La Vida Es Una Divina Novela - M. Raymond
La Vida Es Una Divina Novela - M. Raymond
La Vida Es Una Divina Novela - M. Raymond
UN TRAPENSE EXCLAMA:
SEGUNDA EDICIÓN
NIHIL OBSTAT:
IMPRIMI POTEST:
FR. M. GABRIEL SORTAIS, O.C.S.O.
Abad General de la Orden Cisterciense.
IMPRESO EN ESPAÑA
1955
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A
DE NUESTRAS VIDAS,
COMO ÉL QUISO,
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¡QUIERO EL AMOR! ¡QUIERO LA VIDA!
TÚ PUEDES TENER AMBOS
INTRODUCCIÓN
“Vive y aprende” era una expresión frecuente en mis tiempos, que aún
hoy tiene su significado, aun cuando para la mayor parte de nosotros sea
necesario invertirla y decir: “Aprende y vive”.
Esta idea llegó violentamente a mí hace algún tiempo, cuando alguien
de dieciocho años se me presentó y con los ojos muy abiertos y brillantes
me dijo apasionadamente: “¡Quiero el amor! ¡Quiero la vida!” En tal grito
había rebeldía e intensidad de espíritu. Los labios proferían las palabras,
pero el clamor procedía del corazón. Mientras miraba aquellos ojos
abiertos y graves que expresaban decisión y desafío, casi desesperación,
ojos suplicantes y hambrientos, ojos fascinados y que todavía fascinaban,
pude advertir que lo que estaba contemplando era el alma de cada
muchacha que ha vivido, vive o vivirá. ““¡Quiero el amor! ¡Quiero la vida!”
es el grito universal de todas las hijas de Eva.
Viendo temblar las lágrimas en aquellos ojos casi retadores, decidí hacer
saber a cada muchacha católica viviente, que posee todo el amor y toda
la vida, aunque rara vez lo sabe.
Voy a intentar resumir en estas breves páginas las verdades que dije
aquella joven de dieciocho años, con la esperanza de convencer a cada
mujer de ocho, dieciocho u ochenta años de que ama y vive, aunque tal
vez no se de cuenta por llevar una venda en los ojos. Tengo,
principalmente, una verdad que quiero enseñar a todas. Esta: ¡LA VIDA ES
UNA DIVINA NOVELA!
¡Aprended esta VERDAD Y VIVID! Esta es la esencia y el resumen de estas
páginas. Haceros comprender primero que estáis viviendo una vida que
puede convertirse en una Novela Divina. Y luego, incitaros a vivirla.
Día de Nuestra Señora Sábado 17 de febrero de 1950.
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LA VIDA NO ES UN LUGAR DE PASO NO SEAS COMO
NONA
¡Bah! “¡La vida no es más que un lugar de paso!”
¡Cuántas veces habéis oído estas palabras! ¡Cuántas veces las habréis
dejado escapar vosotras mismas! Con inmensa amargura brotan en los
labios y salen al exterior antes que nos demos cuenta. ¡Pero son una
mentira!
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afirmar que Nona es “un madero a la deriva en el Mar de la Vida; un
objeto fluctuante sobre las aguas del mundo; un juguete para el flujo y el
reflujo de las mareas; un algo a merced del primero a quien se le brinde
ocasión de recogerlo”.
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EL AMOR ES CIEGO… NI SIQUIERA LLEVA VENDA PERO
LOS AMADOS ESTÁN CIEGOS MUCHAS VECES
El mundo, el muy discreto, ríe y ama; pero yo supongo que el mundo
sofisticado sonreirá ante nuestra primera conclusión diciendo: “Si la vida
es amor, el amor seguramente es ciego.” Permítaseme decir que el
mundo discreto no es tan discreto y que el mundo sofisticado no está en
lo cierto. Ni el amor es ciego ni tampoco lo es el amante; pero los amados
suelen estar ciegos con demasiada frecuencia. “Los árboles no le dejan
ver el bosque”, ni los regalos del amante le permiten ver a este.
El amor es pródigo, pero siempre persigue algo. La infinita inteligencia
no dijo: “Hágase la luz” por un designio meramente deportivo. Los
Omnipotentes Dedos no hicieron una figura de barro a su imagen y
semejanza dotándola luego de aliento vital por puro recreo. Júpiter,
Saturno, y Urano no flotan en el espacio simplemente porque Dios ama
la luz y el movimiento. ¡No! Dios trabaja con intenciones definidas. Dios
sabe lo que quiere de cada planeta y de cada abeja, cada árbol y cada
sub-electrón. Dios tiene un eterno propósito respecto a ti, no te ha
abandonado después de crearte, sino que te “dirige” hacia Él. Como tú
sabes, el amor es posesivo, anhela tener y ser tenido, y Dios está
enamoradísimo de ti. Te ha creado, sí, pero te ha creado para Él.
Habiéndote creado en el Tiempo, te desea para la Eternidad y para la
Eternidad te tendrá aunque en el Tiempo hayas sido una creatura real.
Las llaves se han hecho para abrir las cerraduras, los relojes para medir
el tiempo, las campanitas de plata para tintinear y los capullos de rosa
para encenderse en la gloria de la flor. Las sombras desaparecen con la
luz del día y el crepúsculo trae fatalmente la noche. Una abeja produce
su miel y la luna rige las mareas. Todo ello es obra de Dios. Cada creatura
tiene su destino, cada creación, su finalidad apropiada. Él es tu principio
y tu fin. Por eso debes conocerle y amarle en el Tiempo y en la Eternidad.
Tu pensamiento debe encaminarse hacia la verdad y tu corazón a todo
cuanto sea bello. Y lo mismo que las muñecas no te divertían en los
últimos años, ni las chucherías del tiempo ni las frivolidades del corazón
pueden satisfacer adecuadamente tu alma. No obstante, tu hambre
puede ser saciada y tu ardorosa sed apagada, pues de lo contrario, Dios
no sería Dios, sino un burlador que habría jugado un juego cruel con la
humanidad. Como recordarás, el Faraón ordenó a los judíos hacer
ladrillos negándoles el dinero y los medios para hacerlos. Viendo su
desconcierto, se reía de ellos cruelmente. Dios sería como el Faraón y aún
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peor que él, si tratando siempre de que nuestras almas se dirigieran hacia
lo bueno, lo bello y lo verdadero no nos permitiera conocerle y amarle,
que es la Bondad, la Belleza y la Verdad por excelencia.
No; el amor no es ciego ni lleva una venda pero los amados muchas
veces si están ciegos.
La vida no tiene “misterios”, ni la existencia “enigmas”. Ambas son
cosas sencillas con una finalidad, un objetivo, una meta: amar. ¡La vida es
amor! Se te ha dado en un acto de amor por el amor y para el amor.
Empezó porque Él te amaba, continúa porque Él te ama todavía y su final
será en el Eterno Amor si tú le amas. ¡Tú eres, pues, la única que no ve!
¡Quítate la venda, mira y verás como la vida es una DIVINA NOVELA!
QUÍTATE LA VENDA Y VE
Dos hombres estaban sentados sobre el borde meridional del gran
cañón del Colorado, contemplando el hondo abismo más allá de las rocas
fantásticamente talladas; unas, como mezquitas turcas con sus cúpulas y
minaretes; otras, como imponentes castillos-fortalezas medievales e
incontables torres y almenadas. Más lejos todavía ven otros bloques
pétreos rojos, parduzcos, purpúreos, y más lejos aún, otros amarillos,
grises y dorados, y abajo la cinta de sólida plata que es el río. Colorado
corriendo impetuoso hacia el mar. Era un magnifico aspecto de la
naturaleza, que con el martillo del viento y el cincel de la lluvia ha
esculpido sorprendente siluetas en las rocas teñidas con todos los colores
del arcoíris.
Uno de los hombres quebró el larguísimo silencio causado por la
grandeza del espectáculo, con una voz que era un poco más que un
suspiro, y dijo:
-¿No es verdad que todo esto nos hace sentirnos pequeños?
Antes de responder, el otro miró a derecha e izquierda, a lo alto y a lo
bajo. Luego, contestó casi con un alarido:
-¿Pequeños?... ¿pequeños? Yo digo que no. Al contrario, todo esto me
hace sentir grande, inmensamente grande-
Y enseguida, rebajando un poco el tono, añadió:
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-Precisamente, estaba pensando que Dios ha trabajado durante siglos
con el viento y la lluvia, el río y las rocas, para que hoy pudiésemos
admirar su gloria y su grandeza escrita en este soberbio monumento de
piedra.
He aquí un curioso contraste y en el que debes fijarte. Uno de los
interlocutores, sin aliento, se sentía infinitamente pequeño; el otro, más
sereno, se sentía grande. Uno veía en las rocas y el río un
grandioso espectáculo. El otro veía a Dios. El primero tenía simplemente
una visión. El segundo, “descubría”.
A ti te digo, mujer: “¡Quítate la venda de los ojos, y ve! Ve a Dios en
todo cuanto te rodea. Esa es la razón del mundo y lo que puede hacer
que veas a Dios.”
A menudo te habrás emocionado escuchando la lectura de los árboles.
Por una vez, la música se funde con el espíritu y el sentido de estos versos
que difícilmente podemos llamar un poema, pues son más bien la
plegaria de un poeta. Tú y yo miramos al bosque y vemos la espesura de
floresta, pero, Kilmer, el poeta que rezaba, veía a Dios. Escucha estos
versos:
El árbol mira a Dios todo el día y alza sus frondosos brazos
para orar.
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Resuenan en su voz. Y esculpidos por su poder Las rocas son
sus palabras escritas.
¡Oh sí! ¡Debes ver como vieron estos hombres! Ver a Dios, Tu Amante,
en todas partes y en todas las cosas que viven en torno tuyo. “Dios es lo
Evidente invisible”. No seas como tantos ciegos. ¡Quítate la venda y mira!
En el amanecer y en el crepúsculo, las gentes ven un cielo bellísimo: tú
debes ver a tu hermoso Dios. En el Océano, el mundo ve una inmensa
extensión de agua: tú debes ver la Inmensidad de tu Dios amoroso. En las
montañas, la Humanidad ve solo las altas cimas en las que puede
esconderse el oro: tú debes ver la Eternidad de tu Dios Invariable. En la
noche, los hombres ven la paz del firmamento tachonado de estrellas: tú
debes ver la Santidad de Dios en la quietud celeste y Su Grandeza Infinita
en el orden de las miríadas de astros. En el copo de nieve, los demás ven
agua congelada: tú debes ver el Poder de tu Dios machacándola en su
yunque del éter y admirar la perfección de Sus dedos en cada cristalito
de escarcha. En cada gota de lluvia, en el que los otros ven un indicio de
humedad: tú debes ver la Omnipotencia de tu Amante que ha puesto en
ella la fecundidad y la vida. Sí, tú Dios es lo Evidente Invisible, y por ello
has de abrir mucho los ojos para verle. ¡Mira, pero no como el mundo
quiera que mires, sino como tu Dios quiere que mires y podrás verle!
¡Dios es tan práctico! Tú no puedes amar lo que no conoces y Dios
quiere que le ames, aunque sea como es lo “Evidente Invisible”.
El microscopio, el telescopio e incluso la simple vista, te descubrirán a
tu Único y Verdadero Amante que es ÉL. Dios está por su propia Voluntad
en todo cuanto te rodea: en el cielo, en el mar, en la tierra, en las hierbas,
las flores y las frutas. En cualquier sitio y en cualquier objeto en el que
fijes la mirada verás a Dios. Y Él es tan hermoso, tan bueno, tan poderoso,
tan adorable, que tú no puedes ayudarle más que haciendo lo que desea
que hagas; es decir, rezándole, reverenciándole y sirviéndole, con lo cual
salvarás tu alma. Basta con que le ames en el Tiempo para que Él te
recompense en la Eternidad. El designio de todas las criaturas es
mostrarte al Creador. Y la finalidad de la vida: amar.
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ES MENTIRA QUE “LA VIDA NO VALE NADA” VIVIENDO
SE PUEDE GANAR UNA ETERNIDAD DE AMOR
A pesar del hecho, de que todo cuanto llevo dicho es patente para
cualquiera que realmente piense, hay quienes aseguran que “la vida no
vale nada”.
Hace algunos años, recorté una pequeña noticia en un periódico. Era
breve y lacónica, pero ¡qué tragedia envolvía! Se trataba de un telegrama
de la Asociated Press, que decía:
“Los cuerpos de la señora Wilcox, de treinta y cuatro años, y de su hija
de veintiún meses, han sido encontrados hoy sobre la playa del lago
Ontario.” Una nota escrita por la mujer decía: “Me llevo a mi hija
conmigo. Las habladurías de esta ciudad me han matado, y para Carolina
Mae no vale la pena vivir”
¡Qué tragedia! Piensa bien en ella. Una mujer de treinta y cuatro años,
esposa y madre, que no sabe todavía que la vida vale mucho. Y su hija, la
pobre Carolina Mae, que porque su madre pensaba que la vida no valía
nada, se vio a los veintiún meses privada de la posibilidad de vivir una
divina novela.
