C01 Cena

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1

(Mt 26:1-5) Ahora bien, después de haber dicho todas esas cosas,
Jesús les dijo a sus discípulos: “Como ustedes saben, dentro de
dos días es la Pascua y el Hijo del Hombre va a ser entregado para
que lo ejecuten en el madero”. Entonces los sacerdotes principales
y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo
sacerdote, que se llamaba Caifás, y juntos conspiraron para atrapar
a Jesús con astucia y para matarlo. Pero decían: “Durante la fiesta
no, no sea que el pueblo se alborote”.
(Mr 14:1, 2) Ahora bien, dos días después era la Pascua y la Fiesta
de los Panes Sin Levadura. Y los sacerdotes principales y los
escribas estaban buscando la manera de atrapar a Jesús con
astucia y matarlo. Porque decían: “Durante la fiesta no; el pueblo
podría alborotarse”.
(Lu 22:1, 2) Ahora bien, se acercaba la Fiesta de los Panes Sin
Levadura, llamada Pascua. Y los sacerdotes principales y los
escribas estaban buscando la mejor manera de deshacerse de él,
porque le tenían miedo al pueblo.
(Mt 26:14-16) Entonces uno de los Doce, el que se llamaba Judas
Iscariote, fue a ver a los sacerdotes principales y les preguntó:
“¿Qué me darán si les entrego a Jesús?”. Quedaron en darle 30
monedas de plata. Así que, a partir de ahí, Judas anduvo buscando
una buena oportunidad para traicionarlo.
(Mr 14:10, 11) Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue a ver a los
sacerdotes principales para entregarles a Jesús. Al oírlo, ellos
quedaron encantados y prometieron darle dinero. Así que él se
puso a buscar una oportunidad para traicionarlo.
(Lu 22:3-6) Entonces Satanás entró en Judas —el que se llamaba
Iscariote, que se contaba entre los Doce—, y este se fue a hablar
con los sacerdotes principales y los capitanes del templo sobre
cómo entregarles a Jesús. Ellos quedaron encantados y acordaron
darle dinero. Él estuvo de acuerdo, y se puso a buscar una buena
oportunidad para entregárselo a ellos sin que estuviera presente
una multitud.
2

(Mt 26:17-19) El primer día de la Fiesta de los Panes Sin Levadura,


los discípulos de Jesús vinieron a preguntarle: “¿Dónde quieres
que hagamos los preparativos para que comas la Pascua?”. Él les
contestó: “Vayan a la ciudad, busquen a Fulano y díganle: ‘El
Maestro dice: “Se acerca mi hora. Voy a celebrar la Pascua con
mis discípulos en tu casa”’”. Los discípulos hicieron lo que Jesús
les ordenó y lo prepararon todo para la Pascua.
(Mr 14:12-16) Ahora bien, el primer día de la Fiesta de los Panes
Sin Levadura, cuando tenían la costumbre de ofrecer el sacrificio
de la Pascua, sus discípulos le preguntaron: “¿Adónde quieres que
vayamos a hacer los preparativos para que comas la Pascua?”.
Entonces, él envió a dos de sus discípulos con este encargo:
“Vayan a la ciudad. Allí se encontrará con ustedes un hombre que
lleva una vasija de barro con agua. Síganlo y, donde sea que él
entre, díganle al señor de la casa: ‘El Maestro dice: “¿Dónde está
el cuarto de invitados, para que yo coma la Pascua con mis
discípulos?”’. Y él les mostrará en la parte alta una habitación
grande, amueblada y lista. Hagan allí los preparativos para
nosotros”. Los discípulos se fueron, entraron en la ciudad y lo
encontraron todo tal como él les había dicho; entonces hicieron los
preparativos para la Pascua.
(Lu 22:7-13) Entonces llegó el día de la Fiesta de los Panes Sin
Levadura, en el que hay que ofrecer el sacrificio de la Pascua. Así
que Jesús envió a Pedro y a Juan con estas instrucciones: “Vayan
y preparen la Pascua para que la comamos”. Ellos le preguntaron:
“¿Dónde quieres que la preparemos?”. Él les dijo: “Miren, cuando
entren en la ciudad, se encontrará con ustedes un hombre que lleva
una vasija de barro con agua. Síganlo y entren en la casa en la que
él entre. Y díganle al dueño de la casa: ‘El Maestro te dice: “¿Dónde
está el cuarto de invitados, para que yo coma la Pascua con mis
discípulos?”’. Y ese hombre les mostrará en la parte alta una
habitación grande amueblada. Preparen la Pascua allí”. Ellos se
fueron y lo encontraron todo tal como él les había dicho; entonces
hicieron los preparativos para la Pascua.
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(Mt 26:20, 21) Cuando anocheció, él estaba sentado a la mesa con


los 12 discípulos. Y mientras comían les dijo: “Les aseguro que uno
de ustedes me va a traicionar”.
(Mr 14:17, 18) Después de caer la tarde, él llegó allí con los Doce.
Y, mientras estaban sentados a la mesa comiendo, Jesús les dijo:
“Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar, uno de los
que están comiendo aquí conmigo”.
(Lu 22:14-18) Así que, cuando llegó la hora, él se sentó a la mesa
junto con los apóstoles. Y les dijo: “Deseaba tanto comer con
ustedes esta Pascua antes de que empiece mi sufrimiento...;
porque les digo que ya no la volveré a comer hasta que esta tenga
su cumplimiento en el Reino de Dios”. Y, después de aceptar una
copa, dio gracias a Dios y les dijo: “Tómenla y vayan pasándola
entre ustedes, porque les digo que a partir de ahora no volveré a
beber del producto de la vid hasta que venga el Reino de Dios”.
(Jn 13:1-20) Ahora bien, antes de la fiesta de la Pascua, Jesús
sabía que le había llegado la hora de irse de este mundo para
volver con el Padre. Por eso, habiendo amado a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el final. Estaban en plena cena
y el Diablo ya había metido en el corazón de Judas Iscariote, el hijo
de Simón, la idea de traicionar a Jesús. Así que Jesús, sabiendo
que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que él
había venido de Dios y volvería con Dios, se levantó de la mesa,
puso su manto a un lado, tomó una toalla y se la ató a la cintura.
Luego echó agua en una palangana y se puso a lavarles los pies a
los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba atada a la
cintura. Cuando llegó a Simón Pedro, este le preguntó: “Señor, ¿tú
me vas a lavar los pies?”. Jesús le respondió: “Ahora no entiendes
lo que estoy haciendo, pero más adelante lo entenderás”. Pedro le
dijo: “No me lavarás los pies jamás”. Y Jesús le contestó: “Si no te
los lavo, no eres uno de los míos”. Simón Pedro le dijo: “Señor,
entonces no me laves solo los pies, sino también las manos y la
cabeza”. Jesús le respondió: “El que se ha bañado está
completamente limpio y solo necesita lavarse los pies. Y ustedes
están limpios, aunque no todos”. Y es que sabía quién lo
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traicionaría. Por eso dijo “No todos ustedes están limpios”.


Entonces, después de lavarles los pies, ponerse su manto y
sentarse de nuevo a la mesa, les dijo: “¿Entienden lo que les he
hecho? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón,
porque lo soy. Por eso, si yo, el Señor y Maestro, les he lavado los
pies a ustedes, ustedes también deben lavarse los pies unos a
otros. Yo les he dado el ejemplo para que hagan lo mismo que yo
les hice. De verdad les aseguro que el esclavo no es más que su
amo ni es el enviado más que el que lo envió. Ahora que saben
estas cosas, serán felices si las ponen en práctica. No me refiero a
todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero esto fue para
que se cumpliera el pasaje de las Escrituras que dice: ‘El que comía
de mi pan se ha vuelto en mi contra’. Les digo esto desde ahora,
antes de que suceda, para que cuando suceda ustedes crean que
yo soy quien digo ser. De verdad les aseguro que el que recibe a
cualquiera que yo envíe me recibe también a mí, y el que me recibe
a mí recibe también al que me envió”.
(Mt 26:21-25) Y mientras comían les dijo: “Les aseguro que uno de
ustedes me va a traicionar”. Al oír esto, los discípulos se llenaron
de tristeza, y todos sin excepción se pusieron a decirle: “Señor,
no seré yo, ¿verdad?”. Él les respondió: “El que mete la mano
conmigo en la fuente es el que me va a traicionar. Es verdad que
el Hijo del Hombre se va, tal como se escribió acerca de él. Pero
¡ay del que va a traicionar al Hijo del Hombre! Más le valdría
no haber nacido”. Judas, que estaba a punto de traicionarlo, le
preguntó: “No seré yo, ¿verdad, Rabí?”. Jesús le contestó: “Sí, tú
mismo lo has dicho”.
(Mr 14:18-21) Y, mientras estaban sentados a la mesa comiendo,
Jesús les dijo: “Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar,
uno de los que están comiendo aquí conmigo”. Ellos se pusieron
muy tristes y uno tras otro le fueron diciendo: “No seré yo,
¿verdad?”. Él les dijo: “Es uno de los Doce, el que moja el pan
conmigo en la fuente. El Hijo del Hombre se va, tal como se escribió
acerca de él. Pero ¡ay del que va a traicionar al Hijo del Hombre!
Más le valdría no haber nacido”.
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(Lu 22:21-23) ”Pero, miren, la mano del que me va a traicionar está


conmigo en la mesa. Porque, es cierto, el Hijo del Hombre sigue su
camino según lo que está establecido. Pero ¡ay del que lo va a
traicionar!”. De modo que empezaron a discutir unos con otros
sobre quién de ellos sería el que iba a hacer eso.
(Jn 13:21-30) Después de decir estas cosas, Jesús se sintió
angustiado y declaró: “De verdad les aseguro que uno de ustedes
me va a traicionar”. Los discípulos empezaron a mirarse unos a
otros, confundidos por no saber a cuál de ellos se estaba refiriendo.
Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa junto
a Jesús. Así que Simón Pedro le hizo una seña con la cabeza y le
preguntó: “¿De quién está hablando?”. Entonces él se recostó en
el pecho de Jesús y le preguntó: “Señor, ¿quién es?”. Jesús
contestó: “Es aquel a quien le dé el pedazo de pan que voy a
mojar”. Y, después de mojar el pan, se lo dio a Judas hijo de Simón
Iscariote. Después de que Judas tomó el pedazo de pan, Satanás
entró en él. Entonces Jesús le dijo: “Lo que estás haciendo, hazlo
más rápido”. Pero ninguno de los que estaban a la mesa sabía por
qué le había dicho eso. De hecho, algunos pensaban que, como
Judas tenía a su cargo la caja del dinero, Jesús le estaba diciendo
“Compra las cosas que necesitamos para la fiesta”, o quizás que
les diera algo a los pobres. Así que, en cuanto recibió el pedazo de
pan, salió de allí. Era de noche.
(Mt 26:26-29) Mientras seguían comiendo, Jesús tomó un pan y,
después de hacer una oración, lo partió, se lo dio a los discípulos
y les dijo: “Tomen, coman. Esto representa mi cuerpo”. Y tomó una
copa, le dio gracias a Dios y se la dio a ellos diciendo: “Beban de
ella, todos ustedes, porque esto representa mi sangre, ‘la sangre
del pacto’, que va a ser derramada en beneficio de muchas
personas, para que sus pecados sean perdonados. Pero les digo
que no volveré a beber más de este producto de la vid hasta el día
en que beba vino nuevo con ustedes en el Reino de mi Padre”.
(Mr 14:22-25) Mientras seguían comiendo, él tomó un pan, hizo
una oración, lo partió, se lo dio a ellos y les dijo: “Tómenlo; esto
representa mi cuerpo”. Y tomó una copa, le dio gracias a Dios y se
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la dio a ellos, y todos bebieron de ella. Y les dijo: “Esto representa


