CFCP - Ramirez - 2331.14.4
CFCP - Ramirez - 2331.14.4
CFCP - Ramirez - 2331.14.4
REGISTRO NRO.2331.14.4
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Remarcó que el hecho por el que resultó condenado
Ramírez fue una maniobra pergeñada por otras personas para no
dejar rastros.
Consideró que no se encontraba acreditado que su
defendido conociera de la sustancia espuria y que la haya
ocultado a lo largo del viaje poniéndola en circulación e
introduciéndola en una localidad ajena.
En definitiva, que no se había desvirtuado la verosímil
versión de los hechos brindada por Ramírez por lo que
correspondía absolver al encartado.
En subsidio, solicitó se califique el hecho como
tenencia simple de estupefacientes (art. 14, primera parte, de
la ley 23.737) pues consideró que el tribunal aplicó
erróneamente la ley toda vez que, a su entender, en el caso no
se ha configurado el dolo requerido para la figura de
transporte de estupefacientes (art. 5 inc. “c” de la ley
23.737).
Destacó que para que exista la figura de transporte de
estupefacientes se requiere, desde el punto de vista subjetivo,
el dolo de transportar, esto es, que el sujeto tenga
conocimiento y voluntad sobre la conducta que lleva a cabo.
Remarcó que lo expuesto no está acreditado en el caso
de Ramírez pues no se incorporaron constancias al expediente
que prueben que era parte de una cadena de tráfico de
estupefacientes.
En definitiva, que al no encontrarse probado el dolo
que requiere la figura legal escogida por el a quo para
calificar el hecho investigado se debe modificar la misma por
la figura residual de tenencia simple de estupefacientes (art.
14, primera parte, de la ley 23.737) imponiéndosele el mínimo
de la pena.
Hizo reserva del caso federal.
IV. Que en la oportunidad que otorgan los arts. 465 y
466 del código adjetivo la partes hicieron presentaciones.
Así, se presentó el Sr. Fiscal ante esta instancia,
Doctor Ricardo Gustavo Wechsler, quien solicitó fundadamente el
rechazo del recurso interpuesto por la defensa (ver fs. 653/654
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CAUSA Nro. 871/2013 -SALA IV-
C.F.C.P. “RAMÍREZ, Juan Ramón
s/recurso de casación”
vta.).
A su turno se presentó el Doctor Juan Carlos Sambuceti,
Defensor Público Oficial, quien reiteró los argumentos de su
colega de grado ampliando sus fundamentos e introdujo un nuevo
agravio (ver fs. 655/667).
De tal suerte, consideró que en caso de no hacerse
lugar a los planteos esgrimidos por su colega de la anterior
instancia, correspondería que la conducta reprochada a Ramírez
fuera subsumida como transporte de estupefacientes en grado de
tentativa pues el material estupefaciente nunca llegó a
destino. También planteó la inconstitucionalidad del art. 12
del C.P. pues entendió que las accesorias legales que el
artículo impone se traducen en una pena cruel, inhumana y
degradante en clara violación a los principios emanados de la
Convención Americana de Derechos Humanos. Hizo reserva del caso
federal.
V. Que superada la etapa prevista en los arts. 465,
último párrafo y 468 del C.P.P.N., de lo que se dejó constancia
a fs. 674 la causa quedó en condiciones de ser resuelta.
Efectuado el sorteo de ley para que los señores jueces emitan
su voto, resultó el siguiente orden sucesivo de votación:
doctores Juan Carlos Gemignani, Gustavo M. Hornos y Eduardo
Riggi.
El señor juez Juan Carlos Gemignani dijo:
I. Que el recurso de casación interpuesto es
formalmente admisible, toda vez que la sentencia recurrida es
de aquellas definitivas previstas en el art. 457 del C.P.P.N.,
la parte recurrente se encuentra legitimada para impugnarla -
art. 459 del C.P.P.N.-, los planteos esgrimidos encuadran
dentro de los motivos previstos por el art. 456 del C.P.P.N., y
se han cumplido los requisitos de temporaneidad y
fundamentación requeridos por el art. 463 del citado código
ritual.
II. Sorteado el test de admisibilidad, primeramente, he
de adelantar cuáles de los planteos defensistas serán objeto de
tratamiento por el suscripto. Es que si bien soy de la opinión
que el Tribunal debe limitarse al estudio de los motivos
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propuestos ab initio al interponerse el recurso de que se trate
(confr. mi voto en la causa Nro. 13.463, Reg. Nro. 887/12.4,
“Molina, Marcos Javier s/rec. de casación”, rta. El 24 de mayo
de 2012), mi posición cede cuando el asunto planteado una vez
expirada esa oportunidad procesal, sea susceptible de acarrear
cuestión federal dirimente o cuestione la validez de algún acto
del proceso factible de ser fulminado con nulidad absoluta;
circunstancia, la primera de ellas, que se observa en la
presentación del Defensor Público Oficial en el estadio
procesal previsto por el art. 465 del código instrumental, sólo
en cuanto considera que la imposición de las accesorias legales
del art. 12 del C.P. vulneran las garantías constitucionales de
su defendido traduciéndose su aplicación en un trato cruel,
inhumano y degradante para el imputado. Cuestión que será
analizada al final de este voto.
III. Ahora bien, me adentraré en el análisis de los
agravios vertidos por la defensa en su remedio casatorio.
En primer lugar, corresponde tratar la alegada falta de
fundamentación de la sentencia. Recordemos que el recurrente
consideró que no se encontraba probado el hecho investigado.
Ahora bien, a fin de resolver la cuestión vale recordar
la plataforma fáctica que tuvo por probada el a quo como así
también la prueba en la que sustentó su resolución.