Si hubieses conocido a la señora Wilcox antes de tomar su fatal
decisión, ¿qué le habrías dicho? ¿No habrías gritado?: ¡“No, no! La vida
no es “un lugar de paso”. ¡La vida es amor! Carolina Mae tiene mucho
que vivir. Tiene una Eternidad de amor para vivir. Dios la ama, Dios la
desea. Dios ha planeado una estupenda novela para ella. Conforme a
sus planes. Su vida será una historia de amor. Dios la creó por amor y por
amor la hace vivir. Todo este mundo que nos rodea, Dios lo concibió para
que Carolina Mae pueda conocerle y amarle y servirle. Tu hija debe vivir
de acuerdo con este alto designio y si lo hace tendrá la recompensa del
Amor por los siglos de los siglos. Estos son los proyectos de Dios acerca
de su hijita. ¿Cómo no ves que la vida vale mucho? ¿Cómo no adivinas
que la vida puede significar nada menos que la ganancia de una Eternidad
de amor?
¿No hubieras arrancado a la niña de los brazos de su madre gritando:
“¡Oh, mi querida señora Wilcox, esta niña no es suya, sino de Dios!
¡Fíjese, en esta maravilla de su Omnipotencia! ¡Mire sus manitas y sus
piececitos y su cabecita! ¡Mire sus ojos, sus orejas, su boquita y su
graciosa naricilla!?... ¡Oh, señora Wilcox! Solamente Dios es capaz de
crear estas cosas encantadoras.
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¡Tómele el pulso! ¿Sabe lo que significa? Significa que dentro del
pechito de la niña hay un corazón que late y reparte la sangre desde el
dedo gordo del pie hasta la cabeza. ¡Solo Dios ha podido hacer latir ese
corazoncito! Mire esas orejitas, son rosadas, nacaradas, que pueden
captar los sonidos. Esos ojuelos que pueden ver, esa lengüecita que
puede saborear, esas manitas que pueden tocar. ¡Solamente Dios puede
hacer fuerte su fragilidad!… Señora Wilcox, además piense que ha de
llegar un día en el que su hijita la conocerá y amará no como ahora lo
hace, por instinto, sino por inteligencia; pues Carolina Mae, tan
chiquitina, tienen un alma, un alma inmortal llena de espiritualidad. Esta
alma, señora Wilcox, la hace como Dios. Dios es Espíritu, lo mismo que
Carolina Mae es alma. Si Él es eterno, el alma de ella es inmortal. ¡Él es la
Trinidad en la Unidad y ella tiene tres facultades en el alma! Él es infinito
y los deseos del alma de su hija casi lo son también; Él es el Pasado,
el Presente y Futuro y ella puede recordar el pasado, conocer el presente
y proyectar para el futuro. ¡Dios es Verdad, el pensamiento de la niña
busca la Verdad; Dios es Belleza, y esto es lo que desea el alma de la niña,
Dios es Amor, y el alma de Carolina Mae aspira al Amor! Carolina Mae es
su hija, señora Wilcox. Eso es cierto. Pero es mucho más cierto que es hija
de Dios. Quizá tenga las mismas facciones y ademanes, los mismos ojos y
la misma nariz que usted, pero su alma inmortal está sellada profunda e
indeleblemente en la verdadera imagen de Dios. Por eso pertenece
totalmente a Dios y para usted solo ha sido prestada. Pertenece
exclusivamente a Dios que la ha hecho para Él.”
Es demasiado tarde para que hables con Carolina Mae o con su madre,
pero aún es tiempo para hablarte a ti misma. Todo eso que hubieses
podido decir a la señora Wilcox sobre su hija, es igualmente verdadero
para ti. Dios te ama con un amor incesante si vives conforme a sus deseos.
¡No! “La vida no es un lugar de paso”. El amor no es ciego. La vida vale
mucho: nada menos que una Eternidad de amor. Por todo eso insisto en
que la vida es una Novela Divina…, pero que puede deshacerse.
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escuchamos las voces miserables, sensuales y paganas del mundo, llenas
de falsedad y mentira.
Como recordarás seguramente, Lady Macbeth era una mujer de una
tremenda fuerza de voluntad. De haberla empleado rectamente, podría
haber sido la protagonista de una saga heroica. Podría haber llevado a su
esposo a las cimas más altas de la santidad, lo mismo que le arrastró a los
más odiosos crímenes. Pero lady Macbeth escuchó a los falsarios y a los
embusteros. Escuchó las voces del mundo, que al susurrarle: “Sé
poderosa”, le abrieron el camino de la sangre. Mas, ¿para qué recurrir a
Shakespeare y a las ficciones literarias? Repasa la Historia y la Sagrada
escritura y en ellas encontrarás el contraste entre quienes han escuchado
las voces del mundo y quienes prefirieron oír tan solo las de su alma.
Fíjate bien el agudo contraste que ofrecen, por ejemplo, Cleopatra, de
Egipto, y María, la Virgen de Nazaret.
Cleopatra oyó que el mundo le incitaba a ser grande, y dedicó todo su
tiempo, su belleza y su talento a ese solo fin, esclavizando a los hombres
más poderosos y utilizándoles como escalones para la gloria de su trono.
Gozó fama de hermosa. Yo supongo que, en efecto, debió serlo. Y sé que
era inteligentísima y sé también que concentró todas sus energías en su
ambicioso designio, consiguiendo llegar a ser reina de Egipto.
Pero fijémonos en la Virgen de Nazaret. María escuchó sólo las voces
de su alma, que repetían incesantemente: “Tú has sido creada por Dios y
para Dios. Sé feliz”. Y María consagró todo su tiempo y sus facultades a la
oración, la reverencia y el servicio de su Hacedor. La Inmaculada Virgen
de Nazaret “no conoció varón”, pero ganó a Dios.
Marco Antonio fue a Cleopatra atraído por la belleza de su cuerpo,
pero Dios fue a María a causa de la belleza de su alma. Cleopatra llegó a
ser reina de un pequeño y efímero reino. María se convirtió en la Madre
de Dios; luego, en la Madre de todos los hombres; y, finalmente, en Reina
de los Cielos, un reino inmenso que jamás acabará. Al final de su vida,
Cleopatra se hizo morder el pecho por un áspid, con lo que condenó su
alma. Cuando murió María, fue transportada en cuerpo y alma a la
Mansión de la Suprema Felicidad. ¿No es el mundo una mentira? Qué
piensas de la existencia de Cleopatra: ¿fue un éxito o un colosal fracaso?
¿Calificarías su historia de novela o de tremebunda tragedia? ¿Dirías que
su vida y sus amores fueron reales o ficticios? En cuanto a María
Inmaculada, todas las generaciones pasadas, presentes y venideras, la
veneran y la bendicen.
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El mundo tiene muchas voces sugestivas con las que hace innumerables
conquistas, pero para todas ellas emplea las armas del fraude y la
mentira. Habla de riquezas, placeres y popularidad; ofrece fama,
hermosura y poderío; alude a los “buenos tiempos”, a lo grato, lo
confortable, lo seguro; brinda la libertad en el trabajo y en el goce;
insinúa los medios para evitar las consecuencias de los actos humanos y
frustrar los designios del Dios de la Naturaleza; insiste una y otra vez en
las más odiosas mentiras. El mundo siempre dice las verdades a media o
desfiguradas con la intención de arruinar tu novela, de hacer que tu alma
inmortal se pierda.
¡Sé cauta y prudente! ¿Cuál es la verdadera aspiración en la vida? No lo
son ni la fortuna, ni la fuerza, ni el poder, sino la felicidad. ¿Quiénes son
los torpes? Quienes escuchan los mendaces susurros del mundo; quienes
aman el placer considerándolo superior a la pureza; quienes pretenden
hacerse gratos a los ojos de los hombres y pierden con ello la gracia de
Dios; quienes piensan más en embellecer su cuerpo que en adornar su
alma; quienes prefieren ser populares a ser virtuosos; quienes posponen
la bondad al dinero; quienes buscan los violentos y venenosos deleites de
la carne en vez de los caminos que conducen a Dios. ¡Esos son los torpes
y los insensatos! Dime… ¿dónde están ahora las hermosas mujeres de
hace veinte años? Eran la comidilla de la ciudad. Tenían a los hombres
rendidos a sus pies. Pero la belleza se marchita y los hombres tienen mala
memoria. ¿Dónde están ahora las mujeres ricas de hace unos años? La
depresión económica estalló como una tormenta a la que siguieron la
ruina de muchas casas y los suicidios de las que daban más importancia a
su dinero que a su corazón. ¿Dónde están ahora las grandes reinas de
hace solo cien años? Yacen en sus sepulcros, y los tronos desde los que
dominaban se han derrumbado o están ocupados por usurpadores.
Si te asalta el ansia de poder, piensa en Isabel I de Inglaterra y en Santa
Isabel reina de Hungría, en el contraste entre la que llamaron “la buena
reina Bess” y la adorable santa de Dios. Durante unos cuantos breves
años, ambas tuvieron su grandeza y su gloria; grandeza y gloria a las que
tú ni siquiera puedes aspirar. Pero ambas tuvieron que dejarlas para
compadecer ante Su Creador, que no les preguntaría: “¿Te has
beneficiado con el poder, la gloria y la grandeza?”, sino: “¿Cómo has
utilizado ese poder, esa gloria y esa grandeza que te di?” “¿Has vivido
conforme a mis designios o has preferido prestar oídos a las voces del
mundo? ¿Has escrito una Novela Divina o has arruinado la que te
correspondía?”
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Cuando el mundo te cante las excelencias del dinero -¡tantas veces lo
hará!- piensa en Dives y recuerda a Lázaro. Uno tenía dinero con el cual
podía comprarlo todo. El otro era pobre, lamentablemente pobre. El
primero acabó en el infierno, mientras que el mendigo alcanzaba el cielo.
Cuando el mundo ensalce a los ricos— ¡lo hará tantas veces!—piensa
en Dives, acuérdate de la parábola de Lázaro, acuérdate de San Juan
Evangelista. Uno conservó sus riquezas y perdió un apostolado con
Jesucristo, el otro lo dejó todo y se convirtió en el discípulo predilecto.
Cuando el mundo pondere el placer— ¡siempre lo hará!—piensa en
Herodes y recuerda a Juan el Bautista. Uno poseía cuantos lujos puede
ofrecer el mundo, el otro habitaba en el desierto y desconocía todos los
goces de los sentidos. Pero Cristo ni siquiera habló del primero y en
cambio consideraba al segundo “como el hombre más grande que ha
nacido de mujer”.
Cuando el mundo te hable de belleza— ¡oh, ya creo que lo hará!—
piensa en cleopatra y recuerda a María Inmaculada. La reina ganó a los
hombres; la Virgen ganó a Dios.
Cuando el mundo te ensalce la fama, la popularidad, el favor de los
poderosos— ¡es seguro que ha de hacerlo!—piensa en Herodías y en su
hija de Salomé. Ambas fueron “las primeras damas del país” mientras
gobernó Herodes, y recuerda a María de Magdala, escarnecida por los
escribas y los fariseos y cuyo arrepentimiento y santidad fueron amados
por Jesús, el Hombre-Dios.
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Había sido una chica buena y bonita. Trasladada a su casa, fue
amortajada de blanco, y el corazón más duro se conmovía al ver la fría
belleza de su rostro serenado por la muerte. Los de la funeraria habían
restaurado la rota belleza hasta el punto de que la linda joven no parecía
muerta.
Pero, como frecuentemente ocurre, el conductor del coche no resultó
herido de gravedad. La noche antes del entierro acudió a la capilla
ardiente y contempló la muerta belleza de la que amaba. De pronto, se
estremeció, balbuceó unas palabras, y dando un grito de horror, salió de
la estancia. Un médico que allí se encontraba le siguió, le agarró
violentamente para hacerle volver en sí diciéndole que se dominara, pero
se detuvo y miró fijamente a los ojos del muchacho que gritaba: “¡Está
perdida! ¡Está perdida!” No es extraño que el médico se asombrara, pues
los ojos que veía eran los de un hombre que ha perdido la razón, un
hombre que solo podía articular estas frases: “La he llevado yo a la
muerte. La he llevado yo al infierno”. Aquel muchacho, vive todavía
recluido en un manicomio y repite sin cesar en voz baja: “La he llevado
yo a la muerte. La he llevado yo al infierno…”
Lo ocurrido fue sencillamente que aquella noche, ambos jóvenes
escucharon el consejo insidioso: “¡Pruébalo, aunque sea una sola vez!” y
habían pecado. Pecaron aquella noche y la muerte sorprendió a la
muchacha en pecado mortal.
¡Oh, qué ironía la de aquel velatorio! No puede sorprender que el joven
se volviera loco al contemplar la belleza de la muchacha amortajada con
el color de la pureza y saber que su alma estaba condenada al infierno.
¡Qué ironía en todo! La chica había muerto frente a un edificio en el que
se encontraban cincuenta sacerdotes, pero la muerte llegó antes que
cualquiera pudiese darle la absolución.
Esto ocurrió hace veinte años, pero indudablemente, sino tuvo tiempo
de arrepentirse en los últimos momentos, llevará esos veinte años
abrasándose en el infierno, y por todos los siglos de los siglos seguirá
abrasándose, lo que llenará de tristeza a su Amante Dios que la había
hecho con su Amor, para su Amor. Y todo, por haber escuchado la odiosa
voz del mundo que decía: “¡Pruébalo, aunque sea una sola vez!”
¡Cuántos han escuchado también esta pérfida frase!: “Todo el mundo
lo hace”, que ha llenado al mundo de corazones rotos, de hogares
deshechos, de vidas arruinadas. La frase “Todo el mundo lo hace, ha
manejado una espada de dos filos como la de Herodes en la matanza de
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los Inocentes, y muchas mujeres están ahora como Raquel, “añorando
los hijos que no pudieron tener y no tienen”. La afirmación “Todo el
mundo lo hace”, ha dado ocasión a que incontables muchachas
sacrifiquen lo más valioso de su ser, ha robado al mundo moderno de las
virtudes antiguas de amor, lealtad, honestidad, inocencia, decencia y
modestia. ¡Y es una tremenda mentira! Todo el mundo NO LO HACE. En
efecto, ninguna mujer que sepa que Dios es su Amante y su vida una
Divina Novela, lo hace.
