Juan-Calzadilla-La Condición Urbana

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El Centro Editorial La Castalia y Ediciones de la Línea Imaginaria

inauguran su Colección Alfabeto del mundo


para publicar obras selectas de la poesía contemporánea.

Ha tomado su título de uno de los libros del poeta venezolano


Eugenio Montejo (1938-2008), como homenaje a una de las voces
más entrañables de la poesía en lengua castellana del siglo XX.
colección Alfabeto del mundo
la condición urbana
Juan Calzadilla. Poeta, editor, artista plástico, curador y crítico de arte venezolano
nace en 1930 en Altagracia de Orituco. Para 1954 publica por iniciativa propia el
opúsculo Primeros poemas en Ediciones Mar Caribe, colección que dirige en Cara-
colección Alfabeto del mundo

cas el poeta Vicente Gerbasi. En 1958 aparece bajo su cuidado Los herbarios rojos,


opúsculo de lenguaje parasurrealista. En 1961 interviene en la fundación del grupo
contestatario de vanguardia El techo de la ballena y organiza, en compañía de Daniel
González, los primeros salones de arte informalista que se llevan a cabo en Mara-
caibo y Caracas. En 1962 circula su poemario Dictado por la jauría, en edición de El
techo de la ballena. En 1967 publica Las contradicciones sobrenaturales, en edición
de El techo de la ballena. En 1969 aparece Ciudadano sin fin, por Monte Ávila Edito-
res, Caracas. En 1978 aparece en la Colección Equinoccio de la Universidad Simón
Bolívar su poemario Oh Smog. En 1982 publica Táctica de vigía, Ediciones Oxígeno.
Caracas-Bilbao, España. En 1996 recibe el Premio Nacional de Artes Plásticas, otor-
gado por el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), por su obra como dibujante,
crítico e investigador de las artes plásticas. En 1999 lanza su polémico libro Diario
sin sujeto, en publicación del “Taller editorial El pez soluble”. En 2004 son publica-
dos por Monte Ávila Editores su poemario Aforemas y el anecdotario Armando Reve-
rón, voces y demonios. En 2005 la editora «Eloisa Cartonera» de Buenos Aires, publi-
ca su libro Manual para inconformistas. En 2010 aparece en edición de la Fundación
para la Cultura y las Artes (Fundarte) el Libro de las poéticas, ensayo antológico que
reúne fragmentos, pensamientos aforísticos, y reflexiones en torno al ejercicio y la
crítica de la poesía escritos por el autor en diferentes etapas de su vida, inéditos o
recogidos en libros anteriores. En 2011 es nombrado director de la Galería de Arte
Nacional, máxima institución dedicada a la conservación, estudio y divulgación del
arte venezolano. En 2013 sale a la luz, en la colección Clásica de la Biblioteca Aya-
cucho, la Antología poética Formas en Fuga, Antología poética cuya edición estuvo
a cargo del crítico y poeta Arturo Gutiérrez Plaza. En 2015, aparece el libro Poesía
por mandato, antología personal, publicada por Monte Ávila Editores Latinoame-
ricana. Ese mismo año aparece publicado en ediciones del Fondo Editorial de las
Artes (Fundarte) el libro Retrato de un artista moderno. También los libros Editor de
Crepúsculos y Silabario del incierto, el cual recoge un conjunto de 36 entrevistas. En
materia testimonial, Silabario del Incierto abunda en información de primera mano
sobre la poesía y las artes plásticas durante un período que se extiende de 1954 al
año 2014. En 2016 recibe el Premio León de Greiff al Mérito Literario, Antioquia,
Medellín, Colombia. En 2017 recibe el Premio Nacional de Literatura por sus más
de 50 años de trayectoria literaria en el Venezuela. Este mismo año se publica en
Colombia El libro de Juan, selección a cargo de Larry Mejía. En 2018 se publica en la
editorial Acirema La condición urbana.
Juan Calzadilla

La condición urbana
La condición urbana
© Juan Calzadilla
1era edición, 2018
1era La Castalia / Ediciones de la Línea Imaginaria, 2021

Colección Alfabeto del mundo / Poesía contemporánea

© De esta edición
© Juan Calzadilla

Fotografía de portada
© Fernando Espinosa Chauvin

Foto de autor
© Guillermo Colmenares

Colección al cuidado de
Edwin Madrid
Aleyda Quevedo Rojas
José Gregorio Vásquez

Edición digital
Mérida, Venezuela - Quito, Ecuador, 2021

Hecho el Depósito de Ley


Depósito Legal: ME2021000121
colección Alfabeto del mundo

ISBN-E-Book: 978-980-7123-54-9

Ediciones La Castalia
Centro Editorial La Castalia
Mérida, Venezuela
www.lacastalia.com.ve
[email protected]
centro editorial lacastalia
@centroeditoriallacastalia

Ediciones de la Línea Imaginaria


Quito, Ecuador
www.edicionesdelalineaimaginaria.com
[email protected]
@lineaimagina
ediciones de la línea imaginaria
@lineaimaginacastalia

Reservados todos los derechos


La secreta medianía de una obra

José Gregorio Vásquez

E l poeta, el artista, el gran observador, le grand marcheur delà vie que


es Juan Calzadilla, ha transitado secretamente el tiempo que le ha
correspondido en estos 91 años, para seguir diciéndonos poesía, pasión,
compromiso, voluntad: un arrojo entrañable como huella para cada día.
En ese afán inconmensurable nos entrega su aliento, nos hereda su solo
mundo de palabras y el resplandor que las habita. Junto a ellas, nos
permite, además, algunos trazos de color, algunas sentencias y un sin-
número de sentidas y valiosas reflexiones que dan testimonio íntimo de
su comprensión sobre el arte, la vida, la escritura, la tierra adentro del
poema, la música escondida en la sílaba o su eco esplendente, ese que la
resequedad de estos momentos enfurecidos le ofrenda como tributo, y
que, a su vez, él nos lo lega como hallazgo para este porvenir tan provi-
sorio, muchas veces confuso y desolado.
La obra de Juan Calzadilla viene de ese fulgor. Se hunde en el
misterio de los ríos antiguos que son la vida: sus bordes más cercanos
propenden a la calma, al reposo, la paciencia o la mesura de la creación
y su delicado silencio. Sus orillas más lejanas atrapan y desdibujan la
soledad y la nostalgia de otro tiempo que sus gestos mantienen en una
aparente ausencia. Sus palabras nos llegan así desde esa calma, desde esa
enigmática mansedumbre de un hombre que vive en la bondad, en el
desasosiego del imperante ruido, en la espera sigilosa que le ofrenda una
ciudad, a veces inclemente y, muchas otras, reveladora.

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Sus palabras vienen de allí. Ha permitido que sus poemas pre-
serven ese aire enfurecido que anida tanto en el recuerdo como en las
calles que hoy lo acompañan, las mismas que le entrega la fría intempe-
rie, la desolación, la pena del transeúnte o las mismas que le ofrendan
días de eterna bondad bajo distintas y dispersas imágenes, esas que aún
lo protegen, lo dispersan o suspenden. Es el poeta buscando su regreso,
imperioso, como Ulises, cada vez menos atado, menos envilecido...
Su tarea, tan poco apreciada hoy, hace que la memoria que es su
vida, nos sea legada con el mismo furor que le da brillo y, a su vez, con la
misma furia que en ocasiones la niega y la empaña. Así el poeta nos hace
viajar a la miseria y el esplendor de nuestro pasado con la misma fuerza
con la que nos permite ir a lo más infame o portentoso de este extraño
e incierto destino. Su obra abraza de esta forma, una comprensión ma-
yor al hacernos herederos advenedizos de un territorio en permanente
incertidumbre, en constante batalla, en infecunda furia.
La vida es esa cruzada lenta que vamos dando desde el poema,
para decirnos calladamente el secreto y el misterio de la poesía.
Sus poemas, el mundo que son sus poemas, hoy nos invitan a
entrar en estas nuevas y antiguas páginas que son su innegable casa, la
casa donde habita protegido contemplando la distancia de los otros, la
cercanía de los ausentes. Desde allí, nos sigue desdibujando con palabras
el fino trazo de un mapa secreto que recorre una obra: su profunda y
cuidadosa obra. Sabemos que sus palabras vienen de esa música sigilosa
del poema y su misteriosa entrega. Sabemos que de allí vienen sus tra-
siegos, sus pasos cautelosos, seguros, enfurecidos. Es por ello que sus pa-
labras nos siguen diciendo tradición con la misma voluntad y entereza
con la que nos dicen ruptura, cambio, transformación, poesía en audaz
movimiento bajo la intemperie, poesía ante el difícil compromiso de la
derrota impuesta, poesía para el lento camino a ciegas que andamos.
Sus simulados juicios acerca de nuestro ahora son el resultado de
un largo recorrido y de una permanente búsqueda en él, para compren-
der el furor y el reclamo de cada instante en el regazo ya quieto de un
destino transitado.

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Quienes lo hemos visitado en estos años, sabemos que sus gestos
no se detienen solo ante el papel. Su infatigable deseo por seguir pin-
tando en las palabras la memoria y el misterio de este momento, nos
hace creer en el trabajo entrañable de un creador, uno que ha sabido
sostener la mano, la voz y su valentía para proteger un mundo necesario
que debe seguir llegando al poema y su velada medianía. Sus reclamos,
siempre silenciosos y certeros, nos despiertan ante la urgencia de estos
días tan disolutos y revueltos. Es el poeta el que sabe atrapar las distintas
magias del instante, para entregarlas al poema bajo un aire vehemente e
inseguro, pero siempre con una claridad indiscutida.
Su protesta incesante en el poema nos lleva a mediar con aquello
que figura como intacto e inacabable en su obra. Todo se junta de nuevo
aquí en este conjunto de poemas que el poeta ha iluminado y entregado
bajo un nombre tan significativo de La condición urbana, publicado por
la joven editorial Acirema, que ya cuenta con un catálogo significativo y
a quien agradecemos el gesto de permitirnos una nueva edición.
Este es el nuevo y revelador paisaje que nos ofrece la admira-
ble antología personal sobre la ciudad que aquí se presenta: en ella nos
ofrenda un viaje venturoso y arriesgado. Es un libro que nos llama a un
recorrido auténtico por los temas con los que creemos tenemos un fino
pacto con su obra.
En La condición urbana, Juan Calzadilla vuelve sobre sus inago-
tables e imprescindibles temas poéticos. Su perseverante examen de la
realidad nos hace partícipes de una mirada que ha sabido detenerse para
encontrar en ella lo inusitado y fulgurante de las horas cotidianas: el
brillo, el esplendor, la belleza, pero también el dolor, la pena, el agobio,
el cansancio de las promesas provisorias de la vida, de las incertidumbres
inacabadas de lo humano. Todo se hace así poesía, se refugia intacto en
el poema. El poeta sabe que toda esta plegaria cotidiana viene de la en-
traña de la vida y de los inquietantes laberintos en los que todos creemos
o seguimos viviendo, siempre sumergidos o atados, como comúnmente
estamos, habitando la incertidumbre, la precariedad, la lejanía, el dolor
o la usencia.

