Como Abrazar A Un Erízo

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COMO ABRAZAR A UN ERÍZO

EN CIERTA OPORTUNIDAD HABIA UN UN ABUELO QUE LLEVO A SU NIETO DE 3 AÑOS AL ZOO Y


CUANDO EL NIÑO ESTABA EN EL ZOO EMPEZO A JUGAR UN JUEGO EL CUAL LE PERMITIO
DIVERTICE AL NIÑO.

Y EL JUEGO CONCISTIA EN ANIMALES ABRAZABLES Y ANIMALES NO ABRAZABLES ASI QUE VIO AL


JIRAFA Y LOS FLAMENCOS Y EL DECIA A ESTOS SI PUEDO ABRAZAR Y LUEGO VIO A LAS SERPIENTES
Y A LOS CAIMANES Y EL DIJO A ESTOS NO PUEDO ABRAZAR Y DE ESTA MANERA PASO JUGANDO
ESTE JUEGO EN EL SU RECORRIDO POR EL ZOO, CUANDO LLEGO CON EL LEÓN EL DIJO A ESTE SI
PUEDO ABRAZAR Y EL ABUELO SE ASUSTO EN TONCES POR QUE CREN EL NIÑO SI QUIZO ABRAZAR
AL LEON

Y EL ABUELO SE DIO CUENTA QUE EL NIÑO VIO AQUELLA PELICULA DEL REY LEON Y SE DIO
CUENTA QUE POR ESO EL LEON ERA ABRAZABLE

Y CUANDO PASO POR LA JAULA DEL EREIZO O CUERPO ESPIN NO ROTUNDO FUE LO QUE DIJO A
ESTE NO PUEDO ABRAZAR PORQUE LE DIJO EL ABUELO PORQUE TIENE MUCHAS PUAS QUE ME
HARIAN DAÑO A MIS MANOS Y BRAZOS

Y ES ASI COMO COMO

Cómo abrazar a un erizo

«¡No quiero abrazar a ese!», dijo Paisley, de tres años, mientras señalaba a un caimán. Brad había llevado a sus nietos al zoo, y

Paisley, el más pequeño, dividía el reino animal en dos grupos: animales abrazables y animales no abrazables. Los koalas eran

abrazables; los caimanes no.

Brad le animaba a jugar a medida que iban pasando de jaula en jaula, preguntándole: «¿Abrazarías a este?». Se sorprendió un

poco cuando Paisley dijo «sí» a las jirafas y a los flamencos. No se sorprendió cuando las serpientes obtuvieron un «no». Paisley

decidió que los leones eran abrazables (por culpa de aquel león de la película de dibujos animados), pero declaró que los

puercoespines y los erizos eran definitivamente no abrazables. La mayoría de las personas estarían de acuerdo con esto último. Por

eso los zoológicos tienen muros y jaulas, para mantenernos alejados del contacto con estos animales.

Fuera de los zoológicos, es otra historia. Todos conocemos a adolescentes que parecen erizos y que actúan mostrando tantos

pinchos como estos animalitos, y que han erigido a su alrededor muros que nos mantienen alejados. Pero así como es mejor que

dejemos en paz a los animales del zoo que no son abrazables, deseamos y necesitamos conectar con estos pinchudos adolescentes,

tanto por su bien como por el nuestro. Si estuviéramos en un zoo no intentaríamos rodear las jaulas ni ignoraríamos las señales de

«prohibida la entrada». Pero en nuestras familias debemos tener la determinación y el coraje personal necesarios para desafiar

todas las barreras y conectar incluso con los adolescentes más difíciles. Es mejor dejar que los animales salvajes lo sigan siendo.

Pero, en lo más profundo de su interior, los adolescentes anhelan la conexión. Necesitan y agradecen las relaciones amorosas y

positivas con sus padres y con otros adultos a quienes importan lo suficiente como para que se decidan a tocarlos a pesar de las
espinas.

decidan a tocarlos a pesar de las espinas.

Los erizos son animales nocturnos. Se activan al anochecer y pasan la mayor parte del día durmiendo. ¿Le recuerda a lo que hacen

los adolescentes que conoce? Los erizos comen sobre todo insectos. No siguen una dieta demasiado equilibrada. Hum. A los erizos

no les gusta que los encierren. Prefieren vagabundear y explorar en el exterior. Todo esto también le resulta familiar, ¿verdad? Los

erizos (y algunos adolescentes) pueden ser criaturas obstinadas, que se resisten al cambio todo el tiempo. A diferencia de muchos

adolescentes, los erizos son limpios y huelen muy poco. Por supuesto, el rasgo más destacado de los erizos son sus afiladas púas,

unos pelos huecos que pueden ser peligrosos cuando los despliegan. Los adolescentes utilizan defensas similares.

Cualquiera que trabaje en un zoológico sabe que hay algunos principios que pueden marcar la diferencia cuando se trabaja con

animales peligrosos. Los que trabajan con niños y adolescentes saben que con ellos también hay unos principios que marcan la

diferencia. Hay formas dolorosas de abrazar a un erizo y formas inteligentes de hacerlo. Aunque parezca increíble, los erizos

pueden convertirse en mascotas estupendas.

Reglas para abrazar a un erizo:

1.      No use guantes; déjelo olerle.

2.      Tómese su tiempo; deje que se relaje. Si se hace una bola y saca las púas, mantenga la calma y sea paciente.

3.      Con ambas manos, levántelo por la barriga, que está cubierta de pelo y no de púas. Déjelo que le explore y se sienta más

cómodo con usted.

No hay dos erizos iguales, pero estas reglas generales sirven para la mayoría. Siguiendo con el paralelismo, no hay dos

adolescentes iguales, pero existen algunas claves útiles que los padres pueden aprender. Las siguientes páginas están llenas de

distintas sugerencias que a nosotros nos han funcionado. Se centran en establecer y mantener la comunicación, superar la

adversidad y trabajar la autoestima. Al final de cada capítulo, encontrará invitaciones para pasar a la acción que, si tienen acogida,

pueden ayudarle a poner en práctica los principios que aquí presentamos. Nuestra esperanza es que este libro sirva para validar los

esfuerzos positivos que ya está realizando y le dé un empujoncito hacia nuevos camiNo hay dos erizos iguales, pero estas reglas

generales sirven para la mayoría. Siguiendo con el paralelismo, no hay dos adolescentes iguales, pero existen algunas claves útiles

que los padres pueden aprender. Las siguientes páginas están llenas de distintas sugerencias que a nosotros nos han funcionado.

Se centran en establecer y mantener la comunicación, superar la adversidad y trabajar la autoestima. Al final de cada capítulo,

encontrará invitaciones para pasar a la acción que, si tienen acogida, pueden ayudarle a poner en práctica los principios que aquí

presentamos. Nuestra esperanza es que este libro sirva para validar los esfuerzos positivos que ya está realizando y le dé un

empujoncito hacia nuevos caminos si es necesario.

Mientras Brad estuvo en el zoológico con sus nietas, el juego inventado por Paisley fue divertido, pero no duró. Nuestros esfuerzos

por conectar con los adolescentes deben ser conscientes y constantes. El éxito que tengamos o el fracaso que suframos tendrá

consecuencias de por vida para todos los impli


Mejorar la comunicación

Cómo abrazar a un erizo: Regla número 1

«No use guantes; déjelo olerle.»

A medida que un erizo empieza a conocerle a través del olfato, se siente más cómodo y de resultas abrazarlo se hace más fácil. A

medida que los adolescentes y sus padres empiezan a conocerse los unos a los otros a través de una comunicación efectiva, verbal

y no verbal, todos se sienten más cómodos. Los padres pueden mejorar la comunicación con los adolescentes a través de cuatro

claves: siendo conscientes de las necesidades no expresadas por los adolescentes, derribando los muros que hay entre padres e

hijos, pasando tiempo juntos y estableciendo y manteniendo límites adecuados.

Capítulo 1:

Escuche su llanto

«Es como si hubiera un muro», dijo una madre. «Cuando mi hija era más pequeña era fácil comunicarse con ella. Hablábamos

regularmente y de forma abierta. Pero cuando se hizo mayor apareció ese muro», continuó la mujer meneando la cabeza. «¿Por

qué ya nunca habla conmigo?»

La frustración de esta madre no es un caso aislado. Muchos padres conocen los muros que a menudo los adolescentes construyen.

Muros que parecen altos e impenetrables. Algunos incluso están electrificados y cubiertos de alambre de espinos. Pero los muros

pueden venirse abajo, tal y como se demostró con la famosa caída del muro de Berlín, en Alemania.

El muro de Berlín medía casi cuatro metros de altura, estaba cubierto de alambre de espinos y lleno de carteles que decían:

«Manténgase alejado». Se construyó para aislar a la gente. Pero no podía durar para siempre, y, en 1989, el muro que durante

tanto tiempo había separado a familias y amigos fue derribado. En el escritorio de Brad hay un trocito de ese muro, un pedacito de

cemento con un trozo minúsculo de alambre de espinos. Por uno de sus lados el cemento está pintado de colores desteñidos. La

suya podría parecer una elección extraña para decorar un escritorio, pero sirve como recordatorio de que incluso las paredes más

altas y formidables, construidas para mantener a la gente separada, pueden venirse abajo.

A veces los adolescentes construyen muros invisibles a su alrededor. Puede que los construyan para protegerse, o quizás a causa

de sentimientos de inseguridad, desconfianza, miedo o incomprensión. ¿Cómo pueden los padres penetrar en esas barreras de la

forma más efectiva? ¿Cómo hablar con los adolescentes cuando resulta que ellos no quieren hablar con nosotros? ¿Cómo

convertirnos en el tipo de persona a la que nuestros hijos se abrirán? Lo primero es ver más allá del muro, y, luego, encontrar el

ladrillo suelto.

hijos se abrirán? Lo primero es ver más allá del muro, y, luego, encontrar el ladrillo suelto.

