampliando temática y
geográficamente sus búsquedas, hasta deducir (pie la tarea fronte­
riza había sido de una importancia determinante en el destino de
su patria. No se trataba del hecho obvio de la incorporación terri­
torial, del rudo avance de los pioneros, el desplazamiento de una
sociedad y la estructuración de una economía, sino que el aporte
real estaba en la formación de una mentalidad y de una institucio­
nal idad política.
Dos nuevas obras, ya en la época madura de su vida, marca­
ron las contribuciones más valiosas de Turner, The Frontier in Ame­
rican History (1920) y Significance of Sections in American History. A
partir de esos hitos, el célebre historiador y sus seguidores y co­
mentaristas abundaron en la temática fronteriza, iluminando des­
de ángulos insospechados el pasado de Norteamérica.
La vasta frontera de las llanuras del medio oeste, del lejano
oeste y de la costa del Pacífico, donde aguardaban enormes rique­
zas, al poner en marcha a grupos pioneros, habían creado condi­
ciones que marcaron la sociedad y las ideas de una manera singular.
El horizonte ilimitado estimuló ambiciones, dio sensación de po­
der y creó el tipo de hombre fronterizo, sufrido, valiente y em­
prendedor, consciente de su propio valer y entregado a su fuerza
personal. El fue quien conquistó el oeste y, en un medio de grose­
ro primitivismo, hizo surgir la riqueza e impuso un nuevo orden.
El sentimiento de la libertad y del valor individual se acrisolaron y
la vida democrática quedó asegurada. Turner pensaba, además,
que las sucesivas fronteras y las variaciones locales habían forjado
características regionales (pie se reflejaban en la política y las insti­
tuciones.
En esa interpretación debía caerse tarde o temprano en la
exageración, pero en honor del célebre historiador norteamerica­
no debe recordarse que siempre fue un espíritu abierto a la revi­

10
INTRODUCCION

sión de sus ideas y que, en cuanto al origen del pensamiento


político, no desconocía la influencia de la teoría, tan ligada a
Europa, mientras la práctica fronteriza había sido vida formadora
de mentalidad.
Una nueva dimensión tomó la historia de las fronteras en
1951 con la publicación de The Great Fronlier de Walter Prescott
Webb (1888-1963), discípulo del anterior, que incursionó en un
horizonte interpretativo mayor.
Webb consideró fundamentalmente la influencia que el Nue­
vo Mundo o la frontera habían ejercido sobre Europa, abriendo
paso a la acumulación de capitales, la ampliación del comercio, la
Revolución Industrial y toda la secuela de cambios sociales e ideo­
lógicos de la Epoca Moderna. Confería, así, una importancia deci­
siva a la “gran frontera” en la línea de las investigaciones de Earl J.
Hamilton y otros autores, y él mismo recordaba en todo su signifi­
cado la idea de Adam Smith de que el descubrimiento de América
y del cabo de Buena Esperanza habían sido los hechos más impor­
tantes de la historia de la humanidad.
Desde entonces, Webb ha recibido toda clase de críticas por
su tesis. Se le ha acusado de espíritu aldeano allá en su rincón
tejano, de desconocimiento de la historia europea y de menospre­
ciar hechos tan significativos como la Reforma. No obstante, su
mérito está en haberse atrevido a pensar y haber diseminado una
inquietud que ha mostrado ser fructífera, más allá de la fácil críti­
ca de los especialistas.
Hoy día pareciera estar fuera de duda que la pequeña histo­
ria fronteriza de cada región o país se sitúa dentro del marco
mayor de la “gran frontera”, aun cuando falte todavía un panora­
ma de relaciones y comparaciones que haga inteligibles las líneas
fundamentales.
La historia de Latinoamérica ha sido en gran medida una
historia fronteriza, y sigue siéndolo en muchos lugares. Tiene, por
lo tanto, un relieve especial, y estudiarla contribuye a comprender
en profundidad la trayectoria de sus pueblos.
Esa historia fronteriza, sin embargo, es muy distinta a la de
Norteamérica planteada por Turner, y enlaza más bien con la
concepción de Webb.
Entre sus rasgos distintivos está el hecho de no ser solamente
un frente pionero, sino que ha sido un área en expansión y con­
tracción donde la existencia de los pueblos nativos ha jugado un
papel de primera magnitud por el volumen de la población y, en
algunos casos, por su alto nivel cultural, que les permitió sobrevi­
vir y participar, aunque fuese por compulsión. Las mayores conse­

11
INTRODUCCION

cuencias de esa realidad fueron el mestizaje y la transculturación,


que dieron características propias a los pueblos latinoamericanos.
La frontera de esta parte del continente debe ser entendida,
en consecuencia, como las áreas donde, al impulso de la expan­
sión europea, se han presentado fuertes desniveles culturales y
económicos identificados con dominadores y dominados. No pue­
de ser, como en las preocupaciones de Turner, sólo una explica­
ción de la sociedad y la mentalidad del pueblo dominante, ni
tampoco, siguiendo la tesis de Webb, únicamente una considera­
ción del aporte material a las transformaciones europeas. Debe­
mos comprender al mismo tiempo el significado de la frontera -la
pequeña frontera, digamos- en cuanto ha modelado tipos racia­
les, relaciones económicas, formas de explotación, mentalidades,
sectores sociales y variaciones políticas. Después de todo, quizás
sea la gran frontera.
También debe comprenderse que el fenómeno fronterizo ha
sido más intenso en Latinoamérica que en los Estados Unidos y de
una duración mucho mayor. En gran parte, los problemas de
nuestra América mestiza derivan del ser fronterizo.
Es preciso definir las fronteras como las áreas donde se reali­
za la ocupación de un espacio vacío -si es que existen espacios
vacíos- o donde se produce el roce de dos pueblos de culturas
muy diferentes, sea en forma bélica o pacífica. Generalmente, el
pueblo dominante procura imponer sus intereses y su organiza­
ción, tareas que pueden prolongarse hasta muchos años después
de concluida la ocupación, antes de dar pleno resultado. Violen­
cia, primitivismo, despojo de la tierra u otros bienes, desorganiza­
ción social, impiedad, gran riesgo en los negocios, escaso imperio
de la ley, y reducida eficacia de la autoridad, son algunas de las
características de las fronteras.
La historia de las fronteras, por muy amplios que sean sus
temas, no incluye necesariamente todo lo que ocurre en las áreas
respectivas. El fenómeno fundamental es el roce de pueblos y
culturas, que en acciones y reacciones van dando origen a una
nueva realidad. Es la gestación de un mundo mestizo que perma­
nece en el largo plazo y que tiene diversos grados de intensidad;
puede ser tan profundo como el de Centroamérica y el Perú, o
superficial como el de Estados Unidos, la India o Argentina.1

1 la historia de las fronteras ha comenzado a llamar la atención tardíamen­


te en el mundo iberoamericano y a adquirir prestigio, a tal punto que visiones
absolutamente tradicionales han sido revestidas con ese concepto. Es lo que ha
ocurrido con el trabajo de Guillermo Céspedes del ('.astillo l.a Conquista, inchii-

12
INTRODUCCION

En algunos casos, la aniquilación o el desplazamiento del


pueblo autóctono es tan intenso, que el fenómeno fronterizo pa­
rece como un hecho protagonizado casi exclusivamente por los
grupos dominantes y, por lo tanto, como una circunstancia que
los afecta sólo a ellos. Ese es el aspecto que toma la marcha hacia
el oeste en los Estados Unidos y la ocupación de la pampa en
Argentina.
El rasgo fronterizo ha tenido en Chile una vigencia muy mar­
cada, que no hemos percibido porque hemos vivido preocupados
de una historia capitalina, oficial y aristocrática. Pero desde el
momento en que fijamos la atención en las regiones históricas, se
capta la intensidad del quehacer fronterizo, sus orientaciones su­
cesivas y su influencia en la vida nacional.
La conquista española fue la que dio comienzo a una existen­
cia fronteriza de profunda y larga proyección. En los primeros
años, esa frontera estuvo situada en la región central y norte,
entre los ríos Copiapó y Maulé, mientras se establecían en forma
muy precaria algunos grupos de conquistadores que fundaron San­
tiago y la Serena. En esa enorme región, que fue la cuna del país,
el período se inicia en 1540 y se prolonga durante tres o cuatro
décadas, hasta que la organización de la sociedad y del espacio
quedó consumada, al tiempo que la población nativa experimen­

do en el número 1 de la Historia de América Latina, publicado por Alianza Edito­


rial. al parecer en 1985, que siendo un aporte bien documentado y meritorio, no
es otra cosa que un cuadro general de la empresa conquistadora en sus diversos
aspectos.
Debemos entender qnfc temas tales como la implantación del Estado, las
polémicas sobre los indios, la lucha entre los virreyes y las reales audiencias, o
posteriormente las competencias electorales, los planes de la educación pública
o la creación de los poetas, aunque tengan lugar en áreas fronterizas, no son
propiamente tópicos de frontera, pese a tener alguna relación con esa circuns­
tancia.
Llama la atención que una publicación debida a la Revista de Indias, anexo 4,
con el extraño título de Estudios (Nuevos y Viejos) sobre la Frontera, que ha tenido
gran éxito de venta y que incluyó un trabajo nuestro, diese cabida a temas que
no guardan relación con la materia. Entre los aspectos ajenos aparecen la políti­
ca territorial en California desde Cortés a Gálvez, las disputas internacionales en
Santo Domingo y Australia, el cumplimiento de tratados internacionales, las
expediciones científicas, y otros asuntos que pueden ser catalogados en cual­
quier materia, menos en la historia que nos ocupa.
l^a historiografía europea relativa a América tiene muchas ligerezas y en
este caso se ha cometido un error conceptual importante. Nos hemos referido
con mayor detenimiento a este punto en Deficiencia de la historiografía europea
relativa a América. El caso de la frontera en Chile, en Historia, N9 27, año 1993.
Santiago.

13
INTRODUCCION

taba un descenso dramático, cercano al 80%, y el resto era asimila­


do. Fue una frontera sometida con rapidez y donde la compene­
tración de los protagonistas colectivos se efectuó tempranamente.
La segunda área, comprendida entre el río Maulé y el seno
de Reloncaví, comenzó a ser ocupada en 1550, pero su verdadera
incorporación no ocurrió hasta la segunda mitad del siglo XIX.
Un sector dentro de ella, la Araucanía, desde el río Biobío al
Tollón, forma el tema de este libro.
Los teñí torios allende los Andes, Tucumán y Cuyo, ahora perte­
necientes a Argentina, constituyeron una frontera marginal y -espe­
cialmente el segundo- subsidiaria de Chile central. El encierro
geográfico y la escasez de los recursos prolongaron allí por largos
años la vida fronteriza en medio de una pobreza sin remedio.
Los desiertos de Tarapacá y Atacama, dependientes de otras
jurisdicciones, fueron, a partir de la conquista, un espacio fronte­
rizo con una población indígena que se refugiaba en oasis y que­
bradas precordilleranas, entregada a una agricultura de esfuerzo y
a una ganadería de altura. La dominación hispanocriolla fue dé­
bil, aunque monopolizó las riquezas locales, relegando hacia las
tierras altas del interior a los indígenas, que, en la imposibilidad
de resistir, aceptaron su destino con resignación.
Esa frontera se hizo muy dinámica en la primera mitad del
siglo XIX, cuando la tenacidad de los pioneros, obreros, técnicos
y empresarios, en alta proporción chilenos, puso en explotación
los yacimientos de guano, plata y salitre. Pero ese movimiento, al
imponer las modalidades industriales y los ferrocarriles y estre­
char la organización pública, llevaba consigo la destrucción del
ámbito fronterizo, al menos en la costa y las pampas. Antes de la
Guerra del Pacífico (1879-1884) la frontera ya se había amparado
en las tierras del interior, protegidas por la pobreza y el olvido.
Otras fronteras se abrieron en la época republicana a partir de
la década de 1840, cuando se inició la etapa expansiva del núcleo
central. La f undación del f uerte Bulnes en 1843 marca la voluntad
oficial de manifestar la soberanía en las tierras magallánicas y de
llevar adelante una colonización desafiando todos los inconvenien­
tes. Esa frontera, mantenida con el presupuesto, dependió entera­
mente del Estado, hasta que hacia 1877 la valorización económica,
fundamentada en la ganadería ovina, creó las condiciones de un
desenvolvimiento propio. Como f rontera, corresponde al tipo abier­
to, con reducida población indígena y con aportes de variadas
nacionalidades: chilena, inglesa, escocesa, suiza, española, yugosla­
va, etc. Además, representó una ocupación dispersa, dependiente
de un enclave con fuerte aspecto de factoría: Punta Arenas. La

14
INTRODUCCION

dureza de la vida en un escenario hostil ha determinado que en


muchos rincones se mantenga el tono fronterizo.
La región de los Lagos, tan vinculada a la Araucanía, ha
tenido también una larga historia fronteriza, que comenzó en
tempranos años de la conquista con la fundación de Valdivia y
Osorno. Desaparecidos esos enclaves durante la gran rebelión in­
dígena de 1598, sólo la refundación de Valdivia y la fortificación
de la boca del río, en 1645, dieron comienzo a la ocupación per­
manente.
Como puesto militar, destinado a impedir que se establecie­
sen corsarios extranjeros o que obtuviesen recursos, Valdivia llevó
una pobre existencia. La segunda fundación de Osorno y el pro­
pósito de convertirlo en centro de colonización tuvo resultados
limitados por las dificultades del transporte, de modo que toda la
región fue una frontera estagnada, que experimentó un escaso
adelanto.
El gran cambio viene en la década de 1850 con la coloniza­
ción chileno-alemana conducida por el Estado. Fue ése el primer
intento en el país de una colonización agrícola sistemática y basa­
da en grupos de inmigrantes a partir de planes gubernativos espe­
ciales. Además, por la diferencia cultural de los colonos germánicos,
tomó una connotación especial dentro del país.
El trabajo de la tierra se organizó con notable rapidez, no
obstante el predominio de la selva y la larga estación de lluvias,
convirtiéndose en una frontera muy dinámica. En ese esfuerzo los
inmigrantes demostraron una gran tenacidad, pero no deben olvi­
darse ni la importancia de la mano de obra proveniente de Chiloé
y Concepción, que superó en más de diez veces al elemento tudes­
co, ni tampoco los cuidados del Estado.
La región insular y continental de Chiloé ha visto transcurrir
su historia dentro de características fronterizas muy nítidas. A las
duras condiciones del medio natural se ha agregado el escaso
valor de los cultivos y de los recursos del mar, que fueron activida­
des de subsistencia, sin haber tenido, durante siglos, otro produc­
to comerciable que la madera.
1.a temprana fundación de Castro en 1567 no fue muy significa­
tiva, ni tampoco la de Ancud, en el siglo XVIII, porque como puntos
de organización jugaron un papel muy reducido. Internamente, la
vida se constituyó en parajes aislados, siendo muy dispersa la ocupa­
ción. Hubo dificultad para penetrar en el bosque y las comunicacio­
nes dependieron de las doleos y las grandes lanchas.
La independencia no significó nada en la región: subsistió el
encierro y un ambiente de acusado arcaísmo rodeó la existencia

15
INTRODUCCION

de una población sin perspectivas. En suma, hasta época muy


reciente, Chiloé fue una frontera pasiva, de ocupación dispersa y
dependiente del mar.
En el presente siglo se abrió la última frontera: el territorio de
Aisén, que por las condiciones naturales y el aislamiento ha tenido
cierta similitud con Chiloé. La ganadería y la explotación del bosque
fueron los recursos de una colonización espontánea de pobladores
independientes y de compañías que contaban con capitales regula­
res. El apoyo del Estado fue tardío; aunque el empleo de medios
modernos -la nidio, las líneas de vapores y el avión- facilitó los traba­
jos y vinculó esa región con el resto del país.
Sólo quedaría por agregar la Antártida, que por contar úni­
camente con puestos militares de observación, no puede ser califi­
cada aún como frontera.
La existencia fronteriza en tan variados territorios ha sido un
hecho muy importante en la vida del país, no sólo por las conno­
taciones locales, sino por el efecto general. Se ha vivido, en una u
otra parte, una situación de inestabilidad y de difícil adaptación,
en que los elementos sociales, económicos y culturales autóctonos
se han desintegrado, sea en forma rápida o en un lento declinar
que aún no concluye. Por su parte, el proceso de sometimiento y
creación de una nueva realidad demoró largo tiempo en impo­
nerse y pasó por momentos precarios. En ello iba una migración
espontánea, más importante que la oficial, cuando la hubo, la
adaptación de individuos y familias, la creación de nuevas formas
económicas y una tarea organizativa estatal y privada que deman­
dó recursos y preocupación. La ocupación de los distintos territo­
rios requirió de inversiones cuantiosas en infraestructura y
equipamiento, tanto en el transporte como en la habilitación de
tareas productivas, obras de urbanización, viviendas y edificios
estatales. Toda esa empresa significó emplear esfuerzos y recursos
de origen público y privado, restados a otras actividades naciona­
les, de modo que el aspecto fronterizo ha tenido una fuerte inci­
dencia en la orientación de los recursos disponibles. Ha sido el
precio de incorporar vastas regiones donde todo estaba por ha­
cerse.
Las áreas fronterizas han sido, en mayor o menor grado,
escenarios del proceso de mestizaje, que determinó la conforma­
ción racial de la nación. Junto con la mezcla de sangres se produ­
jo la transculturación, manifestada en el lenguaje, las formas de
religiosidad y las costumbres; aunque la cultura dominante ha
tenido una influencia avasalladora que ha relegado muchos aspec­
tos autóctonos al rincón de lo anecdótico.

16
INTRODUCCION

El quehacer fronterizo generó entre sus protagonistas un sen­


timiento de lucha y esfuerzo, en un medio natural que obligó a
muchos sacrificios y no pocas veces frente a grupos aborígenes te­
mibles o inquietantes al menos. Durante las actividades fronterizas
hubo clara conciencia individual y colectiva de estar en una tarea
constructiva importante, y una vez que el éxito coronó los esfuer­
zos, la satisfacción y el recuerdo prolongaron esa conciencia.
Un sentimiento épico anidaba en el espíritu de los protago­
nistas y en la nación entera, que vio en las empresas de frontera
una realización decisiva para el destino de Chile. Esa impresión ha
perdurado y ha sido un cariz significativo en el desarrollo del
sentimiento nacional, tan ligado a la historia territorial.
Debe reconocerse que las regiones fronterizas no conforma­
ron, en definitiva, áreas verdaderamente diferenciadas y que el
carácter unitario del país se fue configurando a medida que se
incorporaban territorios. Aparece claro que la primera comarca
de frontera, el centro del país, se constituyó en la base de la vida
nacional, a partir de la cual y por efecto del predominio oficial, se
expandió a las demás áreas. La fundación de Santiago en lo que
sería el centro del país -una región de notables proyecciones geo­
gráficas e históricas- fue el comienzo del centralismo, que es mu­
cho más que un aspecto oficial. El núcleo central fue la cuna de la
nación chilena, donde se desarrolló una población disponible para
marchar hacia el norte y el sur, donde la cultura y la identidad se
formaron tempranamente y donde la existencia de recursos facili­
tó las empresas expansivas. Las autoridades políticas, por otra par­
te, en la época colonial y republicana, siempre estuvieron atentas,
en la capital, para mantener la unidad frente a peligros internos o
externos. Un sólido principio de autoridad, a la vez que inteligen­
te y prudente, reguló la existencia regional dentro de los intereses
generales del país.
En el mismo sentido actuó la administración pública, apo­
yando los procesos de integración y extendiendo sus labores. Siem­
pre hubo una temprana implantación de la autoridad, la justicia,
la educación pública en cuanto fue posible y obras materiales de
carácter imprescindible. La vigilancia y los informes al gobierno
central dan cuenta de una preocupación rigurosa.
La capacidad aglutinadora del centro se ha expresado en
todos los ámbitos territoriales, incluso en los extremos norte y sur,
donde su tardía incorporación y la presencia de grupos extranje­
ros habrían podido generar fuerzas centrífugas.
No debe perderse de vista el sentido verdadero de nuestra
existencia fronteriza, en cuando ha implicado grandes tareas na-

17
INTRODUCCION

dónales que explican mucho de nuestro pasado, pero todo fue


dentro del proceso constructivo de una nación marcadamente
unitaria.
En las páginas de este libro nos referiremos a una de las
fronteras, la de rasgos más definidos y pertinaces, que dio origen a
mitos ampliamente difundidos y a recientes planteamientos ideo­
lógicos y políticos que han enturbiado la claridad de la historia.
Antes de entrar en materia, deseamos agradecer a nuestros
amigos, los profesores Luis Carlos Parentini y Rafael Sagredo, su
colaboración y el continuo intercambio de ideas. También a la
señorita Evelyn Schulz, por el trabajo de ordenamiento y prepara­
ción de esta edición, que efectuó con verdadero entusiasmo.

Camino del Algarrobo


Primavera de 1995

18
EL AMBIENTE NATURAL

COMARCA DE LLUVIAS Y SELVAS

Tan pronto el otoño avanza sus primeras hojas secas, las lluvias
pasan a dominar el ambiente con sus fuertes descargas o su caída
suave prolongada por días y días. La temperatura desciende, las
nubes y la humedad marcan la tristeza en la vida vegetal y animal.
También en la humana, que se recoge sobre sí misma a la espera
de un nuevo despertar allá por octubre o noviembre.
Es la mala estación -bendición del cielo- que acumula nieves
en la cordillera, hincha los lagos, desborda ríos, acuna pantanos y
traspasa la tierra hasta las raíces más profundas, creando las condi­
ciones de una riquísima vegetación que se prodiga para el hom­
bre y los animales.
La selva de variados árboles, entretejida de arbustos y enreda­
deras, en muchos lugares cerrada al sol y a quien desee atravesar­
la, es el aspecto dominante del paisaje, aunque cede espacios a
llanos de ricos pastos, formaciones de arbustos con pretensiones
arbóreas y lagunas pobladas de totorales en las depresiones del
terreno.
La región ha sido denominada Araucanía o la Frontera, en
términos que evocan reciedumbre y belleza.

UN RIO Y UNA FRONTERA

La Araucanía comenzaba por el norte en las márgenes del río


Itata, aunque es posible que la presencia de sus habitantes y sus
incursiones pasasen a distritos más septentrionales. Así lo compro­
baron los primeros españoles que alcanzaron esos rumbos, un

19
\1DA FRONTERIZA EN L\ ARAU(LANIA

20
EL AMBIENTE NATURAL

destacamento envdado por Diego de Almagro en el invierno de


1536.
Una vez que la conquista bajo el mando de Pedro de Valdivia
se desplazó con pertinacia hasta las orillas del Biobío, éste pasó a
ser el límite norte de los araucanos, pese a que la marea humana
de ambos lados mantuvo una situación inestable en amplia zona y
por más de cien años. En todo caso, los hechos tendieron a seña­
lar al río como el elemento básico de la demarcación.
El Biobío inicia su curso de 340 kilómetros cordillera aden­
tro, en las lagunas de Galletué e Icalma, a 1.150 metros de altura.
Corre, en un comienzo, por un valle amplio y de montañas no
muy elevadas, orientando hacia el norte su escaso caudal. Abando­
na luego la cordillera por estrechas gargantas rocosas y pasos cu­
biertos de selva que hacen difícil seguir su desplazamiento. Las
aguas se hacen turbulentas y descienden de rápido en rápido.
A partir de Santa Bárbara, dirigiéndose claramente hacia el
noroeste, el río sale al Llano Central, calmando sus aguas aún
poco caudalosas. En el curso medio recibe el aporte de los ríos
Bureo y Duqueco; al aproximarse a la cordillera de Nahuelbuta,
que lo desvía hacia el norte, el río Vergara le entrega su poderosa
corriente que, a su vez, ha recibido el tributo del Malleco y del
Renaico. Desde aquel lugar, frente a Nacimiento, el Biobío es un
río respetable, que a poco andar engrosa sus aguas con las del
caudaloso Laja. Robustecido el Biobío, su lecho se hace amplio y
su caudal busca tranquilamente el mar, discurriendo entre las
serranías de la costa. En algunos lugares, el ancho es de más de un
kilómetro y su aspecto es imponente. Sin embargo, es de poco
fondo y deposita bancos de arena que facilitan vadearlo y dificul­
tan la navegación aun para embarcaciones de poco calado. El
régimen de sus aguas es mixto; se alimenta de los deshielos prima­
verales y estivales y de las lluvias del invierno.
La importancia del Biobío es más histórica que geográfica, y
deriva del tema que nos ocupa. Como línea fronteriza, su carácter
fue más psicológico que material, porque en verdad no constituyó
una barrera infranqueable. Se lo percibió como línea demarcato-
ria y se procuró sostenerla como tal, a pesar de tener numerosos
vados y de que las alteraciones de la corriente y la posición de
bancos de arena y ripio, también cambiantes, facilitaban cruzarlo.
La placidez de sus aguas en el curso bajo permitía, por otra parte,
pasar en balsa de una ribera a otra.

21
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAl'CAMA

EL SECTOR LITORAL

La línea costera inicia sn descenso al sur con dos inflexiones que


dan origen a la bahía de Talcahuano y al golfo de Arauco. La
primera, cerrada al sur, flanqueada al oeste por la península de
Tumbes y al noroeste por la isla de la Quinquina, ofrece un espa­
cio amplio y seguro para las naves. En el extremo sur se encuentra
el fondeadero de Talcahuano, elogiado por los navegantes de to­
dos los tiempos. Frente a él, en la parte oriental, se sitúan la playa
de Penco y sus colinas, donde fue fundada y permaneció por más
de dos siglos la ciudad de Concepción.
Inmediatamente al sur, la rada de San Vicente es un peque­
ño refugio para las faenas portuarias.
El golfo de Arauco reproduce, a continuación y en dimensio­
nes mayores, las características de la bahía de Talcahuano, aunque
es más abierto. La isla, en este caso, es la de Santa María y el lugar
de poblamiento, Arauco, en el extremo suroriente, donde se le­
vantó un fuerte mantenido a porfía. No existe allí un buen fon­
deadero, pero los barquichuelos anclaban frente a la fortificación
si las circunstancias urgían.
Más al sur del golfo, la costa sigue abierta, sin detalles geográfi­
cos de importancia ni reparos cómodos para el asentamiento huma­
no. Solamente la boca de los ríos Imperial y Toltén concentraron
alguna actividad de pesca y navegación de embarcaciones ligeras.
Todo el relieve junto al mar es de escasa altura, en forma de
terrazas y colinas ondulantes que dan paso fácil a los vientos pre­
dominantes del suroeste, cargados de lluvias y no pocas veces vio­
lentos. Las precipitaciones son intensas entre el otoño y la
primavera, alcanzando los 1.500 milímetros al año.
El espacio litoral queda cerrado al oriente por la cordillera
de la costa, que desde el río Biobío al sur toma forma compacta y
elevada, con alturas de 1.000 metros. Es la cordillera de Nahuelbu-
ta, verdadera barrera con pocos pasos, que separa la costa del
Llano Central y que desaparece después de un recorrido de 190
kilómetros para dar lugar a terrenos ligeramente ondulados hasta
el río Toltén.
La cordillera de Nahuelbuta no es de fácil penetración. Algu­
nos cortos valles y quebradas, por ambos lados, representan una
escasa articulación, que a poco andar termina en ásperas gradien­
tes. En los viejos tiempos, la densa vegetación de mediano y gran
tamaño impedía trepar por sus laderas, especialmente por la ver­
tiente de la costa.

99te
El. AMBIENTE NATURAL

Por su altura y extensión es un biombo con el que chocan los


frentes nubosos que llegan desde el mar y descargan allí sus aguas,
sumando hasta 3.000 milímetros anuales. En el flanco oriental, en
cambio, las precipitaciones descienden a 700 milímetros.
Debido a las condiciones de relieve y clima, Nahuelbuta desa­
rrolló especies vegetales y animales similares a las que se encuen­
tran en los Andes de esa misma latitud, incluida la araucaria.

LOS LLANOS DEL. CENTRO

La Depresión Intermedia, que acompaña a casi todo el país de


norte a sur, tomó aquí, por costumbre, el nombre de los Llanos
para uso de los dominadores y de los historiadores.1
Los IJanos extienden su anchura entre los Andes y Nahuel­
buta y a causa de las compresiones geológicas y las acumulaciones
detríticas elevan su altura hasta los 300 metros, en un fenómeno
que lo diferencia del resto del país y que tiene otra consecuencia:
su llaneza es relativa, porque la superficie presenta lomajes mode­
rados en amplios sectores, que la erosión ha suavizado o herido
con feas llagas.
De todos modos, los IJanos presentaban condiciones ideales
para el asentamiento humano por la feracidad de la tierra y su
vegetación de “parque”, donde las praderas se alternaban con
formaciones arbustivas y hermosos bosques. Al socaire de la cordi­
llera de Nahuelbuta, las precipitaciones son menores y en el vera­
no las temperaturas se hacen agobiantes porque no llega la
influencia morigeradora del océano. El fenómeno, sin embargo,
es favorable para la agricultura y la fruticultura, que llega a produ­
cir la vid, allí donde la latitud debiera rechazarla.
Al otro lado de los Llanos, en las proximidades de los Andes,
selvas impenetrables de robustos árboles se desarrollaban favoreci­
das por una menor temperatura y por la densidad de las lluvias
retenidas por las montañas. Se produce de esa manera el mismo
fenómeno determinado por la cordillera de Nahuelbuta.

1 En sentido estricto, se denominó los Llanos al territorio occidental, cerca­


no a la cordillera de Nahuelbuta, donde se sitúan actualmente las ciudades de
Angol y Traiguén y los pueblos de los Sanees y Collipulli. Ahí habitaban los
“Bañistas”, a diferencia de los moluches, que ocupaban la franja cercana a los
Andes.

23
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAl'CANIA

La vegetación es la típica de toda la Araucanía, con simples


variaciones según el grado de humedad y de altura. Aún aparecen
las especies arbóreas del clima más seco del centro del país, como
el quillay, el litre y el boldo, que nunca superan su aspecto de
matorral. Entre los grandes árboles sobresalen las formas robustas
del roble, la ramazón menuda y hermosa del coigúe y la figura
esbelta del lingue. A orilla de los ríos se desarrollan el raulí y el
laurel mientras que en las hondonadas y quebradas que concen­
tran la humedad, lo hacen el canelo, el olivillo v la luma.
Por regla general, los árboles forman bosques mixtos, a los
que se agrega un sotobosque intrincado de quilas y coligúes con
sus agrupaciones apretadas de varas que cierran el paso a cual­
quier voluntad. Se agregan también lianas, musgos y liqúenes.
Entre los arbustos se asocian el maqui, el molle y el arrayán. Las
formas apretadas de la vegetación, por presentarse aisladas, no
eran obstáculos para transitar; aunque se prestaban admirable­
mente para el acecho y las emboscadas.
La bondad de tan rica vegetación depara frutos, semillas co­
mestibles, tallos y tubérculos que complementaron tanto a la agri­
cultura primitiva como a la que le siguió posteriormente.
El clima ofrece diferencias notorias en las diversas estaciones
y también en el transcurso del día. La influencia de las barreras
montañosas y el encierro de algunas cuencas provocan contrastes
de unas áreas a otras. Durante el otoño y el invierno el frío extre­
ma su rigor, frenando la actividad de todos los seres vivientes.
Las precipitaciones aumentan de norte a sur, igual que en
toda la región, y se concentran del otoño a la primavera, sin que
dejen de hacerse presentes en el verano.
La vegetación es bastante variada. En las bajas estribaciones occi­
dentales dominaba una selva densa con los mismos árboles de los
Llanos y de la costa: robles, coigúes y canelos, a los que debe agregar­
se el ciprés cordillerano. Desde los 900 metros y hasta los 1.500 domi­
naba la araucaria en formaciones boscosas exclusivas, una conifera de
gran desarrollo vertical y con ejemplares de más de mil años que
arraiga en laderas abruptas y terrenos con buen drenaje. A mayor
altura imperan únicamente las rocas y la soledad.
En el ámbito interior, a causa de la barrera climática de las
primeras serranías, la vegetación se empobrece. Los árboles, redu­
cidos en su talla, se hacen escasos, sobreviven unas pocas yerbas y
arbustos de estampa hirsuta, mientras los pastos se agotan para
renacer con las precipitaciones invernales. Más adentro, el paisaje
llega a tomar un color semidesértico.

24
EL AMBIENTE NATURAL

I AS MONTAÑAS DE LOS ANDES

Los cordones andinos no presentan gran altura y hasta podría


considerarse que un perfil de poco más de 2.000 metros es relati­
vamente bajo en términos chilenos. Las serranías se articulan unas
con otras y entre medio se destacan algunas cumbres elevadas
como la Sierra Velluda, de más de 3.500 metros, y los conos mag­
níficos de los volcanes Antuco, Callaquén, Copahue, Tolhuaca,
Lonquimay y Llaima.
Los vericuetos dan lugar a rutas para gente sufrida y a diver­
sos pasos de alrededor de 2.000 metros en el encadenamiento
principal, que dejan transitar hacia el otro lado de la cordillera,
excepto cuando caen las intensas nevadas del invierno.
El terreno presenta marcadas diferencias estructurales. En
muchas partes surgen las rocas fundamentales y los basaltos de
origen volcánico; en otras, suelos que admiten una rica vegetación
y más allá tierras arenosas y trumaos que mezclan en finos polvillos
la tierra común y las cenizas de antiguas erupciones. Los derrames
de lava recientes y el cascajo proveniente de su desintegración
cubren las inmediaciones de los volcanes.
Conforme se avanza en altura y latitud, las nevazones son
más espesas, cubriendo incluso el fondo de los valles. El calor del
estío no logra fundir el manto blanco de las más altas cumbres.
Los primeros cordones que miran hacia los Llanos, retienen
mayormente las precipitaciones aportadas por los frentes de mal
tiempo provenientes del Pacífico. En algunos lugares caen 2.200
milímetros al año. Debilitadas de ese modo las nubes, las precipi­
taciones son menos intensas cordillera adentro. Cuanto más se
avanza hacia el este, menores son las lluvias y nevadas, y desde la
primavera se padece de una sequía aguda, que da carácter de
estepa a sectores intermedios y a la vertiente que desemboca en la
pampa allende los Andes.
En medio del relieve accidentado, antiguas morrenas glacia­
res, que han rellenado algunos pasos, y potentes mantos de lava
han represado las aguas y dado lugar a la formación de lagos y
lagunas.
El escurrimiento se efectúa a través de arroyos y ríos que en
parte se abren paso por gargantas o cauces encajonados. Crecen
con las lluvias invernales y el derretimiento primaveral de las nie­
ves, siendo el estío la época de niveles más bajos.
La cordillera es el hábitat de diversos mamíferos, roedores y
carnívoros. Entre estos últimos se destacan el puma, el zorro y el

25
VIDA FRONTERIZA EN IA ARAUí LANIA

gato montés, mientras que una mención especial merece el gua­


naco, que era de gran utilidad por su carne, su piel y su cuero.
No obstante la aspereza del ambiente natural, los indígenas
no desdeñaron incursionar y establecerse entre las montañas. Los
araucanos presionaron desde los Llanos y los pehuenches, una etnia
distinta, desde el otro lado de la cordillera, produciéndose un
encuentro muchas veces violento.

26
PROTAGONISTAS ABORIGENES

LOS ARAUCANOS: AGRICULTORES DEL NEOLITICO

Entre todos los pueblos nativos que poblaban el actual territorio de


Chile, los araucanos aparecen con la fisonomía más importante a
causa de su crecido número y por la resistencia que opusieron a los
conquistadores. Formaban parte de una entidad mayor, los mapuches
o gente de la tierra (mapu, tierra; che, gente) que se extendían desde
el río Choapa por el norte hasta el confín de la isla de Chiloé. Todos
ellos provenían de grupos de la cuenca amazónica, más especialmen­
te de los guaraníes. Poseían una lengua común y costumbres similares,
aunque había rasgos que los diferenciaban localmente. También adop­
taban nombres distintos, como los picunches, al norte de los arauca­
nos, y los huilliches, al sur de éstos.
Los araucanos eran el núcleo principal, dotado de fuerte
unidad cultural y de una fuerza defensiva y expansiva que ni si­
quiera la dominación española pudo desbaratar completamente.
Eran agricultores y ganaderos incipientes que habían abandonado
la vida nómada en época no muy remota. Dentro de su economía,
la caza y la recolección seguían teniendo importancia.
Su alimentación descansaba preferentemente en el consumo
de diversos vegetales. Cultivaban maíz, fréjoles, papas, pencas, ají,
fresas y varios cereales como el madi, la quínoa y la tuca. Recolec­
taban no menos de setenta productos entre semillas, tallos y raí­
ces. Poseían pequeños rebaños de llamas que les brindaban lana,
carne y cueros; cazaban guanacos, huemules, pumas y zorros, em­
pleando arcos y flechas, y algunas aves mediante hondas y tram­
pas. Los que residían en la costa se dedicaban también a la pesca,
sin aventurarse mar adentro.
La ruca o casa de los araucanos era una habitación espaciosa
de planta rectangular u ovalada, formada de troncos y ramas. Los

27
VIDA FRONTERIZA EN LA ARALCANIA

hombres vestían un camisón sin mangas, complementado con el


chiripá, que pasaban entre las piernas y ataban a la cintura. Las
mujeres usaban una manta a manera de falda corta y, tanto ellas
como los hombres, largos ponchos.
Para la fabricación de utensilios empleaban diversos materia­
les. Con la madera hacían bateas, platos y jarros; con las fibras
vegetales, cordeles, canastos y redes; con la arcilla, platos, jarros y
ollas de pobre ornamentación o carentes de ella.
Con el oro, la plata y el cobre, que, al parecer, obtenían en
pequeñas cantidades de pueblos del norte, modelaban o lamina­
ban algunos adornos y puntas de armas.
Al tomar contacto con los araucanos, los españoles quedaron
impresionados por las condiciones de su existencia. Pedro de Val­
divia, en 1551, escribía al emperador Carlos V con exceso de entu­
siasmo:
Lo que puedo decir con verdad de la bondad de esta tierra es que
cuantos vasallos de vuestra Majestad están en ella y han visto la
Nueva España [México] dicen ser de mucha más cantidad de gente
que la de allá; es todo un pueblo e una sementera y una mina de
oro, y si las casas no se ponen unas sobre otras, no pueden caber en
ella más de las que tiene; próspera de ganado [llamas] como la del
Peni, con una lana que le arrastra por el suelo; abundosa de todos
los mantenimientos que siembran los indios para su sustentación,
así como maíz, papas, quinua, ají y frisóles. La gente es crecida,
doméstica y amigable y blanca y de lindos rostros, así hombres
como mujeres; vestidos todos de lana a su modo, aunque los vesti­
dos son algo groseros; tienen muy gran temor a los caballos; aman
en demasía los hijos e mujeres e las casas, las cuales tienen muy
bien hechas y fuertes, con grandes tablazones, y muchas muy gran­
des, y de a dos, cuatro y ocho puertas; tiénenlas llenas de todo
género de comida y lana; tienen muchas y muy polidas vasijas de
barro y madera; son grandísimos labradores, y tan grandes bebedo­
res; el derecho de ellos está en las armas, y así las tienen todos en
sus casas y muy a punto para se defender de sus vecinos y ofender
al que menos puede. Es de muy lindo temple la tierra y que se
darán en ella todo género de plantas de España mejor que allá.
Esto es lo que hasta ahora hemos reconocido de esta gente.1

1 Pedro de Valdivia, ('.artas de relación de la conquista de ('.hile, pág. 171.

28
PROTAGONISTAS ABORIGENES

ORGANIZACION SOCIAL Y CREENCIAS

En el siglo XVI, la familia araucana presentaba rasgos de filiación


matrilineal. Existía la poliginia, aunque los matrimonios monogá-
micos eran la regla general. Solamente los más ricos y los caciques
solían tener varias esposas.
La mujer estaba absolutamente sometida al hombre en todos
los aspectos de la vida. Además de su atractivo sexual y de su papel en
el hogar, representaba un valor económico por su trabajo en la agri­
cultura y en la elaboración de tejidos, cestas, objetos de greda y otros.
Por esta razón era vista como un bien económico sujeto a transaccio­
nes de diversa índole. Ni siquiera el matrimonio escapaba a este
concepto, porque siendo un rapto simulado, debía ser compensado
por el novio con la entrega de diversos bienes al padre.
Las funciones estaban repartidas entre mujeres y varones. Las
primeras debían efectuar los trabajos productivos, incluidos los
agrícolas, mientras los segundos, sin ser completamente ajenos a
ellos, se dedicaban de manera preferente a la caza y a la lucha o a
la preparación para ella.
La sociedad araucana no contaba con una organización su­
perior. Permanecía en el nivel de los clanes, denominados levos o
rehues en su idioma. Estos estaban compuestos por más de mil
hombres adultos y cada uno ocupaba un territorio determinado.
Los integrantes descendían de un antepasado común, que les ha­
bía legado el patronímico de acuerdo con una alianza celebrada
con algún animal o elemento de la naturaleza, cuyas característi­
cas creían poseer, y del que derivaban los nombres individuales.
Al frente de cada levo había un cacique o lonko, cuyo cargo era
hereditario. Su poder dependía del prestigio personal que tuviese,
muy relacionado con la valentía y la solidez de carácter y también con
su riqueza, pero distaba mucho de tener gran autoridad y ascendien­
te por el simple hecho de ocupar el cargo. En ese sentido, son falsos
el autoritarismo y la arrogancia con que son presentados por las
crónicas españolas y especialmente por el poema La Araucana. Era
usual que los indios bajo su mando hiciesen caso omiso de sus órde­
nes, se mofasen de ellos y llegasen a afrentarlos.
Las reuniones de guerreros o conos, que los castellanos clasifi­
caron como capitanejos y mocetones, decidían en debates acalora­
dos las cuestiones que les preocupaban, con intervención de los
caciques, que se conformaban con el parecer general.
Existía, en cambio, cierto respeto hacia los personajes de
mayor riqueza o ulmenes que generalmente eran ciertos caciques.

29
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAUCAN1A

No había, a pesar de ello, un orden jerárquico entre los caciques,


y si algunos hacían de cabeza de agrupaciones mayores se debía a
circunstancias transitorias. A estas características parece referirse
Jerónimo de Bibar cuando anota:
Ha habido entre ellos gente muy valerosa por las armas y algunos
tiránicamente poseen el señorío porque yo conocí en Arauco un
señor que se decía Peteguelen, que lo tenían por ser hombre vale­
roso y liberal. Así mesmo lo fue Andali padre de Aynavillo.

El mismo fenómeno es indicado por otro cronista, Santiago


de Tesillo:
Gobiérnanse estos bárbaros monstruosamente. No reconocen supe- .
rior, ni cabeza que los mande con imperio; ni hay en ellos forma
alguna de república, horca sin cuchillo. No tienen juez que casti­
gue delitos, ni otra sujeción que su apetito ni más potestad a quien
obedecer que su misma naturaleza individual; y los que juntan
ejércitos son los más ricos o más valientes...2

La lucha armada contra otras tribus obligaba a elegir a algún


cacique para que dirigiese las acciones, el toqui, cuya autoridad se
extendía sólo a las parcialidades que participaban en la guerra y
concluía en el momento que ésta terminaba.
El pueblo araucano carecía de unidad política. Era sólo un
conjunto numeroso de levos, razón por la cual los españoles afir­
maron que era “gente de behetría ”, expresando de esa manera su
falta de organización, jerarquía y cohesión.
Muy rara vez debieron formarse alianzas mayores que unie­
sen a un gran número de levos, como ocurrió frente a la invasión
incásica y luego a causa de la conquista española. Todo pareciera
indicar que fue esta última la que produjo una gran solidaridad
bélica, hasta llegar a conmover, en ocasiones aisladas, a toda la
Araucanía como un solo cuerpo.
En el desarrollo de algunas aptitudes guerreras jugaron un
papel muy importante las luchas entre los diversos levos o agrupa­
ciones, explicables por varios factores: la densidad de población y
la necesidad de obtener recursos, que provocaba intromisiones y
robos que desataban la venganza; la creencia en hechizos, que
atribuía enfermedades y daños a los maleficios originados en per­
sonas de otros grupos. También tenían su parte el robo de muje­

2 Jerónimo de Bibar, Crónica y relación copiosa.

30
PROTAGONISTAS ABORIGENES

res, la autonomía de cada levo y la ausencia de un poder central


superior a las querellas locales.
Si estallaba un conflicto, el toqui enviaba un mensajero con
una flecha ensangrentada, que recorría las diversas parcialidades
e indicaba el lugar de reunión y la fecha. Los guerreros participa­
ban con gran frugalidad, llevando para su alimentación sólo una
bolsa de harina con ají. Purgaban su cuerpo antes de entrar en
acción. Vestían con ropas muy ligeras y se desempeñaban de esa
manera con gran agilidad.
Entre las armas defensivas contaban con gorros de cuero
crudo, a veces coronados con la cabeza de un puma o zorro, y otra
pieza de cuero duro de lobo marino u otro animal, que cubría el
cuerpo por delante y detrás hasta la altura de las rodillas. Las
armas ofensivas eran lanzas, flechas, hachas de piedra, hondas,
porras y macanas. Estas últimas eran palos de mayor altura que un
hombre, curvados en el extremo, con cuyo codo asestaban golpes
terribles.
El frente presentado por los guerreros era impresionante:
Venían en extremo muy desvergonzados -recuerda Valdivia en cierta
ocasión- en cuatro escuadrones de la gente más lucida e bien dis­
puesta que se ha visto en estas partes, e más bien armada de pes­
cuezos de carneros e ovejas [llamas] y cueros de lobos marinos, de
infinitos colores, que eran en extremo cosa muy vistosa, y grandes
penachos, todos con celadas de aquellos cueros, a manera de bone­
tes grandes de clérigos, que no hay hacha de armas, por acerada
que sea, que haga daño al que las trajera.

Al lanzarse al ataque, un tremendo chivateo y griterío atrona­


ba el aire, mientras una densa lluvia de piedras, flechas y dardos
caía sobre el enemigo. El triunfo, a su vez, era celebrado con
grandes borracheras, en que se daba muerte a los prisioneros más
odiados. Un golpe de porra en la cabeza mataba instantáneamen­
te al condenado, cuyo pecho era abierto con un cuchillo para
extraerle el corazón, aún palpitante, para ser chupado y mordido
por los caciques.
La vida de los araucanos se desenvolvía en un mundo regido
por fuerzas superiores, espíritus, maleficios y agüeros, que hacían
del diario vivir un roce continuo con fenómenos y criaturas temi­
bles. Su religión era de carácter animista. Todos los hechos natu­
rales, como el viento, el trueno, el canto de un pájaro, eran
explicados por la acción de seres sobrenaturales, a los cuales se
hacían ofrendas o se dirigían ruegos para tenerlos propicios. Creían
en un dios, el Pillán, que tomaba diversas características según la

31
VIDA FRONTERIZA EN I.\ ARAUCANIA

localidad y cuyo nombre también solía variar. Tenía poder sobre


los hombres y la naturaleza, otorgaba la vida y la fertilidad, domi­
naba los fenómenos naturales y en su poder estaba dar la felicidad
o la desdicha. Sin embargo, no era un espíritu odioso; tampoco se
preocupaba de recompensar o castigar a los hombres después de
la muerte.
Al fallecer, las personas marchaban a lugares situados en la
cumbre de los volcanes, en las nubes o más allá del mar, donde
debían llevar una existencia semejante a la (pie habían tenido en
vida.
Para obtener el favor de los espíritus, realizaban la ceremo­
nia del guillatún, presidida por un anciano, y en la que participa­
ban también las machis. En medio de danzas e invocaciones se
sacrificaba algún animal y se rogaba por las lluvias, las buenas
cosechas o la reproducción del ganado, terminando con abundan­
te comida y chicha.
Uno o varios espíritus malignos, con el nombre de huecuvu,
atormentaban a la gente con enfermedades y toda clase de desgra­
cias. Contra sus malas acciones no había más recursos que la ma­
gia practicada por la machi. Con ese nombre se designaba a las
hechiceras o hechiceros (pie vestían de mujer, poseedores de po­
deres especiales, que usaban para el bien o para el mal.
Tales creencias y la práctica de la magia contribuían a exa­
cerbar las sospechas y temores entre diversos grupos, que invaria­
blemente llevaban a luchas sangrientas; influían también en las
relaciones con los españoles -bélicas o pacíficas- en reacciones
que éstos no podían comprender.

LOS PEHUENCHES: INDIOS DE LA CORDILLERA

Los valles andinos frente a la Araucanía fueron ocupados en for­


ma parcial o sólo temporalmente por los pehuenches, una etnia
diferente a los mapuches. Eran una rama separada de los huarpes
de la región de Cuyo, radicados en el Neuquén y que extendían
su acción hacia el lado occidental de los Andes. Indígenas bravios,
de alta estatura y delgados, constituían bandas transhumantes de
cazadores y recolectores. No tenían una organización central,
uniéndolos sólo una cultura común e intereses similares, refleja­
dos en movimientos estacionales según las necesidades de la exis­
tencia, la concertación de incursiones en busca de recursos
naturales o la lucha con sus enemigos.

32
PROTAC CONISTAS ABORIGENES

Durante el invierno, las principales agrupaciones vivían en


las faldas orientales de la cordillera y las pampas inmediatas, al
amparo de un clima favorable, menos húmedo y frío que el de las
montañas. Agrupaciones menores se situaban en los valles cordi­
lleranos, como el de Quenco, Trapatrapa, Alto Biobío y Lonqui-
may, donde permanecían aislados hasta que la primavera abría los
boquetes. En el verano solían bajar al Llano Central, en razzias de
pillaje contra los araucanos o para efectuar algún comercio con
ellos. Aguardaban, entonces, hasta febrero o marzo en la cordille­
ra para recoger los frutos de la araucaria o pehuén, y de ahí su
nombre de pehuenches o gente del pehuén. Regresaban ensegui­
da a sus tierras y refugios invernales.
La vivienda de los pehuenches estaba constituida por toldos
de cueros y pieles de guanaco, cosidos entre sí, sustentados por
unos cuantos palos y algunas estacas. Su vestimenta era también
de pieles. Como armas usaban arcos, flechas y boleadoras, que
empleaban con gran destreza y les permitían cazar piezas mayores
y menores. Sus presas favoritas eran el guanaco, el avestruz, el
puma y el huemul.
Parte muy importante de su alimentación era el piñón, que
recolectaban trepando a las araucarias antes que maduraran ple­
namente para anticiparse a los pájaros, tomando posteriormente
los que caían al suelo. Varias eran las maneras en que eran consu­
midos: sancochados, convertidos en harina o tostados -especial­
mente cuando se los conservaba para el invierno y la primavera- y
como bebida después de someterlos a un proceso de fermenta­
ción.
Al producirse la dominación española en el país, los pehuen­
ches se encontraban en una etapa de transición debido a su con­
tacto con los araucanos, quienes habían comenzado a imponer su
lengua y el uso de tejidos de lana y la cerámica, que obtenían
primero por trueque, y que pronto elaboraron por sí mismos.
La existencia de los indios cordilleranos era muy dura por las
adversas condiciones de la naturaleza y porque, siendo muy reducido
su número -unos 15.000 o algo más en el siglo XVI-, debían defen­
der con denuedo su vida frente a los ataques de sus enemigos en
ambas bandas: araucanos por un lado y puelches y tehuelches por el
otro. Se comprende, así, que la agreste cordillera constituyera para
ellos un refugio para sobrevivir y salir de allí a las incursiones.

33
EL ESTREPITO DE LA LUCHA INICIAL

TIEMPOS DE GUERRA Y DE PAZ

La lucha en la Araucanía estuvo lejos de ser un fenómeno de tres


siglos como pretende el mito. Tampoco fue constante ni tuvo la
misma intensidad en sus diversos períodos. Muy enconada en los
inicios, fue decreciendo gradualmente y terminó siendo una situa­
ción latente, con choques esporádicos y larguísimos períodos de
absoluta tranquilidad. Dejó de ser una guerra para ser sustituida
por una relación fronteriza de compenetración, más larga que la
etapa bélica; aunque no ajena a eventuales acciones violentas, ge­
neradas por el mismo trato pacífico.
La etapa de lucha se inició en 1550 con la campaña de Pedro
de Valdivia, que condujo a la fundación de Concepción, y se pro­
longó durante 112 años, hasta la rebelión comenzada en 1654 y
concluida en 1662.
Dentro de esa etapa hay que distinguir dos períodos. El pri­
mero corre de 1550 a 1598: es el de la conquista de la Araucanía,
que concluye con la segunda gran rebelión, la que costó la vida al
gobernador Martín García Oñez de Loyola en Curalaba. Son las
décadas de mayor dureza y corresponden a la imagen corriente de
la Guerra de Arauco.
En ese lapso, la frontera es de lucha, reina la inestabilidad
permanente y ningún establecimiento o actividad de los cristianos
se mantiene si no es bajo la presencia de las armas. Durante esos
años hubo contactos de todo tipo, roce sexual, transculturación y
algún comercio, pero de manera eventual y sin constituir todavía
un sistema de relaciones fronterizas.
El segundo período, desde 1598 hasta 1662, queda señalado
por el triunfo araucano y el rechazo de los españoles al norte de la
línea del Biobío, que toma el carácter de frontera. Se renuncia a

35
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAlCANIA

conquistar de inmediato la Araucanía, pero se mantiene una lu­


cha activa por las campañas e intromisiones diversas en tierra de
los indígenas. La gran ofensiva y represalia de éstos, iniciada en
1654 y virtualmente concluida el año 1662, pone punto final al
período.
Se inicia a continuación la etapa más larga, en total 221 años,
que corren de 1662 a 1882. Es la época de las relaciones fronteri­
zas, en que predominan los tratos pacíficos, se desarrolla el mesti­
zaje, el comercio se hace estable, aumenta el roce cultural, se
desenvuelven las misiones y se consolidan formas institucionales
en el contacto oficial. Los choques armados son esporádicos, poco
importantes y muy espaciados en el tiempo.
Abarca esta etapa la mayor parte de la época colonial y un
buen lapso de la republicana. Independizado el país, algunas per­
turbaciones inducidas por bandos políticos en lucha repercutie­
ron por buen tiempo en la Araucanía, sin alcanzar mayores
consecuencias. También hubo encuentros armados al producirse
la integración final del territorio indígena en los últimos años.
La comprensión del tema fronterizo en la Araucanía requie­
re, de este modo, diversos distingos que están dados por las alter­
nativas de la lucha y del trato pacífico. El cuadro adjunto muestra
de manera gráfica el fenómeno y la periodización que se deduce
de los diversos cambios.

LOS AÑOS DE IA CONQUISTA

Corría el duro invierno de 1536, muy lluvioso y de aguas desbor­


dadas, cuando un destacamento de noventa hombres a pie y a
caballo, al mando del capitán Gómez de Alvarado, llegaba a las
inmediaciones del río ¡tata. Era una avanzada enviada desde Acon­
cagua por Diego de Almagro con el objeto de explorar hasta don­
de las fuerzas y el ánimo pudiesen alcanzar.
Hasta allí la resistencia indígena había sido escasa. Los verda­
deros obstáculos de la expedición habían sido las tierras inunda­
das y el f río; pero a continuación seguía el dominio de los araucanos
y era, por lo tanto, muy arriesgado seguir adelante. Además, las
condiciones del clima empeoraban a medida que avanzaban hacia
el sur, y el oro no aparecía por ninguna parte.
La columna inició entonces el regreso, y a las pocas jornadas,
en el llano de Reinohuelén, cerca del río Perquilauquén, fue al­
canzada por grandes masas de guerreros araucanos, que con su

36
El. ESTREPITO DE LA LUCHA INICIAL

GUERRA Y PAZ EN IA ARAUCANIA1

1600

1605
O PARLAMENTO

1560 1610
SIN ACTIVIDAD BELICA

1565 1615
HOSTILIDADES AISLADAS

■ I
1570 1620
ATAQUES PARCIALES

■O 1575 1625
INCURSIONES IMPORTANTES

■n 1580 1630
REBELION PARCIAL

1585 1635
REBELION GENERAL

'/////,
1590 1640
REBELION INDUCIDA

1595 1645
1546

1 Agradecemos a Rafael Sagredo la elaboración de este cuadro, que tomó


no poco trabajo.

37
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAlCANIA

GUERRA Y PAZ EN LA ARAUCANIA


(continuación)

1700
1850

O NEGREIE

1705 1855

1710
1860

1715 1865

/////a
1720 V////.1 1870
7////1
7////1
VA
1725
1875
NEGRETE

1730
1880

1735

TANIIUE

1740

1745
TANIIUE

38
EL ESTREPITO DE IA LUCHA INICIAL

atronador chivateo se lanzaron sobre los intrusos, sin temor ante


su extraña figura, sus armas y sus caballos.
No se sabe cómo fue el encuentro -y tampoco importa mu­
cho-, pero la consecuencia fue muy clara: la columna castellana
sufrió pocas bajas y tiempo después reemprendió la marcha hacia
el valle de Aconcagua para incorporarse al resto de la expedición.
El fracaso de Almagro y su lamentable regreso al Perú para
caer derrotado por los Pizarro y perder la vida en sus manos,
desprestigió a Chile y transcurrió algún tiempo antes que un nue­
vo capitán y un puñado de hombres intentasen de nuevo la aven­
tura.
El capitán fue Pedro de Valdivia y su grupo quedó compues­
to por unos 10 ó 12 desamparados que no habían alcanzado re­
compensa en el Perú y estaban disponibles para cualquier plan.
Con ellos y la compañía de su fiel amante, Inés Suárez, el jefe
extremeño salió del Cuzco en enero de 1539. El mismo diría que
partió “no con tanto aparato como fuera menester, pero con el
ánimo que sobraba”.
En el camino se le unieron varios grupos y llegó a contar con
algo más de 150 hombres, con los cuales llegó al valle del Mapo-
cho, al cabo de once meses y habiendo recorrido unos 2.700 kiló­
metros. Fundó en el lugar la ciudad de Santiago el 12 de febrero
de 1541, y de inmediato procuró dominar la zona aledaña, en una
tarea que no fue del todo fácil. Años más tarde, sometidos los
naturales y contando con refuerzos, pudo ampliar la conquista
hacia la Araucanía y más allá aún.
Un primer reconocimiento efectuado en 1545 hasta el sector
del Biobío probó que la tierra era muy rica. El paisaje era hermo­
so, con sus ríos cantarinos, el fondo de montañas y la vegetación
de contrastes verdes por todas partes. La población autóctona se
mostraba abundante y con tipos bien plantados, que eran una
promesa como mano de obra. Si además existía oro, se había
llegado a un paraíso terrenal.
Valdivia y 200 hombres regresaron cuatro años más tarde
dispuestos a fundar una ciudad que fuese la base de operaciones
para dominar la Araucanía. Recorrieron la orilla norte del Biobío,
donde debieron sostener algunos combates, luego cruzaron el río
y se dirigieron a la costa, alcanzando hasta el paraje de Arauco,
donde había “tanta población que era grima”. Discretamente die­
ron la vuelta al norte del río y formaron un campamento en
Andalién, cerca de la costa.
Recién entonces pudieron apreciar el peso bélico de los arau­
canos, que Valdivia describe asombrado:

39
VIDA FR()NTERIZA EN LA ARAlCANIA

La segunda noche vinieron, pasado la inedia della, sobre nosotros


tres escuadrones de indios, que pasaban de veinte mil, con un tan
grande alarido e ímpetu que parecía hundirse la tierra y comenza­
ron a pelear con nosotros tan reciamente, que ha treinta años que
peleo con diversas naciones de gente e nunca tal tesón he visto en
el pelear como éstos tuvieron contra nosotros. Estuvieron tan fuer­
tes, que en espacio de tres horas no pude romper un escuadrón
con ciento de a caballo: era tanta la flechería e asteria de lanzas
que no podían los cristianos hacer arrostrar sus caballos contra los
indios. E desta manera estábamos peleando todo el dicho tiempo,
hasta que vi que los caballos no podían meterse entre los indios;
arremetí a ellos con la gente de a pie, e como fui dentro en su
escuadrón e sintieron las espadas, desbaratáronse e dan a huir.
Hiriéronme sesenta caballos e más, e otros tantos cristianos e no
murió más de un cristiano...-’

Salvado el pellejo, el capitán buscó en la bahía de Talcahua­


no un lugar para la fundación que meditaba. Escogió el sitio de
Penco y allí erigió la ciudad, a la que dio el nombre de Concep­
ción.
Hice un fuerte -anota- cercado de muy gruesos árboles espesos,
entretejidos como seto, e haciendo un ancho e hondo foso a la
redonda, a la lengua del agua e costa de la mar, en un puerto e
bahía el mejor que hay en estas Indias. Tiene en un cabo un buen
río que entra allí en la mar, de infinito número de pescado, de
célalos, lampreas, lenguados, merluzas e otros mil géneros dellos,
en extremo buenos e de la otra parte sale otro riachuelo de muy
clara e linda agua, que corre todo el año.

