Adoptados Como Hijos Por Dios, Padre

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República Bolivariana de Venezuela

Iglesia Cristiana Evangélica Roca Eterna


Ministerio de Evangelismo
Departamento de Células Familiares

Capsula Visión: Adoptados como hijos por Dios, Padre. Lectura: Juan 1: 12
Fecha: 24 / 05 / 17
Introducción: La paternidad de Dios se extiende para alcanzar a todos los hombres sin distinción de ninguna
clase; para todos aquellos hombres y mujeres que han aceptado a Jesucristo como Salvador y Señor
personal y, en consecuencia, han sido adoptados como hijos de Dios. Cuando recibimos a Cristo como
nuestro Salvador, pasamos a formar parte de la familia de Dios, en calidad de hijos. Se crea un lazo familiar
muy fuerte; indestructible e imperecedero. Como creyentes necesitamos reconocer a Dios no solo como
Creador, Señor y Salvador, sino también como Padre, y aprender a vincularnos con Él como hijos.
La obra de Jesucristo trajo un cambio radical en el rol de Dios como Padre.
El Antiguo Testamento contiene apenas quince referencias a Dios como Padre, esencialmente en
forma colectiva, mayormente, como el Padre del pueblo judío. En el Nuevo Testamento con la aparición de
Jesucristo, Dios se revela como un Padre personal. Dios no solo es el Padre de todos, tal como lo expresa
Efesios 4:6 “… un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”, sino que pasa a ser
mi Padre en forma individual y personal. En Cristo entramos en relación filial (íntima y personal) con Dios
como nuestro Padre celestial. Esa es una de las grandes ganancias de la obra de Cristo.
Dios se revela en la Biblia bajo muchos roles: Creador, Redentor, Salvador, etc. Pero el rol que
mejor le define es el de Padre. Dios es, por excelencia, nuestro Padre Celestial. Y en su corazón está el
ferviente y apasionado anhelo de que le conozcamos como un Padre. La palabra Padre, que aparece unas
doscientos cuarenta y cinco veces en el Nuevo Testamento, es la palabra favorita de Jesús para referirse a
Dios.

Desarrollo: ¿Qué significa la palabra Padre en el Nuevo testamento?


