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Resumen del tema de la Santa Trinidad


por Les Thompson

Ya que en nuestros días está muy en boga enfatizar y exaltar la obra


particular del Espíritu Santo, tomemos unos momentos para repasar
elementos importantes de lo que la Biblia nos enseña acerca de la Santa
Trinidad. Desde la antigüedad, y basándose en la Biblia, la Iglesia de
Jesucristo ha establecido que “adoramos a un Dios en Trinidad, y una
Trinidad en Unidad, ni confundiendo a las Personas, ni dividiéndolas en
cuanto a sustancia”(credo de Atanasio, 325 d.C.). Sólo por revelación
bíblica comprendemos que la unicidad de Dios existe en una trinidad de
personas. A su vez, esta verdad no es vista ni como irracional ni como
tema secundario a la fe cristiana. Es una verdad profundamente
incrustada a través de las páginas del Nuevo Testamento (véase a Mt.
28.19 y 1 Co. 12.3-6 como ejemplo).

Es en el Evangelio de Juan que más claramente vemos la relación ínter


dinámica que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo:

1. El Hijo es enviado por el Padre (14.24)


2. El Hijo sale del Padre (16.28)
3. El Espíritu es dado por el Padre (14.16)
4. El Espíritu es enviado por el Padre (14.26)
5. El Espíritu procede del Padre (15.26)
6. El Hijo está involucrado en ese envío del Espíritu (Él ora para que
sea enviado) (14.16)
7. El Padre envía el Espíritu en el nombre del Hijo (14.26)
8. El Hijo envía al Espíritu que procede del Padre (15.26)
9. El Hijo regresa al Padre para que venga el Espíritu (16.7)
10. El ministerio del Espíritu siempre se entiende como la
continuación y elaboración de la obra del Hijo, no como una obra
independiente:
a. a) El Espíritu traerá a memoria lo que el Hijo ha dicho
(14.26)
b. b) El Espíritu dará testimonio del Hijo (15.26)
c. c) El Espíritu declarará lo que oye del Hijo, para así
glorificarlo (16.13-14)
Al hablar del Espíritu Santo hay varias cosas que tenemos que
mantener claras:

1. La unidad de Dios es el concepto básico. Es UN SOLO DIOS, no se


trata de la unión de tres entidades separadas. En todo momento y
en toda ocasión en que uno actúa —sea el Padre, el Hijo, o el
Espíritu Santo— la realidad sorprendente es que los tres están
actuando.
2. La perfecta deidad de cada una de las tres personas, Padre, Hijo y
Espíritu Santo tiene que ser afirmada, puesto que las tres
Personas son cualitativamente iguales. El Hijo es divino de la
misma manera que lo es el Padre; igualmente lo es el Espíritu
Santo —así es que lo proclama la Biblia.
3. Es frente al concepto de Trinidad que negamos como error que
Dios cambia de modalidad (a veces es el Padre, en otras es el
Hijo, y todavía en otras es el Espíritu Santo). También rechazamos
el “monarchianismo”: que considera a Jesús sólo como ser
humano, y al Espíritu Santo como una mera influencia divina, y
Dios Padre el monarca encima de todo. En cada momento del
tiempo pasado, presente y futuro, la Biblia enseña que Dios es una
unidad de tres Personas. Siempre mantiene Su perfecta unidad de
Un Dios. Porque somos seres unipersonales, nos es difícil concebir
a Dios como ser tripersonal; nos cuesta distinguir entre la perfecta
naturaleza de Su Trinidad y a la vez comprender Su Unidad. Por
ejemplo, en las metáforas de Juan 14 tenemos al Hijo presentado
como el camino al Padre, el Padre presentado como el que envía,
y el Espíritu Santo presentado como nuestro maestro. Todas son
claras distinciones. A la vez leemos en 1 Juan 5.7: “Porque tres
son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo, y el
Espíritu Santo; y estos tres son uno.”
4. La Trinidad nos es un aspecto provisional de Dios mientras trata
con todo lo creado. La Trinidad es eterna. Dios siempre ha
existido en tres Personas: Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Desde
siempre y para siempre seguirá siendo un solo Dios en tres
Personas, todos iguales en honor, poder, y gloria.
5. En Su actividad a favor de nosotros, un miembro de la Trinidad
puede aparecer subordinado (y por tanto inferior) a otra Persona
de la Trinidad, ya que en la obra de redención cada una de las
Tres Personas de la Trinidad ha tenido una función particular que
ejercer. Sin embargo, tales funciones han sido propiamente
divinas sin que en su esencia cada Persona hubiera cambiado para
llegar a ser inferior a las otras. La aparente subordinación ha sido
con el fin de cumplir una tarea divina específica. Por ejemplo, el
Hijo, al venir al mundo para morir por nosotros, se subordinó al
Padre (nada hizo sin la dirección específica del Padre), incluso al
punto de muerte y resurrección. Semejantemente, el Espíritu
Santo en su presente misión está actualmente subordinado al Hijo
y a la voluntad del Padre (véase Juan 14 al 16), pero esto no
implique que sea inferior ni al Padre ni al Hijo.

Como punto de análisis final, confesamos que aspectos de la Trinidad


siempre nos serán incomprensibles —la finitud simplemente no puede
comprender infinitud. Por nuestras limitaciones muchas cosas acerca
del Dios Trino se quedarán veladas en misterio. Pero damos gracias por
todo aquello que Dios ha querido revelarnos de Su divina Persona, no
porque son elementos tan ajenos a nuestra realidad, sino porque nos
dan vistazos de la gloria sublime que nos circunda. Atónitos ante tan
majestuosa grandeza, nos gloriamos en la realidad de que, por los
méritos de Jesucristo, el Trino Dios ha buscado relacionarse
íntimamente con nosotros. En consecuencia nosotros podemos
reciprocar a tal punto de llamar a Dios, “Padre”; llamar al Hijo nuestro
“Salvador” y “Hermano”; y llamar al Espíritu Santo nuestro fiel
“Consolador” y divino “Consejero”.

El pastor como maestro


 Dr. Antonio Cruz

Habitualmente se considera que el pastor predica, mientras que el


maestro enseña. Uno se dirige casi siempre a personas adultas
predispuestas a escuchar con atención reflexiones morales o espirituales
extraídas de la palabra de Dios, mientras que el otro imparte
conocimientos de cultura general o incluso normas de conducta a un
público que, en ocasiones, suele ser infantil o adolescente y no siempre
muestra tanto interés por aquello que se le explica. Así es como se
entiende a grosso modo la diferencia entre la tarea del predicador y la
del docente. Las desigualdades resultan evidentes. No obstante, la
cuestión que nos ocupa aquí sería: ¿existen semejanzas entre predicar y
enseñar? ¿Hay puntos en común entre la labor del pastor y la del
maestro lo suficiente importantes como para merecer la atención de
todo aquél que se sube al púlpito y desea mejorar el don que ha
recibido de Dios?

El apóstol Pablo, refiriéndose al Señor Jesucristo, afirma que él mismo


constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a
otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la
obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo (Ef. 4:11-
12). El gran apóstol de los gentiles entendía la función pastoral como un
don divino que consistía en velar espiritualmente por la congregación de
los santos como velaba por sus ovejas cualquier pastor de Palestina, en
tanto que la misión del maestro era instruir a la grey en los rudimentos
de la fe, en las enseñanzas de la Escritura, y conducirla así hacia la
madurez espiritual. Uno y otro ministerio no tienen por qué estar
divorciados, sino que más bien se complementan.

