Iacub - Psicologia de La Mediana Edad y Vejez
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Módulo 3
Psicología de la
Mediana Edad y
Vejez
Ricardo Iacub - Belén Sabatini
Especialización en Gerontología
Comunitaria e Institucional
Autoridades Nacionales
Presidenta de la Nación
Dra. Cristina Fernández de Kirchner
Autoridades Universitarias
2
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
Capítulo 1
La identidad social en el envejecimiento y vejez
Autor: Iacub, Ricardo
Introducción
En este capítulo presentaremos la temática sobre la identidad en el envejecimiento y la
vejez, a partir de nociones y teorías diversas. En principio abordaremos la cuestión de la
identidad desde un punto de vista filosófico, antropológico y psicológico para conformar
uno de los ejes desde el cual se desarrollará la materia.
1. La identidad
El término “identidad” (en latín idem) alude a “el mismo” o “lo mismo”. Es tomado del latín
tardío identitas formado del modelo de ens “ser” y entitas “entidad”. Su origen nos permite ir
más allá de lo idéntico y aludir al ser en cuanto objeto, cosa o existente, o sea representar la
forma o conceptualización del ser.
Ferrater Mora (1944) considera que dos entes son idénticos cuando no hay entre ellos
ninguna diferencia. Meyerson (1932: 8), por su parte, critica la rigidez de dicho concepto en
tanto afirma que: “un objeto sea idéntico a sí mismo, parece una proposición de pura lógica
y además una simple tautología o, si se prefiere, un enunciado analítico según la
nomenclatura de Kant”, pero cuando se le agrega la dimensión temporal, el concepto se
desdobla por fuera del sentido analítico y adquiere un sentido sintético, ya que es una
afirmación relativa a la naturaleza de los objetos reales (Ferrater Mora, 1944).
La dimensión temporal introduce diferencias, por lo que se requiere una reconceptualización
de lo idéntico, en donde la identidad surge de la síntesis de lo semejante.
Hume (1999) cuestionó la identidad del propio yo en el tiempo. Sostuvo que esta se basa en
una creencia que vuelve continuo lo que esencialmente es discontinuo. El sostén de la
alteración en la percepción del yo lo enlaza a la memoria, que descubre y construye lo símil
a través de la imaginación, volviendo idéntico lo que se asemeja y lo que tiene nexos
causales.
La memoria establece una ficción a partir de la cual se constituye un relato del yo, ya que no
sería posible que pudiésemos recordar la lista sucesiva de causas y efectos que conforman
nuestro Yo o Persona, o pensarnos en circunstancias y acciones que hemos olvidado por
completo.
Desde un punto de vista antropológico, Benoist (1981) aborda el problema de la identidad,
desde el “insubstancialismo dinámico”, lo cual supone pensar que la identidad es un fondo
virtual, indispensable para explicar un cierto número de cosas, pero sin que por ello le
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Psicología de la Mediana Edad y Vejez
otorguemos una substancialidad estática, propia de las definiciones más formales del
término. Es allí donde es necesario pensar la configuración de la identidad, en contextos
donde la multiplicidad de interacciones mantiene al sujeto, o a una cultura, en permanente
agitación y cambio, lo cual nos permite cuestionar las homogeneidades solitarias así como
ser cautos en determinar lo idéntico.
La noción de “destotalización” (Benoist, 1981) permite cuestionar la identidad de superficie
e investigar las estructuras profundas que la moldean, particularmente en su aspecto
relacional, donde surge la presencia del otro u otros relevantes, representantes de la cultura,
incidiendo sobre la identidad. El nombre propio es un ejemplo privilegiado de dicha
pregnancia. Aquello que instaura un sentido de identidad es a su vez el lugar de la marca
social del grupo. Estas facetas del nombre propio articulan al sujeto y al otro, ofreciendo con
ello un terreno privilegiado al cuestionamiento de la identidad.
Lacan destacará la pregnancia del otro en toda elucubración de la propia identidad. El mero
acto de mirarnos, desde el esquema básico del espejo, 1 es situarnos en relación a un Otro
que nos brinda significados. Este Otro, al cual Lacan escribe con mayúsculas por el nivel de
determinación que tiene sobre el sujeto, incidirá permanentemente en nuestras
autopercepciones y autoconceptos. 2
Ciertas lecturas del otro u Otro, particularmente en la infancia, aunque continúen a lo largo
de la vida, podrán centrarnos, dándonos la ilusión de una identidad más o menos estable y
reconocible que permita enfrentar la vida sin temor de perder un hilo subjetivo, o resultar
descentradora, volviendo amenazante todo cambio subjetivo.
Esto nos lleva a pensar que el término “identidad” hace referencia a la permanente
confrontación entre lo mismo y lo distinto, campos que se constituyen mutuamente,
interactúan dialécticamente generando diversas formas de mismidad y diferencia.
La producción de mismidad, o búsqueda de un sentido de semejanza y unidad, aparece
como una necesidad constitutiva tanto a nivel de lo individual como de lo comunitario, ya
que es en la producción de criterios unificadores de la identidad, que otorgan continuidad y
coherencia, que el sujeto, individual o colectivo, puede comprenderse y situarse en
contextos específicos de desarrollo vital.
La mismidad permite articular diversas dimensiones de unidad (personal, nacional, cultural)
al tiempo que posibilita que, dentro de dichas categorías, se pueda significar de muy
diversos modos la noción de persona, con sus imágenes esperables o rechazables, lo que
1
Lacan (1985) considera que el estadio del espejo tiene una incidencia fundamental
en la función del yo y su registro corporal.
2
El destacar el prefijo “auto” hace referencia a que allí donde el sujeto aparece más
solo, está la incidencia del otro.
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representa la extensión de una vida, 3 la edad, el género, entre otros aspectos que modelan
las nociones de la identidad en diversas culturas y momentos históricos.
Por último, la identidad puede ser pensada como una narrativa, a la que se denomina
Identidad Narrativa (McAdams, 1985; Ricoeur, 1996), que aparece en un movimiento
pendular y dialéctico entre lo discordante y lo concordante, lo incoherente y lo coherente,
cuyo resultado son relatos variables en el tiempo y que no remiten a una identidad estática,
sino a una reflexión sobre la misma, es decir a una ipseidad (Ricoeur, 1999b). 4 Por esta
razón, Ricoeur (1999) aborda la cohesión de una vida como un momento dentro de una
dinámica de permanente mutabilidad.
McAdams (1985, 1997) sostiene que la función es organizar y dar mayor coherencia al
conjunto de la vida, la que de otro modo se presentaría fragmentada y difusa. La integración
de significados, o de versiones del sí mismo, ofrece un sentido de unidad que posibilita ver al
sujeto como un todo coherente en el espacio y el tiempo y con un propósito, donde se
articula el presente como una progresión lógica desde el pasado y orientada hacia el futuro
(McAdams, 2001).
Esta perspectiva prioriza el modo en que un sujeto significa las transformaciones que
vivencia a partir de los múltiples cambios de contextos: biológicos, psicológicos, sociales y
existenciales, que implica el envejecer y que ponen en juego la continuidad de la
representación de sí. Las narrativas resultan una pieza clave en esta lectura, ya que
promueven un tipo de organización del material que otorga coherencia al concepto de
envejecimiento y vejez y de la identidad.