mi sangre, ‘la sangre del pacto’, que va a ser derramada en
beneficio de muchas personas. Les aseguro que ya no beberé más
del producto de la vid hasta el día en que beba vino nuevo en el
Reino de Dios”.
(Lu 22:19, 20) Después tomó un pan, le dio gracias a Dios, lo
partió, se lo dio a ellos y les dijo: “Esto representa mi cuerpo, que
será dado en beneficio de ustedes. Sigan haciendo esto en
memoria de mí”. También, después de haber cenado, hizo lo
mismo con la copa. Les dijo: “Esta copa representa el nuevo pacto,
validado con mi sangre, que va a ser derramada en beneficio de
ustedes.
(Lu 22:24-30) Entonces también surgió una fuerte discusión entre
los discípulos sobre quién de ellos era considerado el mayor. Pero
él les dijo: “Los reyes de las naciones dominan al pueblo, y a los
que tienen autoridad sobre la gente se les llama benefactores. Sin
embargo, ustedes no deben ser así. Más bien, el que sea mayor
entre ustedes, que se vuelva como el más joven, y el que dirige,
como el que sirve. Porque ¿quién es mayor? ¿El que come, o el
que sirve? ¿Acaso no es el que come? Pero yo estoy entre ustedes
como el que sirve. ”Ahora bien, ustedes son los que en mis pruebas
se han mantenido a mi lado. Y yo hago un pacto con ustedes para
un reino, así como mi Padre ha hecho un pacto conmigo, para que
coman y beban a mi mesa en mi Reino y se sienten en tronos para
juzgar a las 12 tribus de Israel.
(1Co 11:23-25) Porque yo les transmití lo mismo que recibí del
Señor: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser traicionado,
tomó un pan y, después de darle gracias a Dios, lo partió y dijo:
“Esto representa mi cuerpo, que es dado en beneficio de ustedes.
Sigan haciendo esto en memoria de mí”. Después de haber
cenado, también hizo lo mismo con la copa y dijo: “Esta copa
representa el nuevo pacto, validado con mi sangre. Sigan haciendo
esto en memoria de mí cada vez que beban de ella”.
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(Mt 26:31-35) Entonces Jesús les dijo: “Esta noche, todos ustedes
van a fallar por mi causa, porque está escrito: ‘Heriré al pastor y las
ovejas del rebaño serán dispersadas’. Pero, después de ser
resucitado, iré delante de ustedes camino a Galilea”. Pedro le
respondió: “Aunque todos los demás fallen por tu causa, ¡yo nunca
fallaré!”. Jesús le dijo: “Te aseguro que esta noche, antes de que
cante un gallo, tú negarás tres veces que me conoces”. Pedro le
dijo: “Aunque tenga que morir contigo, yo nunca negaré conocerte”.
Y todos los demás discípulos dijeron lo mismo.
(Mr 14:27-31) Y Jesús les dijo: “Todos ustedes van a fallar, porque
está escrito: ‘Heriré al pastor y las ovejas serán dispersadas’. Pero,
después de ser resucitado, iré delante de ustedes camino a
Galilea”. Pedro le respondió: “Incluso si todos los demás fallan, yo
no lo haré”. Entonces Jesús le dijo: “Te aseguro que hoy mismo,
esta misma noche, antes de que un gallo cante dos veces, tú
negarás tres veces que me conoces”. Pero él seguía insistiendo:
“Aunque tenga que morir contigo, yo nunca negaré conocerte”. Y
todos los demás empezaron a decir lo mismo.
(Lu 22:31-38) ”Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado
a todos ustedes para sacudirlos como si fueran trigo. Pero yo he
rogado por ti para que tu fe no decaiga. Y tú, cuando vuelvas,
fortalece a tus hermanos”. Entonces él le dijo: “Señor, estoy listo
para ir a prisión contigo y hasta para morir contigo”. Pero él le
respondió: “Pedro, te digo que hoy el gallo no cantará hasta que
hayas negado tres veces que me conoces”. También les dijo:
“Cuando los envié sin bolsita para el dinero ni bolsa de provisiones
ni sandalias, ¿verdad que no les faltó nada?”. “¡No!”, le
contestaron. Entonces él les dijo: “Pero, ahora, el que tiene una
bolsita para el dinero, que la lleve, y también una bolsa de
provisiones; y el que no tiene espada, que venda su manto y
compre una. Porque les digo que tiene que cumplirse en mí esto
que está escrito: ‘Fue considerado un delincuente’. De hecho, esto
se está cumpliendo en mí”. Entonces ellos le dijeron: “Señor, mira,
aquí hay dos espadas”. Él les respondió: “Con eso basta”.
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(Jn 13:31-38) Entonces, cuando ya se había ido, Jesús dijo: “Ahora


es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado por medio
de él. Dios mismo lo va a glorificar, y lo va a glorificar enseguida.
Hijitos, voy a estar con ustedes un poco más de tiempo. Me
buscarán; pero lo mismo que les dije a los judíos se lo digo ahora
a ustedes: ‘No pueden venir adonde yo voy’. Les doy un nuevo
mandamiento: que se amen unos a otros; que, así como yo los he
amado, ustedes se amen unos a otros. De este modo todos sabrán
que ustedes son mis discípulos: si se tienen amor unos a otros”.
Simón Pedro le preguntó: “Señor, ¿adónde vas?”. Jesús le
contestó: “Adonde yo voy no puedes seguirme ahora, pero me
seguirás más tarde”. Pedro le dijo: “Señor, ¿por qué no puedo
seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “¿Que tú
darás la vida por mí? De verdad te aseguro que de ningún modo el
gallo cantará hasta que hayas negado tres veces que me conoces”.
(Jn 14:1-17:26) “Que no se les angustie el corazón. Demuestren fe
en Dios, y demuestren fe en mí también. En la casa de mi Padre
hay muchos lugares donde vivir. Si no fuera así, yo se lo habría
dicho a ustedes, ya que me voy para prepararles un lugar. Además,
cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los
recibiré en casa, a mi lado, para que donde yo esté también estén
ustedes. Y ustedes conocen el camino para ir adonde yo voy”.
Tomás le dijo: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a
conocer el camino?”. Jesús le contestó: “Yo soy el camino, la
verdad y la vida. Nadie puede llegar al Padre si no es por medio de
mí. Si me conocen a mí, conocerán también a mi Padre. Desde
ahora lo conocen y lo han visto”. Felipe le dijo: “Señor, muéstranos
al Padre, y con eso nos basta”. Jesús le contestó: “Felipe, con todo
el tiempo que llevo con ustedes, ¿todavía no me conoces? El que
me ha visto a mí ha visto al Padre también. ¿Cómo es que me dices
‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en unión con el
Padre y que el Padre está en unión conmigo? Las cosas que yo les
digo no son ideas mías, sino que el Padre, que se mantiene en
unión conmigo, está haciendo sus obras. Créanme cuando les digo
que yo estoy en unión con el Padre y el Padre está en unión
conmigo. Y, si no, crean por las obras. De verdad les aseguro que
el que demuestre fe en mí también hará las obras que yo hago. Y
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hará obras más grandes, porque yo voy camino al Padre. Además,


sea lo que sea que pidan en mi nombre, yo lo haré, para que el
Padre sea glorificado por medio del Hijo. Si ustedes piden algo en
mi nombre, yo lo haré. ”Si me aman, obedecerán mis
mandamientos. Y yo le rogaré al Padre y él les dará otro ayudante
que esté con ustedes para siempre: el espíritu de la verdad, que el
mundo no puede recibir porque ni lo ve ni lo conoce. Ustedes lo
conocen porque está en ustedes y se queda con ustedes. No los
dejaré abandonados. Volveré a ustedes. Dentro de poco, el mundo
ya no me verá más, pero ustedes me verán, porque yo vivo y
ustedes vivirán. Ese día sabrán que yo estoy en unión con mi
Padre, que ustedes están en unión conmigo y que yo estoy en
unión con ustedes. El que acepta mis mandamientos y los obedece
es el que me ama. Y, al que me ama, mi Padre lo amará, y yo lo
amaré y me mostraré abiertamente a él”. Judas, no el Iscariote, le
preguntó: “Señor, ¿qué ha pasado? ¿Por qué vas a mostrarte
abiertamente a nosotros y no al mundo?”. Jesús le contestó: “Si
alguien me ama, obedecerá mis palabras. Y mi Padre lo amará, y
nosotros dos vendremos a él y viviremos con él. El que no me ama
no obedece mis palabras. Las palabras que ustedes escuchan
no son mías, sino que son del Padre, que me envió. ”Les digo estas
cosas mientras todavía estoy con ustedes. Pero el ayudante, el
espíritu santo, que el Padre enviará en mi nombre, ese les
enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he
dicho. La paz les dejo; mi paz les doy. No se la doy como el mundo
la da. Que no se les angustie ni acobarde el corazón. Oyeron que
les dije: ‘Me voy y volveré a ustedes’. Si me aman, les alegrará que
vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Les he dicho esto
antes de que suceda para que, cuando suceda, ustedes crean. Ya
no hablaré mucho más con ustedes, porque viene el gobernante
del mundo, aunque sobre mí él no tiene ningún poder. Pero, para
que el mundo sepa que amo al Padre, hago exactamente lo que el
Padre me ha mandado. Levántense, vámonos de aquí.
”Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el agricultor. Él corta todas
las ramas en mí que no dan fruto, y todas las que dan fruto las
limpia para que den más. Ustedes ya están limpios gracias a las
palabras que les he dicho. Manténganse en unión conmigo y yo me
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mantendré en unión con ustedes. Igual que la rama no puede dar


fruto por sí sola, sino que tiene que seguir unida a la vid, ustedes
tampoco pueden dar fruto si no se mantienen en unión conmigo.
Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que se mantiene en unión
conmigo, y yo en unión con él, ese da mucho fruto. Porque,
separados de mí, ustedes no pueden hacer nada. Si alguien no se
mantiene en unión conmigo, es desechado como una rama y se
seca. Esas ramas se recogen, se echan al fuego y se queman. Si
se mantienen en unión conmigo y mis palabras permanecen en
ustedes, pidan lo que quieran y se les hará realidad. Esto glorifica
a mi Padre: que den siempre mucho fruto y demuestren ser mis
discípulos. Igual que el Padre me ha amado a mí, yo los he amado
a ustedes; permanezcan en mi amor. Si obedecen mis
mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he
obedecido los mandamientos del Padre y permanezco en su amor.
”Les he dicho estas cosas para que sientan la misma felicidad que
siento yo y para que su felicidad sea completa. Este es mi
mandamiento: que se amen unos a otros tal como yo los he amado.
Nadie tiene amor más grande que quien da su vida por sus amigos.
Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. Ya no los llamo
esclavos, porque el esclavo no sabe lo que hace su amo. Los llamo
amigos, porque les he contado todas las cosas que le he
escuchado decir a mi Padre. Ustedes no me eligieron a mí. Más
bien, yo los elegí a ustedes. Los he comisionado para que vayan y
sigan dando fruto, fruto que perdure. Así el Padre les dará cualquier
cosa que le pidan en mi nombre. ”Les ordeno estas cosas para que
se amen unos a otros. Si el mundo los odia, ya saben que a mí me
odió antes que a ustedes. Si fueran parte del mundo, el mundo los
amaría porque serían algo suyo. Pero, como no son parte del
mundo, sino que yo los he elegido de entre el mundo, por eso el
mundo los odia. Tengan presente lo que les dije: el esclavo no es
más que su amo. Si ellos me han perseguido a mí, también los
perseguirán a ustedes; si ellos han obedecido mis palabras,
también obedecerán las suyas. Por causa de mi nombre, ellos les
harán todas estas cosas, porque no conocen al que me envió. Si
yo no hubiera venido y no les hubiera hablado a ellos, ellos
no serían culpables de pecado. Pero ahora no tienen excusa para
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su pecado. El que me odia a mí también odia a mi Padre. Si yo