Corría el mes de febrero de 1550. Desde entonces el contac­


to fronterizo se hizo permanente.
Al llegar cada primavera, se reanudaba el avance paulatino,
fundando ciudades rumbo al sur en medio de la lucha encarniza­
da contra los indios. El año 1551 se funda Imperial, en 1552
Valdivia y Villarrica y en 1553, Angol. También se levantaron fuer­
tes en Arauco, Tucapel y Purén, destinados a vigilar a los indios y
mantener las comunicaciones de Concepción con las nuevas ciu­
dades.
La suerte de los conquistadores se había visto favorecida por
el rendimiento de los lavaderos de oro de Margamarga, en la

2 Valdivia, carta a sus apoderados en la corte, 15 de octubre de 1550. Cartas


de relación..., pág. 84.

40
El. ESTREPITO DE LA LUCHA INICIAL

región de Santiago, y el descubrimiento de los de Quilacoya, próxi­


mos al Biobío, que hicieron un magnífico aporte. Había aumenta­
do, también, el número de conquistadores, y se disponía de más
armas y caballos. Pero se había cometido un error por la ambición
de dominar un territorio extenso y una población numerosa, y
fundamentalmente porque no se había apreciado en su verdadera
magnitud la capacidad guerrera de los araucanos, a pesar de los
fieros combates y batallas librados en todas partes. La dispersión
de los contingentes españoles en un espacio tan amplio y con
dificultades para la comunicación, había sido un mal plan estraté­
gico, si es que hubo alguno, y las consecuencias resultaron fatales.
Al llegar la primavera de 1553, los indígenas dieron muestras
de inquietud, como tantas veces, y Valdivia con sólo 42 hombres
se dirigió de Concepción a Tucapel para combatir la rebelión.
Cerca del fuerte, del que no quedaban más que ruinas humean­
tes, el destacamento fue rodeado por los escuadrones indígenas,
que no tardaron en lanzarse al ataque. Frente a ellos estaba Lauta­
ro, un mocetón araucano que Valdivia había tomado como caba­
llerizo y que, conocedor de las armas y del método de lucha de los
castellanos, había vuelto a los suyos para guiarlos en sus ataques.
Las embestidas de los indígenas mediante escuadrones que
entraban sucesivamente fueron abrumadoras. Uno a uno fueron
cayendo los cristianos y, finalmente, el propio Valdivia, detenido
su caballo en un pantano, fue hecho prisionero y recibió muerte
ritual el día de Navidad de 1553.
A partir de ese hecho, envanecidos los araucanos, su levanta­
miento fue irresistible y se extendió por todo su territorio, arras­
trando a los huilliches. Era la primera gran rebelión, mantenida
por cuatro años, que obligó a despoblar las ciudades de Concep­
ción, Angol y Villarrica y dejó a Imperial y Valdivia en un peligro­
so aislamiento.
La llegada de una poderosa y lucida expedición al mando de
don García Hurtado de Mendoza, restableció desde 1557 el poder
de las armas cristianas. Con rapidez se restablecieron Concepción,
los fuertes y las ciudades de Angol y Villarrica y se erigió la de
Osorno.

PROSIGUE LA CONQUISTA

Los contrastes sufridos por los invasores no impidieron que conti­


nuasen en su propósito de someter a los araucanos y que a través

41
VIDA FRONTERIZA EN IA AR.XI TAÑIA

de duras campañas mantuviesen la existencia de las ciudades y de


los trabajos en las cercanías.
El motivo que les impulsaba era la presencia de arenas aurí­
feras en diversos parajes, que dieron buenas ganancias durante
muchos años, al punto de ser la base de la financiación de la
conquista de Chile y la razón de que siguiesen llegando grupos de
aventureros y recursos. Existía, además, una mano de obra más
que suficiente que, encauzada a través de la encomienda, era una
excelente fuerza de trabajo.
Para los indígenas, los lavaderos y la encomienda representa­
ron los peores aspectos de la dominación, por cuanto les obliga­
ban a un trabajo penoso que les desarraigaba de sus tierras y
trastornaba su sistema de vida y de organización. El trabajo forzo­
so, además, era una humillación para quienes no estaban acos­
tumbrados a él y estimaban que ésa era función de mujeres.
La lucha por la libertad, en consecuencia, tenía connotacio­
nes muy concretas y explica el denuedo de la resistencia.
Después del levantamiento de 1553, la lucha se desarrolló
por largo tiempo sin variaciones importantes. Anualmente se re­
petía un ciclo en forma persistente y monótona: al llegar el buen
tiempo, las ciudades y el gobernador aprestaban sus fuerzas, en­
ganchando hombres y reuniendo alimentos y recursos de diversa
especie; en cuanto cesaban las lluvias, hacia el mes de noviembre,
por lo general, iniciaban la campaña contra los indígenas más
hostiles.
Los naturales, por su parte, también se preparaban y con
toda decisión presentaban batalla, tendían emboscadas o atacaban
por sorpresa algún fuerte o destacamento aislado antes que las
tropas españolas estuvieran en condiciones de operar.
Además de combatir a las huestes araucanas, las tropas reali­
zaban una guerra de devastación; su paso quedaba marcado por
cadáveres de ancianos, mujeres y niños, rucas incendiadas, ense­
res destruidos y sementeras arrasadas. Los hombres jóvenes eran
muertos o se les mutilaba atrozmente a manera de escarmiento.
También se les tomaba prisioneros, igual que a mujeres y niños,
para venderlos a mineros y hacendados de Concepción o Santiago
y algunos eran remitidos al Perú en este buen negocio deparado
por las armas. Las acciones de los indios eran igualmente crueles y
toda la lucha quedaba ensombrecida por odios y venganzas.
La llegada del otoño y las primeras lluvias ponían fin a los
encuentros. Los capitanes volvían con sus fuerzas a las ciudades y
el gobernador regresaba a Concepción y luego a la capital. Los
indígenas volvían a sus campos a resarcirse de las pérdidas.

42
El. ESTREPITO DE IA LUCHA INICIAL.

La milicia española se basaba en la obligación de los vecinos


de defender la ciudad y su territorio cada vez que un peligro la
amenazaba y en un enganche improvisado de hombres pobres y
de recién llegados. Se conformaba, de esa manera, una fuerza
ineficaz, que no tenía disciplina ni organización estable. Cada uno
combatía como deseaba y con los elementos que podía conseguir;
no había un régimen de ejercicios doctrinales y los hombres en
estado de cargar armas eran requeridos sólo cuando se presentaba
una emergencia, para quedar libres enseguida.
Al lado de los cuerpos españoles solían combatir también
algunos contingentes indígenas nada despreciables, constituidos
por los que residían al norte del Biobío. Luchaban lealmente,
armados con sus propios implementos bélicos y con la esperanza
del botín. Eran grupos de varios cientos en cada expedición, que
se mostraban activos en la vanguardia, firmes en el apoyo y feroces
en la persecución.
Las ciudades contribuían al mantenimiento de los destaca­
mentos con donaciones más o menos compulsivas que debían
efectuar los vecinos; los encomenderos proporcionaban trigo, char­
qui, cueros u otros productos, también vacuno y caballares; los
comerciantes entregaban géneros, hierro y cualquier especie con
que contasen. Del Perú se recibían armas y otros recursos, com­
prados por los conquistadores o remitidos por las autoridades de
Lima con cargo a los fondos reales.
Llegó el momento, sin embargo, en que fue difícil mantener
la posesión de las ciudades del sur. Desapareció el gran incentivo
del oro, porque al cabo de algunas décadas de bonanza, las arenas
auríferas decayeron, no fue posible traer nuevos recursos y gente,
y ni siquiera mantener en buen pie a las ciudades y a los encomen­
deros de la región. Desde 1580, el fenómeno se hizo notorio y
aunque el esfuerzo por dominar se mantuvo al sur del Biobío, no
fue más que un fenómeno mantenido por inercia.
El triunfo indígena comenzó el año 1598, cuando el gober­
nador Oñez de Loyola y un pequeño destacamento que lo acom­
pañaba, fueron sorprendidos en Curalaba, entre Angol y Purén, y
ultimados. Ensoberbecidos los naturales, la guerra se extendió a
todas las parcialidades y el movimiento pasó a tener un carácter
general. La muerte del gobernador, igual que en el caso de Valdi­
via, revestía un carácter simbólico de gran significado.3

' Ixi época de la rebelión de 1598 y las primeras décadas del siglo XVII han
sido tratadas con notable erudición por Crescente Errázuriz en las siguientes

43
\ IDA FR( )N I ERIZA EN l.\ ARA! (.AN1A

Las fuerzas españolas fueron atacadas en varios puntos, y las


ciudades y f uertes debieron soportar un sitio muy penoso, sin que los
refuerzos enviados de más al norte y las campañas de los destacamen­
tos evitasen el desastre. Hubo prodigios de valor y resistencia, com­
partidos por hombres y mujeres, frailes y monjas, que iban muriendo
de día en día con los ataques de los indios y el estrago del hambre.
En Imperial, refiere el padre Alonso de Ovalle,
para alimentarse hubieron de apelar a los animales domésticos, a
los caballos, a los perros y gatos, mientras duraron, que en acabán­
dose, se contentaron algún tiempo con cueros de vaca; llegaron a
comer cosas indignas de referirse, con que estaba ya la gente tan
flaca y consumida que parecían retratos de la muerte.

Unas tras otras, las ciudades f ueron despobladas o sucumbie­


ron arrolladas por la furia indígena: Santa Cruz de Oñez, recién
fundada, Imperial, Valdivia, Angol, Villarrica y Osorno. Así des­
aparecía toda huella de ocupación al sur del Biobío, y los hechos
tomaron tal gravedad que en Santiago y Concepción se llegó a
pensar que toda la obra colonizadora estaba amenazada y que la
rebelión se propagaría hacia el centro del país.

IA LEYENDA DE LOS GUERREROS ARAUCANOS.


COMPARACION

Es lugar común en la mentalidad chilena pensar que los arauca­


nos fueron una “raza militar” y que sus características habrían
pasado a sus descendientes mestizos, los chilenos.4

obras. Seis años de la historia de Chile; Historia de Chile durante los gobiernos de García
Ramón, Merlo de la Fuente y Jaraquemada. En estas materias, como en tantas otras,
la Historia jeneral de Chile, de Diego Barros Arana, constituye una excelente fuente
de información.

1 La caracterización militarista, de tipo bélico y patriótico, repetida sin


crítica en el país, es consecuencia del racismo de comienzos de siglo y se ha
mantenido por inercia del prejuicio. Pero desde hace bastante tiempo ninguna
persona culta puede afirmar sus ideas en el racismo, que la antropología ha
desechado por completo y que además ha sido desvirtuado por experiencias
históricas concretas. No existe una transmisión somática de características racia­
les, excepto en lo físico, sino que es la cultura, el ambiente y la formación
intelectual lo que transmite el carácter. Las virtudes y defectos pueden, en conse-

44
EL ESTREPITO DE LA LUCHA INICIAL

Los araucanos no eran una raza guerrera, porque no hay


razas guerreras, sino que cada pueblo desarrolla habilidades béli­
cas o de cualquier otro tipo, urgido por necesidades momentá­
neas. Durante varios siglos, antes de la llegada de los españoles, las
tribus araucanas habían vivido en lucha entre ellas por diversas
causas. Su población era bastante numerosa para el territorio que
ocupaban, y si a ello se agrega que dependían en gran parte de la
caza y la recolección de frutos, es fácil colegir que la obtención de
los bienes primordiales desatase luchas continuas. Por otra parte,
la creencia en los maleficios y la práctica de la venganza cargaban
de sospechas el ambiente con su secuela de matanzas.
La conquista los obligó a redoblar los esfuerzos bélicos y
pudieron enfrentar con éxito a los invasores, resultando de aquí
una pregunta decisiva: ¿cómo pudieron vencer a los castellanos en
circunstancias que otros de los pueblos radicados en Chile fueron
dominados con rapidez?
1.a solución de este enigma es perfectamente lógica. El caso de
unos y otros presenta grandes diferencias en los hechos concretos.
Debe tenerse en cuenta que la población araucana, por ser tan nu­
merosa, era por ese hecho un factor importante de la resistencia.
Otro elemento que influyó notablemente fue la catástrofe demográfi­
ca de los indios en las regiones de mayor contacto, en las que la
pérdida de población alcanzó el 80% en los primeros sesenta años;
para entonces había ya desaparecido el oro al sur del Biobío, desis-
tiéndose paralelamente de conquistar más allá de sus márgenes.
Distinto es el caso de los atacameños, diaguitas y picunches
de las regiones septentrionales, que con poblaciones de 4.000,
25.000 y 110.000 personas respectivamente, pudieron ser someti­
dos con facilidad. Presentaban, por otro lado, un nivel cultural
más evolucionado, una agricultura regulada, formas de tributa­
ción, de organización del trabajo y de la sociedad, que los ponían

cuencia, variar aceleradamente y es inútil buscar una explicación racial. El carác­


ter militar de un pueblo cambia grandemente según las circunstancias y el mo­
mento cultural por el que atraviesa. La historia está llena de ejemplos en ese
sentido y hay casos en que las variaciones han sido extremas. Los suizos, que en
el siglo XVI eran guerreros por excelencia y que los príncipes contrataban como
mercenarios para formar las mejores tropas, incluidas las del Papa, derivaron en
un pueblo dedicado a labores inocentes, y que ha llegado a ser símbolo de la
paz. Los judíos, en sentido contrario, que siempre vivieron perseguidos y humi­
llados, entregados a sus negocios, bajo nuevas circunstancias y motivados por una
mística renovada, han probado que podían ser duros y hábiles guerreros. Informe,
CDIHCh, segunda serie, tomo IV, pág. 421.

45
VIDA FRONTERIZA EN 1A ARAUCANIA

a menor distancia de los españoles, pudiendo acomodarse a las


obligaciones del sometimiento, Cuanto más compleja fue la cultu­
ra elaborada por los nativos, más fácilmente se aceptó la domina­
ción. En cambio, los que permanecían en los estadios más simples,
como los caribes, botocudos, pampas y araucanos, resistieron de­
nodadamente.
Factor importante en la prolongación de la lucha fue la desorga­
nización social en que vivían los araucanos y la ausencia de una
autoridad central y de autoridades locales que tuviesen poder real. Al
no existir éstas, los jefes españoles no tenían con quien entenderse, y
todo intento de arreglo fracasaba tarde o temprano. En los tratos
participaban generalmente unos pocos caciques, mientras otros se
mantenían en rebeldía o sus propios mocetones los arrastraban a la
lucha, Uts sospechas y venganzas entre ellos daban lugar a alianzas y
disensiones, por lo que los acuerdos no duraban más que una campa­
ña o mientras ejerciese el mando un toqui.
Cuando los cristianos deseaban ajustar cuentas con algunas
parcialidades, los caciques alegaban inocencia y descargaban la
responsabilidad en otros o señalaban a los mocetones de tales y
cuales levos, que se habían desmandado.
De ese modo, no había en quién confiar ni con quién tratar y
la guerra se transformaba en fantasmas huidizos, sin la existencia
de un cuerpo al cual asestar un golpe seco.
El fenómeno se prestaba para una táctica que surgía de las
condiciones mismas de la organización social y económica arauca­
na: la falta de cohesión y la frugalidad de la existencia permitían
esquivar el bulto a la ofensiva hispanocriolla.
En 1594, el sargento mayor Miguel de OI averna señalaba que
la guerra de Chile era diferente a otras “por ser sin cuerpo y sin
cabeza y tan desmembrada y repartida”. Por esa razón, añadía:
todos trabajan sin poder alcanzar a ver lo que es, van los gobernado­
res con sus gentes, máquinas y estrépito de guerra, haciendo mil
agravios de gente pobre que no los pueden excusar en busca de
aquellos indios, cánsanse de andar por las malezas de aquella tierra,
consumen y gastan sus fuerzas, no hallan ningunas contra quien pe­
lear si no es en algunos rencuentros que ordenan los indios muy en
su provecho y cuando más descuidados están los españoles les saltean
los caminos reales, matan a los indios amigos, queman a las ciudades
españolas y todo es confusión y gastan el tiempo y las vidas.

A poco andar, el gobernador Alonso de Ribera pudo com­


probar lo mismo, según palabras del capitán y cronista Alonso
González de Nájera:

46
El. ESTREPITO DE IA LUCHA INICIAL

Habiéndose desembarcado en las fronteras de guerra cuando llegó


a gobernar el reino, corrió gran parte de las tierras de los enemigos
con setecientos hombres, y no solamente no halló cosa en qué
probar la mano con ellos, pero ni aun pudo ver un indio en todo
cuanto anduvo, de que quedó no poco maravillado.5

Más preciso en los datos es un capitán que en 1629 escribía


al Consejo de Indias insistiendo en la originalidad de esta guerra,
“por ser enemigos sin cuerpo y no estar poblados en pueblos y
ciudades sino veinte en la espesura de un monte, cincuenta a la
orilla de un río o junto a una laguna y las canoas a pique [prepa­
radas] para en sintiendo españoles ponerse en huida”.67
Sobre la misma materia informaba al rey, en 1609, el virrey
marqués de Montesclaros, señalando la inutilidad de la lucha y el
gasto que irrogaba:
Es cosa cierta -comentaba- que la demanda tras que vamos no
tiene materia sobre qué cargue la victoria: porque no hay lugar
cierto donde topar los enemigos, ni fuertes que batirles, ni hacien­
da que tomarles, ni casi se halla cuerpo en qué hacer la ofensa. La
guerra [es] siempre ventajosa por su parte; pues la hacen en su
casa, manteniendo con raíces y frutos del campo cuadrillas de hom­
bres desnudos, que bastan a resistir y a inquietar ejércitos armados,
que sustenta Vuestra Majestad con tanta costa de su real hacienda.'

La situación había sido completamente distinta en la región


norte del país, donde los indígenas tenían formas de organización
social basadas en una disciplina y elementos estables de produc­
ción que no podían ser abandonados. Esas características, que a
primera vista pudieran parecer eficaces para desarrollar la resis­
tencia, facilitaron en definitiva la dominación, porque la caída de
los grupos gobernantes y la suplantación de las autoridades permi­
tió poner su organización al servicio de los invasores, y el cuerpo
social, acostumbrado a la obediencia, colaboró dócilmente des­
pués de los choques iniciales. Los sistemas sociales y económicos,
cuanto más avanzados, mejor sirvieron a la conquista y a la im­

5 Alonso González de Nájera, Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile,


en CHCh, tomo XVI, pág. 94.
6 Presentación del capitán Alonso Fernández de Buen rostro. BN.BM., ms.
vol. 129, foja 201.
7 Citada por Crescente Errázuriz, Historia de Chile durante los gobiernos de
Garda Ramón, Merlo de la Fuente y Jaraquemada, tomo 1, pág. 331.

47
VIDA FRONTERIZA EN 1A ARAl'CANIA

plantación de las medidas de dominación. Casos de relieve en


América fueron los del imperio azteca y del incásico.
Otro factor que coadyuvó en la lucha de los araucanos fue­
ron sus hábitos alimenticios, que les daban relativa independencia
de la agricultura. Fuera de la caza de cuadrúpedos y aves, utiliza­
ban raíces, tubérculos, tallos, frutos y semillas que crecían silves­
tres, de modo que la devastación de sus cultivos y de los alimentos
guardados en las rucas no era un daño irremediable. En vano se
empeñaban los atacantes en quemar las sementeras y las viviendas,
porque, retirados los nativos a cualquier rincón, sabían encontrar
alimento. Solían, también, esconder sus productos bajo tierra y
llevárselos a sus escondites, de suerte que podían subsistir y crear,
a la vez, un problema a las fuerzas hispánicas, que no encontraban
manera de alimentarse durante sus campañas. Además, en los
vericuetos de las montañas mantenían cultivos de trigo y cebada
que habían adoptado de los mismos conquistadores y que tenían
la ventaja de madurar más tempranamente que el maíz, pudiendo
cosecharlos antes que los descubriesen los intrusos, si es que ello
llegase a ocurrir.8
La modestia de los bienes v de la vivienda araucana, todos
fáciles de reponer, ayudo a que mantuviesen la lucha, porque las
incursiones destructivas de las tropas no les inferían daños irrepa­
rables.
González de Nájera recuerda que los propios indígenas aban­
donaban sus rucas y las quemaban o dejaban que los soldados lo
hiciesen para darles más trabajo “que parece que por regocijo y
fiesta nos hacen tales luminarias". El cronista agregaba entender
que lo hacían:
porque nuestra gente se desengañe si piensa que les hace grande
daño lomar venganza en quemarles sus casas. Porque como son tan
poco costosos sus palacios, por ser de tan poca fábrica su arquitec­
tura, y la materia tan poco dificultosa de hallar que la tienen al pie
de la obra, pues sólo requieren para ello palos, varas y paja o
carrizo con grande facilidad vuelve cada familia a levantar otra
casa.

Por último, un elemento decisivo fue el escenario natural, que


facilitó el despliegue defensivo. Los cordones montañosos de los An­
des ofrecían mil escondrijos donde refugiarse cuando los hispano
criollos desataban una ofensiva, l-i cordillera de Nahuelbuta, enclavada

M Alonso González de Nájera. op. cil., págs. 167 y otras.

48
EL ESTREPITO DE IA LUCHA INICIAL

en medio del territorio, era otro bastión inexpugnable, que ofrecía


además apretadas formaciones boscosas. La existencia de la vegeta­
ción de parque se prestaba para ocultarse y atacar por sorpresa, en
tanto que las selvas marginales, trabadas con raíces, quilas y troncos
caídos, servían de amparo en las derrotas.
Era muy importante también la sucesión de la temporada
estival con el largo período de lluvias, que brindaba cuatro meses
de beligerancia y ocho de tranquilidad, de modo que un largo
paréntesis daba a los indios la oportunidad de restablecer sus
medios de supervivencia y de combate. Por otra parte, la abundan­
cia de las aguas y la configuración del terreno, con sus ríos corren­
tosos o de cauce profundo, eran obstáculos que podían utilizarse
con habilidad.
Las ciénagas y lodazales fueron buenos puntos de apoyo para
los nativos, que supieron aprovecharlos de manera adecuada. Fa­
mosas fueron las vegas de Lumaco o Purén, Rochela de los arauca­
nos al decir de un cronista, donde rara vez pudieron incursionar
las tropas:
Es una laguna grande -anota Diego de Ocaña- muy hondable y
con muchas islas dentro de las cuales habitan los indios y con
canoas se sirven, porque las sementeras las hacen alrededor de la
laguna y el ganado ovejuno y porcino y algunos cabríos questos
indios tienen se pasta en tierra alrededor de la laguna y está tan
hecho este ganado a embarcarse y desembarcarse en las canoas
cada noche y a la mañana el mismo se entra a las canoas y los
indios no tienen más trabajo que llevallo y traello y si alguno repa­
rase en cómo esta laguna no se ha conquistado es la causa de un
cuarto de legua alrededor de ella es todo de pantanos y todo hasta
la punta y grandes carrizales, una vez que han probado los españo­
les a entrar por estos lodazales llegaron a las islas, los indios se
fueron con sus canoas a la otra parte y se metieron por las monta­
ñas y como no tienen más de lo que comen y el vestido que traen
no hallaron más de las casas solas y cuando los buscan por las
montañas se vuelven a la laguna y desta suerte no se puede dar
alcance y no se pueden conquistar.9

Ocaña resume admirablemente la relación entre la naturaleza y


la duración de la lucha al referirse a los hábitos de los naturales:
habitan en las montañas sin tener pueblo formado sino en sus
chacras y sementeras, ésta es la causa por qué es esta tierra tan

9 Diego de Ocaña, Relación del viaje a Chile, año de 1600, pág. 9.

49
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAUCANIA

difícil de conquistar, por las muchas emboscadas que hacen por­


que ellos nunca se juntan en escuadrones formados y cuando se
juntan es para dar de noche, y como andan los campos y espesuras,
anda el campo de los españoles muchos días hasta que se les aca­
ban las comidas y así se vuelven muchas veces sin coger indios y si
les talan las sementeras en una parte, siembran en otras que la
tierra es tan fértil a donde quiera que siembran nacen los maíces, y
los indios no tienen más alhajas de casa que las armas y así se pasan
de una parte a otra con la ropa que tienen vestida y están un
tiempo en una parte y otro tiempo en otra conforme las partes por
donde los españoles andan haciendo malocas.

Desde otro ángulo, la ofensiva hispanocriolla tropezó con los


inconvenientes de la naturaleza, que rebajaban la superioridad de
sus armas. La caballería era perfectamente inútil en la montaña, la
selva y los pantanos. Dentro de los bosques, la lanza, arma favorita
del hombre de a caballo, era un inconveniente más que una ven­
taja. Por esas razones, el gobernador Alonso de Ribera, jefe de
infantería, a comienzos del siglo XVIII realzó el papel de las tro­
pas de a pie.
Las armas de fuego tuvieron también inconvenientes graves.
La artillería se empleaba sólo en los fuertes, mientras arcabuces y
mosquetes, con su pesado aparataje, eran conducidos en las expe­
diciones y manipulados engorrosamente durante las refriegas. La
pólvora, siempre escasa, se deterioraba con la humedad, y las me­
chas para dar fuego a los cañones y arcabuces se apagaban con la
lluvia, en circunstancias que debían estar encendidas desde que se
recelaba un ataque. Al cruzar un río había que poner especial
cuidado para evitar que lauto la pólvora como las mechas se moja­
sen, no siempre con éxito.
Iái situación fue muy distinta para los nativos de la región cen­
tral y norte desde el punto de vista de la naturaleza. Las montañas
rocosas y pedregosas no les ofrecían recursos para subsistir, quedan­
do obligados a recurrir a las tierras cultivables de las quebradas y los
ríos; pero allí, en los terrenos planos, la caballería dominaba sin
contrapeso. No había escondrijos ni dificultad de bosques y pantanos.
El mismo clima, seco y uniforme durante el año, no ofrecía inconve­
nientes para las armas de fuego. La posibilidad de resistencia se ago­
taba, en suma, después de los primeros encuentros.
Bajo condiciones excelentes para la resistencia, los araucanos
pudieron luchar con éxito contra los invasores, sin que ello signifi­
case que no pusiesen en juego un gran valor y habilidades guerre­
ras. Pero ese valor y esas habilidades no eran una herencia racial,

50
El. ESTREPITO DE IA LUCHA INICIAL

sino las virtudes que desarrolla todo pueblo cuando tiene que
defender a sus mujeres, sus hijos, sus tierras, sus bienes, sus cos­
tumbres y su concepción del mundo y de la vida. Es lo que con
intención un poco romántica se denomina la libertad.
Pensar que los araucanos constituían una excepción es un
error. El mismo ardor y astucia encontramos, por ejemplo, en los
otros indios de Chile, que lucharon duramente hasta el límite de
sus posibilidades. Los atácamenos, escasos en número, se parape­
taron en sus pucaras y combatieron con denuedo hasta ser venci­
dos por las armas de acero y de fuego; pero más que nada, la
estrecha dependencia del agua y los alimentos tenían que doble­
garlos fatalmente.
Los diaguitas, relativamente sumisos en un comienzo, opta­
ron por ocultar los alimentos para impedir el avance de la colum­
na de Pedro de Valdivia, y luego, concertados en secreto, cayeron
sobre la Serena y la arrasaron por completo. Pero, igual que los
atácamenos, debieron someterse por la escasez de los recursos.
Mayor fue la resistencia que opusieron los picunches desde
el valle de Aconcagua al de Cachapoal, que hasta hace poco se
conocía de manera muy imperfecta, pero que ahora, gracias a la
crónica de Jerónimo de Bibar, aparece muy detallada. Además del
ataque a Santiago, que estuvo a punto de acabar con los castella­
nos, hubo muchos otros encuentros que probaron la valentía y el
ingenio desarrollado en su desesperada resistencia. Durante cua­
tro años mantuvieron a los conquistadores en duros aprietos, sor­
prendiendo a sus cuadrillas, espiando sus movimientos y
atacándolos en las oportunidades favorables. Rápidamente se adap­
taron a las nuevas condiciones de lucha: perdieron el temor a los
caballos y limitaron sus movimientos inundando los campos de
batalla. Aprovecharon también los bosques para impedir la perse­
cución de los jinetes y, en fin, practicaron la entrada sucesiva de
masas de combatientes, táctica cuya invención se ha atribuido a
Lautaro, pero que fue puesta en práctica por los mismos arauca­
nos en Andalién, antes que éste los dirigiese, en Quillota trataron
de desviar las acequias para que el agua socavase las paredes de
adobe de la casa fuerte erigida allí por los españoles.
Bibar, que los califica de gente “guerrera y cautelosa" nos ha
dejado magníficas descripciones de sus obras de defensa que, en
algunos casos, constituyeron verdaderas fortificaciones. En cierta
ocasión, para impedir el paso de un grupo de soldados en el valle
de Aconcagua, hicieron un fuerte con gran presteza, apoyándose
en una laguna, un riachuelo y un bosque:

51
VIDA FR( )M ERIZA EN 1A ARAl ( LANIA

Desde la laguna y el río hicieron una cava honda de más de una


lanza, y más de diez pies en ancho con una puente levadiza. En esta
plaza, (pie hacía esta cava, tenían sus hijos y sus mujeres. Adelante
de esta cava había otra plaza casi tan larga y luego una trinchera de
palos muy gruesos de rama muy bien entretejido y hechas sus tro­
neras para flechar, y hecha en medio de una pequeña puerta (pie
no cabía más que un hombre abajado, y va esta trinchera o palizada
en arco. Por de fuera de esta palizada iba un foso de más de veinte
pies de hondo y casi otros tantos en ancho llena de agua, y tenía
por puente tres palos. Dentro de esta plaza estaba la gente de
guerra... Todo el llano de la frontera de este fuerte tenía echadas
las acequias de agua, (pie estaba todo empantanado. Como la tierra
es fofa y se hincha de agua, no se puede andar a caballo a causa
que se ahondan.

Otra fortificación, aún más compleja, sitúa Bibar al sur del


río Maipo:
Digo que este pucara y defensa que los indios tenían hecho dentro
de muy grandes arboledas era de esta forma: a la entrada por
donde el general [Valdivia] entró y por la mayor parte alrededor
era un monte bajo, por dentro del cual iba un arroyo de agua que
allegaba a los estribos y siempre corría y estaba lleno y cercaba todo
el sitio de la fuerza. Pasado este arroyo estaba un carrizal alto y
demasiadamente espeso; tenía un tiro largo de piedra de ancho, y
el asiento era tan cenagoso que se hundían los caballos y atollaban
hasta las cinchas y tomaba en circuito todo el fuerte juntamente
con el arroyo. Pasada esta ciénaga y carrizal estaba un campo pe­
queño, alto, enjunto, y llano. Aquí salían los indios a escaramuzar
con los cristianos en este sitio, y aquí estaba una barrada hecha de
maderos gruesos soterrados y juntos; de la parte de fuera de este
palenque estaba un foso ancho y hondo más que un estado y casi
estado y medio [3 m]. Con la tierra que de él sacaron, tenían forta­
lecido el palenque muy enlazado y atado con unos bejucos, que son
a manera de raíces blandas y delgadas. Atan con ellos como con
mimbre. Estaba esto tan bien hecho como pueden los españoles
hacer una trinchera para defenderse de la artillería. Tenía de alto
dos estados v más; tenía esta albarrada o trinchera hechos muy bien
tres cubos con sus troneras para flechar; tenía toda esta fuerza y
cercado sólo una puerta muy fuerte angosta y no tablones gruesos
que era cosa admirable de ver. Pasado este bastión, estaba otra
ciénaga angosta que tenía de ancho un juego de herradura, y junto
a la ciénaga una acequia de dos varas de ancho y honda que daba
el agua a los pechos, y todo lo dicho estaba en torno de un llano en
el cual estaban los indios. Tenían cien casas; en estas casas habitaba
la gente de guerra con sus mujeres e hijos, y tenía mucha cantidad
de bastimento.

52
EL ESTREPITO DE IA LUCHA INICIAL

Las palabras de Bibar no dejan duda de que aquel reducto


era un sistema defensivo en profundidad, apoyado hábilmente en
los accidentes del terreno.
Mediante la tenacidad y el ingenio, los picunches combatie­
ron a los intrusos, hasta que necesitados de alimentos y cansados
de vivir “como alimañas” en las sierras, tuvieron que someterse.
No fueron, pues, exclusivas de los araucanos las característi­
cas guerreras ni el ingenio para adaptarse a las nuevas modalida­
des de la lucha. Insistimos en que cada pueblo desarrolla sus
potencialidades según las circunstancias y que hay una gran varie­
dad de elementos que explican la mayor o menor duración de la
resistencia.
Cuando se atribuye a los araucanos una gran inteligencia en
la guerra se sufre una simple falta de perspectiva, que es una
consecuencia más del prejuicio racial. Desaprensivamente, quien
se acerca al pasado, como autor o lector, piensa que los aboríge­
nes eran personas de menor inteligencia que sus contrincantes y
por eso se sorprende cuando descubre tácticas y armas ingeniosas,
que le parecen resultado de condiciones especiales. Sin embargo,
el hecho es perfectamente corriente: no es más que el efecto de la
aplicación de una inteligencia común a la necesidad de defender­
se. No se requiere de una mente penetrante para darse cuenta de
que el bosque es un buen refugio contra la caballería, que apoyar
un ala de las fuerzas junto a una quebrada impedirá el ataque por
ese lado y dará la oportunidad de descolgarse por ella en caso de
derrota. Tampoco se necesita gran ingenio para pensar que un
golpe de macana asestado en la cabeza de un caballo debe derri­
barlo o al menos encabritarlo y que un lazo de nudo corredizo
lanzado al jinete es inmejorable para desmontarlo. Todo grupo
humano despliega valor e inteligencia cuando debe combatir.

53
LA GUERRA DE ARAUCO

LA LINEA DE LA FRONTERA

El fenómeno bélico iniciado en la Conquista no se agotó con la


rebelión de 1598, sino que se prolongó todavía durante gran par­
te del siglo XVII, hasta los primeros años de la década de 1680. En
los comienzos, la lucha fue muy activa, para declinar paulatina­
mente y experimentar, entre medio, la tercera rebelión, la de
1654 a 1662.
La lucha tuvo, sin embargo, un carácter diferente en el fon­
do, orientada por el signo del fracaso para unos y la resistencia
triunfal para los otros. Los cristianos, con un sentido de revancha,
procuraron restablecer la dominación en cada ocasión que pudie­
ron; pero su lucha no fue más que eso: un esfuerzo costoso y
esporádico de incursiones depredadoras, captura de indios para
someterlos a esclavitud, traslado y refundación de fuertes de corta
vida, que apenas llenaban su objeto más allá del alcance de los
arcabuces.
Los gobernadores se esforzaron por avanzar un peón, una
torre o un caballo en el tablero manejado por los araucanos con
aire triunfal. No hubo una tarea de colonización ni labores rurales
o de otro tipo. Una sensación de incertidumbre daba tono al
quehacer de las armas, que parecía continuar por inercia, como
un capricho para no admitir el fracaso. Eran pocos los que com­
prendían que la dinámica se había extinguido.
Mediando esas circunstancias, entre los dos pueblos comba­
tientes surgió una frontera, concebida provisoriamente como es­
trategia militar; luego impuesta por la realidad misma, que fue
superior a la voluntad de los jefes españoles y criollos.
Mientras se desenvolvió el levantamiento de 1598, en el lado
español se pusieron en práctica diversos planteamientos estratégi-

55
\ IDA FRONTERIZA EN L\ ARAlCANIA

eos y políticos. Una reacción inmediata, aunque sólo ocasional


producto del temor y del odio, fue realizar una guerra a muerte
en la que algunos capitanes eliminaron o impusieron suplicios
atroces a los prisioneros, sin excluir a mujeres y niños.
En forma paralela, los gobernadores y jefes superiores de las
tropas consideraron dos posibilidades. Procuraron, en primer lu­
gar, mantener las ciudades del sur mediante socorros y entradas
del Ejército, con el fin de no retroceder y de salvar a la gente que
de otro modo sería víctima del asedio. Sin embargo, las tropas
hispanocriollas eran insuficientes y no podían socorrer los puntos
dispersos en un vasto territorio.
El ojo estratégico del gobernador Alonso de Ribera, capitán
experimentado de la guerra de Elandes, que tuvo el mando de la
colonia entre 1601 y 1605 y luego entre 1612 y 1615, se dio cuen­
ta de que la insuficiencia de fuerzas y recursos hacía imposible
mantener las ciudades sureñas y que las campañas en territorio
enemigo podrían significar un descalabro mayúsculo: la línea del
Biobío sería difícil de sustentar, la ciudad de Concepción sería
amagada y el peligro podría extenderse a la región central. Debió
optar, entonces, por un pian: una línea defensiva sólida, que no
avanzaría hasta no tener absolutamente sometida la comarca ocu­
pada. Detrás de la línea no debían quedar núcleos de resistencia.
Las ciudades del sur eran abandonadas a su propia suerte por el
momento.
Mediante ese plan se procuraba contener la ofensiva arauca­
na para proceder luego a una lenta recuperación del territorio.
De tal modo, la frontera concebida por Ribera tenía un carácter
móvil.
El gobernador impulsó otras medidas (pie estaban destinadas
a transformar el aparato bélico y que influyeron, en general, sobre
la sociedad y la economía. Desde el primer momento había podi­
do observar que la milicia era una fuerza inorgánica e indiscipli­
nada que conservaba los rasgos de las huestes señoriales o de los
grupos que habían efectuado la conquista. Tenían un carácter
colecticio, se formaban o disgregaban según las circunstancias, no
había propiamente un escalafón, y las obligaciones eran las que
determinaban los capitanes; cada uno concurría con sus propias
armas o las pocas que se les entregaban por cuenta de la corona.
Los dispositivos de marcha y vigilancia eran escasos y en los fuer­
tes había relajamiento. A la hora de la lucha se combatía en gru­
pos heterogéneos, con poco orden y con toda suerte de armas. El
aprovisionamiento era deplorable y cada hombre se hacía seguir
por varios servidores mestizos o indígenas, sin excluir mujeres,

56
1A GUERRA DE ARAUCO

acompañados de caballos. Un destacamento en marcha parecía


una tribu de gitanos.
Ribera introdujo un concepto más moderno de la milicia y
creó un gran cuerpo orgánico, eficiente, estable y remunerado,
que de hecho se transformó en permanente y que por comodidad
ha sido designado como el Ejército de Arauco. Era una de tantas
unidades o guarniciones que España mantenía en los lugares de
importancia estratégica.
El conjunto fue integrado por los destacamentos que opera­
ban en el país, más un nuevo enganche con el atractivo de los
sueldos y más adelante con refuerzos enviados de España y del
Perú. La cantidad de hombres llegó a 2.200; luego descendió y se
mantuvo en alrededor de 1.500 durante el resto del siglo.
Para mantener el Ejército, la corona concedió un “real situa­
do" de 293.000 pesos anuales remitido desde las Reales Cajas de
Lima, con el que debía pagarse los sueldos, los pertrechos y todos
los servicios requeridos por el Ejército. En tal sentido, y dado que
el reino de Chile poseía unas escuálidas Cajas Reales y no podía
financiar su defensa, representó también una inyección que activó
su economía.
Por regla general, una gran parte del real situado era enviada
en especies y su administración se prestó para muchas irregulari­
dades, sin contar el atraso de la remisión o la omisión durante
años seguidos.
Ribera se ocupó también del aprovisionamiento del Ejército
y para asegurarlo y reducir su costo dispuso varias medidas: se
formó una enorme estancia con vacunos para la alimentación y
uso de su cuero y caballares para la remonta. También se crearon
una curtiembre, un molino y un obraje en Melipilla, que suminis­
tró géneros ordinarios a la tropa. Estos establecimientos cumplie­
ron bien con su cometido durante un tiempo, pero con los años
decayeron a causa de la mala administración y los abusos.
Las condiciones creadas por Ribera probaron su eficacia en
la lucha contra los araucanos. Ayudaron a detener su ofensiva y a
asegurar la tranquilidad al norte del Biobío durante casi cinco
décadas, hasta 1654.
En esa etapa, se efectuaron continuas campañas en tierra
araucana y se mantuvieron algunos fuertes. Desde luego, perma­
necieron los de Arauco y Nacimiento, y se fundaron Nuestra Seño­
ra de Halle, Lebu, Paicaví, Tucapel y Boroa, este último bastante
grande y bien dotado, con el objeto de servir de base de operacio­
nes muy adentro del territorio. Fueron restablecidos un fuerte en
Angol, un poblado adyacente y un puesto en Catirai. Todos tuvie­

57
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAl’CLANIA

ron una vida muy accidentada, y algunos desaparecieron en pocos


años.
El propósito de reanudar la conquista tomó impulsos bien
definidos en algunos momentos. Durante el gobierno de don Fran­
cisco Lazo de la Vega, 1629-1639, se emprendieron acciones im­
portantes que doblegaron la resistencia indígena y deterioraron
sus parcialidades y recursos. Con menor intensidad ocurrió algo
parecido a fines del gobierno de don Martín de Mujica, cuando se
restableció el fuerte de Boroa y hubo planes para refundar la
ciudad de Imperial. Sin embargo, esos esfuerzos no dieron los
resultados esperados porque la línea demarcatoria pesaba como
una realidad.
La idea de una línea fronteriza se venía extendiendo desde
hacía algún tiempo.
Varios gobernadores y capitanes habían estimado que la lu­
cha no tenía solución y que debía dejarse en libertad a los indíge­
nas de la Araucanía. El sargento mayor Miguel de Olaverría había
formulado en 1594 un plan en ese sentido, sin encontrar eco.1
Pero quien mejor desarrolló la idea de una frontera, a través de
un examen crítico de las condiciones de la guerra, fue el capitán
Alonso González de Nájera.2 Según este tratadista, una cadena de
fuertes grandes y pequeños debía extenderse desde el pie de los
Andes hasta el mar, para impedir las incursiones de los indígenas.
Desde esa línea saldrían cuerpos expedicionarios para desbaratar
las formaciones indígenas.
González de Nájera escribió su obra en España después de
una estancia de pocos años en Chile, pero no atrajo la atención de
la corte ni tampoco parece haber influido en el medio chileno. Su
gran mérito lúe haber captado, con inteligencia penetrante y espí­
ritu realista, las condiciones en que se desenvolvía la lucha y haber
trazado un esquema fronterizo que los hechos estaban imponien­
do fatalmente.
El plan de la Guerra Defensiva impulsado desde el Perú por
el oidor Juan de Villela incentivó desde otro ángulo la formación
de la raya fronteriza.
Según sus ideas, durante más de setenta años se había lucha­
do inútilmente, no obstante haber contado con valerosas tropas y
destacados capitanes. En la misma forma la lucha podría prolon­
garse indefinidamente sin resultado alguno, causando graves per­

1 Infórme de don Miguel de Olaverría, CDIHCh, segunda serie, tomo V.


Alonso González de Nájera, op. cit.

58
l.A GUERRA DE ARAUCO

juicios al país y dificultando su prosperidad. En caso de conquis­


tarse el territorio de los araucanos, sería a costa de enormes sacri­
ficios, y como lo que faltaba eran la paz y la seguridad para que
todo prosperase en el espacio ya dominado al norte del Biobío, lo
más prudente era trazar una línea de frontera más allá de la cual
los indígenas pudiesen vivir en paz y libertad. Las fuerzas hispano-
criollas deberían mantenerse en una actitud meramente defensi­
va, y solamente los misioneros entrarían a las tierras de los
aborígenes, para predicarles el Evangelio y enseñarles las ventajas
de la civilización. Esa sería la manera de someterlos.
Después de una larga tramitación en Lima y en Madrid, el
virrey del Perú, conde de Montesclaros, dispuso llevar a cabo el
plan y encargó al jesuíta Luis de Valdivia su ejecución. Dotado de
gran poder y autoridad, el sacerdote se trasladó a Chile y dispuso
sus medidas el verano de 1612: las tropas no incursionarían en la
Araucanía y solamente defenderían la demarcación. Al mismo tiem­
po, ordenó que tres misioneros entrasen a las parcialidades de
Arauco llevando la palabra del Evangelio, para cuyo efecto contó
con la buena voluntad y la cooperación de algunos caciques.
Ese fue el comienzo y prácticamente el fin de la Guerra De­
fensiva, porque los sacerdotes fueron asesinados en Elicura y los
naturales se mostraron arrogantes y agresivos. La indignación se
desató entre los cristianos y al padre Valdivia no le quedó sino
autorizar la entrada de un destacamento para castigar a tan bárba­
ros enemigos.
La condena general contra la Guerra Defensiva no sirvió de
mucho, porque Valdivia y los jesuítas hicieron valer su influencia y
el rey Felipe III ordenó mantenerla. La situación quedó en ese
estado, pero los indios, lejos de permanecer tranquilos, mantuvie­
ron las hostilidades y hubo que luchar con ellos para evitar las
depredaciones. Finalmente, en enero de 1626, obedeciendo a una
reconsideración de la corte, se dio término al sistema y se volvió a
la guerra activa. Habían transcurrido catorce años, durante los
cuales, a pesar de las vicisitudes bélicas, se había mantenido la
noción de Frontera.
El intento más importante de mantener separados a los pue­
blos rivales y de procurar un régimen de relaciones pacíficas, fue
la puesta en práctica de los “parlamentos” por parte del marqués
de Baides, don Luis López de Zúñiga, a partir del celebrado en
Quillín el año 1641.
Los parlamentos, que serán analizados más adelante, repre­
sentaron el deseo de tratar con los araucanos, establecer condicio­
nes de paz y alcanzar un régimen de convivencia, una de cuyas

59
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAUCANIA

condiciones básicas era reconocer la libertad de los indígenas e


impedir la entrada de tropas en su territorio.
Aunque los parlamentos se celebraron en forma aislada -su
frecuencia aumentó sólo en una etapa posterior-, representaron,
como sistema, una expresión más de la realidad que imponía la
se pa rae i ó n fro n te ri za.
La demarcación vino recién a consolidarse pasada la mitad
del siglo XVII, a raíz del tercer gran levantamiento araucano.

LA REBELION INDIGENA DE 1654 Y


EL DECLINAR DE LA GUERRA

No obstante haber ido formándose de hecho una frontera, un


gran sacudimiento bélico se desaló inesperadamente por algunos
factores concurrentes, entre 1654 y 1662, siendo sus momentos de
mayor beligerancia los años 1655 y 1656. Gobernaba por entonces
Antonio de Acuña y Cabrera, caballero anciano que, conforme la
costumbre de la época, había llegado con un séquito de parientes
y servidores a quienes había que otorgar beneficios especiales. Los
más favorecidos fueron sus cuñados, los hermanos Juan y José de
Salazar, que sin tener la menor experiencia en las guerras de
Chile, fueron designados maestres de campo general y sargento
mayor, es decir, los dos rangos más altos del Ejército.
Ocurrió en aquella época un suceso que causó horror: los in­
dios cuneos, situados en la costa, al sur de la plaza de Valdivia, dieron
muerte a los supervivientes de un naufragio y se apoderaron de los
bienes arrojados por el mar. kt indignación causada por el hecho
movió al Gobernador y al maestre de campo Juan de Salazar, a llevar
a cabo una expedición punitiva, pero bajo la cual se escondía el
propósito de tomar indios, reducirlos a esclavitud y sacar buen prove­
cho con su venta en las plazas de la Frontera. Esa era, por demás, una
práctica frecuente y autorizada por la corona.
Salazar emprendió el largo camino desde el fuerte de Naci­
miento, llevando 900 soldados y unos 1.500 indios amigos. La
marcha no ofreció inconvenientes, pero al llegar al río Bueno,
donde comenzaba el territorio de los cuneos, surgió un problema.
Las aguas se veían correntosas, y al otro lado aparecían grupos de
nativos en posición hostil. El maestre de campo no se arredró:
dispuso la preparación de balsas de madera, atadas con sogas, que
fueron lanzadas al agua formando un puente. Ordenó el paso de
un primer destacamento de 200 hombres, que fueron a caer en

60
LA GUERRA DE ARAUCO

una verdadera trampa. Los guerreros cuneos les atacaron de in­


mediato y se presentaron formaciones más espesas que acabaron
con un gran número mientras otros eran arrastrados por la co­
rriente. Un segundo grupo de soldados avanzó por el puente, al
mismo tiempo que las amarras cedían y las balsas se dislocaban.
Hubo muchos ahogados, otros murieron bajo las lanzas indígenas,
y el fracaso fue irremediable.
Los supervivientes de la campaña debieron regresar a Con­
cepción, mientras en la Araucanía se dejaban sentir síntomas de
rebelión. A pesar de esas circunstancias, se decidió vengar la afrenta
y Juan de Salazar, al mando de una formación mayor que la ante­
rior, en febrero de 1655, marchó hacia el sur. Una vez más, el
deseo de hacer esclavos era el gran estímulo de la expedición.
No había indicios de rebelión y la expedición avanzó hasta la
Mariquina, antes de llegar a la ciudad de Valdivia. Era mediados
de febrero del año 1655, cuando simultáneamente, en aquel lu­
gar, en toda la Araucanía y hasta en localidades cercanas al río
Maulé por el norte, estallaba un levantamiento formidable. Los
fuertes fueron alertados, las ciudades de Concepción, Chillán y
Valdivia aprestaron sus fuerzas y los estancieros y campesinos del
territorio comprendido entre el Maulé y el Biobío huyeron hacia
el norte o hacia Chillán y Concepción.
En medio de esa crítica situación, el maestre de campo Sala-
zar, desoyendo la opinión de sus capitanes, que aconsejaban re­
gresar a la línea del Biobío y realizar una ofensiva contra los
sublevados, optó por dirigirse con sus tropas a la ciudad de Valdi­
via y desamparar los fuertes, para embarcarse luego rumbo a Con­
cepción. El fuerte de Boroa quedó entregado a su suerte y resistió
un año, mientras el de Arauco vivió días muy difíciles.
Mientras tanto, José de Salazar, que estaba al mando del
fuerte de Nacimiento, decidió abandonarlo y dispuso la retirada
de los pobladores, mujeres y niños que vivían allí o en sus inmedia­
ciones. La retirada fue un desastre, marcada por actos de cobardía.
Los grupos que huían fueron subidos a dos pequeños lanchones y
una balsa en el Biobío, con la esperanza de alcanzar la boca y
dirigirse a Concepción; pero la persecución de los indios fue soste­
nida y las embarcaciones encallaron en los bancos de arena, sien­
do alcanzadas por los rebeldes. Nadie escapó a la tragedia.
En todo el país reinó el desaliento, y en Concepción el vecin­
dario y el Cabildo procedieron de manera inusitada a deponer al
Gobernador, culpándolo a él y a sus cuñados de haber provocado
la catástrofe por su desmedida ambición e incompetencia. Una
decisión tan grave no podía ser admitida, y no pasó mucho tiem­

61
VIDA FR()NTER1ZA EN LA ARAlCANIA

po antes que Acuña y Cabrera fuese repuesto en el cargo por


orden perentoria de la Real Audiencia.
Las consecuencias más inmediatas del éxito araucano fueron la
eliminación de todos los establecimientos hispanocriollos en la Arau­
canía, la destrucción de las estancias hasta el Maulé, el abandono de
la ciudad de Chillan y haber obligado a las armas de los invasores a
emplearse sólo en la contención del movimiento. Es significativo que
al norte del Biobío se fundasen dos fuertes, uno en las cercanías de
Concepción y otro en las inmediaciones del río ¡tata.
Después del año 1662, concluida la rebelión, siguieron dos
décadas con operaciones militares de menor importancia. Una
primera tarea, eminentemente pacífica, fue el repoblamiento de
Chillan, a la vez que, con mucha prudencia y lentitud, los hacen­
dados volvieron a establecerse al sur del Maulé y hasta las orillas
del Biobío. También se alzaron un fuerte en Lota, algunos forti­
nes cerca del río Laja y se restableció la plaza f uerte de Yumbel. Se
afianzaba de ese modo el cordón defensivo al norte del Biobío y
quedaba un enclave fortificado en la costa de Arauco.
El gobierno de Francisco de Meneses (1664-1668) se caracterizó
por el intento de restablecer la dominación por medio de varios
fuertes, en un afán inútil, según los contemporáneos, y de difícil
ejecución, que fue atribuido al espíritu vehemente y caprichoso del
mandatario. Comenzó por trasladar el fuerte de Lota al emplaza­
miento de Arauco y establecer los de Santa Juana, Nacimiento y Santa
Fe, todos ellos en la margen meridional del Biobío. En campañas
posteriores, restableció el fuerte de Purén; fundó otro en Repocura,
cerca del sitio donde había estado la ciudad de Imperial, y un tercero
en Tolpán o Renaico, en la confluencia del río del mismo nombre
con el Vergara, en el corazón de los Llanos.
Varios de los fuertes levantados por Meneses debieron ser
desmantelados y sus fuerzas reagrupadas en otros puntos; los que
subsistieron no tuvieron otra función que la de puestos avanzados.
El fin de la guerra después de 1662 tiene varias explicaciones
circunstanciales. Por entonces aparecieron los filibusteros en la
costa de Chile y ese hecho atrajo la atención de las autoridades,
que debieron ocuparse de la vigilancia y resguardo de los puntos
costeros. De modo paralelo, decreció la actividad esclavista en la
Frontera, a causa de la prohibición impuesta por la corona y por­
que el desarrollo de la masa mestiza en el país había resuelto en
alguna proporción la escasez de mano de obra.
Hubo, en consecuencia, una menor presión bélica sobre la
Araucanía; pero la explicación fundamental del fenómeno reside
en el gran proceso de acercamiento y contactos múltiples de la

62
IA GUERRA DE ARAUCO

gente de un lado y otro de la raya, que había alcanzado mayor


intensidad y superaba ya a los encuentros armados.

EL MITO DE LA GUERRA

Aún no había desaparecido el choque producido por la conquista


cuando se publicaron en Madrid la primera, segunda y tercera
parte de La Araucana de don Alonso de Ercilla y Zúñiga, años de
1569, 1578 y 1589. Desde ese momento, el poema traspasó la
mentalidad chilena y no ha dejado de influir hasta el presente,
aunque ya nadie lo lee, porque no es necesario: los mitos cobran
vida propia.
La obra de Ercilla nació fuera de época, cuando los poemas
épicos habían agotado su veta y un nuevo espíritu, una nueva vida
desenvuelta se apoderaba de los pueblos. La Araucana fue la resu­
rrección de un género en medio de la epopeya chilena y, en
cierto modo, americana. Fue quizás por esta razón que tuvo éxito
y que diversas ediciones españolas y en lenguas extranjeras se
sucediesen unas tras otras.
I.os versos habían brotado en la lucha misma de la Araucanía
e impresionaron de inmediato a los protagonistas, a sus compañe­
ros y descendientes, y hubo algunos que requirieron la pluma
para pergeñar crónicas y poemas con el objeto de complementar
las loas y las informaciones de Ercilla y también para refutarlas.
Otros continuaron con la épica posterior y el contagio pasó a
otros territorios americanos.
No todos son hijos espirituales de Ercilla, pero indudablemente
forman parte del fenómeno general representado por el poeta ma­
drileño. Ixi caravana es larga: incluye a soldados, sacerdotes, capita­
nes consumados y cortesanos de lama y Madrid. En la crónica figuran
Jerónimo de Bibar, Alonso de Góngora Marmolejo, Pedro Mariño de
Lobera, Cristóbal Suárez de Figueroa, Luis Caro de Torres, Francisco
Núñez de Pineda y Bascuñán, Santiago de Tesillo, Luis Tribaldos de
Toledo, Jerónimo de Quiroga y Vicente Carvallo y Goyeneche, para
mencionar sólo a los empapados por el afán épico. Quedan fuera los
atraídos por la “historia civil y natural”, a pesar de que también entin­
taron la pluma en la lucha de Arauco.
Poetas y poetastros son menos, pero resultan más significati­
vos en la tendencia épica: Pedro de Oña, Melchor Xufré del Agui­
la y los anónimos autores del Purén indómito y de Las guerras de
Chile, que no pudieron sustraerse a la impronta ercillana.