Cuando oigas decir: “Todo el mundo lo hace”, piensa en reno, piensa en
los manicomios oficiales y particulares, piensa en los innumerables
náufragos nerviosos que pagan buenos dineros a los neurópatas
psicoanalistas por haber escuchado la mentira de que “todo el mundo
lo hace”. Sí; lo hace todo el mundo lo bastantemente estúpido para creer
que la Naturaleza puede ser frustrada, y ser burlado el Dios de la
Naturaleza. ¡Oh!, sé prudente y advierte el engaño que el “todo el mundo
lo hace” es un engaño del demonio.
Pero quizá la peor insinuación que el mundo pueda hacerte es la de ser
“moderna”. ¡No seas medieval! ¡Sé amplia de pensamiento! ¡No seas una
puritana cerrada! ¡Oh, sé “humana”! Esta es toda la escala, pero la nota
dominante es “sé moderna…”, que realmente quiere decirte que seas
estúpida y peques. Pero reflexiona y dime si hay algún pecado
“moderno”. El pecado nació con Adán y Eva en el paraíso, o antes, nació
con Lucifer, en el alborear de la Creación. Los ángeles pecaron una vez y
se convirtieron en demonios. Nuestros primeros padres pecaron una vez
y la consecuencia fue la pérdida del paraíso para toda la Humanidad.
¡Qué “moderno” es el pecado!
¿En qué consiste la “amplitud de pensamiento” respecto al pecado?
Todo egoísmo es estrecho y todo pecado es egoísta. ¿Puedes decirme
qué hay de “humano” en esto? El hombre fue creado como animal
racional y elevado a rey de la creación visible. El pecado es la servidumbre
a la parte más baja de la naturaleza humana, la servidumbre a las
creaturas. “Sé moderna” es otra mentira diabólica. “¡Sé moderna!…”
¡Como si los Diez Mandamientos de la Ley de Dios pudieran envejecer!
¡Como si el Dios eterno con su promesa de Eternidad pudiera quedarse
anticuado! ¡Como si el Amor, el amor real, fuera algo vetusto!
Hija de Dios, debes saber que el mundo es peligroso, sucio, mortífero.
Si no puedes hacer nada para purificarte, ¿por qué LEES lo que lees? Las
páginas de los periódicos y de las revistas, los best-sellers, no son
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escobas. Las historias de crímenes, divorcios, perversión, voluptuosidad
y “amor libre” son sucias.
¿Por qué VES lo que ves? El cine, los shows, la literatura pornográfica,
el desfile de la carne… ¿por qué HABLAS lo que hablas? Los cuentos
obscenos, los chistes picantes pueden ser divertidos, pero desde luego
no son limpios.
¿Por qué BEBES como bebes? Dios hizo el vino para regocijarse no para
embriagarse. ¿Por qué BUSCAS lo que buscas? El dinero por el dinero, la
fama, el favor, la popularidad, el placer por ellos mismos. ¡Con ello abusas
de las criaturas de Dios! ¡Con ello prestas oídos a las voces embusteras
del mundo!
¡Con ello estás arruinando por el PECADO tu Divina Novela!
Impúlsame Señor!
Sí, usa de los dones divinos, sin abusar de ellos. ¡No le vuelvas la espalda
a tu Dios! ¡No peques!
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El Edén fue profanado, pero los rojos arroyos de la Divina Sangre
corrieron Monte Calvario abajo y la Divina novela de la Humanidad se
reanudó. ¡El Paraíso puede volverse a ganar!
¡Oh, qué Amante pródigo es nuestro Dios! Tú y yo habíamos perdido
todo derecho a su benevolencia. Tú y yo habíamos sido tan ciegos como
la señora Wilcox. Tú y yo habíamos encenagado nuestras almas en el
pecado, y nuestra Divina Novela esta tan muerta como la propia Carolina
Mae el día que encontraron su cuerpo en la playa del lago Ontario. Tú y
yo habíamos escuchado todas las voces insidiosas del mundo. Nos dijo:
“Prueba, aunque sea una vez”, y pecamos. Nos dijo: “Todos los demás lo
hacen”, y volvimos a pecar. Nos dijo: “¡Sed modernos, sed humanos!”, y
pecamos, pecamos y pecamos. Día tras día volvimos la espalda a nuestro
amante. Día tras día hicimos brotar la sangre del Sagrado Corazón. Día
tras día lo destrozamos con nuestra conducta y, ¿qué hizo el Corazón de
Cristo? Decidido a reconquistarnos a pesar del mundo, el demonio y la
carne, decidido a recuperarnos, no obstante nuestra estúpida ceguera
y nuestros increíbles egoísmos, decidido a que fuésemos suyos a pesar
de nuestro pecado infinito, encontró un camino sagrado y estableció los
Sacramentos.
Ahora el amor si es ciego y el Amante no verá nuestras estupideces,
nuestras ofensas, nuestros infinitos pecados ni todo lo que ha pasado si
le decimos: “Estoy arrepentido y no lo haré otra vez.” Nosotros habíamos
arruinado nuestra Novela; pero Él quiere reanudarla y lo hace
sencillamente. ¡Sólo Dios, solo un Dios Infinito con esa sencillez!
¡Qué Amante tan generoso es Jesucristo! Aunque su Corazón está
herido y sangra es el “lebrel del Cielo”. Y aunque nosotros “le huyamos
noche y día a través de los arcos de los años”, escondiéndonos para que
no nos encuentre, Él seguirá persiguiéndonos eternamente. Aunque
abandonemos el rebaño; Él seguirá siendo el Buen Pastor. Aunque
erremos lejísimos, Él dará con nuestro paradero el noventa y nueve por
ciento de las veces. Él es el Padre de todos los hijos pródigos y aunque
dejemos el hogar, vivamos tormentosamente y despilfarremos nuestro
patrimonio, seguirá buscándonos para encontrarnos al fin por mucho
que retrocedamos. Y cuando nos encuentre, nos besará amorosamente,
aunque estemos sucios y con el alma enferma de pecado siempre que
estemos avergonzados de ello.
Pero, ¿para qué utilizar imágenes y palabras? Basta con decir que es
Dios y con esto se expresa todo. Solamente un Dios infinito e
23
infinitamente amante pudo inventar el Tribunal de la Confesión,
estableciendo a las plantas de Sus representantes ungidos un punto de
reunión con sus amados dispersos, un lugar de cita de Su Omnipotencia
y el alma por los pecados, sitio secreto para encontrarse Dios con sus
hijos extraviados.
¡Oh, qué fácil es elevarse con Dios! ¡Qué fácil rehacer una Novela
interrumpida! ¡Qué fácil restañar la sangre y curar las heridas de Su
Corazón y las del nuestro! ¡Qué fácil hacer latir de nuevo al unísono Su
Corazón y el nuestro, antes separados y arrítmicos!
¡Qué amante más indulgente y perdonador es Dios! Tú y yo
arrancábamos de nuestros dedos el anillo de compromiso con Él y se lo
arrojábamos a la cara cada vez que abusábamos de sus dones, cada vez
que la pasión, el placer o el orgullo, la cólera, la envidia, la glotonería o la
pereza nos corteja obstinadamente, cada vez que nuestro temperamento
pecador cede a sus instancias. Pero, si a pesar de nuestros continuos
desprecios, un día nos volvemos hacia Él y le pedimos perdón
sinceramente, prometiéndole no reincidir, sus labios nos sonríen,
enjugan nuestras lágrimas y vuelve a poner el anillo en nuestros dedos.
¿No es la vida realmente una Novela?
¿Qué amante es nuestro amado Dios? Para nuestras negaciones—
peores que las de Pedro—tiene la misma amorosa mirada que cuando
creó las cosas para nuestros sentidos; para nuestras traiciones—peores
que las de Judas—tiene una mejilla que no rechaza nuestro beso y una
boca con la que nos llamará sus amigos; para nuestros escándalos—
peores que los de la Magdalena— tiene las mismas dulces palabras de
perdón; para nuestra cruel crucifixión— mucho peor que la de los
judíos—reza a Su padre pidiéndole que nos perdone.
Fíjate bien qué previsor es nuestro Amante. Si tuviésemos que
arrodillarnos ante Él, la confesión sería una terrible tortura. ¡Qué miedo,
qué bochorno y qué esfuerzo nos costaría romper a hablar! Si hiciéramos
la confesión con un Ángel, sería también difícil y temible, pues, ¿qué
podrían saber Miguel, Gabriel o Rafael de las flaquezas de la carne? ¿qué
saben los querubines y los serafines de las pasiones o de las fascinadoras
tentaciones del mundo? ¿Qué saben los ángeles y los arcángeles de las
miserias del corazón humano? Pero ante ninguno de ellos debemos
postrarnos.
Nuestro Amante nos ha facilitado todas las cosas al mandar que nos
pongamos de hinojos ante alguien igual que nosotros, capaz de
24
entendernos realmente, pero diferente a nosotros, puesto que puede
perdonarnos los pecados. Nos manda postrarnos ante un hombre como
nosotros, pero ungido y consagrado; un hombre aparte, adiestrado como
solo la Iglesia sabe hacerlo y sobre el cual la Iglesia ha colocado la
experiencia de veinte siglos de conocimiento del alma humana; un ser
idéntico, pero distinto a nosotros, porque está marcado con el profundo
sello de Cristo; un hombre que pueda amar sin ser amante; un hombre
discreto, con la mente ajena a la curiosidad, la vanidad o el recelo, con un
corazón como un inmenso pozo, en el que pueden caer todos nuestros
pecados, tan hondo, tan hondo, que no es posible que lo caído en sus
profundidades pueda escucharse por ningún oído. Este hombre, a quien
Dios ha nombrado su plenipotenciario, es quien puede devolvernos
nuestro anillo de compromiso y reconciliarnos con el Amante ultrajado
por nosotros.
No solamente nuestro Amante perdona y olvida, sino que incluso
provee para el futuro. Por conocernos mucho mejor de lo que nosotros
podemos conocernos, nos ofrece procedimientos para fortalecer nuestra
debilidad, curar nuestra ceguera, afinar nuestro oído y aclarar nuestros
juicios. Sabe que el mundo está otra vez lleno de voces que podemos
escuchar. Conoce todas las posibilidades de que recaigamos en nuestra
ceguera y volvamos a mirar a las criaturas y veamos solo a las criaturas.
Nos supone lo bastantemente necios como para tirar de nuevo el anillo
de compromiso… y nos da la gracia.
¡Oh, qué Amante es Dios! Cuando lo justo sería castigarnos, expulsarnos
y sumirnos en un total abandono, no solo nos perdona, sino que nos da.
No solo olvida el pasado, sino que mira adelante para prevenir nuestro
futuro. No solo tiene cuidado del pecado, sino que se preocupa de
nuestra maldad. En verdad, el Sacramento de la Penitencia es un milagro
de misericordia que hace grata y amable de nuevo la existencia y facilita
que tú y yo volvamos a Dios.
El padre Le Buffe, S.J. lo ha expresado justamente cuando dice:
Dios es Amor y yo soy un amante Ansioso de llegar al fondo del
amor Dios es Amor y yo soy un amante La vida es un fugaz
torneo de amor.
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¿Qué pensarías del “paralítico que descendió del tejado”, si tan pronto
como Cristo devolvió el movimiento a sus miembros tullidos se hubiera
precipitado a cometer nuevos pecados? ¿Qué pensarías de la Magdalena,
si después del público perdón otorgado por Cristo en la casa de Simón,
hubiese salido de ella para recomenzar su vida pecaminosa?
¿Qué pensarías de los leprosos curados por Jesús, si al momento de ver
limpios sus cuerpos, volvieran a sus viejas costumbres ensuciándose otra
vez con el contacto de los enfermos de la terrible enfermedad? ¿Qué
pensarías de los mudos a cuyas lenguas devolviera el habla y en el
momento en que pudiesen articular palabra empezaran a renegar,
maldecir, blasfemar, murmurar, insultar, mentir escandalosa e
indecentemente?
¿Qué pensarías en fin, de ti misma si después de confesarte, volvieses
de nuevo la espalda a tu Amante; si después que acaba de levantarte,
arrojaras una vez más tu anillo; si recién absuelta insistieras en destrozar
tu Novela?
¿Qué pensarías de ti misma, si pasada la confesión te lanzaras otra vez
en busca de las ocasiones de pecar?
“Sí, Padre; todo esto es cierto…; pero escuche…” En la vida hay una gran
cantidad de penas y tristezas. Alguien nos dijo con razón: “La empezamos
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con un grito y la acabamos con un suspiro”. Entre los dos amantes, Padre,
hay una inmensa montaña de pesares. Piense en el verdadero mar de
lágrimas que vertemos desde nuestro primer grito infantil hasta la
exhalación del último suspiro. Comprenda que cuanto ha dicho es verdad
en abstracto, pero debemos enfrentarnos con lo concreto. En el orden
ideal, no dudo que todo lo que dice es cierto, pero en la dificilísima
realidad del mundo, en la lucha diaria por la vida, hay tantos quebraderos
de cabeza y tantas amarguras, que no permiten considerarla como una
bella Novela precisamente. Yo creo que para la mayoría de los mortales,
la vida no es un idilio romántico, sino una tragedia”.