El sentido del verbo “predicar” es “decir algo acerca de un sujeto”. El


predicado es aquello que se dice de alguien o de alguna cosa. Por tanto,
desde la perspectiva de la fe cristiana y teniendo en cuenta las estrictas
normas de la gramática, predicar sería “decir cosas sobre Jesucristo”, el
sujeto fundamental de nuestra creencia. Por otro lado, “enseñar”
consiste en “hacer que alguien aprenda cierta cosa”. Comunicarle
conocimientos, sabiduría, experiencia, comportamientos, hábitos o
habilidades. Resulta evidente que ambos términos, predicar y enseñar,
están íntimamente relacionados. El buen predicador “pastorea” y a la
vez “enseña” a su congregación. No sólo dice cosas acerca de Jesús y su
misión en este mundo, sino que además procura que su auditorio
aprenda, interiorice y ponga en práctica las verdades del evangelio. A
todo pastor le interesa que lo que predica de Dios llegue a su iglesia y
cale en ella. De ahí que los mejores predicadores suelan aplicar los
principios de la buena enseñanza cuando se suben al púlpito.

Características del buen maestro


El pastor que desea ser un buen maestro debe sentir un verdadero
interés por la palabra de Dios ya que, si no es así, difícilmente la hará
significativa o logrará motivar a sus oyentes. Jamás podremos dar lo que
no tenemos, ni enseñar lo que no sabemos. Nadie debiera engañar a su
congregación haciéndose pasar por lo que no es. Quien predica tiene
que irradiar verdad y convicción pues sólo la palabra que sabe a
vivencia personal es capaz de incitar a los demás a creer y a crecer en
dicha fe. Enseñar a otros no es sólo decirles cosas sino sobre todo
abrirles nuestro corazón de par en par para que descubran en él aquello
que deseamos transmitirles.

Más que un simple dispensador de información teológica, el maestro


cristiano debe inducir en sus oyentes el deseo de escudriñar la Biblia
por sí mismos. La predicación que despierta el hambre por la lectura de
la Palabra está construyendo senderos hacia la eternidad. Lo importante
es enseñar a aprender directamente de Dios y su revelación. El éxito o
fracaso en dicha tarea determina en gran medida el nivel de formación
bíblica de las iglesias. Por desgracia, en algunas comunidades
evangélicas en las que se detecta una falta de interés por la lectura
bíblica, se constata también que es el propio pastor quien induce a ello
con su poca valoración del estudio de la Escritura o su apatía ante la
lectura de la misma. Muchas predicaciones no enseñan casi nada porque
no se basan en una lectura rigurosa de la palabra de Dios o no aciertan a
profundizar suficientemente en ella. De ahí la necesidad que tenemos
todos aquellos que nos subimos al púlpito de escudriñar las Escrituras
mediante todas las herramientas hermenéuticas o de interpretación que
tengamos a nuestra disposición.

El maestro que realiza bien su trabajo es honesto y suele sentir respeto


e incluso ternura por aquellos a los que está enseñando. Se esfuerza en
ser agradable, accesible, entusiasta y cariñoso. Procura estar siempre
abierto a las necesidades de la congregación y se muestra sensible a las
preguntas o inquietudes que puedan sugerirle después de su
predicación. Es evidente que si el pastor desea lograr esto debe estar
bien documentado o, como mínimo, tiene que saber adónde acudir para
informarse acerca de todas aquellas cuestiones que se le requieran.
Nadie lo sabe todo ni tiene todas las respuestas. No debemos sentir
miedo a ser vulnerables. A veces la respuesta más sincera y humilde es
simplemente: “no lo sé”. Esto no nos resta credibilidad sino que, al
contrario, hace que nuestros hermanos nos tengan más confianza ya que
ven que no pretendemos ocultarnos bajo la máscara hipócrita del
“sabelotodo”, o recubrirnos de una aureola de falsa sabiduría. Además,
al reconocer lo que desconocemos, les demostramos que todavía
estamos aprendiendo, que seguimos siendo estudiantes de la palabra de
Dios y que sólo enseñamos aquello que somos o sabemos. No obstante,
el pastor tiene la obligación moral delante del Señor y de su iglesia de
saber, si no todas, por lo menos las respuestas fundamentales de la fe
cristiana.
Es necesario que siempre estemos aprendiendo. Los mejores
predicadores no son aquellos que llevan en su mente todas las
enseñanzas que memorizaron cuando eran estudiantes en el seminario,
sino los que permanentemente saben incorporar a su predicación las
nuevas informaciones que desde entonces han ido adquiriendo. El nuevo
predicador y maestro que necesita la Iglesia de hoy tiene que ser un
experto en aprender, no simplemente una persona estancada en una
determinada área del conocimiento bíblico. Creer que uno ya sabe todo
lo que necesita su congregación es un gran acto de presunción y orgullo,
así como una infravaloración del resto de los hermanos. Si limitamos
nuestra formación bíblica, estamos deteniendo el crecimiento espiritual
de la iglesia. Sin embargo, traer palabra de Dios cada domingo a la
congregación es la mayor bendición y responsabilidad que posee el
pastor. Por tanto, no debemos escatimar esfuerzos en hacerlo
honestamente y con dignidad. Si tenemos que aprender continuamente,
esto significa que nunca deberíamos dejar de enseñar, incluso aunque
no estemos en el púlpito. Tendríamos que ser como la vaca del refrán
hebreo: “El deseo del ternero por la leche de su madre es pequeñísimo
comparado con el deseo de la madre de dar su leche al ternero”.

Otra característica primordial propia de aquella persona que enseña es


su capacidad para saber movilizar a los oyentes y llevarlos a cambios
significativos en su vida personal. Esto sólo se consigue de forma eficaz
cuando uno se entrega por completo a su profesión, procurando ser
auténtico y congruente. El buen predicador emana pasión por enseñar y
determinación en lo que hace. Semejante deseo resulta contagioso para
los demás ya que pronto se descubre si hay o no interés sincero en esa
actitud. De manera que la misión pastoral principal es cultivar el
espíritu de los oyentes y no sólo atiborrar sus mentes con datos y
conocimientos. Una predicación no es una clase de teología. Los
creyentes deben poder ver en su pastor los mejores valores cristianos:
autenticidad, amor a Jesucristo, pasión por la Palabra, honradez,
disciplina, generosidad, autocrítica, sencillez, cariño y respeto por las
personas así como optimismo frente al futuro. Esto no significa que el
maestro deba ser el ejemplo vivo de todas las virtudes humanas, pero sí
un testimonio de superación espiritual y desarrollo humano permanente.
Los buenos pastores conocen a sus feligreses y se dedican a hacer
accesible el conocimiento bíblico a todos porque están convencidos de
que cada uno puede aprender más y mejorar su vida espiritual.
Debemos asumir metas altas para cada uno de nuestros hermanos que
nos escuchan asiduamente y no darnos por vencidos con aquellos a
quienes les cuesta más seguir las enseñanzas.

El maestro debe poseer la habilidad de hacer fácil lo difícil. Tiene que


ser capaz de desmenuzar las ideas complejas y hacerlas entendibles
para su auditorio, si desea que la gente le comprenda. Ello se
conseguirá dominando el lenguaje y usando un vocabulario apropiado.
Antes de explicar una cosa es menester entenderla bien. Si el pastor
tiene dudas o posee lagunas en algún asunto del texto bíblico que está
comentando, éstas se trasladarán inevitablemente a la congregación y
contribuirán a crear confusión. Es preferible no referirse a tal asunto
hasta que uno tenga las ideas más claras. No hay que tener miedo de
repetirse. Las cosas importantes conviene decirlas más de una vez, ya
que la primera ocasión que se declaran, únicamente se escuchan; la
segunda ya se reconocen, mientras que sólo es en la tercera
oportunidad que se repiten, cuando se aprenden verdaderamente. Hay
que tener en cuenta que las palabras del maestro nunca son neutrales.
Nuestras expresiones indican a los oyentes no solamente un punto de
vista sobre el mundo o información acerca del texto que se analiza, sino
también nuestras propias valoraciones, preferencias o visiones de
carácter subjetivo. Las palabras dicen más de lo que aparentemente
dicen. Debemos tener en cada tema que tratemos los objetivos claros y
bien escritos porque esto ayudará al auditorio a entender aquello que
está aprendiendo.