63
\ IDA FRONTERIZA EN LA ARAt CANIA

Como si todo fuese poco, los grandes de la literatura españo­


la recibieron la influencia de La Araucana. Lope de Vega escribe
un Arauco domado, tragicomedia famosa, y un auto sacramental. Cer­
vantes, en fin, en el Quijote consagra los versos de Ercilla por ser
de los mejores en letras heroicas.
Podrían agregarse otros nombres, como el de Santisteban de
Osorio, autor de una detestable y falsa continuación de La Arauca­
na, y también el de los imitadores en América; pero los ejemplos
bastan para comprender que la épica era una forma poética pro­
fundamente sentida.
Sin embargo, la épica americana corría por la superficie en
momentos en que el lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfárache y
la caterva de picaros echaban a andar alegres por todos los cami­
nos. A su vez, la novela de caballería, colmado ya el gusto de sus
lectores, secó el seso del caballero de la Mancha y junto a él salió a
campear el bueno de Sancho, atento sólo a su conveniencia y a la
prosa de la vida.
En la realidad aldeana de Chile, la crónica guerrera y la
vivencia épica ocuparon un buen espacio de la mentalidad, por­
que la lucha estimulaba aquel sentimiento. Pero igual que en
las letras, la existencia burda era una realidad, no desmentida,
que embotaba las armas, las convertía en piezas de utilería y
hacía del aparato guerrero una escenografía para todas las ac­
tuaciones.
La poesía procuré) realzar ideales y virtudes, y dio un sentido
superior a lo que en sí no lo era. Alonso de Ercilla y sus seguidores
hermosearon la lucha en la Araucanía, y con sus versos y sus
crónicas dejaron un legado que ha traspasado los siglos. El mito
de la guerra comenzó temprano y a pesar de que decreció el
choque bélico, se mantuvo vigente, se le cultivé) y múltiples intere­
ses lo fomentaron. Ene el fantasma de la guerra, inasible, pero
eficaz para sembrar el temor.
Los militares, necesitados de justificar su papel, hacían correr
rumores siniestros y contribuían a una angustia permanente. Ante
cualquier movimiento de los indios, se comunicaba a Concepción
y a Santiago la inminencia de un levantamiento. Cualquier cho­
que con los nativos era exagerado y se anunciaba como gran victo­
ria, de suerte que desde el modesto capitán hasta los altos jefes se
prestaban para la farsa.
Refiriéndose al gobernador Meneses, fray Juan de Jesús Ma­
ría anota c ue “tenía por máxima que en España y en el Consejo
[de Indias] oyendo buenos sucesos de la guerra no se hacía caso
de todo lo demás, y por eso ampliaba grandemente las relaciones

64
l-\ GUERRA DE ARAUCO

y nuevas apócrifas que publicaba por el mundo".3 Además, dispo­


nía que cualquier incursión fuese celebrada en Santiago con gran­
des fiestas y oficios religiosos.
Bien entrado el siglo XVIII, el cronista Vicente Carvallo y
Goyeneche, que vivió en los puestos fronterizos, cuenta que en
cierta ocasión se envió a un capitán Diego Freire con 68 soldados
y 1.000 milicianos a atacar un escuadrón de pehuenches que ha­
bía robado ganado en las proximidades de Santa Bárbara, pero
como aquel oficial creyese que eran muy numerosos, regresó sin
combatir. Mejor informado de la cantidad, que no pasaba de 500
indios, incluyendo mujeres, salió nuevamente y dio alcance a pe­
queños grupos, los atacó, dio muerte a 40 hombres y aprisionó a
dos mujeres. “Se retiró a la plaza de los Angeles -comenta el
cronista—, donde fue recibido con las mayores aclamaciones de
alegría. Se cantó una misa de acción de gracias, y se hicieron
repetidas salvas de artillería. Ya se dejaba entender cómo iba aque­
llo, que se hacía tanto aplauso a la cobardía”.
Incidentes de este tipo u otros parecidos eran frecuentes, y de
esa manera se formaba el panorama general de una guerra implaca­
ble. El mismo Carvallo y Goyeneche, refiriéndose al carácter de las
campañas, denunciaba que para ellas se hacían grandes aprestos, se
formaban destacamentos abigarrados con muchos implementos, que
resultaban inapropiados, porque la lucha era de cazadores a la ligera,
que bastaban para dar unos cuantos golpes de mano. En su opinión,
el gran aparato y el gasto que irrogaba, eran inútiles, pero servían
para impresionar a la corte con “abultados papelones”.
Otro observador inteligente de la realidad fronteriza, el nota­
ble jurisconsulto don José Perfecto de Salas, antes que Carvallo,
llegó a parecidas conclusiones, que vació en un informe dirigido
al rey en 1750.
Con motivo de una comisión que debía desempeñar en Val­
divia en su calidad de fiscal de la Real Audiencia, Salas atravesó la
Araucanía, tuvo trato íntimo con los indígenas y se informó con
cuidado de la situación existente. Al acercarse al territorio de los
indios creció su temor inspirado en las opiniones corrientes, sobre
todo por ir con unos pocos acompañantes en lugar de un destaca­
mento, como le habían aconsejado en Concepción. Pero muy pron­
to su inquietud se desvaneció: en todas partes fue recibido
amistosamente por los naturales, que le allanaron el camino, lo

3 Fray Juan de Jesús María, Memorias del reino de Chile..., pág. 60.

65
VIDA FRONTERIZA EN L\ ARAUCANIA

colmaron de regalos, caballos y víveres, siendo acompañado en


todo momento por grupos muy numerosos. Pudo comprobar que
había respeto por el nombre del rey y que el hecho de ser funcio­
nario suyo le hacía acreedor de una gran consideración.
Las parcialidades que recorrió estaban en buen pie económi­
co; tenían alimentos, cultivos y ganados en abundancia, y nadie
estaba tramando ninguna rebelión, que sólo podría perjudicarles.
La tranquilidad se debía, a su juicio, al activo comercio que reali­
zaban con los españoles, la prosperidad de que disfrutaban y al
intenso mestizaje, calculando que las tres cuartas partes de la po­
blación araucana eran de sangre mezclada.
Bajo esas circunstancias, el Ejército fronterizo era excesivo,
y por el relajamiento general estaba en pésimas condiciones: los
soldados vivían en el ocio, entregados a los vicios, preocupados
de pequeños negocios con los indios y cometiendo toda suerte
de abusos contra ellos. Las voces de alarma que hacían correr
los oficiales y lenguaraces no eran más que recursos para entrar
a las reducciones bajo pretexto de vigilancia, pero con el verda­
dero objeto de comerciar en ellas, introduciendo vino principal­
mente.
La conclusión de Salas era que “no hay en la realidad tal Ejército
y los pocos fragmentos de él que se conservan esparcidos en los fuertes
de la Frontera no se les encontrará destino porque éstos no sirven para
sujetar a unos indios que ellos por sí están sujetos y no piensan en
trascender los límites, sino en mantener el comercio franco con los
españoles”. Y en otra parte de su informe, el perspicaz fiscal remarcaba
al rey en forma concluyente que el Ejército era inútil y perjudicial, y
que lo que se decía de la lucha en la Araucanía era falso:

Toda la vida -anotaba- se ha ponderado en informes, papeles,


historias y proyectos, la fiera obstinación de los indios, por cuya
razón se ha formado tan alto concepto y firme persuasión que si no
fuera [por] la vigilancia con que este Ejército está a la mira de las
operaciones del enemigo serviría todo el reino de infeliz despojo
de sus iras, y así les parece a todos y me parecía a mí, cuando
miraba de lejos este abultado cuerpo, que ha dado parte la verdad
de lo acaecido en siglos pasados, parte la ficción que ha introduci­
do el temor... y parte la malignidad de los que se interesan en
mantener esta patraña, porque conocen en descubierto el velo al
engaño, cesarían por consiguiente innumerables utilidades de ofi­
cios, empleos, sueldos, entretenimientos, y ocupaciones; y lo que
no es menos, cesaría el grueso comercio que se hace con ellos de
ponchos, vacas, caballos, vinos, armas, fierros, y otras innumerables
especies, las cuales tienen más cuenta a sus introductores mientras

66
1A GUERRA DE ARAUCO

se ciñe más la Frontera, y se estrechan los pasos del célebre río


Biobío que les sirve de barrera.4

La visión tremendista de la lucha fue la argucia en que se


asentaron muchos prestigios militares, ayudando a obtener ascen­
sos y recompensas. Desde los oficiales de bajo grado hasta los
maestres, formaban una trama de apoyo mutuo para las aspiracio­
nes y las ínfulas. Los gobernadores, en la cúspide de la pirámide,
aprovechaban el mérito militar. Cada uno, al llegar al país, daba
cuenta al rey del mal estado de la guerra y de los establecimientos
fronterizos, sugiriendo el fracaso o la desidia del antecesor. Lue­
go, durante los años de su mandato, vertían cartas y memoriales
que reseñaban, con nervio y detalle, tales y cuales incursiones, las
confabulaciones de los salvajes, algunos combates elevados a la
categoría de batallas, fundación o traslado de un fuerte y, en fin,
el sometimiento de varias parcialidades y la seguridad del dominio
español. En esos trances concluía el gobierno y llegaba un suce­
sor, que reiniciaría el ciclo de los documentos.
Esa modalidad fue tanto o más real en la medida en que
decrecía el fragor bélico, hasta que la existencia pacífica fue tan
evidente que tuvo que desaparecer el lenguaje tremendista. En­
tonces se habló del peligro permanente, tal como lo recuerda el
fiscal Salas.
El mito, así forjado, resultaba conveniente a todos los que
estaban ligados con la existencia fronteriza de la Araucanía y con­
venció a los más distantes, que se nutrían de viejas crónicas y
poemas, de los informes y los rumores. La fantasía mítica se con­
solidó y pasó a ser parte de la realidad mental, manteniéndose a
través de los siglos, llegando hasta nosotros como un concepto
histórico en que todos creen a pie juntillas.

4 El informe de Salas, fechado en Santiago el 5 de marzo de 1750, fue


publicado por Ricardo Donoso en Un letrado del siglo XVIII. El doctorJosé Perfecto de
Salas, tomo 1, pág. 106.

67
LA PICARESCA EN ARAUCO

1A PICARDIA Y LOS HOMBRES DE ARMAS

La picaresca en la literatura española fue expresión imaginativa


de escritores que observaban el diario vivir con entusiasmo y rego­
cijo. Pero cualquiera fuese el impulso creador y la intención estéti­
ca de los escritores, con sus graciosas exageraciones, la realidad
estaba subyacente. Había un sistema social y un ambiente de épo­
ca desde donde surgía la picaresca.1 Tan cierto es el hecho, que
hubo relatos biográficos verídicos que pueden asimilarse a aquella
expresión literaria. Uno de ellos precede en muchos años a la
picaresca: es la Vida de don Alonso Enrique de Guzmán, caballero noble
y desbaratado, gran personaje y picaro de tomo y lomo, que anduvo
en la conquista del Perú y fue amigo de Diego de Almagro. Con
su ejemplo se prueba que los picaros anduvieron por el mundo
antes que en las páginas literarias y que América fue un escenario
adecuado para sus correrías.
Otro relato de andanzas, debido al capitán Alonso de Con­
tra ras, escrito en 1630 para referir sus hazañas en Europa, el Me­
diterráneo y el Caribe, aunque menos picaresco, no deja de
alinearse en la tendencia.
El asunto se reduce a que tanto la realidad como la literatura
picaresca forman parte del ambiente, en una especie de subcultu-1

1 Nuestro enfoque es coincidente con el planteado por Antonio Maravall


en su excelente libro La literatura picaresca desde la historia social. Madrid, 1987.
Gracias a atinadas indicaciones del profesor Claudio Rolle, hemos conside­
rado también los enfoques o el sentido de las siguientes obras: La novela picaresca,
de Didier Souiller, México, 1985; La estirpe de Caín, de Bronislaw Geremek, Ma­
drid, 1991; Simplicius Simplicissimus, de H.J. Ch. von Grimmelshausen, Madrid,
1986, y Vida, nacimiento, padres y crianza del capitán Alonso de Contreras, Madrid, 1967.

69
VIDA FRONTERIZA EN L\ ARAUCANIA

ra de electo muy extenso; subcultura y mentalidad reñidas con las


normas éticas de la sociedad.
En España y también en otras naciones, la sociedad vivía
entre períodos de guerra y paz, en situaciones inestables y acomo­
dos continuos, buenos y malos, en que muy pocos tenían el privi­
legio de la nobleza, la riqueza y las recompensas oficiales o los
negocios lucrativos del campo y del comercio. El resto eran “los
que viven por sus manos" y los que se mantenían a costa de ellos,
una infinidad de personajes astutos, hidalgos pobretones, falsos
mendigos, villanos convertidos en soldados, capitanejos con algún
título oscuro o comisión dada por cualquier autoridad inferior.
Todos estaban a la espera de algún señor noble que levantase
bandera de enganche a nombre del rey para partir luego a Italia,
a Francia, a Flandes o también a algún rincón promisorio de
América. Mientras tanto, con la espada al cinto y mucho desenfa­
do, vivían engañando al hambre y a los cristianos incautos, en
medio de truhanerías, amores y lances de toda índole. El senti­
miento caballeresco y el desdén por el trabajo eran parte funda­
mental de esa situación, (pie impulsaba a los hombres a medrar a
costa de otros.
Surgió entonces el picaro como tipo social y la picaresca con
sus aventureros alegres y simpáticos, que si bien no eran guerre­
ros, eran un subproducto de esos andares. No es extraño que
durante mucho tiempo se identificase a los picaros con los solda­
dos que regresaban de la Picardía.
En los hombres de armas, ajenos al trabajo, el mérito residía
en las campañas realizadas, hubiesen sido heroicas o no. Ellos
creían que la sociedad les era deudora de sacrificios, reales o
supuestos, y reclamaban en cada paso de su vida pequeños privile­
gios y consideraciones especiales. Corrientemente, además, en ac­
ciones furtivas o desenvueltas, cometían abusos, tomaban lo ajeno,
comían o bebían por cuenta de otros y andaban enamorando
mujeres de cualquier estado o condición.
El ambiente de la guerra fue fundamental en la formación de
esa mentalidad. En tierras extrañas y también en las propias, los
destacamentos de guerreros se mantenían a costa de los paisanos
-gente del país o región-y ejercían sus ademanes prepotentes, justifi­
cando lodo con la importancia de su misión y las necesidades del
servicio. No se escatimaban medidas de fuerza ni crueldades, que la
justicia militar en manos del jefe superior inmediato amparaba con
espíritu de cuerpo. Si se estaba en territorios ganados por las armas,
el saqueo, el maltrato y las violaciones eran frecuentes y en ocasiones
con la autorización de los grandes capitanes.

70
LA PICARESCA EN ARAUCO

La existencia de la milicia transcurría a espaldas de las nor­


mas sociales, en un ambiente de relajamiento, donde el heroísmo
y las virtudes guerreras eran sólo parte pequeña del acontecer.
En América, la mala fama de la soldadesca y de la oficialidad
era igual y reproducía el ambiente de la picaresca por el contagio
español y las propias condiciones.
Anda gente suelta en este reino con nombre de soldado -escribía
en 1604 el virrey don Luis de Velasco- que suele traer vida muy
licenciosa: son los que en otra parte llamarían vagamundos, peli­
grosísimo género y embarazoso al buen gobierno... acosados en las
ciudades principales se andan entre indios, y por las ventas y meso
nes, que acá llaman tambos, donde sus insolencias valen y obran
sin resistencia.2

En la Frontera chilena el cuadro no era muy diferente, con el


agregado de un control oficial menos ceñido y de una realidad social
marcada por diferencias abruptas y contrastes raciales determinantes.
El español descansaba en su superioridad, seguido de cerca por el
criollo, mientras los mestizos se situaban en el plano inferior, mal
vistos por los blancos y mirados con recelo por los indígenas.
Los nativos al norte del Biobío y en las inmediaciones de los
fuertes, al prestarse pasivamente a la colaboración daban buen
campo para las liviandades y abusos de los malentretenidos. Al sur
del río, más allá de la zona de influencia de los blancos, estaban
dispuestos a confabularse en pequeños asuntos y a recibir a los
descontentos y perseguidos por la justicia.
El contacto pernicioso con los araucanos lo denunciaba el
cronista Jerónimo de Quiroga de acuerdo con su experiencia de
mediados del siglo XVII:
fuera de gran servicio de Dios y crédito de la nación española no
dejar persona blanca entre estos bárbaros, porque son peores y más
altivos que los indios, y son los caudillos de mayor nombre entre
ellos. Y es cosa vergonzosa que estos picaros mueven las armas
contra nosotros, y mayor que los indios se sirven y aprovechen de
tanta mujer blanca y rubia como tienen en su servicio.3

La adaptación a la vida y costumbres de los araucanos llegaba


a ser completa, comenta Quiroga:

2 Ricardo Beltrán y Rózpide, Colección de las memorias o relaciones que escribie­


ron los virreyes del Peni, tomo I, pág. 172.
3 Jerónimo de Quiroga, Memoria de los sucesos de la guerra de Chile, pág. 370.

71
VIDA FRONTERIZA EN IA ARAUCANIA

todos estos españoles o mestizos cautivos, criados o nacidos entre


los indios, aman tanto sus vicios, costumbres y libertad, que son
perjudiciales entre nosotros... en muchas ocasiones, yendo el cam­
po a alguna maloca, no se ha logrado y nos han dado muchas
lanzadas, porque han sido prevenidos de estos espías. Y asimismo,
entre los indios, son peores que los más fieros bárbaros, porque
son bárbaros con discurso, y así hiera conveniente echar de la
frontera, a lodos los que nacieron, se criaron o estuvieron muchos
años cautivos, en especial si son hombres ruines, como lo son casi
todos.4

Quiroga recuerda que con motivo de la entrada que hizo el


marqués de Baides a la Imperial, por acuerdo con los indígenas,
éstos permitieron que los españoles cautivos volviesen a los suyos;
pero como habían pasado muchos años entre los aborígenes, que­
daban pocos y se negaron a “dejar el vicio que estaba en ellos
hecho naturaleza". Era lo que generalmente ocurría con hombres
y mujeres cuando el cautiverio había sido largo.
Los ciclos anuales de apresto militar y de largos meses de
licencia, e igualmente los grandes períodos de paz, eran propicios
para el desorden y las costumbres ligeras. En esos lapsos, los mili­
tares convivían con la sociedad civil de amigos, parientes y secua­
ces, estrechando las costumbres de uno y otro grupo.
La sociedad fronteriza no sólo era afectada por el contacto
militar, sino que estaba dentro de la modalidad, porque las formas
de vida, de pensar y de sentir de su gente no diferían mucho de
las propias del elemento militar. Un campesino no era muy distin­
to a un soldado; un hacendado tenía casi tanto poder como un
capitán, si es que no era un capitán, y todos caían en la tentación
de las oportunidades y los placeres grandes y pequeños de una
vida sin barreras. Por lo demás, cualquiera podía verse comprome­
tido en la lucha o en una escaramuza repentina y sentirse de
manera permanente en el juego fronterizo con todas sus caracte­
rísticas. La organización de las milicias, que recaía en los hombres
en estado de prestar servicios militares, vinculaba estrechamente
con las tareas fronterizas en toda la región del Biobío e incluía
eventualmente a contingentes de la zona central. Su participación
en funciones de armas era muy esporádica, pero los milicianos
desempeñaban tareas anexas, como proteger caravanas, vigilar los
vados de los ríos, conducir correspondencia y arrear ganado para
consumo del Ejército. En el siglo XVIII, cuando el Ejército estaba

4 Jerónimo de Quiroga, obra citada, pág. 229.

72
LA PICARESCA EN ARAUCO

muy reducido, formaban parte de la guarnición de los fuertes y su


número solía ser mayor que el de los soldados.
La conformación humana del Ejército de Arauco correspon­
día al molde general de las agrupaciones armadas de los siglos XVII
y XVIII, que en sus diversos grados y funciones reflejaban las
desigualdades de la sociedad. No existía un escalafón rígido y la
forma de ingreso era absolutamente irregular. Los hijos de fami­
lias poco acomodadas entraban en el nivel inferior de cualquier
compañía y se formaban en la práctica, avanzando con lentitud
hacia los grados superiores. Nunca lograban buena situación y de
ahí que se empeñasen en negocios o procurasen hacerse de tie­
rras en caso de tener alguna influencia. Ciertos oficiales llegaban
desde el Perú o España con el afán de mejorar su suerte.
Muchos vicios rodeaban la incorporación a las filas y la ob­
tención de ascensos. Las quejas eran continuas contra los jefes y
los gobernadores y hubo casos que provocaron escándalo, porque
se favorecía a parientes o amigos de las autoridades.
Durante el gobierno de don juán Andrés de Ustáriz se llegó
a cobrar por ascensos y designaciones en cargos de algún prove­
cho. El juicio de residencia del Gobernador estableció de manera
precisa sus malos manejos. Había designado muchos “capitanes
de leva, con el inconveniente de la libertad en los juegos que hay
en las levas, que causan hurtos y otros delitos”. Sesenta y ocho
casos correspondían a Santiago; había hecho merced, además, de
cincuenta cargos de capitanes y comisarios, que no habían reco­
nocido compañía ni residido en el Ejército. La gran mayoría no
había pagado el impuesto de media anata por la obtención de los
cargos. Pero lo más grave era que Ustáriz había vendido algunos
de esos cargos cobrando doscientos y doscientos treinta pesos.
También había ascendido a capitán graduado, vale decir con re­
quisitos cumplidos pero sin desempeñar el cargo por no haber
vacante, a trescientos sesenta y cuatro oficiales “de modo que que­
dó el ejército sin soldados sencillos por hallarse todos graduados
en perjuicio de la disciplina”. De igual manera, “graduó" a qui­
nientos treinta cabos.
Como si todo ello fuese poco, había recibido de don Martín
de la Barrera tres mil pesos en cordobanes por su designación de
maestre general del reino o jefe superior del Ejército. También le
habían sido entregados mil ponchos al año por el cabo del fuerte
de Purén por haberlo mantenido en el cargo “aun con gran queja
y alboroto de los indios”.
Para remate de todo, había designado a su hijo Fermín Fran­
cisco de Ustáriz, de sólo dieciséis años de edad, capitán de guar­

73
\ IDA FRONTERIZA EN 1A ARAUCANIA

dias y comisario general del Ejército y Inego, a los veintiún años,


maestre de campo general del reino y corregidor de Concepción.
Hechos de esa naturaleza no eran extraños y sólo puede
precisarse que Ustáriz los llevó al extremo, quizás por ser “más
aplicado a la mercancía que a la milicia”, según un cronista.
La incorporación de soldados comunes a las filas fue tam­
bién un sistema muy irregular. Generalmente eran personas de
muy baja condición, sin medios para ganarse la vida o poco aficio­
nadas al trabajo, que encontraban en las miserables pagas y en las
pillerías de la milicia la manera de subsistir. Disponían, además,
de cierto poder y prestigio frente a sus rústicos semejantes.
Siendo las funciones militares ingratas por las exigencias y
por una relativa disciplina, por escasa que fuese, no eran muchos
los que se alistaban voluntariamente y sucedía que las autoridades
debían echar mano de los vagabundos y ociosos y aceptar a los
condenados para llenar las filas. Esas eran prácticas universales,
mantenidas hasta tiempos muy posteriores, y que en Chile y el
Perú eran el método más eficaz de enganche.
Innumerables son los testimonios sobre la mala calidad de
los soldados enviados desde Lima. En 1593, ya el gobernador Mar­
tín García Oñez de Loyola se quejaba de que:
unos se envían por fuerza y unos por holgazanes, jugadores y vicio­
sos y éstos como no pueden perder sus costumbres y están hechos a
la opulencia y riqueza y pasatiempo de allá, y acá es todo pobreza y
trabajos, de lo que sirven es de amotinar y alterar los ánimos a los
que estaban sosegados y quietos.

Esa gente, según sus palabras, era inútil para la guerra; no sabían
tomar un arcabuz ni otra arma y sólo gastaban los recursos, resultando
tanto daño que parecía más conveniente expulsarlos del país.5
Los mestizos peruanos eran los peor considerados, de acuer­
do con la opinión del capitán González de Nájera:
Entre la gente del Pirú que suele traerse de socorro a Chile, acos­
tumbran a venir algunos mestizos, hijos de españoles e indias, y
aun hijos de otros mestizos, gente casi toda inútil para el servicio de
Su Majestad, por ser tan floja y de pocos bríos, cuanto de poca
estimación. A esta causa, viéndose en algunos trabajos de la guerra,
como son hambres y otras fatigas, sucede que cuando los demás
soldados donde ellos se hallan, lo pasan con tolerancia, valor y

’ ('.arta a Su Majestad del 10 de abril de 1593. CDIHCh, segunda serie,


tomo IV, pág. 315.
LA PICARESCA EN ARAUCO

sufrimiento, ellos se afligen y rinden a la flojedad, dejándose des­


caecer de tal manera, que perdiendo el ánimo se pasan luego a los
enemigos donde les parece que tendrán la comida que les falta y
aliviarán los trabajos que les sobran.6

Hecho muy pernicioso para la ética y las costumbres era el


envío de delincuentes, en opinión del mismo González de Nájera:
Una cosa convendría mucho que se hiciese en defensa y favor de la
nueva frontera, y es que cese el mal uso de enviar a ella de Lima y
de las demás partes del Perú desterrados por condenaciones a pur­
gar delitos, como han siempre acostumbrado, especialmente hom­
bres facinerosos; porque estos tales, demás que no hacen en aquella
guerra, ningún fruto bueno, tampoco dan buen ejemplo a los de­
más soldados.'

Por la misma época, el gobernador Juan de Jaraquemada


comentaba al Rey que en Lima condenaban por delitos feos a los
mulatos y a otras personas, en primera vista a afrenta pública y en
segunda, “a soldado de Chile con sueldo”, lo que dañaba el buen
nombre de la guerra y era sentido como un agravio por los solda­
dos corrientes.8
Con palabras pintorescas, el fiscal de la Audiencia, Hernando
Machado, refería al monarca que muchos españoles, mestizos y
mulatos que se enviaban en los refuerzos, eran condenados de la
justicia “que es como amontonar el estiércol y basura que se barre
en todo el Perú y Nueva España”.9
A fines del siglo XVII el problema seguía en pie y creaba una
situación grave. Por esa razón, el Cabildo de Santiago acordó en
julio de 1696, solicitar al Gobernador que se ordenase marchar a
la Frontera a los muchos desterrados que pululaban en la ciudad y
que lo mismo se hiciese con los que llegasen a Valparaíso. En
opinión de uno de los alcaldes, eran de depravadas costumbres,
perseveraban en ellas y corrompían a los originarios del país.1"11

11 Alonso González de Nájera, Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile,


pág. 73.
7 Alonso González de Nájera, obra citada, pág. 241.
8 Carta del 29 de enero de 1611. Gay, Historia física y política de Chile.
Documentos, tomo II. pág. 248.
9 Carta del 14 de marzo de 1621. Biblioteca Nacional. Biblioteca Medina,
ms., vol. 122, foja 113.
10 CHCh, tomo XLIII.

75
VIDA FRONTERIZA EN IA ARAlCANIA

En la época no admitía duda la superioridad del soldado


español sobre el americano y en especial sobre el peruano, que en
país de abundancia llevaba una vida de molicie. Los gobernadores
y los jefes del ejército de Arauco así lo estimaban y solían pedir
hombres de ese origen. Cien peninsulares valían más que mil
peruanos, decía un capitán. Sin embargo, era muy engorroso y
caro el traslado de contingentes hispánicos; ocurrían muchas de­
serciones en la ruta y era preferible conformarse con los chilenos,
que no eran los mejores ni los peores.
Tampoco era del lodo fácil formar levas en el país, a causa
del relativo rigor de la disciplina y de las penurias, y había que
recoger con malos métodos a los ociosos. El gobernador Lazo de
la Vega comentaba en 1636 que en Santiago y sus contornos había
gran número de “hombres mozos vagabundos, sin ejercicios [ofi­
cios], antes facinerosos y delincuentes”, pero rehuían “la guerra
con la gloria militar”. Para remediar el problema, el Gobernador
instaba a la Real Audiencia a que desplegase su celo y la severidad
de su justicia para hacer una redada y que probando sus delitos les
encaminase al sendero de la gloria.11

VIDA MILITAR

Las fuerzas acantonadas en la Frontera estaban aquejadas física­


mente por la vejez y la mala salud de muchos de sus hombres. En
1630 el gobernador Lazo de la Vega informaba que de 1.600 pla­
zas que quedaban en el Ejército, 600 eran “viejos y estropeados”,
que no se podían dar de baja por no tener con quiénes reempla­
12 El mal subsistía cuarenta años más tarde, cuando el go­
zarlos.11
bernador Juan Henríquez se refería a los 2.500 hombres en armas.
Alrededor de 1.000 eran de buena condición, 800 eran mestizos
peruanos, “indios injertos en españoles, que por su bajeza y natu­
ral son de muy mala calidad”, el resto, unos 700, eran viejos y
enfermos, que los jefes habían tolerado por lo bien que habían
servido.13

11 CHCh, tomo V, pág. 95. Documento citado por Santiago de Tesillo.


12 Gay, obra citada, pág. 357.
I:t Catado por Diego Barros Arana. Historia jeneral de Chile, tomo V, pág. 125.
Juan Eduardo Vargas en Estilo de vida en el Ejército de Chile durante el siglo XVII,
publicado en Revista de Indias, N9 198, pág. 447, ha reunido algunos datos intere­
santes. que concuerdan, en forma general, con los que señalamos.

76
LA PICARESCA EN ARAUCO

Para los soldados antiguos, la vida militar representaba largos


años de penurias y al fin un abatimiento del ánimo por no ver
remedio a su situación. Un triste conformismo les invadía y mu­
chos seguían cumpliendo con su deber porque ya estaban identifi­
cados con el servicio y mantenían un rastro de honor y de
responsabilidad.
Sienten mucho -escribía al Rey un testigo- estar encerrados en
fuertes que son muy estrechas cárceles... y muchos de ellos hace
diez y seis y veinte años que sirven a V.M. en esta guerra y como no
alcanzan licencia de los gobernadores para irse a sus tierras por la
poca gente que hay en el ejército se desconsuelan notablemente y
les parece estar cautivos y así se han huido algunos al enemigo
aunque pocos y muchos de los que hoy sirven a V.M. son muy
viejos, enfermos impedidos, también hay muchos casados en los
reinos de España y provincias del Perú, que desean volverse a sus
casas.14

La peor época en la calidad de los soldados fue el siglo XVII,


por la dureza de las campañas, la falta de recursos y el arribo de
levas indeseables. Menos grave fue la situación en el siglo XVIII,
cuando la lucha amainó y virtualmente dejaron de llegar de fuera
con ti ngen tes i m provisados.
Un grave problema embargaba a las fuerzas de la Frontera,
relacionado con todo lo anterior. Era la falta de disciplina y cohe­
sión, que afectaba la eficiencia de las operaciones militares y la
conducta corriente de los soldados entre la población.
Las modalidades de la organización y de la vida militar se
prestaban para el relajamiento en un medio deprimido por la
pobreza de los recursos y la irregularidad en el suministro. En los
fuertes, las guarniciones convivían con mujeres y hombres mesti­
zos e indios amigos, que generalmente conducían agua y forraje y
trocaban alimentos. También se preocupaban de cocinar, lavar y
cuidar de los caballos de modo que los soldados trabajaban poco,
bajo pretexto, además, de estar de guardia, hacer rondas, cuidar
de las armas y efectuar alguna salida.
A causa de las dificultades para proporcionar alimentos a los
soldados, se permitía a éstos alejarse en ocasiones de los fuertes o
vivir en las inmediaciones en ranchos de amigos o familiares. El

14 Carta de Juan de Canceo a S.M., marzo de 1620. BN.BM., ms. vol. 121,
foja 54.

77
VIDA EROM ERIZA EN LA ARAl (LANIA

hecho era frecuente en Concepción, donde la mayor población


facilitaba ese tipo de relaciones.
La disciplina y el orden eran alterados también por el con­
junto de acompañantes, indios y mestizos de ambos sexos, los
vivanderos que llevaban y preparaban alimentos para los soldados
y personas allegadas, que junto con las tropas parecían una tribu
en movimiento. En ellas se comía, bebía y hacía el amor; aunque
las penurias no eran pocas y eventualmente había que combatir.
Sabio e irónico, Santiago de Tesillo comentaba que no le parecía
mal el contingente femenino “por ser la mujer bien del hombre y
el mayor recreo de la naturaleza" y porque las mujeres servían al
rey casi tanto como los hombres, porque mientras ellos andaban
peleando, ellas estaban preparando su descanso, la comida, la
yerba para el caballo y otros menesteres.1 ’
Tribaldos de Toledo agrega mayor bulto a los destacamentos.
Además de los criados, los hombres de caballería llevaban seis
indios y unos quince o veinte caballos, y los de infantería su trigo,
piedra de moler y las armas, “con que todas las veces que se aloja y
levanta el campo parece que se funda o mueve una ciudad".1'’
Peor aún era el desorden que se producía cada invierno cuan­
do los gobernadores autorizaban a cierto número de soldados
dirigirse a los campos de la región central y a Santiago, con el fin
de reponerse del servicio y apertrecharse para la siguiente campa­
ña. En esas ocasiones, el camino de la Frontera se hacía temible,
porque cundían los desaguisados y nada ni nadie quedaba seguro,
como refiere González de Nájera en un buen análisis del proble­
ma. Eran muchos los que importunaban a los gobernadores en
demanda de licencia para apertrecharse, lo que era equivalente a
ir a robar a los vecinos, y rara vez se les negaba el permiso para no
tenerlos descontentos. De ese modo se lograba, además, que los
soldados regresasen bien provistos, con indios y caballos; aunque
González de Nájera estimaba que las fuerzas operativas quedaban
disminuidas por las deserciones.
Continuando con los inconvenientes, el capitán sigue el ras­
tro de los soldados:
Van por toda la tierra de paz muchos de éstos que llevan licencia
tomando más de lo que fuera lícito, comiendo la sustancia de los
indios de paz y encomendados hasta llegar a la combatida ciudad
de Santiago donde, dejadas aparte las pendencias que fraguan en

15 Guerras de Chile, CHCh, tomo V, pág. 101.


Vista jeneral de las continuadas guerras. CHCh, tomo IV, pág. 84.

78
1A PICARESCA EN ARAUCO

ella y otras borrascas y desacatos que suelen tener con personas


eclesiásticas, en que consumen todo el invierno, sustentando no en
mesones, porque no los hay, sino hospedados en casas de personas
particulares... en ellas suelen hacer muchos con extrema ingratitud
los principales daños de su intento; pues sin mirar el regalo que
reciben de sus padres o ricos huéspedes, aprovechándose de la
ocasión y comodidad del tiempo que los hospedan, lo emplean en
irles engañando el indio o india de su servicio hasta llevárselos
cuando se van a la guerra, en agradecimiento del hospedaje... Otros
que no hacen esto en sUs posadas, hacen las diligencias que pue­
den de día y de noche, engañando y llevándose los indios e indias
de otras casas, sin tener respeto a ninguna; y otros se llevan los
caballos no sólo de los pastos del campo, tope donde topase, pero
de las mismas caballerizas y casas de sus dueños, rompiendo puer­
tas y aun tapias. Y esto viene a ser también causa, que cuando los
propios dueños quieren ir a la guerra, ni tienen indios para llevar a
ella, ni para dejar para sus cosechas, estorbándoseles asimismo su
jornada la falta do caballos. Y los soldados que son tan poco inteli­
gentes o tan desgraciados que [sic] en poblado no hallan indio
voluntario que se quiera ir con ellos a la guerra, toman por reme­
dio el salir a los campos a llevarse por fuerza los que hallan ocupa­
dos en servicio de sus amos, tomando a las ancas de sus caballos los
pastores que guardan los ganados, sin reparar en que quedan des­
carriados y perdidos; y algunas veces sucede llevarse muchachos
cristianos y libres, nacidos entre españoles, que llegados a la gue­
rra, los venden allá por esclavos a otros españoles, cosa que yo
averigüé más de una vez. Y es no menos lastimoso que se lleven
muchas veces indios de pobres religiosas de algunos monasterios,
lo más ordinario de miserables viudas, cuyo sustento y de sus hijos
consistía en la ayuda y servicio de los indios que las dejan desposeí­
das... En estos desórdenes no deja de haber algunos capitanes y
oficiales que han dado y dan a los soldados harto mal ejemplo.17

González de Nájera agrega que las licencias facilitaban las


deserciones a través de Valparaíso y la cordillera, para cuyo efecto
los soldados se disfrazaban de frailes o se arrimaban a otras perso­
nas. Finalmente, señala que era una dificultad hacer volver a la
Frontera a los hombres, que fingían enfermedades en el hospital,
se escondían o recurrían a cualquier triquiñuela. Los que eran
obligados por los capitanes iban de mala gana y escapaban en la
mejor oportunidad, para volver a la molicie de la vida en libertad
o al amor de alguna mestiza o india.

17 Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile, pág. 160.

79
\ IDA FRONTERIZA EN LA AR UCANIA

Testigo de años posteriores, el padre Rosales se refiere al


mismo tema, haciéndolo más liviano con el humor de su pluma
barroca, tan inclinada a la literatura:
ya los doscientos, ya los trescientos soldados partían en cuadrillas,
hechos cuadrilleros, no de la Santa Hermandad, sino cuadrilleros
de la inicua libertad, que robaban cuanto hallaban, no sólo en los
caminos sino en la ciudad, y con capa de pertrecharse quitaban a
los hombres las capas y a las mujeres las mantellinas; hurtaban de
ciento en ciento los caballos, derribando las paredes para sacar los
caballos regalados de las caballerizas, hurtando los muchachos in­
dios e indias (pie servían en las ciudades, sin que hubiese casa
segura de su libertad y desenvoltura, ni aun lo sagrado y lo eclesiás­
tico; pues aconteció, por quitarle entre dos a un clérigo la muía en
que iba, echarle uno un lazo y derribarle de ella, y el otro, mientras
se zafaba del lazo, subir en la ínula y llevársela; y así hacían otras
picardías y hurtos que los celebraban entre los mismos soldados y
los contaban por gracia y por bizarría, haciendo gala del hurto y
donaire de la maldad, y teniendo por hombre para poco al que era
temeroso de Dios y no quería hurtar.18

Agrega el jesuíta que los oficiales tenían una parte en sus


robos y que autorizaban los permisos a los soldados “que se daban
mejor maña a hurtar y capear".
Como hombre de su época, Rosales debió) conocer muchos
incidentes, (pie de haberlos consignado pudieron plagar su cróni­
ca, pero al menos no resistió el deseo de poner uno de ellos, que
encajó en un corto párrafo. Es una verdadera escena de teatro,
digna del Siglo de Oro, que atrae el ojo y el oído del espectador:
Era de los bravos de Potosí, que repartía cédulas de vida y a todos se
las dejaba de merced, valiente de boato y sepulturero de amenaza.
Pidió licencia para irse a pertrechar a Santiago, y como vio que como
pertrechar en los demás era hurtar y capear, quitó no sé que mantelli­
nas a algunas mujeres, con tanta braveza de su parte como humildad y
resistencia de las pobres mujeres; y engolosinado llegó a un hombre
mayor de edad y viejo en las canas y con mucha crudeza le pidió la
capa. El viejo, con madureza y reportación, le dijo: ¿la capa, señor
soldado?, poco es: aquí traigo en la faltriquera algunos reales y los
llevará vuesa merced también. Y quitándose la capa y doblándola con
mucho desenfado, la puso en el suelo y echando mano a la bolsa,
puso sobre la capa la plata que llevaba en ella, y sacando con valiente
determinación la espada, dijo con grande madurez y reportación al

IK Diego de Rosales, Historia jeneral del reyno de Chile, tomo III, pág. 289.

80
LA PICARESCA EN ARAUCO

crudo v~aliente: Lleve ahora la capa y la plata, si puede, valentón de


boato; veamos si lo es de manos. Y cerrando con él a estocadas, le
llevó el viejo la calle abajo, tirándoselas tan espesas que [el soldado]
no sabía por dónde huir.19

Ingenioso el buen cronista, que además de captar la realidad


sabía gozar de la picaresca, en una actitud mental que prueba que
los hechos de la vida concreta y las letras se entretejían en la
subcultura picara, influyéndose mutuamente.
Los gobernadores nunca realmente pusieron atajo al sistema
de licencias, con la excepción de Martín de Mujica, y se limitaron,
con sus capitanes, a impedir los desórdenes mayores que dañasen
la integridad de sus fuerzas.
El año 1637 el Cabildo de Santiago trató sobre los peijuicios
causados por la soldadesca y quedó constancia de un bando del
Gobernador para que se averiguasen los delitos cometidos, sin
haberse hecho nada. Dos años más tarde, la situación seguía igual,
comprobándose que los soldados se llevaban muchos indios de
encomienda y esclavos, muchachos y muchachas, y para impedirlo
se ordenó que el alcalde de la Santa Hermandad con doce hom­
bres se trasladase a la ribera del Maulé a controlar a los que
regresaban a la Frontera.20
Debido a lo inveterado del mal y la actitud a menudo impasi­
ble de los gobernadores y los jefes militares, el Cabildo se dirigió
al rey y el 2 de noviembre de 1638 se dictó una real cédula prohi­
biendo las licencias, salvo por razones muy justas y a personas de
confianza. El gobernador, marqués de Baides, dispuso que en ade­
lante se autorizase cada año solamente a seis soldados por compa­
ñía que inspirasen confianza y previa rendición de fianza para
responder por su regreso y los daños que causasen. Las razones
que se tenían en cuenta eran el menoscabo que experimentaban
los recursos de los soldados, la necesidad de apertrecharse y el
hecho de que muchos de ellos tenían padres y parientes en la
región central. 21
Quedaba abierto el camino para seguir con los abusos.
La condescendencia, en algunas ocasiones, fue vergonzosa,
como sucedió durante el mandato de Francisco de Meneses, en

19 Ibidem.
20 Sesiones del 12 de febrero de 1637 y del 6 de mayo de 1639. CHCh,
tomo XXXI.
21 Los antecedentes en las actas del Cabildo, CHCh, tomo XXXI, págs. 407
a 414.

81
VIDA FRONTERIZA EN L\ ARAl'íLANIA

que el relajamiento general escandalizó a la ciudad. Aludiendo a


los soldados, un documento de la época consigna:
Tienen tanta licencia, que se entran en las casas que les parece de
noche a robar lo que topan, y ha acontecido maltratar a los dueños
que defendían sus casas y haber atravesado con la espada a uno de
ellos, de más de llevarle las sábanas de la cama y otras cosas. Las
mujeres no andan seguras por las calles, y en los arrabales ha ama­
necido alguna muerta a puñaladas. Los caminos reales no están
seguros, pues a los indios y criados que andan solos, los desnudan y
quitan las mantas y lo que llevan... Los soldados que el gobernador
trajo consigo [de España], tan disolutos están que no se ocupan en
otra cosa que en robar las casas de noche, de forzar las mujeres que
encuentran, perder el respeto a las justicias y otras maldades públi­
cas.22

Es difícil determinar la cuantía de los robos y el número de indi-


genas llevados a la f uerza, que variaba cada año por las circunstan­
cias. A comienzos del siglo XVII se estimaba una cantidad de más
de ochocientos indígenas y avanzada la centuria se estimaba en
doscientos, trescientos o cuatrocientos.23
El desorden establecido por el Ejército contagió también a la
población civil, especialmente a personas de alguna importancia,
que de una ti otra manera estaban vinculadas a la milicia y se
encontraban en sectores cercanos a la Frontera. Así lo reconoce
un documento de 1622:
vienen soldados y otros con nombre de serlo, cantidad de estancie­
ros y hombres casados de Chillan, la Concepción y otras partes, que
son los (pie más indios llevan y a título de milites.24

Insiste en el tema otro documento de 1637, que refiere que


corregidores, alcaldes y regidores se valían del fuero militar, aun­
que hubiesen pasado muchos años sin asistir a la guerra, quedan­
do impunes sus delitos.25

22 Citado por Barros Arana, Historia jeneral de ('.hile, lomo V, pág. 71.
23 Carta de la Audiencia al rey, de 1610, citada por Errázuriz., Historia de
Chile durante los gobiernos de García Ramón, etc., tomo II. pág. 96. Informe del
oidor Gabriel de Celada, 1610, en Gay, Historia física y política de ('.hile. Documentos,
tomo II. pág. 198. Tribaldos de Toledo, Vista jeneral..., CHCh, tomo IV, pág. 80.
24 “Tasa y ordenanza para el reino de Chile”, en Fuentes para la historia del
trabajo en el reino de Chile, de Alvaro jara y Sonia Pinto, tomo I, pág. 137.
25 Carta de la Audiencia al rey. Santiago, 30 de marzo de 1637. BN.BM. ms.
vol. 134, foja 99.

82
LA PICARESCA EN ARAUCO

Tan generalizado era el robo en el ámbito fronterizo, que


Núñez de Pineda y Bascuñán afirma que era costumbre robarse
todo los unos a los otros y, a propósito de la campaña de 1629,
cuando los araucanos asolaron las tierras chillanejas, refiere unas
acciones sorprendentes. Cualquier noticia de la proximidad de los
indios ponía en movimiento hacia las montañas a los dueños y
campesinos de estancias y chacras para ocultarse dejando sus bie­
nes abandonados. Pero los propios vecinos de las cercanías co­
rrían la voz de peligro y
subían a caballo algunos de estos ladrones de noche y corrían la
tierra hasta las mismas montañas, a donde los dueños de las hacien­
das, o los que las asistían se habían entrado a valer de las asperezas
o espesuras de las ramas.

Despejado el campo, los malhechores “sin recelo alguno ro­


baban las casas, las bodegas y lo más que encontraban, llevándose
cordobanes, zurrones de sebo, vino y herramientas, con notable
disolución, pues públicamente algunos vendían a sus dueños lo
propio que les habían hurtado”.26
El cronista da a entender que en esas fechorías andaban
mezclados los hombres del Ejército.
La vida misma en los fuertes y en los tercios transcurría a un
nivel muy bajo. La embriaguez era frecuente, algunas riñas y ro­
bos y, lo que era también muy mal visto, los juramentos y blasfe­
mias. El juego de naipes y dados era usual en medio del
aburrimiento, donde se perdía hasta la ropa, porque a falta de
moneda se ponía en el tapete cualquier bien disponible. Era tan
agudo el problema, que el gobernador Lazo de la Vega, que gusta­
ba de ver a los soldados bien puestos, encontró que andaban
descalzos y “tan descaecidos en los trajes que no parecían españo­
les, cuyo efecto se atribuía a las tablas de juego, donde perdían la
ropa que se les daba de socorro para vestirse”.27
Era inútil dictar bandos prohibiendo las malas costumbres y
tampoco surtieron efecto las reales cédulas para desterrar el jue­
go, aunque estaba permitido en los servicios de guardia.
No faltó tampoco, en concentraciones de hombres más o
menos retirados del trato social, la homosexualidad, que además
de provocar la repulsa, constituía un pecado grave por burlar el

26 “Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán”, Cautiverio feliz..., CHCh, tomo


III, pág. 112.
Santiago de Tesillo, Guerra de Chile..., CHCh, tomo V, pág. 46.

83
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAl (AMA

orden natural establecido por Dios. Durante las incursiones del


año 1611, el gobernador Juan Jaraquemada se sorprendió en el
fuerte de Paicaví por la existencia de catorce sodomitas, tres de los
cuales fueron quemados.28 Poco después se tuvo noticia de un
soldado que había tenido relaciones con cincuenta y siete indios,
entre quienes era un acto más o menos frecuente. También fue
quemado.
El Gobernador siguió su campaña contra los indios rebeldes
y los homosexuales. Al llegar al fuerte de Angol, le informaron
que muchos soldados estaban conjurados para fugarse por haber
cometido el pecado nefando. Hechas las averiguaciones, Jaraque­
mada llevó cautelosamente, en su tropa, a los principales sindica­
dos y a los pocos días los hizo ajusticiar.29
El descontento de los soldados por las malas condiciones de
su vida los arrastró muchas veces a desertar, para buscar una tierra
más placentera, o escapar de alguna manera a la vigilancia de los
capitanes. Los peruanos eran los más propensos a huir y en algu­
nos momentos la situación fue crítica, como lo experimentó el
gobernador García Ramón, que en 1601 comprobó que del total
de mil hombres enviados por el Virrey del Perú, en poco más de
dos años había bajado a ciento setenta y dos y mal armados.30
Un buen método para desertar eran las licencias otoñales
para trasladarse a la región central, porque el vagabundeo que se
originaba y la escasa vigilancia de los jefes permitían cruzar la
cordillera o atravesar los desiertos del norte, sin importar el rigor
del f río y del calor, la falta de alimentos ni otras penurias.31
En 1639 el marqués de Baides opinaba que los soldados eran
muy pobres, no podían siquiera comprar caballos y, como era la
costumbre, tenían tanto trabajo, que vivían descontentos y no ha­
bía más que soportarlos, aunque era prudente recelar de ellos
como del enemigo. En dos o tres ocasiones habían pegado fuego
a algunos cuarteles para que fuesen despoblados, y otros habían
huido, cayendo siete que fueron ahorcados.32

28 Diego de Rosales, Historia jeneral..., tomo II. pág. 510.


29 Tribuidos de Toledo, Vista jeneral..., CHCh, tomo IV, pág. 88. Puede ser
que el hecho referido por este cronista fuese el mismo relatado por Rosales, pero
los datos que ambos entregan difieren en varios aspectos.
30 Crescente Errázuriz, Seis años de la historia de Chile, tomo II. pág. 66.
31 ('.arta del Cabildo de Santiago a S.M., 10 de febrero de 1650. BN.BM.,
ms. vol. 140, foja 181.
32 Informe del 20 de mayo de 1639. BN.BM., ms. vol. 136.

84
LA PICARESCA EN .ARAUCO

LOS MOTINES

Durante el siglo XVII se estuvo al borde de las insurrecciones


militares, que no alcanzaron a prosperar porque fueron descu­
biertas. El año 1607, agobiados los hombres por los sufrimientos
en medio del gran alzamiento de los nativos, algunos de infantería
se concertaron para rebelarse en el fuerte de Arauco. La señal
sería el día que pidiesen reparto de sal; pero denunciados por
algunos soldados leales, fueron aprisionados y decapitados.33 Po­
cos años más tarde, gobernando Osores de Ulloa, cuando las ar­
mas estaban algo ociosas por la Guerra Defensiva, se amotinó un
grupo de soldados del Perú que había recibido adiestramiento en
sus guarniciones. Muy escuetamente, Quiroga anota que “muy pre­
sumidos y arrogantes, no se conformaron pon las miserias y traba­
jos de la guerra y luego se amotinaron. H izóse ejemplar castigo en
pocos, con lo que se corrigió a muchos”.34
Esos movimientos no cundieron, probablemente por el rigor
de los gobernadores y porque el descontento se expresaba en la
fuga al territorio indígena, la deserción y las tropelías continuas,
que hicieron el efecto de válvulas de escape en continuo funciona­
miento.
En los inicios del siglo XVIII, cuando se prolongaban las som­
bras de la centuria precedente, hubo una rápida sucesión de moti­
nes en las plazas fronterizas a raíz de la miseria en que se
encontraban los oficiales y la tropa.35 Desde hacía ocho años no
llegaba el real situado y cuando llegó una remesa de las cajas de
Potosí, al efectuarse el reparto se actuó de manera muy injusta.
Apenas se remediaron algunas necesidades de la tropa, mientras
el gobernador Francisco de Ibáñez y Peralta, personaje venal e
inescrupuloso, se reservaba íntegramente su sueldo y disponía gas­
tos considerados superfinos. Protestó de esos manejos el Veedor
General, que defendió el interés de los soldados y oficiales, valién­
dole su entereza un breve arresto domiciliario por orden del Go­
bernador.
Esas noticias llegaron al tercio acantonado en Yumbel, des­
ataron el descontento y un levantamiento el 23 de diciembre, que

33 Diego de Rosales, Historia jeneral..., tomo II. pág. 473.


34 Jerónimo de Quiroga, Memoria..., pág. 343.
35 Los hechos han sido referidos por Miguel Luis Amunátegui en el tomo III
de Los precursores de la independencia de Chile y por Barros Arana, Historia jeneral de
Chile, tomo V, págs. 457 y siguientes.

85
VIDA FRONTERIZA EN l.\ ARAl'í LANIA

fue encabezado por un teniente valeroso y decidido. Los rebeldes


se pusieron en marcha hacia Concepción y en doce horas estaban
a la vista de la ciudad, manifestando que matarían a Ibáñez y a sus
allegados y pondrían en libertad al Veedor. Mientras tanto, el
Gobernador había reunido a los pocos soldados con que contaba
y a las milicias e hizo saber a los alzados que les perdonaría si
regresaban a Yumbel y se ponían a las órdenes de su jefe. Fuese el
temor a enfrentar a las fuerzas legítimas o el peso de la disciplina,
el hecho es que los soldados midieron la gravedad de su acción y
se acogieron al perdón, bajo promesa de que nadie sería persegui­
do y se remediaría su situación cuando llegasen nuevos recursos.
El tercio estacionado en el fuerte de Arauco se levantó con
un día de retraso y obligó a su jefe a ponerse a la cabeza del
movimiento. Convergieron hacia Concepción, pero su jefe los aban­
donó y luego supieron que los de Yumbel se habían sometido,
('midió entonces la desesperanza y terminaron por aceptar el per­
dón del Gobernador, para regresar a su cuartel.
Pasó algún tiempo y en Yumbel se mantenía la intranquili­
dad, agravada luego con ciertas medidas tomadas contra los que
habían actuado como cabecillas, hasta que la noticia de que Ibá-
ñez se retiraba a Santiago con el dinero que se había reservado,
provocó una gran exaltación. Los oficiales se reunieron y redacta­
ron una comunicación descarnada dirigida al Gobernador. En
ella le manifestaban que, encargado por S.M. de velar por el reino
V los militares, llevado sólo de su codicia había alterado los suel­
dos, sin preocuparse de los perjuicios que pudiesen sobrevenir al
reino. Le expresaban, además, estar malcontentos con su ida a
Santiago y que suspendiese el viaje, indicándole que atendiese al
reparto de
las raciones de carne y harina, como el resto que nos queda de
sueldo, pues V.S. se ha quedado con él sin el reparo de los inconve­
nientes que de los latrocinios se siguen. Es cuanto se ofrece, avisan­
do a V.S. que el ejército está para moverse con más ímpetu que en
la rebelión pasada... besamos las manos de vuestra Señoría. Todo el
ejército.

Nuevamente, Ibáñez puso en movimiento las fuerzas que


tenía en Concepción y ahora marchó con ellas hasta las cercanías
de Yumbel, desde donde conminó a sometimiento a los rebeldes,
perdonando la vida a todos, menos a dos de los oficiales. Entre
los amotinados había comenzado a flaquear el espíritu de rebel­
día. El tercio de Arauco no se había movido y la pequeña dota­
ción de Purén, después de ponerse en marcha, había regresado a

86
1A PICARESCA EN zXRAUCO

su fuerte. Mediando esa situación, los hombres de Yumbel cedie­


ron y el gobernador pudo ejecutar castigos terribles, traicionando
su palabra.
Ixt causa del motín había sido el abandono en que se encontra­
ban los hombres del Ejército por el atraso de los situados, situación
que luego se compuso sin llegar a ser perfectamente regular. Una
especie de conformidad embargaba a oficiales y soldados, que arre­
glaban su vida con toda clase de recursos ingeniosos. No ocurrió lo
mismo, en cambio, con un batallón traído en 1770 desde España con
el fin de mejorar la calidad del Ejército, aumentar su eficacia y dar
ejemplo a los militares del país.3'1 Poco después de desembarcar, se
dejó sentir el descontento en el destacamento español en razón de
que se adeudaban los sueldos desde la salida de la península y la
situación no tenía visos de arreglo en Concepción. Se añadió, ade­
más, la mala influencia de los soldados locales, tan experimentados
en el relajamiento y en la protesta.
Una noche, inesperadamente, el batallón, dando grandes vo­
ces y seguido por dos compañías de caballería, salió a la calle al
son de tambores y con banderas desplegadas, dirigiéndose al con­
vento de San Francisco, donde se encerró. Desde allí elevaron su
protesta al gobernador, Francisco Javier Morales, exigiendo las
cantidades que se les adeudaban.
Haberse acogido a un lugar sagrado revelaba que el temor
aquejaba al batallón; aunque el Gobernador, militar experimenta­
do y juicioso, no era inclinado a las medidas drásticas. Gracias a la
intervención del Obispo, que señaló a los soldados la gravedad de
su decisión y que más adelante se pagarían los sueldos, el batallón
depuso su actitud y abandonó el claustro.
Fuera del escándalo y del temor de los vecinos, las cosas no
pasaron más allá. Pero no había duda de que la disciplina había
recibido un golpe y que la autoridad del Gobernador quedaba
resentida.
Pese a los dos motines del siglo XVIII, la década fue de me­
nor crudeza que la centuria precedente, debido al apaciguamien­
to de la Frontera y las condiciones económicas más favorables en
el país. En todo caso, la subcultura picaresca ya formaba parte del
ser fronterizo y seguiría animando la vida de la sociedad, tanto en
el sur como en el centro, porque las condiciones originarias no
desaparecieron; sólo se ablandaron y las costumbres se prolonga­
ron en la idiosincrasia nacional.

36 Cartas del gobernador Morales. BN.BM., ms. vols. 192 y 193.

87
EL NEGOCIO DE LA GUERRA

IA ESCLAVITUD DE LOS INDIOS

La existencia de los lavaderos de oro y de una gran población


autóctona para trabajar en ellos y en otras faenas, había sido el
gran estímulo para efectuar la conquista. Desaparecidos esos atrac­
tivos y limitada la dominación al curso del Biobío, otros incentivos
de carácter económico alimentaron la guerra o la imagen de la
guerra, e hicieron girar en torno a ella a militares, estancieros y
negociantes de variado tipo que arrastraron a la sociedad entera y
a las autoridades a justificar y apoyar la beligerancia.
Uno de esos estímulos fue la esclavitud de los indígenas to­
mados en la guerra que, para los jefes y soldados del Ejército, mal
pagados y sin alicientes, representaba la oportunidad de incre­
mentar sus ingresos.
I.a esclavitud comenzó de hecho en el siglo XVI, a medida
que la decadencia de los lavaderos de oro presionaba hacia la
búsqueda de nuevos negocios y, más que nada, por el grave pro­
blema de la mano de obra a causa de que la población había
disminuido en las regiones norte y central.
Soldados y oficiales solían vender los indios capturados sin
sujetarse a ninguna regla, formándose un mercado que operaba
con entera libertad a lo largo del país y que, incluso, remitía
partidas de aquellos esclavos al Perú. Tan fuerte llegó a ser la
demanda, que algunos encomenderos de Valdivia y Chiloé, a cau­
sa de la pobre rentabilidad de sus encomiendas, preferían vender
sus indios y los remitían con ese objeto a Concepción o más al
norte, cambiando así por completo la situación legal de los afecta­
dos. Algunos gobernadores autorizaron el envío de nativos a las
minas del distrito de la Serena o dictaron decretos de amparo a
favor de personas que los tenían en su poder. El gobernador

89
VIDA FR()NTERIZA EN LA ARA! ’( AMA

Pedro de Vizcarra dictó una resolución autorizando la esclavitud


de los rebeldes y Ribera dispuso un juicio contra los araucanos,
cuya sentencia fue la condena a esclavitud de los alzados.
A medida que se desarrolló el levantamiento de 1598, siguió
practicándose la captura de indios con un tono de venganza y
odio. Llegaron a confluir, así, lo que parecía una acción justifica­
da con la utilidad práctica de contar con esclavos para las faenas.
Los vecinos, los militares, las órdenes religiosas y los cabildos
ejercieron presión en Lima y Madrid para que el rey declarase la
esclavitud. Lograron además que un teólogo, el licenciado Mel­
chor Calderón, expusiese en un documento que se daban las con­
diciones para imponer la esclavitud a los rebeldes. En su Tratado
de la importancia y utilidad que hay en dar por esclavos a los indios
rebelados de Chile, Calderón no sólo acumuló razones teológicas y
jurídicas, sino que con toda desnudez expresó los provechos que
se seguirían del sistema.1 En su opinión, una de las causas que
habían prolongado la guerra era que los capitanes y soldados
vivían miserablemente y sin premio. Si se establecía la esclavitud,
acudirían hombres de fuera a engancharse, y los de Chile partici­
parían para llevar indios a sus chacras, haciendas y casas. También
se venderían indios a otros mercados, aumentarían los beneficios
de la minería y por ende los de la real hacienda.
Otros pareceres fueron dados en apoyo de la esclavitud, en
el Perú y en la corte, por personas con experiencia en las cosas de
('hile y, finalmente, el rey Eelipe 111 autorizó la esclavitud por real
cédula del 26 de mayo de 1608.- Según sus disposiciones, podían
ser reducidos a esclavitud en la Araucanía, los hombres mayores
de diez años y medio y las mujeres de nueve y medio, que fuesen
cogidos en la lucha. Para los menores se establecía un régimen
especial: se depositarían en poder de cualquier persona para ser­
virse de ellos hasta los 20 años y con obligación de instruirlos en
la fe.3

1 El Tratado fue impreso en 1601, al parecer, en Lima. José Torihio Medina


lo publicó en el tomo II. pág. 5, de su liiblioteca hispanochilena, Santiago de Chile,
1898. La obra de Medina fue reeditada por el Fondo Histórico y Bibliográfico
José Toribio Medina, Santiago de Chile, 1963.
Publicada por A. Jara y S. Pinto, Fuentes para la historia del trabajo en el reino
de ('.hile, lomo I, pág. 254.
' Un estudio sobre el marco teórico y jurídico de la esclavitud cobriza, las
variantes de ella y su aplicación en Chile, titulado Esclavitud y libertad de los indios
de (.hile, ha sido publicado por W. Hanisch en Historia, número 16. Instituto de
Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1981.