Las importantes transformaciones que se producen en el sujeto, tales como los cambios
corporales, psicológicos, sociales o existenciales, pueden ser detonantes de cambios en la
lectura que realiza el sujeto sobre su identidad, que tensionan y ponen en cuestión al sí
mismo, pudiendo incrementar inseguridades, fragilizando mecanismos de control y
afrontamiento, demandando nuevas formas de adaptación o modificando proyectos.
Es así que la identidad, concebida como una narrativa (Ricoeur, 1991, 1999; McAdams,
2001), posibilita integrar los significados del sí mismo y dotar de sentido a la propia
3
La conceptualización de la muerte es uno de los ejemplos de cómo la identidad
puede pensarse como disrupción y límite o como continuidad y permanencia.
4
Ricoeur (1999) señala que la diferencia entre los términos latinos idem e ipse radica
en que el primero (idem) alude a lo “sumamente parecido”, mientras que el segundo (ipse) a
“lo propio”, resolviendo de esta manera el problema filosófico de cómo se plantea lo idéntico
en el tiempo.
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experiencia vital (Villar Posada, 2006) ante situaciones de disrupción o discordancia, entre el
relato de sí y el contexto.
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devenido y lo producido, entre el sí mismo actual y el sí mismo futuro; lo cual es otra manera
de concebir al sí mismo en sus diversas dimensiones temporales.
5. El sentido de la identidad
El sujeto busca religarse en una trama que lo defina, le otorgue contornos precisos, le diga
quién es. Trama que implica tanto los reconocimientos, afectos, seguridades e intercambios,
como las propias relecturas del sí mismo. Esta búsqueda aparece a lo largo de la vida y
toma sesgos peculiares en los diversos tipos de envejecimiento en los que se producen
disrupciones en la continuidad de sentido, que afectan la posición del sujeto y requieren
reelaboraciones identitarias.
El sentido implica la condensación de un significado de sí y de un rumbo a seguir, que se
configura en imágenes, representaciones y proyecciones del sujeto en el marco de la
identidad. Aun en su fragmentación y en su variabilidad temporal, reaparece la búsqueda de
continuidades y semejanzas que integren lo nuevo desde el plano de lo conocido.
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Por ser sujetos del lenguaje, resulta indispensable discernir de qué modos se habla desde el
otro, desde la cultura, ya que los significados socialmente establecidos inciden en la
construcción de las identidades, en tanto esos códigos funcionan como descriptores que
modelan a los sujetos. Asimismo, es desde los espacios de contradicción y quiebre
discursivo donde resulta posible cuestionar dichos significados, pudiendo con ello
reconsiderar las identidades socialmente conformadas.
Gubrium y Holstein (2000) consideran que las metáforas para el curso de la vida modelan
nuestras comprensiones acerca de lo que nos sucede, tanto por los significados otorgados
como por las formas en los que la gente usa y modela, tratando de brindarle sentido a sus
vidas a través de las mismas. Se parte de un sujeto que es significado por el otro, al mismo
tiempo que es constructor y agente de cambio de su vida cotidiana, en la medida que
produce interpretaciones personales a estas vivencias.
Este abordaje desde el construccionismo social piensa el curso de vida como una
“realización interactiva” (Gubrium y Holstein, 2000: 1) donde las personas y las sociedades
producen interpretaciones y las usan, en la medida en que buscan entender la realidad.
Foucault (1993) analizó la perspectiva del sujeto disciplinado por ciertos discursos
dominantes, aunque esta lectura no puede ser pensada sin la de alguien que a la vez
cuestiona y transforma cotidianamente ese discurso, a través de sus contradicciones y de
discursos marginales.
Toda lectura se encuentra sesgada por variantes ideológicas, propias de cada época y
lugar. Foucault consideraba que la posibilidad de hacerse preguntas, conceptualizar los
hechos, las formas de la racionalidad y el poner las cosas en palabras están gobernados por
códigos de conocimiento, que funcionan al modo de un campo de producción, lo que
Wittgenstein denomina la gramática del discurso que penetra un período de pensamiento
(Green, 1993).
Es por ello que la noción de “campo de conocimiento” implica una particular cosmovisión
que organiza y concentra la experiencia (Klein, 1990), lo cual determina que las preguntas
que se piensen o formulen se encuentren limitadas al material, a los métodos y a los
conceptos que se utilizan previamente; o como señala Katz (1996: 2), “son superficies
retóricas que obscurecen órdenes políticos y jerárquicos más profundos”. Por esta razón,
resulta necesario considerar el sentido ideológico del conocimiento producido.
La gerontología crítica enfrenta las perspectivas tradicionales de la gerontología (Moody,
1988ª- 1988b; 1993), recuperando la tradición de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt
(Horkheimer y Adorno, 1944; Habermas, 1981, 1984), los abordajes de la economía política
marxista y del posestructuralismo, así como también hoy incluyen la economía política del
envejecimiento, las teorías feministas, las teorías de la diversidad y la gerontología
humanista (Minkler y Estes, 1991-9; Phillipson, 1987).
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5.2. El envejecimiento
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Una segunda perspectiva amplía esta definición: “Es considerado en principio una acción y
un efecto en el que algo o alguien toma las formas de la vejez” (Aragó, 1980).
Este proceso supone que el sujeto, a lo largo de su vida, toma las características asociadas
a la vejez. Estas resultan variables y se relacionan con la diversidad cultural, histórica,
generacional y subjetiva. Razón por la cual los signos del proceso de envejecimiento,
previos a la edad de comienzo de la vejez, podrán ser significados de maneras tan disímiles
como las clasificaciones existentes sobre la vejez, incluyendo tanto el deterioro o la
involución como la maduración y la sabiduría.
A su vez, es importante diferenciar los diversos procesos de envejecimiento biológico,
psicológico o social que, aun produciéndose en un mismo individuo, pueden tener formas
diferenciales. Cada uno de estos procesos no es lineal y presenta rasgos diferenciales en
cada persona.
5.3. La vejez
Se define de un modo instrumental como una significación, que produce un corte en lo social
y que determina una ratio o razón de medida en la noción de edad. La misma es
considerada en la mayor parte de los pueblos, aunque no es un universal, ya que no resulta
aplicable a toda organización humana. En tanto significación, le es proferida al tramo final de
la vida, entendido desde un punto de vista normativo, o lo que implique el final del término
laboral, o de reproducción, etc. y conlleva una serie de procesos biológicos y psicológicos
propios. Esta etapa, al ser significada por cada cultura, toma características particulares a
dicho grupo humano que promueven espacios sociales con variantes muy disímiles.
El término “vejez” es definido como la cualidad de ser viejo o también es aplicable a las
personas que han vivido más tiempo que las demás, es decir que surge desde una
comparación al interior de una comunidad o de un grupo.
Al inicio del libro La vejez, Simone de Beauvoir expresa dos definiciones que remarcan el
peso cultural del concepto y el existencial como referencia ineludible a la modificación de la
relación del sujeto con el tiempo:
Como todas las situaciones humanas, tiene una dimensión existencial: modifica la
relación del individuo con el tiempo, por lo tanto con su mundo y su propia historia. Por
otra parte, el hombre no vive jamás en estado de naturaleza; en su vejez, como en
cualquier edad, su condición le es impuesta por la sociedad a la que pertenece
(Beauvoir, 1970: 15).
Pero si la vejez, como destino biológico, es una realidad transhistórica, no es menos
cierto que ese destino es vivido de manera variable según el contexto social (Beauvoir,
1970: 16).
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Las nominaciones expresan los diversos modos en que esta noción es conceptualizada a lo
largo del tiempo y en las múltiples culturas.