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En La condición urbana el poeta nos reencuentra con esas dis-
tintas poéticas: las que comenzaron a llegar para nosotros desde 1958,
particularmente a la salida de Los herbarios rojos, o las que se fueron
encontrando luego con la aparición de libros tan emblemáticos como
Dictado por la jauría, 1962; Malos modales, 1962; Ciudadano sin fin, 1970;
Manual de extraños, 1975; Oh smog, 1977; Tácticas de vigía, 1982; Una
cáscara de cierto espesor, 1985; Principios de urbanidad, 1997; Diario sin su-
jeto, 1999; Aforemas, 2004; Protofixiones, 2005; Manual para inconformistas,
2005; Libro de las poéticas, 2006; o más recientemente Golpes de pala, 2017;
que con el tiempo han hecho de esta obra una obra encomiable, digna de
nuestra mayor atención y estima, hasta los libros más recientes que transitan
las inagotables interrogantes que el poeta va llenando de mayor significado
y que se han publicado en antologías que conservan su estilo y su gran
urgencia por decir para nuestro tiempo: Formas en Fuga, 2010; Poesía por
mandato, 2014; Precipicio sin bordes, 2016; El libro de Juan, 2018; Ciudada-
no sin fin. Poéticas de los malos modales, 2021, entre otras.

1
Juan Calzadilla abrió una nueva página desde esa mitad del siglo
XX. Lo hizo de una manera no común para la poesía de este tiem-
po —la influencia de la vanguardia nos llegó con un movimiento muy
particular: el surrealismo. Y lo hizo en Venezuela a través de grupos que
siguen siendo muy emblemáticos para nosotros por la apuesta poética
que reunieron: así Apocalipsis o El techo de la ballena—, de ahí la mágica
sensación de atravesar una obra múltiple, feroz, abierta y singular en
un país que se sigue mudando, como entonces, de tiempo, de tierra, de
tradiciones, de condiciones de vida, de silencios, de secretos, de voces.
El poeta anda empujando su palabra para hacerla nueva, para hacerla
otra; una que pueda regresar sin el peso de la nostalgia o pueda recorrer
incansable, deshojándose en el acontecimiento de cada medianía.
Este breve viaje nos permite entrar en diálogo con la gran obra
de un artista íntegro, un creador de mundos, colores, formas, siluetas,
trazos invisibles que se han ido quedando en el papel y la memoria de
una tradición poética tan particular como la venezolana.

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Juan Calzadilla nos ha heredado una obra que viene de esas mu-
chas vertientes. Nos ha mostrado en ellas la otra orilla del tiempo de un
país que sigue interrogándonos, que sigue revelando silenciosamente lo
que somos y que sigue escribiendo poesía desde y en la tradición, pero
también, desde y en la ruptura de esa tradición. Su poesía viene de esas
muchas páginas que son un territorio de herencias, pero viene, además,
y más entrañablemente, de un lugar íntimo donde sigue buscando decirse
poema, decirse poesía, decirse Juan, decirse ciudad, ciudadano sin fin.

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Los singulares imaginarios urbanos hacen que la obra de Juan
Calzadilla tenga un lugar en este libro como poética: la ciudad. El poeta
se ha mudado a las calles, se ha encontrado con ese otro que él también
es. Ahora se ve reflejado en el que camina a oscuras y va detrás, delante
o junto a él divisando su lento andar por estos pasajes inconclusos. Su
eco viene de la palabra que deambula por los resquicios inmóviles que
lo vigilan. La ciudad se hace cómplice de su velado murmullo. En la
ciudad todo está inconcluso, lo sabemos, todo está por construirse, por
transformarse: su mayor inquietud es el cambio. El poeta sabe que nada
habita fuera de sus calles. Todos somos en ellas, todos andamos por
sus espacios indelebles o por sus lugares disolutos. Nunca dejamos de
transitarla en el silencio de las paredes que nos encierran en medio de
sus días.
Juan en su obra toda nos permite esa reflexión mayor sobre lo que
comprendemos al ser urbanos, o comprendemos al poseer una condi-
ción urbana. No solo logra que lector se vea reflejado en los rincones de
una ciudad, sino que hace que el poeta sea uno de esos seres que vive la
intensa agonía de los otros, en las calles del mundo trágico y penoso, o
en las calles que muchas veces no esa ciudad pero la invaden.
Sin duda alguna, él es otro transeúnte de la vida en esas calles
que lo sorprenden constantemente. Así es como logra revelarnos bajo el
papel, el revés entrañable de esa penuria de un ciudadano que se habita
y deshabita al vivir en una urbe.

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En él, desde la mansedumbre, el poema grita con la voz y el áni-
mo del que siempre se busca y se sueña desmedido en la imagen de un
caminante que sufre a fuerza de tropiezos la pobreza, la imposibilidad, o
del poeta que padece la furia agobiante de todo el ruido permanente de
las calles que lo circundan y lo abisman.
En La condición urbana entramos a esa ciudad que es una obra.
Ella es la metáfora de la vida de un mundo alucinante, un mundo cir-
cundante: no solo de cemento y asfalto, sino uno que nos permite un
viaje a veces secreto, otras no, por el lado público, sonoro, turbulento,
oscuro o iluminado de esos espacios que nos constituyen en tanto cami-
nantes, a veces sonámbulos, otras consientes de tamaño agobio.
En esa ciudad no solo encontramos su visión del ciudadano, sino
su testamento en ella, la ofrenda de un hombre en años que observa
detenido el paso del tiempo y su estar a ciegas entre el abismo sofocante que
la encierra o la protege.

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La poesía de Juan nos arroja en este libro por esa ciudad que nos
lleva de la mano hacia el abismo que el poeta ya habita en tanto se hace
consciente de ella. Con él emprendemos el viaje por la calle ciega, por la
holgura de la noche, por el secreto del murmullo de un amanecer, por el
recuerdo de la vieja casa de la aldea ahora vigilada en el olvido, o por el
viaje, por esa música que sacude la calle larga y tormentosa de la que aún
queda algo bajo la huella borrosa y provisoria del caminante.
El poeta Juan Calzadilla ha puesto en nuestras manos esta ciu-
dad de su poesía. En ella ha desafiado al poema para que diga poesía
entretejida de piel secreta, de abismo y encierro, de juicio y reclinatorio.
Juan nos dedica con la misma intensidad de su obra, un libro que es una
ciudad en llamas, esa que él ha sabido desafiar: apacible en apariencia,
siempre tormentosa, revuelta, agitada por el bullicio, inclemente, lúcida
y también, por momentos, nefasta, aciaga y venenosa.

Mérida, Venezuela, mayo de 2021

12
La condición urbana
Levedad de la memoria

Deberíamos atrevernos a narrar con lujo


de detalles todo lo que nos pasa por la mente
en una especie de diario donde nada real sucede.
De este modo le estaríamos ahorrando
a la memoria tener que venir a auxiliarnos
con un discurso torpe
y lleno de ambigüedades
después de que los hechos ya han pasado
o no sucedieron.
No importa que nos equivoquemos
o que, exagerando la nota, lo que testimoniemos
resulte ser, como en el caso del poeta,
la obra de un gran embustero.
Después de todo no se escribe sino
sobre lo que uno imagina.
Así lo que imaginemos sea lo único
que en nuestras perras vidas
nos ha sucedido.

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Escrito sobre una piedra

Yo no quiero expresarme sino en prosa llana.


No más el verso medido en siete, ocho,
once y catorce sílabas con todos sus acentos
contados de izquierda a derecha
y con sus hemistiquios y estrambotes
amarrados rigurosamente a la rima.
No quiero oír más un tambor en cada verso
ni estar más tiempo esclavizado al soneto.
El poema debe estar libre de artificios
y que salga del forro de las palabras como
conviene al impulso que le comunica
la mente en blanco, sin antiparras ni fórceps
que le impidan a la versificación
jugar limpio cuando de lo que se trata
es de echar por la borda toda
la furia represada en el alma de las cosas.

16
El caos íntimamente necesario

Hay en mí un estado de cosas que propicia


el desorden. Llámese guerra civil, caos,
vértigo, violencia giratoria,
lo cierto es que busco en vano darle
un nombre para atribuir su razón de ser
a una causa extraña a mi persona.
Ya sé que el impulso loco de este desorden
no podrá ser explicado por el sentimiento
más o menos catastrófico
que en su interior pueda encerrar
un vocablo cuyo significado corresponda
a la rabia que me embarga.
Y ante la dificultad de encontrarlo, ay,
agarro un arma.

17
Este monstruo, la ciudad

Este monstruo te tiene en el firmamento


de su boca. Te modela, te reabsorbe
como el papel secante. Ah, crece
a costa de excavar
bajo el suelo fino de tus párpados. Te vigila.
Alimenta la opacidad triste de tus sueños
Te habita por dentro. Te viene con cuentos
y ladra en ti tan pronto descubre
que tus argumentos son los mismos del perro.

18
Bajo nuevo aviso

Un exceso de imprevisión en los relojes


suele ser causa de calamidades públicas.
Hay un momento demasiado vacío
para la comodidad de las sillas.
Hay una vigilia a la que no perturba
el hecho de permanecer frente a un cuadrado
tan estrecho que no deja pasar nuestras vidas.
Hay un instante en el que todas las miradas
se vuelven públicas.
El mundo adquiere allí el roce del dardo
expuesto a la acción del fuego.

Hay en la ciudad terrenos abonados para el crimen


y muros arrasados por las bombas cuyas grietas
imitan muy bien la presentación de la carne viva.

19
El agorero

El temblor de piel no indica que esté a punto


de ocurrir un percance
mas su anuncio aun para los más sordos
de todos modos persiste hasta
un grado que no halaga
el oído de aquellos a quienes vuelve cómplices.
El que más ve, ve horizontalmente, en superficie
y ve en el interior de las cosas sólo una escoria
a la que se lanza ávido como sobre el plato
un perro hambriento. Y el perro, ah
sólo el perro ladra ansioso un poco antes
de echar a correr presintiendo el desastre
que su ladrido anuncia. Y ocurre así que el tiempo
tiene para sí mismo el acuerdo
de ofrecer una clarividencia cuyo efecto
sólo podemos medir después que el tiempo pasa
pues la previsión no es una copa que el tiempo ofrece.
Y cuando se avanza, a veces
lo erróneo de una pisada en falso es el aviso
que nos hace retroceder al punto de comienzo
para repetir a la misma hora y en el mismo punto,
la misma operación.