EL SUFRIMIENTO NO ES UN MAL
¿Es un mal el sufrimiento?
Si lo es, Dios es un mal Dios. Recuerda los dolores que le causó a Su
Madre, con los siete puñales que atravesaron su Corazón. La Virgen dio a
luz al Niño- Dios en la oscuridad, la acre humedad y la incomodidad de
un establo, y le vio morir en una Cruz como si fuera un criminal. Apenas
hubo nacido el Niño, hubo de huir con Él y desterrarse. A los doce años
se le perdió. A los treinta, la dejó para ir a predicar. A los treinta y tres,
murió. Si el sufrimiento fuera un mal, Dios sería un mal Dios.
¿Es un mal el sufrimiento?
Si lo es, Dios es un Dios malísimo. Recuerda lo que hizo con Su Hijo. El
Señor de la Gloria nació entre un buey y una mula. El rey de Reyes hubo
de refugiarse en tierras extrañas y paganas para eludir la persecución de
un tiranuelo llamado Herodes. El Hijo de Dios vivió como un humilde
carpintero. El Maestro de todos los maestros, fue interrogado por los
escribas y fariseos. El Arquitecto del templo se vio condenado por el
Sanhedrín. El Primero de todos los hermanos fue vendido por Judas,
negado por Pedro y abandonado por los Doce. El Señor de la Vida, hubo
de morir ignominiosamente después de ser azotado, coronado de
espinas y subir al Calvario con la Cruz a cuestas.
¿Es un mal el sufrimiento?
Si lo es, Dios no solo es un mal Dios, sino el Dios del mal. Recuerda cómo
trató a sus fieles: Juan el Bautista fue degollado, Pedro, “su piedra”,
fue crucificado. Pablo, “su vaso de elección”, decapitado, y Juan, “su
predilecto”, abrasado en un caldero de aceite hirviente. Sus vírgenes
27
fueron entregadas a las fieras; sus confesores, como antorchas en los
jardines de Nerón; sus mayores devotos cayeron en la arena del Circo.
¡No! Decir que el sufrimiento es un mal, es un error. El sufrimiento no
puede ser un mal. Puesto que todos los más amados de Dios han sufrido
terriblemente. Si el mismo Dios sufrió como nadie ha sufrido antes o
después que Él, el sufrimiento no debe ser un mal, sino un bien.
Y lo mismo de las tristezas, Jesús fue el “Hombre de las Tristezas”;
María, “la Madre de las tristezas”, y todo verdadero seguidor de Cristo y
amigo de Dios ha conocido las más hondas tristezas. Tú, seguramente,
conocerás también muchas tristezas físicas y morales antes que llegue la
hora de tu muerte, pero ello no quiere decir que la Vida no sea una
Novela.
No digo que la Vida sea un “lecho de rosas” sino que es una “historia de
amor”. Precisamente por serlo se vive con el corazón y se sufre. Sí no lo
dudes; conocerás sufrimientos y tristezas, pero nunca deberás
desalentarte ni desesperarte por ellas, pues Dios te ama y la Vida es una
Divina Novela.
Dime: ¿Has visto alguna vez cómo trabajan los obreros de una fábrica
de tapices? Siempre lo hacen por el revés, es decir, por la parte de atrás.
Tejen eternamente con hebras rojas, blancas y negras. En algún
momento el telar parece un revoltijo, un absurdo laberinto de diversos
colores, pero los tejedores siguen tejiendo incesantemente. Otras veces
semeja un montón de cabos sueltos, una maraña de hilos inútiles,
despreciables y carentes de significado y, sin embargo, los tejedores
continúan su tarea. Por fin, se mueve la última hebra, se vuelve el tapiz y
los obreros contemplan la bella obra de arte, que es un tapiz de soberbio
dibujo.
Nuestra vida es exactamente lo mismo. Hay veces en las que no
podemos comprender por qué padecemos sufrimientos, tristezas,
fracasos y desgracias. Hay veces que la vida nos parece un revoltijo, una
terrible sucesión de disgustos y aflicciones. No acertamos a comprender
por qué Dios se lleva a nuestros seres queridos y azota al bueno con
enfermedades y al fiel con miserias. Hay muchas cosas en la vida que no
podemos comprender del todo, porque no sabemos todavía que Dios es
Amor y la Vida una Divina Novela. En consecuencia podemos decir con el
Padre Tabb:
Mi vida es como un tapiz que hacemos mi Dios y yo.
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Yo diseño los dibujos y colores y Él lo teje con destreza.
olvido que Él puede ver lo más alto y yo tan solo lo más bajo.
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llegásemos a conocer “todo” en la tierra, seguiríamos preguntándonos
los “qués” y los “por qués”, pues nuestra mente no puede llegar a
conocer a Dios, que Es toda la Verdad, todo el Conocimiento y todo lo
Cognoscible. La muerte es solo quien pondrá fin a nuestras
investigaciones al mostrarnos a Dios. Al morir; los “qués”, los “por qués”
y los “signos de interrogación”, desaparecen de nuestro vocabulario y de
nuestra puntuación, sustituyéndose con las frases y los signos de
admiración. ¿No es hermosa la muerte?
Sí, no lo dudes; la muerte es la absoluta hermosura; ¡cuánto amamos si
buscamos la belleza! Todas las formas—desde la tímida anémona hasta
el rielar de la luna sobre el océano—nos encantas. La naturaleza,
animada o inanimada, está llena de belleza al alcance de nuestros
sentidos. Podemos disfrutar la maravilla del amanecer o la gloria del
crepúsculo en un cielo meridional; admirar la sorprendente visión de las
cimas de las montañas coronadas de perlas relucientes bajo la luna
invernal; extasiarnos con el rumor del mar que respira bajo el firmamento
sereno, cuajado de estrellas; o agotar la belleza del mundo entero y
seguir sedientos de ella, porque todavía nos falta conocer a Dios, que es
la máxima hermosura. Solo la muerte, al permitirnos su contemplación
saciará nuestra inagotable sed de belleza.
¿Necesito hablarte de amor?... ¿Has pensado alguna vez que también
estás sedienta de amor?... el corazón humano siempre pide cariño. Desde
la infancia hasta la vejez desea ser amado, y por mucho amor que los años
le concedan, nunca le darán lo bastante para calmar esa necesidad.
Primero gozamos del amor de los padres y de los hermanos; luego,
viene la edad de los noviazgos, y por último llega el amor de marido y
mujer y el de los hijos, no obstante esa cantidad de amores, siempre
tendremos un afán de más amor que solo Dios podrá satisfacer. Solo Dios
es capaz de tranquilizar el corazón humano, la muerte es quien nos da a
Dios, que es todo el Amor para apaciguar nuestro corazón. ¿No es
hermosa la muerte?
¿No sabes lo que es la muerte? Voy a decírtelo. La muerte es el pleno
florecimiento de nuestras almas inmortales. ¿Te gustan los capullos de
un rosal? En efecto, son muy bellos, pero, ¡están tan estrechamente
cerrados, tan estrechamente recogidos, tan apretados!... solo cuando se
abren y se convierten en espléndidas rosas adquieren la plenitud de
gracia, de plenitud y de belleza. Nuestras almas son pequeños capullos y
permanecen cerrados, terriblemente cerrados, hasta el momento en que
31
la muerte las abre convirtiéndolas en las flores de la espiritualidad
inmortal. ¿No es hermosa la muerte?
¿Te das cuenta de lo ignorante y estúpido que es el mundo? No conoce
nada de la vida ni mucho menos de la muerte. En su torpeza llama a la
muerte “el final de la vida”, aunque—como acabamos de ver—sea el
principio de una vida realmente verdadera. El mundo considera la muerte
como la separación de todo lo que más amamos, cuando en realidad es
el comienzo de nuestra unión con el más perfecto de los amantes. El
necio mundo dice que la muerte “nos cierra los ojos” y nosotros sabemos
que lo que la muerte hace es abrírnoslos de par en par en la soberana
visión: a la contemplación “cara a cara” de Dios.
El mundo define la muerte como “la noche eterna”, y ya hemos visto
que es amanecer de un día sin fin. El mundo juzga a la muerte como un
último adiós, una larguísima despedida, un abandono de todo y nosotros
sabemos que es el dichoso retorno al verdadero hogar, el saludo de
nuestros más amados, la consecución de cuanto anhelados más
intensamente. Para nosotros, la muerte es la misma belleza.
En su doctísima ignorancia, el mundo pinta la muerte como un
esqueleto con una mueca repulsiva y odiosa. Pero nosotros que tal
representación es errónea. Si queremos tener un símbolo exacto de la
muerte, debemos representárnosla en su actualidad y en su verdad, que
es el principio de la vida. Admitimos representarla como un esqueleto, sí;
pero cubierto con la carne y el rostro de todos los hombres.
Representarla con la faz de Jesucristo, y entonces, en lugar de la monda
calavera con las órbitas huecas, la veremos cómo es en realidad.
Bellísima, con los ojos de Dios, con la sonrisa de Dios—la más dulce
sonrisa que haya jamás iluminado un rostro humano—la sonrisa de
bienvenida de un amante que espera mucho tiempo para unirse con su
amado. Jesucristo es el Ángel de la muerte y nos llama con un suavísimo
susurro: “Ven amado mío… Ya es hora que vuelvas a casa.”
En resumen, podemos afirmar que la muerte es el momento más
dichoso de la vida.
32
DOS SON LAS PROPOSICIONES AL PREGUNTAR:
“¿QUIERES SER MÍA?”
Ya que te he hablado de la llamada de Cristo a la muerte, quiero ahora
darte a conocer su propuesta para la vida.
Quizá te extrañe saber que Jesucristo, Dios y Hombre verdadero,
Creador y Redentor del mundo, Rey de reyes y Señor de señores, se haya
fijado en una criatura tan insignificante como tú. Pues es verdad. Tan
verdad como que estás leyendo estas líneas. ¿Te asombra entonces que
yo califique a la vida de Divina Novela? Jesucristo, el Hijo de Dios
Todopoderoso TE está suplicando: “Hija mía, dame tu corazón”.
¡Maravillosa proposición de Amante! El “más hermoso de los hijos de los
hombres”, el más fuerte de todos los hombres fuertes, el más puro de
todos los corazones puros, el más noble de todos los nobles, el
Superhombre de toda la Humanidad, TE pregunta— ¡a ti, sí, a ti!—con
dulzura inmensa: “¿Quieres ser mía?”
Ya sé que todo esto te sonará raro, pero ello es sólo porque escuchas
con los oídos del cuerpo y no captas los rumores de tu alma. Ello se debe
a que tienes costumbre de prestar atención a las falsas lisonjas y no a tu
verdadero Amante. Por eso quiero que me escuches. Dices que amas la
belleza y la bondad, que admiras la fuerza corporal y la espiritual, que
deseas que “tu hombre” sea justamente eso: “tuyo” y “hombre”. Insistes
en que deseas encontrar en él virilidad, vigor, fuerte inteligencia, firme
voluntad y poderoso espíritu. Eso quiere decir que sueñas con un
conquistador, con un hombre perfecto. Te comprendo. Tu corazón desea
la perfección mental, moral y física más absoluta, ¿no es eso?... Pues tu
corazón la tiene a su alcance, solo basta que sepa mirar y escuchar.
Jesucristo es un HOMBRE y Jesucristo es TUYO.
¿Qué significa Belén?... Un Niño chiquitín, lindísimo, abandonado en la
soledad y el frío. ¿Habrá un corazón de mujer que se niegue a recogerlo
y darle calor y amparo? Un Dios debe ser reverenciado y adorado, pero
un niño debe ser amado. Dios lo sabía y por eso quiso empezar su
existencia humana siendo un Niño. Esta fue su primera manera de
decirte: “Hija mía, dame tu corazón”.
Pasemos rápidamente treinta y tres años para encontrar al Niño
convertido en un magnifico adulto. De esos treinta y tres años, los últimos
los ha pasado yendo y viniendo para hacer el bien”. Pero si esto no es
bastante para llamar tu atención, te diré también ha estado ganando tu
33
amor. Hoy es Viernes Santo… Le han flagelado, escarnecido, coronado de
espinas, y ahora le están clavando en una Cruz. ¿Por qué? ¿Por qué era
Jesucristo??... Solo hay una respuesta con una sola palabra: AMOR.
Desde Belén hasta el Gólgota, desde su concepción hasta su crucifixión,
Jesucristo ha vivido suplicándote: “Hija mía, dame tu corazón”.
Han trascurrido más de dos mil años y continúa la misma súplica. Desde
la lámina del Pan consagrado, desde la celda del Tabernáculo, desde
detrás de las puertas de bronce del santuario, el Gran Dios no cesa de
preguntarte: “¿Quieres ser mía?”
Todo esto es cierto, ¿no? Sí; lo es. Es una proposición de Amante. Si
nunca antes la habías entendido con suficiente claridad, es porque no
se pueden percibir los suspiros cuando la gente vocifera, porque es
imposible escuchar a Cristo entre el clamor de las palabras del mundo y
el demonio.
El demonio, que también pretende tu alma con una intensidad casi igual
a la de Cristo. Desea tu corazón casi tan ávidamente como Dios y te lo
pide con idéntica vehemencia. También está constantemente junto a ti
preguntándote: “¿Quieres ser mía?” Sus palabras son persuasivas, llenas
de promesas y descaradas adulaciones. Pero a pesar de sus palabras de
amor, no es tu amante. A pesar de sus frases ardorosas, no está
enamorado de tu corazón. Los conceptos que vierte en tu oído son
ardides, sus enfáticos discursos, mentiras; su proposición, seducción.