La palabra “viejo” resulta en nuestra comunidad lingüística la más interiorizada socialmente,
aun cuando produce un alto nivel de rechazo. Otras palabras hacen referencia a la idea de
viejo como anciano, geronte, tercera edad o actualmente adulto mayor. Cada una refleja una
historia de la lengua cargada de significaciones propias y dinámicas.
Dabove (2002) realiza un recorrido sobre algunos de los términos que permiten conocer los
deslizamientos y significados que obtuvieron en el idioma español.
La palabra “viejo” comienza a ser registrada en los textos alrededor del año 1068. Del latín
vetulus, que significa “de cierta edad, algo viejo o viejecito” (Corominas y Pascual, 1980) y
en el latín vulgar se denominó vetus. El término “vejez” comienza a usarse hacia fines del
siglo XIII y el verbo envejecer, así como envejecido o envejecimiento, en el siglo XV. Los
derivados burlones de vejestorio y vejete aparecen en el siglo XVIII.
Entre los cultismos del clásico vetus encontramos términos que encierran significados
despectivos: vetusto y veterinario, del siglo XIX. El término “veterinario”, del latín
veterinarius, derivado de veterinae, significa “bestia de carga; animal viejo, impropio para
montar, que necesita más del veterinario que los demás” (Corominas y Pascual, 1980).
Vinculado a este término se encuentra “vejar”, del siglo XVI, del latín vexar, que significa
sacudir violentamente, maltratar, y de allí el término “vejamen”, con la misma raíz lingüística
que vejatorio, vejestorio, vejete y finalmente vejez (Corominas y Pascual, 1980).
La palabra “anciano”, en nuestra lengua, proviene del antiguo proverbio romance anzi o
antes y data de la primera mitad del siglo XIII. Este vocablo destaca la relación del sujeto
con el tiempo, y en cierta medida con su grupo social, ya que es aquel que estuvo antes,
dándole un sesgo de valor relativo a lo que el antes significó. El valor de lo antiguo refleja, a
diferencia de lo viejo, lo que el tiempo enriquece. Quizás por esta razón fue asociado en
nuestro idioma a una nominación de respeto a los mayores que se refleja en que este
término fue elegido para las traducciones de la Biblia, buscando reflejar la carga positiva de
significados que el pueblo hebreo le confirió.
El término “señor”, de finales del siglo XI, proviene del latín senior-oris, que significa más
viejo y que durante el Bajo Imperio Romano fue utilizado para denominar a los viejos más
respetables.
“Senil” significa propio de la vejez y sus orígenes se remontan a mediados del siglo XVII. Su
etimología latina senilis deriva de senectud o (del latín) senectus, utis, palabra que aparece
en nuestra lengua en textos de 1438. Este vocablo está emparentado con el Senado
Romano, ya que este era el lugar reservado para los senex o seniles, es decir aquellos que
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tenían 60 años o más, momento en el cual un sujeto calificaba para ser parte de esta
institución, y que implicaba un término altamente positivo a nivel de la vida política.
Sin embargo, la palabra “senil” (o senilidad) se convierte en el siglo XIX en el término que
describe las enfermedades de la vejez, a partir de las lecturas médicas del envejecimiento.
Actualmente existen una serie de términos que aluden a esta franja etaria, hoy descripta
desde los 60 y más, para los países en vías de desarrollo y 65 y más para los
desarrollados. 5 Entre los más utilizados, se encuentran “tercera edad”, “adultos mayores”,
“personas de edad” o “jubilados.”
El término “tercera edad” refleja una historia más cercana asociada a las políticas sociales
para los mayores en el siglo XX y a la jubilación. Surge en los años sesenta, al poco tiempo
de la instauración de la jubilación universal en Francia, lo cual significó un cambio muy
profundo en el rol social de este grupo etario, ya que instaura una condición singular en la
medida que sus ingresos devienen de condiciones diversas que el resto de la población.
Estos reciben el dinero que se supone depositaron durante su vida laboral “activa”,
convirtiéndolos así en “pasivos” en relación con dichos términos. La jubilación tendrá otras
consecuencias que forjarán ciertos estilos de vida. Por un lado, el elemento que los
caracterizará será la disposición del tiempo libre; la carencia de roles sociales específicos; y
una disponibilidad económica que le permite un mayor nivel de autonomía. Estos factores
incidirán en conformar a los adultos mayores (jubilados) como un colectivo cada vez más
uniforme.
Este término, entonces, nace conjuntamente con la instauración de una serie de actividades
socio-recreativas y pedagógicas. El nombre pone un número a una etapa vital modificando
la noción de una vejez pensada como término de la vida, al tiempo que sugiere la
construcción de un nuevo estilo de vida. Así se apela a romper con la idea del retiro,
convocando a una tercera etapa donde recomenzar actividades, las cuales a su vez se
volverán específicas para esta población, como los centros de jubilados o los centros para la
tercera edad (según si se asociaban por sindicato o por la simple condición de edad); la
“Universidad de la Tercera Edad”, nacida en Toulouse, Francia, en el año 1972, y que ha
cobrado una notoria extensión a nivel mundial, actualmente también denominados
Programas Universitarios para Mayores, o los viajes para mayores, entre otras múltiples
propuestas para este sector. De esta manera, se construye un nuevo actor social que
emerge como un personaje más activo, con roles más amplios y más especificado por su
condición etaria.
5
Esta diferenciación habla de la construcción social del envejecimiento, ya que las
características propias de la vejez tendrán que ver con las formas de vida que cada sujeto
haya tenido.
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Cada sociedad construye su propia concepción acerca de lo que significan las edades del
ser humano, y dentro de ellas la vejez. Sin embargo, las concepciones son múltiples y
coexisten en cada sociedad y cultura varias con cierto nivel de validez. Aun cuando en casi
todas las sociedades estudiadas aparece una etapa que alude a la vejez, el concepto no es
un universal antropológico, ya que existen sociedades que no reconocen esta etapa vital.
6
En la Argentina la mayoría de los adultos mayores están jubilados, de allí la
importancia de su designación y de una serie de servicios, como los socio sanitarios, que se
han convertido en un referente ineludible de este sector social.
7
La Organización Mundial de la Salud estableció en el año 1984 el uso del término
"adulto mayor" para referirse a las personas de 60 años más, y también lo hizo la
Organización de las Naciones Unidas conforme a la Resolución 50/141 del año 1996
aprobada por su Asamblea General.
Aunque existe cierta divergencia entre los términos ciclo y curso vital, hay cierto
consenso en utilizar la palabra “curso”, ya que indica con mayor claridad la variabilidad del
proceso.
8
Este término se utilizó en la Asamblea General, en su resolución 45/106, de 14 de
diciembre de 1990, proclamó el1° de octubre Día Internacional de las Personas de Edad,
como seguimiento de iniciativas de las Naciones Unidas tales como el Plan de Acción
Internacional de Viena sobre el Envejecimiento, aprobado en la Asamblea Mundial sobre el
Envejecimiento celebrada en 1982 y que la Asamblea General hizo suyo ese mismo año
(resolución 47/86).
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La categoría “edad” es uno de los cortes que realiza una sociedad conformando un
esquema social determinado. A mayor complejidad de las sociedades, la categoría “edad” y
la división etaria ocupan un rol más importante en la delimitación de los roles y estereotipos
sociales. Sin embargo, encontramos en las diversas culturas particularidades ligadas al
lugar que se le otorga a este concepto. En este caso, nos referiremos a la vejez como una
subcategoría que se continúa de la categoría “edad”. De esta última, se desprenden una
serie de funciones y roles sociales asociados a cada edad, con toda una serie de
valoraciones, tanto positivas como negativas.