90
EL NEGOCIO DE IA GUERRA

La real orden fue dada a conocer en Chile recién el 20 de


agosto de 1610 por bando del gobernador Luis Merlo de la Fuen­
te. Dos años más tarde, sin embargo, fue suspendido para dar
paso a la Guerra Defensiva, hasta que, fracasado este ensayo, se
reinició la aplicación en 1626. Desde ese momento no hubo corta­
pisa y el sistema operó con eficiencia.
Las ventajas de la esclavitud para los capitanes y soldados
fueron bastante grandes. Ya en el bando que dio a conocer la
determinación del rey, se señaló que se hacía para que los hom­
bres acudiesen “con voluntad a servir a Su Majestad en la ocasión
presente el pillaje de los indios y muchachos que se cogiesen en la
guerra... para que todos se animen más y con mayor voluntad”.4
La publicación de la cédula fue “con mucho gusto de los
soldados por el provecho que habían de tener en las ventas de los
esclavos”, según recuerda el padre Diego de Rosales en su Historia
jeneral del reyno de Chile.
La ventaja de la esclavitud es repetida muchos años más tar­
de por el experimentado capitán Santiago de Tesillo, que en una
información sobre la guerra, en 1670, estima que sin ella “ni los
soldados del ejército ni los indios amigos han de querer arriesgar
sus vidas ni empeñarse faltando el interés de estas piezas”.5*
Con el estímulo de la esclavitud, la guerra se convirtió en
una máquina muy activa. La maloca fue el tipo de incursión prefe­
rida: era una expedición ligera, que procedía de sorpresa, con el
propósito de capturar hombres, mujeres y niños, destruir los bie­
nes y sementeras de las reducciones y arriar ganados.
Cada entrada efectuada por las tropas en la Araucanía apor­
taba alguna cantidad de esclavos. No había destacamento, por
pequeño y desafortunado que fuese, que no sacase en una corre­
ría 20 ó 40 indios, y los cuerpos mayores obtenían fácilmente 200
o más. Las crónicas de la época suelen mencionar esos datos,
especialmente la de Diego de Rosales, aunque es de presumir que
muchas veces no consignan toda la información.
La adecuación de la guerra a los fines esclavistas fue muy
clara. Los provechos dejados por las malocas son recordados por
el cronista y maestre de campo Pedro de Córdoba y Figueroa: “y
como el lucro se envidiaba, se recrecían los voluntarios que iban a

4 Crescente. Errázuriz, Historia de Chile durante los gobiernos de García Ramón,


Merlo de la Fuente yJaraquemada, tomo II, pág. 135.
5 Información levantada por el capitán Domingo Flores Elozu. En BN. BM.,
ms. vol. 312, foja 483.

91
\ IDA ER()NTER1ZA EN LA ARAl(LANIA

senir con sus armas y caballos, y el que no los tenía adecuados, los
tomaba en arriendo, interesando a los que daban".6
Los fuertes se convirtieron en base de operaciones, en los
cuales se organizaban incursiones según las noticias que hubiese
de las parcialidades cercanas. Algunos de ellos, que carecían de
valor estratégico, eran mantenidos únicamente para salir a captu­
rar indígenas, anota el maestre de campo Jerónimo de Quiroga
en su Memoria de los sucesos de la guerra de Chile, para recordar luego
que el gobernador Merlo de la Fuente, reconociendo “la inutili­
dad de los fuertecillos y que la codicia de las piezas los mantenía,
despreciando las vidas de aquellos pocos soldados, los muchos
interesados que había en las malocas, les retiró la guarnición y
demolió las plazas.7
Algunos fuertes llegaron a ser verdaderas ferias de esclavos,
por su situación, el brío de los soldados “maloqueros” y porque los
tratantes tenían organizado el negocio. Así ocurría con Boroa ha­
cia 1650:
Como el provecho es el título más principal, y el mayor interés la
mayor honra -escribe Rosales- no había puesto como el de Boroa,
por ser en estos tiempos otra Guinea y estar allí la casa de la contra­
tación y todo el trato de las piezas y esclavos con que enriquecían
los cabos y gobernadores de Boroa y hacían ricos a otros; porque
allí acudían de Santiago, de la Concepción, de Chillán y de todas
partes a comprar esclavos, y rodaba la plata y los géneros, pasando
los de aquel fuerte, con estar tan retirado y en el riñón de la
guerra, con grandísima abundancia de todo, porque al señuelo de
las piezas iban las arrias con la provisión de cuanto era menester
para pasar la vida con abundancia.8

Una breve descripción de cierta maloca en tiempos de Alon­


so de Ribera, muestra la forma de proceder en todas ellas. Refiere
el jesuíta Rosales que el gobernador mandó al maestre de campo
Pedro Cortés,
que corriese las rancherías de Peterebe y Mederebe, lo hizo con
gran silencio y dio sobre ellas al cuarto del alba... y cogió ciento y
nueve piezas y mató treinta indios de los que se pusieron en resis­
tencia y los soldados tuvieron un buen día, porque corriendo la
tierra hallaron mucho ganado ovejuno con que tuvieron con que11

11 P. de Córdoba y Figueroa, Historia de Chile. En CHCh, tomo II, pág. 293.


' Memoria de los sucesos de la guerra de Chile, págs. 311 v 313.
8 Diego de Rosales, Historia general del reyno de Chile, tomo III, pág. 394.

92
EL NEGOCIO DE 1A GUERRA

regalarse y que llevar al campo carne gorda. Quiso el Gobernador


correr en persona las provincias de Rugaico y Chichaco, y mató a
veinte y siete chichacos y acolleró ciento y treinta piezas, y cogió
dos manadas de ganado ovejuno que tenían dos mil y doscientas
cabezas. Rescató una españolita que se habían llevado los enemi­
gos cuando la guerra de Chillan, dio noticias de nueve españolas y
un niño que estaban allí captivos.910
11

Para tener éxito en la captura, los expedicionarios solían


caer de noche o al amanecer sobre las reducciones y perseguían
con perros a los que huían a los bosques. Faltaría añadir solamen­
te el incendio de las rucas y la destrucción de sementeras y utensi­
lios, para tener el tipo perfecto de las malocas.
La captura de esclavos no fue sólo un negocio de los hispano-
criollos, sino que también la realizaron los propios araucanos, los
indios amigos que vivían en la proximidad de los fuertes ligados
por múltiples intereses a los invasores. Sus motivos también eran
la codicia, la concesión de favores por parte de los dominadores y
oscuras venganzas y odios entre ellos. Generalmente, los indios
amigos acompañaban a las tropas hispanocriollas para hacer pri­
sioneros, como le tocó presenciar a Rosales en muchas ocasiones.
Refiriéndose a una de ellas, anota que un teniente, acompañado
de un grupo de soldados apercibió a 1.000 ó 2.000 indios amigos
para maloquear las parcialidades de tres caciques, supuestamente
en plan de alzarse, y lo hicieron tan bien que les destruyeron sus
ganados, ranchos y cosechas y les cautivaron quinientas personas,
entre ellos treinta varones y dos de los caciques.1"
En la captura de esclavos, los indios amigos fueron mucho
más activos que los soldados, porque como buenos conocedores
de la tierra y las costumbres eran más eficaces. Tenían experiencia
para arrojarse por pantanos, terrenos quebrados y breñas, de modo
que su cacería siempre era fructífera. Estas circunstancias eran tan
ciertas, que el cronista Tribaldos de Toledo afirma que, en el
hecho, todas las presas eran hechas por los amigos.11
Para los colaboradores araucanos el negocio llegó a ser tan
útil que ellos mismos levantaban rumor de preparativos bélicos o
de rebeliones en marcha con el objeto de incursionar contra los

9 Diego de Rosales, Historia general del reyno de ('.hile, tomo III, pág. 399.
10 Op. cit., pág. 382.
11 Luis Tribaldos de Toledo, Vista jeneral de las continuas guerras: difícil con­
quista delgran reino, provincias de Chile. En CHCh, tomo IV, pág. 47.

93
VIDA ERON1 ERIZA EN LA ARAUCANIA

culpados. Según Rosales, “los indios amigos de Boroa levantaban


mil testimonios a los de la tierra adentro por maloquearlos y tener
esclavos que vender: con que la guerra se hacía a los amigos y no a
los enemigos, y se venía a convertir en venganza entre los de paz
unos con otros y no en justo castigo de los rebeldes”.12
Ocurría, así. que la lucha se hacía confusa, reinaban el enga­
ño, la ambigüedad y la injusticias más atroces, y de ese modo se
prolongaba la guerra, porque hasta los indígenas que permane­
cían en paz eran arrastrados a la lucha.
Otra faceta de la esclavitud fue la (pie derivó de la costumbre
araucana de transar a las mujeres por bienes económicos, según
se hacía en el matrimonio, en que el novio debía compensar al
padre de la novia, y también la costumbre de vender a la mujer
adúltera. No era difícil pasar de ese uso a la simple venta por
razones económicas, cuando los cristianos ofrecían bienes y bara­
tijas atractivas. Se ampliaron las transacciones, además, a niños y
niñas, aunque es probable que éste fuera también un sistema anti­
guo.
Una vez más, es Rosales quien aporta un buen testimonio:
hubo en este tiempo una grande hambre entre los indios de Boroa,
tan grande, que en todas partes perecían, y andaban por los cam­
pos como bestias paciendo las yerbas, y con la necesidad no deja­
ban caballo que hallasen a tiro que no le metiesen en el monte y
allí se lo comiesen; con los ganados era menester tener grandísimo
cuidado, porque si no daban en ellos sin temor. Pues como en este
tiempo había en Boroa tantos esclavos, iban muchas personas a
comprar los de los indios, y llevaban para el rescate de ellos vacas,
ovejas y caballos y otras cosas que los indios apetecían y feriaban a
trueque de estos géneros, con que remediaban su necesidad los
que habían cogido esclavos en las malocas, y como muchos no
tenían esclavos para vender y se veían en la misma necesidad y
hambre sin tener con qué sustentar sus familias, tomaron por me­
dio el vender sus hijos, sus hijas, sus parientes pobres y sus mujeres.
Y así el que tenía muchos hijos vendía a su usanza uno, y con las
vacas y caballos que le daban sustentaba las mujeres y a los demás
hijos, y el que tenía un pariente pobre y huérfano de padre y
madre, que le había criado en su casa y estaba debajo de su domi­
nio, le vendía, y si uno tenía una mujer que no era a su gusto o le
había hecho alguna traición, hacía lo mismo y la vendía: que por el
adulterio de mejor gana venden estos indios las mujeres que las
matan, porque matándolas, pierden la hacienda que les costó, y

12 Diego de Rosales, op. cit.

94
EL NEGOCIO DE LA GUERRA

vendiéndolas, la recobran, y en éstos no obra tanto el punto de la


honra como el interés.13

Rosales estimaba que la esclavitud “a la usanza”, como se la


denominaba, en sí no era mala en cuanto se hacía con acuerdo de
los padres o parientes, dado que con el pago recibido podían dar
de comer al resto de los familiares. Además, el esclavo así obteni­
do era cuidado por su dueño y recibía los beneficios de la cristia­
nización y de la civilización.
En términos parecidos se expresaba el maestre Jerónimo de
Quiroga, que hacia 1670 escribía con ruda simplicidad:
estos indios tienen costumbre de vender sus familias como gana­
dos, sin distinción de lo racional... de suerte que por cuatro vacas o
caballos venden los hijos y sobrinos y las mujeres; y por cuatro
arrobas de vino, con la trampa que puede haber en vendérselo
puro o aguado... Además que los suyos usan de sus leyes y derechos
vendiendo los hijos como frutos de las mujeres que compraron, así
como un español que compró muchas negras para ocuparlas en su
servicio, y teniendo hijos de ellas los vendió todos. De la propia
suerte de los indios compran las mujeres para servirse de ellas
como los bueyes, y luego venden los hijos, y en caso que los españo­
les no los comprasen los habían de vender a otros indios... y ha­
biendo de ser vendidos de más alivio y provecho será darlos a los
cristianos que a los infieles... Pasando a los españoles tendrán la
conveniencia de ser educados y bautizados, y la república española
tendrá quien la sirva y conserve.14

Mientras esa trata fuese con los indígenas rebeldes, no había


problema; pero el planteamiento era distinto si los vendidos eran
indios amigos, vale decir, que estaban protegidos por la corona a
causa de su lealtad y no podían ser hechos esclavos. El maestre Jeróni­
mo de Quiroga señalaba, hacia 1670, que los indios amigos vendían a
sus hijos y esposas cuando apremiaba el hambre o se encontraban
borrachos, y comentaba que “por todo el oro del orbe no se vende la
libertad, y siempre se tiene por criminal este contrato”. Ajuicio suyo,
tanto los amigos como los hispanocriollos que incurriesen en esas
transacciones, debían ser duramente castigados.15

13 Diego de Rosales, ídem, tomo III, pág. 397. Similares consideraciones


fueron formuladas por el doctor Antonio Ramírez de Laguna en carta al rey del
30 de junio de 1652. BN.BM., ms. vol. 142, foja 31.
14 Jerónimo de Quiroga. op. cit., pág. 234.
15Jerónimo de Quiroga, o/z cit., pág. 233.

95
VIDA FRONTERIZA EN l.\ ARAUCANIA

Otro abuso que enturbió aún más la esclavitud fue la costum­


bre que tomaron los indios amigos de robar mujeres y niños de
levos situados tierra adentro y que, sin ser de amigos, se encontra­
ban en perfecta calma y sin ánimo de rebelarse. En ese caso, no
solamente se violaban las disposiciones reales, sino que se cometía
una fechoría que tarde o temprano arrastraría a la lucha a los
afectados. Tales acciones implicaban, al fin, algún beneficio para
los soldados y los jefes, que por esa razón hacían la vista gorda.
La política fue contraria a la esclavitud a la usanza y hacia
mediados del siglo XVII se procuró ponerle término. La Real Au­
diencia tomó la iniciativa en 1651 y dictó un auto de prohibición,
recibiendo el apoyo del gobernador Acuña y Cabrera.1617 El parecer
de éste no se fundamentaba tanto en la cuestión jurídica, sino más
bien en los efectos prácticos que dañaban la situación fronteriza y
el reino en general. Los soldados, codiciosos e irresponsables, a
cambio de las piezas daban caballos, espadas y otras armas, de
modo que se debilitaba el aparato defensivo y resultaba favorecido
el de los araucanos. Ocurría, por otra parte, que los nativos no
vendían “gandules y guerreros” que mantenían la lucha, sino a los
familiares que no les servían y consumían sus alimentos inútilmen­
te. Las ventas, en consecuencia, eran una gran ventaja para los
naturales, y ni siquiera representaban una disminución para su
población, dada su alta fertilidad.
Concluía Acuña y Cabrera, que el reino quedaba “exhausto
de bastimentos y desarmado y los indios ricos de todo lo que les
falta".
Debido a los informes, la corte respaldó la decisión de la
Audiencia de prohibir la esclavitud a la usanza y al efecto se expi­
dió una real cédula el 18 de abril de 1656, que fue reiterada en
años posteriores.1. Se aclaraba de ese modo la situación jurídica,
aunque de hecho el sistema continuó.
Muchos años más tarde, en 1684, aparece un ejemplo que
muestra esa continuidad. Por orden del gobierno se estableció
una querella contra el comandante del fuerte de San Cristóbal,
Bernardo de Beraiz, por haber comprado a diferentes indios ami­
gos de la reducción contigua siete chinas, tres chinos y dos mu­

16 Carta de la Real Audiencia al rey del 22 de mayo de 1651 y carta de


Antonio de Acuña y Cabrera al virrey del Perú. Ambas en BN.BM., ms. originales,
vol. 309.
17 Colección de documentos históricos del Archivo del Arzobispado del Santiago,
tomo III, pág. 67, Santiago de Chile, 1920.

96
El. NEGOCIO DE 1A GUERRA

chachos. Los testigos llamados a declarar manifestaron la veraci­


dad de los hechos y especificaron que la mujer del comandante
era la que efectuaba algunos de los tratos. El pago consistía en
“una botija de vino para todos, diciendo el capitán, que aquello lo
daba como agasajo”.18

OPERACIONES DE LOS ESCLAVISTAS

La captura y trata de esclavos, en cualquiera de sus tipos, adquirió


formas orgánicas a medida que se intensificó el fenómeno y que
cada uno de los involucrados percibió que sus ganancias debían
enmarcarse dentro de un orden que asegurase las operaciones.
Las modalidades surgieron en forma espontánea; no derivaron de
normas legales, aunque comprometieron a las autoridades por su
jerarquía y sus atribuciones.
Los indios amigos entregaban cada presa a cambio de un
caballo, siete u ocho ovejas, un capotillo o baratijas. Si los captores
eran soldados, obtenían unos 20 pesos.19
Una manera muy difundida de proceder fue constituir una
sola masa con los capturados y asignarlos según la categoría de los
participantes. Tribaldos de Toledo recuerda que en una correría
por el sector de Tirúa, se cogieron 100 piezas, que “se repartieron
en tres partes, cabo, capitanes y soldados, los unos como más
poderosos escogieron lo mejor, y a los soldados dieron los dese­
chos y a todos los marcaron en el rostro. Algunos de los soldados
vinieron a vender a Concepción los que de su parte le cupie­
ron”.20
También sacaban una buena parte los comandantes de los
fuertes, que emitían el certificado de aprehensión y a cuya vista se
efectuaba, por lo general, la tarea de marcar en la mejilla, aunque
también podían hacerlo otros jefes.
En 1667, el maestre de campo Melchor Alcocer Maldonado,
emitía el siguiente certificado, que es un buen ejemplo:
Certifico que en una entrada y maloca que hizo el capitán Ripete
en virtud del orden del señor gobernador don Francisco Meneses

,H AN.CG., vol. 316, pieza 4.785.


19 Advertencias del licenciado Machado a S.M., 14 de marzo de 1621,
BN.BM., ms. vol. 122, foja 101.
20 Vista jeneral..., en CHCh, tomo IV, pág. 82.

97
VIDA FRONTERIZA EN L\ ARAUCANIA

[que] se hizo a tierra de los enemigos rebeldes... a la provincia de


Quillín, a castigarlos en sus personas, familias y ganados y entre las
piezas que se cogieron un indio amigo llamado Maliguenu, cogió
una india al parecer de veinte años y examinada dijo llamarse Inama-
llín... sujeta al cacique Guenteguenu... y para que la persona a que
perteneciese pueda sacar del gobernador recaudo en forma por ser
comprendida en la real cédula de esclavitud.-’1

Para completar la condición de esclavitud se necesitaba una


declaración escrita del gobernador, como la siguiente, otorgada
por el marqués de Navamorquende en 1669, que transcribimos en
fragmento:
una entrada que se hizo a tierras del enemigo rebelde a coger
lengua, entre otras piezas que se apresaron fue una india de edad
al parecer de dieciocho años llamada Nagüi... natural de Villuco,
sujeta al cacique Colimadlo... declaro a la dicha india por esclava
sujeta a perpetua esclavitud y servidumbre y el dicho Antonio de
Carneaceda a quien pertenece la tenga y posea con justo y derecho
título como éste lo es y la pueda vender, donar, trocar y cambiar a
quien le pareciese y para ello sacarla fuera del reino libremente sin
incurrir en pena alguna, y ha de estar obligado a la doctrina, ense­
ñar e industriar en las cosas de nuestra santa fe católica, ley natural
y policía cristiana, hacerle buenos tratamientos y curarla en sus
enfermedades y sobre que le encargo la conciencia y descargo la de
Su Majestad y mía y para que tenga título de esclavitud de la dicha
india en conformidad de la real cédula de esclavitud.2122

Los jefes militares solían vender los esclavos que les caían en
suerte por sí mismos o interpósitas personas, o simplemente co­
braban comisiones sobre las otras ventas. También utilizaban a los
esclavos para sus granjerias.
Lo que hacían los maestres de campo y cabo -indica Tribaldos de
Toledo- de la parte que les cabía de prisioneros, era que con ocho
o diez soldados enviaban las piezas a sus casas y estancias ocupán­
dolos en esto por tenerlos seguros y dejando algunos de guardia
con ellos.

En la escala ascendente de los provechos, los gobernadores más


venales obtuvieron gruesas sumas. Según opiniones de la época, el

21 BN.BM., ms. originales, vol. 334 foja 147.


22 Lugar citado, foja 127.

98
EL NEGOCIO DE LA GUERRA

gobernador Lazo de la Vega logró 200.000 pesos por aquel capítulo y


su sucesor, el marqués de Baides, conocedor de este hecho, prosiguió
con la costumbre, aunque, al parecer, no con tanto éxito.23 Juan
Henríquez, durante su desempeño de doce años (1670-1682) habría
obtenido ganancias excepcionales. El cronista Córdoba y Figueroa,
recogiendo opiniones de contemporáneos, anota que negoció 600 ti
800 esclavos a 300 pesos, que le habrían significado unos 175.000
pesos si se maneja el promedio de la cifras indicadas, casi el doble de
su sueldo durante el período.
Agrega Córdoba y Figueroa que muchos de los antecesores
tuvieron buen lucro en la trata, pero que Henríquez supo admi­
nistrar muy bien sus intereses: entregaba los esclavos a los hacen­
dados a cambio de trigo, que recibía a bajo precio, para venderlo
luego al Ejército a cuenta del situado a un precio subido. “Anual­
mente percibía de estos negocios -finaliza Córdoba y Figueroa-
de cuarenta a cincuenta mil pesos del situado, fuera de otros
ingeniosos arbitrios”.24
Pueden parecer exageradas las informaciones sobre esos ne­
gocios, pero caben perfectamente en las características adminis­
trativas del siglo XVII, en que el provecho de los funcionarios
solía ser suculento.
Dentro de la trata, una buena oportunidad era vender los
esclavos en el Perú, donde alcanzaban buen precio y había una
demanda constante. Ya en el siglo XVI se los había exportado con
aquel destino y, a comienzos del siguiente, se calculaba en cerca
de 300 los que había en Lima.25 Las remesas enviadas con aquel
destino eran conocidas por los araucanos, y ello enardecía más su
espíritu para resistir a los hispanocriollos. En Chile no era bien
vista aquella parte del negocio, porque perjudicaba a las faenas
rurales, según comenta en 1670 el padre Rosales en uno de sus
escritos:
Gravísimo daño se hace al reino de Chile en tantos indios e indias
como cada día se sacan y embarcan para el Perú y otras partes, a
causa de que por allá se venden más caros los esclavos. Con que el
reino de Chile se va desangrando y desustanciando de gente, que
pudiera ayudar a la labor de los campos, a la crianza de los gana­
dos, y otras utilidades, que una tierra tan pingüe pudiera dar a los

23 Quiroga, op. cit., pág. 371.


24 Historia de Chile, CHCh., tomo II, pág. 304.
25 Luis Tribaldos de Toledo, Vista jeneral..., CHCh, tomo IV, pág. 96.

99
VIDA FRON TERIZA EN I.\ ARAt CANIA

españoles, que por falta de servicio están muy atrasados en sus


haciendas.26

Rosales, en esas palabras, no hacía más que exponer el inte­


rés de los estancieros de Chile, que se mostraban interesados en
cortar la salida de esclavos araucanos.
Determinar la cantidad de indígenas capturados, comprados
a la usanza o robados a los que estaban de paz, es una tarea
imposible. Las cifras variaban, además, según los años que corrían
v la situación general de la Frontera. En todo caso, de acuerdo
con informaciones fidedignas, aunque muy dispersas, puede de­
cirse que su número fue elevado.
En 1607, antes de dictarse la real cédula de esclavitud, se
tomaron más de 1.000 piezas entre niños y mujeres y murieron o
cayeron prisioneros más de 300 guerreros. El total de ese año y
hasta el mes de agosto del siguiente, las cifras sumaban más de
2.000 mujeres y niños y 450 hombres muertos.2' Esas cantidades
parecieran confirmarse en palabras de Tribaldos de Toledo, quien,
refiriéndose al año 1609, anota haberse capturado, en dos años y
medio, 3.500 mujeres y niños y degollado más de 900 indios.28
Números tan elevados se explican porque se estaba en Los años de
la gran rebelión de comienzos del siglo y las furias andaban des­
atadas.
Muchos años más tarde, en 1631, en la estación invernal, que
fue muy favorable, se cogieron 600 prisioneros, y el año siguiente la
cif ra ascendió a 1.000. En 1634 y 1635 se tomaron 284 y 460, respecti­
vamente.2*’ Durante el gobierno de Metieses (1662-1668), se efectua­
ron seis malocas contra indios que estaban de paz y en una de ellas se
cogieron 400.3,) A su vez, otras informaciones señalan cifras aisladas
que impiden llegar a conclusiones generales, dado que no contabili­
zan los tratos a la usanza ni el robo de individuos.31

2,1 Diego de Rosales, Manifiesto apolojético de los daños de la esclavitud del reino
de Chile, 1670. Publicado por Domingo Amunátegui Solar, en Las encomiendas de
indígenas en Chile, tomo segundo, pág. 244.
Crescente Errázuriz, op. cit., lomo 1. págs. 223 y 258.
28 Vista jeneral..., CHCh, tomo IV', pág. 105.
29 Santiago de Tesillo, Guerras de Chile..., CHCh. tomo V. págs. 53, 57. 71 y 83.
30 Diego de Rosales, op. cit., pág. 222.
31 Las cifras que suelen señalar los cronistas y los documentos representan,
por lo general, casos excepcionales, (pie llamaban la atención por ello mismo.
Deben acogerse con prudencia, en cuanto había interés, por parte de algunos,
en dar mayor realce a las campañas de tal capitán o gobernador y, por parte de
otros, de exagerar los daños causados por la esclavitud.

100
EL NEGOCIO DE IA GUERRA

Todo hace pensar en un descenso paulatino de la actividad


esclavista, más notorio después del alzamiento de 1654, que mos­
tró hasta dónde podían llegar las consecuencias de una actividad
descontrolada.
El precio final de un esclavo cobrizo variaba grandemente de
acuerdo con sus condiciones de salud, robustez y de edad. Las
mujeres eran preferidas a los varones. Un niño podía alcanzar
hasta los 100 pesos, un muchacho 200 y una mujer de veinte años
de edad o algo más, considerada óptima, alrededor de 300. Los
hombres adultos no eran muy apreciados por su rebeldía innata y
la facilidad con que huían a su tierra, por lo que a veces se les
remitía al Perú.32 Puede considerarse que el precio medio oscilaba
alrededor de los 240 pesos si nos atenemos a que un conjunto de
más de 500 piezas fue avaluado en 120.000 pesos.33 En igualdad
de condiciones físicas y de edad, un indígena era un 30% o un
40% más barato que un esclavo negro.

EXTINCION JURIDICA DE LA ESCLAVITUD ARAUCANA

Al mediar el siglo XVII, se habían acumulado diversos factores


que pesaban en contra de la mantención del régimen esclavista.
El principal era el desarrollo de la raza mestiza en las áreas rura­
les, muchos de cuyos miembros vivían en el ocio o el vagabundeo,
buscando trabajo con desgano o empleándose en tareas estaciona­
les, como la cosecha, el rodeo y la matanza. No había, en conse­
cuencia, escasez de mano de obra.
El crecimiento del sector mestizo se debía a la intensa mezcla
racial iniciada en la conquista misma y a la existencia de una
población indígena de regular densidad en la región central, que
fue el agente pasivo del contacto. Los pueblos de indios y la enco­
mienda, impuestos oficialmente para la preservación y el manejo
de los nativos, se habían ido desintegrando inevitablemente por el
régimen de trabajo y el roce sexual, de modo que la expansión
mestiza fue, a la vez, causa y efecto del fenómeno. En rigor, como
lo prueban los juicios sobre pueblos de indios y derechos de caci­

32 Datos de diversos informes. Miguel Luis Amunátegui en Los precursores de


la independencia de Chile, tomo III, pág. 82, proporciona algunos datos interesan­
tes.
33 Jerónimo de Quiroga, Memoria de los sucesos de la guerra de Chile, pág. 389.

101
VIDA ER()X I I- RIZA EX LA ARAl (LANIA

cazgo, ya no había indígenas propiamente dichos, sino un estrato


mestizo que en sus capas inferiores conservaba marcados rasgos
f ísicos y culturales de los nativos. Por costumbre e intención peyo­
rativa se les denominaba indios.
Es dable pensar, por numerosos antecedentes, que, tal como
ocurría con la esclavitud negra, la cobriza estuviese destinada a la
servidumbre doméstica o a trabajos muy específicos, sin constituir
masas laborantes. Prueba del hecho es que la trata de araucanos
estuvo constituida esencialmente por mujeres y niños, tanto por­
que eran los individuos manejables como porque el requerimien­
to debió apuntar a ellos. Muchos años más tarde, bajo nuevas
condiciones, en los comienzos de la época republicana, se mantu­
vo el interés en capturar niñitos.
En todo caso, la necesidad de servidumbre doméstica o senii-
doméstica, no constituía un estímulo muy poderoso desde el pun­
to de vista económico, y por esa razón se facilitó la extinción legal
del sistema.
Otras razones fueron la infinidad de abusos y problemas crea­
dos por la captura y la trata, que tenían efectos prácticos e hirie­
ron la conciencia de grupos y personajes. El desarrollo, en ese
sentido, fue muy largo y pasó por muchas vicisitudes. En los co­
mienzos, el gobernador Alonso García Ramón se abstuvo de po­
ner en práctica la real cédula de esclavitud por dudar de su
conveniencia. Durante la Guerra Defensiva se suspendió su vigen­
cia. El gobernador Martín de Mujica ordenó terminar con el siste­
ma de colocar en un solo conjunto a los capturados, por los
provechos indebidos que sacaban los jefes del Ejército, y dispuso
la venta individual por cada captor. Posteriormente, la Real Au­
diencia y Acuña y Cabrera prohibieron la compra a la usanza.
Debe agregarse aún la indignación causada por la especulación a
mano armada de los hermanos Salazar y la consiguiente rebelión.
Después de aquella catástrofe, en la corte se planteó la duda
sobre la legitimidad de dar por esclavos a los indios de Chile,
cualquiera fuese su condición, y se instruyó al gobernador de
('hile para (pie reuniese una junta (pie se abocase al tema; aunque
desde luego el monarca manifestaba ser su voluntad que los “in­
dios, indias y niños prisioneros no se puedan vender por esclavos”.
Para aclarar el tema, el gobernador de Chile, don Angel de Pere-
do, convocó a una junta. El padre Rosales, que integré) aquel
grupo, expone a título personal que no era dable esclavizar a los
yanaconas o indios de encomiendas y a los amigos que se habían
ido a los rebeldes. Ellos no cabían en las disposiciones reales de
esclavitud y, además, eran cristianos, al menos formalmente. Tam-

102
EL NEGOCIO DE LA GUERRA

bien sostuvo que los indios del interior de la Araucanía, que ha­
bían tomado las armas en esa oportunidad, no eran merecedores
de la esclavitud, porque estando de paz desde hacía tiempo, ha­
bían emprendido la lucha a raíz de las tropelías y vejámenes de los
cristianos y, por lo tanto, no eran propiamente rebeldes.34 Ese fue
el parecer de la junta, pero no hubo una resolución inmediata,
hasta que una real cédula dirigida al virrey del Perú, conde de
Lemos, ordenó poner en libertad a las piezas obtenidas después
del levantamiento y prohibió la esclavitud “para en adelante”. El
documento real debió llegar a Santiago a mediados del año 1668,
pero se mantuvo oculto, hasta que fue publicado en Lima el 22 de
enero de 1670.
Con todo, la voluntad real no logró imponerse: en el hecho,
por razones y sinrazones, siguió practicándose la trata de nativos, y
llegó a pensarse en dar la autorización oficial para la remisión al
Perú de los capturados, tal como se venía practicando desde hacía
tiempo. Si no se concretó la medida fue porque los intereses chile­
nos gravitaron más.
La dura experiencia de años había acumulado muchas críti­
cas contra la esclavitud de los araucanos, y si tanto en Santiago
como en Lima y Madrid había preocupación por el problema, era
porque la situación se había hecho insostenible. La principal pre­
ocupación era la guerra con su secuela de peligros, muertes, des­
trucción, gastos e inestabilidad en el área fronteriza.
Las Memorias del reino de Chile..., escritas por fray Juan de Jesús
María, son claras para referirse a la esencia de la cuestión:
Cosa es digna de toda ponderación que pague el rey un Ejército y
gaste su real patrimonio en sustentarle sólo para provecho de los
gobernadores y de aquellos cabos que manejan las armas, y que los
soldados, a fuerza de galgos, anden continuamente a caza de estas
liebres, o como suelen los cazadores, siguiendo las huellas por las
selvas y montes, cazar y perseguir las fieras, sin que se atienda al
servicio del rey, a la conveniencia pública, sino el particular de
cada uno. ¿Habrá, pues, quien niegue en Chile, si tiene celo cristia­
no, que la cédula de esclavitud ha perdido al reino y que la codicia
de las malocas ha perpetuado la guerra? Todos lo confiesan por
máxima irrefragable.35

34 Diego de Rosales, Manifiesto apolojélico..., pág. 230.


35 Fray Juan de Jesús María, Memorias del reino de ('.hile i de don Francisco
Meneses, pág. 41.

103
VIDA FRONTERIZA EN IA ARAl (ANIA

También es muy convincente el cronista Rosales, que en su


Manifiesto apolojético desentraña las complejidades de la esclavitud
y sus variados perjuicios:
La esclavitud -expone- que se tomó por medio y por remedio,
para la pacificación y conversión de los indios de Chile, es para su
perdición, para su mayor daño y para eternizar la guerra, como la
eterniza; la medicina se ha convertido en veneno, el remedio en
desesperación, y viene a ser para su mal que se ordenó para su bien
y su pacificación. Prudentemente se juzgó que la esclavitud amansa­
ría la fiereza y altivez de estos indios; y la experiencia ha mostrado
que antes los ha hecho más bravos y más obstinados. Y no es tanto
la causa de eternizarse la guerra la dureza de los indios como la
codicia de los españoles, que como hallan granjeria en la esclavi­
tud, no quieren la paz de los indios, por no perder el interés de
venderlos por esclavos. Y así es cierto que habrá guerra mientras
hubiese esclavitud y luego que vino la cédula de ella profetizaron la
duración de la guerra personas de experiencia, que dijeron ¿Escla­
vitud hay en Chile? Pues guerra habrá para nuestros bisnietos y
tataranietos. Y así lo vemos cumplido, que en toda la monarquía de
España no tiene su Majestad guerra más antigua el día de hoy de
1670... Muchas veces han querido la paz los indios y no se la han
admitido, por tener a quien maloquear, y de quien sacar provecho
vendiendo los esclavos. Y otras veces se la han admitido, pero de­
jando algunas provincias a quienes poder guerrear, por tener de
dónde sacar el interés de los esclavos, coloreándolo con título de
que es necesario que haya guerra en alguna parte para que los
soldados tengan provecho y ocupación, y la ociosidad no los haga
viciosos, y para que los amigos, divertidos en guerrear contra los de
la tierra adentro no críen malos pensamientos contra nosotros;
razones verdaderamente patéticas y de estado, que no se apartan
con la conciencia ni con lo que su Majestad tiene ordenado por
diferentes cédulas, de que siempre que los indios diesen la paz se la
admitan. Pero como estas razones les rascan donde les come el
interés, les son sabrosas, y no atienden a las pulsadas de la concien­
cia. Y si un señor gobernador es desinteresado, y quiere hacer el
servicio de Dios y del rey, hay muchos ministros que les hablan al
oído, y le dicen que a qué vino sino a buscar plata, y que a tal
gobernador le dieron los cincuenta mil pesos de piezas, y a otros
los sesenta mil, que a él también se los darán, que conserve la
guerra y no pierda la ocasión de aprovechar. Y con estas dulzuras,
no sólo la conservan sino que, para que dure para siempre y se
eternice, la embalsaman. Y el mal es que ha llegado a tanto que, no
habiendo enemigos a quienes maloquear, o estando muy distantes,
han hecho algunos ministros diferentes malocas a los indios de paz
y a los amigos por causas muy leves, haciendo injustamente esclavos
a los libres; y han ocasionado a que las provincias vecinas se escan­

104
El. NEGOCIO DE LA GUERRA

dalicen y pongan en arma, temiendo justamente que irá mañana


sobre ellos el golpe que hoy vieron dar a sus vecinos. Y como tiene
experiencia de la insaciable codicia de los españoles, y que nunca
se ven hartos de piezas, juntamente se recelan, y prudentemente se
ponen en arma para su justa defensa y los que de simples o de
temerosos no la han hecho, lo han pagado, quedando destruidos. Y
como los ministros de guerra no quieren otra cosa para motejarlos
de rebelados, que verlos con las armas en las manos, sin hacer
diferencia si las toman para su justa defensa o para alzarse, les
hacen igualmente la guerra. Con que nunca durará la paz; porque
la codicia de la piezas hace guerra igualmente a los amigos y a los
enemigos, a los que se quieren defender de sus injustas invasiones y
a los que se rebelan para hacérselas.3'’

Las razones del padre Rosales y de muchos otros estaban a la


vista de todos, y formaban una opinión generalizada que los escla­
vistas no podían desvirtuar. Mantener el sistema era un escándalo,
agravado por un estado de lucha que causaba perjuicios y sólo era
deseado por los militares. Se impuso, en consecuencia, el término
de la esclavitud, que fue dispuesto por real cédula de 19 de mayo
de 1683 después de algunas decisiones contradictorias.
En los hechos, sin embargo, la captura o la compra de escla­
vos siguió por muy largo tiempo, bajo parecidas modalidades y
valiéndose de otros subterfugios, generalmente aislados, ya que las
malocas tuvieron que cesar. El interés por los esclavos, especial­
mente los niños, fue tan fuerte que se mantuvo en forma encu­
bierta a través de la Independencia y en las primeras décadas de la
existencia republicana; aunque muchas veces no era propiamente
un negocio. Los oficiales del Ejército patriota, y seguramente tam­
bién los del realista, aprovecharon las campañas en territorios de
indígenas para tomar niños y utilizarlos en sus casas o enviarlos a
las familias amigas.
O’Higgins mantenía en su casa, dándoles un trato especial,
dos indiecitas que habían sido tomadas en algún campo de bata­
lla. Por esa misma época, refiere el coronel Beauchef, en un asalto
a la parcialidad de Boroa se tomaron prisioneros muchas mujeres
y niños, que quedaron en poder de los oficiales, pero se celebró
un acuerdo de paz con los indios bajo condición de devolver
aquellas criaturas, “yo di el ejemplo -comenta el coronel francés-,
tenía una niñita que me había pedido mi querida Teresita. Hubo

36 Diego de Rosales, Manifiesto apolojético..., pág. 186.

105
VIDA FRONTERIZA EN IA ARAUCANIA

sus resentimientos entre los oficiales, pues las damas de la capital


aprecian mucho las chinitas, que suelen ser muy buenas criadas”.3'
La costumbre seguía más tarde, pues en 1827 una hermana
del coronel Ramón Picarte le encargaba al ínclito guerrero que
no olvidara de llevarle una chinita.38 Diego Portales, mientras reac­
tivaba sus malos negocios en Valparaíso, no escapó a la costum­
bre. En noviembre de 1831 escribía a un amigo si le interesaba
una indiecita como de seis años que le había llegado por barco, y
días más tarde encargaba a otro amigo, en Santiago, que hiciese
igual consulta a su comadre, doña Rafaela Bezanilla, agregando
que la indiecita hablaba el español y parecía “habilita”. La coma­
dre aceptó el presente y Portales escribió al intermediario, con
satisfacción: “dígale que celebro le haya venido bien la chinita;
que le ha de gustar mucho porque a más de ser muy servicial y
comedida es muy aseada. Lo primero que hace todos los días, es
irse a bañar a un pozo a las seis de la mañana, porque el ejemplo
de sus padres la tiene acostumbrada”.39

LOS SUELDOS Y EL ABASTO DEL EJERCITO

En el siglo de la conquista, los grupos armados que luchaban en la


Araucanía tenían formas muy precarias para abastecerse de ropa,
alimentos y otras especies. Por cuenta de la corona se entregaban
de tarde en tarde algunos de esos elementos, y en ocasiones me­
diante requisiciones y prorratas que recaían sobre hacendados y
mercaderes. Desde que el Ejército de Arauco se hizo profesional y
las cajas de Lima y Potosí pagaron su mantención -sueldos y espe­
cies- la situación varió por completo. Hacendados y negociantes
pudieron vivir con menos sobresaltos frente a las exigencias de las
autoridades y, por el contrario, en adelante, las adquisiciones para
las tropas ampliaron el campo para sus negocios. También se abrie­
ron nuevas oportunidades para los comerciantes y armadores de
naves de Lima.10

Guillermo Feliú Cruz, Memorias militares... del coronel Jorge Eeauchef.


ts Sergio Vergara Quiroz, ('.artas de mujeres de Chile.
w Epistolario de don Diego Portales, tomo I, págs. 339 a 346.
*" Sobre estas materias es valioso el aporte hecho por ). E. Vargas en Fínan-
ciamiento de! Ejército de Chile en el siglo XVII, revista Historia, vol. 19, año 1984.

106
EL NEGOCIO DE 1A GUERRA

Las características del real situado y su manejo son asuntos


complejos sujetos a variaciones que, según la época, determinaron
altos y bajos en los negocios fronterizos.
En 1600, la corte dispuso entregar 82.500 pesos anuales du­
rante tres años, en la creencia de que esa suma ayudaría a resta­
blecer el dominio de las armas cristianas. La lucha no concluyó, la
cifra debió ser alzada y el plazo prorrogado, hasta que en 1606 se
estableció el monto de 293.000 pesos, que se mantuvo hasta con­
cluir el siglo. A comienzos de la centuria siguiente, desaparecido
ya el fenómeno bélico, el situado fue rebajado a 100.000 pesos.
Las cajas reales de Lima fueron las que proveyeron el dinero,
salvo en un corto período a fines del siglo XVII, en que fue remiti­
do por las cajas de Potosí con la idea de regularizar su envío y de
hacerlo despachar por tierra, evitando de esa manera los peligros
de la ruta marítima, expuesta a la aparición de los filibusteros.
Como ayuda para el sistema defensivo hispanocriollo, el
situado representó un avance considerable; pero su efecto fue
menoscabado por algunos manejos comprensibles y otros com­
pletamente turbios. Un primer aspecto fue el retraso de las reme­
sas, siendo frecuente que se adeudasen un año o varios y que,
finalmente, no se saldase la cuenta; todo ello por dificultades
financieras o por el surgimiento de compromisos ineludibles. Casi
permanentemente los virreyes del Perú retuvieron cantidades sig­
nificativas para el pago de deudas existentes en Lima por cuenta
de la administración chilena. También fue un factor muy negati­
vo que sólo una pequeña parte del situado se enviase en plata y el
gran monto se remitiese en especies, que debían ser repartidas
entre los soldados a modo de sueldo. Muchas de esas mercancías
eran adquiridas a crédito y experimentaban, por esa razón, un
recargo que en ocasiones pasaba del 30%. Finalmente, se carga­
ban al situado los fletes para su conducción a Chile y los pagos
adelantados a las levas de soldados hechas en el Perú, que even­
tualmente llegaron a muy altos porcentajes.41

41 Las características del situado y sus problemas se deducen de diversos


documentos. Los principales que hemos utilizado, son los siguientes, en orden
cronológico: instrucciones de Alonso de Ribera a Domingo de Eraso, 15 de
enero de 1601. BN.BM., ms. vol. 106. ('.arta del Cabildo de Santiago y Alonso de
Meterá al rey. Santiago, 19 de febrero de 1602. BN.BM., ms. vol. 106, foja 18.
Carta de Domingo de Elosu al rey. Concepción, 14 de mayo de 1602. BN.BM.,
ms. vol. 106, foja 212. “Relación de los sueldos que ganan, y paga Su Majestad al
gobernador y capitán general de este reino y provincias de Chile". Corresponde
al situado de 1613; lo publica fray Antonio Vázquez de Espinosa, Descripción del

107
VIDA FRONTERIZA EN IA ARAUCANIA

Los descuentos efectuados al situado eran voluminosos, y mo­


tivaron la constante queja de los gobernadores y de todos los
afectados. En 1659, alcanzaron a 192.878 pesos, restando sólo
95.000 para cumplir con todas las obligaciones en Chile, princi­
palmente los sueldos.42
Los manejos oscuros comenzaban en Lima, donde los oficia­
les de la hacienda real y el “situadista" o funcionario enviado
desde ('.hile, debían adquirir las mercancías en trato con los co­
merciantes. Muchas veces las especies eran de mala calidad, o no
correspondían a necesidades reales, con el agregado de los altísi­
mos intereses. En esas condiciones, algunos mercaderes se benefi­
ciaron grandemente y constituyeron un grupo pequeño. En los
años que corren entre 1680 y 1689, seis de ellos recibieron
1.593.111 pesos, equivalentes al 86% del total de las remesas en­
viadas al Ejército de Chile.43
Los manejos proseguían en Concepción, donde los jefes y
oficiales debían proceder al reparto y a efectuar otras adquisicio­
nes con cargo al situado. El poco dinero que llegaba era para el
pago de los jefes y uno que otro gasto; pero el resto, consistente
en toda clase de mercancías, debía ser distribuido a los oficiales y
soldados o empleado en efectuar diversos pagos y saldar deudas.
De ese modo, las mercancías eran utilizadas como bienes de con­
sumo y eran, a la vez, moneda para el pago de obligaciones.
Una rápida enumeración de las especies recibidas en 1642,
muestra la índole de los cargamentos:
Géneros — 10.000 varas de bayeta de la tierra, 12.000 varas de
cordellate, 2.500 varas de crea de León, 750 frazadas, 150 varas de
damasco de Sevilla, 200 varas de estameña de Toledo, 600 varas
de galones de seda, 200 libras de hilo azul repasado, 1.500 varas
de lona buena, 3.000 varas de jerga listada, 1.600 pares de medias
de lana de Inglaterra, otras 300 de Génova de todos colores, 150 va-

reino de ('.hile, Santiago de (.hile?, pág. 99. Es la edición de la parte chilena del
Compendio y descripción de las Indias Occidentales. Carta del Gobernador Pedro
Osores de Ülloa a S.M. Concepción, 10 de abril de 1623. BN.BM., ms. vol. 125,
foja 266. “Expediente sobre el real situado correspondiente al año 1642”. BN.BM.,
ms. vol. 303, tojas 124 a 200. “Instrucción y orden que se ha de observar precisa e
inviolablemente en el pagamento de los soldados y distribución del situado..."
1687. BN.BM., ms. vol 309, toja 265.

*■’ Carta del presidente Pedro Poner Casanate a los oficiales reales de
Santiago, 4 de agosto de 1659. BN.BM.,«ms. vol. 334, foja 17.
13 A. de Ramón. Historia urbana, Una metodología aplicada, pág. 122.

108
El. NEGOCIO DE IA GUERRA

ras de Holanda fina, 200 varas de paño de Segovia, 2.000 varas de


“paño de Quito de los obrajes del duque y demás maestros conoci­
dos”, 38.000 varas de ruán, 40 libras de seda fina de Calabria, 300
varas de sayal de fraile de Huanuco, 5.000 varas de tafetán de
Castilla, 2.000 varas de cotense, etcétera.
Ferramenta - 30 quintales de hierro, 100 hachas grandes, 100
hachas de campaña, 100 azadones “de los grandes hechos de Lima”,
32 quintales de clavos de distintos tipos, 70 docenas de herraduras,
100 machetes “de más de media vara para que sirvan de espada en la
montaña”, 150 espadas de hoja ancha con guarniciones, etc.
Utensilios.- 500 cuchillos carniceros de doble filo, 12.000 agu­
jas de sastre, 400 pares de tijeras de Vergara, 30 pares de tijeras de
esquilar ganado, etc.
Medicinas.- En cantidades varias: michoacán, polvos de jua-
nes, azogue, cañafístola, solimán, ruibarbo, azufre, alumbre, nue­
ces de ciprés, adormideras blancas, azúcar, cera de Nicaragua,
trementina, emplasto de rana, canela, aceite, miel de abeja, jerin­
gas, ventosas, etc.
Varios.- 100 botijas de aceite de Lima, 16 arrobas de añil, 200
bacías de Hamburgo, brea de Nicaragua, 12 arrobas de velas, 500
plumas de escribir, 2 cajones de toperoles, 150 pares de estribos
de bronce y 100 de hierro, 150 quintales de "jabón de los valles ',
50 resmas de papel de Génova, 1.500 trozos de sal, etc.
Esas especies y muchas otras similares muestran el conjunto
de necesidades del Ejército como institución y de los soldados
como individuos. Representan, a la vez, mercancías útiles para la
vida corriente, que podían ser negociadas con mercaderes o ven­
didas directamente torciendo los caminos. La escasa cantidad de
armas se debe a que ellas generalmente debían ser aportadas por
cada uno.
El reparto del situado se prestaba para toda suerte de gitane­
rías, desde los altos jefes para abajo. Ciertos gobernadores aprove­
charon su poder para sacar tajadas sustanciosas. Baides, Meneses,
Henríquez e Ibáñez y Peralta, valiéndose de administradores, man­
tuvieron tiendas en Santiago, provistas con mercancías del situado
y entregaron también especies a factoraje a comerciantes ami­
gos.44

44 Los documentos acusadores se encuentran muy dispersos. En el caso de


Meneses, el “Juicio secreto" que se le siguió es un testimonio muy confiable. En
BN.BM., ms.vols. 156 y 157.

109
VIDA FRONTERIZA EN 1A ARAUCANIA

Los funcionarios de la real hacienda, encargados del reparto


en Concepción, tenían sus propios métodos para recortar el situa­
do en beneficio propio, según informa Núñez de Pineda. En la
segunda mitad del siglo XVII él mismo se admiraba de que siendo
igual el monto del situado y menor el número de soldados, cada
uno recibiese cantidad más reducida de especies. Debiendo co­
rresponderle 100 ducados, le entregaban bienes por 60 pesos y
aun por 30. La calidad y la utilidad, además, dejaban mucho que
desear:
por fuerza ha de recibir el pobre lo que no ha menester, porque si
pide ruán, le dan arpilleras de Melinje, y arpilleras de jerga si pide
paño, que en ocasiones he visto a muchos con calzones de jerga, y
no de los más mal librados, y por mucho favor un corte tundido.45

El célebre cautivo relata también los artilugios de los funcio­


narios para obtener a su vez sus provechos en la adquisición y
reparto de productos de la tierra.
Para entender el testimonio de Núñez de Pineda, debe recor­
darse que el sueldo de los militares era entregado en bienes de
consumo, tanto con los que llegaban del Perú como con los de la
agricultura y ganadería chilenas:
En cuanto a los bastimentos para el real ejército, que hoy se han
encarecido más por la total ruina de las fronteras, y se compran a
precio más excesivo que de antes, y así es forzoso que la saca de
este situado y su menoscabo sea mayor, por lo que cuesta traerlo de
Lima y de Santiago, que sus condiciones causan mayores gastos y
menoscabos a este situado. Y no pasemos en blanco la maldad y el
deservicio del Rey N. S. que han entablado los que gobiernan o
han gobernado en estos tiempos trabajosos, pues, después de haber
mejorado las fronteras, ofrecían los pobres vecinos de la Concep­
ción y de ellas el trigo a S. M. para el ejército a dos patacones
cuando más, y no lo querían admitir estando a la mano, por llevar
de la ciudad de Santiago el que ellos habían sembrado y cogido
con el sudor ajeno de pobres indios, quitados de unas y otras par­
tes; y si éste fuese al precio que se hallaba en las fronteras, se
pudiera tolerar esta maldad y traición al Rey N. S.: pues, lo dejaban
de comprar a dos patacones en la mesma frontera y lo llevaban por
cuenta de S. M. a seis patacones puesto en ella, y de la propia
suerte las vacas que se conducían, pues me consta que las compra­
ban para el ejército a diez y ocho y a veinte reales cuando más, y se

43 Cautiverio feliz..., en CHCh, tomo III, pág. 370.

110
EL NEGOCIO DE LA GUERRA

las daban al pobre soldado a cuatro pesos. Y los pobres vecinos de


la ciudad de Santiago tal vez se quedaban sin su paga, porque había
muchos que no querían entrar en el número de algunos desdicha­
dos pobres que por cobrar algo, se sujetaban a recibir cuatro trapos
que les daban en la tienda del que gobernaba, pagando las vacas a
seis reales y cobrando los vales que les habían dado para pagarlos,
al situado; con que no les venía a salir la vaca a trueque de ropa por
cuatro reales y se la daban al Rey, por cuatro pesos. Estos son los
ladronicios por mayor de los que han gobernado en estos tiempos,
y son tenidos por buenos ministros, porque han robado con que
solapar sus defectos. Vamos prosiguiendo con nuestro situado, que
tenemos entre manos; está bien advertida y reparada la dificultad
del gasto excesivo que a este situado se le ha aumentado con la
total ruina de sus fronteras; pero vamos por mayor ajustando cuen­
tas con sus despendios. Yo quiero dar por gastados cada un año, lo
que es imposible que sea, los doscientos y doce mil ducados en los
bastimentos, fletes de navios, municiones y otros menesteres para
el real ejército, que no puede ser tal gasto; sesenta o setenta mil
pesos que se echan de creces cada año a este situado, ¿qué se
hacen? Los caballos que se compran con este caudal a tres pataco­
nes cuando más, y a veinte reales, y se dan al soldado por cinco
pesos cuando menos, y éstos se los vuelven a quitar del sueldo que
les está señalado aquel año, ¿a dónde entran estos aumentos? La
vaca, que la compran a veinte reales cuando más cara, y nos la han
dado a seis pesos en ocasiones, a cuenta del sueldo que nos seña­
lan, ¿qué se hacen estas creces? los sueldos que han devengado los
difuntos que han muerto y mueren cada día en la guerra y en los
hospitales, ¿en qué se consumen? Pues estos años de alzamiento ha
habido ocasión de más de ciento y sesenta, otras de cuarenta, de
veinte y de treinta, muy de ordinario de cuatro, de cinco y de seis;
con que en menos de tres años ha muerto el enemigo o degollado
más de quinientos hombres. Pues, todos estos sueldos bien pudie­
ran aumentar algo este caudal de situado, y no sabemos qué se
hace. Los arcabuces que los compra el Rey muchas veces a los
soldados y a otros particulares en seis y ocho pesos, y se los vuelve a
dar al soldado, a cuenta de su socorro, en veinte y cuatro pesos: ¿no
pudieran estos aumentos dar grande cuerpo a este situado y suplir
el gasto de ducientos y doce mil ducados que tengo dados por
gastados en bastimentos y otros menesteres del ejército? claro está.
Y estando en estas cuentas entretenido, solicitando ajustarlas, llegó
a mí un curial, soldado antiguo y de obligaciones, que ha ocupado
los puestos preeminentes de esta milicia, y me advirtió y dijo, que
me olvidaba de lo más esencial y del ladronicio más patente y claro
que se le hacía al pobre soldado, y es que de la gruesa de este
situado sale el caudal para los zapatos que se le dan entre año, las
vacas, el harina y los bastimentos, y todo lo demás que es necesario
de municiones, pólvora, balas y cuerda; y para todo esto se dan por

111
VIDA FRONTERIZA EN l.\ ARAU( 1AN1 A

gastados los ducientos y doce mil ducados. Pues ¿cómo después


vuelven a quitar al soldado del sueldo que le señalan, los zapatos
que recibe este año, y los bastimentos de carne y harina, que lo
propio pudieran hacer con las municiones, pues todo se compra
con la gruesa de este situado? Yo no lo entiendo y me reduzgo a
que puede ser santo y justo, cuando hai ministros del Rei N. S. de
toda confianza y crédito que sabrán dar salida a estas dudas y difi­
cultades que por de fuera se nos ofrecen. Lo (pie sabré decir es,
como experimentado, (pie a ninguno del ejército le dan su sueldo
entero, como me ha sucedido a mí en tiempo que ocupé el oficio
de maestro de campo jeneral; que teniendo cada año al pié de mil
setecientos pesos de sueldo, no me señalaron más de mil y ducien­
tos, y de éstos me quitaron más de cuatrocientos de las raciones de
carne, harina. Esto es lo que no acabo de entender: si ya me (púla-
ron del sueldo (pie me loca, al pie de quinientos pesos, y de la
gruesa de este situado se saca el caudal que es necesario para los
bastimentos, por cuya causa se minoran nuestros sueldos, ¿por qué
no volvemos a pagar otra vez, quitando del sueldo señalado las
raciones? Luego, tres veces se pagan estos bastimentos: la primera
de la gruesa del situado, (pie damos por gastados más de doscientos
mil pesos; la segunda con lo que nos escalfan del sueldo señalado,
(pie si tengo mil y setecientos pesos, me dan mil y doscientos, y de
éstos me vuelven a sacar (que es la tercera) lo que he gastado de
carne, harina y zapatos; y así con los demás. Luego, tres veces se
pagan estos bastimentos, y pienso (pie cuatro, porque con las cre­
ces que echan, si me habían de dar la ropa al costo que la traen, se
minoran más de otros ducientos patacones; y de tan mala data, que
hubo año que no pude alcanzar una vara de bayeta, cordellate ni
paño, (pie es lo más esencial y menesteroso en una casa. Pues, si
este socorro tiene un maestro de campo general efectivo, ¿qué
podrán decir los pobres soldados? que les dan lo que no han me­
nester. Y se disculpan los ministros reales con decir, que aquellos
géneros traen, y que no tienen otros; pues ¡válgame Dios! digo yo,
para (pié reciben géneros podridos, desechos de tiendas, y otros
que no aprovechan al soldado pobre, y permiten que los que traen
los situados, vendan públicamente los manes, bayetas, paños, bom­
basíes (que éstos son los géneros más esenciales para que los po­
bres se puedan vestir y aprovechar), que pareciera muy bien a estos
tales embargarles lo que escogen para sí, y en su lugar volverles los
desechos y trastes de tiendas (que en otra parte juzgo que tengo
significado por el respecto que lo hacen los unos y los otros). Y no
hallo por este camino que sea bastante disculpa el decir: no hay
otros géneros; estos traen, estos reciban; (pie pues S. M. (Dios le
guarde) hace que se entere esta cantidad de ducientos y doce mil
ducados en dinero de sus reales cajas ¿por qué con ellos no se
comprarán los géneros que se sabe que son más esenciales y conve­
nientes para el soldado, como los escoge para sí el que trae el

112
El. NEGOCIO DE LA GUERRA

situado, a quien fuera justo y muy puesto en razón quitárselos, o


trocárselos por la podrición y desechos que traen por sus intereses
y conveniencias? Esto es lo que hace más penosa la vida del solda­
do, que se ve con obligaciones de mujer y hijos sin tener con qué
cubrirles las carnes ni con qué comprarles cuatro granos de trigo
para su sustento, porque la ración que les dan es tan limitada que
apenas alcanza el mes para uno solo, y del socorro tasadamente
pueden mal vestirse cuando vemos a los plumarios, menores y ma­
yores oficiales, con una y otra gala cada día, comiendo y bebiendo
a dos carrillos, sustentando casa y mujeres sin ser casados muchos,
jugando de ordinario los ciento y doscientos pesos a costa del su­
dor y trabajo de estos pobres soldados: y en tiempos necesitados y
trabajosos, que no se hallaba un pan que comer en todo el pueblo,
estos tales oficiales, tenedores de bastimentos y factores tenían en
sus casas el trigo y la harina muy de sobra, pues nos vendían el pan
a precios excesivos sin tener cosechas, chacras ni estancias.46

Las diversas acusaciones formuladas por Núñez de Pineda


son confirmadas por muchos testimonios. Jerónimo de Quiroga,
tan buen conocedor de la Frontera como aquél, recuerda que los
capitanes no borraban de las listas a los difuntos y cobraban sus
sueldos por muchos años.47 El oidor Pedro Alvarez de Solórzano
en carta dirigida al monarca, refiere su preocupación por los ma­
nejos de los encargados de la real hacienda, que no podían dar
razón de 30.000 ó 40.000 mil pesos del situado cada año y sólo se
encogían de hombros.48 Otro oidor, Juan de la Huerta Gutiérrez,
en una inspección que efectuó sobre los fondos del situado en
Concepción, dejó mal parados a funcionarios y oficiales que, vien­
do próximas las sanciones, estuvieron entre los instigadores de la
deposición del gobernador Acuña y Cabrera en 1655, con el fin
de paralizar la visita inspectiva.49
Un último aspecto negativo, que unía a poderosos intereses
para esquilmar el situado y a los pobres soldados, era la venta de
frutos de la tierra para el Ejército a cambio de las especies traídas
de Lima. Recién establecido el situado, los gobernadores Alonso
de Ribera y Alonso García Ramón se dedicaron a vender vino a los
soldados y lo mismo hicieron, con el agregado de trigo, veintiún

46 CHCh, tomo III.


47 Jerónimo de Quiroga, Memoria de los sucesos de la guerra de Chile, pág. 435.
48 Carta del 15 de enero de 1617. BN.BM., ms. vol. 119, foja 57.
49 Juan E. Vargas, El Ejército de Chile en el siglo XVII, pág. 94. Tesis inédita.
Universidad Complutense, Madrid.