Ver más allá del muro

Algunos adolescentes llevan peinados extremos, vaqueros rotos, largas cadenas y camisetas anchas. Otros llevan tatuajes y utilizan

palabras y gestos vulgares. Otros van bien arreglados, pero tienen actitudes arrogantes, groseras o desafiantes. Otros se muestran

distantes y desmotivados. En todos estos casos, los adultos reciben claras señales que parecen decir: «Déjame solo y mantente

fuera de mi vida». Pero debemos mirar más allá de la fachada.


Las emociones de los adolescentes a menudo se expresan en mensajes codificados —códigos secretos, si queremos llamarlos así—

que debemos ser capaces de recibir e interpretar. En realidad no es nada nuevo. ¿Recuerdan la etapa en que sus hijos eran bebés?

Ellos lloraban y usted no sabía por qué. Probaba a cambiarles el pañal y seguían llorando. Probaba a darles de comer, a mecerlos. Y

pensaba: «¡No entiendo a este niño! ¡Ojalá pudiera hablar y decirme lo que le pasa!»

Ahora esos pequeños son adolescentes, pero seguimos jugando al mismo juego. Ya no necesitan que les cambien el pañal o que les

den un biberón. Necesitan seguridad, aceptación, atención y retroalimentación positiva. Pero no expresan estas necesidades de

forma más clara que cuando eran bebés. Se limitan a darle las señales y esperan que usted comprenda lo que necesitan. A su

manera, nuestros adolescentes todavía lloran. Solo que ahora las lágrimas están en su interior.

Kenneth Cope escribió una canción1 acerca de esas lágrimas silenciosas. La primera frase dice: «Un llanto aparece en la noche

cuando otra vida empieza. El pequeño suplica amor hoy». La letra de Kenneth describe cómo los niños crecen y su llanto se vuelve

interior. Nuestra frase favorita de la canción es una pregunta: «¿Es posible reconocer las heridas que se esconden?» Depende de

nosotros «escucharles llorar las lágrimas que ocultan. Amor significa tiempo. Escucha su llanto».

¿Me quieres? ¿Te importo? ¿Soy una prioridad en tu vida? Los adolescentes casi nunca hacen estas preguntas directamente, pero

sí de forma indirecta. A menudo, la parte más importante de la comunicación es ser capaz de oír lo que no se dice. Del mismo

modo en que todos los padres se esfuerzan por interpretar el llanto de sus bebés, ahora tenemos que adivinar, probar y ponernos

en la piel de nuestros adolescentes para empezar a comprender sus mensajes no expresados. ¿Qué sienten tras esos muros? ¿Se

están sintiendo inseguros, feos, sin talento, estúpidos, asustados, solos, rechazados, frustrados o vulnerables? He aquí algunas

pistas que nos ayudarán a ver más allá de los muros y a oír el llanto de nuestros hijos adolescentes.

solos, rechazados, frustrados o vulnerables? He aquí algunas pistas que nos ayudarán a ver más allá de los muros y a oír el llanto

de nuestros hijos adolescentes.

Crear distancia. Si los chicos se apartan de su familia y se muestran aparentemente vagos, retraídos o evasivos, a menudo nos

encontramos ante un caso de llanto silencioso. Cuando hablamos y no nos miran a los ojos o nos evitan cuando vamos a su

encuentro, podemos adivinar que hay lágrimas en su interior. Por supuesto, la reacción natural es retirarnos también y decirnos a

nosotros mismos: «Sé cuándo estoy de más». O: «Si esto es lo que quiere, no voy a meterme en su vida». O: «Si no quiere hablar

conmigo, yo tampoco con él». Pero debemos luchar contra esta tendencia natural. Es preciso actuar, más que reaccionar, respecto

a nuestros adolescentes.

Un padre, que crio a diez hijos y tres hijas, explicaba cómo buscó respuestas cuando uno de sus hijos adolescentes se volvió

distante: «La mayor revelación que obtuve de todo lo que leí en esa época fue esta idea sencilla pero profunda: me hablara mi hijo

o no, eso no cambiaba el hecho de que yo sí podía hablarle. Aunque se tratara de una comunicación en un solo sentido, al menos

así él sabía cómo me sentía. Y yo sentía que eso mantenía los canales abiertos, de modo que él sabía que yo siempre estaría ahí si

me necesitaba». Este padre se acercó a su hijo y le dijo: «Creo que sé por lo que estás pasando. Solo quiero que sepas que sé que
puedes hacerlo, que te quiero y que confío en ti». El chico no contestó, pero le escuchó. El padre no siguió su tendencia natural de

alejarse de su hijo. En lugar de eso, mantuvo abierta la comunicación y fue capaz de mostrarle que le importaba. Este padre actuó.

No obstante, a los adolescentes les cuesta saber cómo actuar. ¿Qué se supone que son, niños mayores o pequeños adultos? Andar

alicaído y retraerse son algunas de las formas en que los adolescentes prueban nuevos roles para ver si encajan. Cuando eso

sucede, escuchemos su llanto.

Comportamiento extremo. Los adolescentes que son excesivamente silenciosos o excesivamente ruidosos están tratando de

comunicar algo desde detrás del muro. «Este chico es tan arrogante. Necesita una buena lección». O bien: «Es muy tímida, no te

molestes en hablar con ella». Decimos estas cosas cuando en realidad lo que estos dos chicos necesitan es justo lo contrario. El

orgullo fingido o la timidez no son más que estrategias que usan los adolescentes porque en su interior se sienten pequeños,

ignorados, poco importantes o celosos de los demás.

Los adolescentes críticos en extremo y a quienes les cuesta encontrar una sola cosa buena que decir de los demás es probable que

traten desesperadamente de encontrar una sola cosa que les guste de ellos mismos. Escuchemos su llanto.

«Tengo un amigo que…». Jerrick recuerda una época en la que regresaba a casa después de la escuela y les decía a sus padres:

«Tengo un amigo que desea mucho ver una película en la que quizá salgan algunas cosas malas. Pero él dice que si cierra los ojos

no pasará nada. ¿Qué le diríais?»

Tengo un amigo que…». Jerrick recuerda una época en la que regresaba a casa después de la escuela y les decía a sus padres:

«Tengo un amigo que desea mucho ver una película en la que quizá salgan algunas cosas malas. Pero él dice que si cierra los ojos

no pasará nada. ¿Qué le diríais?»

En lugar de decirle algo como: «Yo diría que te busques a otro amigo» o criticar rápidamente a su «amigo», los padres de Jerrick le

escuchaban mientras él explicaba la situación. Sí, el amigo de Jerrick estaba pensando en ir a ver esa película, igual que él. Él sabía

que no debía ver lo que salía en la pantalla, porque eso violaba las normas de la familia, pero pensaba que si cerraba los ojos no

pasaría nada. En lugar de preguntar directamente a sus padres si de verdad no pasaba nada, Jerrick les preguntaba acerca de su

amigo para descubrir la posible respuesta de sus padres.

Siempre que un niño cuenta el problema de «un amigo», hay muchas posibilidades de que el niño esté enfrentándose a un

problema parecido. Los jóvenes lanzan pistas acerca de «amigos» para probar nuestras reacciones. Si nos mostramos rápidos y

severos quizá no se abran nunca más. Guárdese las críticas el tiempo suficiente para poder escuchar su llanto.

Comunicación no verbal. Muy poco de lo que una persona dice proviene de las palabras. La mayor parte de nuestra comunicación

proviene del lenguaje corporal. Nuestro tono de voz también envía señales no explícitas a nuestro oyente. Por ello, es importante

para los padres aprender a escuchar con los ojos y con el corazón a la vez que lo hacen con los oídos. En resumen, debemos ser

conscientes de que las verdaderas actitudes y sentimientos de los adolescentes se expresan habitualmente mediante gestos,

posturas, tipo de discurso, tono de voz, volumen y lugar hacia el que miran.

Es necesario darse cuenta de la expresión de sus rostros, de su mirada y de los gestos que hacen con la cabeza. Podemos detectar
aburrimiento, hostilidad o cansancio simplemente observando el movimiento repetitivo de sus piernas cuando están sentados o

cómo mueven las manos. Observe con cuidado las señales no verbales. Escuche su llanto.

Llamada de atención. Con los niños sucede a menudo que los comportamientos negativos son una estratagema para atraer la

atención. Lo mismo sucede con los adolescentes. Las bromas infantiles tales como reír en momentos inapropiados o tirar del pelo

dejan paso a las palabrotas, los estilos extremos en el vestir, los piercings, los gestos ofensivos con las manos, los peinados

estrafalarios y los tatuajes. Todos estos comportamientos manifiestos están enviando el mismo mensaje: «Préstame atención. Por

favor, mírame como a un individuo y aprecia el hecho de que soy diferente».

Cuando los adolescentes afirman de manera impulsiva cosas como: «Odio la escuela» o: «Mi profesor es idiota», a menudo lo que

desean es simplemente que alguien se dé cuenta de que se sienten frustrados. Debemos tener cuidado de no tomar al pie de la

letra las cosas incorrectasque los adolescentes dicen o hacen. En este tipo de situaciones, los jóvenes pueden sentirse tan

inseguros acerca de lo que es correcto como inseguros se sienten acerca de sí mismos. Escuche su llanto.

Comportamiento incoherente. Cualquier diferencia entre el comportamiento habitual y el comportamiento presente a menudo es

una llamada de ayuda. Una chica a quien normalmente la escuela le iba bien empezó a perder el autobús. Cuando su madre le

preguntaba si estaba lista para salir, la chica respondía: «Ya voy». Y luego se entretenía hasta que perdía el autobús y su madre

tenía que llevarla a la escuela.

La madre intentó razonar con su hija diciéndole: «Esto es ridículo. Eres una persona responsable y madura. No deberías necesitar

que fuera detrás de ti como un bebé por las mañanas». La chica estuvo de acuerdo y durante los siguientes días llegó a tiempo para

coger el autobús. Y luego empezó a perderlo de nuevo. Su madre le dijo entonces: «Esto no es propio de ti. Hasta ahora siempre

podía confiar en ti. Si pierdes el autobús de nuevo, te llevaré, pero tendrás que pagarme por ello».