20
Conexiones de arcilla

En esta ciudad sólo hay muelles de sombra para partir


a medianoche. Sólo hay claraboyas apagadas para mirar
desde la boca de los túneles. En esta ciudad sólo hay
camino para las cintas de las avenidas y grúas de juguete
que describen saltos mortales a mediodía.
Sólo hay el smog espeso del cielo para echar nuestros barcos
de almagre y conexiones circulares para dirigirnos
al centro de arcilla. Puertas que confunden sus goznes
al cerrarse desde afuera y postes sin raíces que juegan
a mezclar la esperma de sus señales con el faro
de las rutas ultramarinas. Hay rines de llanta negra
que suenan a medianoche con el alarido de los perros.
En esta ciudad donde el ascenso a la luz nos ha sido
otorgado en los cubos de viajar siempre hacia abajo.

21
El espécimen dentro del cual ando

Mientras camino me vuelvo real en el espacio que mi cuerpo llena, y me


hago evidente como una interrogante que marcha o, con más exactitud,
como una palabra ensamblada a duras penas sobre el eje trunco de mis dos
piernas.

Entiéndase bien. Sucede que trato de ser apto, se trata de que existo mode-
lado por las cifras de mi nombre y de que, en consecuencia, no me opongo
a ser clasificado en un género que, por cuanto se mueve, avanza, retrocede,
danza, cavila, come, gesticula, regurgita, a veces no deja duda alguna acerca
de mi parentesco con un espécimen humano. Cuerpo en trance de curvarse,
triste, zigzagueante, que va seguido por sí mismo como el sonido detrás de
la campana: cuerpo excavado por su contorno sobre el muro ciego que me
ha sido reservado pero cuya presencia, en todo caso, marcha a la deriva de la
comprobación por la cual, un instante después, ya no será más mi cuerpo.

22
Órdenes

La orden dada a mis brazos de girar circularmente


no pide la rendición de estas aspas de hueso
que hasta lo último han de marcar la hora
en mi cuerpo.

La orden dada a mis pies de avanzar conmigo


zigzagueando juntos por un paraje escabroso
que nada dice de la inoculación de las bandas
de rodamiento ni de la forma en que el párpado
en mí se enternece.

La orden de gritar que ninguna boca


de claxón contradice lo bastante
para enseñarme a soportar un grifo de sangre
que de pronto se abre en mis venas.
La orden que de todos modos consiste
en una voz de alarma
desolada en medio de los que no la oyen.

23
Aquel

Aquel que de suyo


no es otra cosa que lo que le falta
para obtener título de ciudadano común.
Aquel que camina falto de cuerpo
y cuya levitación necesita ser
decretada por los jueces.
Aquel cuya vida aún no ha sido
y que entra siempre en el campo
de las sospechas
accionando manos que se prestan
a ser confundidas con sus pies.

Aquel que alega razones que se desmoronan


a las primeras y que construye
lecho en el centro de la corriente.

Aquel que adquiere la forma


del número que le atribuyen
en los rellenos sanitarios.
Aquel cuya sensibilidad ha sido
motivo de risa para el señor.

24
El que huye de la ciudad huye de sí

Entiendo que hay un golpe que no sabe renunciar


a la tinta de escribir con sangre.
Un golpe en voz alta que reside en el ojo de la tormenta
desde cuya empuñadura nos mira.
Advierto que sus aristas al rojo vivo
entran en el cálculo de las probabilidades matemáticas.
Un golpe cuyo efecto
no será juzgado por la clarividencia del eco
y cuya sonoridad ciega omite todo exceso
de retórica alrededor de lo acontecido.
Un golpe que no deja lugar
para los ejercicios de la memoria.
Bien dibujado en el extremo opuesto de la forma
que toma en el puño al ser arrojado.
Un golpe para el que la estupefacción
es sólo el recibo que él nos pasa.

25
Legítima defensa

Mi seguridad termina
puertas adentro del ojo del otro.
Mi odio se diversifica como una red que tiene
por eje el núcleo de la tormenta.
No procedo más que en legítima
defensa de lo que no soy.
Se me permite situarme en un sitio estratégico
de mi cuerpo para vigilarme mejor.

Mis movimientos son tuyos, ciudad,


me habitas cruelmente
hostigas mi éxodo.
Orientas mis pasos hacia los estados de postración.
Armas mi equilibrio con frágiles varas
que el fuego alimenta.

26
Mala convivencia

Luego de cuatro décadas de convivir con ella,


yo no entiendo a esta ciudad. Mi origen rural
vuelve demasiados frágiles los lazos
que me atan a ella,
quizá a fuerza de constatar que mientras mi ciudad
crece y crece, yo me desmantelo más y más.

Y esto no me da chance siquiera para pensarme


como un hombre de la ciudad.
Y mucho menos para serlo.

Y es porque todo está dispuesto en la ciudad


para que se comprenda que es su morador
el que está de sobra.
El orden urbano puede pasárselas sin uno.
Y he aquí lo que la ciudad argumenta:

—Bueno, ¿y qué? ¿Por qué no se va


usted a otra parte?
Es usted el que está demás.
No me eche a mí todas las culpas.

27
Su arrechera el sujeto la paga con las cosas
(Diálogo en el consultorio)

—Tu odio a la ciudad se debe a que haces de ella


el espejo donde te miras.
—No, doctor, fíjese en lo que pienso de la puta
ciudad:
es una laguna estancada donde estamos obligados
a andar con el cemento al cuello.
Es la ciudad la que me odia por opinar
de ella de esa manera. La ciudad no ha hecho
por mí nada que pueda moverme
a declarar que soy su hijo.

Y le propina tremenda patada a la mesa.

28
Ventana de neófito

Estoy poniendo en limpio mi autobiografía,


efectuando una especie de balance de ingresos
y egresos morales de mi necesidad expresiva,
desanudando a ésta del enrevesado mapa
de mi cobardía. Confieso que antes había ocupado
mucho tiempo en oír a otros y en sacar
conclusiones serias acerca de cosas que tenían por eje
todo lo que yo no había sido.
Ahora sólo trato de oírme a mí mismo ayudado
por una máscara y el perverso espejo de la memoria.

Me defino como un sujeto elusivo y, como


si fuera poco, tan escurridizo y ajeno a todos
que cuando por fin hago acto de presencia
y levanto la vista pareciera estar rozado de lejos,
ah, interlocutor, por tu mirada.

Me defino como un sujeto que aparece


desenfocado en un primer plano
de su ventana de neófito. O que aún
no ha entrado en el marco de ella.
O que entró y nunca ha salido.

29
Colmado por mí mismo

—¡Estoy demasiado colmado por mi propia


persona para pensar en ocuparme de otras
cosas que no sean yo mismo!

—De acuerdo, pero hay en usted


bastantes otras cosas.

—¡Si lo sabré yo! Demasiadas cosas donde me reconozco


lo suficiente para no concluir
en que todas tratan acerca de mí mismo.

Por favor, alcánzame ese espejo.

30
Leyendo a los otros

Yo aprendo de los otros no menos


de lo que los otros aprenden de mí.
Supongo que viéndolos, oyéndolos
a diario, descifrando sus rostros
como quien lee un periódico viejo,
desempolvando en cada punto de sus cejas
un jeroglífico,
observando cómo administran
sus hábitos, sus ademanes, sus adentros
contaminados por el tiempo,
el alcohol de las cicatrices diarias,
las derrotas, la lámpara sin pantalla
a medianoche en medio de los disparos,
el insomnio y, en fin, todas las atrocidades.

Aprendo estrategias de la gente sin andar


con rodeos. De mí también ustedes aprenden
lo propio. Y leyendo en mi rostro me conocen
y no se apiadan de mí
ni me perdonan.

31
Derecho de réplica

Cuando la naturaleza respeta tu vida


y te salva por un tris en el momento
en que estás a punto de perecer
es porque ya se la habrá quitado a otro.
La naturaleza no suelta prendas.
Pero cuando es a ti a quien,
en una segunda vuelta, te la arrebata
es porque sabe que
no tienes derecho a réplica.
Ni más alternativa.

Paradoja del insomne

Estoy bastante satisfecho


de poder hablarme a mí mismo
y de que, además, pueda ser oído
por alguien que, como yo,
es de mi entera confianza
y que me pone tanta, tanta atención
como la que yo a mí mismo me presto.

32
La máscara y mi doble

¡Con qué gusto llevaría yo mi disfraz


a todas partes! Un disfraz tan holgado y transparente
que no tuviera yo necesidad de emplear
más traje que la piel de mi cuerpo.
Un disfraz cuya obviedad demuestre
que en su molde mi vida ha quedado
fidedignamente impresa
y en el que para reconocerme no sea
necesaria otra máscara que la que ya llevo puesta.
Irreverente, feliz o afectuoso, qué importa
con tal, señores, de que fuera un disfraz
que supiera adoptar mis gestos
Y en el cual, una vez dentro, no me sintiera
yo más encadenado al deseo de ser otro.
Un disfraz, quiero decir, idéntico a mí mismo,
que yo pueda llevar con gusto a todas partes,
a los consejos de familia, al Congreso
y a las asociaciones de vecinos.
Un disfraz, en fin, por el que nadie,
y menos yo mismo, tengan que sentir vergûenza
y en donde definitivamente reconfortado
mi doble pudiera moverse a sus anchas.

33
Del tiempo como metáfora

No puedo imaginar el tiempo, ni el tuyo ni el mío.


Mucho menos podría definirlo para adecuarlo
a una situación que entretanto ya habrá pasado.
Basta de pedirme que dé la cara
a fin de que la gente sepa a qué atenerse
respecto a lo que soy o no soy.
Basta de corporizarme en cuanta ocasión
se presenta con la consabida frase:
“soy fulanito de tal” para que obviamente
el otro pueda formarse su opinión:
“Sí, eres un bípedo, vale decir, un animal”.

Sólo si trato de definirme creo poder encerrar


el tiempo en mi idea de la medida del tiempo.
Vana ilusión. Con eso únicamente estaré
construyendo una frase. Pero si ensayo
vivir a tiempo, entonces ¿qué sentido
tiene ocuparse de la definición?