Satán te odia, y, sin embargo, murmura en tu oído: “¿Quieres ser mía?”
Veo que te sobresaltas otra vez y dices: “Nunca pensé que Satán
pudiera hacerme proposiciones.” A lo que te respondo: ¿Por qué te
sorprende? La perfidia actúa siempre con habilidad dolorosa.
¿Has visto, leído o escuchado alguna vez Cyrano de Bergerac? Si
conoces esta famosa obra, podrás saber algo de las tácticas que utiliza el
demonio. ¿No recuerdas? Cyrano estaba enamorado de la hermosa
Roxana, pero tenía una tremenda nariz que desfiguraba su cara,
haciéndola grotesca. Cyrano era feo, feísimo, y por saberlo no apeló a los
ojos de la muchacha amada, enamorada a su vez de Christian, un soldado
guapo y arrogante. Christian no podía hablar. Cada vez que se
encontraba en presencia de Roxana enmudecía. El feo Cyrano encontró
en ello un camino para solucionar su asunto. Él podía hablar con
arrebatadora elocuencia, y una noche hizo que Christian escalara el
balcón de la casa de Roxana, permaneciendo él abajo escondido.
Cuando Roxana se asomó, escuchó unas hermosísimas palabras, como
34
jamás las oyera otra mujer amada, salidas al parecer de los labios del
gallardo Christian, pero pronunciadas en realidad por el feo Cyrano, que
ponía en ellas todo el fervor de su alma de poeta, todo el fuego de su
amante corazón, todo el frenesí de su fértil imaginación. Aunque aquella
noche, Roxana fue conquistada por el cuerpo de Christian y por el alma
de Cyrano.
De la misma manera trabaja el demonio. Nunca aparece en su forma
verdadera. Es demasiado feo y sabe de sobra que la sensibilidad
femenina le rechazaría si se presentara ante vosotras y abiertamente os
incitara al pecado. Pero así mismo conoce todo cuanto agrada a vuestros
ojos, cuanto cosquillea vuestros oídos, cuanto enciende vuestra fantasía,
cuanto basta para ganaros el corazón, y se esconde detrás de todo lo
agradable, lo delicioso y lo seductor, no para ganar vuestros corazones al
amor, sino para condenar vuestras almas en el odio. Si es menester,
utiliza buenos mozos, muchachas atractivas, hombres con apariencia de
héroe, soberbias mujeres. Utiliza los encantos de la conversación, la
magia de la música, el deleite del baile, el halago de los vestidos, la
exaltación de la bebida. Todas las cosas gratas y sugestivas serán
empleadas por él para ganarte y destruirte. ¡Y todo lo hará como si fuera
una inefable proposición de amor!
¡Qué contraste entre Cristo y el demonio, los dos aspirantes a la
posesión de tu alma! Satán no te ama. Al contrario, te aborrece con todo
el odio del infierno. Te odiaba ya en el momento en que te concibió tu
madre y continúa odiándote desde entonces. El día que te bautizaron
marcándote indeleblemente como cristiana, su aversión se reavivó.
Desde el día en que llena de inocencia te arrodillaste para hacer tu
primera confesión, trabajaba con mayor actividad para separarte de tu
único y verdadero Amante Jesucristo. A cada digna recepción de los
Sacramentos, Satanás aumentó su odio, que ahora ya es un ciego furor
que no cesará hasta que te hayas encadenado a él por el pecado mortal
o estés a salvo en los brazos de tu Amante en el cielo. Escucha, escucha
atentamente las dos proposiciones y entiende bien lo que quieren decir
realmente. Una es: “Te amo.” La otra: “Te odio.” Guárdate de Satanás y
de sus artimañas. El placer es una trampa que te atrae, y tu enemigo la
encubre de mil maneras. Tal vez, las más peligrosas para ti sean las de
“tener estilo”, “matar el tiempo” y “ser moderna”.
¡Mira lo que hay debajo de la superficie! Si miras fijamente y escuchas
con atención, reconocerás enseguida al enemigo de tu alma. Ten en
cuenta que lo impuro es siempre impuro, sea cual sea el precio del
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vestido, el fulgor de las joyas, la belleza de la forma y del rostro, la
destreza que pueda poner en sus palabras la frivolidad. La “cháchara” es
un buen disfraz para todo. Por muy divertido que resulte un borracho, la
embriaguez siempre es pecado y puede arrastrarte a otros más graves.
La indecencia es desagradable y degradante, sea quien sea el indecente,
cosa que frecuentemente parece olvidar la Prensa. La pluma ES más
peligrosa que la espada, en lo que concierne a la mortandad de las almas.
¡Mucho cuidado con lo que lees! Las revistas más elegantes y los best
sellers, están a menudo llenos de obscenidad. Recuerda siempre que lo
obsceno no deja de ser obsceno aunque esté elegantemente vestido.
“Ser elegante” “tener estilo”, “matar el tiempo” o “ser moderna”, son
frases que muchas veces equivalen a ser paganos, anticatólicos,
anticristianos. La última moda en el vestir o bailar significa por lo general,
inmodestia y procacidad. “Matar o pasar el tiempo” suele querer decir
estar al margen de la religión. Y “ser elegante” coincide en muchísimos
casos con ser pecadora.
¡Estás cercada de peligros, obra de Satanás, cuyos ardides son
innumerables!
¡Incluso ha llegado a presentarse como un ángel del cielo para poder
llevarse al infierno a muchas almas! ¡Sé prudente! ¡Sé juiciosa! ¡Escucha
a tu verdadero amante!
Cristo te quiere y por eso te ha rogado: “¡Hija mía, dame tu corazón!”
por eso te ha preguntado si deseas ser suya. Si es cierto como dices que
quieres la belleza de cuerpo y la del alma, la nobleza del pensamiento y
de carácter, el heroísmo del corazón y aspirar a un conquistador
caballeroso, tengo que repetirte una y cien veces que Jesucristo, el
Vencedor de Satanás, del mismo infierno y de la muerte; el hermoso
Jesús, el Cordero de Dios, el Hombre- Dios, espera tu respuesta.
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sentían un poco fatigadas después de un baile o un deporte, lo que les
hizo acudir a consultar al médico.
Fueron, pues, a la consulta. Después de examinarlas atentamente, el
doctor las reunió en su despacho. Se quitó las gafas, las colocó sobre la
mesa, se arrellanó en el sillón y sonrió, mirando los tres rostros juveniles
que le contemplaban impacientes.
—Señoritas—dijo, voy a decirles la verdad y a darles mi consejo. Tal vez
la verdad no sea muy agradable, pero tampoco aterradora, puesto que el
remedio que voy a prescribirles es infalible. La verdad es esta: cada una
de ustedes tiene una mancha en los pulmones. Por el momento no es
cosa de importancia, pero podría llegar a serlo. Podíamos llamarlo
tuberculosis: supongo que saben lo que es la “T.B.”. No se preocupen
demasiado por ello. Todos llevamos en el organismo algunos gérmenes.
Yo los tengo al igual que ustedes, pero mi resistencia es tan grande que
no les deja progresar. Ustedes tres han dejado en estos últimos tiempos
que su vitalidad se debilite y los gérmenes han avanzado hasta instalarse
en sus pulmones. Esta es la verdad.
Se interrumpió mientras las tres muchachas se miraban asustadas, y en
seguida prosiguió:
—Ahora bien: hay algo más que esa verdad. Los gérmenes continuarán
progresando, a medida que ustedes les opongan una fuerte resistencia.
Continuarán progresando y ustedes se encontrarán en un grave peligro.
Pero, como ya les he dicho, hay una prescripción: Que dejen de bailar, de
fumar y de trasnochar y se marchen una temporada a Arizona.
El doctor se puso las gafas y se levantó.
—Esta es, señoritas, la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Sigan mi consejo y yo les prometo que recobrarán la salud y la energía y
vivirán muchos años. Si lo desatienden, les anuncio desde ahora la
enfermedad y la muerte.
Las tres jóvenes le dieron las gracias con voces temblorosas, salieron y
montaron en su coche. Al poco tiempo de poner el vehículo en marcha,
se oyó el ruido de una cerilla rascando la lija de la caja.
— ¿Qué es eso, Dot? ¿Qué haces?—preguntó Gertrudis.
—Encender un cigarrillo—contestó Dorotea—, y si quieres saberlo todo
te diré que esta noche iré a bailar y que no pienso marcharme a Arizona.
El médico nos ha dicho que solo tenemos unas pequeñas manchas sin
38
importancia. Es una suerte, pues yo me temía algo peor. Así que nada de
Arizona, que es un sitio para moribundos, donde no se puede fumar ni
bailar ni divertirse por la noche. ¡Oh, no, hijas! Eso no es para mí que amo
la vida.
Dorotea no quería hacer nada.
Viendo el rostro horrorizado de Gertrudis, Elena dijo:
—Bueno… la verdad es que no sabemos… Dot tiene razón en lo que dice
de Arizona. Debe ser un sitio aburridísimo y triste. Sin embargo, creo que
debemos hacer algo. Yo pienso dejar de fumar y en adelante solo bailaré
una noche al mes. Con eso bastará para detener la enfermedad y borrar
esa pequeña mancha que ha dicho el doctor…
Elena hacía las cosas a medias.
Tras una pausa, preguntó a Gertrudis:
—Y tú, Gert, ¿qué piensas hacer?
—El doctor nos ha dicho la verdad y nos ha prometido salud, alegría y
larga vida si seguimos sus consejos. Mirad lo que hago con mis últimos
cigarrillos. Arrojó por la ventanilla del coche un paquete de “Lucky” recién
empezado.
—Llamaré esta tarde a Jim—prosiguió—y me despediré de él por una
temporada. Se acabó el baile. Si está dispuesto a esperar, me iré a
Arizona. Para aquí Dot; voy a ocuparme del viaje ahora mismo.
Gertrudis estaba dispuesta a todo.
Si te interesa el final de la historia, puedo decirte que seis meses más
tarde, estando en una casita de campo en Arizona, Gertrudis recibió un
sobre de luto, dentro del cual se le participaba el fallecimiento de Dot,
ocurrido la semana anterior. Dos años después acudió a la cabecera de la
cama de Elena para escuchar sus lamentaciones:
— ¡Qué bien hiciste, Gertrudis!... El doctor tenía razón. Ahora me toca
a mí. ¡Adiós, amiga mía!
A la semana siguiente, Gertrudis llevaba flores a las sepulturas de sus
dos íntimas amigas.
¿Comprendes? Las tres creían amar la vida. Dot lo juraba
solemnemente; Elena insistía una y otra vez en ello. Pero solo Gertrudis
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supo demostrar ese amor. Porque amar—no lo olvides— significa
sacrificio. Amar significa sufrimiento. Amar significa triunfo. Porque supo
sacrificarse y sufrir, Gertrudis triunfó. ¡Sólo ella amaba de verdad la vida!
¡Bah!—dirás—Eso es un cuento…
Sí; parece un cuento, pero es una verdad aleccionadora. Podríamos
considerarlo una parábola y aplicarla siempre que merezca ser aplicada.
¿No decimos todos que amamos a Dios? ¿No aseguramos que
deseamos salvar nuestras almas? ¿No admitimos que Satanás es
nuestro enemigo y Dios es nuestro Amante? ¿No conocemos todos la
verdad?... Sí, sí… ¿pero qué hacemos? ¿Cómo actuamos?
Tenemos un alma que salvar. Pero esa alma está manchada. Cuando
nacimos ya había en ella pequeños gérmenes a los que llamamos “efectos
del pecado original” que conocemos también como “concupiscencias”.
Ahora son gérmenes del pecado. Todos los tenemos y debemos
conservarlos como defensas orgánicas. Si dejamos que nuestra
resistencia sea floja, se extenderán por toda el alma y sobrevendrá la
enfermedad del pecado y finalmente la muerte eterna. Sí; sabemos la
verdad y conocemos la prescripción infalible del Médico Divino: “Rechaza
todas las personas, cosas y sitios que puedan conducirte al pecado. Evita
todas las ocasiones de pecar y acude al Sanatorio de Dios, que son los
santos Sacramentos”. La prescripción no puede ser más clara y definida.
¿Qué haremos con ella?
Las personas frívolas como Dorotea, caen siempre en la tentación.
Insisten en ir con los muchachos y muchachas que les condujeron al
pecado en el pasado y que seguirán llevándoles por el mismo camino.
Escuchan las perdidas insinuaciones del mundo. No frecuentan los
Sacramentos y acaban por morir eternamente.
Quienes como Elena hacen las cosas solo a medias, piensan: “Yo evito
los pecados mortales, pero no me preocupan los veniales que son poca
cosa, pues no destruyen totalmente el alma.” Van a comulgar de vez en
cuando. Caminan sobre las arenas movedizas del pecado mortal, que un
día u otro terminarán por acabárselos.
Los dispuestos a todo como Gertrudis, dicen; “Gracias, Dios mío, por
haberme dicho la verdad.” Dejan al margen las amistades peligrosas,
rechazan las lecturas perniciosas y aplastan al pecado venial como si
fuera una serpiente. Se apresuran para adquirir los billetes para llegar al
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Sagrado Corazón mediante buenas confesiones y frecuentes comuniones
llenas de devoción. Solo ellos aman realmente a Dios. Solo ellos desean
realmente salvar sus almas.