Así, el tribunal tuvo por cierto y comprobado que “…el
22 de agosto del 2009, Juan Ramón Ramírez, trasladaba un bolso
de equipaje identificado con el ticket Nº 165663, depositado en
la bodega del colectivo de la empresa “Don Otto S.A.”, en el
cual viajaba desde la ciudad de Buenos Aires con destino a
Comodoro Rivadavia, llevando en su interior una lata blanca y
marrón de cuatro litros con la leyenda “Petrolac Ferru Bet”,
que contenía estupefaciente en la cantidad y calidad que
revelan las pericias de autos…” (cfr. fs. 632). La lata en
cuestión contenía 50 paquetes pequeños -que arrojaron un total
de 500 grms. de cocaína- y 49 cápsulas -que arrojaron un total
de 490 grm. de cocaína-.
Esta plataforma fáctica se construyó a partir de un
importante plexo probatorio que considero fue correctamente
analizado por el a quo.
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CAUSA Nro. 871/2013 -SALA IV-
C.F.C.P. “RAMÍREZ, Juan Ramón
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en esa época mensajes con Ramírez y no quedó en encontrarse con
él ese día en la terminal de ómnibus local…” (cfr. fs. 628
vta.). Se destacó que como consecuencia de las declaraciones
contradictorias entre Cala y Ramírez se produjo un careo entre
ellos, manteniéndose ambos firmes en sus dichos.
Sobre la prueba agregada al expediente y los descargos
defensistas se entendió que “…no ha sido allegado al juicio
elemento de convicción alguno, que desvirtúe o controvierta,
tan siquiera en parte, las constancias antes reseñadas que
documentaron toda la actuación policial y los testimonios
obtenidos, todo lo que sirvió para involucrar al acusado en el
hecho que se le reprocha…” (cfr. fs. 629).
A continuación se destacaron los informes periciales de
fs. 70/75 y 76/85, éste último realizado sobre el celular
secuestrado a Ramírez -se transcribieron los mensajes de texto
recuperados, de los que se desprendía que Ramírez iba dando
cuenta de los pormenores del viaje a una persona llamada
“Petiso”- y las actuaciones que se desarrollaron como
consecuencia de la relación que Ramírez dijo existía entre él y
el testigo Cala (sobreseído), a quien había sindicado como la
persona que lo embaucó para que llevara la droga hasta Comodoro
Rivadavia.
Al respecto se resaltaron las tareas investigativas de
fs. 115/119 y 121, los datos brindados por la AFIP, la
constatación de celulares secuestrados, los resultados del
allanamiento en la habitación de Cala (fs. 148 y acta de fs.
152/154), las pericias practicadas sobre los elementos
secuestrados en el allanamiento (fs. 212/218 y 219/224) y las
constancias telefónicas de fs. 301 y 310.
Por último, se expusieron los resultados de la pericia
química realizada sobre el estupefaciente secuestrado en poder
de Ramírez (fs. 200/206), recalcándose que “Las pericias
realizadas se notificaron a las partes sin merecer ninguna
impugnación y las operaciones consignadas revelan la existencia
de sustancias prohibidas, su calidad, sus cantidades,
principios activos y dosis umbrales obtenibles […] Ninguno de
los elementos colectados y citados […] merecieron observación
alguna que los invalidase para su legitima adquisición en el
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CAUSA Nro. 871/2013 -SALA IV-
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pública que implicaba su acción, movilizándola desde un lugar
extraño y alejado asumió riesgos inherentes y fue protagonista
doloso en la ejecución del traslado de la vil mercadería, que
finiquitó al inspeccionarse rutinariamente el rodado, reveló
acciones deliberadas y queridas, elegidas para desplazar
subrepticiamente con éxito a la región…” (cfr. ídem Ob cit).
Profundizando el a quo en el análisis del elemento
subjetivo -dolo- que entendió era necesario para fundar la
calificación legal escogida, destacó “…la elección del
continente de la droga -lata- fue sobre un objeto de su trabajo
y no del de otro, que además era usada, lo que excluye su
excusa de aprovechar el bajo precio del producto en la zona y
en particular, que el intercambio de mensajes con su conocido,
de significativa encriptación, fue con su participación
intensiva e insistente, mientras permaneció de viaje con el
tóxico y cesó de inmediato con la intervención de la
autoridad…” (cfr. fs. 633).
Se prosiguió echando por tierra el descargo defensista,
resaltándose que “Su pretendida inocencia, al amparo de un
tercero, -Omar Arnaldo Cala- lo implicó sin su conocimiento en
el delito y su quimérico encuentro con un joven desconocido, ni
de su amistad o vecindad, por el solo dato indicativo de
movilizarse en moto, aguardándolo en la vía pública a cierta
hora, para entregarle una lata, ya usada, de silicona, para
reparar paredes de su departamento alquilado, esa estudiada
ignorancia, no fue sino una vana excusa, para cohonestar la
ilicitud de su conducta que sabía reprochable…” (cfr. ídem Ob
cit).
Por último, se estableció la autoría material de
Ramírez en el hecho pues “…fue plenamente identificado y el
conocimiento exhibido por él, del modo que se efectúan las
revisaciones policiales a transportes públicos de pasajeros de
larga distancia, fue justamente lo que quiso evitar, asegurando
el resultado del delito […] Sin su decisiva intervención el
tóxico no habría tenido la movilidad exhibida…” (cfr. fs. 633)
En definitiva, se calificó jurídicamente al hecho
probado y cometido por Ramírez como constitutivo de transporte
de estupefacientes (art. 5 inc. “c”. de la ley 23.737) en grado
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controlable el iter lógico seguido para arribar a la
conclusión, evidenciando así que realizó una apreciación de las
pruebas que en el recurso no se comparten pero que se halla
exenta de la tacha de ilogicidad e incluso a resguardo de la
arbitrariedad de sentencias, es que la resolución no “aparece
determinado por la sola voluntad del juez, (no) adolece de
manifiesta irrazonabilidad o desacierto total, (no) exhibe una
ausencia palmaria de fundamentos, (no) se sustenta en
afirmaciones dogmáticas, (no) exhibe […] un fundamento […]
aparente […], (ni) se apoya en conceptos imprecisos o
excesivamente latos, genéricos y conjeturales […] que […]
impidan verificar de qué manera se llega a la solución del
litigio” (confr. Lino E. Palacio, “El Recurso Extraordinario
Federal, Teoría y Técnica”, Ed. Abeledo-Perrot, Bs. As., 1992,
págs. 221/228).