113
VIDA FRONTERIZA EN L\ ARAl CANIA

personajes entre capitanes, sargentos mayores, castellanos y maes­


tres de campo.50
Hacia la misma época, el año 1610, el oidor Gabriel de Cela­
da informaba al Rey de los negocios de los militares:
Se ha introducido en esta guerra tina cosa tan reprobada como es
la mercancía e pulperías entre los que la gobiernan, capitanes y
oficiales de ella que los más de ellos se han vuelto tratantes y pulpe­
ros cuyo cuidado principal no es el que deben tener en miras por
sus soldados y sus armas y municiones que los más andan faltos de
ellas, sino en las trabas de que usan para desollarles sus sueldos
revendiéndoles las comidas a excesivos precios y lo que hacen es
que de sus propias estancias de sementeras y ganados que muchos
capitanes las tienen, llevan a la guerra y fuertes, carneros y ovejas y
demás bastimentos y los que no tienen estancias le envían a com­
prar a las riberas del Maulé y costándoles los carneros a cuatro y
cinco reales y las ovejas a tres y a menos, se las revenden a los
soldados los carneros a catorce y a diez y seis reales y las ovejas a
doce... y así la mayor parte del situado se viene a consumir entre
estos regatones y tratantes.51

Los negocios de los comienzos tendieron a perpetuarse. El


mundo militar, en sus diversos niveles, estuvo ligado a la posesión
de tierras y a la transacción de sus frutos, produciéndose el curio­
so fenómeno de que el mérito alcanzado en la lucha era justifica­
ción para obtener gratuitamente campos destinados a la agricultura
y la ganadería, cuyos productos, con muy buen provecho, serían
vendidos luego al Ejército o a los soldados.
La administración militar compraba a bajo costo el trigo, el
charqui, los cueros, el sebo, y otros productos, pagándolos con
mercaderías del situado a precios elevados y entregándolos a los
soldados, por concepto de sueldo, muy recargados en su valor.
En 1668, una información levantada en Concepción daba
cuenta de que el sebo -al igual que el trigo- era adquirido por los
agentes del proveedor general del Ejército
a veinte reales fanega y se lo vendían al rey a cinco pesos [cuarenta
reales] pagándolo en ropa a los vecinos a excesivos precios. Y tam­
bién el sebo que se cogía lo quitaban a los vecinos diciendo se lo
pagarían y todos se quejaban después que no les habían dado nada
como los hicieron agora tres años que recogieron en nombre del

'" Juan E. Vargas, obra citada, pág. 359.


51 ('arta del Dr. Gabriel de Gelada al rey, Santiago, 6 de enero de 1610.
Claudio Gay, Historia física y política de ('.hile. Documentos, tomo II, pág. 201.

1 14
EL NEGOCIO DE LA GUERRA

señor don Francisco de Meneses todo el sebo que pudieron embar­


car en una fragata.52

El suministro de ganado vacuno pasó por circunstancias va­


riadas. En los comienzos, las haciendas de Catentoa y Estancia del
Rey, establecidas por el gobernador Ribera, cumplieron bien con
el propósito de asegurar las entregas y a un costo módico; pero
antes de mucho comenzaron a decaer y se arruinaron casi por
completo con el alzamiento de 1654. Hubo que recurrir, enton­
ces, de manera más acentuada, a la compra de reses a los estancie­
ros del Valle Central y los alrededores de Santiago, fijando cuotas,
las más de las veces en situaciones apremiantes, que luego eran
pagadas con ropa y otras especies del situado.53
En ocasiones, la escasez de ganado fue tan aguda en el país,
que hubo de autorizarse de manera controlada la conducción de
miles de cabezas desde la provincia ultramontana de Cuyo, situa­
ción que fue aprovechada por los estancieros, los arrieros y los
jesuítas, que tenían una buena base de operaciones en la estancia
de Uco, cerca de Mendoza. Pese a las malas artes de los proveedo­
res del Ejército, la entrega de productos y de ganado fue un buen
negocio para los hacendados, que dentro de Chile tropezaban
con una economía de subsistencia y no tenían propiamente otro
mercado que el del Perú, por entonces limitado.
El real situado vino a ser, de este modo, un socorro universal,
que daba sustento jugoso a los altos jefes del Ejército, a capitanes
asentistas, proveedores, comerciantes y hacendados; en menor me­
dida ayudando también a oficiales subalternos y a soldados, que
no habrían tenido otra manera de pasar la vida.
Se comprende, en consecuencia, cuánto interés había en la
existencia de un Ejército profesional y su presupuesto y en la bendita
lucha fronteriza, real o ficticia, que servia de amparo a tanta gente.
Además de los intereses ligados directamente al fenómeno
bélico, se encontraba el interés general del reino, mil veces invo­
cado junto a la noción de “frontera de guerra” para elevar toda
clase de solicitudes a la corte: mantenimiento de las encomiendas,
reducción o eliminación de impuestos, privilegios locales, franqui­
cias económicas, ascensos militares, dotación de obras pías, etc.

52 “Información levantada ante el maestro de campo general don Fernan­


do de Miers y Arce”, 13 de junio de 1668. BN.BM., ms. vol. 314, foja 283.
53 “Información del estado en que halló el reino de ('.hile y la guerra el
Pdte. Gob. don Angel de Peredo”. Concepción, 15 de junio de 1662. BN.BM.,
ms. vol. 312, foja 425.

115
LAS RELACIONES FRONTERIZAS

EL CONTACTO COMERCIAL

El furor de la lucha inicial no ha dejado ver más que el conflicto


mismo. No se ha captado que por debajo se tejía una historia
prosaica, diaria y sin eventos espectaculares, que ponía en contac­
to a los protagonistas de un lado y otro. Acercamiento y asimila­
ción a merced de la curiosidad y las necesidades mutuas, que al
fin resultaron más poderosas que el ejercicio de las armas.
Uno y otro bando fueron personajes colectivos que se adap­
taron a situaciones nuevas, cogieron otras costumbres, intercam­
biaron productos y mezclaron su sangre, dando lugar a una nueva
realidad que nadie había pensado. La primera reacción de los
nativos frente a los intrusos fue de sorpresa y curiosidad. Los re­
cién llegados parecían extrañas criaturas, y los elementos materia­
les que manejaban llamaban poderosamente la atención.
Desde el momento en que los araucanos se sintieron atraídos
por las baratijas de los conquistadores, el hierro y el alcohol, que­
daron cogidos en una red de la que jamás se desprenderían, dado
que con el correr del tiempo se transformaría en un comercio
indispensable. Por su parte, los dominadores de la región fronteri­
za, que carecían muchas veces de bienes fundamentales, como los
alimentos y los géneros, podían obtenerlos de los aborígenes y de
ese modo las necesidades de ambas partes movieron a un contacto
muy útil.
J

Los indígenas de las localidades de Arauco y Tucapel, que


fueron los que más tempranamente se sometieron a los conquista­
dores, antes de concluir el siglo XVI estaban ya adaptados al inter­
cambio de especies. Un testigo recuerda, en 1592, que los nativos
de aquellas parcialidades estimaban en mucho el trato con ios
españoles y que llegaban hasta la ciudad de Concepción condu-

117
VIDA FRONTERIZA EN 1A ARAUCANIA

ciendo oro y ropas, aves y miel, y que cambiaban herramientas y


otras cosas por vino.1
Los primeros objetos que atrajeron a los indígenas fueron boto­
nes, cintas, gorros, tijeras, espejos y otras especies de ese tipo, aunque
fuesen simples fragmentos. Cualquier cosa nueva atraía su atención y
poseerla era tener algo único, que más que por la utilidad tenía gran
valor para ellos porque acrecentaba el prestigio personal.
Después de los encuentros esporádicos, y a medida que las
relaciones se hacían permanentes, surgió el conchavo o trueque de
bienes, efectuado en forma subrepticia o abierta, pese a la lucha.
Esta última, por otra parte, dejaba despojos que acentuaban el
interés de los naturales.
Hubo, sobre todo, dos elementos que interesaron a los arau­
canos: el hierro y el alcohol, que fueron la base más sólida del
comercio. En los primeros tiempos debieron contentarse con los
pedazos de espadas, cuchillos, herramientas y otros objetos simila­
res, que debidamente afilados incorporaban a las lanzas y porras.
También mediante los indios auxiliares o el botín lograban hacer­
se de espadas, piezas de armaduras o celadas, y luego adquirieron
de los soldados diversas especies. El hambre y la desesperación
rondaban en los fuertes de la Frontera, de suerte que los hombres
que se alejaban en alguna misión o montaban guardia en puestos
avanzados, eran tentados con alimentos a cambio de cualquier
cosa. Cedían, así, cuchillos y aun las llaves de los arcabuces, cos­
tumbre que ya estaba extendida al comenzar el siglo XVII y que
llevó luego a la prohibición estricta de vender armas y caballos.
González de Nájera, después de recordar que los indígenas
llegaron a tener mejores y mayor número de caballos, refiere que
los soldados, con tal de hacerse de una cabalgadura, negociaban
con los nativos, que ya estaban duchos en los tratos:
vanse desnudando poco a poco de sus vestidos para proveerse en
aquella nueva feria de caballos, y así unos dan por ellos los capoti­
llos, y otros las capas pidiendo los indios mil impertinencias, y
reparando en los colores, porque vienen a no querer las capas si no
son azules, color que a ellos más agrada, y aun les vienen a dar de
secreto los soldados y particularmente los bisoños, cuchillos y ma­
chetes, hachas, dagas y espadas... Así que a la borda se van vistiendo
y armando los indios de nuestros propios vestidos y armas para
contra nosotros.2

1 Carta de Baltasar Sánchez de Almenara al Rey. l ima, 20 de septiembre


de 1592. CDIHCh, Segunda serie, tomo IV, pág. 202.
Alonso González de Nájera, op. di., pág. 129.

118
I AS RELACIONES FRONTERIZAS

Otro testigo abonado señala el hambre como estímulo para


el trueque:
los indios comarcanos se llegan a los hambrientos con color de paz
y les ofrecen muchas cosas de comida que aunque no sean muy
regaladas, para quien padece tanta necesidad, serán ambrosía y
néctar suavísimos a trueque de las armas que le ferian por ella, y
con este ardid desarman nuestras guarniciones y arman las suyas.3

En las etapas iniciales, el tráfico se confundía con el robo, los


ardides bélicos y todas las tretas imaginables, porque habiendo
guerra no existía otro modo de proceder. Para los soldados pen­
dían prohibiciones y amenazas, pero no les preocupaban mucho,
ni tampoco el aspecto ético, cuando las miserias les golpeaban
con dureza. González de Nájera analiza finamente esos aspectos y
las transformaciones ocurridas entre los araucanos a causa de los
bienes que obtenían. Afirma el experimentado capitán que aqué­
llos se habían hecho de tantos caballos, que llegaban a poner
4.000 en sus campañas y disponían de gran cantidad de frenos,
espuelas y estribos, de manera que no necesitaban ya de los de
barba de ballena y de madera improvisados en los comienzos:
Y aunque también alcanzan cantidad de herraduras, no las aplican
para sus caballos aunque holgaran saberlos herrar, sino para la
labor de sus campos, ingiriéndolas (después de muy bien adelgaza­
das) en las frentes de las palas de madera con que rompen la tierra
de sus labranzas, en cuyo ejercicio les son muy útiles, y así las
estiman en mucho. Provéense también de algunas cotas y de cueros
erad ios de vaca, de que hacen las armas defensivas, como son sus
coseletes, celadas o capacetes y adargas, y asimismo lujadas para
armar sus caballos. Los cueros de que hacen estas armas son de los
que deja nuestro campo, aunque lo pudiera excusar en los cuarte­
les donde se matan las vacas cuando las llevan para dar ración a los
soldados en necesidades de campestres comidas. De las armas ofen­
sivas las que en mayor número alcanzan los indios, y aún las que
más les hacen al caso, son espadas de que se sirven para guarnecer
de hierro sus picas y lanzas. Y cuando las comenzaron a tener,
guarnecían con cada una tres y cuatro astas, quebrando cada hoja
en otros tantos pedazos, bien amoladas sus puntas. Pero como aho­
ra ya tienen tantas, que aún podrían armar de ellas cualquiera
grueso socorro de gente que les llegase, no rompen las hojas como
solían, precisándose de traerlas los infantes, enteras, en las largas y
livianas astas de sus picas, con que las hacen más cumplidas. Los de

’’ Luis Tribuidos de Toledo, op. cit., en CHCh, tomo IV,pág. 20.

119
VIDA FRONTERIZA EN l.\ ARAt'CANl \

a caballo traen lanzas jinetas más cortas, de hierro, como deben


ser. Demás de las espadas, granjean cuchillos, machetes, podones y
hachas en gran cantidad. Destas herramientas se aprovechan en el
común servicio de sus casas, y también en el hacerlas. Tienen tam­
bién a su poder gran número de hoces de Segar, de que se sirven
principalmente para la siega de sus agostos. Algunas veces sucede
en las peleas cortar con ellas cabezas a los nuestros con maravillosa
presteza, así como también lo hacen con los agudos cuchillos. En­
tre todas las herramientas estiman en mucho las hachas, porque les
son de mucho servicio, especialmente para nuestra ofensa; porque
cuando marcha nuestro campo derriban con gran presteza árboles,
que en su caída se atraviesan en fragosos y estrechos caminos, y
impiden el paso a nuestra caballería, dándonos mucho en qué
entender, por el peligro que hay de que viniendo la noche, no se
pueda llegar a cuartel donde alojar. Con las hachas cercan y fortifi­
can sus casas con albarradas de maderos entretejidos, para que
repentinamente no se las asalte nuestra caballería en las trasnocha­
das, y en suma con ellas nos combaten los fuertes hechos de paliza­
das gruesas, de que son los más de aquel reino, cortando los palos
por el pié y desbaratándolos. Pertréchanse principalmente los in­
dios de las armas, herramientas y aderezos de caballos que he refe­
rido, por vía de los yanaconas o indios de servicio de nuestro campo,
que las dan a los indios que se van reduciendo en sus fingidas paces
cuando se campea. Porque muchos de los yanaconas huelgan de
seguir a sus amos, y salen con ellos a las campeadas con intento de
proveer a sus amigos y parientes de las cosas referidas. Otros tam­
bién se las dan a trueco de sus bebidas, y por frutas y golosinas de
las que de industria acostumbran a traer los indios a nuestro cam­
po, especialmente en los tiempos que hay hambre... Suélese decir
por refrán, que el codicioso y el tramposo presto se conciertan, y
aunque esto es verdad, yo digo que más presto se conforman el
codicioso y el necesitado. Porque como la hambre es el más cruel y
irreparable enemigo que tiene la guerra, qué maravilla es que ios
yanaconas que son indios, armen a los indios codiciosos de nues­
tras armas, pues los mismos españoles hacen lo mismo vendiéndo­
selas por campestres comidas a sus tan capitales enemigos.*

Agrega, González de Nájera, que los soldados llegaban a en­


tregar sus espadas en este comercio y que hurtaban las de sus
compañeros cuando ya se habían desprendido de las propias. En
la noche, en los cuerpos de guardia, los centinelas quitaban las
llaves y otras piezas de los arcabuces, para usarlas a manera de

' Alonso González de Nájera, op. cit., pág. 170.

120
LAS RELACIONES FRONTERIZAS

moneda en tan peligroso comercio. El tráfico de armas no se


limitó a los primeros tiempos, sino que se prolongó por muchas
décadas. A mediados del siglo XVII seguía intenso. Era, según el
Cabildo de Santiago, una feria corriente, y era tal el interés de
oficiales y soldados por transar las armas, que en el Ejército ape­
nas quedaban algunas de acero y espadas, reduciéndose el arma­
mento a las lanzas.5
Con el paso del tiempo, y a medida que cejaba el choque
violento, el intercambio tomó las características propias de un
negocio, aunque de formas elementales. Un misionero y cronista,
el jesuíta Juan Bell, estima que la celebración del parlamento de
Quillín, en 1641, fue un hecho auspicioso para el comercio. Des­
de entonces
se empezó a entablar el comercio entre españoles e indios. Entra­
ban y salían los españoles libremente a las tierras de los indios sin
algún recelo; y los indios de la propia suerte iban a las ciudades y
estancias de los españoles a comerciar, trocando sus ponchos y
otras cosas por las que necesitaban; y así mutuamente se vivía en
buena conformidad olvidando los odios antiguos.6

Las cosas no ocurrieron en forma tan precisa como indica el


sacerdote, pero de todas maneras, entre interrupciones y temores,
se fue desenvolviendo el trato mercantil.
El alcohol fue otro rubro importantísimo en la relaciones
económicas. El vino y el aguardiente tenían atractivo para los
araucanos en cuanto les permitía disponer en todo momento de
bebidas alcohólicas de alto grado.
La chicha o mudai que elaboraban sus mujeres se obtenía
principalmente en primavera y verano de los frutos maduros de
diversas plantas y del maíz, siendo más difícil proporcionársela en
invierno. Por lo general se la utilizaba en las ceremonias o para
festejar visitantes. Tenía, sin embargo, varios inconvenientes: al
prepararla había que esperar cuatro días hasta que la fermenta­
ción comenzase a producir alcohol y su duración era escasa, deri­
vando pronto en vinagre. Su grado alcohólico era, además, muy
bajo.

5 Carta del Cabildo de Santiago al Rey, 12 de mayo de 1651. BN.BM., ms.


vol. 141, foja 148.
6 Historia de la Compañía de Jesús en Chile, en CHCh, tomo VII, pág. 395. La
obra del padre Bell fue atribuida equivocadamente a Miguel de Olivares y se la
publicó con el nombre de éste.

121
VIDA FRONTERIZA EN l.\ ARAUCANIA

El vino y el aguardiente, en cambio, no era necesario prepa­


rarlos en cada ocasión, podían guardarse largo tiempo y su grado
etílico era muy alto.
Para la obtención de estas bebidas, los araucanos dependie­
ron enteramente de los españoles, sea porque la uva no se propa­
gase bien al sur del Biobío o porque no aprendiesen la técnica.
La corona española había prohibido la venta de vino a los
indios, en forma general, por lo menos desde 1594, “por el grave
daño que resultaba contra la salud y conservación” de ellos.' En
forma específica, la prohibición se formuló posteriormente para
los araucanos, por ser “el imán para sus juntas y borracheras de
donde nacen las conjuraciones de sus tratos y traiciones”, según el
gobernador Acuña y Cabrera. Pero siendo tan importante su ven­
ta, el Cabildo de Concepción solicitó se reconsiderase la medida
porque perjudicaba notoriamente a los hacendados.8 La disposi­
ción se mantuvo en todo caso, y el suministro debió realizarse en
forma clandestina, si puede darse ese calificativo a una actividad
efectuada con conocimiento de todos.
Tan lucrativo había llegado a ser el comercio fronterizo de
alcohol hacia fines del siglo XVII, que el gobernador don Tomás
Marín de Poveda intentó monopolizarlo, dando ingreso en la red,
para su distribución, a los oficiales y a los interpretes. Ellos trafica­
ban el vino y demás especies de propiedad del Gobernador y
procedían a quitar las muías y sus cargas a quienes intentaban
comerciar con los nativos. Según testigos, ni a los soldados se les
permitía trocar ninguna cosa.
Esa situación causó un profundo descontento entre los arau­
canos, que quedaron sujetos a un monopolio odioso y muy perju­
dicial para ellos y que causó alguna inquietud en la Frontera. Por
esa causa, la Real Audiencia se ocupó del asunto e hizo levantar
una información contra el gobernador, sin pasar a mayores.9
Al llegar el siglo XVIII, el tráfico fronterizo había dejado de
ser una actividad esporádica. Se encontraba perfectamente esta­
blecido, tenía sus modalidades precisas, y por su volumen no era
nada despreciable. Las ciudades que le servían de apoyo eran
Concepción, Chillán y luego Los Angeles, además de otros pues-

■ Recopilación de leyes de los rey nos de las Indias, libro VI. título I, ley xxxvi.
8 Carta del gobernador Acuña y Cablera al Virrey del Perú, sin techa,
aunque posterior a 1653. BN.BM., ms. vol. 143, toja 480.
9 Información levantada de orden de la Real Audiencia y Expediente levan­
tado por el Pdte. don Tomás Marín de Poveda; ambos documentos del año 1694.
BN.BM., ms. vol. 315.

122
LAS RELACIONES FRONTERIZAS

tos como Rere y Yumbel y la serie de estancias próximas al Biobío.


También jugaban un papel importante como puntos de contacto
los fuertes y las misiones.
En el comercio se mostraban tan activos los indios como los
españoles y los mestizos que pululaban en el sector fronterizo. Los
primeros solían salir con sus bienes a los puntos mencionados,
donde siempre encontraban negociantes dispuestos a conchavar.
Además, cualquier persona, sin excluir a los campesinos y solda­
dos, solía aprovechar las oportunidades que se presentaban.
Pero la dinámica comercial fue más lejos aún. El aumento de las
necesidades mutuas y el apaciguamiento hizo aparecer, ya muy clara­
mente desde los inicios del siglo XVIII, a buhoneros y mercachifles
que se internaban en la Araucanía con sus chucherías. Generalmente
conducían unos cuantos caballos y ínulas con la carga y eran acompa­
ñados por algunos peones mestizos, un arriero o un lenguaraz.
Con ánimo resuelto y algunas armas bajo el poncho, que
serían completamente inútiles en una lucha, iban recorriendo una
reducción tras otra, en un trato amable con los caciques, que les
recibían con largos discursos, chicha y comida. Efectuaban las
transacciones y de inmediato entregaban a los nativos las especies
vendidas, comprometiéndose éstos a entregarles, al regreso, los
bienes acordados.
En los tratos solía haber cumplimiento de la palabra, que de­
mostraba el interés de ambas partes en conservar un comercio tan
beneficioso. Muchos comerciantes llegaban hasta Valdivia, de donde
daban la vuelta recogiendo el ganado y los ponchos estipulados.
La forma de proceder en este tráfico es descrita por Amadeo
Erezier:
El mercader va directamente a casa del jefe de la tribu; y éste, después
de darle la bienvenida, le ofrece hospedaje cerca de su cabaña; y allí
van el cacique, sus mujeres y sus hijos a pedir, a título de regalo,
algunos objetos. Al mismo tiempo, el cacique hace anunciar por me­
dio de una trompeta a sus vasallos la llegada de un mercader con el
cual pueden hacer sus negocios. Acuden todos, ven las mercaderías,
que consisten en cuchillos, hachas, peines, agujas, hilos, espejos, cin­
tas, etc. y entre ellas la más productiva sería el vino, si no fuese peli­
groso suministrarlo en abundancia, porque cuando se embriagan, se
matan unos a otros y no hay ninguna seguridad entre ellos. Después
de haberse convenido los cambios, de suerte que el mercader ha
entregado toda su carga sin saber a quién y sin ver a ninguno de sus
deudores. En fin, cuando quiere volverse, el cacique por otro toque
de trompeta, da la orden de pagar: entonces cada cual trae fielmente
el ganado que debe; y como éste es compuesto de animales no do
mesticados, como muías, cabras y particularmente bueyes y vacas, el

123
\11)A FRONTERIZA EN LA ARAt CANIA

mercader pide un número de hombres suficientes para llevarlo hasta


la frontera de las tierras españolas.1"

La importancia de este comercio, efectuado sin el menor


control, llamó la atención de las autoridades, sobre todo porque
en la Araucanía se introducían armas y bebidas alcohólicas que
podrían redundar en perjuicio de la paz y alteraban la tranquili­
dad entre los mismos indios. Por estas razones se pensó a veces en
prohibir el tráfico o reducirlo a algunas ferias periódicas que per­
mitiesen controlar la venta de armas, vino y aguardiente; pero se
comprendió (pie el esfuerzo sería inútil, los indios lo resistirían y
al fin los daños serían iguales o peores.
En el quehacer de la Frontera el comercio se había converti­
do en algo realmente importante; había intereses masivos ligados
a él y cualquier intento de restringirlo habría resultado fallido.
Tan cierto es este hecho, que a los parlamentos asistía una infini­
dad de mercachifles y a vista y paciencia del gobernador y demás
autoridades se efectuaban gruesas transacciones en (pie el vino
figuraba en primer lugar.
En el parlamento celebrado en Negrete el año 1726, se pro­
curó regular el comercio, según se verá más adelante, y muy poste­
riormente, en 1796, don Ambrosio O'Higgins, como gobernador,
dictó un reglamento para poner en práctica los acuerdos de otro
parlamento efectuado hacía poco tiempo. Se estableció, en esa
ocasión, que habría comercio entre los españoles y los indios pe­
huenches y los araucanos de los Llanos y de la costa, vale decir, las
regiones con las parcialidades más amistosas. El tráfico debía en­
cauzarse a través de las plazas fronterizas que se indicaban, para
poder vigilarlo en forma adecuada. Por ellas podían transitar los
indios para llevar sus efectos a cualquier lugar de Chile. Quedaba
estrictamente prohibido introducir, al territorio indígena, hierro,
cobre en bruto, armas blancas y de fuego, caballos y midas. En
cuanto al vino, se prohibía entrar con él a la Araucanía, pero
podía ser vendido a los naturales en las plazas de la Frontera.
Todos los bienes que se transasen pagarían el impuesto de
alcabala por la compraventa, y con el fin de que no fuese burlado
se encargaba a los comandantes de las plazas el control sobre los
traficantes hispanoci iollos e indios. Esos jefes debían informarse,
además, de la conducta de los mercaderes en tierras de los indios
y darles o negarles autorización para entrar en ellas. En todo caso,

10 Citado por Barros Arana, Historia jeneral de Chile, lomo VII, pág. 26.

124
I AS REI ACIONES FRONTERIZAS

se recomendaba restringir los permisos en la época de la chicha,


porque con la embriaguez aumentaban los incidentes.
A través de esas disposiciones, que no debieron tener vigen­
cia rigurosa, se percibe el adelanto en el tráfico con los indios.
Estos podían vender en cualquier lugar al norte del Biobío, se
levantaba la prohibición de transar vino y, lo que es más notable,
se implantaba el impuesto comercial, prueba evidente de la im­
portancia del tráfico y de su organización.
El comercio con los indios pehuenches también estuvo pre­
sente en el contacto fronterizo, aunque fue menos importante
que el efectuado con los araucanos y tuvo un carácter diferente."
Los habitantes del sur de Chile, en el trato con los indígenas
de ultracordillera, obtenían sal, caballos, pieles, ponchos y plumas
de avestruz. Los equinos no eran propiamente los criados por los
naturales, sino los que capturaban en las pampas o robaban en las
tierras periféricas de Buenos Aires y Mendoza. La importancia de
la sal residía, para los hispanocriollos, no tanto en el condimento
de la alimentación, sino en el empleo para salar el charqui, y por
eso era requerida en condiciones apreciables.
La sal abundaba en la vertiente oriental debido a su elevada
presencia en muchos de los ríos que desprendiéndose de las altu­
ras se internan en la pampa. El escaso declive de las llanuras y la
existencia de ligeras depresiones originan lagunas que por la eva­
poración y el descenso de las aguas en verano, generan costras
salinas en sus bordes. En diversos lugares había depósitos, pero las
realmente apreciadas se encontraban en un lugar situado al noro-
riente del río Neuquén.
Para los pehuenches, el comercio tuvo gran importancia, por­
que llegaron a depender grandemente de los productos introduci­
dos por los españoles, que trasformaron sus necesidades y sus
modos de vida. Una relación de mediados del siglo XVIII informa:
Su alimento es de todas carnes indistintamente sin reservar huana­
cos, caballos y otros animales inmundos. Las vacas, ovejas y cabras
que crían son corpulentas y del ganado ovejuno cosechan hermosa
lana. Su frecuente labor en la indias es tejer ponchos y mantas; y
los indios trabajan en labrar algunos platos y vasijas de madera
grandes, que llaman roles aunque groseramente, cuidar las caballa­
das y crías, cosechar la sal en muchas lagunas que la cuajan, cose­
char los piñones en los parajes en que hay piñones, cazar algunas

11 Hemos tratado esta materia con mayor


9 extensión en nuestro libro Los
pehuenches en la vida fronteriza.

125
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAUCANIA

avestruces y encairelar plumeros de sus plumas, tejer riendas de


pieles de huanacos, y cabestros muy pulidos. Todo lo cual comer­
cian con los españoles, a ciertos tiempos en determinados parajes a
las raíces de la cordillera. El arreglo de su comercio es por conmu­
taciones cambiando unas especies por otras, razón porque los espa­
ñoles concurren llevando sacos de trigo, cebada y otros granos,
sombreros, paños, agujas, añil y otros tintes.12

Unos y otros tenían sus exigencias y engaños. Los pebuen-


ches entregaban los costales con la sal humedecida para que pesa­
sen más y llenos sólo basta la mitad, igualmente si se trataba de
piñones. Demandaban, en cambio, que los de trigo estuviesen
llenos.
Los cristianos, por su parte, según Carvallo y Goyeneche, si
vendían una onza de añil, colocaban en la balanza, en lugar del
peso correspondiente, algunas monedas, obteniendo un peso y
medio en lugar del peso que valía corrientemente. “En muchísi­
mas ocasiones -anota- vio hacer este cambio a mercaderes chile­
nos y europeos españoles de la villa de Los Angeles, en sus lonjas,
y es corriente en toda la frontera".13
El licor era vendido mezclado con agua, y en el fondo de las
vasijas se colocaba, a veces, una costra de sebo para reducir la
cantidad. En caso de entregarles monedas, éstas eran recortadas;
los géneros eran de mala clase, igualmente los bonetes y los som­
breros. Los adornos de plata contenían un tercio de cobre y así
por estilo.
Hasta mediados del siglo XVII el comercio con los pehuenches
fue esporádico e irregular, y estuvo ligado a veces a incursiones vio­
lentas. Los indígenas irrumpían por los boquetes cordilleranos para
robar caballos, y no pocas veces los hispanocriollos les devolvían la
mano. El bandidaje estaba unido a estas acciones.
Las autoridades procuraron poner orden en el tráfico para
evitar depredaciones e impedir la venta de hierro y alcohol a los
cordilleranos. Con ese propósito se prohibió) el uso de los pasos
situados al norte del río Nuble y se dispuso el movimiento a través
de la ruta de Antuco, para realizar el intercambio junto al fuerte
de Tucapel.

12 Manuel de Aniat y Junient, Historia geográfica e hidrográfica, en Revista


chilena de historia y geografía, núm. 56, pág. 371. El autor de la obra fue José
Perfecto de Salas, aunque se la publicó con el nombre del gobernador Amat.
13 CHCh, tomo X, pág. 162.

126
IAS RELACIONES FRONTERIZAS

Más adelante se volvió a autorizar el tráfico por los pasos del


norte, pero los problemas causados por los negociantes y bandi­
dos fueron tan graves que hubo que restablecer la prohibición. En
1792, el gobernador don Ambrosio O'Higgins daba instrucciones
en ese sentido al subdelegado de Curicó, agregando unas opinio­
nes tajantes:
Cuide mucho de que los españoles [blancos] de ese partido no
pasen a pretexto alguno a la otra banda de la cordillera a morar ni
conchavar con los indios. Los españoles que toman aquel destino y
hacen este tráfico son ordinariamente facinerosos, pérfidos y malé­
volos, que huyendo de la justicia van a inspirar de pronto entre los
indios ideas diabólicas contra el gobierno y a la vuelta roban a los
mismos indios, y les hacen otras mil iniquidades.14

No obstante la preocupación de los funcionarios de la coro­


na, el tránsito de los chilenos por las montañas jamás pudo ser
cortado, debido a las dificultades para controlar los pasos, los
intereses puestos en juego y la complicidad de autoridades infe­
riores.
En todos esos tratos y aventuras se descubren con claridad
los rasgos de la existencia fronteriza. Ahí están los intereses pe­
queños que ligan a las dos colectividades, la mezcla de comercio y
bandidaje, los acuerdos entre grupos de ambos lados para sacar
ventajas, sus disputas, la complicidad de los funcionarios, el desor­
den general y el escaso imperio de la ley.
El comercio estaba mejor establecido por los boquetes del
sur, especialmente el de Antuco, dado que las autoridades de la
Isla de la Laja tenían especial preocupación por la materia.
Un registro correspondiente al verano de 1795 permite co­
nocer el volumen y algunas características del tráfico en aquella
región.15 La mayor parte del movimiento era realizado por pe­
huenches, que totalizaron 364 individuos, en tanto que los hispa-
nochilenos y sus mozos sumaron 30. Mientras los nativos
movilizaron 839 bestias, los cristianos condujeron 112. Estos eran
caballos y ínulas, usados para el transporte.
El principal producto adquirido por los pehuenches fue el
trigo, con 649 cargas, esto es, 74.635 kg, dado que la carga corres­
pondía aproximadamente a 10 arrobas. En cambio, la cantidad de

14 AN.CG., vol. 507, foja 12.


15 Documento de Pedro Nolasco del Río. Los Angeles, 3 de junio de 1795.
BN.BM., ms. vol. 330, pieza 509.

127
VIDA FR( )N 11 RIZA EN 1-A ARAl (AMA

vino es insignificante, llegando a 18 cargas, pero debe entenderse


que estando prohibida la venta a los aborígenes, la cantidad real
debió ser mucho mayor. La sal llegó a un total de 807 cargas o
92.805 kg. La cantidad de caballos vendidos por los pehuenches
fue de 921 cabezas y la de mantas, 65. Se ve que éstas eran un
rubro menor, aunque es posible que muchas fuesen pasadas en
forma oculta.
Puede apreciarse, de tal manera, la importancia que había
adquirido para los pehuenches el consumo de trigo y, por lo tan­
to, la dependencia de la producción del área de Chillán y Los
Angeles. También debió tener alguna importancia el suministro
de hierro y baratijas, que no aparecen registrados.
El tráfico oculto también tenía un rubro muy negro: la com­
praventa de especies robadas a los viajeros y a las estancias de la
campaña bonaerense y cuyana. Muchos de los caballos y vacunos
comerciados tenían ese origen, pero también se transaban otros
bienes. Carvallo y Goyeneche, al recordar el tráfico prohibido,
señala que el comercio de especies robadas había alcanzado cierta
notoriedad:
Para que este comercio sea inicuo por todos los cuatro costados,
también hay iniquidad en algunos géneros que se compran a los
indios, y son los que éstos quitan juntamente con las vidas a los
viajeros de Buenos Aires y a los que habitan en las estancias de las
pampas... Siempre he mirado con tanto dolor cómo borrar esta
negociación. El mismo hecho de comprarles las alhajas conocidas
de aquellos españoles, si no es una expresa aprobación de sus cruel­
dades, al menos es un poderoso incentivo que forzosamente los
conducirá a la repetición de estos insultos [desmanes], y si no les
compiaran, tal vez no emprenderían semejantes expediciones o no
serían de tanta frecuencia, que va se han hecho anuales.16

Igualmente deplorable era la compraventa de mujeres y ni­


ños, fuesen los propios o los que cogían en las tribus huilliches
durante las incursiones bélicas o de robo. Los tratos se efectuaban
en los establecimientos de la Frontera, trocando a las víctimas por
animales y diversas especies.
Después de la Independencia, el comercio fronterizo prosi­
guió igual que antes, y se incrementó en un proceso paralelo a la
intensificación de la convivencia y cierta prosperidad de los in­
dios, reflejada en sus ganados, sementeras y otros bienes. Esa es la

16 CHCh, tomo X, pág. 162.

128
LAS RELACIONES FRONTERIZAS

impresión que dejan los informes oficiales y los libros de algunos


viajeros que recorrieron las parcialidades: Paul Treutler, Ignacio
Domeyko y Edmond R. Smith.
Paul Treutler, que a guisa de comerciante se introdujo en
1860 con el fin de averiguar dónde se encontraban los lavaderos
de oro de Villarrica, explotados durante la conquista, dejó un
buen relato de la forma de proceder en los negocios:

La noticia de mi llegada con muchas mercaderías -escribe- se ha­


bía propagado de ruca en ruca con la rapidez del rayo, y pronto
aparecieron indios con animales y otros objetos de trueque frente a
mi vivienda. Yo mandé abrir mis baúles y me dediqué a ese molesto
trabajo. Sin duda el lugar era muy ventajoso para el mercader, pues
allí vivían muchos indios ricos, dueños de grandes rebaños, y, ade­
más, porque en Boroa, a sólo ocho leguas de distancia, había dos­
cientos pobladores [chilenos] que también tenían numerosos
rebaños y podían llegar fácilmente a Pitrufquén. Por otra parte, los
indios de esas tribus pagaban precios mucho mejores que los de­
más, pues realizaban un activo comercio con los indios pampas a
través del paso de Villarrica y hacían brillantes negocios con las
mercaderías que adquirían a este lado. Finalmente el cacique Pai-
llalef velaba severamente porque todas las mercaderías compradas
a los cristianos fueran pagadas puntualmente, de modo que se
podía vender todo a crédito y a plazo, en la seguridad de recibir
todo el pago. Los plazos se fijaban en plenilunios, y el día estableci­
do se entregaban puntualmente los caballos y vacunos. Algunos
datos permitían apreciar los excelentes negocios que podía hacer
un mercader. Adquiría, por ejemplo, una vaca de dos años por 5
onzas de añil, y una de cuatro o cinco años por 10 onzas del mismo
producto, cuyo precio era de 0,77 y 1,50 pesos, respectivamente.
Estas vacas se vendían en Valdivia al precio de 3,75 y 7,50 pesos,
respectivamente. El precio de un buen caballo, que podía revender
a 22,50 pesos, era de dos libras de añil (que valían 5 pesos). Por
cueros de vacunos pagaba media libra de chaquiras (precios: 37
centavos), y los revendía en 2,25 a 3 pesos. Por un cuero de guana­
co o de avestruz pagaba dos libras de chaquiras, que me costaban
1,50 pesos y obtenía en la venta diez veces más. La mayor utilidad
se podía hacer, sin embargo, con el aguardiente, pues los demás
productos representaban ventas secundarias. En Valdivia se com­
praba la carga de una muía, consistente en dos barriles, cada uno
equivalente a cuarenta botellas, en 22,50 a 30 pesos. Debido a que
los indios, como ya informé, no beben jamás aguardiente muy fuer­
te, tenía que agregarle agua y transformar las ochenta botellas en
ciento sesenta, pues sólo así no me enemistaba con otros comer­
ciantes y no echaba a perder los precios. La carga de una muía me
costaba 37,50 pesos, incluyendo el salario del arriero, y contenía

129
FRONTERIZA EN I.A ARAUCANIA

ciento sesenta botellas y como cada una la vendía en 0,75 pesos,


ganaba más de 75 pesos en cada carga.1'

Los altos márgenes de ganancia señalados por el viajero ale­


mán ayudan a explicar la intensidad del comercio a pesar de las
molestias que lo rodeaban y del riesgo que se corría. Tiempo más
tarde, en 1868, iniciada ya la ocupación oficial, el coronel Corne-
lio Saavedra informaba al gobierno que no menos de 200 a 300
comerciantes andaban en el territorio indígena, más allá de la
línea del Malleco.

EL PROCESO DE MESTIZAJE

La aproximación temerosa y desafiante iniciada por indios y cris­


tianos, pronto derivó en un roce humano de profundas conse­
cuencias.
El mestizaje comenzó el mismo día que llegaron los conquis­
tadores, debido en gran parte al escaso número de mujeres que
vinieron con ellos. Entre 1536 y 1565 se han identificado 2.692
conquistadores varones y 814 mujeres, es decir, que éstas repre­
sentaron el 23,21% del total. Con posterioridad, el porcentaje
subió, pero siempre la masa mezclada fue en aumento, principal­
mente por el desarrollo de la misma población mestiza, que a su
vez entraba en contacto con la nativa, multiplicando los lazos.
Cada conquistador dejó numerosos hijos mestizos cuyo nú­
mero no es posible determinar, algunos de los cuales vivieron con
el padre y otros permanecieron en las reducciones indígenas. Mien­
tras la guerra estuvo activa, el roce sexual formó parte de la violen­
cia bélica por ambos bandos. Las tropas españolas efectuaban una
lucha destructiva, dentro de la cual abusar de las indias o llevárse­
las para la servidumbre y el placer era normal. Además, cada sol­
dado era acompañado por un pequeño séquito a cargo de su
equipo y de su alimentación, en que podían estar dos o tres indios
y otras tantas indias, que eran las amantes obligadas, de suerte que
el movimiento de cualquier destacamento era un trabajo abigarra­
do, donde se cumplían todas las funciones de la vida. El cronista
Mariño de Lobera, con su inclinación a la hipérbole, anota que en
un solo día, en un campamento, parieron sesenta indias.

*' P. Treutler, Xndanzas de un alemán en ('hile, 1851-1863, pág. 388.

130
LAS REIACIONES FRONTERIZAS

La existencia forzada de los naturales en el régimen de enco­


miendas contribuyó poderosamente también al contacto racial.
Las indias debían concurrir a las faenas para ayudar en la manten­
ción de los indios, y como allí pululaban españoles y mestizos,
solían caer en sus manos. Era una costumbre general, también,
que las indias jóvenes y de mejor presencia fuesen conducidas a
las casas como sirvientes. Por último, las que quedaban en los
“pueblos de indios” organizados por los españoles o en sus parcia­
lidades, debían sufrir el abuso de cuantos transitaban por aquellos
lugares. Durante los siglos XVI y XVII fueron constantes las pro­
testas contra los soldados en tránsito, que solían llevarse a las
indias que se les antojaba, sin excluir las del encomendero que les
había dado hospedaje.
Podría pensarse que el mestizaje fue más intenso en la región
central del país que al sur del Biobío a causa de la guerra, pero el
hecho no es tan claro. En la Araucanía hubo mezcla racial porque
la lucha no la impedía y porque la existencia allí de siete ciudades
y varios fuertes en el siglo XVI facilitó el contacto. Posteriormente,
al retroceder la dominación a la línea del Biobío tampoco dejó de
haber roce y hubo un amplio espacio, a ambos lados del río, en
que el mestizaje fue muy intenso.
La diferencia física entre la masa mezclada de la región cen­
tral, en que es evidente la influencia blanca, y la de la región
austral con predominio de los rasgos indígenas, no debe inducir a
equivocaciones; se debe a que la población araucana, siendo muy
numerosa, marcó fuertemente los rasgos mestizos.
Los indígenas, por su parte, fueron protagonistas activos del
mestizaje, principalmente a causa del robo de mujeres. El malón o
ataque sorpresivo con fines de venganza, pillaje y destrucción,
solía procurar mujeres cautivas, blancas y mestizas, que eran inter­
nadas en las parcialidades y obligadas a la más íntima convivencia.
Compartían allí la vida de las indias, permaneciendo por lo gene­
ral como otras de las tantas esposas de los caciques.
Para los araucanos, ser dueño de una mujer blanca era moti­
vo de prestigio, prueba de una hazaña, además de la utilidad en
los trabajos, que le daba valor económico, sin contar la satisfac­
ción del apetito sexual.
El hambre en los puestos fronterizos fue un factor que indi­
rectamente aumenté) el mestizaje al estimular la fuga de soldados
a tierra de los indios. González de Nájera lo pudo comprobar
entre sus propios hombres, a quienes no bastaba comer cueros
crudos de vaca y “unos cardones gruesos no conocidos, de perver­
sa digestión, de que se murieron dos sargentos reformados muy

131
VIDA FR( )NTER1ZA EN 1A ARAl (AMA

honrados”, para agregar luego que “por estas necesidades se me


huyó a los enemigos otro sargento también reformado llamado
Salazar, de particulares y buenas habilidades, el cual después de
haber estado algunos meses entre los indios de guerra, viniendo
con número de ellos a hacer cierto robo a otro inerte nuestro fue
preso de los españoles, al cual mandó ahorcar el Gobernador”:
Otro soldado -prosigue el capitán- que entre los nuestros estaba
en buena figura, llamado Palacios, me vino un día a pedir licencia
en el mismo fuerte, para ir a las espaldas de él a cortar un haz de
carrizo para aderezar su barraca, el cual venía con su arcabuz al
hombro y cuerda encendida, y diciéndole que no fuese solo, aun­
que era tan cerca, me dijo que sus camaradas iban con él de la
misma manera apercibidos, y dándole la licencia, se fue solo y se
pasó a los enemigos.18

González de Nájera añadía que recientemente en Nacimien­


to, en una noche habían huido 19 hombres y 4 en la Imperial.
Calculaba que en total no menos de 50 blancos, mestizos y negros,
andaban entre los araucanos.
En 1621, los frailes dominicos de Concepción estimaban que
más de 80 renegados vivían entre los indígenas, sin contar los
mestizos nacidos de las cautivas españolas ni soldados tomados
prisioneros.19
La rebelión indígena iniciada en 1598 y la caída de las ciuda­
des del sur, proporcionaron a los araucanos una cantidad aprecia­
ble de cautivos, en especial mujeres y niños que dieron origen a
una larga descendencia mestiza. Villarrica, Valdivia y Osorno fue­
ron las que entregaron el mayor aporte en medio de la desespera­
ción y la miseria.
En Villarrica, escribe Rosales, hombres y mujeres salían de las
fortificaciones a recoger yerba y “el enemigo que estaba de embosca­
da, los cogía, y con todo esto no se podían contener las pobres
señoras de salir, aunque poco a poco se las llevaba el enemigo”.
Agrega el jesuíta que “la gente más flaca, como las mujeres y los
niños, se caían muertos de hambre, y ya las dejaba al enemigo por no
verlas morir a sus ojos, y cada una se iba por donde quería, sin
obediencia las hijas a las madres y las mujeres a los maridos”.20

IH Alonso González de Nájera. op. cit., págs. 191 y 117.


19 Carla del convento de Sanio Domingo. Concepción, 9 de mayo de 1621.
BN.BM.. ms. vol. 122, foja 333.
Diego de Rosales. Historia general del rey no de ('.hile, lomo II. pág. 384.

132
1AS RELACIONES FRONTERIZAS

Hubo casos curiosos entre tantos azares. El presbítero don


Juan Barba se fue al enemigo y junto a ellos participó en los
ataques contra los españoles. “Se dijo -anota Rosales- que se ha­
bía ido al enemigo por una india y que entre los bárbaros vivía
como ellos”.
Un episodio notable fue el del capitán Marcos Chavarri, es­
forzado defensor de Villarrica que, habiendo caído en una refrie­
ga mientras buscaba manzanas y frutillas con un grupo, quedó
prisionero de los sitiadores. Estos le respetaron la vida, como a
muchos otros, y llevado a las cercanías de Villarrica, el capitán
pidió le enviasen a su mujer y a su suegra y lo mismo pidió un
soldado:
diciendo que ya su suerte y su desgracia los había traído y que
viéndolo los indios con sus mujeres les conservarían la vida y si no
los matarían en la primera borrachera, que ese era su uso: con que
se las dieron, y ellas salieron con gusto por librarse del hambre y
por acompañar a sus maridos en sus trabajos y servirles.21

La suerte de las prisioneras de Villarrica y de las demás ciuda­


des fue deplorable. Debieron servir de criadas a las indias y em­
plearse en cocinar y hacer chicha:
que a esta desdichada suerte trajo la fortuna a todas las españolas
de esta ciudad rica, y a que se viesen tan pobres y desnudas que
apenas tenían una mala manta con que cubrir sus delicadas carnes,
descalzas, maltratadas de las indias que antes les servían, y hechas
mofa y escarnio de las demás.22

El cautiverio fue largo. Algunas personas fueron rescatadas


en los combates o mediante trato; pero muchos no fueron libera­
dos o se negaron a regresar. Marcos Chavarri, por ejemplo, obtu­
vo su libertad después de veinticinco años y a los 68 de edad.
“Salió ya viejo y lleno de canas, quebrantado de los trabajos y con
algunos achaques, pero en su persona mostraba sus bríos y grande
valor, y en su talle, que era alto y bien dispuesto, daba a entender
haber sido formidable al enemigo”.'23
Cada tanto se presentaban, sin embargo, ocasiones propicias
para rescatar cautivos, especialmente cuando algún gobernador o
algún capitán ganaba la voluntad de los caciques. El gobierno del

21 Diego de Rosales, Historia general del rey no de Chile, tomo II, pág. 384.
22 Diego Rosales, op. cit., tomo II, pág. 387.
23 Diego de Rosales, op. cit., tomo II, pág. 659.

133
VIDA FRONTERIZA EN IA ARAUCANIA

doctor don Cristóbal de la Cerda, entre 1612 y 1621, parece haber


sido uno de ellos, pues durante su transcurso cobraron su libertad
más de ochenta cristianos de ambos sexos, mediante fuga o pago
de rescate.
Otra oportunidad para liberar a viejos cautivos, se presentó
antes y después del parlamento de Quillín, celebrado en 1641,
ocasión en que diversos caciques entregaron sus prisioneros al
gobernador marqués de Baides en demostración de su buena dis­
posición. No menos de treinta y cinco personas fueron las favore­
cidas, entre ellas Francisco de Almendras:
que habiéndole capturado mozo, de poca edad, se había aplicado a
herrero y ganado mucho con el oficio, que entre ellos [los indios]
es el más honroso, y adquirido muchas mujeres, viviendo en la ley
de los bárbaros como ellos; y aunque criado entre infieles, conservó
siempre la piedad y el deseo de salir de entre ellos y confesarse... y
ahora que halló ocasión oportuna de salir de entre las llamas de
Sodoma, salió con mucha de su familia y hijos; dejando otros que
ya estaban casados y emparentados que no le quisieron seguir, y él
se confesó y comulgó, con grande abundancia de lágrimas, causán­
doles a los que le veían como hijo pródigo volverse a casa de su
padre tan arrepentido de los desperdicios de la vida pasada, la cual
cuidó de lodo punto, casándose a ley de bendición con una de sus
mujeres y dejando las demás, y, perseveró hasta la muerte en una
vida de mucho recogimiento, oración y lágrimas, que era hombre
muy pío y deseoso de su salvación.2’

A poco andar fue rescatado, también, Francisco Fris, con


muchos hijos, mujeres y parientes “a la usanza de los bárbaros”,
que luego contrajo enlace con una de ellas separándose de las
demás.25
Para las mujeres, el cautiverio fue peor que para los hom­
bres. Algunas fueron rescatadas después de dar varios hijos a sus
captores, mientras que muchas vieron llegar sus últimos días sin
ser liberadas. Las que abandonaban el cautiverio lo hacían en
estado deplorable, desgreñadas, con los pies estropeados, vistien­
do como indias y agobiadas por la vergüenza de los ultrajes. Tam­
bién ocurrió que muchas, por su degradación, se negaban a volver.
El gobernador Alonso de Ribera informaba que muchas se encon­
traban “tan aquerenciadas, paridas y preñadas”, que rehusaban
ser rescatadas.

Diego de Rosales, op. cit.. lomo III. pág. 187.


25 Diego de Rosales, op. cit., tomo III. págs. 188 y 256.

134
LAS RELACIONES FRONTERIZAS

La estancia voluntaria entre los indígenas, después de trans­


currido algún tiempo, fue un fenómeno de cierta frecuencia. |eró-
nimo de Quiroga, durante sus primeras campañas, se llevó algunas
sorpresas al respecto. En las páginas de su crónica, recuerda que
el año 1644, estando en un campamento, acertó a pasar
una india blanca, y preguntándole si vendía alguna cosa de comer
respondió en lengua castellana que sólo se andaba paseando, y
preguntándole quién era dijo que española cautiva y como yo era
recién llegado al ejército le dije se quedase pues estaba entre noso­
tros, y con ninguna razón la pude persuadir, con que diciéndole si
era cristiana dijo que sí y que se llamaba doña Angela. Repliquéle
que cómo quería condenarse volviendo al barbarismo, y enfadada
no quiso hablar más en castellano y se iba retirando. Yo la agarré y
llamé a quien me ayudase para llevarla al Capitán General: llegó
gente y se rieron todos de mi bobería, viendo que era permitido
dejar a esta gente entre los indios. 26

Generalizando sobre el tema, Quiroga anota que días más


tarde, al llegar al sitio donde había estado la ciudad de la Imperial
los indios dieron permiso a los españoles cautivos para que se vinie­
sen libremente a nuestro campo; pero como hacia tantos años que
padecían aquella servidumbre, quedaban ya muy pocos, y éstos nun­
ca quisieron dejar el vicio que estaba en ellos hecho naturaleza, y
los demás eran nacidos en el barbarismo... a estos bárbaros blancos
les pareció dura servidumbre salir de los bienes en que estaban
nacidos y criados, y nuestra lengua la extrañaban como quien nun­
ca la había oído. Es cierto -prosigue Quiroga- que fuera de gran
servicio de Dios y crédito de la nación no dejar persona blanca
entre estos bárbaros, porque son peores y más altivos que los in­
dios, y son los cuchillos de mayor nombre entre ellos. Y es cosa
vergonzosa que estos picaros muevan las armas contra nosotros, y
mayor que los indios se sirvan y aprovechen de tanta mujer blanca
y rubia como tienen en su servicio.27

La caída de las ciudades del sur fue el hecho que proporcio­


nó mayor número de cautivos, pero constantemente las irrupcio­
nes de los nativos y las escaramuzas les deparaban nuevas criaturas.
Refiere el jesuíta Juan Bell que en 1655, en medio de la gran
rebelión, un cacique ideó mostrar gran cantidad de comida a vista
del fuerte de Arauco, que padecía los rigores del hambre, y exci-

26 Jerónimo de Quiroga. Memoria (le los sucesos de la guerra de Chile, pág. 284.
27 Quiroga, op. cil., págs. 284, 286, 369, 370 y 402.

135
VIDA FRONTERIZA EN I.\ ARAlCANIA

tar a las mujeres a salir a comprar lo que deseasen. Pero todo no


era más que un ardid, muchas veces repetido, porque habiendo
salido unas 130 mujeres y niños, españoles e indígenas, cayeron
sobre ellos unos guerreros emboscados y se los llevaron prisione­
ros.28
Finalmente, cabe recordar que los indios obtenían mujeres
de otra forma: algunas eran capturadas por los nativos de las pam­
pas argentinas en las cercanías de Mendoza, San Luis o Buenos
Aires y vendidas a los pehuenches o a los araucanos, situación que
se prolongó hasta la primera mitad del siglo XIX.
En los avalares de la vida fronteriza pululaban también los
renegados, que por propia voluntad habían abandonado el lado
cristiano. Los mestizos, por su situación inferior dentro de la so­
ciedad hispanocriolla y su inestabilidad anímica por ser mal consi­
derados, huían a veces al campo indígena y prestaban allí grandes
servicios. Solían trabajar como herreros, que adaptaban y forjaban
armas, y hubo un caso, al menos, el del mestizo Prieto, que trató
de fabricar pólvora y enseñó a algunos naturales a disparar los
arcabuces. Los mestizos enseñaban otras técnicas, explicaban los
métodos de los españoles y colaboraban en las batallas. Por todas
estas circunstancias, lograban una posición de privilegio y, com­
pletamente adaptados a la vida nativa, procreaban muchos hijos y
obtenían tierras y otros bienes.
También hubo hispanocriollos que por diversas circunstan­
cias se aventuraron a vivir entre los indígenas. Cualquier contraste
en su existencia los llevaba a lomar esa determinación, acaso dis­
gustados con su sociedad o por la necesidad de huir de la justicia.
La documentación suele consignar de paso las actuaciones
de uno que otro renegado, principalmente mestizos y mulatos, sin
que falten españoles o criollos. Rosales recuerda el caso curioso
de un Gaspar Alvarez, (pie siendo mozo y de poca experiencia,
desertó del fuerte de Arauco y se fue a vivir con los naturales.
Estos lo aceptaron, y como se dedicase a hacer sombreros, oficio
que no existía entre los araucanos, fue respetado por ellos, juntó
buena hacienda y compró muchas mujeres. El hombre sabía leer y
escribir, porque había sido colegial en Quito, y pudo prestar gran­
des servicios a los caciques, redactando comunicaciones a los jefes
españoles en las buenas y en las malas. Al fin, arrepentido de su
aventura, facilitó el trato pacífico con el marqués de Baides y

28 Juan Bell (sendo Miguel de Olivares), Historia de la Compañía de jesús en


Chile, en CHCh. tomo VII, pág. 311.

136
LAS RELACIONES FRONTERIZAS

logró que algunas parcialidades concurriesen a las paces de Qui-


11 in, mereciendo por ello el perdón del Gobernador.29
Otros renegados que regresaban no eran tan dignos de con­
fianza, como un Juan Sánchez, cuyas andanzas consigna el gober­
nador Alonso García Ramón, “había nueve o diez años estaba
entre los indios, el mejor capitán que ellos tenían, el que ponía en
ejecución cuanto a la guerra se determinaba y el que siempre ha
llevado la vanguardia en todos los desgraciados sucesos que se han
ofrecido”. El Gobernador se alegró con el regreso de Sánchez y
aceptó su colaboración, porque ya no podía volver a los indios
después de haberlos traicionado. En todo caso, informaba más
adelante que vivía con el recato posible y que luchaba ardorosa­
mente contra el enemigo, pero en todo caso se le tenía a la mira.30
Los renegados contumaces también hicieron sus fechorías.
Tribaldos de Toledo recuerda un motín fraguado en el fuerte de
Arauco
por cinco españoles criollos de aquellas partes, que pocos días an­
tes se rescataron del enemigo porque como gente de ruin hecho y
abandonado nacimiento y ya casi convertidos en la propia naturale­
za de los indios, donde habían dejado sus mujeres e hijos, les pare­
ció volverse con ellos por gozar de vida más licenciosa. Su plan fue
abominable y lo realizaron con toda frialdad; ayudados por unos
yanaconas asesinaron a diez cristianos que encontraron en los cam­
pos cercanos y les cortaron las cabezas para llevarlas a los caciques
como prueba de su determinación de luchar contra sus hermanos.
Sin embargo, una partida del Ejército les dio alcance y los arcabu­
ceó.31

El número de renegados es imposible de determinar. No


deja de ser interesante que Núñez de Pineda durante su cautiverio
observase que en las parcialidades había españoles desde hacía
mucho tiempo, que no eran cautivos, sino que por su gusto vivían
a la usanza de los indios.32 Es sintomático también que en una sola
incursión de los indígenas, el año 1603, participasen unos quince
entre españoles, mestizos y mulatos.33

29 Diego de Rosales, op. cit., tomo III, pág. 176.


3,1 Caso citado por C. Errázuriz, Historia de Chile durante los gobiernos de
García Ramón, Merlo de la Fuente y Jaraquemada, tomo I, pág. 229.
31 Luis Tribaldos de Toledo, Vista jeneral..., en CHCh, tomo IV, pág. 126.
32 Crescente Errázuriz, Seis años de la historia de Chile, tomo II, pág. 257.
33 Francisco Núñez de Pineda, Cautiverio feliz..., en CHCh, tomo III, pág. 219.

137
VIDA FRONTERIZA EN 1A ARAUCANIA

Por último, otros personajes que vivieron entre los indígenas


desde el siglo XVII fueron los capitanes de amigos, que cumplían
una misión oficial, aunque muy identificados con la existencia de
la Araucanía, donde poseían varias mujeres, tierras y ganados.
Los nacidos en la Araucanía, que por regla casi invariable
quedaron residiendo allí, no fueron mirados por los indios como
seres extraños, y se formaron perfectamente dentro de las modali­
dades propias, sin diferenciarlos de los hijos habidos en indias. La
mejor prueba está en que muchos de ellos heredaron los cacicaz­
gos por primogenitura. Un caso bien conocido, correspondiente a
la primera mitad del siglo XVII, es el del cacique don Antonio
Chicaguala que, según el padre Rosales, era “mestizo de gallardo
talle y linda disposición, hijo de un gran cacique de Maquegua
que tuvo por mujer a doña Aldonza de Aguilera y Castro, una
señora captiva muy principal de quien tuvo este hijo y otro llama­
do don Pedro”.
Otros caciques mestizos fueron don Alonso Nahuelguala y
don Felipe Inalicán; pero el más notable fue don Martín de las
Cuevas y Palán de la parcialidad de Toltén. Su padre había sido
don Rodrigo de las Cuevas, capturado niño al caer la ciudad de
Valdivia, y su madre una hija del cacique de Toltén. Cristiano y
gran amigo de los españoles, don Martín se esforzó en mantener
apaciguados a sus indios y prestó numerosos servicios a los domi­
nadores. Se opuso a los alzamientos de otras reducciones y colabo­
ró en algunas ocasiones atacando a los rebeldes. Estas actuaciones
le valieron ser reconocido como cacique gobernador de Toltén,
obtener el título de maestre de campo y ser designado beneméri­
to, con sueldo pagado en las cajas de Valdivia. Los descendientes
de Cuevas se mantuvieron en el cacicazgo por lo menos hasta
fines de la Colonia y estuvieron en la categoría de indios amigos.
En algunas localidades el mestizaje fue tan intenso que los
rasgos blancos, sin que faltasen cabellos rubios y ojos claros, mati­
zaron el aspecto de la población. Toltén se caracterizó por tener
“la gente más bien dispuesta de toda la tierra y donde hay mucha
sangre española pues casi todos son mestizos”.34
Boroa fue, sin embargo, el lugar que representó el caso más
notorio, como recuerda el padre Juan Bell:
Toda la más gente que tiene esta parcialidad de Boroa es mestiza; y
también blanca como españolas de quien por parte de padre o

” Carta del Provincial de la Compañía de Jesús al Virrey del Perú, Santia­


go, 3 de agosto de 1683. BN.BM., ms. vol. 166, foja 212.