no hubiera hecho delante de ellos las obras que nadie más ha
hecho, no serían culpables de pecado; pero ahora me han visto y
me han odiado a mí y también a mi Padre. Pero esto pasó para que
se cumplieran las palabras escritas en la Ley de ellos: ‘Me odiaron
sin ningún motivo’. Cuando venga el ayudante que les enviaré de
parte del Padre, el espíritu de la verdad, que viene del Padre, ese
dará testimonio a mi favor; y ustedes también deben dar testimonio,
porque han estado conmigo desde el principio.
”Les he dicho estas cosas para que no pierdan la fe. Los van a
expulsar de la sinagoga. De hecho, viene la hora en que todo el
que los mate creerá que le está prestando un servicio sagrado a
Dios. Pero harán todo esto porque no han llegado a conocernos ni
al Padre ni a mí. Les he dicho estas cosas para que, cuando llegue
la hora de que sucedan, recuerden que se las dije. ”No les dije
estas cosas al principio porque estaba con ustedes. Pero ahora voy
al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta ‘¿Adónde
vas?’. Al contrario, el corazón se les ha llenado de tristeza porque
les dije estas cosas. Pero les digo la verdad: es por su bien que me
voy. Porque, si no me voy, el ayudante no vendrá a ustedes; pero,
si me voy, yo se lo enviaré a ustedes. Y, cuando venga, le dará al
mundo pruebas convincentes del pecado, de la justicia y del juicio.
Primero del pecado, porque ellos no demuestran fe en mí; luego de
la justicia, porque voy al Padre y ustedes no me verán más, y luego
del juicio, porque el gobernante de este mundo ha sido juzgado.
”Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ahora sería
demasiado para ustedes. Pero, cuando venga él —el espíritu de la
verdad—, los guiará hacia toda la verdad, porque no hablará por
su propia cuenta, sino que dirá lo que oiga y les anunciará las cosas
que están por venir. Él me glorificará porque recibirá de lo que es
mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que el Padre tiene también
es mío. Por eso dije que recibirá de lo que es mío y se lo anunciará
a ustedes. Dentro de poco ya no me verán más, pero también
dentro de poco me verán”. Al oírlo, algunos de sus discípulos se
dijeron unos a otros: “¿Qué quiere decirnos con ‘Dentro de poco ya
no me verán, pero también dentro de poco me verán’? ¿Y con eso
de ‘Porque voy al Padre’?”. Decían: “¿A qué se refiere cuando dice
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‘Dentro de poco’? No sabemos de qué habla”. Jesús, sabiendo que


querían hacerle preguntas, les dijo: “¿Andan preguntándose eso
unos a otros porque dije ‘Dentro de poco ya no me verán, pero
también dentro de poco me verán’? De verdad les aseguro que
ustedes llorarán y se lamentarán, pero el mundo se alegrará;
ustedes sentirán dolor, pero su dolor se convertirá en felicidad.
Cuando una mujer está dando a luz, siente dolor porque le ha
llegado la hora. Pero, cuando ya ha dado a luz al niño, la felicidad
de que un ser humano haya venido al mundo hace que se le olvide
todo el sufrimiento. Lo mismo pasa con ustedes. Ahora están muy
tristes; pero yo volveré a verlos, y el corazón se les llenará de
felicidad y nadie les podrá quitar su felicidad. Y ese día no me
harán ninguna pregunta. De verdad les aseguro que, si le piden
cualquier cosa al Padre en mi nombre, él se la dará. Hasta ahora
no han pedido ni una sola cosa en mi nombre. Pidan y recibirán,
para que su felicidad sea completa. ”Les he dicho estas cosas
usando comparaciones. Viene la hora en que ya no les hablaré
usando comparaciones, sino que les hablaré del Padre claramente.
Ese día le pedirán al Padre en mi nombre. Con esto no quiero decir
que yo le voy a pedir por ustedes. Y es que a ustedes el Padre
mismo los quiere, porque me han querido a mí y han creído que yo
vine como representante de Dios. Vine al mundo como
representante del Padre. Ahora dejo el mundo y voy al Padre”. Sus
discípulos le dijeron: “Ahora sí que hablas claro, sin usar
comparaciones. Ahora sabemos que lo sabes todo y que
no necesitas que nadie te pregunte. Por esta razón creemos que
viniste de Dios”. Jesús les contestó: “¿Ahora creen? Escuchen
esto. Viene la hora —de hecho, ha llegado ya— en que serán
dispersados. Cada uno se irá a su propia casa y me dejarán solo.
Aunque no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Les he dicho
estas cosas para que tengan paz por medio de mí. En el mundo
van a tener sufrimientos. Pero ¡sean valientes!, que yo he vencido
al mundo”.
Después de decir estas cosas, Jesús levantó la mirada al cielo y
dijo: “Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu hijo para que tu hijo
te glorifique a ti, así como le has dado autoridad sobre todas las
personas para que él les dé vida eterna a todos los que le diste.
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Esto significa vida eterna: que lleguen a conocerte a ti, el único Dios
verdadero, y a quien tú enviaste, Jesucristo. Yo te he glorificado en
la tierra; he completado la obra que me encargaste. Así que ahora,
Padre, glorifícame a tu lado con aquella gloria que yo tenía junto a
ti antes de que el mundo existiera. ”Les he dado a conocer tu
nombre a quienes me diste del mundo. Eran tuyos y me los diste,
y han obedecido tus palabras. Ahora han llegado a saber que todas
las cosas que me diste vienen de ti; porque les he dado el mensaje
que me diste y ellos lo han aceptado y realmente han llegado a
saber que vine como representante tuyo, y han creído que tú me
enviaste. Pido por ellos; no pido por el mundo, sino por los que tú
me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y lo tuyo es
mío, y yo he sido glorificado entre ellos. ”Yo ya no estoy en el
mundo, pero ellos están en el mundo, y yo me voy a ti. Padre santo,
cuídalos por causa de tu propio nombre, el que tú me diste, para
que sean uno así como nosotros somos uno. Cuando estaba con
ellos, yo los cuidaba por causa de tu propio nombre, el que tú me
diste; y los he protegido, y ninguno de ellos ha sido destruido,
excepto el hijo de la destrucción, para que se cumplieran las
Escrituras. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas mientras todavía
estoy en el mundo para que ellos sientan plenamente mi felicidad
en su interior. Les he comunicado tus palabras, pero el mundo los
ha odiado porque no son parte del mundo, igual que yo no soy
parte del mundo. ”No te pido que los saques del mundo, sino que
los protejas del Maligno. Ellos no son parte del mundo, igual que
yo no soy parte del mundo. Santifícalos por medio de la verdad; tu
palabra es la verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo
también los envié al mundo. Y me santifico por ellos para que ellos
también sean santificados mediante la verdad. ”No te pido solo por
ellos, sino también por los que pongan su fe en mí gracias a las
palabras de ellos, para que todos ellos sean uno. Tal como tú,
Padre, estás en unión conmigo y yo estoy en unión contigo, que
ellos también estén en unión con nosotros; así el mundo creerá que
tú me enviaste. Les he dado la gloria que me diste para que ellos
sean uno igual que nosotros somos uno: yo en unión con ellos y tú
en unión conmigo para que estén completamente unidos. Así el
mundo sabrá que tú me enviaste y los amaste a ellos como me
14

amaste a mí. Padre, quiero que los que me diste estén conmigo
donde yo esté para que vean la gloria que me has dado, porque
me amaste antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo
realmente no ha llegado a conocerte, pero yo te conozco y ellos
han llegado a saber que tú me enviaste. Les he dado a conocer tu
nombre, y seguiré dándolo a conocer, para que el amor con que tú
me amaste esté en ellos y yo esté en unión con ellos”.
(Mt 26:30) Por último, después de cantar alabanzas, se fueron al
monte de los Olivos.
(Mt 26:36-56) Después Jesús fue con ellos al lugar llamado
Getsemaní y les dijo: “Quédense aquí sentados mientras yo voy
allá a orar”. Entonces se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo,
y empezó a sentirse triste y muy angustiado. Les dijo: “Estoy tan
angustiado que siento que me muero. Quédense aquí y
manténganse despiertos conmigo”. Luego se alejó un poco de
ellos, cayó rostro a tierra y oró así: “Padre mío, si es posible, aparta
de mí esta copa. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que
tú quieres”. Después volvió adonde estaban los discípulos y los
encontró dormidos. Y le preguntó a Pedro: “¿Es que no pudieron
mantenerse despiertos conmigo ni siquiera una hora?
Manténganse despiertos y oren constantemente para que
no caigan en la tentación. Claro, el espíritu está dispuesto, pero la
carne es débil”. De nuevo, por segunda vez, se fue y oró así: “Padre
mío, si no es posible apartar esto de mí sin que yo lo beba, que se
haga tu voluntad”. Volvió otra vez y los encontró durmiendo, porque
tenían los ojos cargados de sueño. Así que de nuevo los dejó y se
fue a orar por tercera vez. Y repitió lo mismo que antes. Entonces
volvió adonde estaban los discípulos y les dijo: “¡Están durmiendo
y descansando en un momento como este! ¡Miren! Se ha acercado
la hora para que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de
pecadores. Levántense, vámonos. Miren, ya está llegando el que
me va a traicionar”. En ese momento, mientras él todavía estaba
hablando, apareció Judas, uno de los Doce, y con él venía una gran
multitud armada con espadas y garrotes, enviada por los
sacerdotes principales y los ancianos del pueblo. Ahora bien, el
traidor les había dado esta señal: “Al que yo bese, ese es;
15

deténganlo”. Así que fue directamente hacia Jesús, le dijo “¡Hola,


Rabí!” y le dio un beso cariñoso. Pero Jesús le preguntó: “Amigo,
¿a qué has venido?”. Entonces se acercaron a Jesús, lo agarraron
y lo detuvieron. De pronto, uno de los que estaban con Jesús se
llevó la mano a la espada y la sacó, atacó al esclavo del sumo
sacerdote y le cortó la oreja. Jesús entonces le dijo: “Guarda tu
espada, porque todos los que usan la espada morirán a espada.
¿O crees que no puedo rogarle a mi Padre que me mande ahora
mismo más de 12 legiones de ángeles? Pero, si hiciera eso, ¿cómo
se cumplirían las Escrituras que dicen que es así como tiene que
pasar?”. En ese momento, Jesús le dijo a la multitud: “¿Salieron
con espadas y garrotes para arrestarme como si yo fuera un
ladrón? Día tras día me sentaba para enseñar en el templo y
ustedes no me detuvieron. Pero todo esto ha pasado para que se
cumpla lo que escribieron los profetas”. Entonces todos los
discípulos lo abandonaron y huyeron.
(Mr 14:26) Por último, después de cantar alabanzas, se fueron al
monte de los Olivos.
(Mr 14:32-52) Entonces llegaron a un lugar llamado Getsemaní, y
él les dijo a sus discípulos: “Quédense aquí sentados mientras yo
oro”. Y se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, y empezó a sentirse
profundamente afligido y muy angustiado. Les dijo: “Estoy tan
angustiado que siento que me muero. Quédense aquí y
manténganse despiertos”. Luego se alejó un poco de ellos, cayó al
suelo y empezó a orar pidiendo que, si era posible, no le llegara
aquella difícil hora. Decía: “Abba, Padre, para ti todo es posible;
quítame esta copa. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo
que tú quieres”. Después volvió adonde estaban ellos y los
encontró dormidos. Y le preguntó a Pedro: “Simón, ¿te dormiste?
¿No tuviste fuerzas para mantenerte despierto ni siquiera una
hora? Manténganse despiertos y oren constantemente para que
no caigan en la tentación. Claro, el espíritu está dispuesto, pero la
carne es débil”. Entonces se fue a orar de nuevo y pidió lo mismo
que antes. Volvió otra vez y los encontró durmiendo, porque tenían
los ojos cargados de sueño. Y ellos no sabían qué decirle. Y vino
por tercera vez y les dijo: “¡Están durmiendo y descansando en un
16

momento como este! ¡Basta! ¡Ha llegado la hora! Miren, el Hijo del
Hombre va a ser entregado en manos de pecadores. Levántense,
vámonos. Miren, ya está llegando el que me va a traicionar”.
Enseguida, mientras él todavía estaba hablando, llegó Judas, uno
de los Doce, y con él venía una multitud armada con espadas y
garrotes, enviada por los sacerdotes principales, los escribas y los
ancianos. Ahora bien, el traidor había quedado en darles esta
señal: “Al que yo bese, ese es. Deténganlo y llévenselo bien
custodiado”. Así que fue directamente hacia él, se le acercó y le
dijo “¡Rabí!”, y le dio un beso cariñoso. De modo que lo agarraron
y lo detuvieron. Pero uno de los que estaban allí sacó su espada,
atacó al esclavo del sumo sacerdote y le cortó la oreja. Por su parte,
Jesús les dijo: “¿Salieron con espadas y garrotes para arrestarme
como si yo fuera un ladrón? Día tras día estuve con ustedes
enseñando en el templo y no me detuvieron. Pero esto ha pasado
para que se cumplan las Escrituras”. Y todos lo abandonaron y
huyeron. Pero cierto joven que solo llevaba puesta una prenda de
lino de calidad comenzó a seguirlo de cerca. Trataron de atraparlo,
pero él dejó atrás su prenda de lino y se escapó desnudo.
(Lu 22:39-53) Al salir, se fue como de costumbre al monte de los
Olivos, y los discípulos lo siguieron. Cuando llegaron al lugar, les
dijo: “Quédense orando para que no caigan en la tentación”. Y él
se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra. Se
puso de rodillas y comenzó a orar diciendo: “Padre, si quieres,
quítame esta copa. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Entonces se le apareció un ángel del cielo y lo fortaleció. Con todo,
su agonía era tan grande que continuó orando todavía con más
intensidad, y su sudor se volvió como gotas de sangre que caían al
suelo. Cuando se levantó después de orar, fue adonde estaban los
discípulos y los encontró durmiendo, agotados por la tristeza. Les
dijo: “¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren todo el tiempo
para que no caigan en la tentación”. Mientras él todavía estaba
hablando, apareció una multitud. Al frente iba uno de los Doce, el
que se llamaba Judas, y se acercó a Jesús para besarlo. Pero
Jesús le dijo: “Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del Hombre?”.
Cuando los que estaban a su alrededor vieron lo que iba a pasar,
le preguntaron: “Señor, ¿atacamos con la espada?”. Y uno de ellos
17

atacó al esclavo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha.