La edad, de esta manera, determina en el diagrama social de un pueblo los modos en que
una sociedad considera y habilita posibilidades de trabajo o de goces, usos de poder y
saber, etc., determinando con ello una serie de valoraciones diversas e interconectadas en
relación con un amplio sistema social, económico y cultural.
Por su parte, Dixon y Lerner (1992) consideran que esta perspectiva no encuentra una
causa única y singular para explicar el comportamiento y el desarrollo individual, ni desde el
recurso a variables internas (biológicas o psicológicas), ni interpersonales (relaciones entre
pares), o desde las variables externas (ambientales o institucionales). Su comprensión es
posible articulando los tres niveles de organización y considerando el modo en que
evoluciona esa relación.
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influencias interactúan entre sí, tienen efectos acumulativos y pueden variar con el tiempo
(Baltes, 1983, cit. en Dulcey Ruiz y Uribe Valdivieso, 2002).
7. De la definición a la identidad
Los modos en que se construye una cierta definición, es decir el conjunto de sus
descripciones, implican un esbozo de identidad socialmente establecida. Toda definición
supone el ejercicio de una serie de controles sobre la trayectoria vital de los individuos,
imponiendo normas acerca de lo que significa tener “cierta edad”. Estas formas de control
son parte de las políticas sobre la identidad desde las cuales se determina lo que se designa
por vejez y el tipo de problematización que se realiza, es decir el modo en que esta será
identificada, tratada y valorada.
Partimos de la existencia de una correspondencia entre la estructura social y las
subjetividades, entre las divisiones objetivas del mundo social, sobre todo entre dominantes
y dominados en los diferentes campos, y las formas de su visión y división que les aplican
los agentes de esa dominación (Bourdieu y Wacquant, 1995). Al sujeto se lo intenta definir a
través de un conjunto de relaciones objetivas ancladas en ciertas formas de poder que lo
transforman en alguien que puede ser concebido por un determinado discurso narrativo y
que se espera que actúe desde ese campo de dominación, lo cual es otra forma de construir
la identidad.
Dichas representaciones, ya sean las divisiones etarias, de género o de clase social, suelen
presentarse como discursos hegemónicos, es decir con la capacidad de poder establecer el
sentido común, la doxa social o el fondo de descripciones auto evidentes de la realidad
social que normalmente permanecen inexpresadas (Gramsci, 1972)
Positiva o negativamente, dichas descripciones terminan procediendo como un corsé que
cierne y limita los espacios identitarios y conforma a su vez identidades sociales expresadas
por características que se suponen específicas.
Los sistemas sociales preceden al sujeto, brindándole un rol y un estatus dentro de su
medio. Esto implica un marco de adaptaciones, siempre creativas, que el sujeto realiza en
base en las normas ofrecidas buscando el reconocimiento del otro.
Las modalidades de la aceptación o del rechazo dependerán de las normas sociales
imperantes y podrán tener el signo de la virtud o del pecado, de lo bello o lo feo o de lo
normal o anormal, o cualquier otra vía de control social. Este curioso andamiaje cultural se
inserta en el sentido común, volviendo natural sus postulados.
Así, la identidad puede funcionar como una interfase entre una definición del sujeto
enunciado por predicados sociales y predicados singulares. Dubar (1991) la definía como
una identidad para sí y para el otro, ya que permite en un solo movimiento subrayar ambos
aspectos (Martucelli, 2007).
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Foucault (1995) nos brinda una lectura acerca del modo en que el sujeto gobierna y
construye el yo a partir de la interacción entre las regulaciones sociales e individuales. Es
allí donde la tecnología del yo es definida como la “historia del modo en que un individuo
actúa sobre sí mismo” (Foucault, 1995: 49), los mecanismos autodirectivos o el modo en
que los individuos se experimentan, juzgan y conducen.
Rose (2003) describe la subjetificación 10 para dar cuenta de este proceso, entendiéndolo
como el modo en que los sujetos llegan a relacionarse consigo mismos y los otros a través
de prácticas y técnicas que les permiten reconocerse como sujetos de “un cierto tipo”. Esta
relación consigo mismo no implica un modo sustantivo sino reflexivo, donde más allá de las
diversas modalidades de construcción histórica del yo, 11 emergen las relaciones que los
seres humanos entablaron consigo mismos. Esta perspectiva permite articular las
descripciones sobre la diversidad de lenguajes del envejecer o la vejez que se produjeron,
en su diversidad y heterogeneidad, y los modos singulares en que el sujeto produce
reflexivamente un yo.
El modo en que una persona vieja se lee a sí misma no es un resultado cierto de los
discursos que se le plantean, aunque estos serán parte del conjunto de descripciones desde
donde el sujeto se narre. Resulta necesario subrayar la heterogeneidad y especificidad de
los ideales y modelos de individualidad y del envejecimiento que se despliegan en las
diferentes prácticas sociales, los diversos códigos que emergen en las divisiones de género,
etnias o clases sociales, y su articulación con respecto a problemas y soluciones específicas
concernientes a la conducta humana.
Una serie de premisas nos permitirán ordenar un conjunto de presupuestos relativos a la
noción de la gobernabilidad de sí (Rose, 2003):
10
Este término hace alusión a los procesos por los que “se constituye” como un sujeto
de un tipo determinado, diferenciándolo de subjetivación y sujeción (Rose, 2003).
11
Entendamos al yo pensado en sus diversas modalidades, ya sea a nivel de género,
generación, edad, entre otras formas de corte social.
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2. Las teleologías son las formas de vida, metas o ideales propuestos a determinado grupo
social, en las que se incluyen los códigos de conocimiento que apoyan estos ideales y
valores éticos. Sobre cierta problematización surgirán las teleologías, y es allí donde la
desvinculación (Cumming y Henry, 1961) puede ser un resultado tan cierto como la
inclusión, la expectativa de dependencia o de autonomía, de pasividad o actividad, de
fracaso o éxito y de retiro o continuidad. 12 Todo ello dependerá del modo en que se
problematice la vejez y se construyan ideales sociales que funcionen como expectativas
sociales para este grupo.
3. Las tecnologías son los montajes estructurados a partir de una cierta racionalidad
práctica con el fin de encauzar la conducta de un sujeto en direcciones específicas,
propiciando determinados roles y funciones sociales. Toda tecnología debe estructurarse a
partir de prácticas e instituciones sociales a fin de posibilitar el objetivo deseado, pudiendo
ser tan dispares como las residencias geriátricas o los programas universitarios de adultos
mayores.
5. Las estrategias vinculan los procedimientos para regular las capacidades de las
personas a objetivos morales, sociales o políticos más amplios concernientes a los rasgos
deseables o no deseables de una sociedad. Las estrategias relativas a la vejez suponen una
inversión social que implica esfuerzos humanos y económicos relativos a investigaciones o
estudios científicos, narrativas artísticas, luchas sociales o políticas sociales, entre otros, y
12
Un amplio marco de ideales sociales es utilizado para describir los modelos de
vejez.
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que posibilita un tipo de cuadro de realidad u otro, lo que implica una cierta problematización
de la vejez.
En este sentido, la conformación de toda identidad es política, en la medida en que surge de
una dinámica que incluye el conflicto y la reivindicación por las representaciones de cada
grupo e individuo.
