Francisca y La Muerte

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La Calavera Catrina – Guion

para el Día de los Muertos

La calavera catrina obra teatro corta

La tradicional fiesta del Día de los Muertos en México cuenta


con varios personajes y símbolos que no pueden faltar, uno de
ellos es La Calavera Catrina, cuya figura esta inspirada y
satiriza a las aristocráticas europeas que llegaban a América.
Esta fiesta busca recordar a los muertos y rendirles homenaje.
Catrina es un esqueleto femenino con ropa de época de
principio de siglo XX.

En esta obra cómica de teatro corta vamos a poder


personificarla junto a otros tantos personajes, para demostrar
que el trabajo duro vale la pena.

Titulo: La Calavera Catrina


Autor: Anonimo
Obra de 12 personajes

Personajes:

Catrina
Narrador
Señor
Nieta
Mamá de la niña
Caminante
Señor Noriega
Señora Noriega
Niño Noriega
Los González
Viejo en Caballo
Francisca

ACTO 1

En la escena se aprecian dos casas con colores alegres y


maceteros, un camino verde con flores y árboles, la muerte
anda vestida de negro con un sombrero blanco y un traje negro
holgado. Además se ve un campo arado y maizales. (Entra la
muerte con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano
amarilla en el bolsillo.)

Catrina: ¡Santos y buenos días!

Narrador: Y ninguno de los presentes la pudo reconocer.

Catrina: (Pregunta dudosamente) Si no molesto quisiera saber


dónde vive la señora Francisca.

Señor: (El Señor se asoma por la ventana de su casa y señala


con su dedo hacia los campos) Pues mire, allá por los
matorrales que bate el viento ¿ve? Hay un camino que sube la
colina. Arriba hallará la casa.

Catrina: ¡Cumplida está! Ay ¡Gracias a Dios!


Narrador: La muerte se echó a andar por el camino aquella
mañana que, precisamente, había pocas nubes en el cielo y todo
el azul resplandecía de luz. Un ambiente muy desagradable para
ella, pues es la apestosa muerte. Andando, miró la hora y vio
que eran las siete de la mañana. Por lo tanto, para la 1 y
cuarto, pasado meridiano, se habría llevado ya a la señora
Francisca.

Catrina: (Alegre y suspirando) ¡Menos mal!, poco trabajo; un


solo caso.

(Mientras la muerte va caminando despacio por muchas flores


tratando de no chocar con ninguna de ellas. Y haciendo caras
de asco. Cuando pasa por el árbol se lo queda viendo, lo huele
y se tapa la nariz; lo mismo con las flores. Se escucha fondo
musical de agua cayendo y de pájaros trinando)

Narrador: Se dijo satisfecha de no fatigarse y siguió su paso,


metiéndose ahora por el camino apretado del romerillo y rocío.
Efectivamente, era el mes de mayo y con los aguaceros caídos,
no
hubo semilla silvestre ni brote que se quedara bajo la tierra
sin salir el sol. Los retoños de las ceibas eran pura caoba
transparente. El tronco del guayabo soltaba, a espacios, la
corteza, dejando ver la carne limpia de la madera. Verde era
todo, desde el suelo al aire y un olor a vida subiendo de las
flores. Natural que se tapara la nariz. Lógico también que ni
siquiera mirara tanta rama llena de nidos ni tanta abeja con
su flor. Pero, ¿qué hacerse? Estaba la muerte de paso por aquí
sin ser su reino. Por fin llegó a la casa de Francisca.

Catrina: (Con tono confianzudo) Con Panchita, por favor.

(Sale una niña de la casa acompañada de su mamá. La muerte


sigue con su trenza y la mano en el bolsillo)

Nieta: (Con miedo) Abuela salió temprano.

Catrina: ¿Y a qué hora regresa?


Mamá de la niña: ¡Quién lo sabe! Depende de los quehaceres.
Por el campo anda, trabajando.

Catrina: (Se muerde el labio y con tono de cansada) ¡Hace


mucho sol! ¿Puedo esperarla aquí?

Mamá de la niña: Aquí quien viene tiene su casa. (Advirtiendo)


Peeerooo puede que ella no regrese hasta el anochecer.

Catrina: (Piensa mirando para arriba, con el labio mordido y


con la mano en la barbilla; se oye en el fondo musical con
eco) (¡Chin! Se me irá el tren de las cinco. ¡No!¡ Mejor voy a
buscarla!) ¿Dónde, de fijo, pudiera encontrarla ahora?