Ante esto, Jesús dijo: “Ya basta”. Y, tocándole la oreja al esclavo,
lo curó. Entonces Jesús les dijo a los sacerdotes principales, a los
capitanes del templo y a los ancianos que habían ido allí a buscarlo:
“¿Salieron con espadas y garrotes como si yo fuera un ladrón? Día
tras día estuve con ustedes en el templo y no me pusieron las
manos encima. Pero esta es la hora de ustedes y la hora en que
gobierna la oscuridad”.
(Jn 18:1-12) Después de decir estas cosas, Jesús se fue con sus
discípulos al otro lado del valle de Cedrón y entró con ellos en un
huerto que había allí. Judas, el que lo iba a traicionar, también
conocía el lugar, ya que Jesús solía reunirse allí con sus discípulos.
Así que Judas se presentó con el destacamento de soldados y
guardias de los sacerdotes principales y de los fariseos. Llegaron
con antorchas, lámparas y armas. Entonces Jesús, sabiendo todo
lo que le iba a pasar, dio un paso al frente y les preguntó: “¿A quién
buscan?”. Le contestaron: “A Jesús el Nazareno”. “Soy yo”, les dijo
él. Y Judas, el traidor, también estaba con ellos. Pero, cuando
Jesús les dijo “Soy yo”, retrocedieron y cayeron al suelo. De modo
que les preguntó otra vez: “¿A quién buscan?”. Le dijeron: “A Jesús
el Nazareno”. Jesús les contestó: “Ya les dije que soy yo. Así que,
si me están buscando a mí, dejen que estos hombres se vayan”.
Esto pasó para que se cumpliera lo que él había dicho: “No he
perdido a ninguno de los que me diste”. Entonces Simón Pedro,
que tenía una espada, la sacó, atacó al esclavo del sumo sacerdote
y le cortó la oreja derecha. El esclavo se llamaba Malco. Pero Jesús
le dijo a Pedro: “Mete la espada en su vaina. ¿Acaso no debo beber
de la copa que me ha dado el Padre?”. Entonces los soldados, el
comandante militar y los guardias de los judíos arrestaron a Jesús
y lo ataron.
(Mt 26:57-27:1) Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a la casa
del sumo sacerdote Caifás, que estaba reunido allí con los escribas
y los ancianos. Pedro fue siguiéndolo de lejos hasta el patio del
sumo sacerdote y, después de entrar, se sentó con los sirvientes
de la casa para ver en qué terminaba todo. Los sacerdotes
principales y todo el Sanedrín buscaban algún testimonio falso
18

contra Jesús para que lo mataran. Pero no encontraban ninguno, y


eso que se presentaron muchos testigos falsos. Por fin se
presentaron dos que declararon: “Este hombre dijo: ‘Puedo derribar
el templo de Dios y volver a construirlo en tres días’”. Entonces el
sumo sacerdote se puso de pie y le preguntó: “¿No respondes
nada? ¿Qué hay de lo que estos hombres testifican contra ti?”.
Pero Jesús se quedó callado. Así que el sumo sacerdote le dijo:
“¡Te ordeno que nos digas bajo juramento delante del Dios vivo si
tú eres el Cristo, el Hijo de Dios!”. Jesús le respondió: “Sí, tú mismo
lo has dicho. Pero yo les digo: de aquí en adelante verán al Hijo del
Hombre sentado a la derecha del poder y viniendo en las nubes del
cielo”. Entonces el sumo sacerdote se rasgó la ropa y dijo: “¡Ha
blasfemado! ¿Para qué necesitamos más testigos? ¡Miren, ustedes
acaban de oír la blasfemia! ¿Cuál es su opinión?”. Le respondieron:
“¡Merece morir!”. Entonces le escupieron en la cara y le dieron
puñetazos. Otros le daban bofetadas y le decían: “Profetiza para
nosotros, Cristo. ¿Quién te pegó?”. Pedro estaba sentado afuera
en el patio, y una sirvienta se le acercó y le dijo: “¡Tú también
andabas con Jesús el galileo!”. Pero él lo negó ante todos. Dijo:
“No sé de qué me hablas”. Entonces, cuando salió hacia la entrada
del patio, otra muchacha lo vio y les dijo a los que estaban allí: “Este
hombre andaba con Jesús el Nazareno”. Y él lo negó otra vez. Juró:
“¡No conozco a ese hombre!”. Poco después, los que estaban por
allí se acercaron a Pedro y le dijeron: “No hay duda de que tú
también eres uno de ellos; de hecho, tu dialecto te delata”.
Entonces él empezó a maldecir y a jurar: “¡Yo no conozco a ese
hombre!”. Y al instante un gallo cantó. Pedro se acordó de lo que
Jesús le había dicho: “Antes de que cante un gallo, tú negarás tres
veces que me conoces”. Y salió afuera y lloró amargamente.
Cuando llegó la mañana, todos los sacerdotes principales y los
ancianos del pueblo se reunieron para decidir qué hacer para darle
muerte a Jesús.
(Mr 14:53-15:1) Entonces llevaron a Jesús ante el sumo sacerdote,
y todos los sacerdotes principales, los ancianos y los escribas se
reunieron. Pedro lo siguió de lejos hasta entrar en el patio del sumo
sacerdote, donde se quedó sentado con los sirvientes de la casa
19

calentándose junto al fuego. Los sacerdotes principales y todo el


Sanedrín buscaban algún testimonio contra Jesús para que lo
mataran, pero no encontraban ninguno. Y la verdad es que muchos
presentaban acusaciones falsas contra él, pero sus testimonios
no coincidían. También, algunos se pusieron de pie y lanzaron este
testimonio falso contra él: “Nosotros le oímos decir: ‘Yo derribaré
este templo que fue hecho por la mano del hombre y en tres días
levantaré otro que no estará hecho por la mano del hombre’”. Pero
ni en esto coincidían sus testimonios. Entonces el sumo sacerdote
se puso de pie en medio de ellos y le preguntó a Jesús:
“¿No respondes nada? ¿Qué hay de lo que estos hombres
testifican contra ti?”. Pero él se quedó callado, no respondió nada.
De nuevo el sumo sacerdote se puso a interrogarlo. Le preguntó:
“¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?”. Jesús entonces le
respondió: “Lo soy. Y ustedes verán al Hijo del Hombre sentado a
la derecha del poder y viniendo con las nubes del cielo”. Al oír esto,
el sumo sacerdote se rasgó la ropa y dijo: “¿Para qué necesitamos
más testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Cuál es su
decisión?”. Todos decidieron que merecía morir. Y algunos se
pusieron a escupirle, a cubrirle la cara, a darle puñetazos y a decir:
“¡Profetiza!”. Y, después de darle bofetadas, los guardias del
tribunal se lo llevaron. Mientras Pedro estaba abajo en el patio,
llegó una de las sirvientas del sumo sacerdote. Cuando vio a Pedro
calentándose junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: “Tú también
andabas con el Nazareno, ese Jesús”. Pero él lo negó. Dijo: “Ni lo
conozco ni entiendo de qué me hablas”. Entonces salió a la
entrada. Pero la sirvienta lo vio y otra vez se puso a decirles a los
que estaban allí: “Este es uno de ellos”. Y él seguía negándolo.
Poco después, los que estaban por allí se pusieron a decirle de
nuevo a Pedro: “No hay duda de que tú eres uno de ellos, porque
está claro que eres galileo”. Entonces, él empezó a maldecir y a
jurar: “¡Yo no conozco al hombre del que hablan!”. Al instante, un
gallo cantó por segunda vez y Pedro recordó lo que Jesús le había
dicho: “Antes de que un gallo cante dos veces, tú negarás tres
veces que me conoces”. Destrozado, rompió a llorar.
Apenas amaneció, los sacerdotes principales, los ancianos y los
escribas —es decir, todo el Sanedrín— se reunieron para decidir
20

qué hacer; y, después de atar a Jesús, se lo llevaron y lo entregaron


a Pilato.
(Lu 22:54-71) A continuación lo arrestaron, se lo llevaron y lo
hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote. Y Pedro iba
siguiéndolos a cierta distancia. Ellos encendieron un fuego en
medio del patio y se sentaron juntos. Pedro estaba sentado entre
ellos. En eso, una sirvienta que lo vio sentado a la luz del fuego se
quedó mirándolo y dijo: “Este hombre también andaba con él”. Pero
Pedro lo negó. Dijo: “Mujer, yo no lo conozco”. Poco después, otra
persona lo vio y le dijo: “Tú también eres uno de ellos”. Pero Pedro
le contestó: “Hombre, no lo soy”. Como una hora más tarde, otro
se puso a decir con insistencia: “¡No hay duda de que este hombre
también andaba con él! Está claro que es galileo”. Pero Pedro le
dijo: “Hombre, no sé lo que dices”. Al instante, mientras él todavía
estaba hablando, un gallo cantó. Con eso, el Señor se volvió y miró
a Pedro fijamente, y Pedro recordó la declaración del Señor, quien
le había dicho: “Antes de que un gallo cante hoy, tú negarás tres
veces que me conoces”. Y salió afuera y lloró amargamente. Ahora
bien, los hombres que tenían a Jesús bajo custodia empezaron a
burlarse de él y a golpearlo. Después de cubrirle la cara, le decían
una y otra vez: “¡Profetiza! ¿Quién es el que te pegó?”. Y decían
muchas otras blasfemias contra él. Cuando se hizo de día, se
reunió la asamblea de los ancianos del pueblo, tanto los sacerdotes
principales como los escribas. Ellos llevaron a Jesús dentro de la
sala del Sanedrín y le dijeron: “Dinos si eres el Cristo”. Él les
contestó: “Aunque se lo dijera, nunca lo creerían. Además, si yo les
preguntara algo, ustedes no me responderían. Pero, de aquí en
adelante, el Hijo del Hombre estará sentado a la poderosa derecha
de Dios”. A esto, todos preguntaron: “Entonces, ¿eres tú el Hijo de
Dios?”. “Sí, ustedes mismos están diciendo que lo soy”, contestó
él. Y ellos dijeron: “¿Para qué necesitamos más testimonio?
Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca”.
(Jn 18:13-27) Primero lo llevaron ante Anás porque era el suegro
de Caifás, que ese año era sumo sacerdote. De hecho, este Caifás
era el mismo que les había sugerido a los judíos que les convenía
que un solo hombre muriera por el pueblo. Ahora bien, Simón
21

Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Y ese discípulo,


como era un conocido del sumo sacerdote, entró con Jesús en el
patio del sumo sacerdote, pero Pedro se quedó afuera, junto a la
puerta. Así que el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote,
salió a hablar con la portera y llevó a Pedro adentro. Entonces la
sirvienta, que era la portera, le preguntó a Pedro: “¿No eres tú
también uno de los discípulos de ese hombre?”. Él le contestó: “No,
no lo soy”. Como hacía frío, los esclavos y los guardias habían
hecho un fuego de carbón y estaban allí de pie calentándose
alrededor de él. Pedro también estaba con ellos calentándose. El
sacerdote principal interrogó a Jesús sobre sus discípulos y sobre
lo que enseñaba. Jesús le contestó: “He hablado públicamente a
todo el mundo. Siempre enseñé en las sinagogas y en el templo,
donde todos los judíos se reúnen, y no dije nada en secreto. ¿Por
qué me interrogas a mí? Interroga a quienes oyeron lo que les dije.
Ahí están, ellos saben bien lo que dije”. Cuando Jesús dijo esto,
uno de los guardias que estaban allí le dio una bofetada y le dijo:
“¿Así le contestas al sacerdote principal?”. Jesús le respondió: “Si
he dicho algo malo, dime qué fue; pero, si lo que he dicho es cierto,
¿por qué me pegas?”. Luego Anás se lo mandó atado a Caifás, el
sumo sacerdote. Mientras tanto, Simón Pedro seguía allí de pie,
calentándose. Entonces le preguntaron: “¿No eres tú también uno
de sus discípulos?”. Él lo negó. Dijo: “No, no lo soy”. Uno de los
esclavos del sumo sacerdote, que era pariente del hombre a quien
Pedro le había cortado la oreja, le dijo: “¿No te vi yo en el huerto
con él?”. Pero Pedro volvió a negarlo, y al instante un gallo cantó.
(Mt 27:3-10) Entonces Judas, el que lo traicionó, al ver que habían
condenado a Jesús, sintió remordimiento y fue a devolverles las 30
monedas de plata a los sacerdotes principales y a los ancianos, y
les dijo: “Pequé al traicionar sangre inocente”. Pero ellos le
respondieron: “¿Y a nosotros qué nos importa? ¡Eso es cosa tuya!”.
Así que él arrojó las monedas de plata en el templo y salió de allí.
Luego fue y se ahorcó. Pero los sacerdotes principales recogieron
las monedas de plata y dijeron: “No está permitido ponerlas en el
tesoro sagrado, porque es dinero manchado de sangre”. Después
de hablarlo entre ellos, compraron con ese dinero el campo del
alfarero para enterrar allí a los extraños. Por eso, a ese campo
22

todavía hoy lo llaman Campo de Sangre. Entonces se cumplió lo


que se había dicho por medio del profeta Jeremías: “Y tomaron las
30 monedas de plata, el precio que le pusieron al hombre, el precio
que le pusieron algunos de los hijos de Israel, y con ellas
compraron el campo del alfarero, como me había ordenado
Jehová”.
(Hch 1:18, 19) (Resulta que este hombre compró un campo con el
salario de la injusticia y, cuando cayó de cabeza, su cuerpo reventó
y se le salieron los intestinos. Todos los habitantes de Jerusalén se
enteraron y llamaron a aquel campo Akéldama, que en su lengua
quiere decir ‘campo de sangre’).
(Mt 27:2) Y, después de atarlo, se lo llevaron y lo entregaron a
Pilato, el gobernador.
(Mt 27:11-14) Jesús estaba ante el gobernador, y este le preguntó:
“¿Eres tú el rey de los judíos?”. A lo que Jesús le respondió: “Sí, tú
mismo lo estás diciendo”. Pero no contestó nada mientras lo
acusaban los sacerdotes principales y los ancianos. Entonces
Pilato le preguntó: “¿Es que no oyes cuántas cosas testifican
contra ti?”. Pero él no le contestó nada, ni una palabra. Y esto
sorprendió mucho al gobernador.
(Mr 15:1-5) Apenas amaneció, los sacerdotes principales, los
ancianos y los escribas —es decir, todo el Sanedrín— se reunieron
para decidir qué hacer; y, después de atar a Jesús, se lo llevaron y
lo entregaron a Pilato. Y Pilato le hizo esta pregunta: “¿Eres tú el
rey de los judíos?”. Él le contestó: “Sí, tú mismo lo estás diciendo”.
Pero los sacerdotes principales lo acusaban de muchas cosas.
Entonces Pilato se puso de nuevo a interrogarlo. Le dijo:
“¿No respondes nada? Mira de todo lo que te acusan”. Pero Jesús
ya no le respondió nada más, y eso dejó asombrado a Pilato.
(Lu 23:1-12) Así que toda la multitud, sin excepción, se levantó y
llevó a Jesús ante Pilato. Entonces comenzaron a acusarlo.
Decían: “Encontramos a este hombre alborotando a nuestra
nación, prohibiendo pagar impuestos a César y diciendo que él
mismo es Cristo, un rey”. A continuación, Pilato le hizo esta
23

pregunta: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Él le contestó: “Sí, tú


mismo lo estás diciendo”. Pilato entonces les dijo a los sacerdotes
principales y a las multitudes: “Yo a este hombre no lo encuentro
culpable de ningún delito”. Pero ellos insistían: “Alborota al pueblo
enseñando por toda Judea; comenzó en Galilea y ha llegado hasta
aquí”. Al oír eso, Pilato preguntó si el hombre era galileo. Después
de averiguar que él estaba bajo la jurisdicción de Herodes, se lo
envió a Herodes, quien también estaba en Jerusalén en esos días.
Cuando Herodes vio a Jesús, se alegró mucho. Hacía bastante
tiempo que quería ver a Jesús, ya que había oído muchas cosas
acerca de él, y esperaba verlo hacer algún milagro. Entonces
empezó a hacerle muchísimas preguntas, pero él no le contestó
nada. En cambio, los sacerdotes principales y los escribas se
levantaban y lo acusaban llenos de rabia. Entonces Herodes, junto
con sus soldados, lo trató con desprecio y se burló de él poniéndole
una ropa espléndida. Después se lo devolvió a Pilato. Ese mismo
día, Herodes y Pilato, que hasta ese momento habían sido
enemigos, se hicieron amigos.
(Jn 18:28-38) Entonces llevaron a Jesús de la casa de Caifás a la
residencia del gobernador —era temprano por la mañana—, pero
ellos mismos no entraron en la residencia del gobernador para
no contaminarse y así poder comer la Pascua. Por eso Pilato salió
adonde estaban ellos y les preguntó: “¿De qué acusan a este
hombre?”. Le contestaron: “Si este hombre no fuera un
delincuente, no te lo habríamos entregado”. De modo que Pilato les
dijo: “Llévenselo y júzguenlo ustedes según su ley”. Los judíos le
dijeron: “A nosotros no se nos permite matar a nadie”. Esto pasó
para que se cumplieran las palabras que Jesús había dicho sobre
la manera en que iba a morir. Pilato entró de nuevo en la residencia
del gobernador, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los
judíos?”. Jesús le contestó: “¿Salió de ti hacer esta pregunta, o es
que otros te han hablado de mí?”. Y Pilato le dijo: “¿Acaso soy yo
judío? Tu propia nación y los sacerdotes principales te entregaron
a mí. ¿Qué fue lo que hiciste?”. Jesús le respondió: “Mi Reino no es
parte de este mundo. Si mi Reino fuera parte de este mundo, mis
ayudantes habrían peleado para que yo no fuera entregado a los
judíos. Pero la realidad es que mi Reino no es de aquí”. Así que
24

Pilato le preguntó: “¿O sea, que tú eres rey?”. Jesús le contestó:


“Sí, tú mismo estás diciendo que yo soy rey. Para esto he nacido y
para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad.
Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz”. Pilato le
preguntó: “¿Qué es la verdad?”. Después de decir esto, salió de
nuevo adonde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro que
sea culpable de nada.
(Mt 27:15-30) Ahora bien, en cada fiesta, el gobernador
acostumbraba poner en libertad a un preso, el que la gente
quisiera. Por aquel entonces había un preso muy conocido llamado
Barrabás. Así que Pilato le preguntó a la gente que se había
reunido allí: “¿A quién quieren que les ponga en libertad: a
Barrabás, o a Jesús, al que llaman Cristo?”. Y es que Pilato se daba
cuenta de que lo habían entregado por envidia. Además, mientras
estaba sentado en el tribunal, su esposa le envió este mensaje:
“No tengas nada que ver con ese hombre justo. Hoy sufrí mucho
en un sueño a causa de él”. Pero los sacerdotes principales y los
ancianos convencieron a las multitudes de que pidieran la libertad
para Barrabás y la muerte para Jesús. El gobernador les volvió a
preguntar: “¿A cuál de los dos quieren que les ponga en libertad?”.
Y ellos respondieron: “¡A Barrabás!”. Pilato les dijo: “Entonces,
¿qué hago con Jesús, al que llaman Cristo?”. Todos contestaron:
“¡Al madero con él!”. Él les dijo: “Pero ¿por qué? ¿Qué mal ha
hecho?”. Con todo, ellos gritaban más alto todavía: “¡Al madero con
él!”. Al ver que no conseguía nada, sino que se estaba armando un
alboroto, Pilato tomó agua, se lavó las manos delante de la gente
y dijo: “Soy inocente de la sangre de este hombre. Ahora es cosa
de ustedes”. Al oír esto, todo el pueblo respondió: “¡Nosotros y
nuestros hijos nos hacemos responsables de su muerte!”. Así que
él les puso en libertad a Barrabás, pero hizo que a Jesús le dieran
latigazos, y lo entregó para que lo ejecutaran en el madero.
Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús dentro de
la residencia del gobernador y reunieron a toda la tropa alrededor
de él. Después de quitarle la ropa, le pusieron un manto rojo
escarlata, y trenzaron una corona de espinas y se la colocaron en
la cabeza. Y en la mano derecha le pusieron una caña. Luego,
arrodillándose delante de él, se burlaban y le decían: “¡Viva el rey
25

de los judíos!”. Entonces le escupieron, le quitaron la caña y se


pusieron a pegarle con ella en la cabeza.
(Mr 15:6-19) Ahora bien, en cada fiesta, Pilato solía poner en
libertad al preso que la gente pidiera. En ese entonces estaba en
prisión un hombre llamado Barrabás, a quien habían encarcelado
con los rebeldes que habían cometido asesinato en su rebelión
contra las autoridades. Así que la multitud se acercó y empezó a
pedirle a Pilato que hiciera por ellos lo que solía hacer. Él les
contestó: “¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?”.
Y es que Pilato se daba cuenta de que los sacerdotes principales
lo habían entregado por envidia. Pero los sacerdotes principales
incitaron a la multitud a que más bien pidiera la libertad para
Barrabás. Pilato, dirigiéndose a ellos de nuevo, les dijo: “Entonces,
¿qué hago con este hombre al que ustedes llaman el rey de los
judíos?”. Ellos volvieron a gritar: “¡Al madero con él!”. Y Pilato les
decía: “Pero ¿por qué? ¿Qué mal ha hecho?”. Con todo, ellos
gritaron más alto todavía: “¡Al madero con él!”. Así que Pilato, como
quería complacer a la multitud, les puso en libertad a Barrabás. Y,
después de ordenar que le dieran latigazos a Jesús, lo entregó para
que lo ejecutaran en el madero. Entonces los soldados lo llevaron
al patio, el que está dentro de la residencia del gobernador, y
convocaron a toda la tropa. Lo vistieron de púrpura y trenzaron una
corona de espinas y se la pusieron. Y comenzaron a gritarle: “¡Viva
el rey de los judíos!”. Además, le pegaban en la cabeza con una
caña y le escupían. También se ponían de rodillas y se inclinaban
ante él.
(Lu 23:13-25) Luego Pilato convocó a los sacerdotes principales, a
los gobernantes y al pueblo, y les dijo: “Ustedes me trajeron a este
hombre afirmando que incita al pueblo a la rebelión. Pero, miren, lo
interrogué delante de ustedes y no encontré ninguna base para las
acusaciones que presentan contra él. De hecho, Herodes tampoco,
porque nos lo devolvió. Miren, este hombre no ha hecho nada que
merezca la muerte. Por lo tanto, lo castigaré y lo pondré en
libertad”. -- Pero la multitud entera gritó: “¡Acaba con este hombre
y déjanos en libertad a Barrabás!”. (A este lo habían metido en la
cárcel por una rebelión contra las autoridades que había tenido
26