Estas premisas nos permitirán reconocer modelos de gobernabilidad y tecnologías del yo en
las diferentes temáticas que aluden a la posición del viejo y la vejez.
13
Por universal entiendo significados enteramente comunes en las diversas culturas y
momentos históricos.
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producir la realidad de una determinada manera, sin creer por ello que nuestras lecturas se
encuentren exentas de criterios prejuiciosos y estereotipados.
Existe una serie de falsas creencias acerca de la vejez, y una de ellas es el denominado
“mito de la “modernización” (Kertzer, 1995). Consiste en creer que antes, es decir a lo largo
de la historia, la vejez había sido apreciada y que la modernidad denigró el lugar simbólico
de los mayores. Así como también se sostiene que antes los viejos vivían en familias
multigeneracionales y ahora en familias nucleares, o que antes los viejos estaban excluidos
de la sexualidad y es ahora que se les empieza a posibilitar un espacio.
Resulta necesario ser preciso con los datos que arroja la historia y la antropología y no caer
en reduccionismos simplificadores que parecen hacer más aprehensible la realidad y que
pueden llevar a apreciaciones de la actualidad igualmente reduccionistas. Gran parte de
estos datos son falsos, y estos dichos se producen como efecto de un momento de la
cultura donde ciertas referencias de la realidad se interpretan de un modo determinado.
14
Entendemos por modernidad el período que va entre fines de siglo XIX y principios del
siglo XX.
29
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
15
Cabe señalar que la jubilación fue una creación de la segunda mitad del siglo XIX y se
extenderá progresivamente en gran parte de los países desarrollados y en vías de
desarrollo.
30
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
consecutivas, perdiéndose a su vez los mandatos sociales tales como las profesiones o los
matrimonios para toda la vida, generándose una cultura de lo limitado y de lo móvil.
De esta manera, pierden relevancia los acontecimientos simbólicos compartidos y pierde
vigencia el orden de los factores que definían anteriormente las diferentes edades. En este
sentido, Moody (1988a) sostiene que el curso de vida posmoderno es una extensión de la
adultez en dos direcciones: hacia atrás (la desaparición de la infancia) y hacia delante (de la
tercera edad), lo que lleva al ser humano a vivir como adulto joven, edad que sintetiza las
ideas de responsabilidad, autonomía y consumo diversificado (Iacub, 2006ª). Levy (2001: 4)
denominó “biografización” a que “los cursos vitales son interpretados culturalmente como el
resultado de los proyectos biográficos personales y su puesta en obra”.
Hoy encontramos dos tendencias opuestas: por un lado, la edad como un criterio fijo y un
mecanismo de control social, que aparece asociado tanto a las políticas sociales como a los
múltiples programas para adultos mayores; 16 y por el otro, la edad aparece como un criterio
irrelevante (Neugarten, 1999) que es parte de un discurso contemporáneo que busca
eliminar el peso institucional de las restricciones ligadas a la edad. Sin embargo, resulta
necesario mantener esta dualidad, lo cual permite redefinir esta categoría según criterios
más actuales. Su eliminación implicaría la pérdida de un criterio que actualmente indica
necesidades particulares, la conformación de tiempos sociales con expectativas específicas,
y donde su diferencia con respecto a otras edades no necesariamente implica
discriminación.
La noción de género surge como otra de las maneras de construir la identidad en lo social.
Esta se define como un conjunto de creencias, valores y representaciones acerca del varón
y la mujer, hetero, homosexual, que suponen roles, formas de expresión de las emociones y
los sentimientos, tipos de actitudes y actividades. Cada una de estas formas se despliegan
en contextos de interacción, mediatizadas por usos jerárquicos del poder.
Estos modelos de identidad son parte de una cultura que se transmite en cada generación
aportando representaciones de género, los cuales a su vez envejecerán de modos
diferenciales. La rigidez de los modelos denominados tradicionales acerca de los roles de
género pueden fragilizarse dramáticamente ante los nuevos contextos que plantea el
envejecimiento.
La fortaleza o el rol de productor y generador de recursos pueden caer dramáticamente en
un varón viejo si se sostiene un esquema rígido de valores “tradicionalmente masculinos”.
16
Lo curioso de estos espacios es que son para adultos mayores, pero se propone un estilo
de vida donde no hay distinción de edad.
31
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
Del mismo modo, la mujer vieja puede encontrar que las demandas femeninas relativas a la
seducción o a los roles maternales pueden no resultar manejables con el envejecimiento
(Neugarten y Gutmann, 1964; Livson, 1976; Troll L. y Parron, E., 1981; Sinnot, 1984).
Se concibe la cohorte como “un grupo de personas que experimenta un evento durante un
mismo intervalo de tiempo” (Allwin, Hoffer y McCammon, 2006: 23). Por esta razón la
cohorte no debe confundirse con la generación, ya que la primera se construye en función
de influencias específicas de eventos y experiencias históricas, que no necesariamente son
compartibles con el conjunto de las personas de la misma edad.
En términos más amplios, las cohortes modelan a un sujeto en la juventud, debido a la
apertura que se realiza a nuevos contextos y a múltiples formas de socialización. Se
adquieren perspectivas del mundo, asociadas a valores, creencias y actitudes, que
impactarán en esta etapa y se mantendrán (con mayor o menor fijeza) el resto de sus vidas.
Gergen (1973: 309) consideraba que “las teorías contemporáneas acerca de la conducta
social son primariamente reflexiones sobre historia contemporánea”. Por ello sugería que las
diferencias en el desarrollo entre personas de diferentes cohortes son de un gran
variabilidad de características, incluso en personas nacidas en la misma época, ya que
estas dependen de las circunstancias históricas particulares, generando trayectorias de
edades específicas que se reflejan en las capacidades cognitivas, ideologías políticas,
características de personalidad, u otras (Gergen, 1980).
Una de las diferencias más notorias se presenta en el incremento del coeficiente intelectual
entre cohortes. Schaie y Willis (2003) sostienen que esto se debe a que en la mayoría de los
países la educación ha aumentado y la persona media tiene niveles de escolaridad más
altos. Asimismo la nutrición y el cuidado sanitario mejoraron notablemente en los últimos 70
u 80 años, lo que lleva a que la condición física de los cerebros de las cohortes más jóvenes
se encuentre en mejores condiciones. 17
Los cambios de cohorte influencian también los rasgos de personalidad, hallando en las
generaciones actuales de adultos mayores niveles de apertura y extroversión (Neugarten,
1999).
17
Sin embargo, estas diferencias no resultan uniformes, ya que aun cuando en términos
generales en las once cohortes nacidas entre 1889 y 1966 en EE.UU., hubo incrementos en
la capacidad mental primaria de comprensión verbal y razonamiento, los aumentos se
pueden especificar en: la orientación espacial alcanzó su máximo en 1938; la capacidad
numérica en 1924, aunque luego descendió a los niveles anteriores (Schaie y Willis, 2003).
Este aumento no ha sido continuo y se ha acusado un descenso en varios factores. Los
jóvenes estadounidenses de hoy tienen peores puntuaciones en los tests que sus abuelos a
la misma edad.
32
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
Cada sociedad construye diferencias y semejanzas entre los grupos etarios, y al interior de
estas hallaremos otras segmentaciones producidas por los contextos de significación en los
que un sujeto esté inmerso. Ser pobre o rico no es simplemente un hecho económico, sino
que implica una serie de vivencias biológicas, psicológicas y sociales que determinarán
modos de llegar a la vejez, expectativas de rol, tipos de familia o de disponibilidad de sí que
pueden resultar diferenciales. Contar o no con una jubilación o un trabajo puede implicar
niveles de independencia o dependencia, recursos de atención y cuidado, capacidad de
seguir desarrollándose, entre otros.
