Filosofía 3
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Filosofía 3
Tema 3:
INTRODUCCIÓN
En la segunda mitad del siglo XX la sociedad occidental, impulsada principalmente por el desarrollo
científico y tecnológico, conoció una gran transformación estructural, cultural y social. De este
modo, los cambios, que hasta entonces se habían asociado a procesos lentos y, por lo tanto,
predecibles, pasaron a convertirse en fenómenos poderosos, vertiginosos y que operan en muchos
planos superpuestos de la realidad.
Esta situación ha producido una sensación de confusión e incertidumbre. Uno de los ámbitos
sociales que de manera más intensa está padeciendo tal ausencia de estabilidad es el mundo de
la educación.
Es así como la escuela y los docentes, enmarcados en el contexto de la hipermoderinidad, debemos
más que nunca promover la construcción de una subjetividad crítica y autónoma en nuestros
educandos. El lograr lo antemencionado requiere de prácticas conscientes de los problemas
existentes en el contexto actual para que los sujetos puedan constituirse como tales.
REFLEXIONES PERSONALES
Hoy más que nunca se hace sumamente necesario reflexionar sobre el ejercicio de nuestro rol
como docentes, teniendo en cuenta la realidad social actual, en donde los vínculos sociales se han
vuelto más frágiles, resquebrajando el concepto de comunidad y acentuando el individualismo y la
competencia, en el marco de una economía fuertemente global e informacional. En este contexto,
la escuela del siglo XXI puede ayudarnos a encontrar la ruta, superando los obstáculos, para
construir la sociedad nueva que imaginamos. En este sentido, reflexionamos con Edgar Morín
(1999) sobre el grano de arena que podemos aportar los educadores con respecto a enfrentar las
incertidumbres que sacuden a las sociedades de este tiempo. Pensemos que los hombres de la
sociedad actual navegamos en océanos de incertidumbres con archipiélagos de certezas, por lo
que los docentes podemos contribuir a desarrollar la duda en la certeza, así como promover
adaptaciones a las nuevas situaciones producidas en el mismo individuo y su sociedad, con
creatividad y conciencia. De este modo, se hace ineludible promover la comprensión de los
individuos entre sí y de las sociedades, se hace necesaria una comprensión empática hacia los
demás y el respeto a las ideas diferentes en el plano de lo ético. Es así como la educación puede
contribuir a desarrollar la autocrítica y reflexión de los educandos para derivar progresivamente en
la comprensión en todos sus ámbitos.
Dada la complejidad de los fenómenos mundiales y la incertidumbre de un futuro desconocido, es
importante reconocer el papel de la escuela, en cuanto a la enseñanza y desarrollo de un espíritu
crítico, que cuestione con el arma de la razón, las visiones simplificadoras y complejas de la
realidad.
Hoy más que nunca debemos hacer nuestras las palabras de Vaz Ferreira y así, promover como
educadores el abrir los espíritus, ensancharlos, darles amplitud, horizontes, ventanas abiertas, y,
por otro lado, ponerles penumbra, que no acaben en un muro, en un límite cerrado, por el contrario,
que tengan vistas más allá de lo que se sabe y de lo que se comprende totalmente.
Es así como este autor nos invita a reflexionar cómo la docencia y la filosofía pueden comenzar a
entrelazarse productivamente, teniendo como horizonte la movilización e innovación educativa.
Lograr lo anterior implica adentrarnos en “la otra educación”, intentando convertir las clases en
comunidades de indagación filosófica para que nuestros alumnos puedan descubrir maneras de
pensar más reflexivas y razonables (Splitter y Sharp,1996).
Esta transformación tiene consecuencias profundas para todo el currículo. De este modo lo
pensaremos desde los sujetos de la educación, no en función de los contenidos que hay que
enseñar, sino en función de cuestiones más profundas. Así, no obedeceremos sin cuestionarnos a
un montón de hojas apiladas, que nos dicen irremediablemente todo lo que debe ser enseñado y
aprendido.
Es así como formar subjetividades críticas, creativas y solidarias es la finalidad que debemos buscar
a través de los contenidos curriculares. Es a través de espacios y tiempos adecuados, y de planes
de estudios pensados con ese fin, que se puede generar un ambiente propicio, en donde pueda
visualizarse que lo educativo puede ayudar a la autoformación personal y grupal de nuestros
alumnos. Aquí radica el gran desafío que como docentes tenemos, ser verdaderos intelectuales
transformadores de la educación (Henry Giroux, 1990), teniendo la capacidad de determinar las
condiciones de trabajo, de elaborar un currículo adaptado a los intereses de los alumnos concretos
a los que enseñamos, brindándoles, de este modo, las herramientas necesarias que les permitan
buscar conscientemente su lugar en la sociedad. Se trata, en definitiva, de intervenir propiciando la
enseñanza, pero dejándonos enriquecer junto al educando de ella.
BIBLIOGRAFÍA
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• BAUMAN, Z. (2005). Modernidad y ambivalencia. Barcelona: Anthropos.
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• GIROUX, H. (1990): Los profesores como intelectuales. Buenos Aires: Ed. Amorrortu.
• LIPOVESTKY, G. (1996): La era del vacío.
• LIPOVETSKY, G. Y CHARLES, S. (2004): Los tiempos hipermodernos. Barcelona: Editorial
Anagrama.
• MORIN, E. (1999): Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO.
• SPLITTER, L Y SHARP, A. (1996): La otra educación.
• REBELLATO, J. (1999): La globalización y su impacto educativo-cultural. El nuevo horizonte
posible.
• REBELLATO, J. (2000): Ética de la liberación. Montevideo: Editorial Nordan-Comunidad.