La Revelacion de Dios

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LA REVELACIÓN DE DIOS

Gerardo Chirinos Alejos.


Psicólogo – Docente de Ed. Religiosa

En su Crítica de la Razón Pura, Kant mencionaba que todo conocimiento parte de la


experiencia, es decir, para conocer algo, debo tener o vivir una experiencia con
aquello que se desea conocer o que aparece ante nuestros ojos para desafiar a
nuestro entendimiento humano.

Y la fe misma, como acto de la voluntad, es el resultado de la experiencia religiosa


con la que el hombre se encuentra y que servirá como medio para el conocimiento
de lo que Rudolf Otto llamó lo Numinoso, es decir, aquella fuente de divinidad de
desde donde parte la vida.
Hablar de la Revelación es hablar de la experiencia religiosa transmitida de
generación en generación, pero con un valor agregado: la fe y la razón como factores
inseparables para que la experiencia religiosa, personal y colectiva a la vez, pueda
manifestarse no como una ideología, sino como una doctrina sólida con
fundamento en lo divino y manifestado desde lo humano.

1. Fundamento filosófico: la razón al servicio de la fe.

En la tradición
helenística, aquel
Logos (sentido,
conocimiento) que
propusieron no sólo
los naturalistas y pre-
socráticos, sino
también los clásicos,
partiendo desde
Sócrates y pasando
directamente por
Platón y Aristóteles.
En esta tradición, se
ve reflejada la
necesidad de hallar un sentido que pudiera explicar el equilibrio del cosmos,
aquello que lo había hecho todo posible y que aún no era fácil de digerir por algunos
de los principales pensadores.

Conócete a ti mismo, rezaba el oráculo de Delfos en el Partenón de Atenas, y que


fue la base o principio de toda filosofía, especialmente de la enseñanza socrática.
La filosofía como medio para que el hombre se descubra y se encuentre consigo
mismo, es decir, la razón como camino hacia la trascendencia.

Y aquel conocimiento de sí mismo, no podía estar ajeno al Mundo de las Ideas,


propuesto por Platón, es decir, aquel espacio o reino en donde habitaba un ser
inmutable y eterno, el cual contenía todos los objetos y cosas de la compresión
racional y que permitían la aprehensión de la realidad y el conocimiento de la
verdad. Pues para Platón, las cosas se hicieron por mediación de las Ideas.
Siendo Platón discípulo directo de Sócrates, y habiendo expuesto su pensamiento
a través de la figura del maestro (Los Diálogos), Aristóteles aparece como estudiante
destacado de la Academia platónica en Atenas. De hecho, Platón se referiría a su
mejor estudiante como La Inteligencia, sin saber que, como buen discípulo, tendría
no sólo que opinar, sino también contratar y rebatir la enseñanza del maestro y
proponer la propia para asimilar la realidad y el conocimiento de la verdad desde
otro punto de vista.
Así nació la Metafísica, la cual, junto con la ética, conforman los pilares
fundamentales del pensamiento aristotélico. Pues mientras para Platón, la realidad
debe entenderse desde el mundo de las Ideas, es decir, buscar en el cielo la
explicación para lo que ocurre en la tierra; Aristóteles manifiesta que todo el mundo
alrededor debe entender desde la propia naturaleza, pero no sólo desde la
naturaleza visible, sino también la que no es susceptible al ojo humano: el ser, el
ente y la substancia; elementos que constituyen no sólo la naturaleza humana,
sino también la de los seres que conforman la naturaleza en sí misma y para lo que
están hechos.
Partiendo de estas premisas, observamos que la Revelación pudo entenderse a la
luz de la razón gracias a la tradición griega clásica y el pensamiento helenístico.
Pues las primeras bases de la fe católica fueron sentadas por pensadores
inspirados y formados en la tradición filosófica, tanto latina como griega.

2. Fundamento bíblico: La fe como fruto de la Revelación.

He aquí, el Theos (Dios) revelado ante Moisés en el Sinaí, en la que expresó su


Teofanía (Manifestación como Dios), y pudo ser alcanzado por la tradición hebraica
y entendido – aunque no del todo en determinada época – desde el helenismo. Así,
fe y razón, empezaron un matrimonio indisoluble que nos permitió conocer la fe
como la conocemos hasta nuestros días.

Sin embargo, no podemos dejar de mencionar el fundamental de nuestros


hermanos mayores en la fe: el pueblo hebreo.

Nuestro punto de partida incluye, en primer lugar, las fuentes de la Revelación ya


establecidas, es decir, aquellos medios por los que la fe se ha construido a lo largo
de los siglos. Estas fuentes de la Revelación se resumen en tres:
 Sagrada Escritura: Es la Revelación puesta por escrito, es decir, todo el
mensaje transmitido por Dios en el Espíritu Santo, el cual fue plasmado por
autores sagrados, conocidos como hagiógrafos, es decir, hombres inspirados
por el Espíritu Santo para poner por escrito el menaje de la Revelación.

 Sagrada Tradición: También llamada “Tradición Apostólica”, referida a que


no toda la Revelación se puso de manifiesto en la Sagrada Escritura, sino
que también se dio a conocer por medio de la enseñanza de Jesucristo a sus
Apóstoles, y estos, a su vez, la dieron a conocer oralmente durante la
predicación del Kerigma.