34
Software

Puesto que este sujeto no es un original


bastante fiel a sí mismo,
sino por el contrario un boceto,
su sitio continúa en el caballete.
Y alegrémonos porque sea sólo un boceto.
Podría tratarse de un caso perdido.
Más tarde, si se tiene paciencia, de él podría
hacerse un original.
Claro está que cuando dispongamos
de las instrucciones precisas.
Para eso tendrán que esperarse órdenes de arriba.

—Tranquilícense. No pierdan las esperanzas


Confíen en nuestro software.

35
El hombre tiene que lucirse

El hombre tiene que lucirse.


Por eso su primer discurso es brillante
probablemente también el segundo.

¿Pero qué importancia puede tener el último?


Si ya todo estará acabado. Para decir
su primer discurso el hombre se pone a tono
se baña, se empolva, se quita la barba,
se pone zapatos nuevos
lleva su mejor traje, elije para su corbata
la mejor prenda.
¡Ah, cuán lucido resultará su discurso
si se tuviera a sí mismo por actor y oyente!
¡Sólo si se quedara repentinamente muerto
la expectativa de lucirse no sería confirmada!

36
Listo para atravesar el tercer milenio
(Sobre el deslave del litoral, 1999)

Quiero protagonizar grandes sucesos


así sea una catástrofe mayúscula
y salir airoso en primera plana en los medios,
en los canales, en la radio, en los periódicos.
Claro está, sin que en la tragedia mi rol se reduzca
a ser mero testigo de los hechos, camillero,
jefe de brigada o socorrista en las tareas de salvamento.
Tampoco quiero terminar haciendo
el ridículo papel de víctima mecida por el oleaje revuelto
al final del guión. Ni sufrir rasguñadura alguna
ni estar expuesto a investigación policial
por los errores en que haya podido incurrir Dios,
el director de la película.

37
Reo de putrefacción

Barranco abajo avanzo coronando


los cerros de lata, entre los reflectores
y la voz de arresto, trocada en orden de fuego.
Avanzo entre los escuadrones de moscas
barranco abajo hasta el terraplén
donde el albañal y la carroña se juntan.
Avaro, forrado de trapos,
bamboléandome como un astronauta
y calzado con zapatos de a kilo,
por las dunas de vidrios rotos
y el corcho de los desiertos
avanzo hasta los altares del légamo donde
el cobre y la porcelana dan su brazo a torcer
y a los techos de latón el salitre monta guardia.
De alcabala en alcabala avanzo
a un paso de la putrefacción,
tullido sobre una silla de ruedas
debajo del ronroneo incesante
de los black hawks
Y en la clandestinidad más completa
de los estados de postración.
Como un gran hijo de la puta.

38
Los cazadores orantes

Enmascarada, la iguana aceza


con sus zarcillos sacrílegos.
¿A qué dios pagano se le consagra
este atuendo de escudos africanos
que con el verde de los bucares tatuados
hace juego.

A su mágico paso por la enramada


la luz la libra de
llevar tras sí el intrincado celaje
que inmediatamente la borra.

Y cuando, tocada por el disparo,


se arroja a las aguas
¿sabremos al fin
qué memoria prehistórica
por un segundo la recobra?

39
El primer aviso

—Oyeme, Guanahaní,
te hablo por teléfono
desde el Puerto de Palos.
Esgrime pronto tus trampas de luz,
agita tus hondas inmemoriales,
afila tus ojos de iguanas,
tus arrecifes de corales, tus huracanes.
Arma el argumento verde de las palmeras
con el espejismo de tus soles,
tiende tu red de arpones,
tus flechas untadas con curare.
Dentro de poco zarparán de aquí
las naves de Cristóbal Colón.
¿O es que vas esperar a que
pasen quinientos años?

40
Humboldt

Cabalga feliz las aguas


como si después de ser descubierto
al mundo solo le faltara ser inventado.
Su instrumento de navegación es muy simple,
apenas un compás, una brújula, un lápiz
y un cuaderno de notas para descifrar
una escritura secreta
sobre el pizarrón del Orinoco.
Lo demás: cuatro cargadores indios,
un baquiano, un práctico y, adelante,
hendiendo los montes, un machete.

—Es fácil inventarlo, dijo el sabio.


Ni necesidad habrá de hacerlo.
Eso ya lo hicieron, amasando el barro
con el relámpago,
camberres y otomacos.

41
Incluso frente a mi vida yo pasaba de largo

Yo tenía como ocupación habitual pasar de largo.


Dejaba atrás las ciudades, las multitudes,
las plazas, la campiña y la recta que conduce
al horizonte y su curvatura plana.
Lo cierto es que dejaba bien atrás al tiempo
como si ya no me perteneciera.
Y además, el presente, el porvenir, los buenos
y malos augurios, los muertos en sus parcelas,
las máscaras, los trajes, el exilio,
los huesos frotados por el timbre de las lluvias,
el temor, el éxito y las calamidades,
los claros entre la maleza y la muralla
quién duda de que eran un recuerdo bien lejano.

Memoria, te nombraré de última,


ah viejo reloj estropeado,
quién mejor que yo sabía que mi programa
era pasar de largo
y que si algo llevaba yo conmigo
era mi deseo de pasar de largo.

42
Donde trato de explicarme

Las ocasiones de dar la cara por mí


no negaré que las he tenido.
Pero mi versión de los hechos
—cuando de explicarlos se trataba—

era un tanto nebulosa y contradictoria


al punto de que, en el mejor de los casos,
ni yo mismo le prestaba cuidado.
De momento diré que la inconsistencia

de mi argumentación estaba en su nivel


más bajo y era igual a cero. Pues si algo
yo hubiera podido decir de mí dudo que

no hubiese sido más que palabras. Digo


en el caso de haber tenido fuerza para armarlas
y fe para esperar de ellas un milagro.

43
La cólera de los invisibles

Una palabra puede a veces apuntar


hacia donde está el látigo, pero en general no es
tan vehemente como la rabia o como
la improvisada cólera de un momento.
O no hay entre la cólera y la palabra
verdadera correspondencia como
la que hay entre el reflejo y el puñetazo
en el rostro. A veces ni siquiera vale la pena
admitir las consecuencias de lo que estaría
mejor que confiáramos a la memoria
o al silencio: un encono, un resentimiento secretamente guardado en que puedan
sacarse a relucir instrumentos más convincentes
como cuando es el grito y no la orden
comprensible y claramente dada
lo que empuja los vasos hacia el rincón
de la mesa e inexplicablemente
para quien permanece al margen alguien
desenfundando un arma entra…

44
Sujeto hiperquinético

El hiperquinétismo es expresión ubicua


del afán de conocer. Sólo que, como
los estados de alma,
se va en vicio. Yo a veces me he abozalado
y me he dicho, apuntándome con el índice
de mi mano derecha:
“Vamos, estate quieto. Tranquilízate.”
Y me he mostrado una silla. He necesitado
yo mismo amarrarme a la pata de una mesa.
Pues una mesa y una silla
son para el sujeto hiperquinético
lo que la cruz para el diablo.

—Dios, hazme que no pueda llegar a decir:


Cada vez estoy más lejos de todo
y más cerca de nada.

45
Pífano salvaje

Aquella pequeña aventura


de adentrarse en el misterio prendió en mi corazón.
Me sentí entristecido como si de improviso
hubiese surgido un obstáculo insalvable
a medianoche y sin que el sobresalto
impidiera levantarme de la cama
como en mi insomnio de otras ocasiones.
Al despertar, el sillón, las carcajadas,
la reja que daba al patio eran las imágenes
de un instrumento muy bien afinado para la tortura.
Y el miedo que arrojó su voz de mando
desde mis entrañas tomó las previsiones del caso:
Así de incesante como mis pasos en la noche
era la velocidad de la carrera tras la fuga
continuamente recortada contra la escalera
desde donde, durante el acoso,
el mago parado en la puerta dirigía la escena
con la crueldad maliciosa del que parecía
estar soplando un pífano salvaje.

46
Lecciones de patafísica

Se puede arrojar una piedra


y convenir en que se ha lanzado
con tanto tino que ha caído exactamente
donde ha caído.
Esto es lo que se conoce
como puntería del azar.

Y el hecho de que nada se pueda hacer


para evitar que,
al arrojarla por segunda vez,
la piedra caiga en el sitio exacto
donde antes no cayó, confirma
que la puntería del azar
es una ley que se cumple
de todos modos, de todos modos.

47
El desenlace fatal

Se hubiera podido evitar el desenlace


de no haber estado presente la víctima.
O si ésta hubiese muerto mucho antes.
O, con más seguridad, si no hubiera nacido.
¡Impidamos que nuevos crímenes se cometan!

Borremos inmediatamente el mapa


para que no haya sitio donde perpetrarlos.
El remedio debe comenzar por la geografía.
Es así como razona el gendarme.
O también: si el hecho no ha sido registrado,
no es historia. O sea que no ocurrió.

48
Las palabras no conocen el estado sólido

La dureza no es un estado propio de la voz,


y sin embargo la gente pide que se hable
más duro, más duro. También es inoportuno
el concepto de fortaleza, como cuando alguien
me ordena que hable más fuerte, más fuerte.
En general, lo que me pide con esto es que hable
más alto. ¿Pero quién puede elevar tanto su voz
para volverla reconocible en medio del bullicio
ensordecedor que hacen los que compiten
por hablar más duro y más fuerte? Lo mismo
sucede con el estado sólido. ¿Juicios sólidos?
Yo prefiero que sean líquidos.
Los juicios sólidos son más difíciles de tragar.

49
La lógica del vencedor

No hay nadie que diga “¿Cómo haré para quitármelo de abajo?” ¿Se ha oído
esto alguna vez de un boxeador implacable? ¿O del machista ocupado en
azotar a su madre?

¿O de la mandíbula del tiburón respecto al que se ahoga? Con el triunfador


de nuestras letras, el Balzac que mira de arriba a abajo a sus congéneres,
pasa otro tanto:

Nunca cree que ha triunfado lo suficiente hasta que siente que ha dejado a
sus rivales con la lengua afuera.

50
Naturaleza muerta con fondo marino

El engranaje en la roca donde maniobra el cangrejo


la biela la rolinera el cigüeñal el trencito de plástico
el tornillo exento y el vaso de cartón
afectados de transparencia en el fondo del arrecife
Y convocados allí entre los desperdicios del mar
para componer una naturaleza muerta
que ante la mirada curiosa es ordenada
según una ley absolutamente casual
que exime al paseante de buscar
en su mente una mejor definición surrealista.

51
El gusto de lo fragmentario

Lo peor que le puede ocurrir al gusto


de lo fragmentario
es que, para definirlo, alguien
desde la cabina prorrumpa en gritos
para anunciarnos
la explosión en pleno vuelo
del Jet en que volamos.