IV. En segundo lugar, cuestiona la defensa la
calificación legal adoptada por el tribunal sosteniendo que la
sentencia deviene arbitraria por cuanto no se fundó debidamente
el “dolo de transporte”, esto es, que el sujeto hubiese tenido
conocimiento y voluntad sobre la conducta desplegada por lo que
solicitó se califique el accionar de Ramírez como tenencia
simple de estupefacientes (art. 14, primera parte, de la ley
23.737).
Al respecto adelanto que este agravio tampoco habrá de
prosperar pues tengo dicho, en reiteradas oportunidades, que la
prueba del dolo en cuanto exigencia finalista que responde a
una vieja fragmentación dicotómica y vetusta que encuentra su
origen en las ideas de la ilustración, no puede sino extraerse
de las circunstancias objetivas de la causa. Así, el riesgo
introducido por el imputado generó un resultado a éste
atribuible, más allá del alcance de los límites de su psiquis,
lugar lógicamente inaccesible para el juzgador (ver de esta
Sala IV causa nro. 16.740 “ALDANA ESTRADA, Eduardo y VELASCO,
Judith s/recurso de casación” reg. 2035.13.4. rta. el 21 de
octubre de 2013 y causa nro. 15.384 AMARALES, José Antonio;
TERAN, Jonathan Ezequiel; PEREZ GARCÍA Brian Gabriel s/recurso
de casación, reg. 317.14.4 rta. el 19/03/14).
Lejos está ello, como pretende hacer parecer la
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relación a la inconstitucionalidad del Art. 12 del Código
Penal. Así las cosas, el art. 12 del Código Penal establece que
“La reclusión y la prisión por más de tres años llevan como
inherente la inhabilitación absoluta, por el tiempo de la
condena, la que podrá durar hasta tres años más, si así lo
resuelve el tribunal, de acuerdo con la índole del delito.
Importan además la privación mientras dure la pena, de la
patria potestad, de la administración de los bienes y del
derecho de disponer de ellos por acto entre vivos. El penado
quedará sujeto a la curatela establecida por el Código Civil
para los incapaces”. -el destacado me pertenece y constituye la
parte del artículo que considero inconstitucional-.
Con este objetivo, habré de efectuar las siguientes
consideraciones, a saber:
a) Que el origen de esta norma se encuentra en el art.
101 del código Tejedor que estipulaba que la pena de presidio
conllevaba la inhabilitación absoluta para cargos públicos por
el tiempo de la condena y por la mitad más. En el código de
1886 se conservó la sanción en el inc 1° del art. 63
intercalando la frase “y para el ejercicio de los derechos
políticos, activos y pasivos”. Las fuentes de dicha normativa
se remontan a la muerte civil que estaba prevista en el libro
2°, título 18 de la Partida Cuarta, el art. 18 del código
francés (texto según reforma del año 1832), el art. 16 del
código napolitano, el art. 53 del código español del año 1822 y
el art. 7 del código de Baviera. Finalmente, cabe destacar que
Tejedor siguió sobre este punto al código español del año 1850,
cuyo art. 52 había atenuado la muerte civil. (cfr. acerca de la
evolución histórica de este instituto, Zaffaroni, Raúl Eugenio,
et.al., “Derecho Penal-Parte General” y sus citas, 2 da
edición, Ediar, Buenos Aires, 2002, pág. 981)-el destacado en
negrita me pertenece-.
b) Que nuestra Corte Federal tiene dicho que las leyes
debidamente sancionadas y promulgadas tienen -en principio-
presunción de validez, ya que la declaración de
inconstitucionalidad de una norma por parte de los tribunales
de justicia constituye un acto de suma gravedad que ha sido
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22 de la Constitución Nacional, lo cual ha traído como
consecuencia no sólo la expresa previsión de algunos derechos y
garantías que antes en forma general y algo confusa se los
encasillaba como “derecho implícitos” en el art. 33 de nuestra
Carta Magna, sino también una verdadera ampliación del catálogo
de derechos y garantías mínimas que rigen en materia penal
(cfr. a modo de ejemplo, el art. 8 de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos y el art. 14 del Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos).
Es decir, que advierto que la existencia de estos
nuevos paradigmas en materia de derechos humanos necesariamente
repercuten en nuestro derecho penal doméstico y me llevan a
realizar un análisis del art. 12 del código de fondo que
resulte ajustado a los mismos.
d) A esta altura de mi voto, debo adelantar que desde
mi óptica personal el art. 12, segunda y tercera disposición,
del Código Penal, debe ser declarado inconstitucional por no
ser respetuoso de nuestra Constitución Nacional, ni de los
Pactos Internacionales sobre Derechos Humanos
constitucionalizados (art. 75 inc. 22 de la Constitución
Nacional).
En primer lugar, habré de referirme a la privación del
ejercicio de la patria potestad que según la norma debe
imponerse a los condenados que se encuentren privados de su
libertad por más de tres años, como consecuencia de la
imposición de la inhabilitación absoluta prevista en el art. 12
del código sustantivo.