A la mañana siguiente, la madre acabó llevando a la chica a la escuela. Cuando llegaron le dijo: «Son tres dólares y un “gracias”».

La chica estalló y le contestó indignada: «¡A los taxistas no se les dan las gracias!».

La madre se alejó de la escuela con su hija todavía dentro del coche. Por fin había oído su llanto. Le dijo: «Tenemos que hablar». La

chica admitió al fin que estaba pasándolo mal durante la primera hora de clase. No entendía al profesor y se sentía estúpida.

Además, algunos chicos de la clase se burlaban de ella. Por fin, madre e hija estaban abordando los verdaderos problemas, que

poco tenían que ver con coger el autobús. Cuando el comportamiento del adolescente sea incoherente, escuche su llanto. Después

de escucharlo debemos encontrar el ladrillo suelto en los muros que ha construido a su alrededor.

Encontrar el ladrillo suelto

«Lo que más me gusta de mi madre es que le gusta lo mismo que a mí, aunque sea vieja», explicaba un adolescente. «Ella no cree

que lo que me gusta sea estúpido o una moda pasajera. No dice que mis gustos son inmaduros».

inmaduros».

Un amigo de Brad que trabajaba en la construcción le enseñó una vez un principio valioso acerca de cómo derribar muros cuando

afirmó: «Habiendo derribado algunas paredes en mi época, he descubierto que cada una tiene una debilidad, un ladrillo que está

suelto».
Cuando lidiamos con gente joven que ha construido muros a su alrededor debemos encontrar el ladrillo suelto: un interés favorito,

un sueño o una habilidad que ayude a que el adolescente se abra. Pueden ser las motos, los deportes, la comida, el sexo opuesto o

incluso un diario.

Un chico de Nueva York que asistía a un programa para jóvenes de una semana de duración en la Costa Oeste se mostraba retraído

al inicio. Su supervisor estaba preocupado y se lo contó al director del programa: «Simplemente se queda en su habitación y

escribe en su diario». ¿Era este el ladrillo suelto que el director necesitaba?

Aquel día a la hora de la cena, el director se sentó a propósito junto al chico en la cafetería. Comenzó a entablar una conversación

normal y luego cambió de tema hacia los diarios. El director dijo: «La gente no me cree normalmente cuando lo digo, pero uno de

mis pasatiempos favoritos es escribir en mi diario. Ya he completado varios volúmenes».

«¿De verdad?», los ojos del chico se iluminaron. «Yo escribo un diario también. Creo que es importante». Aquel fue el punto de

inflexión. El chico empezó a acudir a actividades y a interactuar con el director y con otras personas. Antes de que la semana

acabara, había hecho muchos amigos nuevos. Todo comenzó cuando alguien mostró un poco de interés por su gran interés.

Durante el primer año de instituto de Jerrick, este desarrolló una enfermedad en el estómago que tenía perplejos a sus médicos.

No entendían por qué se sentía tan enfermo y estaban resueltos a encontrar la causa. Le hicieron muchas pruebas para descartar

ciertas enfermedades.

El día antes de una de esas pruebas médicas, una colonoscopia, Jerrick se sentía especialmente nervioso. ¿Quién no lo estaría ante

una prueba así? Después de un día entero sin comer nada excepto gelatina amarilla y caldo de pollo, además del delicioso citrato

de magnesio, tenía los nervios de punta. En circunstancias normales habría hecho deporte o habría comido helado para calmarse,

pero esas opciones no eran posibles, así que bajó las escaleras y se puso a jugar al billar, un juego que le encantaba, él solo.

Unos minutos más tarde bajó su padre y se puso a jugar con él. Tras un par de preguntas, Jerrick se abrió a su padre y le habló de

los sentimientos que estaba experimentando en esos momentos. Jerrick nunca habría hablado con su padre acerca de sus miedos

si este no hubiera estado dispuesto a bajar a jugar al billar.

profesor acudió una vez a una fiesta de despedida de un estudiante que se marchaba a la universidad. El joven parecía preparado

para emprender esa nueva etapa. Llevaba ropa nueva y se había cortado el pelo el día antes. Sonreía con confianza. Los padres del

chico sabían que el estilo de vida de su hijo no había sido siempre tan pulcro como lo estaba su pelo en ese momento. Nunca fue

un mal chico. No había hecho nada demasiado terrible, pero se había vuelto muy introvertido y había descartado por completo ir a

la universidad. Parecía que nadie podía llegar a él. Entonces aquel profesor había aparecido en su vida y finalmente atravesó el

muro.

Más tarde, los padres preguntaron al profesor cómo había conseguido llegar hasta el joven, que se las había arreglado para

distanciarse completamente de todo el mundo. ¿Había compartido alguna historia especial o una experiencia personal con el

chico? ¿Habían tenido charlas en profundidad? El profesor sonrió y dijo: «No van a creerme, pero un día descubrí que a su hijo le

gustan las reposiciones de la misma vieja serie de televisión que me gusta a mí. Después de clase venía a hablar de ese programa.

Me traía información acerca de por cuánto se subastaban los vestidos y los decorados de la serie y dónde estaban ahora los
antiguos actores». El profesor se había topado con el ladrillo suelto, y trabajó en él hasta que abrió un hueco en el muro de

aislamiento que había alrededor del chico.

Después de que Brad diese una charla en una conferencia para padres acerca de la importancia de encontrar el ladrillo suelto, una

madre se le acercó y le dijo:

—Pero no hay manera de llegar hasta mi hija. Sencillamente, no tiene ladrillos sueltos. Como mucho, algún tornillo suelto, quizá,

pero no ladrillos.

—Seguro que los tiene —le aseguró Brad—. ¿De qué habla normalmente, o qué temas de conversación saca?

—Ninguno.

—¿Qué hace en su tiempo libre si puede escoger?

—Nada. Solo va a la escuela y trabaja.

—Y, entonces, ¿qué hace con el dinero que gana?

—Se compra un montón de ropa —contestó la madre poniendo los ojos en blanco.

Tres preguntas: ¿de qué habla su hijo sobre todo? ¿Qué hace su adolescente en su tiempo libre? ¿En qué gasta su dinero? Las

respuestas a estas preguntas pueden ayudarnos a localizar el ladrillo suelto. A partir de ahí es solo cuestión de dedicar el tiempo

necesario a tirar y empujar hasta que nos abramos camino.

Una mujer aprendió la importancia de ver más allá del muro y de encontrar el ladrillo suelto cuando su hija tenía quince años.

Aquel verano, su hija participó en un campamento estatal en California, un campamento que había estado esperando durante todo

el año. Pero, cuando regresó a casa, la madre notó un gran cambio en su hija. Se mostraba más distante con su familia. Sus estados

de ánimo eran extremos. No cuidaba de su aspecto, lo que era raro en ella.

Durante ese tiempo la mujer no reconoció el llanto que estaba escuchando. No se le ocurrió acercarse a su hija para hablar. Los

problemas siguieron y finalmente se dio cuenta de que tenía que hacer algo al respecto.

Una noche, su hija se fue a hacer de canguro y se dejó su diario abierto cerca de la puerta de entrada. Aquello no era propio de

ella. La mujer lo tomó y empezó a leer. Cuanto más leía, más horrorizada estaba. Un mentor del campamento con el que su hija se

había estado escribiendo estaba participando en ciertas actividades ilegales e invitaba a la chica a unirse a ellas. La mujer explicó:

«No puedo decirle cómo me sentí en ese momento. Cogí el diario y se lo mostré a mi marido. Estaba furioso con el hecho de que

ese mentor estuviera autorizado para trabajar con jovencitas en el campamento. Quería que los responsables se enteraran de lo

que estaba sucediendo».

Mientras tanto, la mujer no sabía qué hacer respecto a su hija. Habló con sus mejores amigos y todos le aconsejaron que buscara

ayuda profesional. Así que fue a tres psicólogos distintos hasta que encontró a uno que le dio el consejo que de verdad tenía

sentido para ella.


El terapeuta le dijo a la mujer que tenía que hablar con su hija abiertamente acerca de todo el asunto. Nada le daba más miedo

que aquello. Parecía mucho más sencillo seguir adelante haciendo sus cosas típicas de madre y fingir que no pasaba nada. El

terapeuta le dijo que tenía que ser honesta con su hija e incluso decirle que había leído su diario.

Al día siguiente, la mujer se sentó con su hija y se lo contó todo. La chica estaba desolada porque su madre había violado su

intimidad.

Esta madre preocupada simplemente dijo: «El amigo con el que te escribes está siguiendo un camino equivocado. Es mucho mayor

que tú, y me parece que continuar esta amistad es realmente peligroso para ti».

Su hija salió de la habitación llorando. ¿Una experiencia sencilla? No. ¿Divertida? No. ¿Necesaria? Sí. ¿Esta mujer había manejado

la situación del modo correcto? No lo sabía. Sencillamente, lo estaba haciendo lo mejor que podía.

situación del modo correcto? No lo sabía. Sencillamente, lo estaba haciendo lo mejor que podía.

En los días que siguieron, el terapeuta le aconsejó que dedicara más tiempo a establecer lazos afectivos con su hija. La había criado

igual que a su hijo, y ahora se daba cuenta de que algunos niños necesitan más amor y atención. Pensó que quizás ella no le había

dado a su hija todo el amor que necesitaba, y por eso su hija estaba buscando en otra parte una sensación de pertenencia. El

terapeuta le dijo que no se culpara, sino que tratara de comunicarse, que dejara hablar a su hija y luego la escuchara.

La mujer no sabía por dónde empezar. En aquel momento no estaba pensando en ladrillos sueltos. Se sentía abrumada por la tarea

que tenía por delante. «Mi hija adolescente me odiaba tanto», decía. «Todavía siento esa horrible sensación en la boca del

estómago cuando pienso en ello. Resulta muy desesperanzador que tu propio hijo te odie.»