138
LAS RELACIONES FRONTERIZAS

madre descienden de los muchos cautivos que cogieron cuando se


destruyeron las ciudades; y ellos se precian de eso, y aunque ten­
gan, como todos tienen propio nombre de la tierra, conservan el
apellido de sus descendientes. A este paraje de Boroa, viendo la
tierra de paz... entraron nuestros padres el año de 1646 [1648] y
sentaron su habitación en el fuerte que había de españoles. Halla­
ron los padres mucha y buena disposición en aquella gente, princi­
palmente en aquellos españoles y españolas cautivos; que desde el
alzamiento general estaban padeciendo como esclavos en la porfia­
da guerra de cincuenta años, muchos hijos de éstos se habían mul­
tiplicado en tanto espacio de tiempo y bautizado en el cautiverio
sin noticias de los misterios de nuestra santa fe, como también
muchos indios viejos de los que bautizaron los españoles, y sacerdo­
tes antiguos, que todavía conservaban memorias de lo que les ha­
bían enseñado de la doctrina cristiana; pero con muchos errores,
abusos y supersticiones.35

Mestizaje y transculturación marchaban de la mano. En el


siglo XVIII, después de dos centurias de contacto racial, el mestizaje
era un fenómeno extendido en la Araucanía, si aceptamos el parecer
de don José Perfecto de Salas, que anota que “de las cuatro partes,
más de las tres no son indios puros, sino españoles o mestizos”.
Esa condición, según Salas, era especialmente valorada por
los mestizos, que conservaban, por la tradición, el recuerdo exacto
de su origen y lo manifestaban con elocuente arrogancia en las
arengas que pronunciaban en las reuniones con los españoles.

LOS INDIOS AMIGOS

En el mundo activo de las relaciones fronterizas cupo papel de


primer orden a los indios amigos, como se designaba a los que
vivían cerca de la línea fronteriza y que se habían convertido en
colaboradores de los españoles en la paz y en la guerra. En un
comienzo, los amigos habían sido muy pocos, pero el transcurso
del tiempo amplió su número y su distribución geográfica.
El apoyo indígena a los conquistadores fue fundamental, tan­
to en la preparación de las expediciones, como auxiliares, y, en
algunos casos, como combatientes al enfrentar a otros pueblos o
tribus. Es evidente que sin esta ayuda la conquista no habría podi-

55 Juan Bell (sendo Olivares), op. cit., en CHCh, tomo VII, pág. 396.

139
VIDA FRONTERIZA EN l.\ ARA! CANIA

do realizarse. Para comprender la importancia de la ayuda basta


pensar en la alianza de los tlascaltecas con Hernán Cortés, que fue
decisiva para derrotar a los aztecas, y la colaboración prestada pol­
los incas a Pizarro y Almagro.
Una consideración adecuada del papel jugado por los indios
amigos debe partir de algunos conceptos básicos. En primer lugar,
los aborígenes no constituían un bloque sólido y único, de modo que
viejas y nuevas disputas mantenían vivos muchos antagonismos y odios,
que en cualquier momento desataban la lucha. Tratándose de pue­
blos poco evolucionados, como los araucanos, que carecían de un
gobierno central y cuyas autoridades locales eran débiles, sus disputas
internas eran continuas y feroces, formándose alianzas y deshacién-
dose con rapidez, estando a menudo dispuestos a recibir la ayuda de
extraños o a acompañarlos en sus incursiones bélicas.
En segundo lugar, participar en la lucha al lado de los invaso­
res les daba la oportunidad de obtener botín, mujeres y niños
que, en el caso de los araucanos, era una vieja costumbre y consti­
tuía una necesidad importante.
Por esas razones, muchos grupos vieron a los castellanos como
excelentes aliados y no vacilaron en ligarse a ellos.
En 1549, al salir de Santiago para iniciar la expansión en la
Araucanía, los hombres de Pedro de Valdivia iban acompañados
por picunches, que les ayudaban en el transporte y que luego
combatieron contra los araucanos. Desde entonces ése fue un
hecho frecuente, y durante las campañas de Lautaro al norte del
Biobío, tuvieron actuaciones importantes para detener a esas hues­
tes, con las que tenían serias diferencias. El capitán y encomende­
ro Juan Jufré condujo en algunos momentos 700 indios de su
encomienda de la región del Maulé, que junto con las fuerzas
hispánicas entraron hasta el distrito de Concepción.
Sin embargo, los indios amigos de nuestro tema son los que
tuvieron esa categoría entre los mismos araucanos, cuya colabora­
ción fue muchísimo más importante y prolongada.
Los españoles tuvieron conciencia del papel fundamental des­
empeñado por los indios amigos en la guerra. Tanto las crónicas
como los documentos coinciden en este punto, que se puede
comprender al situarse en el panorama de pobreza, ineficiencia y
falta de medios en el Ejército de Arauco. Para González de Nájera,
los amigos “son el verdadero cuchillo de los rebeldes”.36 Santiago
de Fesillo, por su parte, los califica de nervio principal de la gue-

Alonso González de Nájera, <>//. cit., pág. 165.

140
LAS RELACIONES FRONTERIZAS

rra, y un alto funcionario opinaba en 1621 que “la mayor fuerza


con que hoy se hace la guerra y se ha de hacer aunque más
españoles haya, es con los indios amigos”.37
Tesillo, siempre minucioso en el relato de la lucha, es cronis­
ta que no olvida mencionar la cantidad de amigos que acompaña­
ban a los destacamentos hispanocriollos. Según sus datos, solían
duplicar y hasta sextuplicar al número de soldados. Otro cronista
calculaba, a comienzos del siglo XVII, que los nativos amigos eran
unos 6.000, y que podrían organizarse en 30 compañías para que
sirviesen ordenadamente en las incursiones.38
Las primeras agrupaciones de indios surgieron junto a los
fuertes debido a que no podían sustraerse a la vigilancia y tenían
que permanecer sometidos. En general, fueron las reducciones
cercanas a Concepción las que se aliaron a los cristianos: “coyun-
cheses, gualques, quilacoyas, reres, quechereguas, talcaguanos, an-
dalicanes y araucanos”.39 Esa misma proximidad los convirtió en
auxiliares, que a cambio de cualquier recompensa, generalmente
de valor insignificante para los españoles, llevaban leña, pasto,
agua, y en ocasiones, alimentos.
Los indios amigos fueron, además, peones que limpiaban los
fosos, reparaban las empalizadas, reforzaban los terraplenes y ayu­
daban en la construcción de barracas en los fuertes. Se creó así
una dependencia provechosa para unos y otros, y no tardaron los
amigos en acompañar a los cristianos como guerreros en las cam­
peadas contra las reducciones del interior.
Durante la marcha actuaban como exploradores, despejaban
los senderos, formaban cuerpos de vanguardia. En los campamen­
tos cuidaban la caballería y conducían pasto y leña. Pero la mayor
ayuda la prestaban, sin embargo, en los choques armados, a los
que siempre estaban decididos a entrar. Atacando con desorden,
con sus propios elementos luchaban de manera encarnizada, cons­
tituyendo, más que fuerzas de apoyo, cuerpos con iniciativa propia
que eran decisivos para el triunfo.
Se mostraban activos en la persecución, matando sin piedad,
alanceando a los prisioneros y cercenando luego sus cabezas. En
las rucas se apoderaban de todos los bienes que les interesaban;

37 “Advertencias del licenciado Machado", 14 de marzo de 1621. BN.BM.,


ms. vol. 122, foja 113.
38 Alonso González de Nájera, op. cit., pág. 283.
39 Idem, pág. 282. La designación de araucanos se restringe a los del golfo
de Arauco.

141
VIDA FRONTERIZA EN l.\ ARAUCANIA

destruían, quemaban y se llevaban a las mujeres y los niños, come­


tiendo todo tipo de atrocidades.
González de Nájera, a comienzos del siglo XVII, ya señalaba
la importancia de la colaboración de los indígenas, que servían de
guías en las expediciones, preparaban emboscadas y “cogían len­
gua”, es decir, averiguaban los planes del enemigo, etc.:
Son los más capitales enemigos que tienen los indios rebelados o
de guerra... además de ser con ellos cruelísimos, porque como
ladrones de casa, saben la tierra y dónde los han de hallar. Son
sueltos y diestros en andar por los montes como criados en ellos, a
donde siguen y dan alcance a los contrarios mejor que nuestros
españoles... Abren paso con hachas a nuestro campo, haciendo
camino en lo cerrado del boscaje. Son fieles centinelas y atalayas en
las emboscadas que hacen nuestros españoles, y en las que ellos
ponen, son muy sufridos y empeñosos... De los cuales oficios saben
nuestros españoles que si en cualquiera de ellos faltasen, no sería
posible suplir ellos su falta en ninguna otra gente.40

Muchas décadas más tarde, Quiroga abundaba en considera­


ciones sobre la ayuda prestada por los indios aliados:
en la guerra son los primeros a auxiliar nuestras armas; son los que
reparan los primeros golpes, como las murallas y trincheras nues­
tras; son los que abren y cierran los caminos; son los que fabrican
los puentes y las balsas y embarcaciones para pasar los ríos; son los
que cortan y guardan las avenidas del enemigo; son los que mane­
jan las balsas en que pasa el ejército los ríos caudalosos, los que
traen hierbas para los caballos, los que hacen las estacadas cuando
alojamos campeando, y los que pasan los caballos y ganados nadan­
do por los ríos, y pierden sus caballos nadando, y las vidas muchos.
Son los que incansablemente acuden a las poblaciones y reedifica­
ciones de las Plazas y Presidios y a sus reparos, y otras infinitas cosas
que ejecutan con más tesón y liberalidad que los españoles.41

Las opiniones de dos capitanes tan experimentados, como


eran González de Nájera y Quiroga, sin contar muchos otros testi­
monios, si se aquilatan debidamente, significan que las acciones
del Ejército descansaron en gran medida en el apoyo indígena y
que, probablemente, de no haber existido, la dominación habría
sido muy difícil si no imposible. Queda en evidencia, además, que
la guerra fue entre una alianza de hispanocriollos y araucanos

40 Alonso González de Nájera, op. cit., pág. 277.


41 Jerónimo de Quiroga, op. cit., pág. 368.

142
LAS RELACIONES FRONTERIZAS

contra araucanos. Sólo que los indios amigos eran menos que los
enemigos.
La fidelidad que, en general, mostraron los amigos a los inva­
sores es sorprendente, aunque tiene explicación. Sobre el punto,
González de Nájera es quien entrega sólidas apreciaciones. Se
admira el cronista de que
haya parte dellos que de su voluntad, no sólo se contente de pasar­
se de nuestra parte, pero tan en nuestro favor y ayuda, que negan­
do su misma nación, amigos y palíenles, les hagan tan cruel guerra...
y sobre todo, es mucho más de considerar que siendo aquella na­
ción de su natural, en todo extrema, falsa y engañosa, sin honra y
sin palabra, y tan traidora a los suyos mismos... guardarnos tanta
lealtad y fe, que con haber habido de nuestra parte destos amigos
tan grande número que excedía con gran demasía al de nuestros
españoles, no se sabe hasta ahora que haya vuelto las armas contra
los nuestros, acompañándolos en la guerra, donde ven cada día mil
ocasiones de descuidos en nuestra gente cansada y dormida, con­
fiada en su lealtad, así de noche como de día, entre sus espesos
montes de las tierras de guerra, donde podían, muy a su salvo, en
un repentino acontecimiento, hacer la suerte que quisiesen en los
nuestros.42

La explicación del fenómeno, para el capitán, residía en dos


hechos: el gran apego de los indios al terreno donde habitaban y
las penurias que debían afrontar cuando tenían que refugiarse en
las parcialidades del interior. Sin descartar el cariño por sus tie­
rras, en esa actitud debía estar presente el vínculo con una pose­
sión indispensable para la subsistencia, en la que mantenían cultivos
y ganados y efectuaban la recolección y la caza. Si los invasores
garantizaban esa situación, aunque en forma restringida, resultaba
aceptable o menos desastrada que acogerse a una reducción de
tierra adentro, donde tarde o temprano surgirían problemas. Tam­
bién era una ventaja que la calidad de amigos los exceptuase del
trabajo de la encomienda o del pago de tributos, de acuerdo con
las disposiciones de la corona. Las labores que efectuaban para los
dominadores les eran retribuidas en especies o les significaban
ventajas especiales.
Vivir junto a los blancos era aprovechar toda clase de oportu­
nidades, participar en pequeños negocios, lograr recompensas o
robar alguna cosa. Más importante, sin embargo, era acompañar a
los destacamentos del Ejército o a cualquier grupo de soldados en

42 Alonso González de Nájera, op. cit., pág. 278.

143
VIDA FRONTERIZA EN L\ ARAl CANIA

sus incursiones. De esa manera se obtenían despojos, armas, ense­


res, caballos y otros animales. También mujeres, niños y hombres,
que podían ser vendidos como esclavos.
En caso de huir y refugiarse entre indios de guerra, éstos los
miraban y trataban como forasteros y los menospreciaban por no
haber defendido sus tierras. Ees enrostraban su situación y les
preguntaban hasta cuándo debían tenerlos a su cargo. Durante las
fiestas y borracheras, los agravios se hacían más duros y había
incidentes graves. Tratados de cobardes, se sentían corridos:
De aquí nace -escribe González de Nájera- que viéndose tan deses­
timados en tierras ajenas, juntándoseles con esto el natural amor y
recordación de donde nacieron v se cifraron, todas las cuales razo­
nes les obligan a resolverse a pasarse de nuestra parte a gozar de
sus propias tierras, teniendo por mejor el verse restituidos en ellas
sirviendo a sus enemigos, que sufrir de los suyos tales denuestos.43

Vueltos a sus tierras, al amparo de los cristianos, los indios


amigos aprovechaban las ocasiones propicias para atacar y vengar­
se de quienes los habían ofendido, y de esa manera se profundiza­
ban los odios para siempre.
Eos sucesos habían obligado a los que se restituían a sus
aduares, a permanecer aliados de los hispanocriollos, según anota
sagazmente González de Nájera:
Aquí se ha de notar una cosa que debe ser entendida, y es que aque­
llos indios de tal manera reducidos, que poseen sus tierras entre los
nuestros, do tienen sus familias y asiento, cuando más cercano viven
de los nuestros, tanto más les guardan mayor lealtad, como hombres
que tienen sus tan caras prendas en nuestro poder, y para gozar deltas
procuran acreditarse mostrándolo en la guerra en nuestra ayuda con­
tra los rebeldes haciéndose aborrecer de éstos.

La lealtad de los indios amigos fue casi inquebrantable, en lo


que debe verse todo el complejo de presiones e intereses que los
movían. La adhesión a los invasores brindaba muchas utilidades y,
por otra parte, la ferocidad de la lucha los apartaba definitivamen­
te de los suyos. Hubo, sin embargo, algunas poquísimas ocasiones
en tpie se rebelaron, como ocurrió durante los levantamientos
generales de 1598 y 1654.

43 Alonso González de Nájera, oh. cit., pág. 279.

144
LAS RELACIONES ERONTERIZAS

En tales oportunidades fueron arrebatados por la marea ge­


neral y, según explica Rosales, entre sus motivos estuvieron los
abusos que los hispanocriollos solían cometer con ellos, obligán­
dolos a trabajos que no les correspondían y quitándoles o com­
prándoles a precio insignificante los esclavos que capturaban en la
lucha.44
Los indios amigos se veían en una situación muy comprometida
que ocasionalmente les producía mucho daño y los impulsó, en opor­
tunidades aisladas, a adaptarse a uno u otro lado. Toda la compleji­
dad del f enómeno se revela en el Manifiesto apolojético de Rosales, en
que el jesuíta recoge un episodio muy significativo. Anota que los
amigos de Arauco, San Cristóbal, Talcamávida y Santa Juana acompa­
ñaron al Ejército en la larga campaña de 1655.1.a ocasión fue aprove­
chada por los rebeldes para entrar en las tierras de aquéllos y vengarse
llevándose sus mujeres y niños, que habían quedado sin tener quién
los protegiese.
Vueltos los indios amigos, hallaron sus casas quemadas, muer­
tos sus ganados y ausentes sus familiares. Optaron, entonces, por
irse a los indios de guerra, convivieron con ellos y participaron en
la lucha contra los cristianos, hasta que ganada la confianza de sus
hermanos de sangre, pudieron recuperar sus mujeres y sus hijos.
Al cabo de cuatro años, con ellos a su lado, regresaron a sus
tierras junto a los blancos. “Dieron la paz -concluye Rosales- dis­
culpándose de la fuga, y han perseverado y perseveran hasta hoy
fieles y leales”.4546
La existencia de los indios amigos y su aporte al bando hispa-
nocriollo condujo a organizados tempranamente y a establecer
formas de pago. Poco después de creado el real situado, aparece
en 1613 una remuneración de 1.941 pesos y 2 reales “en pagas y
socorro de indios los 2.351 caciques e indios amigos, que sirven en
la guerra contra los rebeldes”. Esa cifra, se especifica, incluía 50
pesos al cacique o toqui de la Imperial, don Juan de Molina, y a
indígenas que trabajaban en los cultivos y cosecha en la estancia
de Su Majestad e isla de Santa María y en las embarcaciones y las
caravanas que transportaban trigo.4’’

44 Diego de Rosales, Manifiesto apolojético de los daños de la esclavitud del reino


de Chile, en la obra de Domingo Amunátegui Solar, Las encomiendas de indígenas en
Chile, tomo II, págs. 229. 247 y 256.
45 Domingo Amunátegui, op. cit., pág. 256.
46 Antonio Vásquez de Espinosa, Descripción del reyno de Chile, pág. 108, pará­
grafo 2019.

145
VIDA FRONTERIZA EN L\ ARAUÍ LANIA

Diez años más tarde aparecen datos mejor detallados. Un


total de 40 indios, que escoltaban las caravanas de pertrechos,
ganaba 2.700 pesos, más ración de trigo y carne; 38 se desempeña­
ban en las embarcaciones o balsas del Biobío; 22 trabajaban en la
estancia real de Catentoa al cuidado del ganado vacuno y 8 “en la
estancia de yeguas”, con pago de 2.053 pesos; un número indeter­
minado laboraba como gañanes en la estancia de Buena Esperan­
za, con una asignación de 5.400 pesos. Además, algunos efectuaban
trabajos de jornaleros de construcción y otros servían de espías en
tierra del enemigo, pagándoles 500 pesos en géneros, sombreros,
cuchillos, sal, pan, vino y carne.47
El año 1633, los amigos considerados en el situado eran 180.
Cada uno recibía 27 pesos y 4 reales, dos potros, 3 vacas, 6 fanegas
de trigo y 6 de harina. En 1664 eran 313, distribuidos de la si­
guiente manera: 90 en el fuerte de Talcamávida, 73 en el de San
Cristóbal, 30 en el de Itata y 120 en el de Lota.48
Es evidente que las cifras señaladas corresponden sólo a los
naturales que recibían pago y que vivían junto a los fuertes y en
sus inmediaciones. Otro número, mucho mayor, residentes en
tierras más apartadas y ligados a los blancos de una manera no tan
estrecha, no estaban sujetos a pago, aunque la situación no es
enteramente clara.
En 1862, un recuento de los indios amigos aptos para la
lucha daba el siguiente resultado, aunque incompleto, según las
localidades dispuestas de norte a sur:49

Yumbel 300
San Cristóbal 600
Talcamávida 100
Santa Juana 60
Santa Ee 40
Angol 100
Purén 400
Repocura 300
Boroa 800
Total 2.700

4 Juan E. Vargas Carióla, Financi amiento del Ejército de Chile en el siglo XVII,
en revista Historia, núm. 19, pág. 184.
48 Juan E. Vargas Carióla, El Ejército de Chile en el siglo XVII, pág. 238. Tesis
inédita.
49 Citado por Patricia Cerda, Frontera y sociedad en Hispanoamérica. La región
del Biobío, Chile, 1604-1883. Tesis inédita, Universidad Libre de Berlín.

146
LAS RELACIONES FRONTERIZAS

Al finalizar el siglo XVIII, cuando la paz se había generaliza­


do, el número de los que se podían considerar amigos se había
ampliado de manera notable y se mantenía sujeto a oficiales desig­
nados por el Ejército. Así lo informaba el Fiscal de la Real Audien­
cia al monarca.
compónese el número de estos indios que llaman amigos según la
matrícula que he visto hecha con especial cuidado y diligencia de
18.000 hombres de lanza que salen armados en las ocasiones de
guerra, y se juntan en 59 reducciones en las tierras donde habitan
con otros tantos capitanes españoles e intérpretes que los convocan
y aperciben cuando es conveniente para alguna operación.50

La cifra señalada por el Fiscal parece exagerada, según datos


comparativos. Debía corresponder a la mayoría de las reduccio­
nes, incluyendo desde las más fieles a los hispanocriollos hasta las
de tierra adentro que, en ese momento, admitían formas pacíficas
de relación y tenían contacto con los “capitanes de amigos”.
En todo caso, la apreciación del funcionario, basada en un
registro minucioso, demuestra un hecho notorio: la situación de
paz estaba tan extendida, que permitía considerar amigos casi al
total de los araucanos.
El transcurso del siglo XVIII no hizo sino prolongar ese esta­
do de cosas, de tal modo que la diferencia entre amigos y rebeldes
llegó a ser borrosa, aunque la independencia de los naturales se
hacía más marcada conforme la lejanía de los puestos fronterizos.
La amistad de los indígenas y los intereses que los ligaban a
los blancos resultaron evidentes para don José Perfecto de Salas
cuando, precisamente en la mitad de la centuria, efectuó un viaje
oficial a través de la Araucanía, desde Concepción a Valdivia. En
el informe de su comisión, el perspicaz funcionario reveló al mo­
narca la verdad sobre el pueblo araucano, que a él mismo le
resultó sorprendente:
Los indios -escribía al rey- que el miedo, el interés y la adulación
ha fingido tan bárbaros, fieros e inhumanos, ha hallado mi expe­
riencia, mansos, dóciles y racionales, y lo que es más prodigioso, al
oír sólo el nombre V.M. no hay demostración de rendimiento y
veneración que no practique... yo emprendí el viaje por tierra con­
tra el dictamen de todo el mundo, creyendo más y más la pondera­
da arduidad, mientras más me acercaba a aquellos límites; en fin,

50 Carta fechada en Santiago el 9 de abril de 1696. BN.BM., ms. vol. 169,


pieza 3519.

147
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAl'CANIA

yo me introduje por el camino de los Llanos, y por donde desde el


año de 1723 estaba cerrado el paso, y aunque los más condescen­
dientes eran de parecer que debía lo menos llevar una crecida
escolta, arriesgando con todo eso mi vida, y una inquietud general
de la tierra, que por consiguiente esperaban se levantase, cuando
no fuese más que por la sospecha de que yo les iría a observar sus
movimientos... con todo eso, firme en el concepto contrario, no
llevé más escolta que la de dos criados, un capellán y dos buenos
intérpretes, prácticos del terreno y sus habitadores, y aunque es
verdad que a pocas leguas de haber internado se congregaron a mi
torno, excitados de la novedad, innumerables indios, pero apenas
los convoqué y les hice una arenga, expresándoles quién era, los
fines que me conducían, añadiéndoles entre otros que como Minis­
tro de S. M. y su Fiscal deseaba tratarlos e informarme de su vida y
gobierno, para participarlo a mi soberano; cuando se levantó una
incomprensible algazara de aplauso y celebración, significando con
mil varias demostraciones su gusto, regocijo y obediencia; de suerte
que desde allí puedo decir y asegurar que fui llevado en palma de
los indios por todas sus tierras, mostrándome ellos mismos cuanto
había digno de verse, festejándome con músicas y cargándome de
excesivos regalos, con tal abundancia de comestibles que nunca vi
igual profusión, compeliéndome muchas veces a hacer cargar mu­
chas muías de víveres y provisiones, que no necesitaba, franqueán­
dome caballos, guías, escoltas y de todo cuanto consideraron
conducente a mi transporte.51

Salas llegó a Valdivia después de recorrer unos 450 kilóme­


tros sin el menor problema, en un viaje que pareció triunfal. Du­
rante su regreso a Concepción fue abrumado con las mismas
atenciones:
jamás me faltó la escolta de quinientos o mil indios armados, que
venían a mi disposición de orden de sus caciques y gobernadores.
Hubo ocasión que en seis días apenas pude caminar cuatro leguas,
porque a muy poca distancia de unos lugares a otros estaban prepa­
radas ramadas y camaricos, que ellos llaman, donde congregados,
ya de dos, ya de tres mil indios, según sus parcialidades, me espera­
ban con obsequios, obligándome a alojar a media hora de camino
para recibirles, y oírles sus largas y prolijas quejas, de suerte que en
uno de los principales parajes, que viene a ser el centro de sus
tierras, entre Boroa y la Imperial, duró el parlamento desde las diez
del día hasta la oración, en que concurrieron 52 caciques, innume­
rables indios principales, llegando de siete a ocho mil los hombres

51 Publicado por Ricardo Donoso en Un letrado del siglo XVIII, el doctor José
Perfecto de Salas, tomo I, pág. 120.

148
1 AS REI ACIONES FRONTERIZAS

de armas, fuera de la chusma de mujeres y niños que no pude


computar porque inundaban el campo.

Una de las conclusiones que el Fiscal obtuvo de su expedi­


ción, se relaciona con el ascendiente de los hispanocriollos sobre
los indígenas como resultado del largo contacto:
Los indios -informa al rey- tienen sumo respeto a los españoles, y
éstos natural imperio en ellos; no lo creyera a no haber visto mu­
chas veces que un hombre español de la más ínfima condición
domina cuadrillas de indios con más superioridad que la de un
amo a sus esclavos; así se ve también en los capitanes que llaman de
amigos, que un solo hombre impera centenares de indios entre
quienes vive, sin otra defensa que su natural respeto.

Las palabras de Salas, demasiado entusiastas, corresponden a


un momento extremadamente favorable en las relaciones con los
indios, sin que faltasen motivos de queja, como él mismo anota de
paso, que podían estallar con violencia en situaciones de ruptura.
Aunque las relaciones de amistad habían llegado a compren­
der a casi todas las parcialidades araucanas, descansaban en un
equilibrio más o menos tenso de acuerdo con la cercanía o lejanía
de la línea fronteriza y según la experiencia tenida con los domi­
nadores.

LOS ALIADOS PEHUENCHES

Avecindados al otro lado de los Andes y desplazándose temporal­


mente a los valles superiores del faldeo occidental, los pehuen­
ches fueron sólo un peligro esporádico para los hispanocriollos
durante los siglos XVI y XVII, cuando, concertados con los arauca­
nos, atacaron los fuertes y establecimientos de la comarca de los
ríos Maulé, Nuble, Itata y Laja.
En la primera mitad del siglo XVII, sin embargo, la situación
comenzó a variar debido al comercio que realizaban con los habi­
tantes de la Frontera y porque las autoridades de Chile considera­
ron útil su alianza para la defensa del costado oriental de la región.
A su vez, los indígenas cordilleranos necesitaban la ayuda de los
chilenos para enfrentar a enemigos que los amenazaban.
Desde el siglo anterior, los huilliches, situados al sur del río
Toltén, habían iniciado incursiones a las pampas del otro lado de

149
VIDA FRONTERIZA EN IA ARAL'CANIA

la cordillera y habían concluido por establecer agrupaciones que,


desplazando a los indios locales, llegaron a ser poderosas y activas.
En la pampa y en las inmediaciones de la cordillera, los hui­
lliches tuvieron continuos roces con los pehuenches en la disputa
por los recursos naturales. Ambos pueblos dependían de la caza
del guanaco y del avestruz, de la recolección de frutos y de la
captura o el robo de los ganados caballar y vacuno. Los choques
fueron violentos y dejaron una secuela de venganzas feroces que
obligaron a los pehuenches a defenderse desesperadamente. Se
agregaba para ellos el peligro de los araucanos de los Llanos y el
de ios moluches de la precordillera, que solían atacarlos en oca­
siones.52
Los pobladores de la Frontera y, consiguientemente, el Ejér­
cito, se vieron inmiscuidos en ese juego bélico por la estabilidad
requerida en la región y por la importancia relativa del comercio
con los hombres del pehuén. Al fin y al cabo, convenía que éstos
se mantuviesen separados de los araucanos e hiciesen el papel de
tapón cordillerano para evitar las incursiones de los huilliches del
otro lado.
Un indicio importante en la mutua búsqueda de relaciones,
fue la realización del parlamento del Salto del Laja, convocado
por el gobernador don Manuel de Amat y Junient en 1755 para
reafirmar las paces con las diversas parcialidades. En esa reunión,
los pehuenches fueron recibidos con un ceremonial y conversa­
ciones aparte que sentaron un precedente para el futuro. Además
de los acuerdos para mantener la paz, los montañeses pidieron la
protección de las armas hispanochilenas y la creación de una mi­
sión franciscana en Santa Bárbara, a la entrada de la cordillera,
junto al Biobío, que efectivamente fue establecida, al igual que un
fuerte.
No obstante el acercamiento iniciado, los pehuenches conti­
nuaron durante algún tiempo con incursiones aisladas de pillaje,
lo que no impidió que la alianza se abriera paso de manera inelu­
dible, hecho que quedó de manifiesto en la década de 1760 a
través de diversos episodios.
Con motivo de un ataque de los huilliches a un campamento
pehuenche, en que murieron cuatro caciques y diecinueve moce­
tones y fueron capturadas diez mujeres, recurrieron los montañe­
ses al corregidor de Maulé para pedirle el apoyo de cincuenta

Todas estas materias las hemos tratado con detenimiento en nuestro


libro Los pehuenches en la vida fronteriza.

150
LAS RELACIONES FRONTERIZAS

hombres con arcabuces, atentos a la perpetua alianza que tenían


con los españoles contra “toda nación de indios u otra cualquiera
de Europa”. Agregaron que sin esa ayuda deberían abandonar el
flanco de la cordillera.
No se les concedió apoyo inmediatamente, por lo que conti­
nuaron las hostilidades hasta que en un ataque huilliche fueron
muertos 50 pehuenches, y capturadas 100 mujeres y un buen nú­
mero de caballos.53
En el parlamento de Negrete, efectuado en diciembre de
1764, los caciques cordilleranos se quejaron al gobernador don
Antonio de Guill y Gonzaga, quien debió interponer su autoridad
para establecei' la concordia. Sin embargo, el resultado fue nulo.
Apenas regresó el gobernador a Concepción, recibió un escrito de
parte de los pehuenches y otro de los misioneros de Santa Bárbara
y del Comandante del fuerte respectivo, anunciándole la prepara­
ción de una gran formación de huilliches encabezados por un
renegado y dos mulatos. El propósito, según se había sabido, era
exterminar a los pehuenches, apoderarse de sus tierras y de las
salinas, “que sirven de tanta utilidad a esta frontera”.54
Según el Gobernador, en esa oportunidad los pehuenches
nuevamente “alegaron el derecho que tenían a ser amparados y
socorridos del ejército, con los muchos ejemplares que son cons­
tantes de lo bien que se han portado siempre con los españoles
hasta traer presos algunos malhechores, cabezas de revolución
entre los demás indios”.
Guill y Gonzaga convocó una junta de guerra y en ella se
acordó “afianzar la parcialidad de los indios pehuenches del parti­
do de los españoles, para sujeción de las demás naciones indias” y
mantener protegido el flanco de la cordillera. En caso de ser
vencidos aquellos aliados, se argumentó, habría que mantenerse
sobre las armas por aquel lado para evitar las correrías y robo de
ganado. Se perdería, además, el tránsito a las salinas de ultracordi-
llera.
Mediando esos acuerdos, el Gobernador destacó 200 hom­
bres de infantería y caballería al mando de un teniente conocedor
de la lengua y de los ardides de los nativos. Alrededor de ellos se
congregaron 500 pehuenches de a caballo. Esa fuerza no podía
sino tener éxito: los huilliches fueron derrotados y dispersados,55

55 Diversos documentos en AN.CG., vol. 300.


54 Oficio de Guill y Gonzaga al Rey. Concepción, 1° de marzo de 1765,
AN.FV., vol. 813, foja 37. ‘

151
VIDA FRONTERIZA EN 1A ARA! (ANI A

dejaron 30 muertos en el campo, y el botín consistió en 200 muje­


res y más de 800 caballos, que debieron quedar en poder de los
montañeses.
Un año más tarde, las autoridades recurrieron a sus aliados
para poner en jaque a los araucanos, que habían efectuado algu­
nos ataques en respuesta al plan de concentrarlos en pueblos. Los
pehuenches actuaron con algún retraso, dirigiéndose a Angol,
donde el maestre de campo Salvador Cabrito se encontraba sitia­
do; pero en esos momentos las hostilidades estaban detenidas por
una gestión amistosa (pie pondría término al levantamiento.
En todo caso, los pehuenches atacaron a los indios de los
Llanos, dieron tres asaltos, mataron mucha gente, hicieron cauti­
vos -niños v mujeres- e impidieron él cultivo del campo, teniendo
también que padecer un desastre: en un emboscada pereció un
cacique con cerca de 150 hombres. En esas circunstancias, el caci­
que araucano de Maquehua, cuya reducción se encontraba al sur
del río Cautín, dirigió mensajes a los huilliches para atacar con­
juntamente a los pehuenches y a las fuerzas hispanocriollas. ('.ono­
cido el plan, una junta de guerra, convocada por Cabrito, ratificó
la importancia de tener a los pehuenches como aliados y decidió
apoyarlos con dos compañías de milicianos y otros auxiliares dota­
dos con unos veinte fusiles y dos esmeriles.55
Por entonces se produjo una trizadura en la alianza con los
pehuenches, debido a una determinación desacertada: se ordené)
(pie abandonasen terrenos que ocupaban tradicionalmente en Vi-
llucura, cercanías de Santa Bárbara. Afectados por esa medida, la
mayor parte de los cordilleranos dirigieron sus ataques contra
varios puestos situados en el sector montañés o junto a él: Antuco,
Tucapel, Santa Bárbara y Alico.
En la contraofensiva participó) el capitán de dragones don
Ambrosio O’Higgins, recién llegado al país, a quien se encomen­
dó la erección de un fuerte en Antuco, que quedó concluido en
enero de 1770. También se levantaron puestos fortificados en
Trubunleo, Alico y Vilhicura, este último con el nombre de Prínci­
pe don Carlos. A la vez se procedió) a trasladar el fuerte de San
Carlos de Purén desde la orilla sur del Biobío a la del norte, con la
intención de convertirlo en la gran plaza fortificada de la Fronte­
ra, proyecto (pie quedó a medio realizar, aunque fue efectivamen­
te de importancia.

" Comunicación de la Junta de Guerra, Concepción, 28 de enero de 1767.


AN.AG., vol. 36, pieza 21.

152
LAS RELACIONES FRONTERIZAS

Las medidas defensivas denotan que no se confiaba en los


pehuenches, a raíz del levantamiento y por fechorías aisladas; aun­
que éstas eran provocadas tanto por los indígenas como por los
aventureros del Valle Central y de la Frontera, incluidos hacenda­
dos y oficiales inferiores. Sin embargo, las relaciones amistosas se
restablecieron pronto y la alianza volvió a ser una realidad.
Hasta fines de la época colonial, el Ejército siguió prestando
su protección a las bandas pehuenches, que consistía, por lo gene­
ral, en un reducido número de fusileros, diez o veinte, que esta­
ban para hacerse respetar por los huilliches. A veces se agregaba
algún destacamento un poco mayor y se procedía a tomar la ofen­
siva para desbaratar formaciones guerreras o dar satisfacción a los
deseos de venganza de los pehuenches.
En las acciones bélicas, los hombres del pehuén experimen­
taron bajas de manera constante y, siendo un pueblo de escasa
población, resultaron afectados. Los grupos del otro lado de la
Cordillera fueron los más perjudicados y debieron concentrarse
preferentemente en las cabeceras de los ríos que descienden al
oeste de las montañas. En todo caso, no dejaron de tener presen­
cia en la cuenca que desciende hacia las pampas.
La alianza tuvo una última forma de expresarse en 1806 con
un hecho muy singular, la expedición del alcalde de Concepción,
don Luis de la Cruz, desde el fuerte Antuco a Buenos Aires, que
no habría sido posible sin la participación de caciques pehuen­
ches.56
El objeto de De la Cruz era reconocer el camino a través de
la Cordillera y de la pampa para establecer cómo podrían ser las
comunicaciones entre la ciudad de Concepción y la capital del
virreinato vecino. En la ocasión fue acompañado de cuatro perso­
najes, un soldado y quince sirvientes y contó con el apoyo del
principal jefe pehuenche, Manquel, otros caciques y algunos de
sus mocetones. Los amigos se comprometieron a conducirlos a
través de las pampas, facilitar el trato con los jefes locales y llevar­
los sanos y a salvo a Buenos Aires. No era fácil la tarea, dada la
distancia y la posible mala voluntad de los caciques de las pampas,
que siempre tenían motivos de sospecha y no olvidaban antiguas
cuentas que ajustar.

36 El viaje de Luis de la Cruz es conocido por su diario, titulado Viaje a su


cosía del alcalde provincial del muy ilustre cabildo de la Concepción de Chile, que fue
publicado por Pedro de Angelis en el tomo I de la Colección de obras y documentos
relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata. Hemos
consultado la segunda edición, de 1910.

153
VIDA FR( )NTE RIZA EN LA ARAl (LANIA

Manquel y De la Cruz, no obstante, se condujeron con habili­


dad y superando roces alcanzaron Melincué, en las cercanías de
Buenos Aires. Los planes, sin embargo, debieron ser cambiados
porque justo en esos días los ingleses se habían apoderado de la
capital virreinal y el alcalde de Concepción debió dirigirse tras el
virrey para ponerse a sus órdenes. Manquel y sus pehuenches
debían regresar solos a sus tierras.
Llegó el momento de la separación. Los caciques lamentaron
no haber cumplido la promesa de dejar al grupo cristiano en la
ciudad. De la Cruz, por su parte, prometió recomendarlos al vi­
rrey Sobremonte y les aseguró que no olvidaría sus servicios y su
lealtad. Uno de los caciques, Puelmac, lo abrazó y le pidió decir a
Sobremonte que sus tierras, su amistad y la de los suyos siempre
serían de él. El jefe chileno contestó emocionado y las lágrimas
asomaron a los ojos de todos.
Al momento de despedirse, los pehuenches lloraron como
niños. De la Cruz les encomendó cartas para sus superiores en
Concepción y prometió ir a visitarlos a Antuco cuando regresase.
Finalmente, les dio dinero para que comprasen una vaca para
alimentarse y se despidió con fuertes abrazos.
Ahí concluyó este episodio de amistad y colaboración pe-
huenche, que si bien no se tradujo en ventajas inmediatas, permi­
tió conocer mejor el trayecto y el mundo de las pampas.

154
LA ACCION OFICIAL

EL TRABAJO MISIONERO

Desde los días mismos de la conquista, los pocos sacerdotes que


acompañaban a las huestes iniciaron la tarea de cristianizar a los
nativos de la Araucanía. Fue una labor difícil por el abismo cultu­
ral que separaba a unos y otros y porque la doctrina era enseñada
desde el bando que imponía a la fuerza un férreo sistema social y
económico. Además, la prédica era eventual y carecía de conti­
nuidad.
Una intención más sistemática guió a los jesuítas, que se esta­
blecieron en el país a fines del siglo XVI e incursionaron por las
tierras de los araucanos junto a los destacamentos armados. Proce­
dieron, además, a crear, en 1612 y 1613, las misiones de Rere,
Concepción y Arauco y, al aproximarse la mitad del siglo, las de
Boroa y Ranquelhue. Pero los trances de la guerra perturbaron la
tarea, y el levantamiento de 1654 determinó la extinción de casi
todas las misiones.
En 1668, al erigirse el fuerte de Purén, entre reducciones
muy indómitas, se estableció un centro misionero y, diecinueve
años más tarde, otro en el paraje de la Mocha, a orillas del Biobío,
en el sitio actual de la ciudad de Concepción.
Las dificultades continuas de la guerra frustraron la labor de
los misioneros, y los resultados fueron muy dudosos; aunque no
puede desconocerse que los indígenas percibieron que el papel
de los sacerdotes era distinto al del resto de los dominadores y
que su espíritu humanitario les favorecía hasta donde era posible.
Los misioneros, por su parte, adquirieron experiencia y, como
fruto de sus afanes, elaboraron algunos breves estudios de la len­
gua mapuche que fueron muy útiles para entenderse con los arau­
canos.

155
VIDA FRONTERIZA EN I.-\ ARAICAN1A

En las postrimerías del siglo XVII, dos hechos crearon una


situación más favorable para las misiones: el reinado de la paz en
la Frontera y el impulso oficial dado a la cristianización en 1697
con la creación de la Junta de Misiones.
El organismo debía regular y vigilar el sistema y las actuacio­
nes concretas. De acuerdo con las instrucciones de la corona,
debían admitirse los usos y costumbres de los araucanos, respetar
sus posesiones y no agraviarlos ni exigirles trabajo ni tributo. El
propósito era efectuar .simplemente la evangelización y la ense­
ñanza, sin nada que los perturbase. Para facilitar esas labores, se
dispuso la creación de un colegio de naturales, que efectivamente
funcionó en Chillan.
En la misma época y principalmente por la dedicación del
gobernador don Tomás Marín de Poveda, fueron fundadas o res­
tablecidas las misiones de Imperial y Boroa, confiadas a los jesuí­
tas, Tucapel, Peñuelas y Maquehua, entregadas a los franciscanos,
y Repocura, Chacaico y Quechereguas, asignadas a clérigos por el
momento.
El siglo XVIII se inició de esa manera con trece misiones en
la Araucanía si se agregan las ya existentes en Rere, Concepción,
la Mocha, Arauco y Purén. No todos los establecimientos tuvieron
una vida regular, debido a fallas del (mandamiento y porque se
abarcó un territorio demasiado amplio, en que la sumisión de sus
habitantes era irregular. Por esas circunstancias, las misiones de
tierra adentro debieron ser abandonadas durante el sacudimiento
de 1723 que, según hemos señalado, no fue grave y durante el
cual los sacerdotes no corrieron riesgo.
La Compañía de Jesús fue la orden religiosa que puso más
empeño en la predicación de la fe y, después de su expulsión en
1767, la tarea fue asumida casi por completo por los franciscanos,
que debieron hacerse cargo de las misiones dejadas por los hijos
de San Ignacio.
Las misiones de la Araucanía fueron unos puestos muy po­
bres. Constaban de una iglesia de madera y techo de paja, aunque
las existentes en los fuertes más antiguos eran de adobe y teja. Las
habitaciones de los padres, de los sirvientes y de los niños indíge­
nas, eran algo más que ranchos y rucas. Poseían terrenos inmedia­
tos para cultivos, árboles frutales, unos cuantos vacunos y ovejas,
caballos y muías para viajar y trasladar mercancías. Una bodega y
corrales eran complementos indispensables.
Por regla general, residían en ellas dos sacerdotes, que te­
nían a su servicio algunos mozos mestizos, además de los niños,
(pie servían para diversos menesteres.

156
LA ACCION OFICIAL

Los sacerdotes solicitaban a los caciques y a los mocetones la


entrega de sus hijos para introducirlos en la fe, con resultado
inmediato favorable. Procuraban también atraer a los mayores,
generalmente de manera infructuosa y obteniendo sólo la simula­
ción y luego la deserción. El avance del cristianismo fue lento y
muchas veces desalentador. Pero los sacerdotes perseveraban en
su trabajo con grandes sacrificios y en ocasiones con peligro, sin
obtener más que un resultado mínimo. Para ellos era satisfactorio
lograr el bautismo de los niños, después d.e una instrucción míni­
ma, porque cumplían con un principio básico del cristianismo:
borrar el pecado original y dejar abierta la posibilidad de la salva­
ción. Por esa razón, aun cuando los indios cristianizados abando­
nasen luego la religión, quedaba un fruto que compensaba el
esfuerzo y daba sentido al celo de los misioneros.
La forma de proceder en la explicación de la doctrina tuvo
que ser ingeniosa para poder salvar la distancia de conceptos y
valores que separaba a los blancos de los indígenas. El padre Bell
explica el método de los jesuítas:
Rézanse las oraciones, dando a entender con quien habla cada
uno, lo que contienen y lo que el Padre Nuestro pedimos a aquel
ulmén que les dicen que es Dios, porque esta palabra ulmén signifi­
ca, en su lengua, un señor grande en poder. Díceseles luego el
catecismo, donde se les explican los misterios de nuestra santa fe,
desde la primera pregunta en que se les da a entender que hay
Dios... porque no dan adoración alguna a cosa creada, ni increada;
sólo temen a lo que llaman huecubú, que tampoco saben lo que es,
sino una causa oculta que les hace daño o quita la vida; y este
huecubú dicen que le introducen los brujos. También llaman huecu­
bú cuando sucede una cosa espantosa o sobrenatural, que no saben
cómo se ha causado. Todo se les explica hasta el último misterio de
que hay premio para los buenos y castigo para los malos, que se les
hace muy dificultoso de creer. Porque dicen que los muertos ya no
pueden parecer; que aunque conocen que las almas no mueren,
pues dicen que pasan carculefquen, esto es, de la otra vida descansa­
da, siempre en fiestas, bailes, bebiendo chicha negra, comiendo
papas y otros errores disparatados.1

Es fácil imaginar la idea que podían formar de Dios a partir


de sus caciques, tan groseros e irremediablemente humanos. La
vida eterna debía parecerles aburrida si no prolongaba los placeres
terrenales, y los valores cristianos, que conducían a la recompensa

1 CHCh, tomo Vil, pág. 466.

157
VIDA FRONTERIZA EN L\ ARAUCANIA

o al castigo, debieron ser vistos con desprecio, acostumbrados,


como estaban, a una justicia basada en la venganza inmediata.
Las explicaciones dadas por los sacerdotes y las comparacio­
nes a que acudían, muchas veces dejaban perplejos a los nativos,
como se lo expresó uno de ellos a un doctrinero: “Padre, estas
cosas no las hemos oído jamás, ni se saben tan a prisa, ni de una
sola vez. Vuélvenos a repetir lo que has dicho”.2
El fondo del asunto residía en que los araucanos, igual que
los cristianos, tenían un concepto acabado y definitivo del cosmos,
en que todo resultaba explicado por los poderes sobrenaturales
de los espíritus, que en forma caprichosa, para bien o para mal,
manejaban todos los sucesos. Los agüeros les indicaban el rumbo
de los hechos y podían recurrir a la hechicería para detener la
maldad de los espíritus o inducir a éstos a actuar contra un rival.
El orden establecido, tan claro, llegaba a ser alterado por los
nuevos hechiceros, que, a nombre de un Dios Todopoderoso los
reprendían y los presionaban para abandonar sus venganzas, la
poliginia, la sodomía y la embriaguez.
Los indios no llegaron a entender a los padres, ni éstos a los
indígenas, y de ahí que la acción apostólica fuese un fracaso si se
atiende a resultados masivos y a una adecuada comprensión.
Con todo, hubo algunos resultados y ciertos individuos que­
daron incorporados a la fe. “La doctrina -comenta un misionero-
es como coger agua en un cedazo que, aunque no la detiene,
queda mojado”.
Mucho más importante fue el papel terrenal de las misiones
como centros de contacto y apoyo de las relaciones fronterizas. En
ellas hubo concurrencia y tránsito de personas, roce humano,
tratos comerciales, comunicación de noticias y rumores, obten­
ción de dádivas y regocijo. A ellas concurrían los indios con sus
mujeres para visitar a sus hijos y recibir regalos, los mestizos que
deambulaban por la Araucanía en espera de cualquier lance, los
comerciantes con sus recuas de muías, bandidos en fuga, los capi­
tanes de amigos efectuando sus negocios e indagando sobre las
parcialidades y, en fin, destacamentos del Ejército en labor de
vigilancia. Intereses divinos y humanos se entrecruzaban, en una
especie de escenario del trajín fronterizo.
El método mismo de las misiones conllevaba esos aspectos,
porque de alguna manera había que atraer a los naturales. Un
ejemplo que puede generalizarse anota el cronista Bell, al referir­

2 Diego de Rosales, op. cit., tomo III, pág. 312.

158
LA ACCION OFICIAL

se al método de los misioneros de Coiné, que al hacerse cargo de


su puesto “llevaron añil, chaquiras, cintas y otras cosas, sin excluir
el vino. A la voz acudieron los indios que rezaron, asistieron a
misa y declararían probablemente que se harían buenos cristianos
y tendrían una sola mujer”. Recuerda el jesuíta, más adelante, que
uno de los misioneros siguió a Repocura e
hizo los mismos beneficios a los indios, quienes le seguían por el
interés de los donecillos. Llegaba el día de fiesta y ponía a la puerta
de la iglesia, según contaban los que lo vieron, una o dos botijas de
vino; y ellos al reclamo venían a misa y a rezar; pero se conocía que
más venían al vino que a la misa. Muchas veces pasé por Repocura
y no supe que alguno hubiese recibido la fe y creencia de Cristo;
antes bien, en ninguna otra misión acuden menos a las cosas del
rezo. Bautizaría allí en Repocura y en las partes que estuvo, muchos
párvulos, rezaría a los adultos y procuraría reducir algún moribun­
do, se acabaría el vino y se acabó la devoción. Estando yo en la
misión de Toltén el Bajo, que es adonde acuden más los indios a
rezar y a misa, cuando venía el sínodo, siempre regalaba con estos
donecillos que venían para el intento, y los días que repartía algo
(que nunca se les dio vino) se llenaba la iglesia, que es bien capaz?

Debe agregarse que los sacerdotes dispensaban ayuda a los


enfermos, cuidaban a grupos de niños y desempeñaban otras fun­
ciones en favor de los indios, como refiere un documento:
siendo los misioneros los únicos que hay en la tierra haciendo
oficio de pastores, padres y jueces, acuden a bandadas los indios
pobres, los viejos y los enfermos continuamente a pedir limosna, y
obliga la caridad a darla, y siendo innumerables los que hay y no
teniendo otro recurso, es un renglón muy considerable, y se le
quitan de la boca los padres por dárselo y por tenerlos gratos y
aficionados a nuestra fe.34

Para los indígenas, las misiones fueron importantes y pasaron


a ser parte de su existencia, como se desprende del testimonio de
uno de ellos, que se formó en la de Bajo Imperial. El personaje es
Pascual Coña, que llegara a ser cacique y que en sus Memorias
describió sus experiencias, correspondientes a la década de 1860.

3 Juan Bell, op. cit., en CHCh, tomo VII, pág. 478.


4 Memorial dirigido por el padre Antonio Covarrubias a la Junta de Misio­
nes. Santiago, 24 de septiembre de 1708. Publicado por Claudio Gay en su
Historia Jisicay política de Chile. Documentos, tomo I, pág. 273.

159
\ IDA FRONTERIZA EN IA ARAL'CANI.A

Con un lenguaje apretado y encantador, Coña se refiere a su


niñez:
Cuando yo ya me daba cuenta de las cosas, vivía con mis padres en
el lugar denominado Rauquenhue. Allí me crié. Mi padre poseía
animales yacimos y un hato de cerdos; esos los pastoreé junto con
mi tío materno Colín y mi hermano Felipe. Durante tal ocupación
mía había llegado el I*. Constancio a la vega que hoy se llama
Puerto Saavedra. Allí se había establecido, pero yo no sabía nada
de su llegada. Parece que el P. Constancio hizo llamar cierto día a
los caciques de los alrededores; en primer lugar a nuestro querido
cacique principal Huaquinpau de Colileufu... El P. Constancio se
servía de un lenguaraz de nombre Carmen Coliupe. Este tenía el
título de “capitán de amigos", lo que quiere decir que miraba a los
indígenas como amigos suyos. Era medio huinca y medio mapuche,
oriundo del sur; dominaba perfectamente el idioma araucano. A
través de aquel capitán, el sacerdote informó a los caciques que
deseaba le entregasen a sus hijos, sugerencia que fue bien acogida.

Más adelante, el padre Constancio envió a dos mensajeros


por los niños y Pascual Coña fue de la partida, habiendo aceptado
voluntariamente su destino.
Prosiguiendo con su relato, el nieinoi ¡alista anota:

Vamos ya, dijeron los mensajeros, allí con el padre estarás feliz;
cada día comerás carne y pan y te pondrás bonitos vestidos; pala­
bras que aumentaban más mi alegría. Luego me llevaron. Regala­
ron a mi madre una capa, comprada en la tienda para que no se
afligiese y acto seguido me subieron al caballo... Yo tendría catorce
años de edad en aquel tiempo. Al llegar nosotros fuimos conduci­
dos a una casa que se llama cocina. Allí vino a verme el P. Constan­
cio y hablé) un rato conmigo... Mientras estaba allí me sirvieron
comida y al acercarse la noche me dieron cama; dormí allá. El otro
día me despertaron y equiparon con ropaje y todo lo necesario;
además me enseñaron lo que hacían los niños en casa del padre.
Yo me esforcé a imitar todo eso. Luego entré a la iglesia para oír
misa tal vez; no me di cuenta porque nunca había visto semejante
función. En seguida me llevaron a la casa donde se lee y escribe:
escuela se llama. El libro en que se aprenden las primeras letras (el
silabario) sólo me lo entregaron unos dos días después... Pasadas
las horas de clases salimos de la escuela para comer; ¡Verdadero
caldo con carne era lo que comimos y esto todos los días!... Los
indígenas, hombres como mujeres, se presentaban todos los días
ante el padre. En aquel tiempo no había huincas en esta región y
en ninguna parte había ocasión de comprar las cosas necesarias. Al
llegar donde el padre algunos se portaban con mucha torpeza,

160
LAA( ICION OFICIAL

pedían todo de balde. “Tabaco padre", dijeron; otros pidieron ají,


otros sal, cucharas, agujas, paños, etc.: todo lo que se les ocurría lo
pedían. Algunos se conducían bastante impertinentes; pero el pa­
dre tenía un corazón muy bueno; sin alterarse distribuía no más, ni
siquiera hablaba una sola palabra. Otros indígenas no exigían en
tal forma, (atando tenían necesidad de dinero traíán vacas y novi­
llos grandes y gordos; esos animales los convertían en plata. En
aquel tiempo había muchísimos animales; algunos caciques tenían
quinientas, otros trescientas cabezas vacunas... Cada día traían los
indígenas animales para la venta. Por eso, día por día nosotros
beneficiamos los animales vendidos aquí. Como el P. Constancio
mantenía tantos mozos, fuera el número crecido de alumnos inter­
nos, la carne no duraba mucho. A veces nosotros teníamos hasta
repugnancia a la comidas de carne; a causa de su gordura excesiva
perdimos toda gana de comerla. Los cueros de los animales car­
neados los secábamos sobre una varas. Allí se enj untaban y se
guardaban luego en la casa para mandarlos a Valdivia.3

En el convento de aquella ciudad se recibían los cueros, se


vendían, y con el dinero se compraban las mercancías que necesi­
taba la misión. Al llegar estas comenzaba de inmediato la visita de
los indígenas.
La descripción hecha por Coña aun cuando corresponde a
las etapas finales de la convivencia, puede aplicarse perfectamente
a la época colonial, aunque entonces el quehacer misionero se
efectuaba con menos recursos.
Con todos los antecedentes señalados es fácil colegir que las
misiones interesaban mucho a los nativos, que se acercaban a ellas
simulando aceptar la doctrina impartida por los clérigos con tal
de obtener todas las ventajas materiales que les proporcionaban.
No resulta extraño, entonces, que aceptasen en sus tierras a los
misioneros y que colaborasen con ellos en una escala que iba
desde la sinceridad hasta las malas artes.
Muchas veces los cronistas coloniales y los documentos ecle-
siásticos mencionan que tales o cuales caciques habían solicitado
con gran empeño la fundación de algunas misiones. Al comienzo
esos testimonios dan la impresión de ser ilusiones místicas de los
sacerdotes sin el menor viso de realidad; pero a la larga se com­
prende que las peticiones eran efectivas, aunque distaban mucho
de ser milagros operados por la fe.5

5 Los recuerdos de Pascual Coña fueron publicados con el título de Memo­


rias de un cacique mapuche.

161
\ IDA FRONTERIZA EN LAARAt CANIA

MISIONEROS ENTRE LOS PEHUENCHES

Es probable que los naturales de las montañas tuviesen trato eventual


con los sacerdotes que actuaron en la Araucanía desde tempranos
tiempos. Pero el primer intento de conversión lo experimentaron
recién a comienzos del siglo XVIII o, más exactamente, justo un año
antes de comenzar a correr esa centuria, el 1° de enero de 1700.
En aquella fecha, un clérigo de nombre José González de la
Rivera, bajo el nuevo impulso dado a las misiones, reunió en Lot­
eo, curso cordillerano del Biobío, a una multitud de pehuenches.
La reunión no pudo ser más cordial. Según el cura, al mencionar
el “santo nombre de Jesús alabado, se hincaron todos de rodilla,
porque a este santo nombre hasta los demonios lo hacen”.6*Des­
pués de ese encuentro hubo una parla y se señaló el sitio para la
misión, que luego se comenzó a construir. También se construye­
ron una o dos misiones más; pero el trabajo del padre González
fue interrumpido por una orden gubernativa que dispuso la entre­
ga de aquellos establecimientos a la Compañía de Jesús.
Dos jesuítas continuaron la cristianización, pero con muchas
dificultades por la dispersión y movilidad de las bandas, las distan­
cias y las asperezas del territorio y del clima. Otro inconveniente, a
pesar del buen comienzo, fue la rudeza de los aborígenes de acuer­
do con la expresión de uno de los misioneros: “aquí batallamos
con leones y áspides indómitos, y por eso la conversión de uno de
éstos es incomparablemente mayor valentía de la gracia”.'
El primer intento no pasó de cuatro años y no volvió a haber
una iniciativa hasta 1750, cuando los jesuítas emprendieron una
misión ambulante. Uno de ellos, el padre Bernardo Havestadt, se
internó por diversos parajes y en 1752 emprendió una arriesgada
expedición para llegar al corazón mismo de las tierras pehuen­
ches al otro lado de la cordillera.
En esta ocasión, la caravana estuvo compuesta de cuatro in­
dios, seis caballos, una yegua y veinticinco muías.
El audaz jesuíta salió de la misión de Santa Ee, lomó el curso
del río Laja y llegó al sector de Antuco, en las proximidades del
volcán del mismo nombre o Laja.

6 Carta del padre al Gobernador. Lolco, 9 de enero de 1700. BN.BM., ms.


vol. 171, foja 66.
' Párrafos de una carta del padre Juan José Guillermo, publicada por P. A.
Machoni, en Las siete estrellas de la mano de jesús, incluido por J. T. Medina en su
Biblioteca Hispanochilena, tomo II, pág. 400.