lugar en la ciudad y por asesinato). Pilato los llamó de nuevo


porque quería poner en libertad a Jesús. Entonces ellos se
pusieron a pedir a gritos: “¡Al madero con él! ¡Al madero con él!”.
Por tercera vez les dijo: “Pero ¿por qué? ¿Qué mal ha hecho este
hombre? Yo no he encontrado en él nada que merezca la muerte.
Por lo tanto, lo castigaré y lo pondré en libertad”. Con esto, ellos se
pusieron a insistir y a pedir a gritos que fuera ejecutado en el
madero, y sus voces acabaron imponiéndose. Así que Pilato tomó
la decisión de que se hiciera lo que ellos solicitaban. Puso en
libertad al que ellos pedían, a quien habían encarcelado por
sedición y asesinato. Pero les entregó a Jesús para que hicieran
con él lo que quisieran.
(Jn 18:39-19:16) Además, ustedes tienen la costumbre de que les
ponga en libertad a un preso durante la Pascua. ¿Quieren que les
ponga en libertad al rey de los judíos?”. Ellos volvieron a gritar:
“¡No, a él no! ¡A Barrabás!”. Y Barrabás era un ladrón.
Pilato entonces mandó que se llevaran a Jesús y le dieran
latigazos. Y los soldados trenzaron una corona de espinas y se la
colocaron en la cabeza, y le pusieron un manto púrpura. Se le
acercaban diciendo: “¡Viva el rey de los judíos!”. Además, le daban
bofetadas. Pilato salió otra vez y le dijo a la multitud: “¡Escuchen!
Lo traigo aquí afuera para que sepan que no encuentro que sea
culpable de nada”. Así que Jesús salió con la corona de espinas y
el manto púrpura. Y Pilato les dijo: “¡Miren! ¡El hombre!”. Pero,
cuando los sacerdotes principales y los oficiales lo vieron, gritaron:
“¡Al madero con él! ¡Al madero con él!”. Pilato les dijo: “Llévenselo
y ejecútenlo ustedes, porque yo no encuentro que sea culpable de
nada”. Los judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley, y
según esa ley debe morir, porque se hizo a sí mismo hijo de Dios”.
Cuando Pilato oyó lo que ellos decían, tuvo más miedo todavía y
volvió a entrar en la residencia del gobernador y le preguntó a
Jesús: “¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le respondió nada. Así
que Pilato le dijo: “¿Te niegas a hablarme a mí? ¿No sabes que
tengo autoridad para ponerte en libertad y autoridad para
ejecutarte?”. Jesús le contestó: “No tendrías ninguna autoridad
sobre mí si no te la hubieran concedido de arriba. Por eso el
27

pecado del hombre que me entregó a ti es peor”. A raíz de esto,


Pilato siguió intentando encontrar la manera de ponerlo en libertad.
Pero los judíos gritaron: “¡Si lo pones en libertad, no eres amigo de
César! ¡Todo el que se hace rey se opone a César!”. Entonces
Pilato, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el
tribunal, en un lugar llamado Empedrado, Gábbatha en hebreo. Era
el día de la preparación de la Pascua, cerca de la hora sexta. Y les
dijo a los judíos: “¡Miren! ¡Su rey!”. Pero ellos gritaron: “¡Fuera!
¡Fuera! ¡Al madero con él!”. Pilato les preguntó: “¿Entonces,
ejecuto a su rey?”. Los sacerdotes principales contestaron:
“No tenemos más rey que César”. Después de eso, les entregó a
Jesús para que lo ejecutaran en el madero. Y ellos se encargaron
de él.
(Mt 27:31-56) Finalmente, cuando terminaron de burlarse de él, le
quitaron el manto, volvieron a ponerle su ropa y se lo llevaron para
clavarlo al madero. Al salir de allí, se encontraron con un hombre
de Cirene que se llamaba Simón y lo obligaron a prestar el servicio
de cargar con el madero de tormento. Cuando llegaron a un lugar
llamado Gólgota —es decir, Lugar de la Calavera—, le dieron a
Jesús vino mezclado con hiel. Pero, cuando lo probó, él se negó a
beberlo. Después de clavarlo al madero, echaron suertes para
repartirse su ropa y se sentaron allí a vigilarlo. Además, encima de
su cabeza pusieron por escrito la causa de su condena: “Este es
Jesús, el rey de los judíos”. Junto a él fijaron en maderos a dos
ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y los que pasaban
por allí lo insultaban meneando la cabeza y diciendo: “¡Tú, el que
iba a derribar el templo y a construirlo en tres días, sálvate! Si eres
hijo de Dios, ¡bájate del madero de tormento!”. Los sacerdotes
principales junto con los escribas y los ancianos empezaron a
burlarse de él de la misma manera. Decían: “¡Salvó a otros, pero a
sí mismo no se puede salvar! Él es rey de Israel; que baje ahora
del madero de tormento y creeremos en él. Ha puesto su confianza
en Dios; que ahora Dios lo rescate si quiere ayudarlo, ya que él dijo
‘Soy el Hijo de Dios’”. Igualmente, hasta los ladrones que estaban
al lado suyo en los maderos lo insultaban. Desde la hora sexta
hasta la hora novena, toda aquella tierra se cubrió de oscuridad.
Cerca de la hora novena, Jesús gritó con fuerza: “Éli, Éli, ¿láma
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sabakhtháni?” —es decir, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?”—. Al oír esto, algunos de los que estaban por allí se
pusieron a decir: “Este hombre está llamando a Elías”. Y uno de
ellos enseguida fue corriendo a buscar una esponja, la empapó en
vino agrio, la puso en una caña y se la acercó para que bebiera.
Pero los demás dijeron: “¡Déjalo! A ver si viene Elías a salvarlo”.
Jesús volvió a gritar con fuerza, y entregó su espíritu. De pronto, la
cortina del santuario se rasgó en dos, de arriba abajo, y la tierra
tembló y las rocas se partieron. Las tumbas se abrieron y muchos
cuerpos de los santos que se habían dormido fueron levantados, y
mucha gente los vio. (Después de que él fue levantado, algunas
personas que venían de las tumbas entraron en la ciudad santa).
Cuando el oficial del ejército y los que estaban con él vigilando a
Jesús vieron el terremoto y las cosas que pasaban, tuvieron
muchísimo miedo y dijeron: “Está claro que era el Hijo de Dios”.
Muchas mujeres, que habían acompañado a Jesús desde Galilea
para atenderlo, estaban allí mirando desde lejos. Entre ellas
estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de Josés,
y la madre de los hijos de Zebedeo.
(Mr 15:20-41) Finalmente, cuando terminaron de burlarse de él, le
quitaron la ropa púrpura y volvieron a ponerle su ropa. Y luego lo
llevaron afuera para clavarlo al madero. Pasaba por allí un hombre
que venía del campo —un tal Simón de Cirene, el padre de
Alejandro y Rufo—, y lo obligaron a prestar el servicio de cargar
con el madero de tormento. Y llevaron a Jesús al lugar llamado
Gólgota, que traducido significa “lugar de la calavera”. Allí
intentaron darle vino mezclado con mirra, pero él no quiso tomarlo.
Y lo clavaron al madero y echaron suertes para repartirse su ropa,
para decidir quién se quedaba con qué. Era la hora tercera cuando
lo clavaron al madero. El letrero con la causa de su condena decía:
“El rey de los judíos”. Además, junto a él fijaron en maderos a dos
ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda. -- Y los que
pasaban por allí lo insultaban meneando la cabeza y diciendo:
“¡Bah! Tú, el que iba a derribar el templo y a construirlo en tres días,
bájate del madero de tormento y sálvate”. Los sacerdotes
principales junto con los escribas se burlaban de él de la misma
manera. Decían entre ellos: “¡Salvó a otros, pero a sí mismo no se
29

puede salvar! Que el Cristo, el rey de Israel, baje ahora del madero
de tormento. Cuando lo veamos, creeremos”. Y hasta los que
estaban al lado suyo en los maderos lo insultaban. Cuando llegó la
hora sexta, toda aquella tierra se cubrió de una oscuridad que duró
hasta la hora novena. Y, a la hora novena, Jesús gritó con fuerza:
“Éli, Éli, ¿láma sabakhtháni?”, que traducido significa “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Algunos de los que
estaban por allí cerca, al oírlo, se pusieron a decir: “¡Escuchen, está
llamando a Elías!”. Entonces alguien fue corriendo a empapar una
esponja en vino agrio, la puso en una caña y se la acercó para que
bebiera. Decía: “¡Déjenlo! A ver si viene Elías a bajarlo”. Pero Jesús
lanzó un fuerte grito y murió. Y la cortina del santuario se rasgó en
dos, de arriba abajo. Ahora bien, cuando el oficial del ejército que
estaba de pie delante de él vio que había muerto en estas
circunstancias, dijo: “Está claro que este hombre era el Hijo de
Dios”. Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas
María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de Josés,
y Salomé. Estas mujeres lo acompañaban y lo atendían cuando
estaba en Galilea. También había allí muchas otras mujeres que
habían subido con él a Jerusalén.
(Lu 23:26-49) Cuando se lo iban llevando de allí, agarraron a un tal
Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron el madero de
tormento encima para que lo cargara detrás de Jesús. Lo seguía
una gran cantidad de gente, entre quienes había mujeres que se
golpeaban el pecho desconsoladas y gritaban lamentándose por
él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: “Hijas de Jerusalén,
dejen de llorar por mí. Más bien, lloren por ustedes mismas y por
sus hijos; porque, miren, se acercan los días en que se dirá:
‘¡Felices las estériles, las matrices que no dieron a luz y los pechos
que no amamantaron!’. Entonces comenzarán a decirles a las
montañas ‘¡Caigan sobre nosotros!’ y a las colinas ‘¡Cúbrannos!’.
Si hacen estas cosas cuando el árbol está verde, ¿qué pasará
cuando esté seco?”. También llevaban a otros dos hombres, que
eran delincuentes, para ejecutarlos con él. Y, cuando llegaron al
lugar llamado Calavera, lo clavaron al madero junto a los
delincuentes: uno a su derecha y otro a su izquierda. Pero Jesús
decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
30

Además, echaron suertes para repartirse sus prendas de vestir. Y


el pueblo estaba allí mirando. Pero sus gobernantes hacían gestos
de desprecio y decían: “Salvó a otros; que se salve a sí mismo si
es que es el Cristo de Dios, el Escogido”. Hasta los soldados se
burlaban de él acercándose a ofrecerle vino agrio y diciéndole: “Si
tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Además, había un
letrero sobre él que decía: “Este es el rey de los judíos”. Entonces
uno de los delincuentes que estaban allí colgados empezó a
hablarle con desprecio. Le decía: “Tú eres el Cristo, ¿no? ¡Pues
sálvate a ti mismo y a nosotros también!”. Al oír esto, el otro lo
reprendió: “¿Acaso no le tienes ningún temor a Dios, ahora que has
recibido el mismo castigo? Y, en nuestro caso, es lo justo, porque
estamos recibiendo nuestro merecido por lo que hicimos; pero este
hombre no ha hecho nada malo”. Entonces dijo: “Jesús, acuérdate
de mí cuando entres en tu Reino”. Y él le contestó: “Yo te aseguro
hoy: estarás conmigo en el Paraíso”. Aunque era ya cerca de la
hora sexta, toda aquella tierra se cubrió de una oscuridad que duró
hasta la hora novena porque la luz del sol se fue. Entonces la
cortina del santuario se rasgó por la mitad. Y Jesús gritó con fuerza:
“¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”. Después de decir
esto, murió. Al ver lo sucedido, el oficial del ejército se puso a
glorificar a Dios diciendo: “Efectivamente, este hombre era justo”.
Y, cuando todas las multitudes que estaban reunidas allí para este
espectáculo vieron lo que había pasado, regresaron a sus casas
golpeándose el pecho. Todos los que lo conocían estaban de pie a
cierta distancia. También estaban allí viendo estas cosas las
mujeres que lo habían acompañado desde Galilea.
(Jn 19:16-30) Después de eso, les entregó a Jesús para que lo
ejecutaran en el madero. Y ellos se encargaron de él. Cargando
con su propio madero de tormento, salió hacia el llamado Lugar de
la Calavera, que en hebreo se llama Gólgota. Allí lo clavaron al
madero junto a otros dos hombres, uno a cada lado y Jesús en el
medio. Además, Pilato escribió un letrero y lo puso en el madero
de tormento. Decía: “Jesús el Nazareno, el rey de los judíos”.
Muchos de los judíos leyeron este letrero porque el lugar donde
Jesús fue clavado al madero estaba cerca de la ciudad. Además,
el letrero estaba escrito en hebreo, en latín y en griego. Pero los
31