¿A cuál de esos tres grupos has pertenecido hasta hoy? ¿A cuál
quieres seguir perteneciendo en adelante? Piensa, hija mía, que no
puedes jugar con el fuego sin quemarte. No puedes vivir en nuestro
pagano mundo moderno sin pecar. No puedes vivir en nuestro
contaminado siglo y permanecer pura, a menos que te acerques al más
puro de todos los hombres puros, a tu Amante Jesucristo. El mejor
camino para acercarte a Él es la Sagrada Comunión.
Las muchachas dispuestas a todo, como Gertrudis, comulgan a diario.
¿Serás así tú? Tu Amante está aguardando la respuesta a su proposición.
Te ha dicho—recuérdalo—que le entregues tu corazón. ¿Qué vas a hacer:
negárselo, dárselo solo a medias o entregárselo entero?
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Voluntad!” ¡Esa sí es una prueba positiva de amor! Sí; el Amor tiene su
vocabulario peculiar. Los hechos y los dones son sus sustantivos y sus
verbos, y la manera de hacer y dar, sus adjetivos y sus participios. Es
decir: Para amar no necesitas pronunciar palabras.
Sencillamente, debes hacer y dar. Y para amar de un modo supremo,
debes darlo todo.
Ahora quiero que oigas a Dios, como te dice su Amor. Quiero que
analices sus dones y sus actos. Dios te dio la vida. Te sacó de la nada y te
dio un cuerpo y un alma. Tu cuerpo lo formaron Sus Dedos Omnipotentes
sobre el modelo inspirado por la Santísima Trinidad. Y tu alma no es otra
cosa que un suspiro de Dios.
Luego te proporcionó los elementos para vivir: tierra, aire, agua, el calor
del sol, el fresco del relente… Dios te dio un padre y una madre,
hermanos, parientes y amigos. Dios te dio la alegría y la risa. Dios te dio
la vida y el amor.
¿Qué es todo ello? Veinte siglos desde Cristo, cuarenta o cincuenta
antes que Él, todo el tiempo transcurrido desde el nacimiento de Adán
no han bastado para explicarnos la inmensa grandeza de esos dones. El
hombre todavía no ha logrado pesarlos ni tasarlos. Indudablemente son
inapreciables y por ello te pregunto qué son, qué significan todos juntos
comparados con el don de los dones que es el propio Dios.
Tu obligación y la mía es amar a Dios, pero, ¿cómo podemos hacerlo?
Uno no puede enamorarse insensatamente de un espíritu, uno no puede
dejar a su corazón perderse en la Omnisciencia. Ni la Infinidad, ni la
Inmensidad, ni la Inmutabilidad, ni la Omnipotencia pueden tomarse a
peso, ni el origen de la luz de amor captarse con los ojos. No. Nosotros
somos creaturas de carne y de sentidos que solo pueden amar lo que son
capaces de conocer. Y solo podemos conocer lo que vemos, oímos,
olemos, gustamos y tocamos. No podemos ir a ciegas tras un concepto
ni perder nuestros corazones por una idea. Dios sabía que no podíamos
cumplir nuestra obligación de amarle, que nuestras vidas se arruinarían y
nuestros corazones se destrozarían si Él no se convertía en algo tangible
para nosotros. Sabiendo que solo somos capaces de amor a algo o a
alguien, nos permitió poner nuestros corazones en las criaturas en lugar
del Creador, nos permitió enamorarnos de las bellezas de Dios y no de
Dios mismo, nos permitió abrazar las apariencias en lugar de la esencia…
y se hizo carne. Nos había dado muestras de Su Grandeza con la
hermosura de las cosas que nos rodean, pero ello no era suficiente. Nos
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dio su imagen en los hombres y las mujeres, pero era una imagen
imperfecta. Entonces decidió darnos más, dárnoslo todo y se nos dio a Sí
Mismo.
Descendió desde los altos cielos en un vuelo maravilloso y penetró en
el oscuro seno de una doncellita judía que habitaba en una escondida
ciudad de la provincia más humilde de un país pobre. Nueve meses
después en un establo, en las afueras de Belén, nació el Hombre-Dios.
¡Oh, qué bien sabía que éramos incapaces de amar la Omnisciencia, la
Infinitud y la Inmensidad!
¡Qué seguro estaba de que jamás sabríamos enamorarnos de la
Omnipotencia, la Divinidad o la Infinita Sabiduría!... en cambio, si nos
sabía capaces de amar a un niño. Por eso, la Omnisciencia se asomó a los
ojitos de un niño, la Infinitud se convirtió en la sonrisa de un niño, la
Inmensidad se limitó entre los deditos de las manos y los pies de un niño.
Por eso, el Señor, Dios y Creador del cielo, la tierra y todas las cosas, se
hizo hijo de María. Y por todo eso, debes amarle. Las acciones hablan con
mayor claridad que las palabras, y Dios te habla con sus actos.
Contempla al Niño-Dios en los brazos de su Madre. Mira a lo más hondo
de sus hermosos ojos. Esos ojos que veían mucho antes que existieran el
tiempo y el espacio, que vieron la nada antes que surgiera de ella nuestro
mundo magnífico, que conocía a todos los hombres por nacer aún antes
que Adán fuese creado. Por ser los ojos de un Dios que todo lo ve y lo
prevé, se instalaron en la carita de un recién nacido por ti y para ti. Mira
las manitas gordezuelas del Niño pequeño e inerme, agarrando las
cosas… son las mismas manos que sostienen el mundo, las que con sus
dedos colgaron en el cielo las estrellas, trazaron las órbitas de los planetas
y colocaron en su sitio al sol y a la luna. Son los dedos todopoderosos del
Dios Omnipotente, y a la vez son los deditos de un niño que se divierte
en ensortijarse los cabellos y poner pinceladas de rosa en tus mejillas.
Son las Manos todopoderosas del Dios Omnipotente, y, sin embargo, se
extienden tratando de rodear tu cuello.
¡El Dios de la pureza quiere que caigas en sus brazos para estrecharte
contra su Corazón, y solo por esta razón se hizo Niño!
Piensa bien lo que significa Dios hecho Niño. Significa que ha
establecido un pacto personal con la pobreza, la soledad, el abandono y
la tristeza. En su mansión celeste le rodeaban la luz, la adoración y el
amor. Ángeles y Arcángeles, Tronos y Dominaciones, Soberanías y
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Potestades y todos los demás coros de la Corte Celestial cantaban en
cesante adoración:
“¡Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios de las Alturas!” En el cielo no se
conocían las penas ni las preocupaciones y, sin embargo, por ti, por mí y
por todos los mortales, el Señor abandonó su Morada Infinita para entrar
primero en el seno de una Virgen y luego en el menudo cuerpecillo de un
Niño que alentaría en un rincón de la tierra llamado Palestina. Por ti, por
mí y por todos, la Eterna Alegría se transformó en el Hombre de las
Tristezas y su Omnipotencia pudo conocer la debilidad, su Infinito
amor, el desvío y el desamparo, su Sempiterna Alegría, las penas, y el
Niño nació sobre un montón de paja en el humilde pesebre de ganado
de un establo vacío y fue calentado por el aliento de un buey y de un
asno.
Si el sacrificio es el lenguaje más elocuente del Amor, no podrás negar
que Dios está enamoradísimo de ti. Fíjate en tu Niño Jesús, en los brazos
de su madre y escúchale decir Su Amor ¿Podrás dejar de amar a un niño
pequeñín, adorable, desvalido y tembloroso de frío, que además es tu
Dios?
Pero aún no te ha dado bastante. El sacrificio y el sufrimiento de
degradarse y hacerse humano por ti, no son suficientes para
demostrarte su amor. Aún hará más, mucho más.
El sacrificio es el lenguaje más elocuente del Amor y el de la vida es el
supremo sacrificio.
La historia nos repite esto, y todos los idiomas de la tierra están llenos
de alabanzas para quienes la han dado generosamente. Durante la
guerra mundial se reservó todo el oro para las estrellas de los que morían
por su Patria. El más precioso de los metales se hacía así tributario de
cuantos habían hecho el más precioso sacrificio. En el cementerio
nacional de Arlington podemos hoy admirar un mausoleo de purísimo
mármol. A sus puertas la nación agradecida, forma la guardia a los restos
de sus fieles soldados. Es un acto solemne de admiración y respeto al
ejército de los DESCONOCIDOS, que murieron para que los demás
pudiésemos vivir en paz. Ello es absolutamente justo, pues el propio
Cristo dijo: “Nadie expresa mejor el gran amor que quien da la vida por
sus amigos”. El Amor no se prueba con palabras, sino con hechos, y el
sacrificio es el hecho que mejor prueba la grandeza de los corazones.
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Si esto es así, mira a tu Jesús muerto en los brazos de su Madre. Mira
sus pies y sus manos taladrados, mira su costado roto por la lanza, mira
su cabeza coronada de espinas y su cuerpo bárbaramente flagelado. Mira
intensamente el rostro herido, sucio y ensangrentado de tu Dios muerto,
y escucha bien, que por él te habla su Amor.
¿Por qué sufrió tantos ultrajes? ¡Por ti por mí!
Habíamos pecado mortalmente, lo que quiere decir que estábamos
entre las garras de Satanás, quien no nos había secuestrado, pues
habíamos sido nosotros quienes nos metimos en sus trampas. Claro que
él nos empujó y el precio del rescate había que pagárselo con sangre. Tú
y yo nos habíamos vendido al pecado y el único dinero que podía
redimirnos era un dinero ensangrentado. Tú y yo éramos delincuentes;
teníamos las manos tintas en sangre por nuestros crímenes y la sentencia
era irremediable: condena a muerte. Fallo justísimo y sin apelación
posible. El crimen capital ha de purgarse con la pena capital. No podíamos
pagar de otra manera que dando cuanto teníamos. Pero en el supremo
tribunal de Dios había un hombre que nos amaba.
Habló con el Juez. No solo prestaría fianza por nosotros, sino que
cumpliría por nosotros la sentencia, aun cuando fuese sentencia de
muerte ¡Y todavía haría más! Con sus infinitos recursos satisfaría
totalmente nuestras deudas, Él, el Único en el mundo capaz de hacerlo;
pagaría por nosotros voluntariamente. ¡Haría el más generoso de los
sacrificios, porque nos amaba!
No parece fácil comprenderlo, ¿verdad? Solo si sabemos que las
acciones dicen más y mejor que las palabras, si estamos convencidos de
que los dones son el más expresivo lenguaje del Amor y si no dudamos
de que el sacrificio es su demostración más elocuente, podremos
entenderlo. Sabemos cuánto se sufre al ser electrocutados y eso que la
electrocución solo dura unos segundos. Sabemos que la cámara de gas es
benigna, aunque terrible. Sabemos que la horca puede ser rápida y que
la guillotina lo es más y más segura. Pero también sabemos que la
crucifixión supone tres horas largas de agonía, el horror de la mazmorra
en donde pasó la noche escupido y escarnecido, lo que sería la mañana
del proceso ignominioso con la feroz flagelación, la cruel coronación de
espinas y luego el tambaleo, los tropezones y las caídas con la cruz a
cuestas por la calle de la amargura. ¡Y sabemos que todos esos
sufrimientos los padeció por nosotros!
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Sí, por nosotros. Su frente y sus sienes se desgarraron sangrientas con
la corona de espinas, sus manos fueron atravesadas por clavos de hierro,
su costado abierto por una lanza y sus labios resecos y sedientos,
mojados con hiel y con vinagre.
Nosotros éramos los que por nuestros pecados debíamos haber
padecido los azotes y los salivazos, soportando el peso de la cruz y sufrido
la agonía y la muerte. ¡Pero el que ama, da, sufre y se sacrifica y Dios nos
ama! “Nadie expresa mejor el gran amor que quien da la vida por sus
amigos”. ¿Qué diremos, entonces, de Cristo que la dio por nosotros sus
enemigos?
¡Contempla a tu Jesús difunto en los brazos de su Madre y deja que su
silencio te exprese su Amor!
Él sabía que no podíamos amar al espíritu puro, y por eso se infundió en
el barro mortal, transformándose en el adorable Niñito de Belén. Sabía
que habíamos perdido la llave de los cielos, y por eso nos dio una nueva:
la Cruz del Calvario.
Pero aún no le pareció poco. Sabía que con el patético espectáculo de
su cuerpo destrozado y yerto en los brazos de Su Madre podía ganar
nuestro corazón para la Eternidad, y también que veinte siglos es un lapso
de tiempo demasiado largo para los hombres y las mujeres flacos de
memoria. Sabía que no podríamos amarle solo por un hecho histórico,
pues el tiempo en su transcurso cambiaría Belén y el Calvario y el mito y
la leyenda desfigurarían la verdad. Sabía que el pesebre y la Cruz podían
perder hermosura, poderío y seducción para ti y para mí a través de la
oscuridad y la distancia, y por ello, con el sutil ingenio de los enamorados,
encontró un medio de abatir las barreras del Tiempo y del Espacio. El
Amor sabe siempre abrir caminos y nuestro “tremendo Amante” abrió
uno perfecto que podemos calificar de milagro perpetuo.
Hace veinte siglos María dijo Fiat y Dios se hizo carne. Hoy dice el
sacerdote: “Este es Mi Cuerpo”, y el “tremendo Amante” repite su
descendimiento de los cielos, ahora más maravilloso todavía. Antes
entró en el seno de una Virgen Inmaculada, Concebida sin pecado del que
sin pecado salió como el rayo del sol por el cristal. Hay desciende a una
oblea de harina de trigo, alzada entre las manos de un sacerdote que
nació con el pecado original, y que probablemente habrá pecado mucho
desde su nacimiento. ¡Veinte siglos es un largo tiempo; pero la Misa
repite cada día el trascendental suceso!