Sobre este particular, observo que esta parte de la
norma conlleva a un innecesario agravamiento de la pena
impuesta por resultar indigna, inhumana y degradante. Además,
produce efectos claramente estigmatizantes y contrarios a la
resocialización del condenado, dándose de bruces con la
voluntad del constituyente de garantizar una protección
integral de la familia como pilar básico de nuestra sociedad
política (art. 14 bis, última parte, de la Constitución
Nacional). Es que, impedir a una persona privada de su libertad
por más de tres años de su derecho de decidir acerca de la
crianza de sus hijos, resulta contrario al tratamiento
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Civil).
Sin perjuicio de todo lo reseñado, a mi entender el
único caso en que la norma cobra virtualidad es cuando los
hijos menores de edad hayan sido sujetos pasivos de una acción
delictiva por alguno de los padres (cfr. Zaffaroni, Raúl
Eugenio, ob. cit. supra, pág. 986).
En segundo término, en orden a la privación mientras
dure la pena de la administración de los bienes y del derecho
de disponer de ellos por acto entre vivos, también adelanto que
ello resulta contrario a nuestra Ley Fundamental. Y así lo es,
en virtud de que dicha interdicción implica lisa y llanamente
la eliminación de la voluntad del sujeto penado, quedando
prácticamente equiparado a los efectos legales con la categoría
jurídica de los sordomudos o de los dementes, siendo ello
evidentemente frustratorio de un razonable ejercicio de su
derecho de propiedad (art. 17 C.N.).
Además, eventualmente podría darse la incongruencia de
que “…el condenado acceda a la libertad condicional y siga
inhabilitado al no haber expirado el tiempo de la condena…”
(cfr. Báez, Julio C., “Los condenados penales y la
administración de sus bienes, en Guersi, Carlos- Weigarten
Celia (directores)”. El derecho de propiedad. Un tratamiento
transversal”, Nova Tesis, Buenos Aires, 2008, págs. 115/117).
En conclusión, el art. 12 del código de fondo también
atenta contra la dignidad de las personas en cuanto tales y
trae como consecuencia al igual que la otra sanción mencionada
un efecto estigmatizante, mortificante y contrario a la
resocialización que vulnera el art. 10.1 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el art. 5.6 de
la Convención Americana sobre Derechos Humanos y el art. 18 de
la Constitución Nacional). Ello así, toda vez que colocar a una
persona detenida bajo el régimen de la curatela de la
legislación civil, privándolo de la administración de sus
bienes y de disponer de ellos por acto entre vivos, resulta una
norma de neto carácter ilegítimo y autoritario que violenta el
techo ideológico de nuestra Constitución Nacional, el cual
posee indubitable naturaleza humanitaria.
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recurso de casación interpuesto a fs. 636/642 por el señor
Defensor Público Oficial, doctor Sergio María Oribones, en
representación de Juan Ramón Ramírez. Sin costas en la
instancia (arts. 530 y 532 -en función del art. 14 in fine de
la ley 24.946- del C.P.P.N.). II. HACER LUGAR PACIALMENTE a los
planteos efectuados por el Defensor Público Oficial en su
presentación de fs. 655/667; DECLARANDO la INCONSTITUCIONALIDAD
del art. 12, segunda y tercera disposición, del Código Penal, y
dejar sin efecto la condena dictada en cuanto a la imposición
de las accesorias dispuestas en el art. 12, segunda y tercera
disposición, del C.P. Téngase presente la reserva del caso
federal.
Así voto.
El doctor Eduardo Riggi dijo:
I) Que por coincidir sustancialmente con los argumentos
desarrollados por el distinguido colega que lidera la votación
en los acápites III y IV de su ponencia, adherimos a la
solución que propone.
II) Respecto de los nuevos agravios introducidos por el
recurrente en su presentación de fs. 655/667, teniendo en
consideración la oportunidad en que han sido planteadas las
nuevas críticas, es nuestra opinión que no corresponde ingresar
en el análisis de las mismas, debiendo limitarse el examen de
este Tribunal a los agravios oportunamente invocados (causa n°
9 “Sokolovicz, Mario Rubén s/recurso de casación”, Reg. N°
13/93, resuelta el 29/7/93). Sin perjuicio de lo cual,
observando respetuosamente el criterio vertido por la Corte
Suprema de Justicia de la Nación en los autos K.75.XLII. “Kang,
Yong Soo s/causa 5742”, resuelta el 15/05/2007; C.2799.XLII.
“Catrilaf, Ricardo o Fernández, Luis Miguel s/causa n° 3799”,
resuelta el 26/06/2007; y L.309.XLIII. “Lagos Rodas, Jonathan y
otro s/robo en poblado y en banda -causa n° 3599”, resuelta el
4/12/2007, habremos de señalar que respecto de la alegada
inconstitucionalidad del artículo 12 del ordenamiento
sustantivo, ya nos hemos pronunciado a favor de la validez del
precepto al emitir nuestro voto en los precedentes “Castro,
Juan Carlos s/rec. de inconstitucionalidad”, registro nº
606.07.3 del 28/5/2007; “Méndez, Ángel Isidro y otros s/rec. de
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1938, T. 4-5, pág. 1)”.
“En este sentido Llambías sostiene que la incapacidad
civil de los condenados se trata de una incapacidad de hecho y
no de derecho, en la medida que no se dicta contra el incapaz
sino a favor suyo, como un remedio para paliar la inferioridad
de su situación (op. cit., pág. 559); para concluir que la
incapacidad del condenado sólo se extiende a los actos que él
mismo no puede realizar eficazmente, pero que es dable efectuar
por medio de un representante, lo que muestra el sentido
protector de la incapacidad (op. cit., pág. 559)”.