162
1A ACCION OFICIAL

La expedición, sin embargo, estuvo llena de peripecias y peli­


gros. Algunas agrupaciones pehuenches del lado oriental no te­
nían conocimiento de los sacerdotes y en una de ellas un indio
borracho trató de matar al padre Havestadt, sin que mediase nin­
gún incidente. Las dificultades se acumulaban a medida que el
viaje continuaba por parajes inhóspitos. Escaseaban el agua y el
pasto. El suelo pedregoso, en algunos lugares formado por lava,
destrozaba las pezuñas de las cabalgaduras; una excelente yegua
pereció de fatiga y otros animales quedaron prácticamente inutili­
zados.
Decidido a llegar a Mendoza, Havestadt prosiguió el camino,
pero fue virtualmente retenido por los indios puelches en Malar-
güe, que lo despojaron de diversos bienes y a quienes debió ceder
algunas muías para ganar su voluntad, o más bien, para salir con
vida. El viaje no podía continuar. Havestadt lo comprendió y de­
terminó regresar, si podía evadir la vigilancia de los indios. Hizo
rumbo al sur y al occidente, equivocando caminos, para cruzar las
cadenas montañosas por Alico, al norte de Chillán.
El trayecto fue largo y penoso, con sucesión de cumbres,
hielos eternos y precipicios que pusieron en peligro la vida del
misionero y de los dos indígenas que aún lo acompañaban y que
no disponían más que de pocos caballos y muías. En esas condi­
ciones, pudo llegar finalmente a la casa de Santa Ee, al cabo de
sesenta y seis días, en que habían perecido dos caballos, la yegua,
un potrillo y nueve ínulas.
Iái exploración de Havestadt fue el último intento de los jesuítas
por ampliar las misiones en el territorio pehuenche, porque a raíz
del parlamento de la Laja, de acuerdo con la decisión del goberna­
dor Amat, la evangelización de aquel pueblo fue encomendada a la
orden de San Francisco, que dio al convento de Chillán el carácter de
Colegio de la Propaganda Fide y estableció la misión de Santa Bárba­
ra como base de su labor con los pehuenches.
Para asentar la prédica en las agrupaciones más importantes de
aquellos indígenas, allende los Andes, resultó elegido a la suerte el
fraile Pedro Angel Espiñeira, que tomó su tarea con resolución.
Durante el verano de 1795, Espiñeira realizó una excursión
con muy pocos recursos y sin ánimo de alargarse tanto como
Havestadt. Lo acompañaban un intérprete, un mozo, un capitán
de milicias y un soldado, de acuerdo con el diario que escribió.8

8 El Diario, relación y razón de Espiñeira se encuentra en AN.RA., vol. 2996,


pieza 1-.

163
VIDA FRONTERIZA EX EAARAl CAXIA

Desde las primeras jornadas, el franciscano encontró una bue­


na acogida entre los pehuenches, (pie se mostraron deseosos de
conocerlo y escuchar las novedades (pie les llevaba, anunciadas ya
en el parlamento de la Laja.
Al otro lado de la cordillera, la recepción fue igualmente
grata, según el diario. En una de las primeras parcialidades en
acogerlo, se desarrollaron algunos episodios reveladores del méto­
do misionero y de las reacciones de los nativos. El cacique regaló a
Espiñeira un cordero para el almuerzo de su gente; pero el sacer­
dote, después de agradecérselo, le expresé) (pie el objeto de su
visita no era recibir regalos. Hizo, luego, ademán de retirarse y el
pehuenche le preguntó si “no echaba el agua a los chiquillos”,
replicándole (pie por ahora no bautizaría y (pie iba sólo a ver
cómo se dispondrían las cosas para impartirles el sacramento cuan­
do supiesen ser verdaderos cristianos. Le agregó, además, saber
(pie solamente les interesaba el bautismo por las chaquiras, agujas,
añil, tabaco y otros regalos, sin entender el significado del sacra­
mento y las obligaciones que imponía.
Los naturales escucharon sin disgusto esas palabras y algunas
reconvenciones y como Espiñeira se impresionase con esa actitud
y no hubiese impedimento grave para impartir el bautismo, acep­
tó finalmente imponerlo a tres pequeños. Sus padres eran cristia­
nos y tenían una sola mujer.
La ceremonia (pie se efectuó a continuación es descrita por
el misionero y vale la pena conocerla de su propia pluma:

Levantando a su divina Majestad los ojos, hice llegar las madres con
sus tres hijos: los dos de pecho, y el uno tomo de dos años. H íceles
mis requeiimienlos sobre criar cristianamente, y dar buen ejemplo
a estos inocentes, y que los tuviesen prontos para entregar al Padre
(pie los enseñase cuando viniese. Referíles la ley de Dios a (pie se
obligaban los bautizados, y saqué la imagen de María Santísima
Señora Nuestra, y horrorosa pintura del alma condenada, con (pie
tuvieron por algún ralo indios e indias mucho (pie admirar y enten­
der. 1 biné luego un instrumento músico, (pie llevo a fin de mover­
los más, y entrarles por el sentido del alma... y encendida luz nos
arrodillamos todos hacia la Pintura de la Virgen (pie pusimos pen­
diente de la ramada, y a este ejemplo se arrodillaron también (cosa
en ellos difícil, y poco vista), y así estuvieron sin quitar de la Virgen
sus ojos, oyendo descubiertas al sol las cabezas, la salve todo el
tiempo que nos detuvimos cantándola y finalizada (pie fue, para
(pie la novedad y grandeza del aparato les infundiese conocimien­
to, hice sacar y traer estola y cruz. Prevínose el vaso con agua en un
plato, todo muy limpio, y allí parados ante la Virgen y sus luces los
padrinos, y entregados de los párvulos, hechas varias oportunas

161
LA ACCION OFICIAL

invocaciones, y dicho el evangelio de San Juan, les pregunté a pa­


drinos y padres qué era lo que pedían a la Iglesia, y querían de
aquellos chiquillos, respondieron: que ser bautizados como los Humeas
o españoles.

Como padrinos actuaron el capitán, el intérprete y el soldado.


Al terminar el ritual, Espiñeira explicó a los indígenas que
los recién bautizados eran pupilos y corderilos de la Virgen, a
quienes ella defendía y pastoreaba para que el lobo infernal o
Pillán no los matase y llevase al ftiego del infierno como el conde­
nado de la pintura que tenían a la vista.
Con esas palabras, el evangelizado!" se despidió de los nativos
y luego tuvo cuidado de anotar en el diario no haberles dado
nada, porque los f ranciscanos no deseaban entrar en el juego de
los regalos materiales y lograr conversiones interesadas.
Otro episodio curioso se desarrolló dieciséis kilómetros más ade­
lante, en el atinar de Painequén, con quien tuvo largas conversacio­
nes. Cansado y deseoso de entregarse al sueño en su tienda, vio que
llegaba el cacique con algunos de los suyos y un cordero de regalo:
Recibíle el presente (que lo contrario sienten en extremo) y le di
las gracias -escribió en el diario- pero signifiqué no quería me
pensionasen en aquello ínterin no tuviese mayor necesidad, y le
repetí lo que mi compañero el Reverendo Padre Comisario de
Misiones les había dicho en el parlamento: no veníamos a buscar
ponchos, tierras, corderos o haciendas, sino por sus almas. Tendióse un
paño en el suelo para comer sobre él, que aun en todo aquel
discurso del día, no se había hecho, y convidé a mi favorecedor.
Sentóse, y empezó a hablar con alegres expresiones de la compla­
cencia de mi venida. Díjele cómo era mi ánimo ver a los caciques
que nos habían pedido en el parlamento para tratar lo que fuese a
ellos y toda su gente más conveniente, y me respondió que Curipil
los haría juntar, y allí se determinarían con mi presencia bien las
cosas. Que si los indios Aucas tenían patiru siendo alzados en su
tierra: que por qué ellos no siendo alzados nunca, sino fieles vasa­
llos del Rey, y amigos del español no lo han de tener? Que de qué
sirve entre a echar el agua el padre a sus güenes una vez al año si
luego se va, y los deja como estaban? Que lo que decían que ellos
se cristianizaran por el interés eran los que poco saben. Que en
todas partes había buenos y malos, y ellos por eso habían pedido al
señor Presidente un padre de buen corazón que estando acá les
enseñase, y sería otra cosa. Que bien sabía Dios, que sin pensar le
daba de comer todos los días. Fomentóle este pensamiento, y díjele
que ya Dios alumbraba su entendimiento... Descansé un rato ro­
deado de indios, que venían a la novedad, y extrañaban mi ropaje,
y luego volvió el cacique con otros muchos, y pidió ver la pintura

165
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAl'CANIA

de la Virgen (de que mis compañeros le habían dado noticia).


H íceles con su vista por el intérprete una larga declaración de los
Misterios, y sacramentos de nuestra le. Arrodilláronse, besaron la
imagen, y me oyeron como pudieran los más atentos cristianos. Lo
demás diré mañana, si puedo: pues ahora vamos a rezar el Rosario,
y cantar con el instrumento nuestra salve, (pie será para ellos un
pasmo.

El día siguiente, Espiñeira y su grupo se encontraron con


partidas de pehuenches armados dispuestos a luchar con los hui­
lliches, que se aproximaban para atacarlos. Partieron esos grupos
y los cristianos quedaron en la reducción a cargo de las mujeres,
que sé mostraron muy diligentes. Pusieron las cabalgaduras de los
visitantes junto con las suyas en una rinconada donde abundaba el*
pasto estacional, y luego, recuerda el franciscano,
trabaron conversación con el Intérprete, le preguntaron de dónde
yo era, si tenía madre, y hermanos, v otras curiosidades comunes
en todas las mujeres. Pidiéronme les enseñase aquella señora que
el Intérprete les había dicho era Madre de Dios, y ellas habían
divisado al Rosario. Manifestésela con explicación de lo (pie signifi­
caba, y misterios, (pie en ella, y por ella había obrado el todopode­
roso v no sólo le adoraron, besaron y consideraron arrodilladas,
sino (pie a los güenes, y familiares (pie iban ocurriendo, los hacían
ellas mismas arrodillarse, y mantenerse así hasta (pie yo acabé mi
explicación a (pie quedan muy adictas, y tan admiradas, (pie es
gusto ver sus expresiones. Por la parte preguntaron a uno de mis
asistentes, si yo era casado, y ¿tenía mujer? Y entendiendo decir
una importante agiideza, las respondió que sí: con aquella señora
Virgen Madre de Dios: que aquélla sola era mi mujer: pero (pie yo
no dormía con ella, ni era como los demás casados, etc. Oyeron
deletrear al mozo; (pie estoy enseñando, y diciéndose (pié era, y
para (pié, y (pie así enseñaría a sus hijos el Patiru si quisiesen
tenerlo adentro de su tierra; respondió una: eso sí, y no que aquí
nada saben: se crían como caballos. Trajeron unos huevos ((pie ellos
no comen porque dicen se alimentan de porquerías las gallinas)
para (pie yo les diese pan por ellos, y dándoselo, les devolví los
huevos diciendo (pie no era menester aquello para yo darles de lo
(pie tenía, y (pie yo no vendía nada: (pie de lo (pie me daban por
amor de Dios, daba yo también, y entonces dijo la principal: que así
me daba, y recibiese los huevos por amor de Dios. No les falta sino instruc­
ción.

AI decimotercer día de la salida de Chillán, los alimentos de


los expedicionarios estaban próximos a agotarse, por lo que hubo

166
IA ACCION OFICIAL

que recurrir a las “hospederas”, que gentilmente entregaron un


cordero “por amor de Dios”. Espiñeira no pudo desentenderse y
retribuyó con un poco de pan. Había entrado en el juego de los
nativos.
A la hora de comer -escribe el misionero- trajeron maíz cocido
(que llevan de la Frontera) a mis compañeros, y viendo que yo
comía para significarles mi llaneza, y aprecio, me enviaron aparte.
Comí disimulando la gran repugnancia que me ocasionaba la he­
diondez de la carne de caballo en cuyas ollas lo habían cocido, y lo
celebraron mucho. Envicies en el mismo plato, que es de palo bien
capaz, y llaman rale, de lo que estábamos comiendo para corres­
ponder, que es preciso entre ellos, y lo recibieron diciendo: Dios se
lo pague.

La caridad y el interés podían entrelazarse a impulsos del


apetito.
Al caer la noche, una vez más, Espiñeira pudo observar la
curiosidad de los indígenas por el ritual religioso. Mientras rezaba
el rosario y cantaba la salve con sus compañeros, unas mujeres
estuvieron escuchando deseosas de imitarlos. Se las invitó a acer­
carse y Espiñeira procuró varias veces que repitiesen el Ave María;
pero la pronunciación les resultaba difícil y terminaron por decla­
rar que no podían y que si supieran también rezarían.
Mientras tanto, tuvo lugar el combate con los huilliches, re­
sultando vencedores los pehuenches. Hubo entonces tranquilidad
suficiente para efectuar una reunión con los caciques comarcanos
para acordar la erección de una misión y escoger el sitio para ella.
El encuentro fue presidido por Curipil, reconocido como jefe
superior, y en él hubo perfecto acuerdo con Espiñeira.
Los jefes indígenas ratificaron su deseo de contar con una
misión en el lugar, porque, si existían entre los araucanos, con
mayor razón debían tenerla ellos, que habían auxiliado en algu­
nas ocasiones en la luchas contra aquéllos. Manifestaron, también,
algunos de los concurrentes, conocer ciertos principios del cristia­
nismo y deseos de conocerlo mejor. Solicitaron a Espiñeira que la
misión fuese permanente o que por lo menos estuviese atendida
durante el verano, reconocieron que los sacerdotes les eran útiles
porque los defendían de los aventureros que entraban a sus tie­
rras, se comunicaban con el gobernador y otras autoridades y
enseñaban a sus hijos a hablar el castellano, a leer y escribir.
Para finalizar la reunión, se eligió Rarinleuvu como sitio de
la futura misión y se otorgó a Espiñeira un nombre pehuenche.
Tipaiante, que significa “Salió el sol”.

167
VIDA 1RONT1 RIZA I X 1 A \RAI ( \\lA

En su viaje de regreso, el franciscano no tuvo inconvenientes,


salvo una herida en una pierna y haber tenido que soportar una
terrible tormenta, que de haberlo sorprendido en los cordones
más (‘levados le habría significado la muerte. A comienzos de le­
brero, estaba en el Inerte de Tucapel. Su viaje había durado veinti­
siete días.
El diario y los informes del padre seráfico permitieron a las
autoridades concretar la erección de misiones el mismo año de
1758. Santa Bárbara, según se ha visto, fue el centro de las acti­
vidades, con la calificación de “hospicio". El mismo año se fun­
dó la misión de Rucalhue, que tuvo muy corta vida. En 1760 se
creó la de Quilaco y luego la de Rarinleuvu, que Espiñeira ha­
bía acordado levantar con los caciques de la cuenca oriental. En
1766 se fundó una nueva misión en Eolco, que no sobrevivió
mucho tiempo.
Un infórme del Colegio de la Propaganda Eide de Chillan,
del año 1767, da a conocer cuáles eran los procedimientos de los
misioneros.'' Ea atención preferente estuvo dirigida a los niños,
orientada a la enseñanza de la doctrina, a cambiar las costumbres
y a entregar las bases de la cultura española. El bautismo era el
sacramento fundamental; pero antes de administrarlo debía ase­
gurarse el conocimiento de la fe.
Eos misioneros comenzaron a estudiar la lengua, que ya era
la misma de los mapuches, y contrataron para ese efecto un len­
guaraz, a quien mantuvieron un año entero en el colegio.
Fundamos escuela -prosigue el informe- en la reducción de ( '.ilia­
co [¿Quilaco?] de la otra banda del Biobío, para lo cual se pidieron
a sus padres aquellos hueñecitos que estaban ya proporcionados, a
quienes atendían tan del lodo nuestros conversóles que no sólo
hallaban en ellos maestros para la enseñanza y educación cristiana,
sino también padres para su total mantención y madres para su
cuidado. Albergábanlos en su misma casa con la incomodidad, que
su corla capacidad ofrecía; peinábanlos y lavábanlos como cariño­
sas madres; manteníanlos en un todo, quitándose de la boca el
preciso sustento, por remediar la necesidad de aquellos pobreci-
llos; y por fin cuidaban de vestirlos, deshaciéndose tal vez de sus
túnicas inferiores, quedándose los religiosos desnudos por vestir su
lastimosa desnudez, extremos a que los obligaba la cortedad del
sínodo de ciento y ochenta pesos que se libran a nuestros misione­
ros para mantención, gastos, vestuario y culto divino. Por lo que
toca al magisterio, se les enseñaba a estos niños, que eran doce, la

Informe del 12 de agosto de 1767. BN.BM., ms. vol. 194, foja 41.

168
LA ACCION OFICIAL.

lengua española y la doctrina cristiana así en esta lengua como en


la lengua natural. Para empeñarlos más bien en el cariño, se les
enseñaba también a leer y escribir, y esto con tanto empeño y con
tan feliz efecto que a poco tiempo tuvimos a nuestros indiecillos
tan adelantados, que pudieron presentar memoriales de su propia
letra al excelentísimo señor Virrey, al señor Presidente y a V. S. I.
con tanta admiración de todos, como edificación de una cosa tan
extraña entre estos indios.

El apostolado entre los pehuenches no fue más ni menos


exitoso que el efectuado entre los araucanos. Los padres bautiza­
ron de preferencia a los niños y asistieron física y espiritualmente
a los moribundos; pero no pudieron cambiar las costumbres ni la
ideas de los adultos. Ellos mismos, por lo demás, no se hacían
ilusiones respecto de los últimos.
Otro documento proveniente del Colegio de Chillán del año
1795 anota que en los años de existencia de Quilaco, 1758-1766,
había habido 59 bautizos, 6 casamientos y 26 entierros. En Lolco,
el año 1766, único de su existencia, los bautizos habían sido 52.
El levantamiento de 1765 fue fatal para las misiones de los
franciscanos, que las abandonaron sin desgracias personales, pro­
tegidos de sus feligreses nativos y más bien por precaución. Hacia
1798 el trabajo de los misioneros con los pehuenches estaba redu­
cido a Santa Bárbara y no volvió a expandirse.

TIPOS ERONTER1ZOS EN EL EJERCITO

El trato con los indios generó desde tempranos años la necesidad


de contar con algunos personajes que facilitasen el entendimiento
en forma más amplia. En un comienzo se utilizaron solamente
lenguaraces, pero con el correr del tiempo, como el cuadro se
hiciese más complejo, fue necesario contar con personas de ma­
yor responsabilidad que mantuvieran relaciones continuas y siste­
máticas con los araucanos.
En un comienzo los traductores fueron yanaconas atraídos
especialmente por los capitanes, que en el servicio aprendieron el
idioma castellano. Diego de Almagro contó con Felipillo, un indio
del Perú, y Pedro de Valdivia con Agustinillo.
La vida de los lenguaraces junto a los conquistadores no
siempre se tradujo en lealtad, como en el caso de Felipillo, que en
el valle de Aconcagua instaba a los naturales a levantarse, como

169
VIDA ER( )N I ERIZA EN 1A ARAl ¡CANIA

debían hacerlo los indígenas del Perú en aquel momento, año


1536. El hecho, sin embargo, no pasó inadvertido para los hom­
bres de Almagro y “como se entendiese la bellaquería, hicieron
justicia de él y de otros bellacos como él”.
En la primera década del siglo XVII la institución de los len­
guaraces estaba reconocida en el Ejército. Por lo menos había dos
de ellos, debidamente remunerados, que solían acompañar a los
gobernadores cada vez (pie incursionaban en la Araucanía. Gene­
ralmente los que desempeñaban esa función era mestizos.
El cronista Alonso González de Nájera se ha referido coi;
detenimiento a los lenguaraces, a quienes denomina farautes. So­
bre su origen, anota:
Para obligar a los indios de Chile a (pie se fuesen reduciendo de
paz hubo de nuestra parte en el principio de aquella guerra necesi­
dad de criar y sustentar intérpretes de la lengua de los indios, para
(pie pudiesen persuadirles nuestra pretcnsión y declarar a los nues­
tros sus respuestas, embajadas, designios y pretensiones, y que jun­
tamente fuesen también prácticos de las provincias y valles en (pie
se divide aquel reino, para guiar y encaminar nuestro campo los
veranos.1"

En las palabras de González de Nájera es posible apreciar


(pie los lenguaraces no sólo servían para comunicarse, sino que
además, como conocedores del territorio indígena, servían de ada­
lides para guiar a las tropas.
El cronista se quejaba de (pie los lenguaraces fuesen mesti­
zos, porque no obstante tener “plática y conocimiento de las cos­
tumbres y lenguas de los indios', como eran descendientes de
éstos “heredaron el ser no menos faltos de verdad (pie los mismos
indios, v el ser de ruines inclinaciones, en las cuales descubren
bien a la clara el parentesco (pie con ellos tienen”.
González de Nájera condenaba la designación de mestizos,
además, “porque los indios abominan a los mestizos como a hom­
bres (pie les parece tienen aquella parte de su sangre adulterada y
traidora”, y porque siendo los mestizos excelentes soldados “tie­
nen por esta causa tan ofendidos a los indios de guerra con los
daños (pie les hacen, que vienen los indios de estar con ellos muy
indignados”.
Sin embargo, el peor inconveniente (pie observé) González
de Nájera en los intérpretes fue su doble juego entre aquellos (pie111

111 Alonso González de Nájera, of>. cit.. págs. 143 a 150.

17(1
LA ACCION OFICIAL

comunicaban, valiéndose de la traducción para manejar las cosas


a su voluntad y de paso sacar algún provecho personal.
El gran conocimiento que tenían de las costumbres de los
indios, de su territorio y de todos los detalles de la guerra, los
convertía en consejeros oficiosos de los gobernadores, capitanes,
ministros y soldados recién llegados, que no tenían la menor no­
ción del ambiente en que debían desenvolverse. Por esta razón
-anota- los jefes españoles

no oyen, entienden, ni saben cosa de los intentos y designios de los


enemigos, sino de boca de los farautes que es sólo aquello que ellos
les quieren dar a entender. No se hace jornada que no sea por la
parte que aconsejan los farautes, ni se recibe paz que no sea por su
aprobación, ni se hace fuerte ni pueblo que no sea por su voto. Y
finalmente, no sé que haya cosa que se determine, disponga, acep­
te, niegue, procure, condene o apruebe, en que no concurra el
parecer de los mestizos farautes.

Según el testimonio de González de Nájera, los intérpretes


ejercían también una gran influencia entre los indios, dado que
eran los intermediarios obligados en todas sus gestiones. A través
de ellos podía obtenerse el favor del gobernador y de los capita­
nes, como asimismo caer en desgracia y ser perseguidos. El respe­
to y el temor eran la base de su poder.
El mal proceder de los lenguaraces es confirmado por el
capitán Jerónimo de Quiroga con palabras tajantes:

todos los lenguas mestizos tienen especial habilidad para engañar­


nos a nosotros y a los indios: a nosotros persuadiéndonos a que los
indios son malos y traidores para que los apresemos y vendamos,
que es lo que deseamos; y a los indios a que se alcen e inquieten
porque no los sujetemos, y como lo uno y otro es conveniencia de
los que lo oyen luego se cree y se agradece.11

Las informaciones aportadas por González de Nájera y Qui­


roga parecieran referirse a un número indeterminado de lengua­
races que desempeñaban sus tareas oficiosamente sin sujeción
precisa a un cargo. Es probable que fuesen soldados comunes o
simplemente allegados. Sin embargo, desde 1602 aparece en la
planta del Ejército un cargo de intérprete.1-’ Este hecho deja ver11
12

11 Jerónimo de Quiroga, op. cit., pág. 328.


12 Roberto Oñat y Carlos Roa, Régimen legal del ejército en el reino de
Chile, págs. 66 y 67.

171
VIDA FRONTERIZA EN IA ARA! CANIA

que al establecer un intérprete de planta y regularmente pagado,


las autoridades debieron ser guiadas por la idea de contar con un
funcionario de mayor responsabilidad y jerarquía que los antiguos
lenguaraces.
La institución de los intérpretes fue de larga duración. El
real placarte de 1703 consulta “un lengua general" dotado con
150 pesos anuales, suma que fue alzada a 216 pesos por real orden
de 12 de enero de 1767, en atención a los gastos en que debía
incurrir el intérprete con motivo de la convocatoria y asistencia a
los parlamentos.13*
Los reglamentos dictados en 1753 por el virrey don Antonio
Manso de Velasco para el Ejército de Chile y la plaza de Valdivia
incluyen “un intérprete de la Lengua General” para el primero y
“un lengua general” para la segunda.11 En 1778 la planta del Ejér­
cito de Chile incluye también al lengua general.
Para los indígenas, el traductor tenía una importancia enor­
me por ser el nexo de comunicación con las autoridades y porque
sus intereses quedaban ligados inevitablemente a la buena o mala
voluntad de aquel personaje. Un episodio narrado por el capitán
don l omas O’Higgins, que por encargo del virrey don Ambrosio
O’Higgins visitó la Araucanía en 1796, demuestra hasta dónde
llegaban los araucanos en su propósito de contar con lenguaraces
que les f ueran adeptos. Refiere O’Higgins que diversos caciques le
solicitaron a él y al capitán Arangua que le acompañaba
que a su nombre pidiese a S. E. que nombrase a Julián Yáñez de
lengua general, porque no estaban contentos con el actual don
Fermín Villagrán conociendo el capitán Arangua demasiadamente
al tal Yáñez, que es pésiino para el caso y también las importunacio­
nes de estos naturales y que nunca les falta con qué molestar [a] la
superioridad, les hice entender que el citado Yáñez era un hombre
a quien seguramente no le conocían bien, que por malo y borra­
cho había desagradado al Excmo. Sr. Virrey de Santiago, y que
hallaba por imposible que el actual Sr. Presidente llegase a nom­
brar de lengua General a un sujeto tan inútil... que si tenían algu­
nas quejas que producir con Villagrán las intei pusiesen al mismo
Sr. Capitán General.15

I3lbídem, págs. 100 y 119.


11 Reglamento para la guara irían de las plazas y fuertes de la frontera de la Concep­
ción, Valparaíso y Chiloé del reyno de Chile y de las islas de ¡uan Fernández. Lima, 1753.
1' Tomás O’Higgins, Viaje del capitán 1). lomáis O’Higgins, de orden del virrey
de Lima y el marqués de Osomoen Revista Chilena de Historia y Geografía, núms. 101 v
103, año 1913.

172
IA ACCION OFICIAL

Desde que la guerra disminuyó en intensidad y se acentua­


ron las relaciones pacíficas, fue necesario encargar a un personaje
determinado el trato con las diversas parcialidades araucanas. Tal
fue el origen de los cargos de comisario de naciones, uno con
asiento en la ciudad de Concepción y otro en Valdivia, y cuya
obligación era mantener el contacto con los caciques, escuchar
sus quejas y deseos, mantener la paz. entre ellos, evitar las tropelías
de los soldados y, muy principalmente, estar atento a lo que ocu­
rría entre los naturales para evitar sus depredaciones y ataques
sorpresivos. Al comisario de naciones también correspondía visitar
a los caciques para invitarlos a los parlamentos en que se negocia­
ban las condiciones de paz.
A partir del momento en que algunas reducciones indígenas
en las inmediaciones de la Frontera llegaron a entendimiento con
los españoles y se transformaron en colaboradoras, los comisarios
fueron sus jefes directos y tuvieron el manejo de los indios amigos.
A causa del gran ascendiente que llegaron a tener se constituye­
ron en verdaderas autoridades entre ellos y les servían de interme­
diarios en sus relaciones con los jefes superiores.
El ascendiente de los comisarios variaba según las distintas
regiones, las condiciones de la población nativa y el grado de la
penetración hispanochilena. Un informante anónimo señalaba la
complejidad de la situación al concluir el período colonial:
El empleo de comisario -recuerda- fue en su creación, un destino de
importancia. Su jurisdicción sobre las plazas de baja frontera y las
reducciones inmediatas era la misma de los corregidores que unían el
título de capitán a guerra. Para con las interiores, que no conocían
ninguna clase de dependencia, ejercía las funciones de cónsul valién­
dose para el establecimiento de sus relaciones de los caciques porte­
ros, fronterizos o lenguaraces.

Según el mismo testigo, el comisario actuaba como juez media­


dor en las disputas entre caciques y tribus. Agrega, además, que
era la persona que (los indios] tenían como inmediatamente res­
ponsable ante ellos de los convenios que hacían con los jefes espa­
ñoles, como de la inviolabilidad de los indios que se introducían a
nuestro territorio: así era, que cuando algún cacique o indio daba
algún hijo o algún comandante o jefe para que fuese enseñado, o
pasaba algún cacique en clase de rehenes, o embajador, el padre o
gobernador del buthalmapu lo tomaba de la mano y lo pasaba a la
del comisario, diciéndole: aquí te lo entrego en tu mano, así como
te lo entrego, debes volverlo a las mías.

173
VIDA FRONTERIZA EN LX ARAl LANIA

El comisario no servía de intérprete en las parlas, ni tampoco


en los parlamentos, aunque debía asistir a ellos. Su concurrencia
se tenía por los indios como la de un testigo o ministro de fe para
que estuviese al cabo de lo que se trataba por ambas partes.16
El cronista Felipe Gómez de Vidaurre anota que los comisa­
rios eran personas muy conocedoras de la tierra de los indios y de
su lengua y que gozaban de gran aceptación entre los naturales.1.
El capitán don Tomás O’Higgins recuerda en 1796, en su
diario de viaje, la actuación del comisario de naciones de Valdivia
en la colonia de Osorno, que no difería del poder de su colega en
la Araucanía:
Desde la tarde anterior avisó el Comisario de Naciones que estaba a
orillas del río de las Damas con los caciques don Juan Queipul,
Colín, Conicuant, y Catiguala con su gente, y siendo las nueve del
día se les hizo venir a la pampa, (pie está en frente del fuerte de la
Reina Luisa a donde les salí a recibir con el nuevo Superintenden­
te, con su antecesor, los oficiales de dragones y los misioneros de
Coinco y Quilacahuín. Luego que dichos caciques se aproximaron
a nosotros, se apearon de los caballos en (pie venían y pasaron a
saludarnos y abrazarnos; les correspondí dándoles a entender el
gusto tan grande (pie tenía de verlos, para transmitirles las expre­
siones (pie verbalmente me había hecho en Lima el Excmo. señor
Virrey para ellos.18

Los indígenas agradecieron cariñosamente los saludos envia­


dos por el virrey, y prometieron a don Tomás O’Higgins colaborar
con el nuevo superintendente de la colonia, tal como lo habían
hecho con su antecesor. Al mismo tiempo encargaron al comisa­
rio de naciones la redacción de una carta para el virrey a fin de
retribuir sus saludos y asegurarle su buena disposición.
“Dado a conocer el nuevo Superintendente -anota O’Higgins-
se dispararon algunos pedreros y los indios que eran como 200,
hicieron correrías en la pampa gritando con el Comisario y los
capitanes de amigos (pie les acompañaban: ¡Viva el rey!"
El mismo O’Higgins tuvo oportunidad de probar la influen­
cia de los comisarios y capitanes de amigos en su trayecto hacia el
norte, propiamente en la Araucanía. Después de atravesar el río
Toltén, anota en su diario:

lb Transcrito por Antonio Varas, Informe presentado a la Cámara de Diputados


por el Visitador judicial de la República.
1' Historia geográfica natural y civil del reino de Chile, (4 K Ji, lomo XV, pág. 263.
18 Tomás O’Higgins, op. cit.

174
LA ACCION OFICIAL

vino a buscarme el comisario de naciones don Sebastián Givaja,


que era enviado para este efecto por la Intendencia de la Concep­
ción a la que el Excmo. Sr. Virrey y el Presidente de Chile habían
anticipado orden para ello. Luego que le vi pregunté de las nove­
dades que se encontraban en el resto de tierras de los indios por
los cuales había de pasar, asegurándome que estaban todos los
naturales deseosos de verme.

No obstante las seguridades dadas por el Comisario, al día


siguiente O'Higgins se vio en serios apuros. Mientras avanzaba
con su pequeña caravana por una hermosa vega
a las dos salió una chusma de indios mocetones a atajar los caballos
y las cargas, pero aunque siendo como 20 y con palos en las manos
les hice frente, chicoteando algunos de ellos, y no c uise usar de seis
pistolas y machetes que traía, por no causar un a boroto del cual
podía resultar, el que muerto después algunos de aquellos moceto­
nes, se hiciese bastante fuerza para acabar con nosotros. Contenida
por el Comisario y tres capitanes de amigos la inobediencia de
dichos mocetones, seguí caminando hasta que encontré al cacique
gobernador Vilumilla.

En la época en que hizo su viaje don Tomás O'Higgins, la


institución de los comisarios estaba consolidada y era de verdade­
ra importancia. A pesar de ello, su situación reglamentaria es des­
conocida, y hasta su misma existencia es ambigua.
El reglamento del Ejército de Chile de 1753 no consigna el
cargo de comisario, a pesar de su indudable existencia. En cambio, el
Reglamento de Valdivia incluye al respectivo comisario. Iái explicación
podría estar en que las funciones de tal en el Ejército de ('hile estu­
viesen entregadas a alguno de los oficiales de la planta o al intérprete.
Más importante que las instituciones anteriores fue la de los
capitanes de amigos, que surgió para mantener un contacto más
íntimo y permanente con las agrupaciones indígenas. Es muy posi­
ble que éstos derivasen de los intérpretes, dada cierta similitud en
sus funciones y porque debían conocer la lengua de los indios.
El origen de la institución no es del todo claro. Al parecer, el
gobernador don Alonso de Sotomayor designó en las reducciones
amigas unos capitanes y en 1602 figuraba en la planta del Ejército
un capitán de amigos.1'' Posteriormente, Alonso García Ramón
nombró en esa calidad a seis mestizos con sueldo de alférez.19 20

19 Roberto Oñat y (.arlos Roa. op. cit., pág. 66.


20 Crescente Errázuriz, Historia de Chile durante los gobiernos de García Ramón,
Merlo de la Fuente yJaraquemada, tomo II, pág. 109.

175
VIDA ERONTI-RIZA EN L\ ARAl CANIA

En las primeras épocas de su existencia esta institución debió


ser irregular, porque hubo que reactivarla en dos ocasiones, en
1671 y en 1717.21 Pero ya hacia mediados del siglo XVII, los capi­
tanes de amigos habían afianzado su papel. Se les menciona, por
ejemplo, en el segundo parlamento de Quillín, efectuado en 1647.
Los capitanes de amigos llegaron a ser verdaderos jefes de las
reducciones indígenas, al menos de las situadas junto al Biobío, y
tuvieron un real control sobre los indios amigos. En cambio, su
papel fue más precario entre las parcialidades interiores, que rara
vez dieron la obediencia.
El lugar de residencia de los capitanes de amigos se situaba
en las mismas parcialidades con el fin de conocer mejor lo que
ocurría entre las naturales. Desde allí se comunicaban con las
autoridades del Ejército, despachando mensajeros a los fuertes
cercanos o viajando ellos mismos a los puestos fronterizos o a la
ciudad de Concepción.
Las actuaciones de los capitanes de amigos y el influjo que
alcanzaron pueden comprenderse a través del ejemplo de Juan
Catalán, destacado entre los indios de Arauco, Tucapel, Pitrén y
otras parcialidades. Refiere el padre Rosales que
gobernaba a los indígenas con su prudencia y buen arte, los tenía
tan ganados y conformes que hacía de ellos cuanto quería y no
había quien se moviese a cosa que no fuese del servicio del Rey,
visitábalos a menudo, animábalos, componía sus diferencias, repar­
tíales las tierras y acallaba a los mal contentos, con que todos ve­
nían a estar conformes y gustosos; pero no dejaban de haber cuentos
y chismes, que son fruta de esta nación; mas con sagacidad los oía
al capitán Catalán y examinando el fondo y mirando las causas de
dónele procedían, venía a averiguar que eran mentiras y que ellas
se caían de maduras, y viendo que eran cuentos los dejaba pasar.22

Catalán, igual que otros capitanes de amigos, encabezaba a


los guerreros nativos en las incursiones contra los rebeldes, permi­
tiendo sus feroces prácticas. En un ataque a las posesiones del
cacique Lincopichon, los amigos, “habiendo quemado ranchos y
talado comidas desde las seis de la mañana hasta la tarde, mataron
ocho indios y cogieron cuarenta y cinco esclavos con mucho gana­

21 Sergio Villalobos R.. I'ipos fronterizos en el Ejército de Arauco en Relaciones


fronterizas en la Araucanía, pág. 187. En el mencionado trabajo hemos tratado con
mayor amplitud el tema de los diversos personajes relacionados con los indíge­
nas.
’2'2 Diego de Rosales, op. cit., tomo III, pág. 206.

176
1A ACCION OFICIAL

do, y ochenta indios que estaban detenidos y eran de acá de


nuestras tierras, los retiraron". Cogieron, además, a Antelipe, “in­
dio de cuenta”, para matarlo a su usanza y provocar con su cabeza
a los enemigos.
La convivencia con los nativos y la gran libertad en que se
encontraron los capitanes de amigos, los hizo adoptar muchas de
las costumbres de aquéllos, cayendo en sus propios vicios y ejecu­
tando acciones muy chocantes.
A fines del siglo XVII, Jerónimo de Quiroga refería que los
capitanes, al poco tiempo de residir entre los indígenas, “olvida­
ban el ser de cristiano, aprendiendo a ser infiel, casándose al uso
de los indios con algunas mujeres, y bebiendo sobre apuesta con
los indios". Personalmente, recordaba que en su calidad de maes­
tre de campo había quitado a un anciano capitán de amigos “once
mujeres que tenía y lloraba entre ellas porque no podía apagar el
fuego que encendía en todas ellas”.23
El mismo Quiroga señala también que los capitanes partici­
paban en las ceremonias de los indios y que cuando éstos daban
muerte ritual a una llama para chupar su corazón y untar con
sangre las insignias, eran aquellos jefes los que daban el golpe de
maza en la cabeza del animal.24
En el siglo XVIII esas costumbres debieron suavizarse. Don
Tomás O’Higgins recuerda en su viaje por la Araucanía que en las
cercanías del río Sellín encontró las casas del capitán de amigos
don Santiago Velázquez, en cuyos alrededores había muchos man­
zanos, algunos perales y duraznos y una parra vieja.2 ’ Más adelan­
te, en las inmediaciones de las tierras del cacique de Chacanahuel
hallé) la casa de otro capitán de amigos, donjuán Jaramillo, y en
ninguna parte encontró nada repulsivo que anotar.
Durante los gobiernos de Antonio de Guill y Gonzaga y Agus­
tín de Jáuregui hubo especial preocupación por regularizar la
situación de los capitanes de amigos.26 El l9 de abril de 1765, Guill
y Gonzaga propuso al rey la asignación de 144 pesos al año a los
cuatro capitanes de amigos que estaban al frente de los butahna-
pus y de 96 pesos a los quince destacados en las diversas reduccio­

23 Jerónimo de Quiroga, Memoria de los sucesos de la guerra de Chile, pág. 193.


24 Jerónimo de Quiroga, op. cit., pág. 292.
25 Tomás O’Higgins, op. cit.
26 Todos los documentos sobre este asunto en AN.FV., vol. 288, fojas 520 y
562. Jerónimo de Quiroga en su Memoria..., pág. 27, indica que a fines del
siglo XVII había 58 reducciones y otros tantos capitanes de amigos, información
que nos parece equivocada si se compara con los datos posteriores.

177
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAl CANIA

nes. Este plan fue aprobado por real orden del 12 de enero de
1767, pero su implantación debió postergarse a causa de la rebe­
lión indígena que comenzó aquel año.
El gobernador Francisco Javier de Morales, que sucedió a
Guill y Gonzaga, removió, al parecer, a algunos capitanes de ami­
gos y designó provisoriamente a otros a raíz del parlamento de
Negrete del año 1771 y del apaciguamiento de la Frontera.
Al año siguiente, una junta de jefes militares con los oficiales
de la Real Hacienda celebrada el 12 de diciembre, determinó un
plan ambicioso para aumentar el número de capitanes de amigos
y de tenientes, señalando los que estaban designados y las plazas
que deberían crearse.
En total había 22 capitanes y se proponían otros 11, había 8
tenientes y se proponían 4.
En 1774 se celebró el parlamento de Tapihue y a él concu­
rrieron los capitanes de amigos, sus tenientes y los caciques con
sus capitanejos y mocetones. Con ese motivo se elaboró un docu­
mento que consigna los datos respectivos y que ofrece interés para
conocer la organización y distribución de los oficiales fronterizos y
también la organización de los indígenas.27 En el documento apa­
recen 40 capitanes de amigos y 25 tenientes, cantidades que supe­
ran en mucho las cifras habituales.
Esa situación debió ser modificada y el I" de marzo de 1775,
se dispuso la siguiente planta y su personal:
Butalmapu de los Llanos, don Juan Rey.
Butalmapu de Angol, don Gabriel de Sosa.
Butalmapu de la Costa, don Tomás Santibáñez.
Butalmapu de los pehuenches, don Francisco Pulgar.
Cada uno de ellos tendría una dotación anual de 144 pesos.
En las reducciones se designó a quince oficiales con sueldo
anual de 96 pesos. En esa forma, todo quedó regularizado y la
planta se mantuvo invariable por muchos años.
En las últimas décadas del XVIII y las primeras del XIX,
había 19 capitanes de amigos, establecidos en Arauco, Tucapel
Tirúa, Cholchol, Boroa, Angol, Que< heregua, Santa Fe, Ranquil-
hue, I,oleo, San Carlos de Pitrén, Rucalhue, Requén, Lululmahui-
da, Mulchén, Truftruf, y uno en el territorio de los pehuenches.28
El rango de los capitanes de amigos, a pesar del título, era
muy modesto. Por lo general, eran soldados hábiles y de carácter,

El documento se encuentra en AN.AG., vol. 1®.


Planta del Ejército, año 1778. También, T. Guevara, Los araucanos en la
revolución de la Independencia, pág. 240.

178
LA ACCION OFICIAL

nacidos en la misma Frontera, generalmente mestizos, que sabían


leer y escribir y que en virtud de su puesto merecían una conside­
ración especial. Todos los encargados de las relaciones pacíficas
eran gente de situación modesta; así se deduce de sus actuaciones
y del sueldo que les estaba asignado.
Como tipos fronterizos, los capitanes de amigos jugaron un
papel mucho más amplio que el que les estaba asignado en forma
oficial. Convivieron íntimamente con los indios, adoptaron algu­
nas de sus costumbres, se mezclaron con sus mujeres, se apodera­
ron a veces de ellas y de los niños, en forma violenta o por
adquisición, y fueron agentes de un activo comercio que tenía
gran interés para los dominadores y los indios. Esas relaciones
eran mantenidas regularmente, pero en ocasiones originaban dis­
putas y actos de violencia que activaban la lucha fronteriza.
Don Tomás O’Higgins recuerda en su diario que el capitán
de amigos de Traiguén, don Mariano Cotar, había sido despojado
por los indios bajo su tuición de 30 vacas que conducía a Valdivia.
En otras ocasiones, los capitanes eran los encargados de facilitar el
camino a los ganados que de cuenta del rey se enviaban desde la
frontera del Biobío a la plaza de Valdivia, encontrando dificulta­
des algunas veces.
La autoridad de los capitanes de amigos sobre los indios de las
respectivas parcialidades era comparable a la que ejercían los comisa­
rios de naciones en un ámbito más amplio. Don José Perfecto de
Salas anota que bastaba un capitán de amigos para mandar.
centenares de indios entre quienes vive, sin otra defensa que su
natural respeto el que si ha sido atropellado alguna vez, no por eso
vacila la regla general contraria, porque a más que ser accidente
raras veces visto, lo ha ocasionado la misma tiranía con que los han
oprimido, hasta sacarles la última sustancia, mediante sus comer­
cios, sustrayéndose los ganados, hijos y mujeres.29

Un misionero franciscano de Río Bueno, en carta de 1783,


informaba a su superior que los padres misioneros sólo tenían el
respaldo de los capitanes de amigos o sus tenientes, porque los
indios únicamente obedecían a éstos.30 Otro documento, un in­

29 José I’. de Salas, Informe, Santiago, 5 de marzo de 1750, publicado por


Ricardo Donoso en Un letrado del siglo XVIII, el doctor José Perfecto de Salas, tomo 1.
pág. 121.
50 ('.arta de un misionero franciscano de Río Bueno al R. P. Presidente de
misiones de Valdivia, 22 de abril de 1783. Publicado por Claudio Cay, Historia
física y política de Chile. Documentos, tomo I, pág. 385.

179
VIDA FRONTERIZA EN LA ARACCANIA

forme de 1789 sobre las misiones, deja entrever que el ascendien­


te de los capitanes no siempre derivaba de su autoridad, sino
también de su condescendencia con los indios. Dice al respecto,
que los misioneros, para corregir los desórdenes de los indios, no
podían contar con los capitanes de amigos o sus tenientes porque
por medio del indio o por temor de perder sus propios intereses si
les desagrada, no son capaces de hablarles una palabra de repren­
sión aunque los viesen azotar un Santo Cristo. No sucedería así
ciertamente si los oficiales con su desinterés y conducta ejemplar se
hiciesen temer y respetar de los naturales.31

Los testimonios sobre las tropelías de los capitanes de amigos


son incontables; Jerónimo de Quiroga refiere que la lucha contra
los araucanos fue muchas veces estimulada o provocada por aque­
llos oficiales con la esperanza de capturar indios para venderlos
como esclavos. Con buen conocimiento de la situación, el maestre
del campo nos introduce en la máquina de la guerra:
El ejército se compone de muchas plazas donde el interés de los
que las gobiernan es su principal cuidado. Estos son atalayas de los
movimientos de los indios, y a éstos asiste un Capitón lengua, mesti­
zo. Este, por conservarse en la ocupación, unas veces avisa al Cabo
de aquel distrito, lo que es conveniente, y otra levanta alguna qui­
mera. Cuando avisa lo conveniente, se acredita para que después
crean lo mentiroso; fingen que una de las muchas indias que tie­
nen les dijo que fulano, su pariente, le había dicho que tal Cacique
intentaba una sublevación, y dando esta noticia al Cabo o goberna­
dor de su Plaza, que desea hallar culpas para que haya empresas,
luego envía por los Caciques o indios acusados, y haciéndoles un
proceso los examina, y si se niegan como inocentes, en los tormen­
tos crueles que ellos inventan, les hacen decir cuanto desean para
que sean dignos de muerte; y como ellos lo escriben según su
deseo y el indio no escribe ni entiende aquellas cosas, se le hace
una causa formidable enviándosela al Gobierno, que está de la
Frontera muchas veces cien leguas, y comunica con los sabios y
teológicos la causa y todos son de parecer que se castigue el delito;
y como el Gobernador es interesado en la quietud del Reino y en la
presa, luego manda a castigar a los que cree (pie han maquinado la
sublevación, y se hace una presa grande de indios y sus familias.32

" Infórme cronológico sobre las misiones del reino de Chile hasta 1789.
Gay, op. cit., pág. 364.
'-'Jerónimo de Quiroga, op. cit., págs. 196 y 337.

180
LA ACCION OFICIAL

El mismo Quiroga ha referido que “un lengua condenado,


capitán de una reducción, que hoy está vivo y se llama Juan Farfán
y ha sido soldado de valor”, al morir el cacique se llevó a todas sus
mujeres e hijos y los vendió como esclavos a pretexto de pagar el
entierro.33
En el siglo XVIII, prohibida ya la esclavitud de los indios,
fueron otros los motivos de abuso. El padre Bell refiriéndose al
levantamiento general de 1723, expresa que “los indios dan por
razón de su rebelión los agravios que les hacen los españoles,
principalmente las lenguas que les ponen, capitanes que llaman
de amigos, robándoles en sus conchavos o tratos, sin que los jefes
lo remedien”.34
En el mismo tema abunda Joaquín de Villarreal, que en un
informe de 1752 se refiere a las extorsiones que sufrían los indios
“de los que con el nombre de capitanes de amigos, ejercen el
oficio de tiranos”.
Glosando un dictamen del obispo de Concepción, Villarreal
anota que los indios se habían alzado en 1723 a causa de los abusos
de los capitanes de amigos, “que los hacían trabajar sin paga y les
quitaban los ponchos, caballos, cuantas chinas apetecía su desenfre­
nado apetito, cogían a la usanza dos o tres mujeres teniéndolas públi­
camente por tales en casa al rito y admapu de los indios infieles”.35
La descendencia mestiza de los capitanes fue apreciable y en
ocasiones algunos de sus hijos alcanzaron excelente posición en­
tre los naturales. Tal es el caso de Esteban Romero, hombre “de
gallarda presencia, ladino y vestido a la española”, que había llega­
do a ser cacique en una parcialidad de Maquehua.36
Los hechos señalados indican que los capitanes, pasando más
allá de su misión oficial, vivían integrados con los indios, comer­
ciando con ellos, prestándoles ayuda o cometiendo abusos y mez­
clándose con sus mujeres.
Para los indígenas, los comisarios y capitanes de amigos ha­
bían llegado a ser tan útiles, que deseaban en forma sincera su
presencia. Al respecto, el gobernador don Antonio de Guill y Gon­
zaga comunicaba al rey, en cierta ocasión, que los indios le habían

33 Jerónimo de Quiroga, op. cit., pág. 295.


34 Historia de la Compañía dejesús en Chile, en CHCh, tomo VII, pág. 535.
Villarreal, Informe hecho al rei nuestro don Femando el VI, en CHCh, tomo X,
pág. 273.
35 El admapu mencionado por Villarreal es el conjunto de creencias y
costumbres de los araucanos.
36 Tomás O’Higgins, op. cit.

181
VIDA FR(ÍNTERIZA EN L\ ARAUCANIA

solicitado comisarios y capitanes “que los gobiernen y mantengan


en equidad y justicia”.37
La verdad es que si se considera el problema general, los
oficiales de indios al actuar en la Araucanía llenaban el vacío de
poder existente entre los naturales. Como entre los araucanos no
había una autoridad central, excepto en los momentos de guerra,
y los mismos caciques, a pesar de sus actitudes arrogantes, care­
cían de verdadero poder, los mocetones no les tenían respeto y
llegaban a mofarse de ellos y a ultrajarlos. En ese medio, los oficia­
les de indios aparecían con mayor prestigio y estaban respaldados
por una fuerza militar que se podía hacer presente en caso nece­
sario. Siendo personas extrañas a las comunidades nativas, se les
miraba con respeto y por ese mismo hecho daban mayor confian­
za en la solución de las querellas locales. No debe olvidarse (pie
los caciques no tenían atribuciones para administrar justicia, y (pie
ésta quedaba entregada a los afectados.
La situación alcanzada por los capitanes de amigos fue apro­
vechada para manejar los asuntos fronterizos y mantener a raya a
las parcialidades, según la ocasión.
Una interesante carta del capitán de amigos de los pehuen­
ches, del año 1767, es un buen ejemplo de aquel manejo. El
personaje aludido visitó en misión oficial sus reducciones a causa
de la situación bélica que se vivía con los araucanos de los Llanos.
Encontró a algunos caciques pehuenches preparándose con sus
hombres a cruzar la cordillera para perseguir a los huilliches, que
les habían atacado y robado. Ante las insinuaciones del capitán de
tomar las armas en apoyo de los españoles y atacar a los arauca­
nos, respondieron que primero realizarían su campaña para po­
nerse después a las órdenes del capitán de amigos.38 Se
aprovechaban así las discordias y viejos resentimientos para opo­
ner unos indios a otros.
Un ejemplo de una actuación completamente distinta a la
anterior la encontramos muchos años más tarde, en 1791, en una
carta escrita por un capitán de Nacimiento al comandante de
Dragones con el objeto de informar sobre la intranquilidad exis­
tente en las reducciones comarcanas por los ataques y robos entre
ellas:
Los oficiales de amigos que despaché a visitar sus reducciones con
el fin que manifesté a usted en mi última carta, regresaron ya

37 AN.AG., vol. 45, foja 122.


3S AN.AG., vol. 45, foja 190.

182
LA ACCION OFICIAL

diciendo que les han asegurado sus caciques no tiene la menor


novedad... sólo sí confiesan la junta de Purén la cual no termina
(según ellos dicen) a otra cosa que al castigo de Caniulebi, y Bu-
chabueno, de los cuales están recibiendo todas las reducciones infi­
nitos robos, especialmente la de Quechereguas de donde se han
llevado más de doscientos animales, amenazándoles cada instante
con su entera aniquilación; así me lo han enviado a decir en estos
días por medio de Pichunman, añadiendo de que en caso de que
continúe con sus excesos montará a caballo, y no parará hasta
cortarles la cabeza, avisando ahora lo mismo por su oficial; muchos
imputan a Curilemu en esto, y le tienen provada toda correspon­
dencia con los ladrones guardando los caminos por donde se co­
munican. Por un indio que se vino a estas inmediaciones con su
ganado, supe habían maloqueado a Chenguemilla de Colgué, ma­
tándolo a él y a su ganado; en el instante mandé a su oficial, para
que viese si era cierta la noticia y de dónde eran los maloqueros y
ha llegado hoy diciendo que el malón y muerte de Chenquemilla
fue cierta y que los pehuenches de Quilaco, Callagui y Mulchen lo
dieron, añadiendo que sería en ello Curilemo porque tenía amena­
zado al citado Chenquemilla; igualmente dice que los de Angol,
vinieron a Colgué, y mataron a un pehuenche de Cade que vivía
inmediato a dicho Colgué, y le llevaron toda su hacienda; me ase­
gura este oficial que esta maloca fue en recompensa de la que los
de Angol sufrieron por los de Quilaco. |’l mal estado en que se
hallan estas reducciones con motivo de sus robos y malocas entre
unos y otros en las cuales se matan y destruyen las haciendas me
hace concebir mal de ellos, y que va asomando un principio fatal o
casi semejante al que practicaron en el levantamiento pasado...
Luego despaché a Angol al capitán Zambrano para que hablase
con Melignir sobre la maloca, y que reprendiéndole ásperamente,
le dijese que por ningún término permitiese el destrozo de la ha­
cienda robada.39

Todos estos trajines y averiguaciones dejan ver con bastante


claridad que las autoridades en la oportunidad procuraban man­
tener en paz a las diversas parcialidades, y que los capitanes de
amigos eran parte de un plan, nunca formulado de manera explí­
cita, para ir manejando los asuntos internos de la Araucanía.
Al procurar mantener la tranquilidad entre los araucanos y la
regularidad de las relaciones entre ellos, se buscaba crear un or­
den más coherente, que debía facilitar el trato fronterizo, superar
la desorganización de los indígenas, la carencia de un gobierno

39 Benjamín Vicuña Mackenna, La Güeña a Muerte, cap. VIII.

183
VIDA FRONí I ERIZA EN LA ARA! CANIA

central, las luchas intestinas y la volubilidad de los caciques y sus


parciales, que ya daban la paz como desataban la lucha.
Mediante la injerencia en los asuntos de los indios se podría
obtener mayor estabilidad.
El trastorno causado por las guerras de la Independencia no
puso término a la existencia de los comisarios de naciones y de los
capitanes de amigos. Esos cargos permanecieron durante largo
tiempo revestidos de las mismas características (pie tuvieron du­
rante la Colonia.
Vicuña Mackenna ha señalado la importancia que tuvieron
aquellos funcionarios durante la Guerra a Muerte sirviendo la
causa del monarca:
Los únicos hombres -anota- (pie por su posición influyen sobre los
indios son sus lenguaraces y los capitanes de amigos, porque por lo
común son mucho más perversos y corrompidos (pie ellos; y de
aquí venía el predominio de los López, del célebre Rafael o Rafa
Burgos y de los Sánchez de San Carlos de Burén, que no pasaban,
bajo ningún concepto, de simples salteadores, mitad araucanos por
la posesión de la lengua y de los hábitos, mitad criollos por su
sangre y por el estipendio (pie recibían. Por esto sucedía también
(pie temerosos de que el nuevo gobierno hiciese cambios en sus
vicios y maldades radicados desde tiempo inmemorial, se lanzaron
a sostener, con el nombre del rey, el amparo de sus crímenes.

Algunos capitanes de amigos, según las vicisitudes de la gue­


rra, adhirieron a la causa patriota, como recuerda el cirujano
británico Tilomas Leighton, (pie en 1823 acompañó a un destaca­
mento comandado por el coronel Jorge Beauchef: “La expedición
era acompañada por un cuerpo auxiliar de alrededor de doscien­
tos indios bajo el mando de un jefe, (pie tenía el rango de capitán
en nuestro ejército y el título de comisario para los indios; oficiaba
como magistrado en tiempos de paz y como su general en la
guerra ” . 40
La convivencia fronteriza dio a los comisarios de naciones y
capitanes de amigos características humanas especiales, (pie pue­
den detectarse fácilmente a través del testimonio de quienes los
conocieron. Algunos viajeros que se internaron en la Araucanía
en la primera mitad del siglo XIX, tuvieron oportunidad de tratar­
los y describieron su presencia.

'"Transcrito por J. Miers, Travels in ('.hile and La Plata.

184
l-\ A(:( ,ION OFICIAL

Eduardo Poeppig, que hacia 1826 recorrió el sector fronteri­


zo y convivió con la gente de la comarca, anota:
Los órganos por medio de los cuales el gobierno procura tener
influencia en tiempos de paz sobre sus vecinos cobrizos son los
llamados capitanes de amigos, chilenos procedentes de las clases
bajas y nacidos en la Frontera, cuyos padres ocupaban ya el mismo
cargo, conocedores de la lengua araucana, dotados de buenos co­
nocimientos geográficos y familiarizados con la mentalidad y el
trato de los indígenas, con quienes se encuentran frecuentemente
muy relacionados. Son más que simples lenguaraces, pues desem­
peñan cierto control y ocupan una posición representativa y sólo
gracias a su intervención es a menudo posible inducir a los aliados
cobrizos a participar en una marcha o en un ataque. Mantienen
siempre cordiales relaciones con los caciques y son muy habilidosos
en su calidad de simples campesinos.11

El mismo Poeppig se detiene a describir un personaje típico


que, a pesar de no desempeñar cargo alguno, se asemeja por sus
características a los capitanes de amigos:
Antonio de la Sena -escribe- era un huaso vigoroso, había perma­
necido durante muchos años voluntariamente entre los indios [pe­
huenches] acompañándolos en sus correrías hasta muy al interior
de la Patagón ia, perteneciendo a esos tipos raros que sólo se en­
cuentran en las fronteras con los indígenas... No participaba en el
temor a los indios, ni en la creencia de fantasmas, que mortifican
constantemente a sus compatriotas, y era de excelente ánimo, pero
al mismo tiempo capaz de cometer grandes crueldades.11 1213

Un testimonio tardío presenta el norteamericano Edmond


Smith, que en 1853 recorrió la Araucanía con el deseo de conocer
a sus legendarios habitantes. Para el efecto se hizo acompañar de
un capitán de amigos, a quien recuerda con mucho aprecio:
Pantaleón Sánchez, o don Pauta como lo llamaba todo el mundo,
era de aquellos individuos a quienes mientras más se conoce, más
se quiere. Era hombre grande y fornido, de cuarenta a cincuenta y
cinco años de edad y de aspecto digno y varonil. No tenía mucha
educación, pero era inteligente y comunicativo, con cierto orgullo
innato sin ser reservado y honrado a toda prueba, a pesar de haber
sido contrabandista en su juventud.43

11 Eduardo Poeppig. Un tiempo en la alborada de ('.hile, pág. 475.


12 Eduardo Poeppig. op. cit., pág. 41 (i.
13 Edmond R. Smith. Los araucanos.

185
VIDA FRONTERIZA EX LA ARAl < AXIA

Sánchez pertenecía a la guarnición de los Angeles y tenía su


casa en San Carlos de Purén, “reunión de ranchos pobrísiinos"
junto a un balseadero del río Biobío. Además de su oficio militar,
arrendaba (ierras a los indios en Bureo, unos 10 kilómetros al sur
de Biobío, que eran trabajadas por sus familiares. Desde hacía
quince años era capitán de amigos y por su experiencia y buena
voluntad resultó ser un excelente colaborador e intérprete, que
facilitó el trato con los caciques.
Más de dos siglos de existencia de los capitanes de amigos
concluyeron por asimilarlos a la institucionalidad de los indios,
porque pasaron a ser parte normal de su vida. Cuando el gobier­
no de la república consideró su eliminación, debió abstenerse de
tomar esa medida, porque eran un nexo imprescindible. Las pala­
bras de Salvador San! nenies, intendente de Valdivia en 1846, per­
miten concluir el tema:
...en el día esta institución, ha venido principalmente a convertirse
en provecho de los mismos indios: Singular es que muchos de los
fronterizos no acudan para la definición de sus contiendas a sus
propios caciques, cuyos fallos no arrastran gran prestigio, sino a los
capitanes de amigos los cuales suelen tener harto que hacer por
este motivo. También les sirven de intérpretes cuando vienen a la
visita del intendente, y son una especie de abogados que apoyan
sus solicitudes. La afición que manifiestan los indígenas a esta clase
de empleados es tanta, que no hay reducción, por pequeña que
sea, que no deseara uno para sus servicios, y llegan casos en que la
intendencia, apurada con tales solicitudes, tiene que valerse de mil
pretextos y efugios para rechazarlas. El arbitrio que últimamente se
ha tomado a fin de contentarlos, es el designar un mismo capitán
para el servicio ele varias reducciones; pero ni aun es de valor en
muchos casos, va porque los capitanes se quejan del recargo de sus
tareas, ya principalmente porque existiendo antipatías entre varias
parcialidades, algunas hay que se niegan a recibir el que está desig­
nado para su adversaria.44

LOS PAR1AMENTOS

Desde los comienzos del contacto fronterizo, los dos bandos en


lucha sintieron la necesidad de comunicarse v celebrar acuerdos

" Ricardo Donoso y Eanor Velasen. La propiedad austral.