El mejor de los maestros fue Jesús


La mayoría de estas características que hemos analizado brevemente
confluyeron en la persona del Señor Jesús, el Maestro de maestros. En
efecto, nadie como él tuvo tanto interés personal en predicar la palabra
de Dios a sus contemporáneos. Cuando tenía tan sólo doce años de
edad, en vez de caminar junto a sus padres rumbo a Galilea, se quedó
con los doctores de la ley en Jerusalén, oyéndoles y preguntándoles,
hasta que su madre María lo encontró. Su explicación fue: ¿Por qué me
buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario
estar? (Lc. 2:49). La revelación de la voluntad del Padre fue el negocio
fundamental al que el Maestro dedicó su corta vida humana.

Cristo indujo siempre a sus seguidores a estudiar las Escrituras por sí


mismos y a obedecerlas. En cierta ocasión dijo a sus compatriotas
judíos: Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en
ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí (Jn.
5:39). El creyente debe beber directamente de la fuente de agua viva
que es la palabra de Dios y no depender siempre de otros para acercarse
al Altísimo.

Nadie respetó y amó tanto como Jesús a los discípulos que enseñaba. El
evangelista Juan recoge estas palabras de labios del Maestro dirigidas a
ellos: Como el Padre me ha amado, así yo también os he amado;
permaneced en mi amor (Jn. 15:9). Siempre procuró estar abierto a las
necesidades de sus seguidores y fue sensible a las preguntas que le
formularon, respondiéndolas puntualmente.

Toda la vida terrena del Señor Jesús muestra la íntima relación


espiritual que existía entre el Padre y él. Cada día se retiraba para orar,
meditar y buscar la voluntad de Dios. Este comportamiento se aprecia
con notable claridad en el monte de los Olivos, momentos antes de que
la turba de los judíos le prendiera para conducirlo al martirio. El
Maestro nunca se conformó con poseer un conocimiento estático del
Padre, sino que cada instante de su existencia procuró buscarle en
oración para aprender algo más acerca de él. Incluso siendo el Hijo
unigénito de Dios, como escribe el autor de Hebreos, por lo que padeció
aprendió la obediencia y fue perfeccionado para llegar a ser el autor de
la eterna salvación de aquellos que le obedecen (He. 5:8-9). Si él
aprendió, nosotros también debemos hacerlo.

Las palabras de Jesús cambiaron para siempre las vidas de millones de


personas, desde su época y hasta nuestros días, entre otras cosas,
porque supo hacer fácil lo difícil. ¡Quiera Dios que el magisterio de
Cristo influya decisivamente en los pastores de hoy para que
aprendamos a predicar con sencillez, pero también con profundidad y
eficacia!

Diez “no” y un “sí”


por Martín Añorga

Para muchas personas la religión no es otra cosa que una serie de


prohibiciones. Hace unos días escuché a un joven que le decía a otro
estas palabras:
—Entre mi casa y mi iglesia no me dejan tranquilo con tantos “no hagas
esto” y “no hagas aquello… ”

¿Será cierto que la fe cristiana se reduce a una insoportable colección


de prohibiciones? Desde que éramos niños nos enseñaron los Diez
Mandamientos y es cierto que cada uno de ellos comienza con un
certero NO, pero reducir el cristianismo a estas diez famosas leyes es
desconocer el sentido de la prédica de nuestro Señor Jesucristo.

Los Diez Mandamientos fueron dados al pueblo judío en los momentos


en que comenzaban a formarse como nación independiente y
necesitaba, por tanto, una legislación que estableciera normas para la
conducta personal y colectiva. Todos los pueblos tienen sus leyes. Las
leyes establecen tanto lo que es legal hacerse como determinan lo que
no es legalmente permisible. Todos nosotros, no tan sólo en el hogar,
sino también en la escuela, en el trabajo y en la sociedad hemos de
atenernos a lógicas prohibiciones. A nadie se le ocurriría, a menos que
fuera un delincuente, volverse contra las leyes de su país porque éstas
contengan prohibiciones que, al fin y al cabo, sólo convergen hacia el
bien de todos.

Los Diez Mandamientos son leyes que, si bien es cierto reflejan la


formación moral y religiosa de un pueblo, reflejan también en un
sentido mucho más amplio la voluntad de Dios para el género humano.
Dios, quien es nuestro Hacedor, tiene derecho a decirnos lo que no
debemos hacer y a encomendarnos lo que sí debemos hacer. Pretender
negarle este derecho es una rebeldía, que en el orden social
denominaríamos anarquía y que en el orden espiritual llamamos, sin
rodeos, pecado.

Sin embargo, hay una gran diferencia entre los Diez Mandamientos y
cualquier otro tipo de legislación. Quien transgrede una ley se convierte
en un delincuente a quien la sociedad, en aras de salvaguardar su
integridad, tiene que aplicar un castigo. Los Diez Mandamientos, con sus
normas religiosas y éticas, son un espejo en el que nos vemos como
pecadores; pero al transgresor de estas leyes Dios le ofrece más que la
posibilidad de un castigo, la experiencia de un Salvador.

El cristianismo no es, por tanto, una colección de prohibiciones, sino la


experiencia personal de una redención. Nadie va a Cristo por el camino
de una legislación. Uno sólo es capaz de cumplir las leyes de Dios
cuando está en Cristo. A la luz de una experiencia personal con Cristo la
obediencia a los diez Mandamientos se convierte más que en un
preámbulo, en una consecuencia.

El joven cristiano no se abstiene de rendir culto a dioses falsos porque


se lo prohíban, sino porque halla gozo en su adoración al único y
verdadero Dios. No se abstiene del delito de matar porque someta su
naturaleza a una obligación negativa, sino porque ha llenado su corazón
de un generoso amor para todos sus semejantes. No es adúltero porque
se le impida serlo con una prohibición rotunda, sino porque ha llenado
su mente de limpieza y su corazón de sentimientos bellos y rectos.

A la luz de la comunión con Jesús no hay prohibiciones que molesten,


sino energía creadora que nos hace actuar como seres verdaderamente
libres. Con Cristo eludimos el mal, no porque nos lo envuelvan en una
adusta prohibición, sino porque hallamos gozo y paz en hacer
voluntariamente lo que es bueno.

Para muchos jóvenes, claro está, los Diez Mandamientos pueden lucir
algo remoto. Suelen mirar con desconfianza a la iglesia porque la
asocian con “No fumes” o con un “No bailes” … La iglesia tampoco es
este No. Un joven cristiano puede proclamar a toda voz esta verdad:

—Yo no fumo, no porque no pueda fumar, sino porque puedo no fumar.


No es que no pueda beber licores, es que puedo no beberlos.

La iglesia, con todo un millar de leyes, no podrá jamás prohibirnos algo


que Cristo mismo no nos haya hecho vencer. El cristianismo no es un
mundo enredado de leyes y normas, es un encuentro personal y
redentor con Jesús. Cristo ha venido a fortalecer nuestra voluntad, a
ordenar nuestra inteligencia, a limpiar nuestros corazones. Cuando le
entregamos nuestra vida no tendremos que enfrentarnos con
prohibiciones hostiles. Estaremos por encima de todo lo negativo
afirmando nuestra vida en la vocación invariable del bien.