“En este orden de ideas Soler señala que si bien el
instituto tiene su origen en las penas infamantes, en virtud de
la enumeración de actos a los que se encuentra limitado, el
condenado no pierde su capacidad jurídica; sino su capacidad de
hecho y únicamente con referencia a los actos expresamente
previstos por la ley: patria potestad, administración de sus
bienes, disposición de éstos por actos entre vivos (Sebastián
Soler, Derecho Penal Argentino, Buenos Aires, 1992, Tomo II,
pág. 461/462)”.
“A su vez Ricardo Núñez afirma que “estas incapacidades
tienen carácter civil, porque su finalidad no es, esencialmente
la de castigar al delincuente para que no recaiga en el delito,
sino la de suplir su incapacidad de hecho producida por el
encierro”; y que esta incapacidad de hecho relativa se
circunscribe únicamente a los supuestos taxativamente previstos
por la ley, por lo que conserva, por ejemplo, su capacidad para
disponer sin representante o autorización especial de los
bienes por testamento, para casarse, para reconocer hijos
naturales y para por medio de un representante voluntario estar
en juicios que, como el divorcio o filiación natural, no versen
sobre la administración de sus bienes (Ricardo C. Núñez, op.
cit., T. II, págs. 447 y 449/450)”.
“Por su parte, Terragni concuerda con lo señalado en
cuanto a que las limitaciones que sufre el penado sólo se
refieren a los derechos enumerados por la ley, por lo que puede
realizar todos los demás actos de la vida civil (“Código Penal
y normas complementarias. Análisis Doctrinario y
Jurisprudencial”, op. cit., Tomo I, págs. 156/158)”.
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rechazar el recurso de casación deducido por la defensa, con
costas. Tal es nuestro voto.
El señor juez Gustavo M. Hornos dijo:
I. Comparto en lo sustancial los fundamentos y
conclusiones que fueron desarrolladas en el voto del colega que
lidera el presente acuerdo, doctor Juan Carlos Gemignani, que
lleva la adhesión del doctor Eduardo R. Riggi.
En efecto, la sentencia recurrida, en lo relativo a la
ponderación de las pruebas, a la acreditación de la ocurrencia
del hecho juzgado, a la participación que en ellos cupo a Juan
Ramón Ramírez se encuentra correctamente fundada y no presenta
fisuras de logicidad en su razonamiento.
Así, de la reseña efectuada en el voto que lidera el
presente acuerdo, se desprende que en el fallo recurrido se ha
efectuado un exhaustivo análisis de los elementos probatorios
arrimados al debate, valorándolos de manera conjunta, armónica
e integrada conforme a las reglas de la sana crítica racional,
y como consecuencia de ello, se tuvo por probado el hecho
atribuido al imputado, conclusión que encontró sustento en la
valoración de las pruebas efectuadas, sin que quede lugar para
la aplicación del principio in dubio pro reo, como pretende la
empeñosa defensa.
Asimismo, y en relación al cuestionamiento efectuado por
la Defensa Pública Oficial ante esta instancia referido al
grado de consumación del delito atribuido a su asistido, habré
de recordar que -como he sostenido en varias oportunidades:
causas nº 179 caratulada “Berreta, Ángel Antonio s/recurso de
casación”, Reg. Nro. 375, rta. el 22/8/1995; nº 1877 caratulada
“Castro, Carlos César s/recurso de queja”, Reg. Nro. 2315, rta.
el 23/12/1999; nº 7738 caratulada “Arrieta Berrios, Juan y otro
s/recurso de casación”, Reg. Nro. 10.967, rta. 30/10/2008,
entre muchas otras- el delito de transporte de estupefacientes
no requiere, como elemento ultraintencional o elemento
subjetivo distinto del dolo, la intención de comercialización
del material ilícito transportado, o la acreditación de que
quien transporta lo hace con la intención de participar de una
cadena de tráfico de dichas sustancias.
En sustento de esta postura, la Real Academia española
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y dignidad inherente al ser humano (arts. 10 del P.I.D.C.y P.;
art. 5.6 de la C.A.D.H. y arts. 18 y 75, inc. 22 de la C.N.).
Al respecto, corresponde señalar, en primer término, que
el tratamiento de los agravios planteados durante el término de
oficina resulta admisible en función del máximo esfuerzo
impuesto a esta Cámara Federal de Casación Penal por la vigente
doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (causa
n°1757. XL, “Casal, Matías Eugenio y otro s/robo simple en
grado de tentativa”, del 20 de septiembre de 2005) y, en
particular, por lo resuelto por nuestro más alto Tribunal en
“Recurso de hecho deducido por Ricardo Catrilaf en la causa
Catrilaf, Ricardo o Fernández, Luis Miguel s/causa n° 6799”
(C.1240. XLII; del 26 de junio de 2007), “Concha, Alejandro
Daniel” (C. 1240. XLIII, resuelta 20/08/2008) y “Rodríguez,
Héctor Gabriel” (R. 764. XLIV, rta. 09/03/2010). Y a la luz de
la plena vigencia que cabe otorgarle al derecho al recurso y
del derecho de defensa (arts. 8.2. de la C.A.D.H. y 14.3 del
P.I.D.C.y P.).
Liminarmente, cabe recordar que la Corte Suprema de
Justicia de la Nación ha sostenido que “la declaración de
inconstitucionalidad de una disposición legal es un acto de
suma gravedad institucional, ya que las leyes debidamente
sancionadas y promulgadas, esto es, dictadas de acuerdo con los
mecanismos previstos en la Ley Fundamental, gozan de una
presunción de legitimidad que opera plenamente, y que obliga a
ejercer dicha atribución con sobriedad y prudencia, únicamente
cuando la repugnancia de la norma con la cláusula
constitucional sea manifiesta, clara e indudable. De lo
contrario, se desequilibraría el sistema constitucional de los
tres poderes, que no está fundado en la posibilidad de que cada
uno de ellos actúe destruyendo la función de los otros, sino en
que lo haga con la armonía que exige el cumplimiento de los
fines del Estado, para lo cual se requiere el respeto de las
normas constitucionales y del poder encargado de dictar la ley”
(Fallos 226:688; 242:73; 285:369; 300:241, 1087; 310:1162;
312:122, 809,1437; 314:424, entre muchos otros) y que “el
acierto o error, el mérito o la conveniencia, de las soluciones
legislativas no son puntos sobre los que al Poder Judicial
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código de 1886 se repitió la previsión en el inc. 1° del art.