—Por favor, respondo, no quiero sacar


de mi condición de transeúnte de la escritura
una zambullida en traje de buzo al fondo
de los paraísos de aluminio chamuscado.
¡A mí que me dejen en tierra!
Aunque sea a ras de los basureros.

No puedo dejar de salir disparado


en fragmentos desde todo lo que me empuja
a ser un trozo de ellos.
Y en primer lugar desde las palabras.

52
Cruce de avenidas

Si hablas mucho el gas de acetileno


no basta para cerrar los derrames de palabras
cuando nos vamos a las manos en plena calle.

Ni la voladura de sesos le produce


dividendos al vendedor de ostras
que este domingo por la mañana
presencia desde su tienda de buhonero
en la avenida Fuerzas Armadas
el choque frontal de dos coches último modelo.

53
Dolores de cabeza

Lo que la gente mejor conoce son


sus problemas. Los llevan consigo a todas partes,
en sus bolsillos, en sus guiños, en sus almas
en sus mentes.
Saben describirlos tan bien que con ellos
ganan indulgencias para su retórica.
Los engordan como si se tratara
de sus mascotas, felices de esclavizarse
a ellos. Y hasta defienden el orden prioritario
de mayor a menor que los problemas ocupan
en la agenda de sus asuntos cotidianos
Si se les preguntara por ellos, responderían
frunciendo el ceño. Okey, están muy bien
¿y qué hay de los suyos?

Por la noche, cuando regresan a sus casas


Y se van a la cama, cansados de verlos girar
todo el día en sus mentes
se despiden de sus problemas.

Sería el colmo que también se acostaran con ellos.


Aunque haya quienes piensan lo contrario.

54
El hecho y su espera

La espera de un hecho suele durar más que la acción de ejecutarlo. A este


respecto, para evitarnos demoras innecesarias se recomienda
a la ciudadanía esforzarse en trocar
las evidencias, de manera de convertir,
la espera en el hecho mismo y, viceversa, reemplazar
la acción del hecho por su espera.

Así, la espera vendría después del hecho, de forma que, anulándose,


ya no haya espera, pero tampoco hecho.

55
Camino de hormigas

Humboldt asienta que los insectos fosforescentes


(llamados cocuyos) copian sobre la tierra
el espectáculo del cielo estrellado.
Igual podría decirse de los caminos de hormigas.
Pero las hormigas sólo copian la forma
atolondrada en que los individuos
se desplazan en las ciudades.
De alguna manera, a semejanza de éstos,
las hormigas trazan siempre el mismo camino
aunque pujen por abandonarlo
y hasta simulen, como los hombres,
que por un momento lo dejan
para volver a retomarlo.

56
Paisaje con ruinas

Por insensato que parezca, nada es tan impertinentemente


grato como ver las ruinas del palacio desaparecer
en medio de hojas y bejucos de una intrincada jungla.
La naturaleza armoniza bien con el progreso,
pero después que éste ha pasado.

Entretanto, el paisaje que resulta de la mezcla


en porciones iguales de lo que ahora crece
y lo que, beneficiando a la naturaleza,
desde hace tiempo ha muerto, garantiza paz a los restos.

57
Mis pies alzados en armas

Imagínate un cuerpo cuyos miembros pensaran


Pascal

—Estamos cansados de llevarte a todas partes.


En adelante cada quien irá por su lado
y trazará camino aparte sin tener que depender
de lo que tú pienses ni de seguir tu designio
y tus pasos. De nada servirá que nos calces
con zapatos de a kilo como si se tratara
de cárceles Ni que nos metas en calcetines
estrechos cual camisas de fuerza.
Hemos decidido actuar por nuestra cuenta.
En adelante iremos desnudos por todas partes.
Algunos se dirigirán al cielo
y otros permaneceremos aquí en la tierra
cuando alcancemos la independencia completa
y ya no carguemos más contigo
llevándote a todos partes.

58
La vía desapacible

Cuento con la solidaridad del espejo.


Pero, además, quiero que se ponga de mi parte
cuando me veo frente a él. Y no que se limite
a copiarme tal como me ve
sino que se haga mi cómplice para
que tape todos mis defectos como a una madre,
con abstracción de todo lo que soy
y lo que seré.

Quiero que el espejo se excuse


y no me venga con el cuento:
“Si te hubieses olvidado de ti, dejándote en casa,
hubieras advertido que quien te traicionó
es otro. No el espejo sino el que huyó
detrás de ti, el precipitado, el libre de pasado,
el liviano de culpas, el que
viéndose en el espejo
por un momento creíste ser tú”.

59
La bolsa o la vida

Eso es lo que no se cansan de pedirnos


como si la alternativa fuera ineludible
y el trance de decidir más importante
que el resultado de la acción.
Lo que no está bien es la forma de plantearlo
y que justamente la solicitud se pronuncie
con urgencia de revólver, impunemente,
por una u otra opción.
Sabiendo que la bolsa y la vida nos han sido
confiadas en préstamo como quien dice
por una temporada y que igual daría
pedirlo todo de último.
Que usen navaja, arma de fuego o que
nos pasen sencillamente la cuenta
no modifica en forma alguna
el mapa de la situación ni dice nada en contra
de las reglas del juego. Lo que nos disgusta
es lo tajante de la fórmula o tal vez el hecho
de que para responder no podamos disponer
ni de la bolsa ni de la vida.

60
Cuando recuerdo mis éxitos

No crean que lo hago con nostalgia


por el contrario, disfruto. Pues el éxito
es la parte tolerable del error
cuya suma, a la hora de hacer un balance,
es mucho mayor, mucho mayor.
Ciertamente, la columna del fracaso
está llena de cuotas que nunca terminamos de pagar
en esta vida ni en la otra. Morosos
nos esforzamos en hacerlo, claro está,
acosados por toda clase de acreedores
y ente éstos, ay, la muerte.
La satisfacción consiste, así pues,
en que los abonos parciales
que poco a poco
les vamos haciendo dan
al menos la ilusión de que el negocio
mal que bien
marcha de alguna manera.

61
El boquear es uno con el salto
repentino del pez

Sobran allí en la arena que decoran


estos seres leves que ya sin astucia,
arrebatados a la espuma, se estiran
y pugnan en loco afán de quebrantar
la resistencia del oxígeno
De cuando en cuando alguno, como si viese,
salta impelido por no se qué resorte interno.
Pero ¿de qué sirve que su terquedad flexible
vibrando en la luz del mediodía
con brillo relampagueante ventilen?

Siempre habrá una bota lista para aplacarlos


y una mano que amontona y cuenta.

62
El habitante precavido

Últimamente el cielo ha comenzado


a producirnos dolor de cabeza.
El smog arrastra colas de llamativas sirenas.
A fuerza de recibir brillo las miradas
toman la consistencia del esmalte.
Con mañas de tirabuzón el humo
nos enjuga las frentes.
Trenza el balbuceo de nuestros métodos.
El horizonte de la inundación se ha puesto de pie.
La nube ejecuta su vuelo como si se tratara
de un cohete. Pareciera leerse en sus piruetas
un designio de muerte.

Es obvio. La cosa está ahora en los techos.


El crematorio arma su cielorraso
con el escape de nuestros coches.
Hay algo que no alcanza a despegarse de nosotros,
un aire envilecido que no nos toma por sorpresa
puesto que de por sí
anida como medusa en nuestras frentes.

63
Satori

Muy temprano en la mañana me levanto


y veo, asomado a mi ventana,
una larga fila de automóviles
que lenta y machaconamente, a empujones,
marcha allá abajo en la avenida
como esos arreos de burros
que en la bruma de los días lejanos
de mi remota aldea yo recuerdo.
Empero, ningún signo de vida
descubro en ellos como no sea
el humo negro que sale por sus traseros.

¡Ah, infancia, vuelvo a encontrarte


en el infierno urbano y yo sólo lo supe ahora
al asomarme a la ventana! Miren mis asnos,
qué relucientes, puros espejos.
Y además, importados y de último modelo.
¡Asómense a verlos!

64
Comienzo de partida

El camino se recorre a sí mismo.


No eres tú el que lo recorre.
Tú te recorres a ti mismo

así camines en ambas direcciones,


a los lados, hacia arriba o hacia abajo,
dejando atrás fronteras puentes
cuerpos alegrías y penas. Claro

que no debes hacerte ilusiones


pensando en que partes o retornas.
O que abres camino.

El camino se recorre sí mismo


y recorrerte es todo lo que tú haces.

65
La milla de oro

En ninguna parte se nos dijo


que había que avanzar de frente
poniendo un pie primero y el otro luego.
En ninguna parte se nos dijo
de la bajada y el ascenso, de la recta,
el escollo, el espino y la piedra.
En ninguna parte se nos dijo
que había que avanzar poco a poco
o a toda carrera
Ni se nos habló de la meta
ni del punto y la hora de salida y de llegada.
En ninguna parte se nos dijo
que nos jugábamos con ello la vida
Y que era cuestión de vida o muerte
llegar de primeros en la prueba.

66
Iniquidades

¡Que alguien en el piso de arriba


grite rata, hecatombe, suburbio, coño!
sin que nadie suba a escarmentarlo.

¡Qué alguien te arranque tu última camisa


de piel de cordero
y reciba aplausos por esa cochinada.

Que el tiempo sea mío a destiempo


Podredumbre urbanizada para
llevar en la valija de cuero en que
se ha convertido cada vientre

Que alguien diga:


—¡Te veré arrastrar tus sandalias
detrás de mis pasos
porque no has hecho méritos!

Qué alguien diga desnudez


y ni el aire se inmute.

67
El acto poético puro

Hay cosas que podrían decirse mejor si uno tuviera a la mano un cuchi-
llo. Este instrumento sabe comunicar filo a las palabras. Pero si uno tiene
para golpear la mesa algo más pesado que el puño, sin duda la palabra que
sale de su filo, como si fuera empollado por éste, sería más efectiva. Es así
como he gritado las palabras más atroces. Pensaba que no podía decirlas sin
acompañar el gesto con algo que tuviera bastante consistencia, como la rosa
o la viga de hierro. ¿Satisfacía con eso una sed de venganza? No, buscaba
un efecto más verídico. Lo que me preocupaba todavía era el sentimiento.
Mi determinación era la de un poeta. Acepté, en principio, esta forma de
actuar como un método parecido al que se enseña en las escuelas. Después
pasé de la poesía a los hechos. Encontraba en la realidad bastante perversión
como para no ir armado de una pistola. Hasta que comencé a disparar sobre
la multitud.