La noción de etnia es otro eje diferenciador, en la medida en que ciertas formas culturales
basadas en orígenes comunes pueden ofrecer mayores o menores posibilidades de ofertas
sociales, recursos para concebirse como un sujeto de determinado rango y escala social,
expectativas de reconocimiento, etc. Uno de los ejemplos más interesantes son las
comunidades indígenas en las cuales el Consejo de Ancianos sigue reconociendo un rol
destacado de este grupo al interior de su comunidad.
Las diferencias culturales modifican incluso los temores más fuertes de los sujetos. Mientras
que en la cultura occidental una de las preocupaciones mayores de los viejos es quedar
discapacitado y pasar a depender de la familia, en India es uno de los valores centrales del
envejecimiento exitoso (Markus y Herzog, 1991).
Tratar el modo en que fue y es considerado el cuerpo en la vejez implica cuestionar uno de
los ejes centrales de reflexión sobre la vejez, su aspecto más visible y, en gran medida, más
controlable socialmente.
En el siglo XIX emerge una preocupación biológica y médica por tratar de solucionar las
enfermedades de la vejez, evitar los signos del envejecimiento y alargar el curso vital
(Bourdelais, 1993; Katz, 1996). Este enfoque produjo una reducción de interpretaciones
acerca del fenómeno del envejecimiento a un hecho biológico, en el cual todo debía ser visto
y constatable en el cuerpo. Las enfermedades propias de la vejez se vuelven el eje de la
temática, concibiendo incluso un término específico para denominarlas: la senilidad. Por ello,
33
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
Estos enfoques que heredamos siguen vigentes en múltiples lecturas de la actualidad. Estes
y Biney (1989), en su célebre artículo “Biomedicalización del envejecimiento”, presentan de
qué modo las lecturas sobre la vejez reducen la profundidad de las perspectivas a un
acotado modelo biomédico.
La biomedicalización del envejecimiento tiene dos aspectos íntimamente ligados: por un
lado, la interpretación social del envejecimiento como un problema médico, y por el otro, las
praxis del envejecimiento como un asunto reservado a los médicos. Dichas praxis
determinarán que la gerontología, como corpus científico, se plantee fundamentalmente en
términos de investigación médica; que las prácticas profesionales al interior de la
gerontología estén jerarquizadas y sostenidas desde estos valores; que las políticas
sociales, de formación y de investigación se fundamenten en estos criterios y que la
34
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
percepción pública lea la cuestión del envejecer desde esta reducida y sesgada óptica
(Estes y Binney, 1989).
Uno de los ejes centrales de la gerontología actual reside en calificar como prejuicioso la
asociación de la vejez con la enfermedad. Esta crítica presentó un cuadro de la vejez
distinto, mostrando potenciales de salud más amplios y nuevas maneras de conceptualizar
la temática.
La asociación entre vejez y enfermedad, y la demanda de normalización del envejecimiento,
promovió que se piense a la senectud como un momento donde el sujeto debería dedicarse
a cuidar su salud, limitando todos aquellos intereses que pongan en riesgo este valor. Este
objetivo, que tuvo interesantes repercusiones en la salud pública, resultó empobrecedor a
nivel individual, ya que se redujo el proyecto vital a una práctica de cuidados físicos.
Sin perder de vista que la vejez no es reducible a la enfermedad, si es constatable la
pluripatología de la persona vieja. Sin embargo, la cuestión central que habría que subrayar,
en la medida que podamos salir de ciertos modelos de “normalidad y patología”, es que la
vejez excede en gran medida la dimensión de salud o enfermedad; que la noción de salud
se basa en normas rígidas asociadas a la juventud y que existe una lectura moralista que
ejerce controles sobre aquellos que tienen cuerpos diferentes a la norma. 18 Dichos controles
se manifiestan en el envejecimiento al asociar la normalidad con la autonomía y la patología
con la dependencia, generando un gradual desempoderamiento que implica pérdida de
autonomía y autoestima.
El discurso gerontológico construyó un modelo de envejecimiento que desafiaba los
estereotipos de patología y decrepitud, evidenciaba el potencial de salud, cuestionaba las
falsas creencias sobre el real estado de salud de los mayores y conformaba nuevos
conceptos como la noción de salud funcional, que permite comprender la salud por fuera de
esquemas rígidos y poco útiles para este grupo etario.
Este cambio de modelo pudo presentar otra expectativa vital de los mayores, 19 no obstante,
se siguió problematizando la temática desde el mismo paradigma binario de salud-
enfermedad, aunque con diversas teleologías, autoridades y estrategias.
En las nuevas representaciones sobre el envejecer, surgen nuevos términos que buscan
problematizar la vejez desde otros parámetros:
18
Cole (1997) señala que los victorianos en los EE.UU. del siglo XIX tomaban la
lectura binaria de la salud y la enfermedad, asociando la primera con una moral de cuidado,
no derroche y fuerte control personal y la segunda con lo contrario.
19
Este factor aún impacta y sorprende socialmente y resulta particularmente visible en
medios de comunicación y en películas donde se presentan estos nuevos estilos de vida
activos.
35
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
− La noción de achaque es uno de los giros discursivos que más se han popularizado
para comprender un nuevo enfoque sobre la enfermedad que busca aminorar el
margen de pérdida a nivel de la autonomía y la autoestima.
− Se promueven nuevas lecturas del cuerpo en la vejez donde el ideal de la actividad
aparece como un nuevo antídoto frente a las viejas representaciones de deterioro y
enfermedad.
− El cuerpo fetiche, la fetichización de la sexualidad (Turner, 1995; Featherstone y
Hepworth, 1995) y la tendencia a la transetarización (Iacub, 2002, 2006a) reflejan
una nueva demanda social en la que los cuerpos “sin edad” son convocados a
mantenerse jóvenes, construyendo nuevos parámetros morales donde el envejecer
pone en juego el valor estético.
En los modelos de género surge la cuestión del erotismo relativo a la vejez. Esta dimensión
ha tenido diversos modelos de producción de sentidos al interior de la cultura occidental,
produciendo limitaciones y posibilidades a nivel del uso y disponibilidad de la sexualidad así
como del uso de los placeres (Iacub, 2006a).
a. No es bueno que el hombre esté solo y el goce sexual a lo largo de toda la vida: al interior
de la cultura judía, aparece como demanda que el hombre esté acompañado por una mujer
como un modo de alegrar su vida. Del mismo modo, aparece un llamado a disponer del
goce sensual en el marco de la pareja durante toda la vida.
b. La construcción del pudor: la imagen de la vejez aparece fuertemente deserotizada en la
medida en que se contrapone con los modelos estéticos vigentes asociados a la juventud.