63, intercalando “y para el ejercicio de los derechos
políticos, activos y pasivos”. Las fuentes de esta disposición
se remontan a la muerte civil que preveía el libro 2°, título
18 de la Partida Cuarta, el art. 18 del código francés, según
la reforma de 1832, el art. 16 del código napolitano, el art.
53 del código español de 1822 y el art. 7 del código de
Baviera. Tejedor siguió al código español de 1850, cuyo art. 52
había atenuado la muerte civil (cfr. Zaffaroni, Eugenio Raúl,
Derecho Penal, Parte General, 2da. Edición, Ediar, Buenos
Aires, pág. 981).
En tal sentido, el autor refiere que “la incapacidad
civil (art. 12, segunda parte) tiene el carácter de pena
accesoria y no mera consecuencia accesoria de la pena, porque
la privación efectiva de la libertad no necesariamente la
implica, es decir, el penado no está factiblemente
imposibilitado de ejercer los derechos que el art. 12 cancela.
Por otro lado, si el encierro mismo determina la incapacidad,
no tendría mucho sentido una previsión legal que regulara lo
que es obvio. Por ello es sustancialmente una medida represiva
con los caracteres de una pena accesoria a la principal de la
condena” (ob. cit. pág. 985).
En idéntico sentido y a partir de un análisis histórico
surge que, hasta el proyecto de 1891 se le asignaba la
nominación de “pena” ya sea de un modo expreso o implícito, sin
embargo a partir del proyecto de 1906 se excluyó esta
denominación.
La exposición de motivos de la Comisión Especial de
Diputados señaló que “la Privación de derechos civiles no es
una pena sino un accesorio indispensable, que no tiene objeto
represivo sino tutelar, desde que subsana un estado de
incapacidad” (Soler, Sebastián, “Derecho Penal Argentino”,
Tipográfica Editora Argentina, Buenos Aires, 1978, tomo II,
pág. 400, nota Nro. 6).
En idéntico sentido, señala Nuñez que “el artículo 12,
segunda disposición, del Código Penal establece incapacidades
civiles accesorias de las condenas penales. Estas incapacidades
tienen carácter civil, porque su finalidad no es,
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previstas en el art. 12 del código de fondo.
En tal sentido, la defensa pública oficial expresó que
su asistido tiene hijos a su cargo y que la norma cuestionada
prevé la suspensión de la patria potestad, es decir, del
conjunto de derechos y deberes que corresponden a los padres
sobre las personas y los bienes de sus hijos para su protección
y formación integral; de esta forma se encuentra comprometido
el interés superior del niño (cfr. fs. 655/667).
IV. Ahora bien, a fin de analizar la cuestión sometida a
estudio en esta oportunidad -inconstitucionalidad del art. 12
del C.P.- procuraré una interpretación de dimensión sustancial,
que tenga en cuenta el conjunto de derechos y valores vigentes
en la actualidad, la evolución y el cambio de paradigma operado
en materia de derechos de las personas privadas de su libertad,
así como el desarrollo y especificación de las garantías y
derechos reconocidos por la reforma de 1994, que otorgó
jerarquía constitucional a los Pactos Internacionales de
Derechos Humanos.
En primer lugar, creo conveniente recordar que las
personas privadas de su libertad son sujetos de derecho y
conservan todos los derechos que no fueran afectados por la
sentencia de condena o por la ley o reglamentaciones que en
consecuencia se dicten (principio constitucional de legalidad,
art. 18 C.N.).
En un Estado de Derecho, su poder se encuentra limitado
por las normas jurídicas sin que subsista razón para alterar
este principio en el caso de las personas sometidas a una
medida privativa de la libertad.
En este sentido, se ha afirmado que “El ingreso a una
prisión (…) no despoja al hombre de la protección de las leyes
y, en primer lugar, de la Constitución Nacional” (cfr. Fallos:
318:1894, considerando 9º del voto de los jueces Fayt,
Petracchi y Boggiano).
Nuestro más alto Tribunal ha dicho que “Ningún habitante
de la Nación puede ser privado de su dignidad humana, aunque su
conducta haya sido reprobada y se encuentre cumpliendo una pena
privativa de la libertad” (Fallos: 313:1262, disidencia del
juez Fayt) y que “… toda situación de privación de libertad
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personas privadas de libertad, y que como tal, asume deberes
específicos de respeto y garantía de los derechos fundamentales
de estas personas… para el logro de los fines esenciales de la
pena privativa de libertad: la reforma y readaptación social de
los condenados” (CIDH, Informe sobre los derechos humanos de
las personas privadas de libertad en las Américas, OEA, Ser. L-
V-II, Doc. 64, 31 de diciembre de 2011, párrafo 8).
Sabido es que los derechos reconocidos en la
Constitución Nacional y en los tratados internacionales de
derechos humanos, incorporados con jerarquía constitucional
desde 1994 (art. 75, inc. 22) no son absolutos y en tal
sentido, se encuentran sujetos a las reglamentaciones
establecidas por la ley.
Sin embargo, esa reglamentación debe realizarse conforme
lo prescripto en el art. 28 de la Constitución Nacional en
cuanto establece que “Los principios, garantías y derechos
reconocidos… no podrán ser alterados por las leyes que
reglamenten su ejercicio” (art. 28 de la C.N.).