Sabía que su hija no tenía ningún interés en estar con ella en ese momento, pero también sabía que tenía quince años y que estaba

muy interesada en conducir. Le dijo: «De acuerdo, ¿así que quieres aprender a conducir? Te recogeré cada día en la escuela para

que puedas practicar».

Cada tarde, esta madre recogía a su hija, quien se montaba en el coche, daba un portazo y no decía una palabra. La madre la

dejaba practicar un rato y entonces decía: «No he comido nada desde el desayuno. ¿Te importa si paramos en la panadería para

comprar un bollo?»

Día tras día, se sentaban en la panadería y comían bollos en silencio. Al final, la hija empezó a hablar. Le contaba a su madre cómo

le había ido el día. Más adelante empezó a contarle cosas sobre lo que estaba sucediendo en su vida en ese momento. Llevó casi

un año, pero finalmente las cosas empezaron a ir mejor. Esta mujer tuvo que ceder un poco de control para conseguir confianza,

pero valió la pena.

Muchos años después, la hija de la mujer se graduó en el instituto y se estaba preparando para marcharse a la universidad. Madre

e hija se sentaron en el suelo de su habitación mientras hacían las maletas. La hija se topó con sus viejos diarios. Abrió uno de ellos

y le leyó a su madre todas las cosas que le habían pasado durante aquel tiempo oscuro de su vida. Le confesó que incluso se había

planteado suicidarse. Miró a su madre y le dijo: «Mamá, me alegro tanto de no haberlo hecho. Estoy muy contenta de que nos

hiciéramos amigas».
Cuando intentamos conectar con adolescentes nos damos cuenta de que pueden levantar paredes que parecen tan impenetrables

como las púas de un erizo. En lugar de usar guantes, debemos conectar con ellos y abordar al erizo directamente. En lugar de evitar

la confrontación, debemos escuchar antes el llanto de nuestros hijos adolescentes. Encontrar el ladrillo suelto, aquello que los

adolescentes quieren hacer o de lo que quieren hablar tanto que no les importará que estemos allí con ellos. Entonces escuchemos

con cuidado, comuniquémonos abiertamente y sepamos

Capítulo 1:

Escuche su llanto

«Es como si hubiera un muro», dijo una madre. «Cuando mi hija era más pequeña era fácil comunicarse con ella. Hablábamos

regularmente y de forma abierta. Pero cuando se hizo mayor apareció ese muro», continuó la mujer meneando la cabeza. «¿Por

qué ya nunca habla conmigo?»

La frustración de esta madre no es un caso aislado. Muchos padres conocen los muros que a menudo los adolescentes construyen.

Muros que parecen altos e impenetrables. Algunos incluso están electrificados y cubiertos de alambre de espinos. Pero los muros

pueden venirse abajo, tal y como se demostró con la famosa caída del muro de Berlín, en Alemania.

El muro de Berlín medía casi cuatro metros de altura, estaba cubierto de alambre de espinos y lleno de carteles que decían:

«Manténgase alejado». Se construyó para aislar a la gente. Pero no podía durar para siempre, y, en 1989, el muro que durante

tanto tiempo había separado a familias y amigos fue derribado. En el escritorio de Brad hay un trocito de ese muro, un pedacito de

cemento con un trozo minúsculo de alambre de espinos. Por uno de sus lados el cemento está pintado de colores desteñidos. La

suya podría parecer una elección extraña para decorar un escritorio, pero sirve como recordatorio de que incluso las paredes más

altas y formidables, construidas para mantener a la gente separada, pueden venirse abajo.

A veces los adolescentes construyen muros invisibles a su alrededor. Puede que los construyan para protegerse, o quizás a causa

de sentimientos de inseguridad, desconfianza, miedo o incomprensión. ¿Cómo pueden los padres penetrar en esas barreras de la

forma más efectiva? ¿Cómo hablar con los adolescentes cuando resulta que ellos no quieren hablar con nosotros? ¿Cómo

convertirnos en el tipo de persona a la que nuestros hijos se abrirán? Lo primero es ver más allá del muro, y, luego, encontrar el

ladrillo suelto.

Ver más allá del muro

Algunos adolescentes llevan peinados extremos, vaqueros rotos, largas cadenas y camisetas anchas. Otros llevan tatuajes y utilizan

palabras y gestos vulgares. Otros van bien arreglados, pero tienen actitudes arrogantes, groseras o desafiantes. Otros se muestran

distantes y desmotivados. En todos estos casos, los adultos reciben claras señales que parecen decir: «Déjame solo y mantente

fuera de mi vida». Pero debemos mirar más allá de la fachada.

Las emociones de los adolescentes a menudo se expresan en mensajes codificados —códigos secretos, si queremos llamarlos así—

que debemos ser capaces de recibir e interpretar. En realidad no es nada nuevo. ¿Recuerdan la etapa en que sus hijos eran bebés?

Ellos lloraban y usted no sabía por qué. Probaba a cambiarles el pañal y seguían llorando. Probaba a darles de comer, a mecerlos. Y

pensaba: «¡No entiendo a este niño! ¡Ojalá pudiera hablar y decirme lo que le pasa!»
Ahora esos pequeños son adolescentes, pero seguimos jugando al mismo juego. Ya no necesitan que les cambien el pañal o que les

den un biberón. Necesitan seguridad, aceptación, atención y retroalimentación positiva. Pero no expresan estas necesidades de

forma más clara que cuando eran bebés. Se limitan a darle las señales y esperan que usted comprenda lo que necesitan. A su

manera, nuestros adolescentes todavía lloran. Solo que ahora las lágrimas están en su interior.

Kenneth Cope escribió una canción1 acerca de esas lágrimas silenciosas. La primera frase dice: «Un llanto aparece en la noche

cuando otra vida empieza. El pequeño suplica amor hoy». La letra de Kenneth describe cómo los niños crecen y su llanto se vuelve

interior. Nuestra frase favorita de la canción es una pregunta: «¿Es posible reconocer las heridas que se esconden?» Depende de

nosotros «escucharles llorar las lágrimas que ocultan. Amor significa tiempo. Escucha su llanto».

¿Me quieres? ¿Te importo? ¿Soy una prioridad en tu vida? Los adolescentes casi nunca hacen estas preguntas directamente, pero

sí de forma indirecta. A menudo, la parte más importante de la comunicación es ser capaz de oír lo que no se dice. Del mismo

modo en que todos los padres se esfuerzan por interpretar el llanto de sus bebés, ahora tenemos que adivinar, probar y ponernos

en la piel de nuestros adolescentes para empezar a comprender sus mensajes no expresados. ¿Qué sienten tras esos muros? ¿Se

están sintiendo inseguros, feos, sin talento, estúpidos, asustados, solos, rechazados, frustrados o vulnerables? He aquí algunas

pistas que nos ayudarán a ver más allá de los muros y a oír el llanto de nuestros hijos adolescentes.

Crear distancia. Si los chicos se apartan de su familia y se muestran aparentemente vagos, retraídos o evasivos, a menudo nos

encontramos ante un caso de llanto silencioso. Cuando hablamos y no nos miran a los ojos o nos evitan cuando vamos a su

encuentro, podemos adivinar que hay lágrimas en su interior. Por supuesto, la reacción natural es retirarnos también y decirnos a

nosotros mismos: «Sé cuándo estoy de más». O: «Si esto es lo que quiere, no voy a meterme en su vida». O: «Si no quiere hablar

conmigo, yo tampoco con él». Pero debemos luchar contra esta tendencia natural. Es preciso actuar, más que reaccionar, respecto

a nuestros adolescentes.

Un padre, que crio a diez hijos y tres hijas, explicaba cómo buscó respuestas cuando uno de sus hijos adolescentes se volvió

distante: «La mayor revelación que obtuve de todo lo que leí en esa época fue esta idea sencilla pero profunda: me hablara mi hijo

o no, eso no cambiaba el hecho de que yo sí podía hablarle. Aunque se tratara de una comunicación en un solo sentido, al menos

así él sabía cómo me sentía. Y yo sentía que eso mantenía los canales abiertos, de modo que él sabía que yo siempre estaría ahí si

me necesitaba». Este padre se acercó a su hijo y le dijo: «Creo que sé por lo que estás pasando. Solo quiero que sepas que sé que

puedes hacerlo, que te quiero y que confío en ti». El chico no contestó, pero le escuchó. El padre no siguió su tendencia natural de

alejarse de su hijo. En lugar de eso, mantuvo abierta la comunicación y fue capaz de mostrarle que le importaba. Este padre actuó.

No obstante, a los adolescentes les cuesta saber cómo actuar. ¿Qué se supone que son, niños mayores o pequeños adultos? Andar

alicaído y retraerse son algunas de las formas en que los adolescentes prueban nuevos roles para ver si encajan. Cuando eso

sucede, escuchemos su llanto.

Comportamiento extremo. Los adolescentes que son excesivamente silenciosos o excesivamente ruidosos están tratando de

comunicar algo desde detrás del muro. «Este chico es tan arrogante. Necesita una buena lección». O bien: «Es muy tímida, no te

molestes en hablar con ella». Decimos estas cosas cuando en realidad lo que estos dos chicos necesitan es justo lo contrario. El
orgullo fingido o la timidez no son más que estrategias que usan los adolescentes porque en su interior se sienten pequeños,

ignorados, poco importantes o celosos de los demás.

Los adolescentes críticos en extremo y a quienes les cuesta encontrar una sola cosa buena que decir de los demás es probable que

traten desesperadamente de encontrar una sola cosa que les guste de ellos mismos. Escuchemos su llanto.

«Tengo un amigo que…». Jerrick recuerda una época en la que regresaba a casa después de la escuela y les decía a sus padres:

«Tengo un amigo que desea mucho ver una película en la que quizá salgan algunas cosas malas. Pero él dice que si cierra los ojos

no pasará nada. ¿Qué le diríais?»