Lectura que se arraiga muy claramente en la cultura grecorromana, donde la imagen del
cuerpo de los viejos remitía a lo cadavérico y a la desvitalización, con un conjunto de
características físicas y mentales que se les asociaban.
c. La respetabilidad como demanda moral: supone que los viejos tienen menos posibilidades
para el disfrute, ya que se encuentran más demandados socialmente a controlar sus
deseos, que los de otras edades. Esta lectura se vuelve explícita en diversos autores
romanos y posteriormente en los cristianos.
d. De la asexualidad a la perversión: el discurso burgués y victoriano construye un viejo que
por un lado es definido como un asexuado o imposibilitado para el sexo, aunque ante la
emergencia de un interés erótico puede ser concebido como un perverso. La noción de
perversión se basa en criterios estéticos, como la gerontofilia en Kraft Ebbing (1999), o en la
36
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
noción de un deterioro físico y mental que lleva a que el sujeto pierda madurez psíquica y
pierda controles psicológicos y morales.
e. El control corporal: un elemento clave en la deserotización de la vejez se encuentra
asociado a una visión utilitarista del cuerpo, propia de una lectura medicalizada y victoriana
(Cole, 1997), donde este no es concebido como un objeto de goce, sino de conservación. El
cuerpo es pensado como un objeto que debe ser mantenido sano incluso a costa de no
hallar disfrutes. Este control corporal devendrá particularmente fuerte en aquellos
amenazados por la enfermedad, por lo que el concebir este cuerpo como patológico produce
un fuerte efecto deserotizador.
f. La reducción de los goces a la genitalidad: es otro de los factores que limitan el acceso al
conjunto de los goces. En este sentido, el funcionamiento genital aparece como un
parámetro normativo que organiza la relación del sujeto con su deseo, especialmente en el
varón.
g. La promoción sexual: actualmente aparece una tendencia a la promoción del goce sexual,
en gran medida coincidente con una mirada uniage (Meyrowitz, 1984) que busca desafiar
las lecturas habituales de esta etapa vital. En este sentido, surge una sexualidad sin criterios
normativos de edad que resulta fuertemente sostenida por los relatos científicos que afirman
la importancia y la posibilidad y deseabilidad del sexo sin edad.
h. El cuerpo fetiche y la fetichización de la sexualidad (Turner, 1995; Featherstone y
Hepworth, 1995), anteriormente citados, aparecen como referentes de una forma de
erotismo en la que predomina lo estético y el dominio de lo visual, produciendo un goce más
ligado a la seducción y a la autocontemplación.
Rice, Löckenhoff y Carstensen (2002) plantean de qué manera las expectativas culturales
de Occidente acerca del envejecimiento influyen sobre las metas y las motivaciones
individuales, construyendo trayectorias del curso de la vida. Expectativas que tiñen las
lecturas de las ciencias, y en especial las sociales, en la medida en que estas pueden
terminar reflejando y reificando lo que la misma cultura produjo.
“La primacía otorgada a la contribución productiva en la sociedad occidental, enraizada en la
ética protestante del trabajo y, con el foco en el funcionamiento independiente, más que en
la interdependencia entre las personas son sellos del pensamiento occidental” (Rice,
Löckenhoff y Carstensen, 2002). Por lo que consideran que la vejez corre el riesgo de
presentarse como un antimodelo, por los cambios físicos que se producen y que ponen en
riesgo el valor de la autonomía.
37
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
Las descripciones del sujeto envejecido son múltiples y variables, aun cuando existen
algunas que se encuentran más extendidas socialmente.
Buena parte de las lecturas acerca de la persona vieja como sujeto psicológico se enraízan
en teorías de cuño biológico de fines del siglo XIX y primera mitad del siglo XX (Cole, 1993;
Iacub, 2006), en las que se suponía que el curso del deterioro físico repercutiría de igual
manera a nivel psicológico, al tiempo que se agregaban concepciones filosóficas acerca de
lo que significaba ser viejo en una época burguesa y victoriana, así como estilos de vida
supuestos para este grupo etario.
Nascher (1919) consideraba que los cambios normales de la mentalidad senil eran la
depresión, la falta de interés y un excesivo retraimiento sobre sí mismo. Nociones que serán
retomadas o validadas por muchas de las teorías psicológicas y filosóficas de su época.
El discurso emergente asociaba a la vejez como un momento improductivo, tanto a nivel
reproductivo como económico, lo cual los hacía equivaler con sujetos despreocupados por
sus congéneres o egoístas, menos adaptables, retomando las teorías biológicas de
38
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
Los adultos mayores son rígidos y deprimidos (Cooley, 1998; Whitbourne, 2001). Este
estereotipo supone un sujeto que cuenta con escasos recursos psicológicos, rígido, sin
capacidad de contar con herramientas de afrontamiento frente a los declives que plantea el
proceso de envejecimiento (Sneed y Kraus Whitbourne, 2005). Sin embargo, hoy contamos
con gran cantidad de evidencia empírica que muestra la existencia de conductas flexibles en
la vida adulta y adecuados recursos de afrontamiento. Los adultos mayores no son
necesariamente menos flexibles en sus actitudes o en sus estilos de personalidad,
comparados con los adultos jóvenes (Dihl, Coyle y Labouvie-Vief, 1996).
Los adultos mayores están aislados, abandonados o institucionalizados. Una de las
referencias más clásicas acerca de la vejez son las esperables carencias y limitaciones en
su integración social y redes de apoyo social en la vejez. Como regla general, se consideró
que las mismas sufrían severas pérdidas, a la vez que –por diversos motivos asociados a la
vejez– existían escasas posibilidades de incluir nuevos vínculos. Estas circunstancias
generaban frecuentemente situaciones de extremo aislamiento social, sentimientos de
soledad y diversas patologías que de ellas se derivaban. Al respecto, Carstensen y Charles
(2007) han propuesto que las explicaciones que se han brindado acerca de la disminución
de las relaciones sociales en la vejez se han basado más en ideas y estereotipos –en
muchos casos incorrectos– que en hallazgos de investigación. Esta afirmación ha sido
confirmada por los resultados de trabajos recientes que han cuestionado la supuesta
disrupción de la red como un hecho generalizado y propio de la vejez. Investigaciones
realizadas en distintos países han demostrado que los adultos mayores poseen una vida
social muy activa, disponen en su mayoría de redes amplias y suficientes, se encuentran
satisfechos con el apoyo del que disponen e incorporan nuevos vínculos durante esta etapa
de la vida (Arias, 2004; Arias y cols., 2009; Arias y Polizzi, 2010; Fernández Ballesteros,
2009). Con respecto a esta última cuestión, los estudios focalizados en la exploración
cualitativa de las redes de personas mayores y de los cambios –tanto pérdidas como
ganancias– producidas en la misma con posterioridad a los 60 años de edad, pusieron en
evidencia que los adultos mayores no solo mantienen relaciones que han sido establecidas
20
Se puede hallar este discurso mucho antes de la teoría de la desvinculación
planteada por Cummings y Henry (1961).
39
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
en etapas anteriores de sus vidas sino que además continúan generando nuevas e
incorporando muchas de ellas a sus redes (Arias, 2004; Arias y cols., 2009; Elgart, 2009;
Arias y Polizzi, 2010). Por último, la creencia acerca de la masiva institucionalización en
residencias para adultos mayores resulta falsa, y a nivel internacional es una pequeña parte
de la población la que allí reside. 21
Los adultos mayores son personas cognitiva y psicológicamente disminuidas (Sneed
y Kraus Whitbourne, 2005). Uno de los principales ejes de comprensión de la vejez en la
actualidad es la descalificación de la capacidad intelectual, hoy referida más
específicamente como cognitiva. Una suma de concepciones prejuiciosas y estereotipadas
acerca de los adultos mayores suele hacerlos equivaler a sujetos aniñados, con exageradas
limitaciones a nivel cognitivo que llevan a confundir los cambios normales en la memoria con
el deterioro cognitivo, generando muchas veces una generalización de las demencias ante
cualquier limitación o problema intelectual.