En particular, el alcance de la facultad del Estado de
limitar derechos fundamentales reconocidos a las personas
privadas de su libertad cuando éstos se contraponen con
intereses estatales ha sido objeto de tratamiento por parte de
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en un caso en el
que se analizaba la legitimidad del Estado para requisar a las
mujeres que concurrían a visitar a una persona privada de
libertad en un establecimiento carcelario.
La Comisión IDH estableció que “… hay ciertos aspectos
de la vida de las personas, especialmente ciertos atributos
inviolables de la persona humana que están más allá de la
esfera de la acción del Estado y no puede ser legítimamente
menoscabados” (Informe 38/96, Caso 10.506 “Arenas” o “X e Y”,
del 15 de octubre de 1996).
Allí, la Comisión IDH fijó estándares a partir de los
cuales es posible extraer criterios útiles para determinar el
alcance de la facultad estatal para limitar los derechos
fundamentales de las personas privadas de su libertad.
Así, luego de establecer que toda restricción del Estado
a los derechos reconocidos por la Convención debe surgir de una
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Chubut” (sentencia del 6 de agosto de 2013) en el que sus
integrantes han profundizado el examen sobre el valor e
incuestionable relevancia que cabe asignarle a los informes
finales de la Comisión I.D.H. emitidos en razón del artículo 51
de la CADH.
La trascendencia de la interpretación de la Comisión
Interamericana respecto de la Convención ha sido, también,
reconocida en el plano internacional. Así, con referencia al
valor de los informes o recomendaciones de la Comisión
Interamericana, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ha
considerado que: “… la Comisión… es un órgano competente junto
con la Corte “para conocer de los asuntos relacionados con el
cumplimiento de los compromisos contraídos por los Estados
Partes”, por lo que, al ratificar dicha Convención, los Estados
Partes se comprometen a atender las recomendaciones que la
Comisión aprueba en sus informes (caso Loayza Tamayo, supra 50,
parágrafos 80 y 81)”. Ello, pese a reconocer que “… de acuerdo
con el criterio ya establecido (Caso Loayza Tamayo, supra 50,
parágrafo 82)… la infracción del artículo 51.2 de la Convención
no puede plantearse en un caso que, como el presente, ha sido
sometido a consideración de la Corte, por cuanto no existe el
informe señalado en dicho artículo” – (Caso Blake vs.
Guatemala, Sentencia sobre el fondo del 24 de enero de 1998,
parágrafo 108).
En el precedente al que se remite, (Loayza Tamayo), la
Corte IDH, también había establecido que “… en virtud del
principio de buena fe, consagrado en el mismo artículo 31.1 de
la Convención de Viena, si un Estado suscribe y ratifica un
tratado internacional, especialmente si trata derechos humanos,
como es el caso de la Convención Americana, tiene la obligación
de realizar sus mejores esfuerzos para aplicar las
recomendaciones de un órgano de protección como la Comisión
Interamericana que es, además, uno de los órganos principales
de la Organización de los Estados Americanos, que tiene como
función “promover la observancia y defensa de los derechos
humanos” en el hemisferio (Carta de la OEA, artículo 52 y 111)”
– caso Loayza Tamayo vs. Perú, sentencia sobre el fondo del 17
de septiembre de 1997, parágrafo 80 –.
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del plexo de derechos y garantías que integran el bloque de
constitucionalidad federal (art. 75, inc. 22 C.N.) los derechos
civiles que reconocen y amparan los arts. 14 y 17 de la
Constitución Nacional, los que se alinean con los garantizados
por la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre -arts. XVII y XXIII-, la Declaración Universal de
Derechos Humanos -art. 17, ptos. 1 y 2-, la Convención
Americana sobre Derechos Humanos -art. 21, ptos. 1 y 2 y el
Pacto Internacional de los Derechos Económi¬cos, Sociales y
Culturales -arts. 3 y 4-; referidos a la libre disposición de
la propiedad privada, y al derecho de servirse de los bienes y
gozarlos conforme a un ejercicio regular; el que no puede ser
alterado arbitrariamente (art. 28 C.N.).
En este sentido, la doctrina judicial vigente y la
legislación moderna procuran el fortalecimiento paulatino de
esos vínculos ya sean familiares, sociales o laborales.
A tal punto, se ha considerado que su impedimento puede
constituir un agravamiento de las condiciones de detención
(cfr. en tal sentido causas nº 592/13 caratulada “Lefipán,
Walter Roberto s/ recurso de casación”, Reg. Nro. 1397/13, rta.
del 9/08/2013 y nº FBB 4214/2014/2/1/CFC2 "Cuenca, José María y
otro", Reg. Nº 1608/2014.4, del 15/8/14, entre muchos).
Se ha dicho que “… el ideal resocializador como su
finalidad, exige que se oriente la ejecución de las medidas de
encierro en forma tal que el encierro carcelario provoque la
menor cantidad posible de efectos nocivos a la persona privada
de su libertad” (Salt, Marcos G.: Los derechos de los reclusos
en Argentina en Rivera Beiras/Salt “Los derechos fundamentales
de los reclusos. España y Argentina”, Editores del Puerto,
Buenos Aires, 1999, pág. 187).
El derecho a un trato digno y humano reconocido a las
personas privadas de su libertad no sólo encuentra soporte en
nuestra Constitución Nacional desde 1853 – art. 18 C.N., “[l]as
cárceles de la Nación será sanas y limpias, para seguridad y no
para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que
a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de
lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la
autorice”–, sino que tiene su origen en el derecho romano y fue
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adecuadas y dignas, expresado en las normas referidas al
derecho a un trato digno (arts. 5.2. CADH, 7 PIDCyP, art. XXV
de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre); prohibición de la imposición de penas o tratos
crueles, inhumanos o degradantes (arts. 5 CADH, 7 PIDCyP, 2 de
la Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas
Inhumanos o Degradantes).