68
Crucifixión y muerte de la palabra

La palabra ha llegado a su madurez.


Ahora mismo comienza a envejecer
Ya pasó para ella el tiempo de cosecha,
la juventud impetuosa, los años felices.
Pronto será incapaz de valerse de sus manos.
Y aún menos de su cabecita estrujada por el tiempo.
La declararán inválida. Tendrá que usar muletas.
No podrá ir a los consejos de familia ni decidirá
por sí sola los pasos que habrá de dar para recobrar
la salud en este siglo de manos.
Mientras habla necesitará que le sostengan la voz.
Querrá al menos que la saquen a pasear
una vez al mes. Seguramente habrá muerto
porque ahora mismo la llamo y no responde.

69
Diálogos

Hay diálogos para los que está demás decir


que no es preciso hacer uso de las palabras.
Hay palabras para las cuales está demás
decir que no es necesario hacer uso del diálogo,
definitivamente tensas como el hierro que devuelve
la confianza en una conversación tejida a la altura
de la cabeza e, incluso, duras como la elocuencia
que el bronce derrama
desde los pedestales en la noche más oscura.

Diálogos cuya solidez se resiste como el vidrio roto


a ser golpeada con el filo de la mano.
Diálogos que rechazan ser comparados
con el tórax de los que para decir algo
simplemente balbucean, pierden el resuello,
caen privados del lustre nuevo que acusan
las estructuras del mejor silencio tramado.

70
Antigua realeza

Como emblemas, el águila y el león


no me dicen gran cosa.
Al águila la vi en su cordel, amarrada
a un poste de alumbrado, vencida,
con la cabeza gacha y la mirada fruncida de pavor.
¿Y en eso consiste su altiva grandeza?
Del león recuerdo su imagen
en la escena de una película
donde se pavoneaba de un lado a otro
de una escenografía de cartón
sin atreverse a mostrar sus dientes.
También lo vi en un circo, condescendiente,
abriendo desmesuradamente la boca
en gesto de agradar al público
frente a la tranquila cabeza del domador.
¿Y en eso consiste su altiva fiereza?
Por dios, no me hagan tenerlos como parangón
para medir mis propias fuerzas.

71
La condecoración

Esta vez me presentaré como me dé la gana.


con aire desenfadado subiré las gradas.
Se me ocurre que descalzo
o con botas como las que usan los jardineros:
Desnudo de la cintura para abajo
avanzaré, avanzaré entre las filas de invitados
mostrando a todos los presentes,
con perdón de la palabra,
¡oh, las bolas, las santas bolas!
en el sitio donde están.
Y me presentaré con esa facha
en el preciso instante de ser llamado
para recibir del señor presidente
—el porte erguido y la cabeza en alto—
la condecoración.

72
La luz de mis trópicos

Aquí nadie está claro y en primer lugar


yo tampoco.
¿Y por qué tendría yo que estar claro?
Lo que tiene que estar claro es la luz.
Con una claridad meridiana en alza
como las acciones de la bolsa
puede verse todo claramente.
Si no hay claridad en ti ni en mí
¿por qué preocuparse?
¡Goza tú de esta luz maravillosa,
de este paisaje cebado en los trópicos!
La confusión en mi país
es pura inocencia.
La situación política
perdonen si no la entienda.
¿Acaso soy el más llamado a entenderla?
En mi país quien está claro
sencillamente es un tonto.
Que se roben ya las arcas
y que lo hagan cuanto antes
¡pero a mí que me dejen
la luz de mis trópicos!

73
¿De qué paisaje me hablas?

¿De qué paisaje pretendes decir que hemos venido


a disfrutar en esta ciudad de provincia,
encerrados en un cuarto de hotel donde
el ronroneo
del aparato de aire acondicionado
nos deja sin habla
y se traga una a una nuestras frases?
¿Qué paisaje acaricias con tu imaginación
en este cuarto de hotel con vista
a una cortina corrida detrás de la cual
hay otros cuartos
donde otros cuerpos desnudos
como los nuestros
miran hacia otras cortinas corridas
un paisaje mental?

74
En la ciudad ya ni la ciudad misma entra

En esta ciudad ya no cabe más gente.


Por poco las plazas como globos revientan.
La ciudad como si fuera un difunto
va en hombros de sus gentes.
En la calle ya ni la calle misma entra.
Ni un alma más cabe en los medios de transporte.
Los matarifes y los asesinos están de pláceme
pues la verdad y la mentira están
hasta el tope viendo que de ellas todos hacen sopa.
Para ti también la medida está colmada.
Pobre de ti, ay, que sientes que tu vida
no es como una suma, sino como una resta.
Y después que no me digan
que no vivimos en crisis.

75
Eso de morirse a medianoche

Yo como tú no me hubiera muerto en esta fecha


cuando todos bailábamos felices y contentos
bajo la pérgola a medianoche.
Sonaban sirenas por todas partes.
Nos dábamos grandes abrazos unos con otros
Y alguien pasado de tragos
no desperdiciaba ocasión
de arrojar hacia el cielo luces y cohetes
para celebrar el año nuevo que llegaba esta noche.
Yo como tú no me hubiera muerto esta noche
justamente en el momento en que el reló anunciaba
las doce. Yo como tú hubiera esperado un poco
para que no dijeran de mí
que fui el malo de la película
y que por eso agüé la fiesta.

76
Buscando izar la duda ¿hacia qué?

No me niego a la evidencia de que la piel es el costal


del cuerpo al que se hace necesario conducir
a algún lado. El asco, la grima, la resistencia
a aceptarme contenido en otra cosa, llevado por
mí mismo en dos tremendos zancos, la risa, el odio
y hasta la desesperación que experimenta la flor
en el intento de arrancarla del ojal de la víctima
no me conducen a despejar esta incógnita
en que permanezco
con los brazos cruzados y en donde termino
reconociéndome como el portador de una duda
que se prestará seguramente a ser embalsamada
y que, por añadidura, en mí mismo empujo
a medias sin más éxito que haber logrado
darle vueltas a una piedra, tras rodarla
buscando izarla de rodillas ¿hacia qué?

77
Luce como la eternidad

Todo el día la muchacha gira en su cuerpo


Va y viene en el espacio donde como pez
en el agua se mueve.
Haga lo que haga, rápido el espacio
sin más demora, colmándola a su paso,
corre a cerrarse tras ella.

Su acción de moverse no es anunciada


más que por el halo que de un sitio
a otro deja su figura.
No importa que el sol confunda en torno
a ella los colores del día
Y que el húmedo calor relumbre en su piel
como pedrería, y el viento afanándose
a cada instante remueva las cortinas
para filtrar desde afuera la luz del día.

El espacio la sigue a todas partes


sin que ella lo perciba
Y así no la venza,
deja que sea lo que ella quiera.

78
Un alud personal

Ahora cuando la naturaleza ha vuelto a


resultarnos
escandalosamente privada y familiar
al punto de que,
hartos del progreso, haya quienes todavía
nos atrevemos a manipular
un tipo de botón como el que
conecta la mente con una rosa,
no digan de mí que no soy moderno
y que en esta época
de grandes adelantos
en materia de electrónica
y armas de destrucción masiva
no estoy yo a la altura de los acontecimientos
por el hecho de que no sé manejar ni una
tanqueta ni un fal.

79
Balada del insatisfecho

Los que me acusan de ladrar aún no se despojan


de sus colmillos.
Los que me acusan de crímenes
aún guardan el rifle en su alforja.
Los de vientre bajo dicen tener el corazón arriba.
Los que me acusan de huir
guardan para mí los siete candados.
Los que llevan la cruz simulan que sufren.
Los que buscan la fe en las alturas
tropiezan en vano contra el filo de los adoquines
Los que se regodean hablando del paraíso
es porque lo han perdido.

80
Ruinas del futuro/ Restos de esperanza socavada

Aprendo de los muros. Todo en ellos


es heredad, señal de resistencia, obituario.
Son duros de roer y apenas lo único
confiable de unas ruinas. Los muros son los anfitriones
más afables cuando llegamos
a la casa desierta.
Uno siente entonces que, a falta de moradores,
ellos nos hablan. Naturalmente, lo hacen
sin que se oiga una sola nota
Y sin que nadie como no sea el silencio
que guardan abra la boca.

En cambio, el horizonte solo es accesible


a las lejanías. Pone siempre
entre él y nosotros las distancias.
De nada vale que te precipites
a darle alcance. No te molestes,
cuando llegues, ya se habrá
mudado a otro horizonte
que como tú es errático y huidizo.

81
Blaise Cendrars

Todo lo que en la calle Marco Polo


Me rodea es gris: a pocos pasos hay
una estación gasolinera, una venta de neumáticos
y un restorán, en cuya barra
una pierna de jamón cuelga encima
de un montón de periódicos viejos.
Más allá está una tienda de rompa
con su puerta Santamaría metiendo
tanto ruido, tanto ruido
al ser levantada en vilo, de abajo hacia arriba
Como a la falda de una mujer.
Y en mi cuchitril, en un cromo sin vidrio
pegado con chinches a la pared
hay un vapor, probablemente el Formosa,
a punto de levar ancla
desde un carcomido muelle del Havre.
llevando a bordo a Blaise Cendrars
rumbo al Brasil.

82
Beldades

Rimbaud se jactaba de haber sentado


a la belleza en sus rodillas y la época
no vaciló en considerar tan osada confesión
como una hazaña de incalculables
proyecciones literarias.
Pero en estos momentos escépticos
en que el gusto ha proclamando
como verdad única e irrefutable de la estética
el que puedan coexistir
bellezas feas y aborrecibles
junto a las beldades por siglos y siglos
tenidas como tales,
yo me conformaría, por decir lo menos,
con sentarme a la belleza a mi lado
y quedar con las manos y las rodillas libres
para, si me viera acosado,
emprender cuanto antes la fuga.

83
Escrito en el álbum de Émily

¿En dónde reside la grandeza de Émily?


En su jardín. En el asombro menudo
de las hojas del jardín.
En los charcos con sapitos y légamo,
en la azucena y en la alondra,
en la abeja dactilógrafa
y hasta en una mosca espiando
por el vidrio de la ventana.
De la palabra mármol no le hablen.
La empleó contadas veces como cuando
a Amherst llegaron de paso
tropas del Norte y ella para
expresar su simpatía por la causa
se imaginó cual doncella de Orléans
simulando en el mármol
tallada con su fe la imagen de unos labios
para siempre sonrientes.

84
Desagravio

De creer en sus palabras, Bolívar aró en el mar.