Cuando alguien pidió a Jesús que mencionara el mandamiento más


importante de la ley, la respuesta de Jesús fue ésta:

“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda
tu mente“. Este es el más importante y el primero de los
mandamientos. Y el segundo es parecido, y dice: “Ama a tu prójimo
como te amas a ti mismo“. Estos dos mandamientos son la base de toda
la ley de Moisés y de las enseñanzas de los profetas.

Es claro que Jesús convirtió los diez famosos “NO” del Antiguo
Testamento en el “SÍ” más sonoro de toda La Biblia.

Ama a Jesús, entrégale gozoso tu vida y disfruta con gozo de la


presencia serena de Dios. Esto es Cristianismo, Cuando aprendas así tu
fe, tendrás una vida cristiana alegre y feliz.

Jeremías y los profetas falsos


Jeremías identifica a los falsos profetas, maestros y
pastores
Estudio de Les Thompson
—Editado por Nahum Saez

Desde las más tempranas edades los seguidores del Dios verdadero han
tenido problemas con falsos profetas, maestros y pastores. La seria
instrucción negativa y la severidad espiritual causadas por estos “ciegos
guías de ciegos” (como los llamó Jesús), es que todos terminan
cayéndose “en el hoyo” (la destrucción eterna).

El escritor bíblico que más comentarios hace acerca de los falsos guías
religiosos es Jeremías. Haremos, pues, un estudio de sus comentarios
para familiarizarnos con lo que los falsos religiosos dicen, hacen y
destruyen. Así podremos ver las similitudes con los modernos profetas,
maestros y pastores falsos que hoy día igualmente trastornan las
verdades de Dios y llevan al pueblo al error.