En lugar de decirle algo como: «Yo diría que te busques a otro amigo» o criticar rápidamente a su «amigo», los padres de Jerrick le

escuchaban mientras él explicaba la situación. Sí, el amigo de Jerrick estaba pensando en ir a ver esa película, igual que él. Él sabía

que no debía ver lo que salía en la pantalla, porque eso violaba las normas de la familia, pero pensaba que si cerraba los ojos no

pasaría nada. En lugar de preguntar directamente a sus padres si de verdad no pasaba nada, Jerrick les preguntaba acerca de su

amigo para descubrir la posible respuesta de sus padres.

Siempre que un niño cuenta el problema de «un amigo», hay muchas posibilidades de que el niño esté enfrentándose a un

problema parecido. Los jóvenes lanzan pistas acerca de «amigos» para probar nuestras reacciones. Si nos mostramos rápidos y

severos quizá no se abran nunca más. Guárdese las críticas el tiempo suficiente para poder escuchar su llanto.

Comunicación no verbal. Muy poco de lo que una persona dice proviene de las palabras. La mayor parte de nuestra comunicación

proviene del lenguaje corporal. Nuestro tono de voz también envía señales no explícitas a nuestro oyente. Por ello, es importante

para los padres aprender a escuchar con los ojos y con el corazón a la vez que lo hacen con los oídos. En resumen, debemos ser

conscientes de que las verdaderas actitudes y sentimientos de los adolescentes se expresan habitualmente mediante gestos,

posturas, tipo de discurso, tono de voz, volumen y lugar hacia el que miran.

Es necesario darse cuenta de la expresión de sus rostros, de su mirada y de los gestos que hacen con la cabeza. Podemos detectar

aburrimiento, hostilidad o cansancio simplemente observando el movimiento repetitivo de sus piernas cuando están sentados o

cómo mueven las manos. Observe con cuidado las señales no verbales. Escuche su llanto.

Llamada de atención. Con los niños sucede a menudo que los comportamientos negativos son una estratagema para atraer la

atención. Lo mismo sucede con los adolescentes. Las bromas infantiles tales como reír en momentos inapropiados o tirar del pelo

dejan paso a las palabrotas, los estilos extremos en el vestir, los piercings, los gestos ofensivos con las manos, los peinados

estrafalarios y los tatuajes. Todos estos comportamientos manifiestos están enviando el mismo mensaje: «Préstame atención. Por

favor, mírame como a un individuo y aprecia el hecho de que soy diferente».

Cuando los adolescentes afirman de manera impulsiva cosas como: «Odio la escuela» o: «Mi profesor es idiota», a menudo lo que

desean es simplemente que alguien se dé cuenta de que se sienten frustrados. Debemos tener cuidado de no tomar al pie de la

letra las cosas incorrectasque los adolescentes dicen o hacen. En este tipo de situaciones, los jóvenes pueden sentirse tan

inseguros acerca de lo que es correcto como inseguros se sienten acerca de sí mismos. Escuche su llanto.

Comportamiento incoherente. Cualquier diferencia entre el comportamiento habitual y el comportamiento presente a menudo es
una llamada de ayuda. Una chica a quien normalmente la escuela le iba bien empezó a perder el autobús. Cuando su madre le

preguntaba si estaba lista para salir, la chica respondía: «Ya voy». Y luego se entretenía hasta que perdía el autobús y su madre

tenía que llevarla a la escuela.

La madre intentó razonar con su hija diciéndole: «Esto es ridículo. Eres una persona responsable y madura. No deberías necesitar

que fuera detrás de ti como un bebé por las mañanas». La chica estuvo de acuerdo y durante los siguientes días llegó a tiempo para

coger el autobús. Y luego empezó a perderlo de nuevo. Su madre le dijo entonces: «Esto no es propio de ti. Hasta ahora siempre

podía confiar en ti. Si pierdes el autobús de nuevo, te llevaré, pero tendrás que pagarme por ello».

A la mañana siguiente, la madre acabó llevando a la chica a la escuela. Cuando llegaron le dijo: «Son tres dólares y un “gracias”».

La chica estalló y le contestó indignada: «¡A los taxistas no se les dan las gracias!».

La madre se alejó de la escuela con su hija todavía dentro del coche. Por fin había oído su llanto. Le dijo: «Tenemos que hablar». La

chica admitió al fin que estaba pasándolo mal durante la primera hora de clase. No entendía al profesor y se sentía estúpida.

Además, algunos chicos de la clase se burlaban de ella. Por fin, madre e hija estaban abordando los verdaderos problemas, que

poco tenían que ver con coger el autobús. Cuando el comportamiento del adolescente sea incoherente, escuche su llanto. Después

de escucharlo debemos encontrar el ladrillo suelto en los muros que ha construido a su alrededor.

Encontrar el ladrillo suelto

«Lo que más me gusta de mi madre es que le gusta lo mismo que a mí, aunque sea vieja», explicaba un adolescente. «Ella no cree

que lo que me gusta sea estúpido o una moda pasajera. No dice que mis gustos son inmaduros».

Un amigo de Brad que trabajaba en la construcción le enseñó una vez un principio valioso acerca de cómo derribar muros cuando

afirmó: «Habiendo derribado algunas paredes en mi época, he descubierto que cada una tiene una debilidad, un ladrillo que está

suelto».

Cuando lidiamos con gente joven que ha construido muros a su alrededor debemos encontrar el ladrillo suelto: un interés favorito,

un sueño o una habilidad que ayude a que el adolescente se abra. Pueden ser las motos, los deportes, la comida, el sexo opuesto o

incluso un diario.

Un chico de Nueva York que asistía a un programa para jóvenes de una semana de duración en la Costa Oeste se mostraba retraído

al inicio. Su supervisor estaba preocupado y se lo contó al director del programa: «Simplemente se queda en su habitación y

escribe en su diario». ¿Era este el ladrillo suelto que el director necesitaba?

Aquel día a la hora de la cena, el director se sentó a propósito junto al chico en la cafetería. Comenzó a entablar una conversación

normal y luego cambió de tema hacia los diarios. El director dijo: «La gente no me cree normalmente cuando lo digo, pero uno de

mis pasatiempos favoritos es escribir en mi diario. Ya he completado varios volúmenes».

«¿De verdad?», los ojos del chico se iluminaron. «Yo escribo un diario también. Creo que es importante». Aquel fue el punto de

inflexión. El chico empezó a acudir a actividades y a interactuar con el director y con otras personas. Antes de que la semana

acabara, había hecho muchos amigos nuevos. Todo comenzó cuando alguien mostró un poco de interés por su gran interés.

Durante el primer año de instituto de Jerrick, este desarrolló una enfermedad en el estómago que tenía perplejos a sus médicos.
No entendían por qué se sentía tan enfermo y estaban resueltos a encontrar la causa. Le hicieron muchas pruebas para descartar

ciertas enfermedades.

El día antes de una de esas pruebas médicas, una colonoscopia, Jerrick se sentía especialmente nervioso. ¿Quién no lo estaría ante

una prueba así? Después de un día entero sin comer nada excepto gelatina amarilla y caldo de pollo, además del delicioso citrato

de magnesio, tenía los nervios de punta. En circunstancias normales habría hecho deporte o habría comido helado para calmarse,

pero esas opciones no eran posibles, así que bajó las escaleras y se puso a jugar al billar, un juego que le encantaba, él solo.

Unos minutos más tarde bajó su padre y se puso a jugar con él. Tras un par de preguntas, Jerrick se abrió a su padre y le habló de

los sentimientos que estaba experimentando en esos momentos. Jerrick nunca habría hablado con su padre acerca de sus miedos

si este no hubiera estado dispuesto a bajar a jugar al billar.

Un profesor acudió una vez a una fiesta de despedida de un estudiante que se marchaba a la universidad. El joven parecía

preparado para emprender esa nueva etapa. Llevaba ropa nueva y se había cortado el pelo el día antes. Sonreía con confianza. Los

padres del chico sabían que el estilo de vida de su hijo no había sido siempre tan pulcro como lo estaba su pelo en ese momento.

Nunca fue un mal chico. No había hecho nada demasiado terrible, pero se había vuelto muy introvertido y había descartado por

completo ir a la universidad. Parecía que nadie podía llegar a él. Entonces aquel profesor había aparecido en su vida y finalmente

atravesó el muro.

Más tarde, los padres preguntaron al profesor cómo había conseguido llegar hasta el joven, que se las había arreglado para

distanciarse completamente de todo el mundo. ¿Había compartido alguna historia especial o una experiencia personal con el

chico? ¿Habían tenido charlas en profundidad? El profesor sonrió y dijo: «No van a creerme, pero un día descubrí que a su hijo le

gustan las reposiciones de la misma vieja serie de televisión que me gusta a mí. Después de clase venía a hablar de ese programa.

Me traía información acerca de por cuánto se subastaban los vestidos y los decorados de la serie y dónde estaban ahora los

antiguos actores». El profesor se había topado con el ladrillo suelto, y trabajó en él hasta que abrió un hueco en el muro de

aislamiento que había alrededor del chico.

Después de que Brad diese una charla en una conferencia para padres acerca de la importancia de encontrar el ladrillo suelto, una

madre se le acercó y le dijo:

—Pero no hay manera de llegar hasta mi hija. Sencillamente, no tiene ladrillos sueltos. Como mucho, algún tornillo suelto, quizá,

pero no ladrillos.

—Seguro que los tiene —le aseguró Brad—. ¿De qué habla normalmente, o qué temas de conversación saca?

—Ninguno.

—¿Qué hace en su tiempo libre si puede escoger?

—Nada. Solo va a la escuela y trabaja.

—Y, entonces, ¿qué hace con el dinero que gana?

—Se compra un montón de ropa —contestó la madre poniendo los ojos en blanco.

Brad sonrió y le dijo:


—Adivine lo que acaba de encontrar.

Tres preguntas: ¿de qué habla su hijo sobre todo? ¿Qué hace su adolescente en su tiempo libre? ¿En qué gasta su dinero? Las

respuestas a estas preguntas pueden ayudarnos a localizar el ladrillo suelto. A partir de ahí es solo cuestión de dedicar el tiempo

necesario a tirar y empujar hasta que nos abramos camino.