¿Pero es que alguien, obcecado, vehemente
y lleno de amor por su patria
aró alguna vez en otra parte? La información
no era, que digamos, muy original
ni tan mortificante.

Yo, si a ver vamos, podría confesarte


que aré sobre la roca de mi cráneo,
sin mayor provecho y tratando,
no sé si vanamente,
de abrirle surco a un poema
que después de todo no me quedó tan malo.
Y no por eso fui coronado.

85
Heroísmo de la realidad

¿Por qué tomó tan extraña decisión


de irse a vivir a un paraje desértico donde
el lento y acezante mugido
del oleaje, embistiendo contra las rocas,
rompe el silencio de la playa, y el viento
que silba entre los almendrones lima la aspereza
de las hojas del uvero. El erizado mar y la picada
montaña, los cocoteros,
los dioses, los monos, las quebradas,
el bramido de la espuma salpicando las rocas,
supieron al fin que recibir a este huésped irónico
significaba hacerse cómplices de quienes para
usurpar sus demonios ancestrales
no abandonaban sus hábitos ciudadanos,
sus mal habidas ganancias, sus colts, sus automóviles
último modelo. Reverón prefirió sus demonios
[internos
al halago de ver canjeadas sus pinturas
por cuentas bancarias. Y murió pobre.

La locura no avasalla sino a los que saben,


por haberla poseído, arrancarle alguna estrella.

86
Y así, aunque la naturaleza nos impida vencerla
salvo cuando el sueño termina y la tiniebla llega,
padecer la locura es también prueba de que aún
en la mayor soledad a un hombre puede estarle
reservado por un instante ser un Dios o un genio.

87
Alborada del náufrago

Yo no amaría a la madrugada
si el sol no estuviera próximo.
Pues no es la continuidad de la noche
lo que amo, sino el deslumbramiento,
el resplandor de otro comienzo.
No amaría a la madrugada si fuera autónoma
y estuviera encerrada en sí misma y completa.
Si la madrugada no fuera la mitad en sombras
de lo que, a la salida del sol, nos vuelve dichosos.
Yo no amaría a la madrugada
si estuviera en manos de mi desvelo
prolongar por un tiempo más
su agonía para evitar que sus doradas alas
no se apresuraran a traernos,
pronto, ay, la luz del nuevo día.

(Epílogo)

Madrugador es el que, estando a punto de partir,


espera por la orden del astro rey.
Tan pronto el sol despunta, dice:
“Me he librado de la noche.
El día es otra cosa”. Y cae muerto.

88
Máscara de latón

En la ciudad resuelvo llevar una máscara de latón.


Qué tal si, por el contrario, es una forma
de quedar bien ante el público
que me rechaza con la rapidez de la flecha
clavada en el blanco.
Qué tal si lo inesperado es siempre lo que se espera.
Qué tal si mi salud externa
trasluce bajo su coraza a un espíritu débil
apto para desmoronarse a las primeras.
Qué tal si mis dudas se tejen con prisa
alrededor de la soga que me saca de preocupaciones

¿Qué tal si el arrojo fuera la parte


del amago que en mí
no alcanza a dar la cara?
SMITH WESSON 38
El revólver sabe ir directamente al grano.
Y esto es todo lo seguro del asunto.
Le importa un bledo el tiempo que con él
para emplearlo se tome el que lo porta.
Su trabajo lo hace rápido, al instante
en cuanto el revólver recibe la orden
y el gatillo se aprieta.

89
Peor para el que no sabe sacar partido
de esta ventaja. La ventaja de no tener
escrúpulos de conciencia a la hora
de cometer el crimen.

90
La derrota

Siempre estaba listo para librar la batalla


en otra parte, no en él mismo. En definitiva
en el espacio más conveniente a las tácticas
del otro y, hasta si se quiere, en el terreno elegido
por éste. Él sabía que todas las batallas donde
se pone en juego el resto son a muerte,
incluso las que no se libran, pero si no le había
sido dado escoger entre la lucha corporal
y el armisticio, ¿cómo no haber pensado
que hubiera podido al menos elegir el lugar
del combate? Pero también este recurso le fue
negado. Y no por el contendor, quien confiaba
ya en su triunfo, aún antes de alistarse,
sino por él mismo. ¡Si hubiera podido disponer
de su vida como de un arma filosa!
¡Si hubiera sabido que su existencia era el cuartel
en disputa! Porque había que pegar duro
con los cuerpos. Y esto tampoco él lo sabía.

91
Postal perforada por un disparo

¿Qué tal si este paisaje que vemos fuese


sólo la imagen reproducida en una postal
en donde las formas de la naturaleza
estuvieran vistas a medianoche
en medio de una tormenta tropical?

¿Qué tal si el recuerdo de pronto


se agrandara en el hueco que dejó el disparo
y que a todo esto, como a la plana
de un niño ciego, no hubiera forma
de ponerle punto final?

92
Bala perdida

Escribid “promovido” en la frente


de este poeta muerto
Emily Dickinson

No está quieto el poeta porque se lo inmovilice


Pues aún tranquilo como la memoria
puede dar guerra.
Porque cierre el pico no hay que concluir
que todo marcha a pedir de boca
para el que, poniéndole una pistola al pecho,
le ordena al poeta que guarde silencio.
Y porque una tapa caiga
sobre la otra no dejará por eso de oírse
en su libro cerrado el poema.

Ni la bala perdida cuando da en el blanco


para desgracia del poeta está perdida.

93
Estrategias

Al fin y al cabo, todo plan


que en esta vida uno se trace
se reduce a una estrategia para sobrevivir.
En cuyo caso la estrategia montada tiene
como fin ponerse en buenos términos
con un deseable
y seguramente efímero porvenir.
Hay también los que trazan
estrategias con su pasado
dando como un hecho que éste
no volverá a ocurrir y que no
se está dispuesto a pactar
con la muerte a menos que sea
por una causa ejemplar
o por un accidente que no entraba
en los cálculos del azar.
Aparte de que, en todos los casos citados,
se comience o no a partir de cero,
lo difícil es que se cumpla el plan.

94
Malas noticias

De todas partes las noticias son malas.


Sucede que llegan a montones,
y entre ráfaga y ráfaga
penetran con el viento por las puertas,
los cuerpos, la radio, los cristales, las ventanas
sumando nuestras vidas al caos
de una gran consternación.
Nunca sabremos dónde alojar tantas noticias malas.
Jamás dispondremos del número
exacto de galpones. Ciertamente,
no hay manera de convencerlas
de que harían mejor papel viviendo
en un mundo aparte en el cual siempre
podrá convenirse en que el mal está condenado
a tener la razón. Lo malo es que
ocupan demasiado espacio,
y al crecer como rizomas
amenazan con arrebatarnos el nuestro.
En el corazón no caben.
En la mente tampoco.

95
Pavimento con nuevo comensal

Pronto, sin pérdida de tiempo,


despejemos la vía. Apartemos
los trastos, el bastón, el cadáver del perro,
la polaroid, los papeles regados en el piso,
la abolladura triste en la mandíbula del latón,
las ruedas al aire, el sorbo de grasa en la piel,
el paraguas junto al sylvín,
la piedra a discreción.
Objetografía plural
que por un instante más besa
la goma tibia del pavimento.
Sin pérdida de tiempo, pronto,
borremos de la ciudad esta mala impresión
con la prisa que se pone
en sacudir los restos del mantel
de la mesa ante la cual, de pie,
impaciente aguarda un nuevo comensal

96
Esta farsa no se detiene

Demasiados catálogos
demasiados cocteles, reuniones
foros, citas, ferias, conciertos, festivales.
Demasiados, agentes libres en el mercado
Y si a éstos tú te sumas
acabarás con que hay
demasiada gente holgazana como tú
bostezando frente a un cuadro
a duras penas soportándose
para rechazarse luego
con un somero apretón
de manos y un hasta luego.
Señores, esta farsa no se detiene
y pese a ella convivimos.

97
Patria mía del humo

Contemplo el paisaje piadosamente:


Veo cómo está dividido
en dos por la carretera que huye del fuego
ardiendo por sus cuatro costados.
A la izquierda y a la derecha,
en primer plano y al fondo,
entre los pajonales y los árboles
las entrelazadas llaman avanzan.
Más allá una gruesa columna de humo
cuelga de la nube como
de un gancho de carnicería.
Sólo la carretera no está en llamas.
Luce en medio del incendio limpia de culpa.
Desde ella como desde un mirador
de lado y lado
a mi pobre y amado país se contempla.
Algo comparable sólo lo he visto
en los cuadros de batallas.
Pero aquí, ay, ninguna de éstas se ha celebrado.

98
El accidente

Miren cómo ayer domingo


esa bella muchacha que conducía a toda prisa
murió al estrellar su coche
de frente contra un poste
He visto su foto en el periódico
donde se reseña el hecho sin extraer yo
por ahora ninguna conclusión
en cuanto al parecido próximo o remoto
que la muchacha pudiera tener
con una foto de carnet. Aunque confieso
que este detalle no hace menos enojoso
y grave el asunto de morir tan joven
y en tan horrible trance.
Ni me ahorran el dolor y la tristeza
por lo que a mí, como lector, me toca.
Al fin y al cabo, no somos
sino testigos de la muerte de otros.
Así no estemos cerca del accidente
y la foto diga nada o poco.

99
Aún humea

Un estado de flujo incandescente


todavía humea en la carrocería
después de recibir el chorro de agua.
¿De qué sirve despertar, ay, a los que todavía
permanecen irreconocibles en sus asientos
y entre el hierro retorcido
y la valla perforada
duermen para siempre?

Los ojos tiernos que parecen tener


por pupilas metras de vidrio
dan al traste con la esperanza
de que me miren.
Son linternas de vientres redondos como lámparas
que añoran aún más los últimos latidos
en cuyas puntas una antorcha de gas
abrasivo todavía desprende
los últimos restos de soldadura.

100
Plusvalía

La inversión no se tranquiliza.
Una vez que entras en posesión de una cosa
te entran ganas de venderla
Y buscas un comprador, así sea tu madre.
La plusvalía sale a relucir inmediatamente
aunque la disfrazas diciendo
“si engordo la cosa es para disfrute de la gente
Porque doy empleo. Haré con el producto
de la venta nuevas inversiones y una gran fiesta
en el Sambil. Distribuiré entre los desposeídos
todas mis riquezas, de aquí a cierto tiempo.
Sigan mi ejemplo, camaradas lo que tienes
en el banco ganando intereses es nada
comparado con lo que puedes obtener
si compras un cuadro y lo vendes por
diez veces más que el precio que pagaste por él.
Hiciste tremendo negocio.
¡La inversión da para todo!
Y una vez que lo has hecho
olvídate de todos lo demás
De la miseria y todas esas cosas
de las que también se saca provecho.