Hay dos palabras que se usan con referencia para aplicar el término Padre a Dios.
1- Páter: “Padre”, se traduce del griego “Páter” que significa nutridor, protector y sustentador. Esta
palabra se utiliza para Dios en relación con aquellas que han nacido de nuevo en virtud de su fe en
Cristo (Juan 1: 12,13). Se utiliza para aquellos que han sido adoptados como hijos por Dios Padre,
por medio de Jesucristo. Para sus hijos Dios es un Padre nutridor, protector y sustentador.
2- Abba: “Padre”, esta otra porción de las escrituras también es usada por Jesús para referirse a su
Padre Celestial, como en Mateo 11: 27 “Todas las cosas me fueron entregadas por mí Padre; y nadie
conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera
revelar”. Jesús usa más de cien veces esa palabra en el Nuevo Testamento. Abba era la palabra
familiar que los niños judíos empleaban para dirigirse a sus padres. Más o menos corresponde al
“papito” castellano.
¿Quieres experimentar el corazón paternal de Dios, en tu vida?
Para conocer a Dios como Padre y experimentar una dinámica e íntima comunión con Él, se requiere
cumplir algunos requisitos, tales como:
1- Conocer y recibir a Cristo como Señor y Salvador .
“Más todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre (Cristo), les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios” (Juan 1:12). Jesús es el revelador pleno de la plenitud de Dios. El núcleo central del
mensaje de Jesús consiste en la revelación del Padre. Como creyentes somos hijos en el Hijo.
Conocemos a Dios como Padre porque Jesús nos lo revela. Nuestra filiación divina nos viene por el Hijo.
Esta filiación es una participación en la filiación misma del Hijo, es decir una derivación de la relación o
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vinculo que Jesús el Hijo tiene con el Padre. Cuando decimos “Padre” no nos referimos a una vaga
paternidad de origen religioso. Nos referimos a una persona específica: “Al Padre de nuestro Señor
Jesucristo”. Cuando Cristo nos exhorta a invocar a Dios como Padre, nos está invitando a comunicarnos
con su mismo Padre, y a vivir en comunión con Él y con el Padre. Ese es el sentido que encierra Juan 17:
21-23; “Para que todos sean uno, cono Tú o Padre en mí, y yo en Ti, que también ellos sean uno en
nosotros…”.
2- Amarle, recibir y experimentar Su amor.
La Biblia dice que “Dios es amor” (1 Juan 4: 7-9). Toda la obra de Jesucristo arranca del amor del Padre
por el hombre. Un Padre cuyo amor comunica vida: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha
dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna ” (Juan
3:16). En 1 Juan 3:1, leemos: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos
de Dios”. Dios nos ama tanto que nos adopta como sus hijos. No quiere que seamos sus criaturas, sino
sus hijos. Nuestra relación de Dios como Padre, es una relación de amor. Así como Dios nos ama con
prioridad sobre otra creación, y ha entregado tanto para expresarnos Su amor, y hacernos accesibles a
Su amor. También quiere que le amemos incondicionalmente. Esa es la principal responsabilidad de
todo creyente. ¿Cuál es el principal mandamiento?: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y
con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22: 37).
3- Ser guiados por el Espíritu Santo.
Somos engendrados como hijos de Dios, por la acción del Espíritu Santo. El Espíritu Santo hace la
paternidad de Dios, una realidad en nuestra experiencia. Romanos 8: 16, dice: “El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. Así mimo Gálatas 4: 6 lo refuerza: “ Y por
cuanto sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!”.
Sin la guía, dirección y acción del Espíritu Santo en nuestras vidas podemos caer en la tentación de no
vernos como hijos de Dios. Es el Espíritu Santo el que nos posibilita recibir la revelación de Dios Padre, y
que podamos conocerle y experimentarle como tal. Sin el Espíritu Santo no podemos acceder a la
dimensión de hijos de Dios ni experimentar el corazón paternal de Dios.
4- Andar en obediencia a Dios.
En Juan 15: 10, leemos: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he
guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”. Cuando andamos en obediencia
permanecemos en su amor; también crecemos en nuestra relación con Él. Nuestra relación con nuestro
Padre celestial demanda obediencia como regla de funcionamiento.
Conclusión: Dios nos ama incondicionalmente. El amor de Dos como Padre no está condicionado a nuestros
méritos, títulos, inteligencia, o desempeño. Dios nos ama incondicionalmente. No tenemos que demostrarle
nada a Dios, ni tenemos que ganarnos su amor. Podremos tener mil defectos, pero Dios siempre nos amará.
Ese mismo amor hace que nuestro Padre celestial nunca nos desampare, ni nos deje (Hebreos 13:5).
Podemos depender de Dios y entregarnos sin reservas a su fiel cuidado. Dios, el Padre celestial, nunca nos
abandonará ni renegará de nosotros. Por otra parte, cuando vivimos en comunión con Él, todas nuestras
necesidades psicológicas y espirituales son suplidas. Solo Dios, nuestro Padre celestial, puede satisfacer las
más profundas necesidades del corazón humano. Solo Dios puede acceder a nuestros más oscuros y
profundos lugares en nuestro corazón herido y desilusionado, para traer sanidad a nuestras vidas.
¿A qué familia perteneces tú? Hay una familia espiritual de la que Dios te quiere hacer partícipe, y en la que
Él es tu Padre celestial. ¿Conoces tú a Dios como tu Padre celestial? Si no lo conoces, debes saber que Él
está listo para adoptarte en su familia (Romanos 8: 15; Gálatas 3: 26). Lo único que tienes que hacer, es
confiar en Su hijo Jesucristo como tu salvador personal. Como dice Juan 1: 12 “A todos los que le recibieron,
a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Preguntas para reflexionar:
1- ¿Quieres conocer y experimentar el corazón paternal de Dios?
2- ¿Te gustaría formar parte de la familia de Dios? ¡Esto significa recibir a Cristo como Salvador!

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Pastor Francisco Sánchez
Nota: Tomado del Libro: “El Perdón, el camino a la Reconciliación”. Autor: Arnoldo A. Arana.

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