186
IA ACCION OFICIAL

frente a hechos inmediatos o establecer reglas de convivencia para


situaciones permanentes.45
Los encuentros circunstanciales entre jefes españoles y gru­
pos de caciques, efectuados de manera espontánea y sin mayor
formalidad, fueron los primeros pasos de aproximación en even­
tos contingentes. No tardaron, sin embargo, en transformarse en
costumbre a medida que se repetían y se revistieron de alguna
formalidad mínima. Fueron las “parlas”, “juntas" o “parlamentos
particulares”. Eran convocados con alguna anticipación, por lo
general se trataban asuntos locales de carácter más o menos res­
tringido y los acuerdos no eran para largo tiempo.
Esas modalidades siguieron practicándose hasta la integra­
ción definitiva de la Araucanía; pero fueron los parlamentos, sur­
gidos en el siglo XVII y predominantes en el XVIII, la institución
más destacada del encuentro de jefes de uno y otro lado. También
se les denominó “paces” en los comienzos, cuando primaba la
guerra y se creía necesario abrir un período de paz.
Una de las primeras reuniones que tuvo carácter de parla­
mento fue la de Paicaví, dispuesta por el gobernador Alonso de
Ribera en 1605, en los momentos más crudos de la guerra. A ella
fueron convocadas las parcialidades de Arauco y Tucapel, después
de una campaña llevada con fiereza, que las había diezmado y
obligado a retirarse a las montañas de Nahuelbuta. El parlamento
no fue otra cosa que una imposición de las armas.
El carácter coactivo aparece evidente en el relato del padre
Rosales, desde el discurso inicial del gobernador y la respuesta
condescendiente de los caciques, en todo de acuerdo sobre las
ventajas de la paz y del sometimiento a los españoles. Las decisio­
nes del parlamento fueron impuestas por Ribera, que dispuso que
los caciques considerasen “las capitulaciones que tenía hechas para
que las jurasen y supiesen lo que habían de guardar'.46
El primer punto estableció que los indígenas debían permitir
la predicación del Evangelio y garantizar la seguridad de los sacer­
dotes que se les pusiesen. El segundo estipuló que debían aceptar
las reglas que les fuesen impuestas para evitar vicios, ayuntamien­
tos y borracheras sospechosas. En el tercero quedó consignado
que deberían pagar tributo moderado con sus frutos, sin que sus

45 María Luz Méndez se ha referido a esta materia en I.a organización de los


parlamentos de indios en el siglo XVIII, en S. Villalobos, C. Aldunate y otros, Relacio­
nes fronterizas en la Araucanía.
46 Diego de Rosales, op. cit., tomo 11, pág. 423.

187
VIDA IROXU RIZA IX LA ARAl CAXIA

encomenderos sacasen a sus mujeres ni hijos para servicio perso­


nal. En caso de entregar gente de trabajo para los españoles, se les
pagaría en plata, ganado, ropa u otras especies. Los puntos cuarto
y séptimo dispusieron que debían acudir a la guerra con sus armas
y caballos para combatir contra sus enemigos y los del rey, de
acuerdo con las órdenes de las autoridades. A la vez, quedaban
obligados a denunciar cualquier junta o alzamiento que se estuvie­
se preparando contra los cristianos. Según el artículo quinto, no
debían admitir enemigos forasteros ni naturales en sus tierras,
darles paso ni comerciar con ellos. Además, tenían que expulsar a
los que estuviesen entre ellos, porque en todas esas circunstancias
se formaban juntas peligrosas. Mediante el artículo sexto, los in­
dios quedaron obligados a facilitar el tránsito de los españoles por
su territorio y proporcionarles alimentos, todo a su precio. Final­
mente, en el punto octavo, se estipuló (pie deberían aceptar las
autoridades (pie se pusiesen para mantenerlos en orden y justicia
y (pie ni los encomenderos ni otras personas podrían obligarlos a
más de lo estipulado en el parlamento.
El conjunto de disposiciones muestra con claridad (pie el
objeto era consolidar el domino sobre las reducciones de Arauco
y Tucapel, y lijar unas reglas generales para los indígenas y no un
acuerdo de convivencia entre comunidades separadas. Daba por
hecho, además, la implantación de la encomienda en su modali­
dad de pago de tributo y la designación de oficiales para adminis­
trar justicia, (pie en el lenguaje de la época significaba mantener
un orden con sujeción a la autoridad.
Distinto fue, en cambio, el parlamento de Quillín, celebrado
el 6 de enero de 1641 en un llano cercano a la actual ciudad de
remuco. Convocado según disposiciones del marqués de Baides,
don Luis López de Zúñiga, es considerado, con razón, como el
prototipo de las asambleas efectuadas desde entonces. En esa opor­
tunidad, se reunió a caciques y moretones de la región sur de la
Araucanía, hasta el río Toltén, (pie permanecían sin someterse y
(pie por las acciones de las fuerzas hispanochilenas vivían con las
armas en la mano, retirados a selvas y montañas o en (ierras de
reducciones alejadas, suf riendo muchas penurias.
Debido a esas circunstancias, los mensajes de paz del Gober­
nador y sus deseos de (pie volviesen a sus tierras fueron bien
acogidos y estimularon a los indígenas a acercarse a su hueste
cuando entró en aquel territorio para poner en práctica su plan.
Unos y otros necesitaban la paz.
I odo se inscribe, además, en la tendencia a morigerar los
abusos cometidos con los araucanos en la práctica de la esclavitud,

188
I.A ACCION OFICIAL

que significó, en alguna medida, poner atajo a la cacería indiscri­


minada y prohibir la trata a la usanza indígena.
La concurrencia a la asamblea fue de 2.200 indios aproxima­
damente, sin contar la chusma de mujeres y niños que acompaña­
ban a los guerreros. Se situaron en los cerros cercanos, divididos
por parcialidades, mientras las fuerzas del Ejército, con el gober­
nador a la cabeza, acamparon en un llano. Las circunstancias eran
de riesgo y para prevenir cualquier traición, se dispuso que sola­
mente bajasen los caciques a la reunión. *'
La intención hispanocriolla era preparar el terreno para ex­
tender luego y de manera paulatina, la dominación mediante la
formación de ciudades y fuertes. Pero el ánimo era emplear la
persuasión y el acomodo, más que las armas, a diferencia de lo
ocurrido en la época de Ribera. La misma personalidad justiciera
y equilibrada del Marqués imprimió una tonalidad de compensa­
ción a las concesiones otorgadas a los nativos, que eran dejados en
relativa libertad, sujetos a ciertas normas y vigilancia. El modelo
en vista era el de los indios amigos situados en el sector fronterizo
del Biobío y Arauco.
Es revelador que el gobernador estuviese acompañado por
destacamentos de indios amigos y que uno de sus caciques, Catu-
malo, apoyase con sus palabras la conveniencia de vivir en paz. con
los cristianos.
Las condiciones del parlamento, formuladas por Baides a
través del lengua general, apuntaban de manera implícita en la
dirección señalada. Todos los indios retirados a la montaña de­
bían volver a sus tierras de los llanos y valles a vivir “en vida
política y no como salvajes en las selvas". Los caciques obligarían a
los que se hubiesen refugiado tierra adentro, a volver “a las tierras
antiguas de sus padres y antepasados con sus familias y ganados”,
sin que nadie pudiese detenerlos. Los que deseasen radicarse en
tierras de los blancos o de los indios amigos, podrían hacerlo y los
amigos que hubiesen huido a las parcialidades enemigas tendrían
que volver a sus aduares originarios.
Los indígenas concurrentes se obligaban a entregar todos los
cautivos, tanto cristianos como indios; su rescate sería pagado por
el marqués de sus fondos personales. Igualmente quedaban obli­
gados a lomar las armas contra los nativos enemigos de su majes­
tad, sin reparar si fuesen parientes.

17 Carta del marqués de Baides a Juan de Solorzano. Concepción, 18 de


mayo de 1641. BN.BM., ms. vol. 137, foja 98.

189
VIDA 1R()N I ERIZA EN l.\ ARAUCANIA

Un punto importante fue la declaración de que no serían


reducidos a encomienda, aspecto que interesaba mucho a los in­
dígenas, por atribuir a aquel sistema gran parte de sus desdichas
pasadas.
Finalmente, debían admitir a los predicadores, que les ins­
truirían en el conocimiento del verdadero Dios, y como una consi­
deración general, conminaba a los toquis, caciques y mocetones
de no alzarse ni retirarse al territorio de los indios enemigos, so
pena de ser declarados traidores y tratados como tales.,s
Antes que la reunión se disolviese, el cacique Catumalo pro­
puso que para asegurar el cumplimiento de lo acordado, los caci­
ques entregasen rehenes a los españoles. Hubo acuerdo entre los
jefes indígenas y varios de sus hijos quedaron bajo tutela del Go­
bernador.
Como resultado inmediato del parlamento fueron rescatados
27 cristianos, entre hombres y mujeres, y 80 indios e indias volvie­
ron a vivir en el sector fronterizo.
La intención del Marqués era que todas las reducciones que­
dasen comprendidas en los acuerdos y por esa razón dio instruc­
ciones al veedor general Francisco de la Fuente Villalobos para
hacer entrar en los acuerdos a otras agrupaciones y en especial a
los huilliches. Para tal efecto, le entregó unas capitulaciones preci­
sas, que los indígenas debían aceptar si declaraban la paz. El vee­
dor penetró en las tierras situadas al sur de Cautín y efectuó
diversas juntas con los caciques que, finalmente, fueron convoca­
dos por un nuevo gobernador, don Martín de Mujica, para reunir­
se en Quillín el año 1647.49
En ese parlamento se estipularon los mismos aspectos que en el
anterior, con algunos agregados. Para efectuar sus grandes reuniones
o “borracheras”, los indios debían contar con el permiso de las autori­
dades hispanocriollas, que vigilarían su comportamiento. Se reitera­
ban las disposiciones que prohibían “conchavar caballos, armas de
ningún género, ni cosa de hierro”. El gobernador podría disponer la
fundación de ciudades y fuertes. Lodos los toquis generales, caciques
y mocetones vivirían en paz entre ellos, como buenos amigos, sin

4H Hemos seguido fundamentalmente la información proporcionada por


I). Rosales, op. cit., tomo III, pág. 184. Algunos de nuestros datos provienen de la
carta de Baides, ya citada.
49 1.a campaña pacificadora de De la Fuente ha sido referida en detalle por
Rosales. A ella se refiere también Miguel de Aguirre en Población de Valdivia.
Motivos y medios para aquella fundación, Lima, 1647, que fue incluida en la CHCh,
tomo VL, pág. 86.

190
LA ACCION OFICIAL

hacerse daño ni hurtar nada, quedando obligados aquellos jefes a


hacer justicia a los suyos para que hubiese orden.
La intención de controlar a los indios queda de manifiesto
en una cláusula relativa a los capitanes de amigos dictada por
Mujica:
Los capitanes o otras personas que yo pusiere en su gobierno a
cada uno en la jurisdicción que se le señalará, le hayan de obede­
cer y respetar en mi nombre, acudiendo a él con todo lo que se les
ofreciere, para que me dé cuenta, si él no lo pudiere remediar, y
han de cuidar de que nadie se les atreva a perder el respeto, pena
de que será castigado, y el cacique o caciques que no le dieren
favor y ayuda en semejante caso. Y si esta persona que les goberna­
re en mi nombre les hiciere algún agravio a ellos o a sus mujeres,
sin perderle el respeto a él, me avisarán de ello, para que yo lo
remedie y lo castigue muy bien, si lo mereciere.50

En este segundo parlamento de Quillín se mencionó la exis­


tencia o la designación de capitanes de amigos, que ya formaban
parte de la realidad fronteriza.
El interés por extender la paz a los huilliches se vinculaba al
plan de fortificar la boca del río Valdivia, iniciado en 1645, y
refundar la ciudad del mismo nombre. Esos establecimientos difí­
cilmente podrían subsistir si los indios de la comarca no estuvie­
sen en paz. y abierta la ruta desde Concepción, que permitiría el
envío de socorros.
En una dimensión más amplia, los parlamentos de Quillín
eran el reflejo de la situación general de la Frontera: abatimiento
de los indígenas por las acciones bélicas anteriores y necesidad de
tener trato con los cristianos aprovechando la buena voluntad de
Baides y Mujica, todo ello paralelo a un incremento relativo de los
contactos. Las paces, sin embargo, dieron un resultado limitado,
porque diversas parcialidades de tierra adentro continuaron sus
acciones hostiles, y las tropas hispanochilenas no se mantuvieron
inactivas.
Hacia fines del siglo XVII se efectuó otro parlamento que
marcó un cambio respecto de los anteriores, el de Yumbel, organi­
zado por orden del gobernador don Tomás Marín de Poveda. La
reunión se efectuó en diciembre de 1692, cuando la convivencia
fronteriza se había afianzado desde hacía unos diez años y las
relaciones oficiales podían tomar nuevo rumbo. El énfasis estuvo

50 Miguel de Aguirre, op. cit., CHCh, tomo VL, pág. 106.

191
\ IDA IROXU RIZA IX l.\ \R\l ( \XI\

puesto, esta vez, en el aspecto religioso, coincidente con la expan­


sión que se deseaba dar a las misiones.
Los caciques se obligaron a levantar ocho iglesias con buenos
cimientos, paredes de adobe y techumbres de tejas, como ya se
había hecho en Repocura. Las iglesias debían estar en los parajes
más concurridos. El Gobernador se preocuparía de que fuesen
dotadas de imágenes y ornamentos, correspondiendo a los indíge­
nas sólo el cuidado de los recintos.
Varios caciques expresaron que si no eran cristianos era por­
que el trabajo de las misiones había sido esporádico, cuando en­
traban sacerdotes, y que los oficios se realizaban en unas malas
ramadas y ranchos. Por parte del Gobernador se manifestó a los
jefes indígenas que sus costumbres eran un inconveniente para la
aceptación de la doctrina, especialmente la pluralidad de muje­
res, que se les venía haciendo presente desde hacía muchísimo
tiempo.
Los lonkos declararon que les era indispensable mantener
varias mujeres, porque eran las que les preparaban la chicha y el
vestuario, en que basaban su categoría. Marín de Poveda tuvo que
ser condescendiente y con palabras benignas indicó que podían
casarse con una mujer y tener a las otras como criadas “apartándo­
se solamente de la costumbre de dormir con ellas". Uno de los
caciques manifestó que en ningún parlamento anterior se habían
criticado sus costumbres y sus ritos, pero hubo acuerdo sobre las
mujeres, por lo menos en las palabras. También se abordó el lema
de la hechicería y los daños que se producían cuando las machis
señalaban a supuestos culpables de cualquier mal. Al respecto, se
prohibió emprender venganzas, y se estableció que debían recu­
rrir a sus capitanes de amigos, a los que correspondía, además,
dirigir las oraciones y cantos religiosos de los indios que les esta­
ban confiados.
Muy sintomática fue la solicitud de los caciques para que los
capitanes que les pusiesen f uesen “hombres de bien y celosos del
servicio de Dios y de S. M. (pie les traten bien y no les inquieten
sus mujeres e hijos no beban ni se embriaguen con ellos”.51
En el siglo XVIII, los parlamentos reflejaron la mayor tran­
quilidad fronteriza, tanto por su repetición como por los temas
(pie se trataron. Hubo trece en total. Los acontecimientos bélicos,

11 Sobre las estipulaciones del parlamento de Yumbel liemos seguido el


“Testimonio de otro parlamento general celebrado en el tercio de San ('.arlos de
Austria". 16 de diciembre de 1692. BN.BM.. ms. originales, vol. 322, fojas 290 y
siguientes.

192
LA ACCION OFICIAL

moderados como fueron, generaron las reuniones de Negrete


(1726 y 1771), Santiago (1772) y Tapihue (1774), cuyo objeto fue
poner término a los momentos de lucha y reglar las relaciones
futuras. En ella no se manifestó, por la parte hispanocriolla, el
propósito de extender la dominación, sino de afianzar las bases de
entendimiento existente y apartar los motivos de perturbación.
Esas mismas fueron las intenciones de los parlamentos celebrados
en las etapas de paz.
El primer parlamento de Negrete, convocado por el gober­
nador Cano de Aponte en 1726 con el propósito de poner térmi­
no a la suspensión de las relaciones con los araucanos a raíz del
levantamiento de hacía tres años, se debió más a la preocupación
de los indígenas que al deseo de los cristianos. Los naturales se
habían visto muy peijudicados por la interrupción del comercio,
dado que no podían sacar sus productos al norte del Biobío ni
obtener mercancías imprescindibles de retorno, especialmente el
hierro, el aguardiente y los caballos.
La intención del gobernador había sido que los araucanos
probasen el daño de su rebeldía y demostrar que para los hispano-
chilenos la suspensión del tráfico no era importante; aunque en
verdad causaba perjuicio entre la gente de la Frontera y los pro­
pios hombres del ejército, acostumbrados al beneficio de los con­
chavos. La sagacidad de Cano de Aponte dio resultado: los
indígenas enviaron sugerencias de paz y, dejado pasar un tiempo,
se los convocó para la reunión.
En los acuerdos quedó estipulado que los indios deponían
las armas y que los de la costa resistirían cualquier desembarco de
enemigos del rey de España y darían cuenta a las autoridades.
Conforme el uso inveterado, los caciques y cualquier indio queda­
ban obligados a concurrir ante las autoridades del ejército cada
vez que fuesen requeridos. Del mismo modo, podían concurrir
libremente a presentar sus quejas. Deberían enviar trabajadores a
las obras del rey cuando se les solicitase mediante el sistema de
mita, dándoles el mantenimiento, como se acostumbraba. Quedó
prohibido, de la manera más estricta, sacar indios de cualquier
edad, sexo y condición para evitar las modalidades esclavistas.
Un tratamiento especial tuvo el comercio, por haber sido
causa de la reciente rebelión el abuso de los capitanes de amigos y
otros funcionarios militares en el tráfico de aguardiente. Se dispu­
so, al respecto:

Por cuanto de los conchavos nacen los agravios que han dado moti­
vo en todos los tiempos a los alzamientos por hacerse éstos clandes­

193
VIDA FR()X I ERIZA EX L\ \RAl (1AXIA

tinamente, sin autoridad pública, todo en contravención a las leyes


que a favor de los indios deben guardarse, será conveniente que
tengan los conchavos libremente, pero reducirlos a los tiempos y
parajes en que se han de celebrar tres o cuatro ferias al año, o las
más que se juzgaren necesarias y pidieren, concurriendo los espa­
ñoles tal día, en tal punto, con sus géneros donde se hallase el cabo
y las personas que nombrasen los indios en número igual. Si pare­
ciese a los reverendísimos padres provinciales de las misiones, asis­
tirá también el padre misionero, para que a vista de todos se
reconozcan los géneros [especies], se pongan los precios y se ha­
gan los ajustes o conchavos; que así celebrados se vayan entregando
fielmente de mano en mano.’’2

Se dispuso, además, (pie los pagos fuesen al contado y se


conminó a los jefes militares a no caer en dolo o manejos en
interés propio.
Desde aquel momento quedaba prohibido ingresar indivi­
dualmente a comerciar en la Araucanía, y sólo podrían llevarse
regalos con expresa autorización de los jefes de los fuertes. Aun­
que resulte casi innecesario decirlo, las últimas normas no tuvie­
ron cumplimiento debido a la gran libertad y espontaneidad en
los contactos.
Los puntos del acuerdo giraron básicamente en la regulación
de las relaciones corrientes entre ambas colectividades, más que
en los asuntos bélicos o en la intención hispanochilena de adelan­
tar la dominación. La propia vida fronteriza había determinado el
cambio en la orientación del parlamento, y ésa sería la caracterís­
tica de las reuniones futuras.
En adelante Indio pocas variaciones; pero vale la pena seña­
lar algunas de ellas. El gobernador don Domingo Ortiz de Rozas,
el año 1746, en el parlamento de Tapihue, prohibió las incursio­
nes al otro lado de la cordillera, porque esas correrías alcanzaban
con su efecto depredador hasta las cercanías de Mendoza y Bue­
nos Aires. En el de Nacimiento, año de 1764, don Antonio de
Guill y Gonzaga propuso a los caciques la reducción a pueblos,
según escribía al rey:
...en el paraje que quisiesen y en el número de familias que tuvie­
sen por conveniente a cada uno, esforzándoles razones de utilidad
que les resultarían de vivir como racionales, con seguridad de sus
casas, familias, haciendas y muebles, libres de las guerras con que
unos a otros se destruyen.

Diego Barros Arana. Historia jeneral de ('.hile, lomo VI, pág. 49.

194
IA ACCION OFICIAL

Esa sugerencia, malamente aceptada por los jefes nativos, fue


un sondeo para iniciar la creación de poblados, que condujo a la
rebelión de 1766. Distintos en sus formas fueron los parlamentos
que tuvieron lugar en la capital en 1760, 1772 y 1774, que obede­
cieron a la intención de impresionar con el poderío y la riqueza
de la sociedad hispanocriolla a los pocos caciques invitados. A raíz
del último, quedaron en Santiago cuatro caciques, representantes
de los butalmapus, a quienes se pretendía dar el carácter de “em­
bajadores", aunque eran más bien una especie de rehenes, incó­
modos, borrachos y caros para el rey.
En 1793 se efectuó un nuevo parlamento en Negrete, que
fue presidido por don Ambrosio O’Higgins, en el que se estipuló
que los indígenas darían libre paso hasta la plaza de Valdivia y que
el comercio con ellos se realizaría sin los permisos individuales
que se exigían desde hacía cincuenta años. Cualquier hispanochi-
leno podría ingresar a la Araucanía a hacer sus conchavos, como
se efectuaba de hecho por la falta de control.
El último parlamento del período colonial se efectuó en Ne­
grete el año 1803, gobernando el país don Luis Muñoz de Guz­
mán. La asamblea fue presidida por los altos jefes del Ejército y se
tomaron los acuerdos de rutina.
La institución de los parlamentos, no obstante haberse man­
tenido por largo tiempo y haber demandado preocupación y es­
fuerzo a las autoridades del gobierno y del Ejército, no gozó de
una real aceptación de éstas ni de la sociedad en general. Se
criticaban los elevados gastos que demandaba, lo desdoroso que
significaba tratar con unos indios arrogantes y la inutilidad de los
acuerdos porque eran siempre quebrantados por unos y otros.
Tanto los gobernadores como los caciques sabían que las estipula­
ciones no se cumplirían y, sin embargo, estaban de acuerdo en
llevar a cabo las asambleas; los primeros, porque habían llegado a
ser una costumbre y un modo de satisfacer a los indígenas y éstos
porque obtenían cuantiosos regalos, eran objeto de un festejo
muy satisfactorio y podían formular sus quejas. En su visión de las
cosas, los naturales llegaron a estimar que los parlamentos eran
un tributo que les era debido y con el cual se compraba su tran­
quilidad.
Aparte de la consideración oficial, las reuniones, como realidad
concreta, fueron hitos de la convivencia y en ello reside su importan­
cia. Fue la expresión orgánica del contacto. Todo el mundo fronteri­
zo entraba en movimiento. Las autoridades del reino ordenaban los
preparativos, se consultaban fondos de la Real Hacienda, se alistaban
las milicias cercanas al Biobío y el Ejército se aprestaba. Había que

195
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAUCANIA

adquirir regalos, alimentos y vino en cantidad. Hacendados y comer­


ciantes eran los proveedores y una manga de mercachifles reunía
pequeños cargamentos para concurrir a la feria que les deparaba la
oportunidad. Vivanderos y vivanderas, sin olvidar el vino y el aguar­
diente, se trasladaban con sus enseres para establecer sus cocinerías.
Mujeres de vida ligera -todos los hombres son de vida ligera- no
faltaban en ese conjunto abigarrado.
Los indios eran convocados oportunamente por el comisario
de naciones y los otros oficiales. Había ulmenes reticentes, pero la
mayoría optaba por concurrir con sus bandas de mocetones y
chusma, en la certeza de obtener regalos, comer carne de vacuno
a sus anchas y beber gratis.
Solemne era la ceremonia encabezada por el gobernador, el
obispo de Concepción, los jefes militares y los superiores de las
órdenes religiosas. Todo se iniciaba con una misa, seguían la re­
cepción de los caciques, las palabras del gobernador, los discursos
interminables de los jefes nativos con su f acundia llena de curiosas
imágenes y comparaciones, los acuerdos y las promesas de cumpli­
miento v buena fe.
El gobernador entregaba bastones con empuñadura de plata
a los caciques, sombreros, cintas, géneros, tabaco, agujas y elogios
personales; los mocetones también alcanzaban su parte. Desde ese
momento, y por tres o cuatro días, todos confraternizaban en
variados niveles de intimidad y ordinariez. El “suave néctar de
Baco”, al decir de un cronista, contribuía a formar un ambiente
cálido y a veces más que cálido.
La crítica hecha a los parlamentos por los contemporáneos y
más tarde por los historiadores, que los calificaron de ceremonias
aparatosas e inútiles, se comprende si se atiende al carácter oficial
que se les daba y desde el punto de vista de una política superior.
Pero en estricto sentido fronterizo debe admitirse que fueron vivi­
da expresión del contacto de dos colectividades que buscaban
encontrarse en un momento culminante. Ahí estaban el boato y
los ritos, los discursos altisonantes y emotivos, la curiosidad y las
indagaciones, el comer dichoso, los negocillos, la atracción de los
sexos, el ambiente de carnaval y feria, las promesas grandes y
pequeñas, la mentira y las ilusiones. La vida entera.

196
LENTO DECLINAR DE LA FRONTERA ARAUCANA

Al terminar el período colonial, la tranquilidad de la Araucanía


parecía definitivamente alcanzada. Sin embargo, las campañas mi­
litares de la Independencia en la región del Biobío y la costa de
Arauco, entre 1818 y 1824, y la lucha de montoneras y el bandida­
je que la acompañaron por diez años más, alteraron en forma
importante el panorama.
Los caudillos realistas, desesperados por su derrota, deman­
daron la colaboración de los araucanos y de los pehuenches, y en
menor medida, de los jefes patriotas. Los indígenas, propensos al
pillaje y sumidos en sus viejos y nuevos odios, no vacilaron en
acudir a sus armas para seguir a tal o cual destacamento. Fueron
soliviantados y estimulados a una lucha cruel que les ofrecía el
placer de la venganza, pero que, en definitiva, no era su propia
causa.
Extinguida la guerra y vuelto el orden al sector fronterizo, los
indígenas retornaron a la existencia habitual y se reconstituyeron
todas las formas del contacto.
Desde entonces transcurrieron veintisiete años antes de vol­
ver a perturbarse las relaciones fronterizas. Ello ocurrió a causa de
la guerra civil de 1851, en que algunos personajes que adherían al
levantamiento del general José María de la Cruz contra el recién
iniciado gobierno de don Manuel Montt, buscaron el apoyo de los
araucanos. Se produjeron, así, las mismas circunstancias anterio­
res, aunque en escala mucho más reducida y en un lapso breve,
por lo que fue un movimiento de escaso significado. En esa opor­
tunidad, muy pocas fueron las parcialidades que llegaron a com­
prometerse, mientras que hubo algunas decididamente contrarias
a la posición levantada por el general rebelde.
Pocos años después, en 1859, se vuelve a alterar la paz en la
misma forma. El movimiento liberal, que en la brega política con­
tra el gobierno de Montt derivó en levantamiento armado, procu-

197
VIDA FRONTERIZA EN l.\ ARAlCANIA

ró insurreccionar a todo el país y buscó en las tierras de Arauco


un apoyo que, si bien no podía ser decisivo, causaría tropiezos a la
causa gobiernista.
Esta vez las acciones fueron violentas, aunque no modifica­
ron el panorama estratégico en la Frontera. Los indígenas fueron
reducidos por los caudillos liberales de fuerte sesgo aventurero,
pero tuvieron, a la vez, sus propias razones para entrar en la con­
flagración: el avance espontáneo de los chilenos en sus tierras era
muy intenso, y el establecimiento de colonos llegaba ya hasta las
cercanías del río Malleco.
En ese avance se habían producido abusos de toda clase, y los
araucanos habían visto (pie, con buenos o malos métodos, se iban
quedando sin tierras y que todas sus formas de vida estaban ame­
nazadas. Cundió, entonces, el levantamiento bajo el estímulo de
los extraños, y se prolongó por tres años.
Las rebeliones tuvieron un efecto más bien limitado, que
dificultó sólo momentáneamente la existencia fronteriza. No obs­
tante, las cuestiones locales tendían a cambiar notablemente a
impulso de los grandes procesos universales del siglo XIX, que
repercutían hasta en las regiones más apartadas y que influyeron
poderosamente en la Araucanía.
La Revolución Industrial iniciada en Inglaterra en el
siglo XVIII y que más adelante se desarrollé) en el continente eu­
ropeo y en los Estados Unidos, con su impulso económico y el
incremento de las ocupaciones, favoreció el aumento de la pobla­
ción. El avance de la medicina y las mejores condiciones higiéni­
cas ayudaron también en ese proceso.
Hubo que alimentar a masas que crecían sin cesar y que la
vieja Europa, con sus campos agotados y sin posibilidad de exten­
der las tierras agrícolas, no podían sustentar debidamente. Limita­
das las posibilidades de aquel continente, a pesar de las
innovaciones técnicas, hubo que recurrir a regiones distantes, con
suelos vírgenes ocupados por nativos que vivían principalmente
de la caza y la recolección. Comenzó así una etapa colonizadora
en las tierras periféricas: los ingleses ocuparon Australia y Nueva
Zelanda sobre la base de la producción ganadera, los norteameri­
canos iniciaron su marcha hacia el oeste de su país, echaron las
bases de una magnífica agricultura cerealista en las llanuras del
medio oeste y luego la ganadería en el lejano oeste, para terminar
en la tierra bendita de California. En Argentina hubo un desplaza­
miento hacia las pampas patagónicas y en Chile tuvo lugar la
colonización alemana en la región de los Lagos, la ocupación de
la Araucanía y luego el desarrollo ganadero en Magallanes.

198
LENTO DECLINAR DE 1A FRONTERA ARAUCANA

En Chile se dejó sentir la demanda mundial de alimentos a


mediados del siglo XIX con los requerimientos de California y
luego de Australia, aunque fueron mercados circunstanciales que
en conjunto no estuvieron abiertos más de cinco años y cuya de­
manda fue reducida. El fenómeno de la gran exportación agrícola
se inició hacia 1865, coincidiendo, en términos generales, con el
avance definitivo en la Araucanía. Las décadas de 1840 y 1850
fueron de altos precios en los productos agrícolas en Europa y de
ahí surgió el incentivo principal; luego los fletes marítimos descen­
dieron notoriamente con la utilización de los grandes veleros clip-
pers y fue posible abastecer a Europa desde lugares muy distantes.
La exportación agrícola chilena subió de manera notable por
entonces, como se comprueba en el promedio de su valor en los
quinquenios que se indican:
1846-1850 ............................................ 1.705.000 pesos
1851-1855 ............................................ 3.756.000 pesos
1856-1860 ............................................ 3.949.000 pesos
1861-1865 ............................................ 5.283.000 pesos
1866-1870 ............................................ 9.244.000 pesos
1871-1875 .............................................. 13.241.000pesos
1876-1880 .............................................. 10.452.000pesos
Puede apreciarse que el avance en el territorio araucano es
paralelo a la mayor exportación. Coincide, además, con el alza de
los precios del trigo y del ganado. El primero subió de 2,72 pesos
la fanega a 3,92 entre 1851 y 1880 y el valor del vacuno de 10,12 a
30,50. Hubo, en consecuencia, un poderoso incentivo económico
que llevó a la gente a establecerse en tierras de los indios y luego
al Estado a respaldar la ocupación con las armas.
También existieron factores estrictamente nacionales que im­
pulsaron a la incorporación de nuevos territorios, formando parte
de los procesos mundiales de aumento demográfico y expansión
económica.
La población había aumentado de acuerdo con el siguiente
cuadro:
1810 .................................................... 700.000 habitantes
1835 .................................................... 1.100.000 habitantes
1865 .................................................... 1.819.000 habitantes
1875 .................................................... 2.076.000 habitantes
1885 .................................................... 2.498.000 habitantes
Además de este fenómeno, se había acentuado la demanda de
bienes alimenticios en el norte del país con el desarrollo de la inine-

199
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAUCANIA

ría del cobre y de la plata, que concentraban una población muy


activa y que actuaban como polo de desarrollo. Del mismo modo, y
quizás con mayor intensidad, la explotación del guano y el crecimien­
to de las faenas salitreras en los desiertos de Tarapacá y Atacama,
pertenecientes al Perú y parcialmente a Bolivia, se tradujeron en una
sostenida demanda de productos agrícolas chilenos.
En las provincias de Maulé, Nuble, Concepción y Valdivia era
donde se experimentaba más fuertemente la presión económica y
social para establecerse en la Araucanía.
Con una agricultura rutinaria que no ofrecía nuevas fuentes
de trabajo a una masa mestiza pobre, ociosa y en continuo aumen­
to, había en esas provincias un contingente humano disponible
para la ocupación del territorio vecino y que ya había iniciado, sin
protección oficial, una penetración persistente. Había, además,
gente de clase media, comerciantes industriosos, oficiales dados
de baja, empleados descontentos, malos hijos de familia, hacenda­
dos modestos y empeñosos, buscavidas altaneros y otros tipos, que
veían su futuro en las tierras de la Araucanía.
En la penetración espontánea hubo dos vías, separadas por la
cordillera de Nahuelbuta, que encauzaron el avance, la del sector
costero de Arauco o Baja Frontera y la de los Llanos o Alta Frontera.
La primera tuvo el enclave del fuerte de Arauco, que siempre
había llevado una existencia azarosa, hasta que la minería del
carbón estructuró actividades económicas dinámicas que arrastra­
ron a grupos de obreros y administradores y afirmaron las comu­
nicaciones con Concepción.
Los primeros trabajos carboníferos se iniciaron en 1837 pero
sólo a partir de 1840. en que el arribo al país de los primeros
barcos mercantes a vapor provocó en la región de Concepción
una pequeña “fiebre del carbón", se ensayó la explotación de
yacimientos superficiales conocidos desde viejos tiempos. El uso
del carbón, mientras tanto, se había extendido a las fundiciones
de cobre, a las oficinas salitreras peruanas, a algunos estableci­
mientos industriales y luego a los ferrocarriles, de manera que su
porvenir estaba asegurado.
Al mediar la década de 1850 va existían en Lota una fundí-
ción de cobre, una fábrica de ladrillos y un muelle, que daban una
vida muy animada al puerto. Paralelamente, la demanda de ali­
mentos había inducido a una ocupación y explotación más inten­
sas de la comarca. Los mismos indígenas participaban en el
suministro de productos agrícolas y ganaderos, los mestizos se
empleaban en las faenas y algunos empresarios extraían grandes
cantidades de madera de los bosques vecinos.

200
LENTO DECLINAR DE 1A FRONTERA ARAUCANA

Una vez que se inició la ocupación oficial de las tierras situa­


das más al sur, la potencialidad de colonización se vació inmedia­
tamente y consolidó el avance. El pueblo de Cañete, refundado en
1868, un año después contaba con 1.000 habitantes provenientes
de Maulé, Nuble y Concepción.
Es notable el número de comerciantes -informaba por entonces el
coronel Cornelio Saavedra- que con no pequeños capitales, han
ido a establecerse en la plaza de Cañete, sacando todos regular
producto; pues a ella concurren para sus compras no sólo los cinco
o seis mil habitantes que hay en las inmediaciones, sino también los
muchos negociantes que hacen el comercio con todas las tribus
indígenas, que habitan al norte del Imperial y aun al sur de este
río, podiendo asegurarse que desde el mes de noviembre del año
próximo pasado hasta la fecha (ls de junio de 1869) se han sacado
del interior de la Araucanía no menos de seis mil animales vacunos
y un número mayor de ganado lanar.

La vía de penetración de los Llanos tuvo un carácter diferen­


te: file exclusivamente agrícola. Debido al largo roce fronterizo, la
población indígena situada entre el Biobío y el Malleco había
disminuido notoriamente y no tenía la prestancia de otros tiem­
pos, cuando los “indios de los Llanos” eran temibles. Por esa ra­
zón y la disponibilidad de excelentes tierras para la crianza de
animales y el cultivo del trigo y las legumbres, se había instalado
allí un crecido número de pobladores.
Los informes de Saavedra arrojan luz sobre la ocupación es­
pontánea antes del avance de las armas. En su opinión, hacia 1858
no pasaban de 500 los indios que habitaban la región, se entiende
que jefes de familia, y ya estaban asimilados “con la raza civiliza­
da”. Por entonces, agregaba, veíanse al sur del Biobío fundos ex­
tensos bien trabajados y según los cálculos más prudentes, el
número de colonos chilenos pasaba de 14.000 y el flujo continua­
ba. En la localidad de Negrete se había formado un pueblo de
más de 1.500 habitantes ocupados en el comercio y la agricultura
y se había erigido allí un pequeño fuerte.
El comercio era muy intenso. En el sector de Malleco se
producían no menos de 250.000 fanegas de cereales en 350.000
cuadras cultivadas, y unos 8.000 quintales de lana que se remitían
al extranjero. Pero el rubro principal era el del ganado vacuno,
que era adquirido por grandes negociantes para conducirlo a las
provincias centrales.
Mediando esta situación en la Alta y Baja Frontera, hubo
otros hechos que atrajeron la atención sobre la Araucanía e indu­
jeron a acelerar su integración.

201
VIDA FRONTERIZA EN 1A ARAUCANIA

Era necesario procurar la dominación de los indígenas para


ir completando la unidad territorial en una república orgullosa,
que debía manifestar claramente su soberanía en todo el espacio
geográfico que le correspondía. Esa necesidad parecía tanto más
urgente en cuanto la colonización alemana en Valdivia y Llanqui-
hue era un hecho consumado, y la pujanza de su economía hacía
recomendable asegurar la continuidad geográfica.
Para la mentalidad de la época resultaba una lacra la existen­
cia de una región ocupada por “bárbaros”, y era una tarea de
civilización y progreso realizar su sometimiento. En esa actitud
estaba presente hasta la mentalidad jurídica, tan apegada a las
formalidades, que juzgaba que en el territorio indígena debía te­
ner imperio la ley chilena. Con ese objeto, el notable estadista
don Antonio Varas recibió comisión, en 1848, como visitador judi­
cial de la república, para estudiar la administración de justicia en
la Frontera y apreciar hasta dónde alcanzaba la jurisdicción real
de las autoridades y los jueces.
Afortunadamente, la clara inteligencia de Varas comprendió
cuánto había de quimérico en esas intenciones y recomendó un
régimen de excepción en consonancia con las modalidades ya
aceptadas por los araucanos.
El viaje realizado por el sabio polaco don Ignacio Domeyko a
través del territorio araucano y la publicación de 1.a Araucanía y sus
habitantes, en 1845, tuvieron la virtud de atraer la atención al proble­
ma de la incorporación y de cómo debía efectuarse. Según su opi­
nión, en ningún caso debía emprenderse la ocupación violenta
mediante la fuerza militar, sino que debía atraerse a los naturales con
las ventajas de la civilización, especialmente con el trabajo de las
misiones, que de ningún modo le parecía infructuoso.
Sus ¡deas fueron rebatidas, sin embargo, por don Andrés
Bello, que en su retiro académico escribió un comentario de la
obrita de Domeyko, dado a luz en El Araucano. Bello pensaba que
los hechos habían probado reiteradamente el fracaso de las misio­
nes y que no había otra forma de someter a los araucanos sino
con las armas, aunque estimaba que debía empleárselas con reser­
va, en ningún caso en una ofensiva sangrienta. De la misma opi­
nión era Salvador Sanfuentes, que como intendente de Valdivia
había tenido oportunidad de conocer el interior de aquel territo­
rio y la situación de las misiones. En un artículo publicado en El
Araucano expresé) que era menester emplear la f uerza, la coloniza­
ción v las tareas misioneras simultáneamente.
El parecer del venezolano estaba inspirado en el sentido común
y en la información que tenía de la historia y las apreciaciones co­

202
LENTO DECLINAR DE IA FRONTERA ARAUCANA

mentes en Chile. Más autorizada era la opinión de Sanfuentes, aun­


que no conocía la Araucanía tan bien como Domeyko.
El planteamiento de este último se basaba en su experiencia
personal, mediante la cual había comprobado la buena disposi­
ción de los indios, su estado de prosperidad, el apego a la paz, la
compenetración fronteriza y la excelente acogida que tenían los
misioneros. No estaba en absoluto equivocado: la integración pa­
cífica de la Araucanía era sólo cuestión de tiempo y podía estimu­
lársela. Pero también es cierto que si había impaciencia por
concluirla no había otra solución que el apoyo militar.
Las conclusiones del científico Domeyko se encuentran en la
línea de los que procuraron dar a conocer el carácter verdadero de
los araucanos y apartarse del mito de la guerra, que comenzó con
Núñez de Pineda en el siglo XVII y prosiguió con José Perfecto de
Salas y otros testigos posteriores. En cambio, los poetas Bello y San­
fuentes reflejan, en sus frases pulidas, los prejuicios reinantes.
Hacia aquellos años se renovó el interés por dar mayor vida a
las misiones, que se sabía estaban en mal pie, y en los círculos
santiaguinos más ligados a la Iglesia hubo un movimiento para
contribuir a sostenerlas. Ese fue el origen de la Sociedad Evangéli­
ca, establecida solemnemente en 1849, que no dio ningún fruto
apreciable, aunque atrajo la atención, una vez más, al problema
de la Frontera.
Aquel mismo año se produjo un hecho que causó la más viva
impresión y que fue largamente comentado. En la costa cercana al
río Imperial naufragó el bergantín Joven Daniely, según los rumo­
res más tenebrosos, los supervivientes habían sido asesinados por
los indios empleando los métodos más crueles. Se aseguraba que
una joven señora, Elisa Bravo, junto con sus pequeñuelos había
sido tomada por un cacique y obligada a la más brutal conviven­
cia. Años más tarde aún circulaba esa historia, con el agregado de
unos hijitos mestizos tenidos con el cacique.
1.a sensibilidad de la época, siempre dispuesta a impresionarse
con las catástrofes que reducían a la criatura humana a los papeles
más infelices, daba pábulo a relatos increíbles y aun a la truculencia,
dentro del espíritu romántico. Ello explica que Monvoisin, situándo­
se en la corriente de los pintores al estilo de Gericault, trazase dos
cuadros sobre la historia de Elisa Bravo, muy descriptivos, falsos y
amanerados: eran el tributo al gusto de entonces.
Lo único que hubo de verdad en todo el asunto, fue que no
hubo supervivientes y que, de acuerdo con las averiguaciones que
hizo el comisario de naciones, José Antonio Zúñiga, hombre co­
nocido y respetado por los nativos, no había la menor noticia de

203
VIDA FRONTERIZA EN l.\ ARAUCANIA

asesinatos ni de gente cautiva. En casos como ése las informacio­


nes se filtraban a través de los mismos indios, entre quienes había
tantos infidentes y amigos, pero entonces no hubo ningún indicio
para sospechar.
En el fondo, todo el asunto había sido la expresión colectiva
de una conciencia herida por la existencia de “hordas salvajes" en
un país que luchaba por la dignidad. Nada faltaba entonces para
la embestida final: los procesos económicos y sociales traspasaban
la Araucanía y elevada la situación a la conciencia de los gober­
nantes, debía iniciarse la acción oficial.
El sacudimiento fronterizo de 1859, impulsado por la guerra
civil, trajo la resolución final. Perseguidos por los indios, los colo­
nos que se habían adelantado hasta el Malleco, debieron retirarse
apresuradamente y perder sus bienes, mientras otros permane­
cían con las armas en la mano o se refugiaban en los bosques. El
pueblo de Negrete fue asaltado y destruido y pareció que la ocu­
pación de la Alta Frontera volvía a retroceder al Biobío. En la Baja
Frontera, en cambio, no se alcanzaron a experimentar grandes
perjuicios.
El 2 de julio de 1852, con la firma del presidente don Ma­
nuel Montt se había promulgado la ley que creó la provincia de
Arauco, cuyo territorio sería el comprendido entre los ríos Biobío
y Toltén. Mediante el artículo tercero, el primer mandatario que­
dó autorizado para dictar las órdenes que juzgase convenientes
para el gobierno de la Frontera, la eficaz protección de los indíge­
nas, promover su pronta civilización y regular los contratos y rela­
ciones comerciales.
La promulgación de esta ley y las amplias facultades otorga­
das al presidente eran el reconocimiento de la situación existente
en el territorio araucano y de la necesidad de que el Estado inter­
viniese de manera decisiva.
En virtud de sus facultades, Montt dio alguna organización
mínima a la administración y dictó diversas disposiciones para
proteger la propiedad de los indígenas, que en forma irregular
estaba pasando a mano de gente inescrupulosa. Por el momento
no hubo más que esa tendencia normativa y no fue hasta la rebe­
lión de 1859 que se decidió adelantar la ocupación.
El inspirador y realizador de las primeras etapas fue el coro­
nel Cornelio Saavedra, que se desempeñé) con sagacidad y acierto
en una empresa en que surgían dificultades a cada paso, tanto pol­
la resistencia de los araucanos, abierta o encubierta, como por los
desmanes e intrigas de los pobladores. El mismo Saavedra estaba
espantado con “tanto bribón fronterizo" al año de iniciar la tarea.

204
LENTO DECLINAR DE 1A FRONTERA ARAUCANA

En 1862 se efectuó el avance hasta el río Malleco, sin encon­


trar la menor resistencia, a la vez que en la costa se ocupó hasta el
río Lebu. Para asegurar esas líneas, se fundaron algunos fuertes y
se volvió a levantar la ciudad de Angol, que constituyó el centro
de la vida en la Frontera. Más adelante se erigieron otros que
aseguraron el paso hasta Valdivia por la línea costera.
Alrededor del año 1878 una nueva avanzada llegó a las már­
genes del río Traiguén. El estallido de la Guerra del Pacífico, que
determinó el retiro de algunas tropas y de oficiales experimenta­
dos, al debilitar el sistema defensivo, ofreció la ocasión para que
los indígenas reiniciaran la lucha. Esta se extendió por diversos
lugares durante los años 1880 y 1881, produciendo choques san­
grientos en los que los dominadores chilenos se impusieron defi­
nitivamente mediante una dura represión. La organización, la
táctica, los rifles de repetición y la expedita comunicación de la
Frontera con el centro del país a través del telégrafo y del ferroca­
rril, fueron los elementos de una fácil victoria.
Concluidas las principales campañas en el Perú, se dio un
nuevo impulso al avance en la Araucanía. Durante el verano de
1881 quedó ocupado el territorio hasta el río Cautín y se erigió el
fuerte de Temuco, que, junto con otros, aseguró una vasta zona.
Sólo faltaba el último movimiento: alcanzar el Toltén y recu­
perar las ruinas de Villarrica, que tenían un carácter simbólico
para los indios y los “españoles", como seguía designándose a los
chilenos. Para los nativos, los restos de la ciudad, enteramente
invadidos por la selva, encerraban el recuerdo ya legendario de su
opresión en el siglo XVI. Los conquistadores, codiciosos del oro,
habían sojuzgado a sus antepasados, obligándolos a trabajar en los
lavaderos bajo un sistema durísimo. Pero la rebelión de comien­
zos del siglo XVII los había liberado y desde entonces guardaban
celosamente las ruinas, sin revelar a nadie su ubicación, temerosos
de una nueva servidumbre.
Para los chilenos, las ruinas tenían el atractivo del misterio, y
establecerse en el lugar significaba desarmar el último rincón mo­
ral de los naturales. Además, era posible encontrar las antiguas
arenas auríferas, que habían dado un nombre tan sugerente a la
ciudad. Era de temer, entonces, que aquellos parajes se convirtie­
sen en un palenque donde la sangre correría a raudales. El mismo
temor había existido al llegar al Cautín y, en cierto modo, a cada
paso.
Al llegar el buen tiempo, en noviembre de 1882, el coronel
Gregorio Urrutia inició el desplazamiento de las fuerzas hacia
Villarrica, encontrando en todas partes el mutismo de los indios y

205
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAUÍ LANIA

una atmósfera sospechosa. El cacique de la comarca, el taimado


Epulef, se negaba a entregar las ruinas, mientras los grupos de
guerreros se encontraban listos para entrar en la lucha. Sin em­
bargo, pensando quizás que toda resistencia sería inútil, finalmen­
te accedió a dejar libre el paso y señalar el sitio de la vieja ciudad.
El 31 de diciembre, las tropas llegaron junto a los restos y el
día siguiente los ocuparon para levantar un nuevo poblado. Era el
l9 de enero de 1883, fecha que indica el término de la ocupación.
Había concluido el avance militar, que, en un comienzo, por la
falsa imagen de una lucha sangrienta y secular, se pensó sería
terrible. Los hechos, sin embargo, fueron diferentes, porque si
bien el alzamiento de 1880-1881 fue muy duro en algunos mo­
mentos, no hubo una rebelión formidable sino mucho de pala­
bras altisonantes, parlas, temores y amenazas.
La convivencia fronteriza, más que las armas, había sido el
verdadero factor de una integración iniciada en el siglo XVII. El
alcohol, las baratijas, el hierro y el tabaco, habían podido más que
los arcabuces y los fúsiles.
Cumplida de esa manera la integración final de la Araucanía,
la existencia fronteriza no desapareció. Se prolongó por algunas
décadas en el quehacer íntimo y estrecho, que la mantuvo día a
día en un lento diluirse, aún no extinguido por completo.

206
CONCLUSION

Una consideración adecuada del tema de Arauco desemboca en


algunos conceptos básicos que ayudan a ordenar las ideas y a
evitar que el estudioso del pasado se pierda en la maraña de los
sucesos sin descubrir la línea de los procesos fundamentales.
Para comenzar, un fenómeno específico cual es el ocurrido
en la Araucanía, debe ser entendido dentro de la llamada “histo­
ria de las fronteras’’ que por el uso del método comparativo per­
mite descubrir mejor la índole de los hechos. Fenómenos como la
lucha, el comercio o la transculturación se presentan en todas las
áreas fronterizas, y similitud o diferencia permiten apreciar ade­
cuadamente los mecanismos y los incentivos.
En segundo lugar, hay que considera que, igual que en todos
los fenómenos históricos, intervienen los procesos económicos,
sociales, culturales y políticos, de modo que atenerse exclusiva­
mente a la actividad bélica es una limitación aberrante que falsifi­
ca la realidad y la hace incomprensible. La belicosidad y el heroísmo
no se explican por sí mismos. Tampoco son gratuitos.
También es necesario plantear que todo proceso de domina­
ción no es simplemente una imposición y una resistencia, sino
que se desenvuelve entre dos actitudes que, a pesar del antagonis­
mo, paradójicamente resultan complementarias. Por una parte, la
imposición del conquistador y, por la otra, la absorción por el
conquistado. Este último se siente atraído por los bienes materia­
les y por la nueva situación creada por los dominadores, cae en la
tentación y se adapta de alguna manera a ella, transformando sus
costumbres y pasando a depender de su contendor por las nuevas
necesidades que han surgido. Ahí está la Ipase de las relaciones
pacíficas.
Ligado a lo anterior está el hecho de que los pueblos indíge­
nas poco evolucionados, carentes de una organización central, no
presentan un frente común y que tarde o temprano aparecen en

207
VIDA FRON TERIZA EN LA ARAUCANIA

ellos agrupaciones dispuestas a colaborar con los dominadores, se


adaptan y pasan a recibir muchos beneficios. Muchas veces, como
en el caso de los araucanos, el fenómeno es resultado de viejas y
recientes luchas entre ellos y por esa razón forman contingentes
que prestan gran ayuda bélica al dominador. En suma, el enfren­
tamiento nunca es total.
Por otra parte, es necesario entender que las guerras de larga
duración, aquellas que se prolongan por siglos, se transforman en
sistemas de contacto en que predomina la paz y se teje una urdim­
bre de relaciones fructíferas. Es lo que sucedió en la España inva­
dida por los árabes, en el avance norteamericano al oeste y en el
choque de los hispanocriollos de México con los indígenas de las
provincias interiores y del norte.
Tampoco debe olvidarse que el hombre se mueve por intere­
ses de toda clase y que éstos son superiores a la guerra, de suerte
que los conflictos no siempre cortan el contacto y, cuando las
situaciones se prolongan, se producen acomodos que benefician a
todos. El transcurso bélico no es, por lo tanto, sólo un hecho
militar.
También debe considerarse que todos desean la paz. La gue­
rra es una situación perjudicial, que amenaza la vida de la gente y
destruye los bienes sin beneficiar a nadie en definitiva. Aun cuan­
do un pueblo haya desarrollado formas culturales y sociales liga­
das a la lucha, como es el caso de los araucanos, en el fondo añora
la tranquilidad. La costumbre bélica, según ha señalado Marshall
Sahlins en The Tribemen, corresponde al estadio cultural de la tri­
bu, en que la inseguridad obliga a vivir con las armas en la mano,
pero no es, en ningún caso, una situación deseada por los nativos.
Por esa razón, cuando se presenta la posibilidad de la paz, es
acogida con beneplácito.
En un sentido más específico, si nos contraemos al efecto
que la vida fronteriza de la Araucanía tuvo para el país, y si pasa­
mos más allá de los hechos materiales, descubrimos poderosas
influencias en la imagen y la mentalidad de la nación y en el
modo de ser del chileno.
Gracias a la fuerte unidad racial y cultural del país, lo que
ocurre en él es asimilado en forma general por toda su población,
de modo que fenómenos como el de la existencia fronteriza en
Arauco pasan a formar parte de conceptos empleados por todos.
Del mismo modo se generalizan las formas de vida y las costum­
bres.
Una de las grandes influencias es la idea de la épica guerre­
ra, sea que descanse en la lucha verdadera de los comienzos o en

208
CONCLUSION

el aparataje ficticio e interesado posterior a 1662. La historiografía


acogió y difundió como verdad inconcusa el sentido heroico, bajo
la sugestión de los poemas épicos, especialmente La Araucana,
con el agregado de las crónicas y de los documentos oficiales de
carácter general, que son necesariamente simplistas e interesados.
A partir del basamento de obras históricas se difundió la noción
de la lucha tremenda y de las virtudes de una raza guerrera por la
sangre de ambos pueblos contendores, hasta llegar a incorporarse
al credo de los chilenos.
El mito ha tenido la virtud de los mitos: es una verdad que
no necesita demostración ni tampoco admite prueba en contra. Y
ha tenido, además, la utilidad de cohesionar sentimientos y crear
una ilusión que se identifica con un destino nacional. Lo propio
ocurre, en menor escala y, en cierto modo, como orientación
opuesta, dentro de la colectividad araucana.
La Guerra de Arauco ha llegado a ser un símbolo y del mis­
mo modo los personajes de ella, usados para señalar paradigmas y
cuyos nombres se dispersan en calles, pueblos, barcos e institucio­
nes. A veces también se imponen en el bautismo.
Los programas oficiales de la educación primaria y de la secun­
daria acogieron la epopeya guerrera y también los textos escolares y
los profesores. Aniversarios, discursos patrióticos y el eco repetitivo de
la prensa han fomentado la idea vulgar. Las fuerzas armadas han
puesto especial empeño en mantenerla y agregarle brillo porque es
parte de su ideología y de su justificación. Ellas son las que de manera
repetida y poco razonada han insistido en la existencia de “una raza
militar”. Ese es el título de un librito deplorable debido al general
Indalicio Téllez, que fuera inspector general del Ejército. Con todos
esos elementos y otros es comprensible que el pueblo chileno haya
formado una imagen heroica de sí mismo y que siempre esté propen­
so a caer en la patriotería.
Desde el punto de vista contrapuesto y en el campo de las
actitudes no razonadas, la influencia de la vida fronteriza como
realidad prosaica ha sido muy grande. El modo de ser del chileno
se nutrió durante tres siglos de las costumbres y mentalidad fron­
terizas, diametralmente opuestas al espíritu gallardo y tenso de la
milicia. La existencia despreocupada, el ocio, la pillería, el hurto,
la jugarreta, el vivir engañando y tomando las cosas con humor,
fueron modalidades de la vida diaria que las campañas militares
no interrumpían sino muy a lo lejos. Esa falta de responsabilidad
encontraba campo abierto en el área fronteriza, escasamente or­
denada y donde las maldades podían encontrar amparo e igual­
mente las dichas más variadas.

209
VIDA FRONTERIZA EN LA ARAIX LANIA

Era el relajamiento de la soldadesca y la oficialidad que, ade­


más, tenía en la índole mestiza general del país y en las desigual­
dades tina conformación social y cultural que aportaba el mismo
sentido. La vida de la masa mestiza en el campo y los poblados no
era muy distinta; sólo que las condiciones fronterizas eran am­
biente favorable para el desparpajo y el carácter dionisíaco de la
vida.
Más que crisol de virtudes guerreras, la Frontera fue un car­
naval y una feria, con rasgos de dolor y de crueldad.
Una última consideración. A lo largo de las páginas de este
libro creemos haber probado que en el correr de los siglos no
solamente había desaparecido la guerra, sino que el sistema de
relaciones fronterizas había producido una compenetración de
los dos pueblos en lodos los aspectos. Por esa razón resulta equi­
vocado pensar que los araucanos debieron ser sometidos cuando
se avanzó en el período republicano. Sin descartar choques béli­
cos, a veces muy crueles, lo que hubo fue una larga y antigua
asimilación y penetración espontánea, que determinó cambios en
los indígenas y llevaron a éstos a reducir su resistencia y, finalmen­
te, a aceptar de alguna manera la intromisión hispana y chilena.
No fue la lucha lo que determinó el sometimiento, sino una red
de intereses comunes, en que cada uno sacaba ventajas para sí.
Las armas habían fracasado mil veces; la paz, en cambio, fue
el factor decisivo de la integración gradual antes de producirse el
avance oficial.
Tal es el marco con que hemos abordado la cuestión de la
Araucanía.

210
ABREVIATURAS

AGI Archivo General de Indias


AN.AG. Archivo Nacional. Archivo Claudio Gay
AN.CG. Archivo Nacional. Capitanía General
AN.RA. Archivo Nacional. Real Audiencia
AN.FV. Archivo Nacional. Fondos Varios
BN.BM. Biblioteca Nacional. Biblioteca Medina
CHCh Colección de historiadores de Chile y documentos relativos a la
historia nacional
CDIHCh Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Chile

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