101
Las comunicaciones inexactas

El trato con los demás es como el ladrido del perro.


Hagas lo que hagas para entenderlo, te es ajeno.
El ladrar tiene, sin embargo, una ventaja: va en una
sola dirección: del perro a ti. En cambio, el trato
con los demás exige una respuesta:
Quiere que tú también ladres.

El perro que sin dar marcha atrás


intenta cruzar la avenida no está
menos confundido
respecto a la orientación de su vida
que tú. El también tantea y, para expresar
la gratuidad de su destino, gruñe
Pero tú haces lo propio,
aunque pudiera entenderse lo contrario
del hecho de que el perro
encuentra una muerte súbita,
en tanto que tú, tú revelas que hasta
en eso eres un poco más lerdo.

102
Celebración caníbal

La gente aquí dispara a comerse


los unos a los otros.
Y para ello muestra sin discreción
la crin de sus dientes.

Olvidando todo recato


pronto se desnuda de confianza
pues lo que semeja
amorosa conjunción de cuerpos

Termina en encarnizamiento.
El rompecabezas revela
que la dificultad de armar esta vida
se inicia con saña.

103
El monstruo

El lobo no suelta la presa. Es la carne


del cordero la que suele aflojar.
H. Michaux

Sus dientes están a la vista.


Son finos, blancos, relucientes. Se diría
que saben sonreír y hasta ríen con nosotros
cuando creyendo intuir en nuestros gestos
un aire de familia esbozan de comisura
a comisura de la boca, igual que nosotros,
como respuesta pronta, una mueca triste
o una caricia empalagosa.

De los colmillos, en cambio, poco sabemos.


Permanecen detrás, calmos, ociosos, astutos,
renuentes en las húmedas fauces
y ocultos sin mostrarse
en exceso y sólo cuando la circunstancia
amerite de una más convincente demostración.
Aunque para esto el monstruo ni siquiera
necesita abrir completamente sus fauces.

104
Si yo ladrara

Si yo ladrara no lo haría en un rebaño


ni por una causa perdida como correr
detrás de una putica perra
en medio del maratón de perros.
si yo ladrara me gustaría
que mi ladrido se comportara decentemente
y que no desentonara igual
que lo hace el ladrido que una perra pega
cuando es montada por un perro.

si yo ladrara no lo haría en plena calle


delante de la gente para que se viera
para que se viera que no estoy

interesado en volverme centro


de la atención cuando es justamente
eso lo que quiero.

105
Playa desierta

Hormigas y cigarrones
buscan salir del aturdimiento
que la imprecisa luz del mediodía
clava en sus mentes.
De dos en dos hacia el trozo de almíbar
se dirigen las hormigas
formando una negra hilera
que el cauce seco acoge
para que también lo atraviese
aquel que nada sabe de insectos
pero que como éstos
busca en la embriaguez
un instante de éxtasis. Una bandera desfallece,
el clarín desearía ser más esbelto
ha confiado su suerte
a un sonido franco
cuyo llamado al orden
en las redes del pescador ha
quedado para siempre impreso.

106
Consejos de familia

Solían decirme:
con esa facha no vas a ir a ninguna parte.
Vístete bien, arréglate
el nudo de la corbata. Camina derecho.
Domínate.
¡Ten compostura!
Y nada de sentarte a la mesa y sacar
un palillo de dientes antes
de empezar a comer.
Cuando escuches permanece de pie.
Y cuando hables también.
Con los zapatos sucios
y vestido como un mandril
no vas a ir a ninguna parte.
¡Ni siquiera a un burdel!

107
Golpes de pala
Poema surrealista

El desasimiento, he allí la estética del que


sin tiempo para huir, está a corral por medio
de los depredadores a sueldo.

El desasimiento de aquellos en quienes el mango


de agarrar el hacha cruje en sus manos
como si estuvieran hechas de cartílagos
de tiburón expuestas al fuego de una pesadilla.

El desasimiento al fondo de la esclusa bajo cuyo


sonido la cadena da la orden de liberar los depósitos de las letrinas.
O la voladura de sesos imaginada por quien
en ese momento glorioso exhibe una bolsa
de acetileno en su cuello en medio de la bañera.

El desasimiento de aquel para que de nada vale


desconectar el reloj sincronizado con el artefacto
abandonado en un portafolio a causa de la bifurcación
de unos cuerpos unidos por la ensambladura
de los sexos de una pareja de perros
El desasimiento tras el siena de la tierra escarbada a pico de botella junto al
botón de la rosa de montaña
destrozada por los golpes de pala.

108
El fin también pasará

El fin también pasará


Y vendrá después de éste
—el nuestro— otro fin
que también pasará.

Así hasta que al final


el infinito cansado de esperar
diga si prefiere
dejar las cosas como están

O si, a su vez, buscará


como nosotros que otro fin,
un poco más allá,
ponga el punto final.

109
Epitafio

En mi entierro iba yo hablando mal de mí mismo


y me moría de la risa.
Enumeraba con los dedos de las manos
cada uno de mis defectos

y hasta me permití delante de la gente


sacar a relucir algunos de mis vicios
como si me confesara en voz alta
y en la vía pública.

Comprendo que esto no es usual en un entierro


ni signo de buen comportamiento.
Un ciudadano cabal, aun estando muerto

—cuando es él el centro de la atención—


debe guardar las apariencias
y cuidar de no exponerse al ridículo.

110
Fuentes bibliográficas

El contenido de este volumen puede leerse también de forma parcial en los


siguientes libros del autor, de los cuales ha sido tomado en préstamo:

Oh smog, Equinoccio, 1978.


Tácticas de vigía, Oxígeno/La gaveta, 1982.
Una cáscara de cierto espesor, Fundarte, 1985.
Corpolario, Pequeña Venecia, 1999.
Diario sin sujeto, Taller editorial El pez soluble, 1999.

111
FOTÓGRAFO INVITADO

Fernando Espinosa Chauvin

Comenzó su carrera de fotografía profesional en Nueva York trabajando


como fotógrafo de moda para agencias de modelos internacionales, como
Ford, Elite y Next. Por su conocimiento de iluminación dio talleres de ilu-
minación en Nueva York y en Quito.
Su trabajo ha sido expuesto en Australia, Corea, Qatar, Ecuador,
Nueva Zelanda, Croacia Estados Unidos y Canadá. También ha publica-
do varios libros, incluyendo: Afrodisiaco, que combina cocina gourmet,
sensualidad y recetas. Split, sobre la fabulosa ciudad y palacio romano de
Croacia. Dubrovnik, en el que captura la magia de la ciudad del Adriático.
Galápagos Surreal, interpretación en blanco y negro para poder mostrar
las islas en todo su contexto y composición. Galápagos Azul, experimen-
to digital a color sobre las Islas. Ecuador Tierra del Cacao, libro sobre el
recorrido del Cacao desde su producción hasta los grandes chocolateros.
Sus últimas exhibiciones: 'Dream Lights of the City' en Nueva
York, utilizando técnicas experimentales de fotografía infrarroja para
capturar paisajes urbanos aéreos. "Apetite of the Senses", donde ganó el
premio Leonardo de Medici en Miami. En Quito junto con Maurice Mon-
tero crearon la exhibición "A Dúo”. Actualmente su obra "Tropicalia" está
expuesta en la Galería “Studio Anise”, en Nueva York.

www.fernandoespinosart.com
Índice

Presentación 7
José Gregorio Vásquez 17

La condición urbana 13
Levedad de la memoria 15
Escrito sobre una piedra 16
El caos íntimamente necesario 17
Este monstruo, la ciudad 18
Bajo nuevo aviso 19
El agorero 20
Conexiones de arcilla 21
El espécimen dentro del cual ando 22
Órdenes 23
Aquel 24
El que huye de la ciudad huye de sí 25
Legítima defensa 26
Mala convivencia 27
Su arrechera el sujeto la paga con las cosas 32
(Diálogo en el consultorio) 28
Ventana de neófito 29

113
Colmado por mí mismo 30
Leyendo a los otros 31
Derecho de réplica 32
La máscara y mi doble 33
Del tiempo como metáfora 34
Software 35
El hombre tiene que lucirse 36
Listo para atravesar el tercer milenio 41
(Sobre el deslave del litoral, 1999) 37
Reo de putrefacción 38
Los cazadores orantes 39
El primer aviso 40
Humboldt 41
Incluso frente a mi vida yo pasaba de largo 42
Donde trato de explicarme 43
La cólera de los invisibles 44
Sujeto hiperquinético 45
Pífano salvaje 46
Lecciones de patafísica 47
El desenlace fatal 48
Las palabras no conocen el estado sólido 49
La lógica del vencedor 50
Naturaleza muerta con fondo marino 51
El gusto de lo fragmentario 52
Cruce de avenidas 53
Dolores de cabeza 54
El hecho y su espera 55
Camino de hormigas 56

114
Paisaje con ruinas 57
Mis pies alzados en armas 58
La vía desapacible 59
La bolsa o la vida 60
Cuando recuerdo mis éxitos 61
El boquear es uno con el salto repentino del pez 62
El habitante precavido 63
Satori 64
Comienzo de partida 65
La milla de oro 66
Iniquidades 67
El acto poético puro 68
Crucifixión y muerte de la palabra 69
Diálogos 70
Antigua realeza 71
La condecoración 72
La luz de mis trópicos 73
¿De qué paisaje me hablas? 74
En la ciudad ya ni la ciudad misma entra 75
Eso de morirse a medianoche 76
Buscando izar la duda ¿hacia qué? 77
Luce como la eternidad 78
Un alud personal 79
Balada del insatisfecho 80
Ruinas del futuro/ Restos de esperanza socavada 81
Blaise Cendrars 82
Beldades 83
Escrito en el álbum de Émily 84

115
Desagravio 85
Heroísmo de la realidad 86
Alborada del náufrago 88
Máscara de latón 89
La derrota 91
Postal perforada por un disparo 92
Bala perdida 93
Estrategias 94
Malas noticias 95
Pavimento con nuevo comensal 96
Esta farsa no se detiene 97
Patria mía del humo 98
El accidente 99
Aún humea 100
Plusvalía 101
Las comunicaciones inexactas 102
Celebración caníbal 103
El monstruo 104
Si yo ladrara 105
Playa desierta 106
Consejos de familia 107
Golpes de pala. Poema surrealista 108
El fin también pasará 109
Epitafio 110

Fuentes bibliográficas 111

116
colección Alfabeto del mundo

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