 Magisterio de la Iglesia: Es el ejercicio de la autoridad conferida a la Iglesia


por Jesucristo, el poder de atar y desatar: “Yo te daré las llaves del Reino de
los Cielos; y todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; y todo lo
que desates en la tierra, quedará desatado en los cielos” Mt. 16, 19. La Iglesia
tiene la autoridad de enseñar, transmitir y difundir el Evangelio hasta los
confines de la tierra. Esta autoridad es ejercida mediante el Magisterio de la
Iglesia, manifestado en el pontificado del Sucesor de Pedro y la Curia
Romana. Por ejemplo, es el Magisterio de la Iglesia quien establece el Canon
Bíblico, el cual está conformado por todos los libros considerados como
inspirados, y que conforman la Sagrada Escritura.

Es mediante estas tres fuentes en que podemos conocer a la Revelación como tal
sin llegar a agotar el misterio de Dios en sí mismo, pues eso es y seguirá siendo
Dios para todos nosotros: Un Misterio.
Sin embargo, a pesar de ser un Misterio y teniendo en cuenta de que el hombre ha
podido conocerlo – en parte – no pierde su condición de infinitud, es decir, el
Misterio de Dios no se agota. Cuenta la Tradición que un día, San Agustín de
Hipona, Padre y doctor de la Iglesia que vivió entre los años 354 y 430 después de
Cristo, se encontraba caminando por la orilla del mar, cuando vio a un niño que
intentaba llenar un pequeño agujero en la arena con el agua del mar. Dado que el
niño corría una y otra vez del mar a la arena y viceversa, Agustín decidió acercarse
y le preguntó:

¿Qué estás haciendo?”, a lo que el niño respondió: “Voy a meter toda


el agua del mar en este agujero”. Por lo que Agustín, sorprendido por
la respuesta, le replicó: “¿Qué es lo que dices? ¿estás loco? Es
imposible que toda el agua de mar pueda entrar en ese agujero”.
Entonces, el niño se detuvo y le dijo: “Agustín, así como yo no puedo
meter toda la inmensidad del mar en este pequeño agujero, tú
tampoco puedes meter toda la ciencia de Dios en tu entendimiento”.
En ese momento, cuenta el relato, que el niño desapareció.
Agustín trataba de entender la idea de la Trinidad cuando tuvo este encuentro.
Posteriormente, publicaría su obra De Trinitate (Sobre la Trinidad), en la que
destacaría a la idea de Dios como El Ser Necesario, aquel que había sido ya
expresado en la filosofía aristotélica y que sería consolidado por Santo Tomás de
Aquino en la Summa Theologiae, o Suma Teológica.
Aquel Ser Necesario, revelado por
iniciativa propia a Moisés en el Sinaí como
YO-SOY O YAHVEH en hebreo, es también
el Dios los filósofos, como lo mencionó
Benedicto XVI. Pues a quien trataban de
buscar como ese ARJÉ, o inicio, desde
Tales, pasando por Anaximandro,
Anaxímenes y los otros filósofos
naturalistas y clásicos, es al que el pueblo
hebreo conoció como el ADONAI (Señor);
YAHVEH SEBAOT (Yahveh de los Ejércitos); el ELIÓN (Altísimo); o el SADDAY
(Omnipotente), entre otros adjetivos con los que el pueblo de Israel se refería a Dios
para no mencionar el Nombre Sagrado de Dios: YO-SOY (Ex. 3).

3. San Pablo, el maestro insigne y apóstol de los gentiles.

Tras ser educado e instruido en la ley de Moisés por el


sabio Gamaliel, Saulo de Tarso se convierte en gran
perseguidor de los seguidores de Jesús de Nazareth. Pero
un día, camino a Damasco para arrestar a los discípulos
que allí se refugiaban, Cristo sale a su encuentro en una
visión que lo arroja del caballo y le dice: “¡Saulo, Saulo!
¿Por qué me persigues?” (Hch. 9).
Tras su encuentro con Cristo resucitado, Saulo se
convierte al cristianismo, se bautiza en el Nombre de
Jesús y decide predicar el Evangelio. Pero al ser
rechazado por sus compatriotas judíos, opta por llevar el
mensaje a los gentiles, es decir, a aquellas personas que no vivían bajo la ley judía.
En pocas palabras, Saulo, quien cambia su nombre judío por el romano (poseía la
ciudadanía romana por su padre) y pasa a llamarse Pablo, dedicó su ministerio y
enseñar y predicar el Evangelio no sólo a los gentiles, sino también a los paganos,
principalmente los griegos. Es así como se convierte en el gran iniciador de las
comunidades griegas de Éfeso, Tesalónica, Corinto, Antioquía (donde fuimos
llamados cristianos por primera vez), Chipre, Macedonia, Galacia, Troádes, y
muchas otras regiones de la Grecia antigua, instruida en el conocimiento de sus
clásicos pensadores.
Así, cuando Pablo llega a Atenas para predicar un Evangelio no conocido por los
siempre politeístas atenienses, Pablo toma la enseñanza de Aristóteles sobre ese
Motor Inmóvil, ese Ser Necesario, esa Causa Eficiente Incausada, para transmitir
que, en ese Dios desconocido, todos VIVIMOS, NOS MOVEMOS Y EXISTIMOS.
Así, la Revelación se asoció en una unión inquebrantable entre la Fe y la Razón¸
elementos fundamentales que permiten al hombre vivir la experiencia religiosa
haciendo pleno uso de su libertad y voluntad. La fe es el acto supremo del ser
porque, a pesar de no haber visto u oído, el hombre opta por apoyar su existencia
en Aquello que, a pesar de no conocer en su totalidad, desea seguir, vivir y amar
en plenitud.

El árbol se conoce por sus frutos, la fe se conoce por sus frutos y el fruto de la fe,
es el amor. Conocemos a un Dios que, como lo dice el apóstol Juan en su primera
carta, es Amor. Y nosotros hemos nacido de ese amor para amar.
Dios es amor, atrévete a vivir por amor.

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