Matisse. La Danza 902

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Henry Matisse. La danza.

1909 - 1910
Óleo sobre lienzo. 260x368 cm
Museo del Ermitage. San Petersburgo. Rusia

Henry Matisse nació el 31 de diciembre de 1869 en Le Cateau-Cambrésis —una


localidad el Norte de Francia— en el seno de una familia dedicada al comercio. Pese a
la férrea oposición de su padre, comenzó a practicar la pintura a los 20 años, mientras
se recuperaba de una apendicitis. Matisse murió en Niza el 3 de noviembre de 1954.

Sus primeras obras están adscritas a un estilo divisionista que pronto abandonaría
debido al descontento que le generaba la separación entre el dibujo y el color sobre la
que se fundamentaba esta técnica. En 1905 expuso en el Salón de Otoño junto a otros
artistas como Derain, Dufy o Braque, todos ellos influidos en el uso del color por la
pintura de Gauguin y de Van Gogh. La elección de sus obras por el jurado supuso un
cambio hacia las corrientes de vanguardia en el Salón, que Louis Vauxcelles, destacado
crítico de arte del momento, al contemplar la muestra, llamó fauves (fieras).

El Fauvismo no fue un sólido movimiento de vanguardia organizado y apoyado en un


manifiesto, sino que surgió producto de esta exposición formada por un grupo de
artistas que poco tiempo después evolucionaron hacia estilos y formas muy diversas,
convirtiendo al Fauvismo en una corriente efímera.
Para Matisse, este movimiento de vanguardia fue el resultado de veinte años de
experimentación pictórica en los que las tendencias postimpresionistas apuntaban
hacia composiciones fundamentadas en el contraste de colores puros, sin existir un
objetivo revolucionario característico de los ismos que conformaron las primeras
vanguardias.
Para él la expresión no reside en la pasión que albergan las facciones de un rostro, o
que transmite un movimiento violento, sino que se encuentra en toda la composición
del cuadro: las proporciones, la disposición de los cuerpos, los vacíos que existen entre
ellos; cada elemento desempeña un papel concreto para formar el todo. El color,
empleado libremente y de forma provocativa, adquiere mayor importancia que el
dibujo, centrado en las combinaciones entre primarios, secundarios y complementarios
para buscar el contraste visual y la mayor fuerza expresiva posible.
La ausencia total de modelado y de claroscuros se justifica a través de esa búsqueda de
pureza del color, evitando cualquier elemento que lo desvirtúe. El resultado fueron
obras transgresoras en las que se representaba una naturaleza recompuesta a través de
un cromatismo que refleja los sentimientos del artista.
Su obra La danza, fue realizada para el coleccionista ruso Schukin, amante del arte
egipcio y micénico, y un gran admirador de la pintura de Gauguin y Cézanne. En ella,
Matisse plantea una composición elíptica en la disposición de los personajes, cuyos
cuerpos de fuerte tono ocre, contrastan con el fondo azul del cuadro. Están
organizados de manera que no se solapen unos a otros y, además, busca la adecuación
al marco hasta el punto de deformar los cuerpos y forzar las posturas, de tal modo que
la escena no trasciende más allá de los límites de la obra.
El movimiento de las figuras muestra un ritual de danza con claras reminiscencias del
arte primitivo y africano, tan en auge en estos primeros años del siglo XX, en los que la
Prehistoria empieza a ser entendida como la etapa inicial en la evolución intelectual y
creativa del hombre, la más ingenua y por tanto la más pura. Esa pureza original, es la
que se busca a través de las formas esquemáticas y planas, que en cierto modo
recuerdan a las pinturas rupestres neolíticas. Los críticos rusos vieron en esta pintura
una ferocidad primitiva y la definieron como un “descenso a los valles de la
prehistoria”. El propio Matisse afirma que su primer y principal elemento de
composición de la escena era ese ritmo circular y el segundo el intenso azul del fondo
que le recuerda al cielo Mediterráneo. En la parte inferior una colina verde, que se
representa con una mancha de color lisa y esquemática, concede la referencia espacial.
Con esto, los cuerpos desnudos de los personajes solo podían adquirir ese fuerte tono
bermellón para obtener el acorde luminoso y el contraste cromático deseado. En cuanto
a la luz es una composición plana, carente de contrastes lumínicos que alteren la
pureza del color, tanto en las formas anatómicas como en el espacio de fondo.
La obra es un canto al arte prehistórico, con formas simples y puras que plantean un
baile evocador de la liberación emocional del ser humano, sumado a un estudiado
contraste cromático que aporta ese sentimiento salvaje propio del fauvismo.

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