Por su parte, el art. 10.1 del Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos establece que “Toda persona
privada de su libertad será tratada humanamente y con el
respecto debido a la dignidad inherente al ser humano” y que
“El régimen penitenciario consistirá en un tratamiento cuya
finalidad esencial será la reforma y readaptación social de los
penados” (art. 10.3). En idéntico sentido, el art. 5 de la
C.A.D.H. establece que “Las penas privativas de la libertad
tendrán como finalidad esencial la reforma y readaptación
social de los condenados”.
Las Reglas Mínimas para el tratamiento de los Reclusos
establecen en su apartado 60 que: “El régimen del
establecimiento debe tratar de reducir las diferencias que
puedan existir entre la vida en prisión y la vida libre en
cuanto éstas contribuyan a debilitar el sentido de
responsabilidad del recluso o el respeto a la dignidad de su
persona”.
Corresponde destacar que la Corte Suprema de Justicia de
la Nación en el caso “Verbitsky”, antes citado, estableció que
las Reglas Mínimas para el tratamiento de Reclusos de las
Naciones Unidas, recogidas por la ley 24.660, configuran las
pautas fundamentales a las que debe adecuarse toda detención.
En este sentido se ha dicho que “…entendemos que las
normas que consagran al ideal resocializador como fin de la
ejecución de las penas deben ser interpretadas de conformidad
con los principios y los límites del derecho penal del Estado
de derecho, conforme al modelo de intervención penal que surge
de una interpretación sistemática de las normas
constitucionales y de los pactos internacionales de derechos
humanos. Así, el ideal resocializador erigido como fin de la
ejecución sólo puede significar una obligación impuesta al
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de los condenados.
Por otro lado, el carácter genérico de la norma y su
aplicación automática en tanto y en cuanto se constate una
situación objetiva, esto es: la imposición de una condena
superior a los tres años, impide u obstaculiza una reflexión
particular del caso que permita evaluar la concreta vulneración
a los derechos humanos que en el caso su aplicación concreta
pudiera generar.
A su vez, la referida normativa -que se arroga la
aplicación de medidas que, de resultar necesario, deberían
canalizarse en ámbito ajenos al derecho penal-, lejos de
reflejar una mera consecuencia de la condena con efectos
tutelares, instituye una pena accesoria, de exclusiva índole
moralista, infantilizante y paternalista, contrario al Estado
de Derecho.
La norma prevista en el art. 12 del C.P. también
menoscaba el principio de intrascendencia de la pena
establecido en el art. 5.3 de la C.A.D.H. que expresa: “La pena
no puede trascender a la persona del delincuente”.
Es que la pena tiene carácter personal y, en tal
sentido, es que se prohíbe que sus consecuencias se trasladen a
otras personas ajenas al sistema penal.
De acuerdo con el principio enunciado, entiendo que las
incapacidades civiles impuestas por el art. 12 del C.P. en
cuanto suspenden el ejercicio de los derechos y deberes
emergentes de la patria potestad hacen extensible las
consecuencias de la pena impuesta al condenado a todo el
entorno familiar en tanto impide que los padres puedan decidir
sobre la crianza de sus hijos de acuerdo al proyecto de vida
que aquéllos elijan.
En esta inteligencia, resulta destacable que el Estado
tiene el deber de proteger a la familia (art. 14 bis, C.N., y
art. 23 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
y art. 17 de la Convención Americana de Derechos Humanos), pues
aquella es el elemento natural y fundamental de la sociedad y
debe ser protegida por la sociedad y el Estado, mediante la
adopción de medidas apropiadas para otorgar plena efectividad a
ese derecho.
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resaltado que la plena vigencia de los derechos de los niños
requiere no sólo que el Estado se abstenga de interferir
indebidamente en las relaciones privadas o familiares del niño,
sino también que, según las circunstancias, adopte providencias
positivas para asegurar el ejercicio y disfrute pleno de los
derechos. Esto implica la adopción de medidas de carácter
económico, social y cultural, entre otras, y en igual medida,
el resguardo del rol preponderante de la familia en la
protección del niño mediante el arbitrio de medios que
promuevan la unidad familiar.
En el sentido que aquí se viene discurriendo una posible
y eventual excepción por aplicación del principio general
podría darse cuando el efectivo ejercicio de esa patria
potestad se presentara como una afectación siquiera posible de
ese interés superior del niño, cuya protección se erige como
eje central del análisis.
Por todo lo expuesto, advierto que la norma contenida en
el art. 12, segunda y tercera disposición, del C.P. viola los
principios de resocialización de la ejecución de la pena, el
principio de intrascendencia de la pena, el principio de
razonabilidad y el interés superior del niño, y, por ello,
corresponde declarar su inconstitucionalidad.
Por ello, en mérito del acuerdo que antecede, el
Tribunal,
RESUELVE:
I. RECHAZAR, por unanimidad, el recurso de casación
interpuesto a fs. 636/642 por el señor Defensor Público
Oficial, doctor Sergio María Oribones, en representación de
Juan Ramón Ramírez. Por mayoría: sin costas en la instancia
(art. 530 del C.P.P.N.).
II. HACER LUGAR PACIALMENTE, por mayoría, a los
planteos efectuados por el Defensor Público Oficial en su
presentación de fs. 655/667; DECLARANDO la INCONSTITUCIONALIDAD
del art. 12, segunda y tercera disposición, del Código Penal y
en consecuencia, dejar sin efecto la condena dictada en cuanto
a la imposición de las accesorias dispuestas en el art. 12,
segunda y tercera disposición, del C.P.
III. TENER PRESENTE la reserva del caso federal.
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GUSTAVO M. HORNOS
Ante mí:
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