Esta descalificación promueve tres problemas centrales:
Curiosamente, existe una opinión en absoluto contraria sobre la vejez que afirma que son
todos sabios, lo cual más allá de ser un prejuicio positivo, es igualmente reduccionista de la
vejez.
La actividad ha devenido uno de los referentes más actuales que sitúa la problemática del
envejecimiento. Katz (1995) sugiere que desde los años sesenta, la gerontología ha
intentado salir de los esquemas discriminatorios al proponer para los viejos un estilo de vida
21
En la República Argentina solo viven en las residencias para adultos mayores un
1,5% de este grupo etario, según censo 2001.
40
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
“activo”, similar al de los jóvenes, que evidenciara el fondo mítico de los prejuicios y pusiera
en juego valores de la juventud en la organización de sus actividades.
Eckerdt (1986) vio en la construcción de una activa “ética de la ocupación” en la jubilación
una forma de regulación moral semejante a la ética del trabajo. La que Moody (1988b)
denominó frenesí de la actividad en la vejez, que puede enmascarar un cierto vacío de
sentido. Katz (2000) sostiene que el ideal de actividad parece ser una red que centraliza
diversas propuestas, que hablan menos sobre su significado y más sobre su utilidad.
La teoría gerontológica ha considerado el campo de las actividades posibles en la vejez no
solo como un instrumento empírico profesional, sino también como un lenguaje crítico
acerca de las narrativas prejuiciosas sobre esta etapa de la vida, un nuevo ideal cultural y
una racionalidad política (Katz, 2000).
Estas concepciones han generado que estar activo, en muchos casos, aparezca en las
representaciones sociales actuales como un recurso para enfrentar el propio envejecimiento.
Aun cuando el ideal de actividad sea criticado, debemos consignar las investigaciones que
muestran los efectos positivos de las mismas (Longino y Kart, 1981) y aun más que no
resulta sencillo reemplazar el valor del trabajo por valores de ocio. Las propuestas culturales
que tienden a generar una cotidianeidad revestida de propuestas de actividades facilita y en
gran medida vuelve accesible esta nueva etapa vital.
Es por ello que esta nueva demanda social requiere ser criticada en la medida en que obtura
elecciones y ofertas más singularizadas, puede suponer una negación encubierta al propio
envejecer o pensar actividades que no brinden sentidos más personales al tiempo que
trascendentes para los viejos. Aunque también debemos tener en cuenta los innumerables
efectos positivos de una vida activa, con opciones elegidas, frente a otros modelos de
pasividad augurada para los viejos.
22
La palabra “viejismo” es una traducción que realizó Salvarezza del concepto de
AGEISM, a la que también se la traduce como “edaismo”. Considero más apropiada a
nuestra lengua la noción de viejismo por representar más claramente lo que el término
denota.
41
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
Este prejuicio involucra procesos psicosociales por los cuales los atributos personales son
ignorados y los individuos son etiquetados de acuerdo con estereotipos basados en la
afiliación grupal.
Como todo prejuicio, genera dos actitudes fundamentales (McGowan, 1996):
Levy y Banaji (2004) plantean un punto de vista distinto acerca del viejismo, el factor
implícito del mismo. Es decir que puede operar sin ser advertido, controlado o con intención
de dañar de manera consciente, lo que se convierte en un factor particularmente complejo.
A diferencia de otros prejuicios, donde los victimarios y las víctimas suelen ser claramente
reconocibles, y donde el repudio es explícito (salvo a nivel estético).
No existen grupos que repudien y muestren antipatía hacia las personas viejas, como contra
otros grupos minoritarios, e incluso los prejuicios y estereotipos suelen estar tanto en los
jóvenes como en los viejos. 23
En este contexto, la ausencia de un odio fuerte y explícito hacia los viejos, por un lado, y una
amplia aceptación de sentimientos y creencias negativas por el otro, produce que el rol de
las actitudes y conocimientos implícitos acerca de la edad se torne especialmente
importante. Dicho análisis puede revelar en qué medida las raíces del prejuicio pueden
encontrarse en niveles no descubiertos o incontrolables (Levy y Banaji, 2004).
Levy y Banaji (2004) utilizan dos categorías: los “estereotipos implícitos de la edad” (también
llamados estereotipos automáticos o inconscientes), los cuales son definidos como
23
Probablemente el grupo que tenga características más similares sea el de las
mujeres.
42
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
pensamientos acerca de los atributos y comportamientos de las personas viejas, que existen
y operan sin presentar una advertencia consciente, intención y control.
Por otro lado, delimitan las “actitudes implícitas de la edad” (también llamadas prejuicios
automáticos o inconscientes), definidos como sentimientos hacia las personas más viejas
que existen y funcionan sin advertencia consciente, intención y control.
43
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
el planeta aun en este país tan chato, tan aburrido, tan sin alicientes, donde sólo pueden
gozar plenamente de la vida después de la juventud los millonarios y los gobernantes.”
“Cada persona tiene sus manías; la mas constante mía es el temor a la vejez y mi
interés por estudiar sus evoluciones, como ya lo he dicho, antes de la época de los
achaques y de la incontinencia.”
“Me he detenido sin interrupción a considerar la obra de los escritores y he advertido
que ninguno de ellos ha escrito sus mejores libros después de los sesenta y cinco años (…)
Simone de Beauvoir y (…) Sartre: ambos declinaron ostensiblemente alrededor de los
sesenta años. La obra anterior de ella puede contarse entre lo mejor de la literatura
francesa y de la novela universal, así como las piezas de teatro de él cuando estaban en la
plenitud de la vida.”
“…Lo cierto es que yo vivo aterrorizada ante la página en blanco por temor a cometer
libros tan mediocres como los de los colegas de mi edad.”
“La palabra terror acude constantemente en este texto, pues es la que mejor define el
aspecto que me ofrece el porvenir. El hombre no puede negar que existen la infancia, la
adolescencia, la juventud, la plenitud de la vida, la madurez, la vejez y la muerte. La
mayoría de los seres vivientes mueren sin haber rozado casi la vejez. (…) Yo he visto caer
a mi alrededor como árboles abatidos por un poderoso leñador a decenas de hombres y
mujeres que no habían alcanzado estos setenta años que hoy me agobian: infartos,
cáncer, accidentes, hemorragias cerebrales, edemas pulmonares y muchas causas más
me han ido dejando muy sola como a todas las personas de mi edad, para quienes los
demás no son intercambiables. Conozco a mucha gente que puede reemplazar a los
muertos queridos con amigos nuevos; por desgracia, yo soy muy selectiva, nadie
reemplaza a nadie. Hay quienes han ido apareciendo afectuosos y solidarios y han
mitigado así la pérdida irreparable de otro. “
“Para mi tener setenta años es llenar mi papelero con carillas rotas casi sin haberlas
releído porque si alguna resolución he tomado en este final de vida es no sentarme a escribir el peor
de mis libros porque si que se venderá igual y hasta habrá cierto público que lo
considerará estupendo. Me he jurado que esta anciana no traicionará a la joven escritora
que sacrificó dinero y halagos para dar lo mejor de sí misma a la vocación elegida desde
la infancia. Perdón si lo mejor fue sólo eso; la mediocridad no entraba en mis planes y no
la elegiré mientras me quede un soplo de lucidez y de esta altanería que me permite mirar
al mundo con la frente alta.”
44
Psicología de la Mediana Edad y Vejez
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