Una mujer aprendió la importancia de ver más allá del muro y de encontrar el ladrillo suelto cuando su hija tenía quince años.

Aquel verano, su hija participó en un campamento estatal en California, un campamento que había estado esperando durante todo

el año. Pero, cuando regresó a casa, la madre notó un gran cambio en su hija. Se mostraba más distante con su familia. Sus estados

de ánimo eran extremos. No cuidaba de su aspecto, lo que era raro en ella.

Durante ese tiempo la mujer no reconoció el llanto que estaba escuchando. No se le ocurrió acercarse a su hija para hablar. Los

problemas siguieron y finalmente se dio cuenta de que tenía que hacer algo al respecto.

Una noche, su hija se fue a hacer de canguro y se dejó su diario abierto cerca de la puerta de entrada. Aquello no era propio de

ella. La mujer lo tomó y empezó a leer. Cuanto más leía, más horrorizada estaba. Un mentor del campamento con el que su hija se

había estado escribiendo estaba participando en ciertas actividades ilegales e invitaba a la chica a unirse a ellas. La mujer explicó:

«No puedo decirle cómo me sentí en ese momento. Cogí el diario y se lo mostré a mi marido. Estaba furioso con el hecho de que

ese mentor estuviera autorizado para trabajar con jovencitas en el campamento. Quería que los responsables se enteraran de lo

que estaba sucediendo».

Mientras tanto, la mujer no sabía qué hacer respecto a su hija. Habló con sus mejores amigos y todos le aconsejaron que buscara

ayuda profesional. Así que fue a tres psicólogos distintos hasta que encontró a uno que le dio el consejo que de verdad tenía

sentido para ella.

El terapeuta le dijo a la mujer que tenía que hablar con su hija abiertamente acerca de todo el asunto. Nada le daba más miedo

que aquello. Parecía mucho más sencillo seguir adelante haciendo sus cosas típicas de madre y fingir que no pasaba nada. El

terapeuta le dijo que tenía que ser honesta con su hija e incluso decirle que había leído su diario.

Al día siguiente, la mujer se sentó con su hija y se lo contó todo. La chica estaba desolada porque su madre había violado su

intimidad.

Esta madre preocupada simplemente dijo: «El amigo con el que te escribes está siguiendo un camino equivocado. Es mucho mayor

que tú, y me parece que continuar esta amistad es realmente peligroso para ti».

Su hija salió de la habitación llorando. ¿Una experiencia sencilla? No. ¿Divertida? No. ¿Necesaria? Sí. ¿Esta mujer había manejado

la situación del modo correcto? No lo sabía. Sencillamente, lo estaba haciendo lo mejor que podía.

En los días que siguieron, el terapeuta le aconsejó que dedicara más tiempo a establecer lazos afectivos con su hija. La había criado

igual que a su hijo, y ahora se daba cuenta de que algunos niños necesitan más amor y atención. Pensó que quizás ella no le había

dado a su hija todo el amor que necesitaba, y por eso su hija estaba buscando en otra parte una sensación de pertenencia. El

terapeuta le dijo que no se culpara, sino que tratara de comunicarse, que dejara hablar a su hija y luego la escuchara.

La mujer no sabía por dónde empezar. En aquel momento no estaba pensando en ladrillos sueltos. Se sentía abrumada por la tarea
que tenía por delante. «Mi hija adolescente me odiaba tanto», decía. «Todavía siento esa horrible sensación en la boca del

estómago cuando pienso en ello. Resulta muy desesperanzador que tu propio hijo te odie.»

Sabía que su hija no tenía ningún interés en estar con ella en ese momento, pero también sabía que tenía quince años y que estaba

muy interesada en conducir. Le dijo: «De acuerdo, ¿así que quieres aprender a conducir? Te recogeré cada día en la escuela para

que puedas practicar».

Cada tarde, esta madre recogía a su hija, quien se montaba en el coche, daba un portazo y no decía una palabra. La madre la

dejaba practicar un rato y entonces decía: «No he comido nada desde el desayuno. ¿Te importa si paramos en la panadería para

comprar un bollo?»

Día tras día, se sentaban en la panadería y comían bollos en silencio. Al final, la hija empezó a hablar. Le contaba a su madre cómo

le había ido el día. Más adelante empezó a contarle cosas sobre lo que estaba sucediendo en su vida en ese momento. Llevó casi

un año, pero finalmente las cosas empezaron a ir mejor. Esta mujer tuvo que ceder un poco de control para conseguir confianza,

pero valió la pena.

Muchos años después, la hija de la mujer se graduó en el instituto y se estaba preparando para marcharse a la universidad. Madre

e hija se sentaron en el suelo de su habitación mientras hacían las maletas. La hija se topó con sus viejos diarios. Abrió uno de ellos

y le leyó a su madre todas las cosas que le habían pasado durante aquel tiempo oscuro de su vida. Le confesó que incluso se había

planteado suicidarse. Miró a su madre y le dijo: «Mamá, me alegro tanto de no haberlo hecho. Estoy muy contenta de que nos

hiciéramos amigas».

Cuando intentamos conectar con adolescentes nos damos cuenta de que pueden levantar paredes que parecen tan impenetrables

como las púas de un erizo. En lugar de usar guantes, debemos conectar con ellos y abordar al erizo directamente. En lugar de evitar

la confrontación, debemos escuchar antes el llanto de nuestros hijos adolescentes. Encontrar el ladrillo suelto, aquello que los

adolescentes quieren hacer o de lo que quieren hablar tanto que no les importará que estemos allí con ellos. Entonces escuchemos

con cuidado, comuniquémonos abiertamente y sepamos estar allí para ellos. Se sorprenderá de lo que le dirán, de lo que pueden

enseñarle y de cómo responderán incluso a los esfuerzos más torpes.

Invitaciones a la acción

¿Cómo puede escuchar y responder al llanto silencioso de su adolescente? ¿Cómo puede llegar a él o a ella? He aquí algunas

cuestiones a considerar:

•       Haga balance de su propia vida: ¿qué tipo de muros ha construido? ¿Cómo podría la gente haber visto más allá de esos

muros?

•       ¿Cuáles son las aficiones de su adolescente, sus cosas favoritas? ¿Cómo puede usted mostrar más interés en esas aficiones?

¿Cómo puede aprender también a valorar esas cosas favoritas?

1. Kenneth Cope: «Hear Them Cry», del álbum Voices (Lightware Records, 1991).
Capítulo 2:

Derribando el muro

Jerrick recuerda una vez en la que se le encargó la tarea de demoler un muro de contención de un patio trasero. Se acercó a la

pared armado con un mazo, pensando que aquello sería tarea fácil y que como mucho le llevaría un par de horas de trabajo. De lo

que no se dio cuenta hasta que examinó la pared de cerca fue que aquel muro en concreto, en lugar de tener argamasa sobre cada

hilera de ladrillos para poder soportar más hileras de ladrillos, tenía cemento sobre el centro de cada ladrillo junto con pedazos de

barras de acero para darle aún más estabilidad. «Esto parece imposible», pensó Jerrick.

A medida que el día avanzaba y que el sol caía a plomo sobre su cuello enrojecido y quemado, Jerrick continuó dándole vueltas a

aquel muro. Al final pudo encontrar un ladrillo suelto. Una vez extraído ese ladrillo, la estabilidad de todo el muro se vio en peligro

y fue mucho más fácil tirar abajo el resto.

Cuando trabajamos con adolescentes que han construido un muro a su alrededor, lo primero que debemos hacer es ver más allá

de la pared y luego encontrar ese ladrillo suelto: el interés, el sueño, la afición o la habilidad que nos permitirá penetrar en ese

muro reforzado con cemento y barras de acero. Una vez descubierto el ladrillo suelto, podemos tirar abajo los muros para conectar

con los adolescentes y ayudarlos en su camino hacia la edad adulta.

La comunicación efectiva es la herramienta que nos ayudará a derribar del todo los muros que los chicos construyen a su

alrededor. Quizás haya que dar muchas vueltas al muro antes de empezar, pero al final se vendrá abajo. Los tres elementos

esenciales de la comunicación abierta son: amor, confianza y respeto

Amor

Un adolescente nos dijo una vez: «Ojalá mi padre me abrazara más o me mostrara su afecto cuando algo va mal o cuando estoy

teniendo un mal día. Solía hacerlo cuando yo era más pequeño, y me sentaba muy bien. No es que tenga dudas acerca del amor de

mi padre, es solo que a veces necesito que me diga que se preocupa por mí, sin importar lo que yo esté haciendo. No siento mucho

amor dentro de mí en este momento».

Quizás el motivo por el que algunos padres tienen dificultades para hablar con los adolescentes es el modo en el que nosotros,

como padres, comunicamos nuestro amor. Muchas veces tendemos a adoptar un rol autoritario. Dictamos normas, pedimos

responsabilidad, y entonces, finalmente, si el adolescente obedece y lleva un registro de cumplimiento lo suficientemente bueno,

expresamos nuestra aprobación y nuestro amor. Esto debería ser al revés.

Nuestra preocupación y nuestro amor deben ser constantes e incondicionales, otorgados de entrada y sin condiciones ante lo

bueno y lo malo, lo correcto o lo incorrecto, el éxito más brillante o el fracaso más estrepitoso. Sean cuales sean sus elecciones, los

adolescentes necesitan nuestro amor libre de juicio. Este se convierte en la única base segura sobre la que se pueden construir

expectativas y responsabilidad.

Un chico joven al fin reunió el coraje para hablar acerca de algunos errores pasados con su tío, en quien confiaba. Al final de la

conversación el chico dijo: «Me siento avergonzado por confesarte todo esto. ¿Qué piensas de mí?»
Sin hacer ninguna pausa, su tío respondió: «Te quiero mucho por ello. No hay nada que puedas compartir conmigo que pueda

hacer que te quiera menos». Desde ese momento el chico y su tío disfrutaron no solo de una comunicación abierta y continuada,

sino también de una amistad mucho más profunda.