Veremos que a través de su escrito, Jeremías dedica unos ochenta


versículos para condenarlos. Para nuestro estudio tomaremos las citas
principales y las analizaremos para conocer mucho mejor a estos
perniciosos y falsos guías. Conociendo sus tácticas podremos con más
facilidad identificar a los falsos profetas, maestros y pastores que hoy
confunden, ciegan y destruyen espiritualmente al pueblo.
1. Jeremías 2:8 Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está Jehová? y
los que tenían la ley no me conocieron; y los pastores se
rebelaron contra mí, y los profetas profetizaron en nombre de
Baal, y anduvieron tras lo que no aprovecha. Jeremías identifica a
sacerdotes, pastores y profetas que habían traicionado su
llamado. Dios había asignado a estos tres grupos la tarea de
revelar sus divinas verdades (Dt 33:10; Mal 2:7). Sin embargo,
entre los fieles, se levantaron falsos imitadores que pretendían
ser los mensajeros de Dios.
.
a. En los días de Jeremías los “maestros”, es decir los levitas
(los que habían sido llamados por Dios específicamente para
enseñar su ley), ahora actuaban como si esa ley no
existiera, e ignorándola, enseñaban lo que más les hacía
aceptados y populares.
b. Los “pastores” (estos no solo representaban los líderes del
templo sino también los dirigentes políticos) se rebelaron
contra mí, dice el Señor. Esos falsos líderes no querían
relacionarse con el verdadero Dios ni con sus verdades. Solo
buscaban los beneficios que acompañan a aquellos que en
verdad sirven a Dios. Pretendían ser de Dios, pero realmente
eran unos mentirosos, lobos vestidos de ovejas. Se parecían
a los liberales religiosos de nuestros días que piadosamente
se declaran mensajeros de Dios, aunque niegan la veracidad
de la Biblia, la eficacia de Jesucristo, y abiertamente
apoyan los pecados que la Biblia condena.
c. Por su parte los “profetas” en los días de Jeremías (esta
representa la tercera agrupación llamada por Dios para
proclamar su mensaje) actuaban como aquellos que no
conocen a Dios. Jeremías los acusa de profetizar “en
nombre de Baal”. Baal significa “sin valor”, o “sin
provecho”. Al parecer, Jeremías hace un juego de palabras,
señalando que los falsos profetas profetizan lo que no
aprovecha. Es decir, sus mensajes no tienen contenido, son
vacíos, sin respaldo bíblico. ¡Qué parecido a nuestros días!
Ponen a un lado la Palabra de Dios y la sustituyen con
visiones y mensajes propios, huecos, sin sustancia y sin
provecho.
2. Jeremías 5:30-31 Cosa espantosa y fea es hecha en la tierra; los
profetas profetizaron mentira, y los sacerdotes dirigían por
manos de ellos; y mi pueblo así lo quiso. ¿Qué, pues, haréis
cuando llegue el fin? El profeta Jeremías, viendo la funesta
conducta inmoral del pueblo, señala como culpables a los falsos
maestros. Predicar, enseñar y profetizar mentira engendra una
conducta horrible. Veamos los pasos producidos por el error:
.
a. Aquellos que debieran haber enseñado la verdad para
formar un pueblo recto y moral habían traicionado su deber,
convirtiéndose en los que con sus mentiras respaldaban
cosas espantosas y feas en la tierra.
b. Los más culpables eran los profetas. En lugar de denunciar
el pecado para llevar al pueblo al arrepentimiento, lo que
hacían era predecir prosperidad, salud y bienestar. El
pueblo, hipnotizado por sus promesas falsas, tranquilamente
continuaba pecando y alejándose de Dios.
c. Por su parte, los sacerdotes (pastores) flojamente dirigían
por manos de ellos (por su propia autoridad) en lugar de
seguir los principios dados por Dios en su Sagrada Palabra.
d. Adormecido espiritualmente, el pueblo no solo aceptaba su
estado, así lo quiso. Le gustaba la prédica de profetas y
pastores indulgentes que ni hacían demandas ni
denunciaban el pecado.
e. Jeremías, al contrario, se quedaba asombrado: ¿Qué, pues,
haréis cuando llegue el fin? Un día cada persona tendría que
sufrir las consecuencias de esta indiferencia espiritual.
¡Cuán grande sería el juicio que les esperaba!
3. Jeremías 6:13-14 Porque desde el más chico de ellos hasta el
más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta
el sacerdote, todos son engañadores. Y curan la herida de mi
pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz. Jeremías
se queja porque en vez de buscar a Dios, todo el mundo codicia lo
material. Los sacerdotes y profetas, a causa de sus enseñanzas
falsas, tenían la culpa.
.
a. Todo el pueblo, desde el más chico de ellos hasta el más
grande, seguía el ejemplo de esos maestros espirituales
falsos, todos buscaban las cosas de esta tierra en lugar de
buscar lo eterno.
b. Los líderes espirituales, desde el profeta hasta el sacerdote,
falsa y engañosamente enseñaban a la gente a vivir para el
ahora. Dios, la eternidad y lo espiritual eran puestos a un
lado. Todos buscaban dinero.
c. Curan la herida de mi pueblo con liviandad, es decir, los
anhelos más profundos del corazón eran apagados por
mensajes y palabras insignificantes y vacías de los profetas,
maestros y pastores.
d. En medio de la turbulencia e inseguridad política en que
vivían, el mensaje engañador de los maestros espirituales
era paz, paz; y no había paz. Tan endurecidos estaban a
cuenta de sus pecados que no estaban dispuestos a recibir la
verdad ni responder a ella. (En 8:10-11 Jeremías repite el
mismo mensaje.)
4. Jeremías 14: 10-11 Y yo dije: ¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová! He aquí
que los profetas les dicen: No veréis espada, ni habrá hambre
entre vosotros, sino que en este lugar os daré paz verdadera. Me
dijo entonces Jehová: Falsamente profetizan los profetas en mi
nombre; no los envié, ni les mandé, ni les hablé; visión
mentirosa, adivinación, vanidad y engaño de su corazón os
profetizan. Por tanto, así ha dicho Jehová sobre los profetas que
profetizan en mi nombre, los cuales yo no envié, y que dicen: Ni
espada ni hambre habrá en esta tierra; con espada y con hambre
serán consumidos esos profetas. Acerca de estos profetas,
pastores y maestros Dios declara: No los envié, ni les mandé, ni
les hablé. Tenemos que recordar que se levantan hombres que
pretenden enseñar y profetizar en nombre de Dios, pero en
verdad están lejos de Él. Ni parte ni suerte tenía Dios con ellos.
.
a. Jeremías, el verdadero profeta de Dios, tiene preocupación
por las profecías hechas por los falsos mensajeros: ¡Ah! ¡Ah,
Señor Jehová! He aquí que los profetas les dicen: No veréis
espada, ni habrá hambre entre vosotros, sino que en este
lugar os daré paz verdadera. El mensaje de Jeremías era
uno de arrepentimiento, el de ellos era de tranquilidad.
¿Cuál era el mensaje verdadero?
b. Dios responde: Falsamente profetizan los profetas en mi
nombre; no los envié, ni les mandé, ni les hablé; visión
mentirosa, adivinación, vanidad y engaño de su corazón os
profetizan. Claramente enseña que en el pueblo se levantan
pretendientes religiosos que se han auto nombrado, auto
inspirado y auto enseñado. Todos pretenden hablar en el
nombre de Dios, pero son impostores.
c. El mensaje de ellos se caracteriza por cuatro cosas: visión
mentirosa, adivinación, vanidad y engaño. La base de su
proclamación no es la Biblia, es inventada por la mente de
ellos mismos (véase 2 Timoteo 4:3-4). El verdadero profeta
de Dios llama al pueblo a regresar a Dios (no es un mensaje
que da falsa tranquilidad y esperanza). Ellos denuncian el
pecado y piden reconciliación con Dios, por lo tanto no son
populares.
d. Terrible es el juicio divino que le espera a todos los profetas
falsos. No hay pecado más terrible de aquel que escoge ser
impostor. Falsificar el nombre de Dios, y engañar al pueblo
es horriblemente pecaminoso.
5. Jeremías 23:9-15 A causa de los profetas mi corazón está
quebrantado dentro de mí, todos mis huesos tiemblan; estoy
como un ebrio, y como hombre a quien dominó el vino, delante
de Jehová, y delante de sus santas palabras. Porque la tierra está
llena de adúlteros; a causa de la maldición la tierra está
desierta; los pastizales del desierto se secaron; la carrera de
ellos fue mala, y su valentía no es recta. Porque tanto el profeta
como el sacerdote son impíos; aun en mi casa hallé su maldad,
dice Jehová. Por tanto, su camino será como resbaladeros en
oscuridad; serán empujados, y caerán en él; porque yo traeré mal
sobre ellos en el año de su castigo, dice Jehová. En los profetas
de Samaria he visto desatinos; profetizaban en nombre de Baal, e
hicieron errar a mi pueblo de Israel. Y en los profetas de
Jerusalén he visto torpezas; cometían adulterios, y andaban en
mentiras, y fortalecían las manos de los malos, para que ninguno
se convirtiese de su maldad; me fueron todos ellos como Sodoma,
y sus moradores como Gomorra. Por tanto, así ha dicho Jehová de
los ejércitos contra aquellos profetas: He aquí que yo les hago
comer ajenjos, y les haré beber agua de hiel; porque de los
profetas de Jerusalén salió la hipocresía sobre toda la tierra. Dos
cosas dejan a Jeremías atónito: la terrible ruina espiritual creada
por los falsos profetas, y el terrible juicio que ahora vendría sobre
el pueblo y ellos.
.
a. En estos textos se nos da un vistazo al corazón de Jeremías.
Como siervo fiel de Dios, viendo la enormidad de las ofensas
contra Dios cometidas por el pueblo, y comprendiendo que
esto era el resultado del engaño de los líderes falsos, y
conociendo el carácter verdadero de Dios, ahora contempla
el juicio terrible que Dios le revela está a punto de caer
sobre todos. (No olvidemos que es su pueblo amado y es su
nación.) La realidad de ese juicio le deja con corazón
quebrantado y sus huesos temblando. (Démonos cuenta que
aunque el siervo fiel de Dios condena el pecado e invita al
arrepentimiento, él no se deleita en el castigo divino. Al
contrario, esa realidad es lo que le motiva a trabajar y
advertir al pueblo.)
b. Encima de eso —porque también es profeta— considera el
severo juicio que le espera a los falsos profetas, maestros y
pastores, lo que le deja atónito, como un ebrio, y como
hombre a quien dominó el vino. El juicio divino nunca
alegra; por su realidad deja a los fieles siervos de Dios
estupefactos. El verdadero siervo de Dios sufre al ver a su
pueblo entregarse al pecado y al escuchar a los líderes
(profetas, maestros y pastores) predicar falsedad. Sabe que
por repudiar a Dios y representarlo mal les espera un
terrible y justo juicio.
c. Empleando este pasaje que estudiamos, el comentarista
Charles L. Feinberg (The Expositors Bible Commentary,
volumen 6, p. 529) hace un resumen del carácter inmoral de
los falsos maestros (véanse a Isaías 28:7-13; Ezequiel 13:1-
16; Miqueas 3: 5-12):
 usan el nombre de Dios sin autorización,
 manifiestan no solo el adulterio, sino todo tipo de
inmoralidad,
 en sus consejos animan al pecado,
 propagan falsas esperanzas ante sus seguidores,
 la fuente de su prédica no es Dios sino su propia
mente o lo dicho por otros mensajeros falsos,
 no son ni llamados ni enviados por Dios.
d. Por animar la idolatría, por vivir en inmoralidad, por su
indiferencia a lo justo, por su tolerancia del pecado, y por
sus palabras engañosas todos los líderes falsos son culpables
de endurecer los corazones del pueblo. Así que ante los ojos
de Dios todo el pueblo se convierte en uno pecaminoso
como Sodoma, y sus moradores como Gomorra.
e. Por haber envenenado los manantiales espirituales del
pueblo, los líderes espirituales, en particular, son los más
culpables y los merecedores del mayor castigo. El Señor
declara: He aquí que yo les hago comer ajenjos, y les haré
beber agua de hiel; porque de los profetas de Jerusalén
salió la hipocresía sobre toda la tierra.
6. Jeremías 23:16-24; 25-32 Así ha dicho Jehová de los ejércitos:
No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os
alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio
corazón, no de la boca de Jehová. Dicen atrevidamente a los que
me irritan: Jehová dijo: Paz tendréis; y a cualquiera que anda
tras la obstinación de su corazón, dicen: No vendrá mal sobre
vosotros. Porque ¿quién estuvo en el secreto de Jehová, y vio, y
oyó su palabra? ¿Quién estuvo atento a su palabra, y la oyó? He
aquí que la tempestad de Jehová saldrá con furor; y la tempestad
que está preparada caerá sobre la cabeza de los malos. No se
apartará el furor de Jehová hasta que lo haya hecho, y hasta que
haya cumplido los pensamientos de su corazón; en los postreros
días lo entenderéis cumplidamente.No envié yo aquellos
profetas, pero ellos corrían; yo no les hablé, mas ellos
profetizaban. Pero si ellos hubieran estado en mi secreto,
habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo, y lo habrían hecho
volver de su mal camino, y de la maldad de sus obras.¿Soy yo Dios
de cerca solamente, dice Jehová, y no Dios desde muy lejos? ¿Se
ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea?
¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra? Yo he oído lo que
aquellos profetas dijeron, profetizando mentira en mi nombre,
diciendo: Soñé, soñé. ¿Hasta cuándo estará esto en el corazón de
los profetas que profetizan mentira, y que profetizan el engaño
de su corazón? ¿No piensan cómo hacen que mi pueblo se olvide
de mi nombre con sus sueños que cada uno cuenta a su
compañero, al modo que sus padres se olvidaron de mi nombre
por Baal? El profeta que tuviere un sueño, cuente el sueño; y
aquel a quien fuere mi palabra, cuente mi palabra verdadera.
¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice Jehová. ¿No es mi
palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta
la piedra? Por tanto, he aquí que yo estoy contra los profetas,
dice Jehová, que hurtan mis palabras cada uno de su más
cercano. Dice Jehová: He aquí que yo estoy contra los profetas
que endulzan sus lenguas y dicen: El ha dicho. He aquí, dice
Jehová, yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos, y
los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus
lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho
hicieron a este pueblo, dice Jehová. En este pasaje Jeremías
revela las tácticas sutiles usadas por los falsos profetas para
ganarse al pueblo. También declara el juicio divino que les
espera. Declara que si hubieran hablado realmente en el nombre
de Dios, habrían advertido al pueblo y lo hubieran llevado al
arrepentimiento.
.
Primero miremos las tácticas sutiles usadas por los falsos profetas
para atraer y luego captar la atención y lealtad del pueblo:
a. Hacen atractivas promesas que luego no pueden cumplir: os
alimentan con vanas esperanzas.
b. Inventan visiones pretendiendo que vienen de Dios: hablan
visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová.
c. Declaran que lo que dicen viene directamente de
Dios: dicen atrevidamente… Jehová dijo.
d. Se apoyan falsamente en sus sueños: profetizan mentira en
mi nombre, diciendo: Soñé, soñé.
e. Se roban el uno del otro las manifestaciones que producen
éxito: hurtan mis palabras cada uno de su más cercano.
f. Hablan con gracia lo que el pueblo quiere escuchar: he aquí
que yo estoy contra los profetas que endulzan sus lenguas.
El problema con toda esta pretendida profecía y
espiritualidad es que es de origen humano, no viene de
Dios. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice Jehová.
Al no tener el respaldo divino, finalmente fracasará. Pero
¿qué de los que se han confiado y seguido a toda esa
mentira?