sacerdotes principales de los judíos le dijeron a Pilato: “No escribas


‘El rey de los judíos’, sino que él dijo ‘Soy rey de los judíos’”. Pilato
contestó: “Lo que he escrito, escrito está”. Después de clavar a
Jesús al madero, los soldados tomaron su ropa y la dividieron en
cuatro partes, una para cada soldado, y tomaron la túnica. Pero la
túnica no tenía costuras porque estaba tejida de arriba abajo. Por
eso se dijeron unos a otros: “No la rompamos. Echemos suertes
para ver quién se queda con ella”. Esto pasó para que se cumpliera
el pasaje de las Escrituras que dice: “Se repartieron mis prendas
de vestir, y por mi ropa echaron suertes”. Y eso fue justo lo que
hicieron los soldados. Junto al madero de tormento de Jesús
estaban su madre y la hermana de su madre; también María la
esposa de Clopas y María Magdalena. Cuando Jesús vio allí cerca
a su madre y al discípulo que él amaba, le dijo a su madre: “¡Mujer,
ahí tienes a tu hijo!”. Luego le dijo al discípulo: “¡Ahí tienes a tu
madre!”. Y, desde aquel momento, el discípulo la tuvo con él en su
casa. Después de esto, sabiendo que ya todas las cosas se habían
realizado, Jesús dijo: “Tengo sed”. Así se cumplieron las Escrituras.
Y, como había allí una jarra llena de vino agrio, pusieron una
esponja empapada en vino agrio en una caña de hisopo y se la
acercaron a la boca. Cuando Jesús tomó el vino agrio, dijo: “¡Se ha
cumplido!”. Luego inclinó la cabeza y entregó su espíritu.
(Mt 27:57-61) Hacia el final de la tarde, llegó un hombre rico de
Arimatea que se llamaba José y que también se había hecho
discípulo de Jesús. Este hombre habló con Pilato y le pidió el
cuerpo de Jesús. Pilato entonces mandó que se lo entregaran. Y
José tomó el cuerpo, lo envolvió en una tela limpia de lino de
calidad y lo puso en una tumba nueva de su propiedad, que había
excavado en la roca. Luego hizo rodar una gran piedra a la entrada
de la tumba y se fue. Pero María Magdalena y la otra María se
quedaron allí, sentadas frente a la tumba.
(Mr 15:42-47) Como ya era el final de la tarde y era el día de la
preparación, es decir, la víspera del sábado, José de Arimatea —
un miembro respetado del Consejo, quien también esperaba el
Reino de Dios— se armó de valor, se presentó delante de Pilato y
le pidió el cuerpo de Jesús. Pero Pilato se preguntaba si Jesús ya
32

estaría muerto, así que mandó llamar al oficial del ejército y se lo


preguntó. Una vez que el oficial del ejército se lo confirmó, él le dio
permiso a José para llevarse el cuerpo. José compró tela de lino
de calidad y bajó el cuerpo de Jesús. Después lo envolvió en la tela
y lo puso en una tumba excavada en la roca; entonces hizo rodar
una piedra a la entrada de la tumba. Pero María Magdalena y María
la madre de Josés se quedaron mirando el lugar donde lo habían
puesto.
(Lu 23:50-56) Y resulta que había un hombre bueno y justo llamado
José, que era miembro del Consejo. (Este no había votado en
apoyo del complot y la actuación de ellos). Era de Arimatea, una
ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Él se presentó
delante de Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y bajó el cuerpo y
lo envolvió en tela de lino de calidad. Luego lo puso en una tumba
excavada en la roca, donde todavía no habían puesto a nadie.
Ahora bien, era el día de la preparación, y el sábado estaba a punto
de empezar. Las mujeres que habían venido con él desde Galilea
fueron también hasta allí. Echaron un vistazo a la tumba y vieron
cómo habían puesto el cuerpo. Luego se volvieron para preparar
especias aromáticas y aceites perfumados. Pero, por supuesto,
descansaron el sábado, según el mandamiento.
(Jn 19:31-42) Como era el día de la preparación, los judíos le
pidieron a Pilato que se les quebraran las piernas a los hombres y
se retiraran sus cuerpos, para que los cuerpos no quedaran en los
maderos de tormento durante el sábado (porque aquel era un
sábado grande). Por lo tanto, los soldados fueron y le quebraron
las piernas al primer hombre y también al otro hombre que estaba
en un madero junto a él. Pero al llegar a Jesús vieron que ya estaba
muerto; por eso no le quebraron las piernas. Pero uno de los
soldados le clavó una lanza en el costado, y al instante salió sangre
y agua. Y el que lo ha visto ha dado este testimonio, y su testimonio
es verdadero, y él sabe que lo que dice es verdad, para que
ustedes también crean. De hecho, estas cosas pasaron para que
se cumpliera este pasaje de las Escrituras: “No le quebrarán ni un
hueso”. Además, hay otro pasaje de las Escrituras que dice:
“Mirarán al que traspasaron”. Después de esto, José de Arimatea
33

(que era un discípulo de Jesús, aunque en secreto, porque les tenía


miedo a los judíos) le preguntó a Pilato si podía llevarse el cuerpo
de Jesús, y Pilato le dio permiso. Así que vino y se llevó el cuerpo.
También llegó Nicodemo —el hombre que la primera vez había ido
a ver a Jesús de noche— con una mezcla de mirra y áloes que
pesaba unas 100 libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo
envolvieron en telas de lino con las especias aromáticas, según la
costumbre que tienen los judíos para enterrar a sus muertos.
Resulta que había un huerto en el lugar donde él había sido
ejecutado en el madero, y en ese huerto había una tumba nueva
en la que hasta entonces nunca habían puesto a nadie. Por eso,
como era el día de la preparación de los judíos y la tumba estaba
cerca, pusieron a Jesús allí.
(Mt 27:62-66) Al otro día —que era el día siguiente al de la
preparación— los sacerdotes principales y los fariseos se reunieron
ante Pilato y le dijeron: “Señor, recordamos que, cuando aún vivía,
ese impostor dijo: ‘A los tres días seré resucitado’. Por lo tanto,
manda que aseguren la tumba hasta el tercer día, no sea que sus
discípulos vengan a robar el cuerpo y le digan al pueblo: ‘¡Ha sido
levantado de entre los muertos!’. Ese engaño sería peor que el
primero”. Pilato les dijo: “Pueden llevarse una guardia de soldados;
vayan y aseguren la tumba lo mejor que puedan”. Así que se fueron
y, para asegurar la tumba, sellaron la piedra y dejaron allí a la
guardia de soldados.
(Mt 28:1-15) Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la
semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver la tumba. Y
resultó que había ocurrido un gran terremoto, porque el ángel de
Jehová había bajado del cielo, se había acercado a la tumba y
había hecho rodar la piedra; y ahora estaba sentado en ella. El
ángel brillaba como un relámpago y su ropa era blanca como la
nieve. De hecho, los guardias se asustaron tanto que se pusieron
a temblar y quedaron como muertos. El ángel les dijo a las mujeres:
“No tengan miedo; sé que buscan a Jesús, el que fue ejecutado en
el madero. No está aquí, porque ha sido resucitado, tal como él
dijo. Vengan, miren el lugar donde estaba tendido. Y ahora vayan
rápido y díganles a sus discípulos: ‘Ha sido levantado de entre los
34

muertos y, fíjense, va delante de ustedes camino a Galilea; allí lo


verán’. Esto es lo que vine a decirles”. Así que ellas, asustadas
pero rebosantes de felicidad, se fueron rápido de la tumba y
corrieron a contárselo a los discípulos. En eso, Jesús las encontró
por el camino y les dijo: “¡Hola!”. Ellas se le acercaron, le rindieron
homenaje y se abrazaron a sus pies. Entonces Jesús les dijo:
“No tengan miedo. Vayan, avisen a mis hermanos para que vayan
a Galilea; allí me verán”. Mientras ellas iban de camino, algunos de
los guardias fueron a la ciudad y les contaron a los sacerdotes
principales todo lo que había pasado. Entonces estos, después de
reunirse con los ancianos para decidir qué hacer, les dieron a los
soldados una buena cantidad de monedas de plata y les dijeron:
“Ustedes digan: ‘Sus discípulos vinieron de noche y robaron el
cuerpo mientras nosotros dormíamos’. Y, si esto llega a oídos del
gobernador, nosotros se lo explicamos. Ustedes no tendrán de qué
preocuparse”. Así que ellos se quedaron con las monedas de plata
e hicieron lo que les habían indicado. Y esa es la versión que
todavía circula hoy entre los judíos.
(Mr 16:1-8) Entonces, cuando el sábado ya había pasado, María
Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé compraron
especias aromáticas para ir a aplicárselas al cuerpo de Jesús. Y
muy temprano el primer día de la semana, cuando ya había salido
el sol, fueron a la tumba. Y se decían unas a otras: “¿Quién hará
rodar por nosotras la piedra de la entrada de la tumba?”. Pero, al
levantar la vista, vieron que ya habían hecho rodar la piedra, a
pesar de que era muy grande. Cuando entraron en la tumba, vieron
sentado a la derecha a un joven que llevaba puesta una túnica
larga blanca. Y se quedaron atónitas. Él les dijo: “No se alarmen.
Ustedes buscan a Jesús el Nazareno, el que fue ejecutado en el
madero. Ha sido resucitado. No está aquí. Miren, este es el lugar
donde lo pusieron. Pero vayan, díganles a sus discípulos y a Pedro:
‘Va delante de ustedes camino a Galilea. Allí lo verán, tal como les
dijo’”. Así que salieron de la tumba y huyeron. Iban temblando y
desbordadas de emoción. Y no le dijeron nada a nadie, porque
tenían miedo.
35

(Lu 24:1-49) El primer día de la semana, las mujeres fueron muy


temprano a la tumba. Llevaban las especias aromáticas que habían
preparado. Pero vieron que habían hecho rodar la piedra de la
tumba, y al entrar no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Las
mujeres todavía estaban desconcertadas por esto, cuando, de
repente, aparecieron a su lado dos hombres con ropa brillante.
Ellas se asustaron y se quedaron mirando al suelo. Así que los
hombres les dijeron: “¿Por qué andan buscando entre los muertos
al que está vivo? No está aquí: ha sido resucitado. Recuerden lo
que les dijo mientras todavía estaba en Galilea. Les dijo que el Hijo
del Hombre tenía que ser entregado a pecadores y ser ejecutado
en el madero, pero que al tercer día tenía que resucitar”. Ahí ellas
se acordaron de sus palabras. Entonces regresaron de la tumba y
les contaron todo esto a los Once y a todos los demás. Eran María
Magdalena, Juana y María la madre de Santiago. También las otras
mujeres que estaban con ellas les contaban estas cosas a los
apóstoles. Sin embargo, a ellos les parecía que sus palabras eran
tonterías, y no les creyeron. Pero Pedro se levantó y corrió a la
tumba y, al agacharse para mirar adentro, solo vio los paños de
lino. Así que se fue preguntándose qué era lo que había pasado. Y
resulta que, ese mismo día, dos de los discípulos iban caminando
a una aldea llamada Emaús, que está a unos 11 kilómetros de
Jerusalén. Conversaban entre ellos sobre todo esto que había
sucedido. Mientras iban conversando y comentando estas cosas,
Jesús mismo se acercó y se puso a caminar con ellos, pero se
impidió que sus ojos pudieran reconocerlo. Él les preguntó:
“¿Sobre qué van debatiendo por el camino?”. Ellos se detuvieron
con la tristeza reflejada en el rostro. Y el que se llamaba Cleopas
le respondió: “¿Es que eres un extranjero que vives solo en
Jerusalén y por eso no te has enterado de las cosas que han
pasado allí estos días?”. “¿Qué cosas?”, les preguntó él. Ellos le
contestaron: “Lo que pasó con Jesús el Nazareno, quien delante
de Dios y de toda la gente demostró ser un profeta poderoso en
acciones y palabras. Nuestros sacerdotes principales y
gobernantes lo entregaron para que fuera condenado a muerte y lo
clavaron al madero. Pero nosotros esperábamos que sería él quien
liberaría a Israel. Además de todo esto, ya es el tercer día desde
36