Brad asistió a una reunión de jóvenes en Arkansas donde los asistentes provenían de distintos lugares y nadie parecía conocer a

nadie. Todo el mundo se sentía un poco incómodo e inseguro.

Se dio cuenta de que al fondo de la sala había un chico con manos en los extremos de sus hombros pero sin brazos. Todo el mundo

pasaba por su lado sin mirarlo. Casi podías sentir lo que todos pensaban: «Mi madre me enseñó a no quedarme mirando a las

personas diferentes». Aquel día, Brad aprendió que lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia. Incluso el odio reconoce

que hay alguien ahí.

Se preguntó cómo iba a implicar a aquel chico. Al otro lado de la sala divisó a otro chico solo. Era fornido y era evidente que se

sentía fuera de lugar. Brad pensó para sus adentros: «Esto es perfecto». Presentó a los dos chicos y dijo con firmeza: «Ahora,

vosotros dos, haceos amigos».

Ellos no discutieron, solo dijeron: «Vale». Aquellos dos chicos permanecieron juntos durante todas las actividades y al final de la

reunión se habían convertido en buenos amigos.

En el baile que se celebró al final, Brad estaba bailando en el centro de la pista cuando de repente notó que alguien le miraba

fijamente. Se volvió, y tras de sí estaba el chico sin brazos. La música sonaba a todo volumen y muchos otros jóvenes bailaban a su

alrededor, pero el chico no se movía. Finalmente dijo: «Señor Wilcox, mi amigo y yo queremos invitarle a nuestra fiesta de la pizza

después del baile».

Brad sonrió y dijo: «Será un honor venir, podéis contar conmigo».

El chico miró a su colega, que estaba a un lado de la estancia, y levantó el pulgar en señal de éxito. Entonces volvió a mirar a Brad y

añadió: «Señor Wilcox, necesitamos un teléfono para llamar y pedir la pizza».

Brad sonrió y le indicó dónde se encontraba su maletín, y añadió: «Ve a coger mi teléfono móvil y pide la pizza». Los dos chicos se

marcharon con gran excitación y Brad volvió a concentrarse en su baile.

Alrededor de media hora después, volvió a notar que le miraban fijamente. Seguro que era el mismo chico. «Señor Wilcox,

pedimos la pizza, como nos dijo», dudó. «Ahora necesitamos trece dólares para pagarla.»

«Pues ¡menuda fiesta de la pizza!», pensó Brad. «Me invitan y pago yo». Soltó una carcajada y le dijo al chico: «Ya sabes dónde

está mi maletín. Ve y coge mi cartera. Coge de ahí los trece dólares».

Brad esperaba otra señal con el pulgar. En lugar de eso, el chico se quedó allí de pie mirándolo, con los ojos llenos de lágrimas. Solo

pudo decir: «¿De verdad? ¿Haría eso por mí?».

Brad lo atrajo hacia sí y lo abrazó. Entonces miró a su nuevo amigo directamente a los ojos y le dijo: «Escucha, tú vales muchísimo

más para mí que trece dólares».

El amor incondicional y la preocupación por ellos lo significan todo para los jóvenes. (Por cierto, Brad contó una vez esta historia en
otra conferencia para jóvenes. Al terminar, algunos chicos del grupo se acercaron y dijeron: «Señor Wilcox, ¡queremos invitarle a

nuestra fiesta del filete y la langosta!»)

Sentimos amor a menudo, pero lo expresamos rara vez. El amor debe hacerse visible a través de acciones y de palabras. Una joven

escribió una carta en la que hablaba acerca de pelearse con su madre y acabar haciendo las paces. «Me pregunté qué podía decir

para hacer las paces con mi madre», decía, «pero no tuve que pensarlo demasiado porque el domingo mi madre me abrazó y me

dijo: “Te quiero”. Y supongo que en ese momento nuestros corazones podían sentir el dolor de la otra. En ese momento supimos

que nos habíamos perdonado».

El tacto es una de las maneras más importantes que tenemos para expresar amor. A diferencia de muchos adultos, la mayor parte

de los niños agradecen e incluso buscan el tacto. Los expertos afirman que es una necesidad real para los niños, tan esencial como

su necesidad de comida o de agua. Pero como adultos tratamos de convencernos a nosotros mismos de lo contrario diciendo: «Ese

ya no soy yo. Ser un tocón sentimentalno es mi estilo». Aun así, los expertos dicen que, incluso para los adultos, tocar es una

herramienta básica de comunicación, seamos conscientes de ello o no. Nunca dejamos atrás nuestra necesidad de sentir —de

sentir literalmente— amor.

Jerrick recuerda cierta vez en que se estaba preparando para dejar su casa y mudarse a otro estado. Sus padres estaban

entusiasmados por él, pero también un poco nerviosos, como muchos padres lo estarían cuando un hijo se va de casa. Justo antes

de que se marchara, Jerrick y su madre hablaron acerca de algunos de los miedos que asaltaban a Jerrick respecto a su marcha.

Después de la charla, la madre de Jerrick se acercó y le dio un buen apretón de manos. No hubo palabras entre los dos, pero a

través de aquel gesto tierno Jerrick sintió y comprendió que su madre le entendía, se preocupaba por él y le quería mucho.

Una vez Brad tuvo la oportunidad de visitar a los presos de una prisión de máxima seguridad. Charló con un hombre que fue

conducido hasta la estancia donde tuvo lugar la charla; este llevaba los tobillos, las manos y las muñecas encadenados. Brad, que

conocía el pasado de ese hombre y también a su familia, le saludó con un gran abrazo. El hombre empezó a llorar y dijo bajito: «¡Es

el primer abrazo que alguien me da en tres años!»

Los amigos de Brad siempre le toman el pelo diciéndole que su lema debería ser: «Si se mueve, ¡abrázalo!» Somos muy conscientes

de las precauciones y las normas de las interacciones personales y profesionales. Entendemos la preocupación por lo apropiado. A

pesar de ello, muchos jóvenes, altos y bajos, se han aferrado a Brad y le han abrazado hasta dejarlo casi sin respiración. Brad ha

sido testigo de cómo los chicos hacían cola porque estaban hambrientos del reconocimiento y la aceptación que contiene un

simple abrazo. Ha abrazado a adolescentes como si fueran niños pequeños y los ha mecido entre sus brazos mientras sollozaban

sobre su hombro. Jerrick ha vivido momentos en los que las palabras no eran necesarias gracias a los sentimientos que expresaba

un simple abrazo dado a un miembro de la familia que se sentía desanimado o a un amigo con problemas. Ha visto de primera

mano cómo un abrazo puede comunicar gratitud a un pariente que nos ha ayudado, amor a un adulto entristecido o consuelo a un

niño herido. Es necesario respetar el espacio personal, pero a veces hay necesidades más importantes que también deben ser

cumplidas.
errick recuerda una vez en la que se le encargó la tarea de demoler un muro de contención de un patio trasero. Se acercó a la

pared armado con un mazo, pensando que aquello sería tarea fácil y que como mucho le llevaría un par de horas de trabajo. De lo

que no se dio cuenta hasta que examinó la pared de cerca fue que aquel muro en concreto, en lugar de tener argamasa sobre cada

hilera de ladrillos para poder soportar más hileras de ladrillos, tenía cemento sobre el centro de cada ladrillo junto con pedazos de

barras de acero para darle aún más estabilidad. «Esto parece imposible», pensó Jerrick.

A medida que el día avanzaba y que el sol caía a plomo sobre su cuello enrojecido y quemado, Jerrick continuó dándole vueltas a

aquel muro. Al final pudo encontrar un ladrillo suelto. Una vez extraído ese ladrillo, la estabilidad de todo el muro se vio en peligro

y fue mucho más fácil tirar abajo el resto.

Cuando trabajamos con adolescentes que han construido un muro a su alrededor, lo primero que debemos hacer es ver más allá

de la pared y luego encontrar ese ladrillo suelto: el interés, el sueño, la afición o la habilidad que nos permitirá penetrar en ese

muro reforzado con cemento y barras de acero. Una vez descubierto el ladrillo suelto, podemos tirar abajo los muros para conectar

con los adolescentes y ayudarlos en su camino hacia la edad adulta.

La comunicación efectiva es la herramienta que nos ayudará a derribar del todo los muros que los chicos construyen a su

alrededor. Quizás haya que dar muchas vueltas al muro antes de empezar, pero al final se vendrá abajo. Los tres elementos

esenciales de la comunicación abierta son: amor, confianza y respeto.

Amor

Un adolescente nos dijo una vez: «Ojalá mi padre me abrazara más o me mostrara su afecto cuando algo va mal o cuando estoy

teniendo un mal día. Solía hacerlo cuando yo era más pequeño, y me sentaba muy bien. No es que tenga dudas acerca del amor de

mi padre, es solo que a veces necesito que me diga que se preocupa por mí, sin importar lo que yo esté haciendo. No siento mucho

amor dentro de mí en este momento».

Quizás el motivo por el que algunos padres tienen dificultades para hablar con los adolescentes es el modo en el que nosotros,

como padres, comunicamos nuestro amor. Muchas veces tendemos a adoptar un rol autoritario. Dictamos normas, pedimos

responsabilidad, y entonces, finalmente, si el adolescente obedece y lleva un registro de cumplimiento lo suficientemente bueno,

expresamos nuestra aprobación y nuestro amor. Esto debería ser al revés.

Nuestra preocupación y nuestro amor deben ser constantes e incondicionales, otorgados de entrada y sin condiciones ante lo

bueno y lo malo, lo correcto o lo incorrecto, el éxito más brillante o el fracaso más estrepitoso. Sean cuales sean sus elecciones, los

adolescentes necesitan nuestro amor libre de juicio. Este se convierte en la única base segura sobre la que se pueden construir

expectativas y responsabilidad.