Mamá de la niña: Pues de madrugada salió a ordeñar.


Seguramente estará en el maíz, sembrando.

Catrina: ¿Y dónde está el maizal?

Mamá de la niña: Siga la cerca y luego verá el campo arado


detrás.

Catrina: (Secamente) Gracias.

Narrador: Y andando y andando, siguió la muerte. Sin embargo,


miró todo el campo arado y no había un alma en él. Sólo
garzas. Soltóse la trenza la muerte y rabió.

Catrina: (Enojada) ¡Vieja andariega! ¡Dónde te habrás metido!


(Escupe y continúa caminando)

Narrador: Una hora después de tener la trenza ardida bajo el


sombrero y la nariz repugnada de tanto olor a hierba nueva, la
muerte se topó con un caminante.

Catrina: ¡Señor! ¿Pudiera usted decirme donde está Francisca


por estos caminos?

Caminante: (Alegremente) ¡Tiene suerte! Media hora lleva en


casa de los Noriegas. Está el niño enfermo y ella fue a
sobarle el vientre
Catrina:¡Gracias! (Se dispara a caminar rápido para llegar)

Narrador: Duro y fatigoso era el camino. Además ahora tenía


que hacerlo sobre un nuevo terreno arado, sin trillo, y ya
sabe cómo es de incómodo sentar el pie sobre el suelo
irregular y tan esponjoso de frescura, que se pierde la mitad
del esfuerzo. Así, por tanto, llegó la muerte hecha una
lástima a casa de los Noriegas.

Catrina: (con tono cansado y soplándose con el sombrero) ¡Con


Francisca! A ver si me hace el favor.

Señor Noriega: (Con desilusión) ¡Ya se fue!

Catrina: (Sorprendida) ¡Pero, cómo! ¿Así de pronto?

Señora Noriega: (Frunciendo las cejas) ¿Cómo de pronto? Sólo


vino a ayudarnos con el niño y ya lo hizo. ¿De qué extrañarse?

Catrina: (Apenada) Bueno… Verá. Es que siempre una hace la


sobremesa en todo, digo yo.

Señor Noriega: (Indagando y con los ojos bien abiertos)


Entonces usted no conoce a Francisca.

Catrina: Tengo sus señas.

Señora Noriega: (Retándola) A ver, dígalas.

Catrina: (Señalando las partes del cuerpo que va diciendo)


Pues… con arrugas, desde luego, ya son sesenta años…

Señor Noriega: ¿Y qué más?

Catrina: Verá… el pelo blanco…. Cas i ningún diente propio….


La nariz, digamos… (con duda)

Señora Noriega: ¿Digamos qué?

Catrina: Filosa

Señora Noriega: ¿Eso es todo?


Catrina: (Tratando de convencer) Bueno… además de nombre y dos
apellidos.

Señor Noriega: Pero usted no ha hablado de sus ojos.

Catrina: Bien, nublados… sí, nublados han de ser… ahumados por


los años.

Señora Noriega: Nooo, no la conoce. Todo lo dicho está bien,


pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Esa, a
quien usted
busca, no es Francisca.

Narrador: Y salió la muerte otra vez por el camino. Iba ahora


indignada sin preocuparse mucho por la mano y la trenza, que
medio se le asomaba por debajo del ala del sombrero. Anduvo y
anduvo.

Catrina: (Llega a cada de los González y pregunta) ¿Está la


señora Francisca?

González: Francisca está a un tiro de ojo de aquí, cortando


pastura para la vaca de los nietos.

Catrina: (Decepcionada, ve la pastura cortada)

Narrador: Pero a pobre muerte solo vio la pastura recién


cortada y nada de Francisca, ni siquiera la huella menuda de
su paso. Entonces la muerte, que ya tenía los pies hinchados
dentro de los
botines enlodados y la camisa negra, más que sudada, sacó su
reloj y consultó la hora.

Catrina: (Espantada) ¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible!


¡Se me va el tren! (se va zapateando)

Narrador: Entonces echó la muerte de regreso, maldiciendo por


su mala suerte. Mientras tanto, a dos kilómetros de allí,
Francisca escarbaba las malas hierbas del jardincito de la
escuela. Un viejo
conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le echó a su manera el
saludo cariñoso:

Viejo: (Gritándole) Francisca, ¿Cuándo te vas a morir?

Francisca: (Asomando medio cuerpo de entre las flores le dice


alegremente) ¡Nunca! Siempre hay algo que hacer.

FIN.

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