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El pesebre y la Cruz estuvieron en Palestina, y, sin embargo ahora están
a nuestras puertas. Hace veinte largos siglos que Jesús nació de maría,
pero aún sigue viviendo. El Niño de Belén y el Hombre del Calvario no
son un mero hecho histórico, sino una realidad presente y palpitante.
¡Nuestro Amante Jesús no está distante, sino tal vez demasiado cerca de
nosotros!
Mira a nuestro Dios de Amor en las manos del sacerdote y deja que su
Amor te hable. Si para crearte debía amarte más de cuanto puede
decirse, pues de la nada te dio esa vida que vives; si para redimirte te
amaba por encima de cuanto puedas imaginar, ya que siendo el único ser
inmortal quiso Eucaristía!
Para ayudarte y sostenerte, confortarte y consolarte, para iluminar tu
camino y ser tu alimento, para convertirse en tu cautivo, Cristo se
transfunde en la Hostia y se encierra tras una puerta de bronce. ¡Oh
Amante Infinito! ¡Oh gran Dios! ¿Cómo puedes hacer todo eso?
Escondiste primero tu divinidad en la humanidad en el Niño de Belén para
luego, sobre la cima del Calvario, ensangrentada, ocultarla todavía más
en las carnes torturadas como de un terrible criminal. Y como el hombre
no aprecia bastante todas esas humillaciones y degradaciones por
salvarle, escondes ahora ¡Tu Divinidad y Tu Humanidad en una Hostia
de trigo, a sabiendas de que este empequeñecimiento voluntario puede
ser también menospreciado! ¡Oh Dios mío, tus hechos hablan mucho más
claro que todas las palabras! ¡Yo sé bien cuánto nos amas!
¡Mírale!… pero no, ¡no le mires! ¡No le hables!... los hechos deben de
ser más
ELOCUENTES que las palabras. Los actos y los dones son el idioma del
AMOR.
¡Recíbele! ¡Recíbele! ¡Recíbele a menudo! ¡Eso será probarle tu amor!
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abandonarás—a menos que seas una mujer excepcional—debes seguir la
estrella de la lámpara del Santuario, la cual te guiará hasta Jesús, síguela
con frecuencia, y si en verdad eres excepcional, síguela a diario mediante
a la Comunión asidua te atreverás a ser diferente, cosa que te permitirá
vivir con valor.
Solo vivirás valerosamente si eres amante. Y lograrás de tu existencia
una Divina Novela, si te atreves a ser diferente de todo el mundo que te
rodea. Ese mundo es pagano, y tú cristiana; ese mundo es carnal y tú
espiritual. El mundo vive solo para el tiempo, y tú has de vivir para la
eternidad. Él es falso y embustero y tú has de estar enamorada de la
verdad.
Debes tratar de ser lo más diferente que puedas de ese mundo
pecaminoso y huir del pecado. Si él es codicioso, sensual y egocéntrico,
tú has de ser teocéntrica. Si él está orgulloso de sí y se auto-admira, tú
debes sentir sólo el orgullo de Dios y dedicarle tu admiración. Si él es
alocado y olvidadizo y cada día se aleja más y más de Dios que lo creó, tú
debes ser ordenada y recordar, conocer, amar, y servir al Dios que te hizo
de la nada, y vivir como si estuvieras siempre en su presencia.
Atrévete a ser diferente a las mujeres y a las muchachas del mundo—
esas mujeres a la moda—esclavas del “estilo”, que en lugar de pensar
“sienten” y “experimentan”, que no hacen nada por principio, se dejan
guiar y gobernar por la extravagancia, el capricho y la inclinación, y a lo
mejor pueden incluso ser llamadas criaturas, pero jamás llegan a ser
“caracteres”. Nunca sigas sus hábitos; vive con los que tú te crees y
lograrás esculpir en ti misma esa cosa tan rara en la civilización moderna,
que es una mujer con su carácter propio. Atrévete a ser diferente de las
demás y piensa. La emoción sola nunca podrá llevarte hasta Dios y tú
tienes la obligación de llegar hasta Él.
Atrévete a ser distinta de estas “chicas modernas”, absorbidas
totalmente por la comida y los hombres, que se consideran en el mejor
de los mundos si visten bien y tienen con quien salir a cenar y a bailar. Se
diferente de esas mujeres que malgastan horas e incluso días enteros en
el cuidado de sus manos, su pelo, su rostro, su cuerpo. Sé diferente a esas
mujeres artificiosas, estilizadas y adoradoras de su cuerpo, que te rodean.
Conservan las graciosas líneas de juventud gracias unos ayunos
formidables—como ni siquiera los hacemos los trapenses—a los que
llaman “dietas de la salud”; pero si se les habla de los ayunos y
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abstinencias cuaresmales dicen desdeñosas: “¡Bah, no hay que ser como
en la Edad Media! ¡Ya podía la Iglesia modernizarse un poco!”
¡Qué crimen es todo eso!... Si la Iglesia les pudiera sufrir por sus pecados
lo que sufren por sus cuerpos, no vacilarían en apostatar. Fíjate en las
horas de agonía que soportan en las manos del estilista o bajo el secador
para llevar el pelo bien teñido y con una buena “permanente”. En cambio,
les parecen demasiados diez minutos para teñir su alma de pureza y
adquirir la gracias santificante “permanente”…
No vayas a pensar por esto que soy enemigo de todos los cosméticos.
No solo no lo soy, sino que creo que ayudan y que muchas mujeres los
necesitan. Mi intención es solo recordarte la existencia de una “crema
limpiadora” para el alma llamada Confesión. ¡Úsala! Recuerda también
ciertos polvos apropiados para la naturaleza de tu alma: la abnegación.
¡Úsalos!
Hay igualmente un rojo que mejorará el color de tu alma, haciéndola
realmente hermosa. Este maravilloso rojo procede de la sangre de Cristo
y puedes encontrarlo en la Comunión. ¡Úsalo a diario!
Estos son los cosméticos que te recomiendo. Esos son los “compactos”
que has de tener siempre a la mano. Su utilización te hará diferente de
las mujeres del día en cuanto pienses que con ese “maquillaje” del alma
agradarás más a los ojos de Dios mucho más de lo que puedas agradar a
los de los hombres con el “maquillaje” de la cara.
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Esta es la clase de mujeres que el mundo necesita. Mujeres conscientes
de su dignidad y de sus deberes, capaces de vivir para ellos. Mujeres que
se reconozcan así mismas como los instrumentos especialmente elegidos
por Dios para producir los futuros habitantes del cielo. Mujeres que,
estremecidas por esa dignidad y esos deberes, establezcan un doble nivel
de moralidad. Una clase de mujeres como las de Galahad, que, a pesar de
su pureza angélica tengan aliento para subir más todavía hasta encontrar
las condiciones de la mujer fuerte que el Catolicismo moderno requiere.
Mujeres que no consideren el matrimonio como un camino de seguridad
sino de santidad. Mujeres que, conscientes de que el lazo conyugal no se
establece sólo para el mutuo deleite, sino para la mutua santificación, lo
respeten como un gran Sacramento de Dios y una pétrea escalera por la
que ascender al Cielo.
El mundo moderno sueña tener mujeres con cerebro, corazón y
voluntad, capaces de ver la verdad y apreciarla en su justo valor. Mujeres
que estimen más la gracia que el oro, más la Eternidad que el Tiempo y
para las cuales el cuerpo sea un servidor del alma. Mujeres que sepan
que la verdadera felicidad solo se encuentra en la santidad, pues la vida
no se nos dio para el placer sino para vivirla en busca de Dios. Mujeres
para quienes la tierra no sea un campo de juego sino, un campo de
batalla.
El mundo desea mujeres que quieran amar intensamente y estén
siempre dispuestas a sufrir y sacrificarse. Mujeres que miren tan
valerosamente la guadaña de la Muerte como los niños ven la luz del día,
renuncien gustosas a su esbelta figura juvenil para que otras almas
puedan tomar forma carnal y sacrifiquen su vida—si es menester—para
dar vida a otros seres. El mundo está ávido de mujeres absorbidas por
Dios, que lo olviden todo y lo acepten todo por Él, sin pensar para nada
en ellas mismas. El mundo clama por mujeres aptas para ser realmente
MADRES CATÓLICAS y dirigir a sus hijos hacia Dios.
Este es el tipo de mujeres que los hombres quieren. Mujeres diferentes.
Los hombres quieren mujeres apasionadas, posesivas, afanosas de “tener
y sostener”; mujeres decididas que “tengan y sostengan” su elevada
dignidad de colaboradoras de Dios y compañeras del varón, su altísimo
nivel de moralidad sin depresiones, su honroso oficio de corredentoras
de una Humanidad perdida; mujeres que “tengan y sostengan” su propio
puesto jerárquico de conductoras del hombre extraviado hacia el Dios
que les aguarda.
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Si con ocasión de cualquier asunto misterioso se dice siempre: cherchez
la femme, las mismas razones que hay para decirlo cuando se trata de un
asunto de santidad. Nunca hubiéramos tenido un Agustín de no haber
tenido una Mónica. Nunca un Bernardo sin su madre Alicia, y estoy casi
seguro de que el mismo Juan, el Apóstol predilecto no hubiera
permanecido al pie de la Cruz de Cristo sino llega a estar allí la Virgen
Santísima. ¡Incluso nunca hubiéramos tenido el propio Jesucristo de no
pronunciar su dulcísimo Fiat la Inmaculada Doncella de Nazareth! Hoy los
hombres siguen necesitando a las mujeres, porque buscan con
desesperación un camino que les arranque de este mundo sórdido,
lascivo, pagano y embrutecedor que desafía a Dios a todas horas, y saben
que solo las mujeres “diferentes” podrán guiarles hacia Él.
¡Los hombres saben bien que siempre son como niños! Desean
“enmadrarse” y ese “enmadramiento” solo pueden satisfacerlo las
mujeres de corazón amoroso, inteligencia clara y fuerte voluntad. Los
hombres solo podrán ser salvados por mujeres apasionadas y posesivas
“que deseen a su hombre”, pero ante todo y sobre todo a su Hombre—
Dios.
¡También Dios quiere mujeres diferentes!
Hace veinte siglos, cuando vivía su vida física, sus más valientes
seguidores fueron mujeres “diferentes”, Cristo quiere mujeres como su
Madre, dispuestas a sufrir y a convertirse en co-salvadoras del género
humano; mujeres como la Samaritana que; después de dar de beber a
Cristo, comprendió que Él era el agua de la vida y así se lo explicó a los
hombres de su tierra, proclamándole como el Mesías. Jesús quiere
mujeres de fe vigorosa, como la de aquella que se acercó a Él “rozar el
borde de sus vestiduras”, lo cual bastó para que el Señor la curase,
demostrando a los incrédulos ser en efecto el Médico Divino. Y más aún:
necesita de mujeres como María Magdalena, que precisamente por
haber amado mucho se le perdonaron muchos pecados; mujeres que por
haber pecado mucho han de amar más ardientemente a quien les
muestra los más hondos manantiales de la misericordia.
Hoy, Dios necesita muchas mujeres. Muchas “Martas” que le den
hospedaje y muchas “Marías” que se sienten a sus pies. Necesita mujeres
audaces como la Verónica, capaces de atravesarla masa de quienes se
burlan de El para enjuagar con su velo el Divino Rostro manchado de
sangre, sudor y los escupitajos del mundo.
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Necesita mujeres como aquellas de Jerusalén, que lloraban
acongojadas porque le estaban crucificando. Pero, sobre todo, necesita
fieles y devotísimas como las “santas mujeres” que permanecieron al
pie de la Cruz, recogieron su cuerpo preparándolo para enterrarlo y al
amanecer lo llevaron al sepulcro, fragante de perfumes. A todas las que
necesita ahora, las recompensará como a las de hace veinte siglos,
apareciendo entre ellas glorioso y triunfante.
Dios, el mundo y los hombres, pues, quieren, necesitan y exigen
mujeres que se atrevan a ser “diferentes” y a vivir arriesgándose; mujeres
cuyos hechos hablen con más elocuencia que sus palabras, que hayan
escuchado su “Si me amas” y demuestren su amor.
Que guarden los Diez Mandamientos y los seis Preceptos, que
frecuenten el Santo Sacrificio y los Dos Sacramentos; que conozcan el
trabajo corporal y espiritual de la misericordia y lo lleven a cabo sin
miedo; que hagan continuamente cosas por su prójimo, sabiendo que
“cualquier cosa que hagas por la más insignificante de mis criaturas, la
haces por Mí”; mujeres, en fin, cuyas vidas pueden resumirse en esta
palabra: AMOR.
Es decir: que amen a Dios con todo el corazón, toda la inteligencia, toda
la voluntad y toda la fuerza, y por ese amor a Dios, amen a su prójimo
como a sí mismas.
Muchas mujeres lo hacen así y viven conforme a los designios de Dios.
Muchas mujeres están haciendo de sus vidas una Novela Divina. ¿No
querrás tu ser una de ellas?
52
no puede haber un árbol sin un tronco y sin ramas, un drama sin último
acto, una vida real sin Eternidad. Lo que llamas la “otra” vida no es algo
nuevo ni distinto de la vida, sino su peripecia máxima, su punto
culminante, el ápice de su desarrollo. Lo que llamas el Juicio final, tan solo
es el “último renglón”.