Cuando se estudia lo dicho por los falsos profetas claramente se


ve que contradicen por completos lo que verdaderamente enseña
la Palabra de Dios. Los verdaderos profetas de Dios anuncian la
venida de un terrible juicio: He aquí que la tempestad de Jehová
saldrá con furor; y la tempestad que está preparada caerá sobre
la cabeza de los malos. Los falsos profetas por su parte declaran
lo opuesto: Jehová dijo: Paz tendréis; y a cualquiera que anda
tras la obstinación de su corazón, dicen: No vendrá mal sobre
vosotros.

Dios, en cambio, oyendo sus mentiras, dice: ¿quién [de ellos]


estuvo en el secreto de Jehová, y vio, y oyó su palabra? ¿Quién
estuvo atento a su palabra, y la oyó? Los falsos profetas están tan
entretenidos y satisfechos en sus inventos que no tienen tiempo
para Dios, ni le dan importancia a su Palabra. No lo buscan. No lo
escuchan. No lo siguen.
Dios por lo tanto los declara falsos e indignos de llevar su
nombre: He aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que profetizan
sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con
sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y
ningún provecho hicieron a este pueblo, dice Jehová.

7. Jeremías 26:7-11; 12-15 (La reacción de los profetas falsos a


las enseñanzas de Jeremías): Y los sacerdotes, los profetas y
todo el pueblo oyeron a Jeremías hablar estas palabras en la casa
de Jehová. Y cuando terminó de hablar Jeremías todo lo que
Jehová le había mandado que hablase a todo el pueblo, los
sacerdotes y los profetas y todo el pueblo le echaron mano,
diciendo: De cierto morirás. ¿Por qué has profetizado en nombre
de Jehová, diciendo: Esta casa será como Silo, y esta ciudad será
asolada hasta no quedar morador? Y todo el pueblo se juntó
contra Jeremías en la casa de Jehová. Y los príncipes de Judá
oyeron estas cosas, y subieron de la casa del rey a la casa de
Jehová, y se sentaron en la entrada de la puerta nueva de la casa
de Jehová. Entonces hablaron los sacerdotes y los profetas a los
príncipes y a todo el pueblo, diciendo: En pena de muerte ha
incurrido este hombre; porque profetizó contra esta ciudad,
como vosotros habéis oído con vuestros oídos.Y habló Jeremías a
todos los príncipes y a todo el pueblo, diciendo: Jehová me envió
a profetizar contra esta casa y contra esta ciudad, todas las
palabras que habéis oído. Mejorad ahora vuestros caminos y
vuestras obras, y oíd la voz de Jehová vuestro Dios, y se
arrepentirá Jehová del mal que ha hablado contra vosotros. En lo
que a mí toca, he aquí estoy en vuestras manos; haced de mí
como mejor y más recto os parezca. Mas sabed de cierto que si
me matáis, sangre inocente echaréis sobre vosotros, y sobre esta
ciudad y sobre sus moradores; porque en verdad Jehová me envió
a vosotros para que dijese todas estas palabras en vuestros
oídos. En este pasaje se explica la manera en que el pueblo y los
falsos profetas, maestros y pastores reaccionan ante la verdad
dada por Dios y predicada por Jeremías. No solo la rechazan, pero
procuran matar a Jeremías quien era el verdadero vocero de Dios.
.
a. Nos interesa notar que el pueblo, junto a sus líderes
religiosos, escucharon atentamente lo dicho por Jeremías,
pero luego vino la reacción: los sacerdotes y los profetas y
todo el pueblo le echaron mano, diciendo: De cierto
morirás. Claramente ellos creían que el “falso” profeta era
Jeremías. Es fascinante observar la manera en que la
versión Septuaginta clasifica a estos falsos acusadores (nos
referimos a la traducción de la Biblia del hebreo al latín que
comúnmente es designada “LXX”, por el hecho de que
fueron 70 traductores en Alejandría —entre los años 275-100
a.C.— los que hicieron esta traducción). En esta Biblia los
falsos maestros son llamados “seudoprofetas”, claramente
estableciendo que ellos eran los falsos y pretenciosos entes
religiosos.
b. Se nota a la vez la rabia con que esos llamados religiosos
tratan al verdadero mensajero de Dios. No lo reconocen
como el profeta legítimo. Rechazan su mensaje. No lo
toleran. ¡Lo quieren ver muerto como si él fuera el hereje
(Dt 18:20)! Preguntan: ¿Por qué has profetizado en nombre
de Jehová, diciendo: Esta casa [el templo] será como Silo, y
esta ciudad [Jerusalén] será asolada hasta no quedar
morador? Rechazan este mensaje verdadero, prefiriendo
creer en sus inventadas mentiras. Aunque Nabucodonosor
estaba por invadir a la ciudad y saquear el templo, ellos
declaraban: “Dios nunca destruirá a Jerusalén ni a Israel su
pueblo amado”.
c. Adicionalmente, vemos que cuando los oficiales oyen del
tumulto e interfieren para proteger a Jeremías, los
seudoprofetas dicen: En pena de muerte ha incurrido este
hombre; porque profetizó contra esta ciudad. Al omitir la
condenación que Jeremías había hecho del “templo”, estos
malintencionados procuraron convertir la acusación en un
asunto político: “¡Jeremías es un traidor; está contra la
patria!”
d. Con increíble audacia Jeremías defiende sus
proclamaciones. No acortó su mensaje. No lo cambió. No lo
suavizó. Aunque le llevara a la muerte, este era el mensaje
que Dios le había pedido predicar. A su vez se ve el corazón
del verdadero siervo de Dios —se preocupa por el destino
eterno de los hombres— y, sorpresivamente, les da otra
oportunidad para arrepentirse: Mejorad ahora vuestros
caminos y vuestras obras, y oíd la voz de Jehová vuestro
Dios, y se arrepentirá Jehová del mal que ha hablado
contra vosotros. Lo que nos impresiona sobre todo es que en
la hora de gran prueba Jeremías sigue predicando y se
mantuvo fiel y fuerte.
8. Jeremías 37:15-21 y 38:6-13; 28 (Las penas sufridas por
Jeremías a consecuencia de su fidelidad a Dios): Y los príncipes
se airaron contra Jeremías, y le azotaron y le pusieron en prisión
en la casa del escriba Jonatan, porque la habían convertido en
cárcel. Entró, pues, Jeremías en la casa de la cisterna, y en las
bóvedas. Y habiendo estado allá Jeremías por muchos días, el rey
Sedequías envió y le sacó; y le preguntó el rey secretamente en
su casa, y dijo: ¿Hay palabra de Jehová? Y Jeremías dijo: Hay. Y
dijo más: En mano del rey de Babilonia serás entregado. Dijo
también Jeremías al rey Sedequías: ¿En qué pequé contra ti, y
contra tus siervos, y contra este pueblo, para que me pusieseis en
la cárcel? ¿Y dónde están vuestros profetas que os profetizaban
diciendo: No vendrá el rey de Babilonia contra vosotros, ni contra
esta tierra? Ahora pues, oye, te ruego, oh rey mi señor; caiga
ahora mi súplica delante de ti, y no me hagas volver a casa del
escriba Jonatan, para que no muera allí. Entonces dio orden el
rey Sedequías, y custodiaron a Jeremías en el patio de la cárcel,
haciéndole dar una torta de pan al día, de la calle de los
Panaderos, hasta que todo el pan de la ciudad se gastase. Y
quedó Jeremías en el patio de la cárcel.Entonces tomaron ellos a
Jeremías y lo hicieron echar en la cisterna de Malaquías hijo de
Hamelec, que estaba en el patio de la cárcel; y metieron a
Jeremías con sogas. Y en la cisterna no había agua, sino cieno, y
se hundió Jeremías en el cieno. Y oyendo Ebed-melec, hombre
etíope, eunuco de la casa real, que habían puesto a Jeremías en
la cisterna, y estando sentado el rey a la puerta de Benjamín,
Ebed-melec salió de la casa del rey y habló al rey, diciendo: Mi
señor el rey, mal hicieron estos varones en todo lo que han hecho
con el profeta Jeremías, al cual hicieron echar en la cisterna;
porque allí morirá de hambre, pues no hay más pan en la
ciudad. Entonces mandó el rey al mismo etíope Ebed-melec,
diciendo: Toma en tu poder treinta hombres de aquí, y haz sacar
al profeta Jeremías de la cisterna, antes que muera. Y tomó
Ebed-melec en su poder a los hombres, y entró a la casa del rey
debajo de la tesorería, y tomó de allí trapos viejos y ropas raídas
y andrajosas, y los echó a Jeremías con sogas en la cisterna. Y
dijo el etíope Ebed-melec a Jeremías: Pon ahora esos trapos
viejos y ropas raídas y andrajosas, bajo los sobacos, debajo de las
sogas. Y lo hizo así Jeremías. De este modo sacaron a Jeremías
con sogas, y lo subieron de la cisterna; y quedó Jeremías en el
patio de la cárcel.
.
Y quedó Jeremías en el patio de la cárcel hasta el día que fue
tomada Jerusalén; y allí estaba cuando Jerusalén fue tomada.