Un chico joven al fin reunió el coraje para hablar acerca de algunos errores pasados con su tío, en quien confiaba. Al final de la

conversación el chico dijo: «Me siento avergonzado por confesarte todo esto. ¿Qué piensas de mí?»

Sin hacer ninguna pausa, su tío respondió: «Te quiero mucho por ello. No hay nada que puedas compartir conmigo que pueda

hacer que te quiera menos». Desde ese momento el chico y su tío disfrutaron no solo de una comunicación abierta y continuada,

sino también de una amistad mucho más profunda.


Brad asistió a una reunión de jóvenes en Arkansas donde los asistentes provenían de distintos lugares y nadie parecía conocer a

nadie. Todo el mundo se sentía un poco incómodo e inseguro.

Se dio cuenta de que al fondo de la sala había un chico con manos en los extremos de sus hombros pero sin brazos. Todo el mundo

pasaba por su lado sin mirarlo. Casi podías sentir lo que todos pensaban: «Mi madre me enseñó a no quedarme mirando a las

personas diferentes». Aquel día, Brad aprendió que lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia. Incluso el odio reconoce

que hay alguien ahí.

Se preguntó cómo iba a implicar a aquel chico. Al otro lado de la sala divisó a otro chico solo. Era fornido y era evidente que se

sentía fuera de lugar. Brad pensó para sus adentros: «Esto es perfecto». Presentó a los dos chicos y dijo con firmeza: «Ahora,

vosotros dos, haceos amigos».

Ellos no discutieron, solo dijeron: «Vale». Aquellos dos chicos permanecieron juntos durante todas las actividades y al final de la

reunión se habían convertido en buenos amigos.

En el baile que se celebró al final, Brad estaba bailando en el centro de la pista cuando de repente notó que alguien le miraba

fijamente. Se volvió, y tras de sí estaba el chico sin brazos. La música sonaba a todo volumen y muchos otros jóvenes bailaban a su

alrededor, pero el chico no se movía. Finalmente dijo: «Señor Wilcox, mi amigo y yo queremos invitarle a nuestra fiesta de la pizza

después del baile».

Brad sonrió y dijo: «Será un honor venir, podéis contar conmigo».

El chico miró a su colega, que estaba a un lado de la estancia, y levantó el pulgar en señal de éxito. Entonces volvió a mirar a Brad y

añadió: «Señor Wilcox, necesitamos un teléfono para llamar y pedir la pizza».

Brad sonrió y le indicó dónde se encontraba su maletín, y añadió: «Ve a coger mi teléfono móvil y pide la pizza». Los dos chicos se

marcharon con gran excitación y Brad volvió a concentrarse en su baile.

Alrededor de media hora después, volvió a notar que le miraban fijamente. Seguro que era el mismo chico. «Señor Wilcox,

pedimos la pizza, como nos dijo», dudó. «Ahora necesitamos trece dólares para pagarla.»

«Pues ¡menuda fiesta de la pizza!», pensó Brad. «Me invitan y pago yo». Soltó una carcajada y le dijo al chico: «Ya sabes dónde

está mi maletín. Ve y coge mi cartera. Coge de ahí los trece dólares».

Brad esperaba otra señal con el pulgar. En lugar de eso, el chico se quedó allí de pie mirándolo, con los ojos llenos de lágrimas. Solo

pudo decir: «¿De verdad? ¿Haría eso por mí?».

Brad lo atrajo hacia sí y lo abrazó. Entonces miró a su nuevo amigo directamente a los ojos y le dijo: «Escucha, tú vales muchísimo

más para mí que trece dólares».

El amor incondicional y la preocupación por ellos lo significan todo para los jóvenes. (Por cierto, Brad contó una vez esta historia en

otra conferencia para jóvenes. Al terminar, algunos chicos del grupo se acercaron y dijeron: «Señor Wilcox, ¡queremos invitarle a

nuestra fiesta del filete y la langosta!»)

Sentimos amor a menudo, pero lo expresamos rara vez. El amor debe hacerse visible a través de acciones y de palabras. Una joven

escribió una carta en la que hablaba acerca de pelearse con su madre y acabar haciendo las paces. «Me pregunté qué podía decir
para hacer las paces con mi madre», decía, «pero no tuve que pensarlo demasiado porque el domingo mi madre me abrazó y me

dijo: “Te quiero”. Y supongo que en ese momento nuestros corazones podían sentir el dolor de la otra. En ese momento supimos

que nos habíamos perdonado».

El tacto es una de las maneras más importantes que tenemos para expresar amor. A diferencia de muchos adultos, la mayor parte

de los niños agradecen e incluso buscan el tacto. Los expertos afirman que es una necesidad real para los niños, tan esencial como

su necesidad de comida o de agua. Pero como adultos tratamos de convencernos a nosotros mismos de lo contrario diciendo: «Ese

ya no soy yo. Ser un tocón sentimentalno es mi estilo». Aun así, los expertos dicen que, incluso para los adultos, tocar es una

herramienta básica de comunicación, seamos conscientes de ello o no. Nunca dejamos atrás nuestra necesidad de sentir —de

sentir literalmente— amor.

Jerrick recuerda cierta vez en que se estaba preparando para dejar su casa y mudarse a otro estado. Sus padres estaban

entusiasmados por él, pero también un poco nerviosos, como muchos padres lo estarían cuando un hijo se va de casa. Justo antes

de que se marchara, Jerrick y su madre hablaron acerca de algunos de los miedos que asaltaban a Jerrick respecto a su marcha.

Después de la charla, la madre de Jerrick se acercó y le dio un buen apretón de manos. No hubo palabras entre los dos, pero a

través de aquel gesto tierno Jerrick sintió y comprendió que su madre le entendía, se preocupaba por él y le quería mucho.

Una vez Brad tuvo la oportunidad de visitar a los presos de una prisión de máxima seguridad. Charló con un hombre que fue

conducido hasta la estancia donde tuvo lugar la charla; este llevaba los tobillos, las manos y las muñecas encadenados. Brad, que

conocía el pasado de ese hombre y también a su familia, le saludó con un gran abrazo. El hombre empezó a llorar y dijo bajito: «¡Es

el primer abrazo que alguien me da en tres años!»

Los amigos de Brad siempre le toman el pelo diciéndole que su lema debería ser: «Si se mueve, ¡abrázalo!» Somos muy conscientes

de las precauciones y las normas de las interacciones personales y profesionales. Entendemos la preocupación por lo apropiado. A

pesar de ello, muchos jóvenes, altos y bajos, se han aferrado a Brad y le han abrazado hasta dejarlo casi sin respiración. Brad ha

sido testigo de cómo los chicos hacían cola porque estaban hambrientos del reconocimiento y la aceptación que contiene un

simple abrazo. Ha abrazado a adolescentes como si fueran niños pequeños y los ha mecido entre sus brazos mientras sollozaban

sobre su hombro. Jerrick ha vivido momentos en los que las palabras no eran necesarias gracias a los sentimientos que expresaba

un simple abrazo dado a un miembro de la familia que se sentía desanimado o a un amigo con problemas. Ha visto de primera

mano cómo un abrazo puede comunicar gratitud a un pariente que nos ha ayudado, amor a un adulto entristecido o consuelo a un

niño herido. Es necesario respetar el espacio personal, pero a veces hay necesidades más importantes que también deben ser

cumplidas.

Después de recibir un abrazo de Brad que necesitaba mucho, un chico escribió: «Excepto en una ocasión con mi padre, nunca antes

había abrazado a un hombre, ni siquiera a mis hermanos. Gracias. El abrazo me hizo brillar durante varios días». Una chica escribió:

«Nadie me había abrazado en toda mi vida. Siempre quise un abrazo. Oh, ¡cuánto lo deseaba! Pero le pido disculpas, porque

cuando le abracé ni siquiera sabía dónde poner mis brazos o qué hacer. ¡Es que nunca antes lo había hecho!»

Esos jóvenes estaban privados de algo que no tiene nada que ver con la pasión o con el sexo. Estaban privados de la validación y la
afirmación que provienen del tacto. Recuerda, no estás haciendo ninguna insinuación sexual por el hecho de abrazar a alguien.

Estás haciendo una declaración de amor y de preocupación humana. En Escandinavia, la palabra nórdica «hugga» significa

«consolar, tener cerca o consolar». Mientras abrazamos a alguien, incluyendo (quizás especialmente) a nuestro hijo adolescente,

podemos darle algo que necesita con desesperación: consuelo y un sentido de pertenencia.

Otra expresión esencial del amor incluye, en efecto, decir «te quiero». Una chica escribió: «Creo que mi madre no me quiere

porque en dieciséis años nunca he oído salir de su boca un “te quiero”. Yo le digo: “Te quiero, mamá”. Y ella me responde: “Lo sé”.

¿Es normal?»

Jerrick proviene de una gran familia, pero, mientras sus hermanos y él eran niños, sus padres se aseguraron de decir a cada uno de

sus hijos, de forma individual, que le querían. Además, eran conscientes de que cada niño respondía al afecto de un modo

diferente. A las hermanas de Jerrick les encantaba que sus padres les leyeran cuentos antes de ir a dormir, así que lo hacían.

Jerrick, por su parte, prefería leerse sus propios cuentos. En cambio, le gustaba que sus padres le apoyaran acudiendo a los eventos

deportivos en los que participaba, como los partidos de voleibol o de baloncesto. Para mostrarle su amor, sus padres pasaban

tiempo animándole en los partidos y los torneos.

Leer cuentos y acudir a eventos deportivos eran la manera en que los padres de Jerrick comunicaban amor a sus hijos de forma

individual, pero también se ocupaban de que hubiera momentos en los que pronunciaban las palabras «te quiero». Los padres de

Jerrick se aseguraban de decir a cada uno de sus hijos que los querían, y les daban abrazos y besos de buenas noches, incluso

aunque Jerrick y alguno de sus hermanos pensaran que ya eran demasiado mayores para eso. Volviendo la vista atrás, Jerrick

atesora estos recuerdos porque las palabras «te quiero» otorgaron un poder adicional a las acciones de amor de sus padres.

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