¿Has leído alguna novela que termine con la muerte total? No, y jamás
la leerás. Lo mismo pasa con nuestra Divina Novela: no termina con la
muerte. Tiene que ser así, pues la vida es una unidad, un continuo fluir.
Comienza con el nacimiento, cambia bruscamente a la muerte; pero sigue
fluyendo. Esa es precisamente, la unidad que constituye la Divina Novela.
Por tanto debo hablarte del Cielo si quieres conocer su “Último capítulo”.
Debo hablarte del Cielo como del hogar de los Amantes Inmortales, que
sois Dios y tú.
¿Pero qué puedo decirte del Cielo? Pablo estuvo en él y regresó sin
habla. Todo cuanto se atrevió a decir fue: “Los ojos no han visto nada, ni
los oídos han oído nada, ni el corazón del hombre ha concebido jamás las
cosas que Dios tiene preparadas para quienes le aman”.
El jesuita ciego Robert Kane, hombre de imaginación excepcionalmente
fértil y de expresión exquisita, no obstante su genio descriptivo, solo
pudo decir del Cielo: “¡Es un sueño! ¡Es un sueño!”.
Toma el momento más feliz de tu existencia, mejóralo infinitamente,
prolóngalo infinitamente y suéñalo durante toda una eternidad Con ello
solo tendrás una vaga idea de lo que es el Cielo, diez millones de veces
mejor que ese sueño, sin ser un sueño. ¿Cómo podría explicártelo mi
corta inteligencia? Quizá diciéndote no más esto: el Cielo es
permanencia, es posesión y es paz. En la tierra necesitamos tener,
conservar y poseer firmemente las cosas para poder llamarlas
absolutamente nuestras. Analicemos el corazón humano, y en su fondo
hallaremos la pasión de la posesión indiscutible, que es el más profundo
afán del alma. Deseamos tener y conservar la juventud, la salud, la
posición social, la sabiduría, los amigos, la fama y poder llamarlo nuestro,
absolutamente nuestro, bien se trate de dinero o de conocimientos, de
una casa o de un hombre. Esa es nuestra máxima ambición, y la más
amarga pena de nuestra vida es que nunca podemos conseguirlo. En
efecto, son muy pocas las cosas que logramos tener y conservar, pues el
placer es efímero; el dinero, inestable; los amigos, desleales; la fama y la
fortuna, veleidosas. Pero aunque pudiésemos tenerlos y conservarlos,
siempre leeríamos esta cláusula final: “Hasta que la muerte nos separe
53
de ellos”. Porque incluso la más íntima y perfecta de las posesiones—
la de un cónyuge por el otro en el matrimonio— sabemos que no puede
ser permanente, pues el contrato matrimonial se termina siempre con
esa cláusula: “Hasta que la muerte los separe”. Es decir, de este lado de
la sepultura no es posible satisfacer nuestro más ardiente deseo. Del otro
lado, en cambio, todo es permanencia.
¡PERMANENCIA!... ¡Qué círculo el de este vocablo!... la felicidad es
permanente. La paz es permanente. El amor es permanente…
¡PERMANENCIA!... El conocimiento es permanente. Sí, la palabra es un
círculo maravilloso, ajeno a esta tierra de destierro y de sombras
mudables, a este tiempo de perpetuos flujos y reflujos.
¡PERMANENCIA!... Ni cambio ni inestabilidad: continua, inacabable,
eterna permanencia. Extraños a una tierra extraña desde nuestra
verdadera patria.
Al contemplar los ojos de un niño, la sensación de inocencia invade
nuestra alma y nos hace tomar su cabecita en nuestras manos y exclamar
con desesperación incomprensible para sus oídos: “¡Si pudieras ser
siempre como ahora!”. Al admirar la juventud fresca, incólume, intensa,
vibrante de los adolescentes pensamos: “¡Si siempre pudieran ser así!...
Viendo a las personas mayores, que han superado las ambiciones de los
años juveniles y viven una admirable y dorada madurez dentro de una
atmósfera de serenidad que aureola sus días, decimos también: “¡Si
siempre pudieran ser así!... Pero sabemos que nuestros deseos son
inútiles y nuestras plegarias vanas, pues nada es permanente en este
mundo. Los días áureos tienen sus noches y las noches de éxtasis sus
alboradas.
Todos tuvimos nuestros momentos, que no fueron más que eso—
momentos—imposibles de sostener y conservar.
¡El lado de acá de la sepultura no es permanencia!
Mas, pensemos en el Cielo. Allí no hay penas, preocupaciones, temores
o motivos de enojo. No hay despedidas, disgustos, enfermedades o
muerte. No hay falsía ni veleidades. No hay fracaso ni pecado. ¡Y eso
eternamente!... No puede asombrarnos que san Pablo se quedara sin
habla y que el P. Kane dijera: “¡Es como un sueño!” Vida real, existencia
real, amor real… ¡Y Dios!
Piensa en el cielo, hija mía… pureza, belleza, verdad, virtud, alegría,
santidad, gloria… ¡Y Dios! ¡Y todo para siempre!... Sí; es un sueño. Un
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sueño celestial. Si deseas felicidad y júbilo eternos es que aspiras al Cielo.
Si deseas tenerlos y conservarlos es que anhelas el Cielo.
¿Qué puedo decirte yo del Cielo? El nombre puede escribir lo más
positivo solo mediante una serie de negaciones. Las palabras son
impotentes y las imaginaciones estériles. Alguien habrá intentado
explicarte la hermosura y la musicalidad del Cielo, y lo habrán conseguido
parcialmente, dándole una idea de lo que son la luz y la armonía
celestiales. Pero tú debes imaginártelo como algo mucho más excelso
todavía, capaz de satisfacer no solo a los sentidos, sino también al alma.
La vida que anhelas y el amor que apeteces son la vida y el amor del
alma; la satisfacción que buscas—la del pensamiento—el corazón y la
voluntad— solamente podrás hallarla en el Cielo.
¡Cuántas pequeñas verdades absolutas hay en el lado de acá de la
sepultura! Examinemos las ciencias. Si dejamos a un lado las teorías,
hipótesis y conjeturas, y separamos los sistemas elaborados por el
hombre de los principios fundamentales y absolutamente ciertos, apenas
llenaríamos un dedal de la Verdad Absoluta. Tenemos las artes, contemos
los cánones aceptados universalmente y las normas que no puedan
alterarse por su indiscutible certeza, nos encontramos que no llegan a
diez. Un solo átomo de verdad absoluta estremece a nuestras almas. Pero
en el Cielo tendremos absolutamente toda la absoluta Verdad.
En el Cielo tendremos absolutamente todo el Absoluto Amor. El Cielo
no el país de la veleidad o de la deslealtad, sino el país del Absoluto Amor.
Allí nunca nos abandonará nuestra madre ni nuestro padre se hará viejo;
nuestros hermanos y hermanas estarán siempre con nosotros, y la
amistad jamás conocerá eclipse ni tibiezas. La mente, el corazón y la
voluntad se sentirán satisfechos, y el alma gozará de una paz absoluta.
Todo esto y mucho más en el Cielo.
¡El Cielo es Dios! El Cielo es conocer a Dios. Nuestro Señor dijo: “Solo en
la eterna vida podréis conocer al único Dios verdadero y a Aquel a quien
envió para salvarnos”.
¿Sabes lo que significa conocer a Dios? Conocer una cosa es tenerla y
conservarla. Tú, por ejemplo, conoces tu nombre y nada ni nadie pueden
quitarte ese conocimiento. Lo tienes, lo conservas, es una parte de ti y así
lo será siempre, mientras vivas. Cuando conozcas de igual manera a Dios,
tendrás el Cielo. Cuando Dios—que es todo el amor y toda la vida—te
haya absorbido, estarás en el Cielo. Absorbida en Dios, por Dios y con
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Dios… esa es la Vida real, ese es el Amor real. Eso es el Cielo. Pero el
Cielo—no lo olvides— empieza en la tierra.
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¿Ves con cuánta facilidad ha hecho Dios que el cielo empiece en la
tierra? ¡Podemos acercarnos a Él y recibirle!
¡La Gracia! ¡La Gracia! Esto es todo cuanto necesitamos para empezar
el Cielo en la tierra. Y la Gracia es nuestra en cuanto la solicitamos. La
podemos alcanzar con la oración y con la misa. Pero el camino más seguro
es el de los Sacramentos, que son verdaderos canales de la Divina Gracia
y el mayor de los dones hechos por Dios al hombre.
¡Oh, la insensatez de los frívolos que miran la religión, como si pudieran
mirar sus vestidos de noche; es decir, como algo que se pone para
lucirlo!… Pero la Religión no es algo accesorio en la vida. La religión es
Vida. La Religión nos une a Dios, y esta unión es la sola razón de vivir que
tenemos. Por eso la verdadera vida de todos los vivientes estriba en ser
religiosos. Cuando uno se siente dirigido y absorbido por Dios, la religión
deja de ser el asunto negativo que a tantos les parece. La verdadera
religión es mucho más que evitar los pecados. Ser religioso no consiste
solo en no violar los Diez Mandamientos. La verdadera religión es algo
mucho más fuerte y más activo: es—y deber ser siempre—hacer las cosas
más grandes, más buenas y más nobles; pero hacerlas por Dios. La
verdadera religión es asirse a Dios del modo más firme, más seguro y
más íntimo, que, en este lado de la sepultura, es la Sagrada Comunión.
Este es el sacramento que nos concede el Cielo en la tierra. Si tú quieres
empezar a gozar desde ahora de la Gloria….
DALE TU CORAZÓN
¿No te lo ha pedido con insistencia Jesucristo? Sí. Te lo pidió diciéndote:
“Hija mía, dame tu corazón” Yo también te pido ahora que SE LO
ENTREGUES. Dáselo todo entero por el procedimiento de la
comunión, diaria, a ser posible.
¡Entrégaselo y te sentirás feliz! Él te lo devolverá profundamente
cambiado, lleno de Fe, de Esperanza y de Amor; lleno del fuego de la
verdadera caridad. Entrégaselo y Él te lo devolverá tan fuerte, “que el
infierno no podrá prevalecer contra ti”; tan puro, que los ángeles te
cubrirán con sus alas; tan amante, que el Espíritu Santo volará muy cerca
de él hasta que Dios Padre pueda decir: “Esta es mi hija bien amada, de
la que estoy muy satisfecho”. Entrégaselo y Él te lo devolverá dotado de
una invencible resistencia, impermeable al mundo, al demonio y la carne;
invulnerable a las tentaciones y al pecado. Entrégaselo y Él te lo
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devolverá cerrado para todo cuanto no sean virtudes, Bondad, Gracia y
Dios. ¡Entrégaselo y tu Cielo habrá comenzado en esta tierra!
¡Dale a Dios tu corazón, que NECESITA transformarse!
Necesita cambiar totalmente, pues se encuentra anémico. Sí; a pesar
de tus glóbulos rojos, te aseguro que estás anémica, muy anémica. Para
vivir tu Divina Novela, para atreverte a ser diferente, para satisfacer la
necesidad de Dios, del nombre y del mundo; para estar dispuesta a todo,
como Gertrudis; para no ser como Nona, necesitas divina hemoglobina.
Necesitas recibir la rica, roja, caliente, pura, noble y valerosa Sangre
Divina en tu alma. Las inyecciones no te servirán para nada, pues lo que
tú necesitas es una transfusión de Sangre que solo puede realizarse al pie
del altar. El Cáliz está rebosante de esa preciosa Sangre y tú no tienes
que hacer otra cosa que llevarlo hasta tus labios.
¡Hazlo! ¡Hazlo divinamente, y tu Cielo habrá comenzado en esta tierra!
No creas que estoy fantaseando. Te estoy diciendo la verdad. ¡Inténtalo
y verás! Conviértete en una mujer consciente de Dios, temerosa de Dios
y disfrutarás del sosiego que el mundo no puede darte; te sentirás feliz
hasta el final; tendrás la mente tranquila, el corazón alegre, el espíritu en
paz, en una paz que será como un preludio de la inmensa paz del Cielo.
La Eucaristía significa la Gracia, la Gracia que te llevará a Dios y Dios es
la Gloria Eterna.
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Si todo ello no constituyera el clímax de una verdadera novela, será que
las palabras habrán perdido su sentido literal y que la vida no era Vida, ni
el amor, Amor, ni Dios es Dios, Amor y Vida, y por eso, LA VIDA ES UNA
DIVINA NOVELA.
EPÍLOGO
Pido a Dios, querida lectora, que algún día tú y yo podamos reunirnos en
ese lugar donde no se vuelve y en el que disfrutaremos de Vida, Amor y
Dios. Pido que nos encontremos en el Corazón de Aquel que te dijo: “Hija
mía, dame tu corazón”.
Suplico que nos encontremos en el Cielo, después de haber vivido nuestras
vidas tan hermosamente como Él las planeó desde el principio. Es decir,
que hayamos hecho de ellas unas divinas novelas.
¿Pedirás tú lo mismo? Puedes hacerlo fácilmente. Dios lo ha hecho no solo
posible, sino fácil, si frecuentamos la Sagrada Comunión, que nos
permitirá a ambos seguir unos caminos ciertamente distintos, pero en los
cuales las últimas líneas de nuestras novelas coincidirán con la invitación
formulada por el Ángel de la Muerte—Jesucristo—que nos dirá con
inmensa dulzura: “¡Ven, amado mío!”, para llevarnos entre sus brazos
amorosos A LA ETERNIDAD.
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ÍNDICE
60
Dale tu corazón…………..………………………………………………………………………57
Epílogo………………………………………………………………………………………………..59
61