Sentimientos

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Permítanme contarles una breve historia que, de corazón, espero no les agobie, aunque, a decir

verdad, dudo lo haga, pues a más de uno le habrá pasado.

No era mucho de expresar sentimientos, y habrá quien me comprenda, pero, siéndoles sincero,
muchas veces no es lo mejor. A veces tendemos a ocultar nuestro sentir hacia las demás personas por
diferentes motivos, ya sea por miedo al rechazo, o a mostrarse frágil ante los demás, o inclusive, por
miedo a terminar una amistad o relación fraterna de hace tiempo. Pues verán, en mi caso todas estas
fueron razones suficientes para quedarme callado y por fin tragarme mi sentir e intentar continuar
como si nada hubiese pasado.

La primera vez, recuerdo perfectamente cuando comencé a sentir algo por alguien. Estaba en la
escuela y, aunque podría ser muy pequeño, sabía exactamente que lo que sentía en ese momento no
lo había sentido antes. Es que cómo no sentir, si aquella niña tenía unos ojos tan bonitos, una sonrisa
encantadora y una voz tan suave. Obviamente no hacía mucho caso, pues qué iba a saber un niño de
11 años acerca de la atracción y mucho menos del amor. Aun así, esa fue la primera vez que decidí
externarle mi pensar y sentir a una chica. Con todo el nervio del mundo le escribí una pequeña nota
diciéndole lo linda que me parecía y lo que me encantaría que fuera mi novia. Obviamente no se la di
personalmente, mandé a mi fiel escudero y compañero de aventuras a que se la diera. Esperando su
reacción, me quedé mirándola mientras leía mi nota y veía un pequeño dibujo que anexé a ella (cabe
recalcar que mis dibujos eran lo básico: dos monitos abrazados, con ropa de cholos y carita de
muñecos de anime). Esos dibujos eran infalibles cuando de conquista se trataba, los “old school”
sabrán de qué hablo.

Todo era miel sobre hojuelas, parecía ser el inicio de una linda relación, a pesar de estar ya en sexto
grado y cerca de ir a la secundaria. Nunca pensé que algo malo podía pasar, pero obviamente así debía
ser, y un día que escribíamos pensamientos para nuestros compañeros en sus cuadernos a manera de
despedidas, escribí en el de mi “novia”, y como me educó papá, comencé a externar mis
“sentimientos” para que supiera que iba muy enserio, pero su reacción no fue la pensada. Cuando
pasó cerca de mí le pregunté si había leído mi escrito en su cuaderno, y con un tono cortante y sin
mirarme a los ojos respondió: -No lo sé-.

Mi sonrisa desapareció, y fue entonces que me di cuenta de que ya la había “regado”. Sin importarme
tanto, dejé que los meses pasaran para poder graduarnos y olvidar ese tipo de experiencias. Digamos
que fue como mi primera decepción. Pero nunca imaginé que solo sería la antesala a lo que de verdad
sería una experiencia digna de episodio de La Rosa De Guadalupe (sí, tampoco es para tanto).

Salimos de la primaria, todo normal, yo cumplía 12 años y con ello significaba algo muy especial:
pasaba de ser un niño a ser un Hombre Joven (porque soy miembro de La Iglesia De Jesucristo De Los
Santos De Los Últimos Días, o como erróneamente me llaman: mormón). En ese lapso me tocaba vivir
mi primera experiencia con los jóvenes de la iglesia. Para celebrar el día de la Independencia de
México, en la iglesia acostumbramos a hacer un festival donde participamos por organizaciones: niños,
jóvenes y adultos. En el caso de los jóvenes, presentaríamos un bailable entre folclórico y moderno, y
parecía ser que sin necesidad de tener una pareja para ello. Pero ¡oh, sorpresa!, cuando en medio de la
coreografía había una parte donde deberíamos bailar con alguien más. Fue entonces que apareció:
lindos ojos, cejas pobladas, pero perfectamente delineadas, sonrisa contagiosa, cabello negro, tez
blanca… parecía sacada de una película de Disney, de esas donde hay actrices que te enamoran, pero
en tu vida te harían caso. Bueno, justo así me sentía yo. Y es que cómo esperar otra cosa que no fuera
rechazo, si hablamos de un chico en pleno inicio de la pubertad, tez requemada, algo gordito, cabello
con más gel que el que usaste en toda la pandemia y a todo esto sumémosle que en ese entonces era
más chaparro que ella. Todo esto jugaba en mi contra, así que debía ingeniar un plan para poder
siquiera sacarle plática. Nada se me ocurrió el primer día, y sinceramente no recuerdo si llegué a
saludarle. Sólo sé que, conforme pasaron los días, me empezó a gustar más. Siendo honesto, no sabía
qué hacer al respecto. Y sí, quizá antes ya me había sentido atraído por alguien, pero era distinto. Esta
vez ya no solo era algo físico o algo momentáneo, esta vez la chica que estaba frente a mí cada día
ensayando tomó más y más importancia, al grado de sentirme nervioso camino a los ensayos por verla
de nuevo.

Créanme, hasta su nombre es hermoso. Sheccid, igual que la chica de las historias de Carlos
Cuauhtémoc Sánchez (esas historias que leías en primaria o secundaria donde se hablaba acerca de
drogas, amores pasajeros y sexo, lo normal en la vida de un adolescente hoy en día). Un par de veces
había oído ese nombre, y sin lugar a duda ella le hacía honor, pues parecía una princesa, ya que el
origen del nombre no sólo proviene de una historia de un escritor mexicano para jóvenes, sino que
data de hace muchos años, y se trata del nombre de quien alguna vez fuera una bella princesa de algún
reino árabe.

Pero bueno, dejaré las historias y clases de etimología para después, ahora a concentrarnos en la
historia.

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