He aquí muestra del trato que recibe Jeremías por su fidelidad a Dios.
El mensaje divino para este mundo pecador no es placentero: viene con
denuncias, con condenaciones, con demandas, con advertencias de un
terrible juicio, pero todo mezclado con la buena disposición de Dios
para perdonar y abrazar a los que se arrepientan. En verdad, la historia
de los profetas en la Biblia es una de rechazo y sufrimiento, con pocas
excepciones. Consideremos lo que le pasó al mismo Jesucristo, y los
dolores sufridos por sus discípulos, especialmente el apóstol Pablo
(véase 2 Co 11: 18-30). Los verdaderos profetas de Dios nunca fueron
populares, ni vivieron en palacios rodeados de lujosos automóviles. En
fin, ¿cuáles son los profetas que en verdad necesita el pueblo? Para
nuestro bien eterno, busquemos y sigamos a aquellos mensajeros de
Dios que fielmente —y sin temor a las consecuencias personales—
declaran el mensaje incambiable del Dios eterno.

¿Qué de los falsos maestros? —Unas


advertencias apostólicas
 por Les Thompson

¿Habrá en nuestra iglesia falsas creencias? ¿Tendremos en medio nuestro


a falsos maestros que no nos enseñan la verdad?

Vayamos a las tres breves epístolas encontradas a fines del Nuevo


Testamento. Veremos allí la preocupación de dos de los fieles apóstoles
de Jesucristo por la pureza de la fe. Repasemos lo que nos piden, y
revisemos lo que nos enseñan para ver si somos seguidores fieles de
nuestro Señor Jesucristo y su Santa Palabra, o si nos estamos desviando
de la verdadera fe.

Juan, el autor de 2 Juan, es uno de los doce discípulos. Ya un anciano,


escribe a la “señora elegida” [esposa del Cordero] y a “sus hijos”—es
decir, a la Iglesia y sus miembros (la Iglesia siempre es abordada en el
género femenino, porque ella es la novia de Cristo). El propósito de la
carta es advertir a los creyentes a ser fieles a la sana doctrina y
advertirles contra los falsos maestros. Aprenderemos que debemos
cuidarnos de los falsos maestros, puesto que ellos nos harán perder
nuestra pureza espiritual para hacernos partícipes de sus equivocadas
enseñanzas.

En esta breve carta Juan le recuerda a la Iglesia que Dios nos manda a
amarnos unos a otros. Es decir, porque amamos a nuestros hermanos
queremos protegerles del error. Hacer nada en contra de la falsa
enseñanza y los falsos maestros es una muestra que no amamos a
nuestros hermanos. Pensemos bien en lo que dice: “El anciano a la
señora elegida y a sus hijos, a quienes yo amo en la verdad; y no sólo
yo, sino también todos los que han conocido la verdad,  a causa de la
verdad que permanece en nosotros, y estará para siempre con nosotros:
Sea con vosotros gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor
Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor. Permaneced en la
doctrina de Cristo. Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de
tus hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que
recibimos del Padre. Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote
un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio,
que nos amemos unos a otros. Y este es el amor, que andemos según
sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como
vosotros habéis oído desde el principio. Porque muchos engañadores
han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en
carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo” (2 Juan 1-7). El
favor más grande que podemos hacerle a uno que pertenece a la familia
de Dios es enseñarle la verdad acerca de Jesucristo y, por amor a su
alma, salvarles de aquellos que enseñan errores bíblicos.

Vayamos ahora a 3 Juan, el vigésimo quinto libro del Nuevo Testamento,


que contiene solo un capítulo. Veremos cómo hemos de mostrar ese
amor que defiende la verdad. Juan le escribe a un hombre llamado
Gayo, un escrito para él y para la iglesia con la que estaba conectado.
No hay forma de determinar quién era este hombre, ya que la Biblia no
da más información sobre él. Las verdades de la carta, sin embargo, son
aplicables a todos los creyentes. El propósito de la carta es felicitar a
Gayo y Demetrio por su testimonio de fidelidad a la verdad cristiana y
para reprobar el comportamiento de un tal Diótrefes.
Del libro aprendemos que nuestras vidas son ejemplos para bien o para
mal a la gente que nos rodea. En esta carta Juan subraya la importancia
de permanecer en la verdad y alejarnos de las cosas que están
reprobadas. “El anciano a Gayo, el amado, a quien amó en la verdad.
Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que
tengas salud, así como próspera tu alma. Pues mucho me regocijé
cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de
cómo andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que
mis hijos andan en la verdad” (3 Juan 1-4).

Entonces —luego de alegrarse de que Gayo anda en la verdad— se dirige


al que anda en error, al egocéntrico Diótrefes, que por su falta de amor
y espíritu iracundo trae malestar y confusión a la iglesia (en la iglesia
que pastorea Diótrefes no hay amor, aquello que es central al evangelio
y que da evidencia que la iglesia anda en la verdad). Dice: “Por esta
causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace [Diótrefes] parloteando
con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas,
no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y
los expulsa de la iglesia. Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El
que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a
Dios. Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad misma; y
también nosotros damos testimonio, y vosotros sabéis que nuestro
testimonio es verdadero” (3 Juan 10-12). Con estas palabras el apóstol
nos indica que si él llegase a ir a visitarles, confrontaría directamente al
falso pastor, Diótrefes. Abiertamente le condenaría por su falsa
conducta, por pretender seguir a Cristo, pero actuando sin amor y
consideración a los demás, y por hablar palabras deshonestas acerca del
mismo apóstol.

A veces nos equivocamos al pensar que “amar” es sinónimo de


“ceguedad” —que no se ve mal en nadie. Observemos como Juan, el
llamado “apóstol del amor”, muestra su amor en esta carta. Confronta a
Diótrefes, al maestro falso que está trayendo división a la iglesia, y
públicamente lo condena. Busquemos la definición correcta del amor.
Amor es proteger al amado de todo lo malo que podría sobrecogerlo.
Amor es señalarle a la amada a dónde están los peligros. Amor es
defender al amado de todo aquello que quiere hacerle daño. Amor es
resistir a todo aquello que pudiera perjudicar al amado, etc. Un amor
falso, que da lugar a lo que destruye a la iglesia y no lo condena, no es
el “amor” de que habla la Biblia.
El libro de Judas es vigésimo sexto libro del Nuevo Testamento.
También contiene un solo capítulo. Judas, el autor del libro, es el
medio hermano terrenal de Jesús, hijo de María y José. Fue escrito a
todos los cristianos, aunque la audiencia específica eran miembros de
las iglesias en Palestina y/o Asia. El propósito de la carta es advertir
contra los falsos maestros. Lo que vamos a aprender del libro es que
siempre debemos estar alerta debido a los falsos maestros que buscan
desviar a los creyentes de la verdad de la Palabra de Dios.

En esta breve carta, dirigida a todos los creyentes, Judas expresa la


importancia de celebrar las verdades de la Palabra de Dios, teniendo
cuidado de no dejar que los impíos alrededor de ellos los corrompan con
pensamientos, enseñanzas, e ideas falsas. “Judas, siervo de Jesucristo,
y hermano de Jacobo, a los llamados, santificados en Dios Padre, y
guardados en Jesucristo: Misericordia y paz y amor os sean
multiplicados (véase 2 P. 2.1-17).  Amados, por la gran solicitud que
tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido
necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la
fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han
entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados
para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje
la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro
Señor Jesucristo” (Judas 1:1-4).

¿Qué querrá decir con esa frase: “que contendáis ardientemente por la
fe que ha sido una vez dada a los santos” ¿No implica que dentro de la
Iglesia siempre habrá falsos maestros, como Diótrefes, que buscan
engañar a los fieles y desviarles de lo que realmente dice la Palabra de
Dios? ¿No nos enseña que en la iglesia habrá contiendas en las que
tendremos que defender nuestra fe ardientemente? Hay engañadores,
como indica Pablo en Tito 1: 11, “a los cuales es preciso tapar la boca”.
Esa confrontación lleva lucha, dolor, pena, y normalmente separación.
Por esto nos advirtió Jesús: “No penséis que he venido para traer paz a
la tierra; no he venido para traer paz, sino espada” (Mateo 10:34). No
es que como cristianos buscamos guerra, es que si no contendemos
ardientemente por nuestra fe, los enemigos del evangelio gradualmente
nos quitarán aquello que nos trajo paz y perdón y esperanza eterna.
Asegurémonos de una cosa: es imposible que la verdad coexista con la
mentira. Uno eventualmente ganará. ¡Qué escuro sería el mundo si la
mentira llegara a reinar!
La segunda frase de Judas también nos interesa: “Porque algunos
hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido
destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en
libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano,
y a nuestro Señor Jesucristo”. ¿Habrá ocurrido tal tipo de incursión en
nuestra iglesia? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo descubrirlo? ¿Qué hacer con los
falsos maestros una vez que los descubrimos? Es a ese tipo de acción nos
llama el apóstol, ya que lo más precioso que tenemos en la iglesia es la
doctrina de nuestra salvación encerrada en Jesucristo. Si no somos
claros en lo que es el evangelio, en cómo somos perdonados de nuestros
pecados, en lo que logró Jesucristo a favor nuestro, perdemos no solo el
camino a Dios, pero también el mismo fin y propósito de la Iglesia.

Hay unas ideas superficiales y engañosas que se promueven hoy en


nuestras iglesias por algunos que se han sumado a aquellos que: (1)
minimizan y rechazan a Jesús de Nazaret como Dios, y (2) niegan que él
es nuestro único Salvador. Varios hay que defienden y apoyan religiones
que niegan la total divinidad de Jesucristo, o, por otra parte, que
niegan que fuera verdadero hombre. Declaran que hay un Dios, pero que
Él puede ser llamado por varios nombres, como Alá o Buda. Enseñan que
mientras uno sea sincero, no importa lo que crean, irán al cielo. Pero
solo con un amor falso, o una tolerancia impía, podemos permitir que
falsos maestros procuren destruir las bases inmovibles de nuestra fe.

Judas, además, nos recuerda que todos los engañadores serán


juzgados: “Pero éstos blasfeman de cuantas cosas no conocen; y en las
que por naturaleza conocen, se corrompen como animales irracionales.
¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por
lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de
Coré” (1:10-11). Nótese que las ilustraciones que usa Judas son de
notorios personajes del Antiguo Testamento. Tenemos que reconocer,
entonces, que desde el mismo principio el Pueblo de Dios ha habido
falsos maestros regando sus errores. En ninguna generación, en ningún
lugar podemos pensar que estamos libres de los propagandistas del
error. A la vez, sabemos Dios tiene para ellos un juicio terrible y
temible: “cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que
creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de
molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar. ¡Ay del
mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos,
pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!” (Mateo 18:6-7).
Una vez que hemos sido iluminados para reconocer las doctrinas falsas,
debemos añadir el “Aleluya” de Judas. Me refiero a la declaración que
aparece en la clausura de su carta. Nótese que en este “Aleluya” nos da
la razón por la cual debemos luchar contra el error: tenemos una
obligación hacia nuestros hermanos —los menos instruidos o los incautos
— para que no se dejen llevar por cualquier corriente nueva o
atrayente. “Conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia
de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A algunos que dudan,
convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros
tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada
por su carne. Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y
presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y
sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia,
ahora y por todos los siglos. Amén” (1:21-25).

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