que pasaron estas cosas. Por otra parte, algunas mujeres de entre
nosotros también nos dejaron asombrados. Es que fueron a la
tumba muy temprano y, al no encontrar su cuerpo, vinieron
diciendo que habían tenido una visión sobrenatural de unos
ángeles, que decían que él está vivo. Entonces algunos de los que
estaban con nosotros fueron a la tumba y encontraron todo tal
como las mujeres habían dicho. Pero a Jesús no lo vieron”. Y él les
dijo: “¡Qué insensatos son y qué lentos para creer todas las cosas
que dijeron los profetas! ¿Acaso el Cristo no tenía que sufrir estas
cosas y entrar en su gloria?”. Y, empezando por Moisés y todos los
Profetas, les explicó cosas que se decían de él en todas las
Escrituras. Por fin se acercaron a la aldea adonde iban, y él hizo
como que viajaba más lejos. Pero ellos le insistieron en que se
quedara. Le decían: “Quédate con nosotros, que es casi de noche
y el día ya está a punto de terminar”. De modo que él entró para
quedarse con ellos. Cuando estaba cenando con ellos, tomó el pan,
hizo una oración, lo partió y empezó a dárselo. Entonces a ellos se
les abrieron los ojos por completo y lo reconocieron; pero él
desapareció de su presencia. Y se dijeron el uno al otro: “¿Acaso
no nos ardía dentro el corazón cuando él venía hablándonos por el
camino, cuando nos explicaba claramente las Escrituras?”. En ese
mismo momento se levantaron y volvieron a Jerusalén, donde
vieron a los Once y a los que estaban reunidos con ellos, que
decían: “¡Es un hecho que el Señor fue resucitado y se le apareció
a Simón!”. Entonces ellos contaron lo que había pasado por el
camino y cómo lo habían reconocido cuando partió el pan. Mientras
estaban hablando de estas cosas, Jesús mismo se presentó en
medio de ellos y les dijo: “Tengan paz”. Pero, aterrados y
asustados, pensaban que estaban viendo un espíritu. Por eso les
dijo: “¿Por qué están alarmados? ¿Por qué les han surgido dudas
en su corazón? Miren mis manos y mis pies: soy yo mismo.
Tóquenme y miren, porque un espíritu no tiene carne y huesos
como ven que tengo yo”. Y al decir esto les enseñó las manos y los
pies. Pero, mientras ellos todavía no lo creían de pura alegría y
asombro, él les preguntó: “¿Tienen por ahí algo de comer?”. Ellos
le dieron un pedazo de pescado asado. Él lo tomó y se lo comió
delante de sus ojos. Luego les dijo: “Estas son las palabras que les
37

dije mientras todavía estaba con ustedes: que todas las cosas
escritas sobre mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los
Salmos tenían que cumplirse”. Entonces les abrió la mente por
completo para que captaran el significado de las Escrituras y les
dijo: “Esto es lo que está escrito: que el Cristo sufriría y se
levantaría de entre los muertos al tercer día y que, en su nombre,
en todas las naciones —comenzando por Jerusalén—, se
predicaría arrepentimiento para el perdón de pecados. Ustedes
tienen que ser testigos de estas cosas. Y sepan que voy a enviar
sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Pero quédense en la
ciudad hasta que sean revestidos del poder que viene de lo alto”.
(Jn 20:1-25) El primer día de la semana, María Magdalena fue a la
tumba temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que habían
quitado la piedra de la tumba. Así que fue corriendo a ver a Simón
Pedro y al otro discípulo, a quien Jesús quería, y les dijo: “¡Se han
llevado de la tumba al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto!”.
Entonces Pedro y el otro discípulo fueron para la tumba. Los dos
echaron a correr juntos, pero el otro discípulo corrió más rápido que
Pedro y llegó primero a la tumba. Al agacharse para mirar adentro,
vio allí las telas de lino, pero no entró. Entonces Simón Pedro, que
venía detrás de él, llegó también y entró en la tumba. Y vio allí las
telas de lino. La tela con la que le habían cubierto la cabeza a Jesús
no estaba con las otras vendas, sino enrollada y colocada en un
lugar aparte. Después también entró el otro discípulo, el que había
llegado primero a la tumba, y vio y creyó. Y es que todavía
no entendían el pasaje de las Escrituras que decía que él tenía que
levantarse de entre los muertos. Así que los discípulos volvieron a
sus casas. Pero María se quedó de pie afuera, llorando junto a la
tumba. Mientras lloraba, se agachó para mirar adentro de la tumba
y vio a dos ángeles vestidos de blanco sentados donde había
estado el cuerpo de Jesús; uno a la cabecera y otro a los pies. Y
ellos le preguntaron: “Mujer, ¿por qué estás llorando?”. Ella les
contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han
puesto”. Después de decir esto, ella se volvió y vio a Jesús allí de
pie, pero no se dio cuenta de que era él. Jesús le preguntó: “Mujer,
¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?”. Ella, pensando que
era el jardinero, le dijo: “Si tú te lo has llevado, señor, dime dónde
38

lo has puesto y yo me lo llevaré”. “¡María!”, le dijo Jesús. Al


volverse, ella le contestó en hebreo: “¡Rabbóni!” (que significa
“maestro”). Jesús le dijo: “Deja de agarrarte de mí, porque todavía
no he subido al Padre. Vete adonde están mis hermanos y diles:
‘Voy a subir a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de
ustedes’”. María Magdalena fue a ver a los discípulos y les dio la
noticia: “¡He visto al Señor!”. Y les contó lo que él le había dicho.
Ya era tarde aquel día —el primero de la semana—, y los
discípulos, por miedo a los judíos, habían cerrado con llave las
puertas del lugar donde estaban reunidos. Entonces Jesús se
presentó en medio de ellos y les dijo: “Tengan paz”. Después de
decir eso, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: “Tengan
paz. Tal como el Padre me envió a mí, yo también los envío a
ustedes”. Después de decir eso, sopló sobre ellos y les dijo:
“Reciban espíritu santo. Si ustedes le perdonan los pecados a
alguien, le quedan perdonados; si no se los perdonan, no le
quedan perdonados”. Pero Tomás, uno de los Doce, al que
llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Por
eso los otros discípulos le decían: “¡Hemos visto al Señor!”. Pero él
les dijo: “A menos que vea en sus manos la marca de los clavos y
meta mi dedo en la herida de los clavos y meta mi mano en su
costado, jamás lo voy a creer”.
(Mt 28:16-20) Por su parte, los 11 discípulos fueron a Galilea, a la
montaña donde Jesús les había dicho que se encontrarían. Cuando
lo vieron, le rindieron homenaje. Pero algunos tuvieron sus dudas.
Jesús se acercó y les dijo: “Se me ha dado toda la autoridad en el
cielo y en la tierra. Así que vayan y hagan discípulos de gente de
todas las naciones. Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y
del espíritu santo. Enséñenles a obedecer todo lo que yo les he
mandado. Y, recuerden, estaré con ustedes todos los días
hasta la conclusión del sistema”.
(1Co 15:5-7) y que se le apareció a Cefas y después a los Doce.
Luego se les apareció a más de 500 hermanos a la vez, la mayoría
de los cuales siguen con nosotros, aunque algunos ya se han
39

dormido en la muerte. Después se le apareció a Santiago; luego a


todos los apóstoles.
(Hch 1:3-8) Después de haber sufrido, se les presentó dándoles
muchas pruebas convincentes de que estaba vivo. Ellos lo vieron
durante 40 días, y él estuvo hablando acerca del Reino de Dios.
Mientras estaba reunido con ellos, les ordenó: “No se vayan de
Jerusalén. Sigan esperando lo que el Padre ha prometido, aquello
de lo que les he hablado. Porque Juan bautizó con agua, pero
ustedes serán bautizados con espíritu santo dentro de pocos días”.
Entonces, cuando ellos se reunieron, le preguntaron: “Señor, ¿vas
a restaurar el reino en Israel en este tiempo?”. Él les dijo: “No les
corresponde a ustedes saber los tiempos o épocas que el Padre
ha puesto bajo su propia autoridad. Pero recibirán poder cuando el
espíritu santo venga sobre ustedes. Y serán mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta la parte más lejana de
la tierra”.
(Jn 20:26-21:25) Ahora bien, ocho días más tarde, sus discípulos
estaban de nuevo reunidos en la casa, y Tomás estaba con ellos.
Aunque las puertas estaban cerradas con llave, Jesús se presentó
en medio de ellos y les dijo: “Tengan paz”. Luego le dijo a Tomás:
“Pon tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado. Deja de dudar y cree”. Entonces, Tomás le dijo: “¡Mi Señor
y mi Dios!”. Jesús le dijo: “¿Has creído porque me has visto?
Felices los que no han visto y aun así creen”. De hecho, Jesús
también hizo delante de los discípulos muchos otros milagros que
no están escritos en este rollo. Pero estos se han escrito para que
ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que,
por creer, puedan tener vida por medio de su nombre.
Después de esto, junto al mar de Tiberíades, Jesús se les apareció
de nuevo a los discípulos. Se manifestó de esta manera. Estaban
juntos Simón Pedro, Tomás (al que llamaban el Gemelo), Natanael
de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus
discípulos. Simón Pedro les dijo: “Me voy a pescar”. Y ellos le
dijeron: “Nos vamos contigo”. Así que fueron y se subieron a la
barca, pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús
40

estaba en la playa, pero los discípulos no se dieron cuenta de que


era él. Entonces Jesús les dijo: “Hijos míos, no tienen nada que
comer, ¿verdad?”. “No”, le contestaron. Y él les dijo: “Echen la red
al lado derecho de la barca y encontrarán algo”. Cuando la
echaron, se llenó de tantos peces que no podían sacarla. Entonces
el discípulo al que Jesús amaba le dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”. Al
oír que era el Señor, Simón Pedro se puso la ropa, porque estaba
desnudo, y se lanzó al mar. Pero los otros discípulos fueron en la
barca pequeña, arrastrando la red llena de peces, porque no se
encontraban lejos de la orilla; estaban solo a unos 90 metros.
Cuando llegaron a la orilla, vieron un fuego. Había pescado sobre
las brasas, y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los peces que
acaban de pescar”. Así que Simón Pedro subió a bordo y arrastró
a tierra la red, que estaba llena de peces grandes: había 153. Pero,
a pesar de que había tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo:
“Vengan a desayunar”. Ni uno de los discípulos se atrevía a
preguntarle “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor. Jesús
se acercó, tomó el pan y se lo dio a ellos, y lo mismo hizo con el
pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se les apareció a los
discípulos después de haber sido levantado de entre los muertos.
Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón
Pedro: “Simón hijo de Juan, ¿me amas más que a estos?”. Él le
respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo:
“Alimenta a mis corderos”. De nuevo, por segunda vez, le preguntó:
“Simón hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú
sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea a mis ovejitas”. Por
tercera vez le preguntó: “Simón hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro
se puso triste al ver que por tercera vez le preguntaba “¿Me
quieres?”. Así que le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que yo
te quiero”. Jesús le dijo: “Alimenta a mis ovejitas. De verdad te
aseguro que, cuando eras más joven, tú mismo te vestías y
andabas por donde querías; pero, cuando envejezcas, extenderás
las manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras”. Dijo esto
para indicar con qué tipo de muerte Pedro glorificaría a Dios. Y,
después de decírselo, añadió: “Continúa siguiéndome”. Pedro se
volvió y vio que detrás de ellos venía el discípulo al que Jesús
amaba, el mismo que en la cena se había recostado en su pecho
41

y le había preguntado “Señor, ¿quién es el que te va a traicionar?”.


Por eso, cuando lo vio, Pedro le preguntó a Jesús: “Señor, ¿y qué
va a ser de este?”. Jesús le dijo: “Si quiero que se quede aquí hasta
que yo venga, ¿qué te importa eso a ti? Tú continúa siguiéndome”.
Por eso entre los hermanos corrió el rumor de que este discípulo
no iba a morir. Pero Jesús no le dijo que no moriría. Lo que dijo fue:
“Si quiero que se quede aquí hasta que yo venga, ¿qué te importa
eso a ti?”. Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y
el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.
De hecho, Jesús hizo muchas otras cosas que, si alguna vez se
escribieran en detalle, supongo que el mundo mismo no podría
contener los rollos que se escribirían.
(Hch 1:9-12) Después de decir estas cosas, fue elevado mientras
ellos miraban. Entonces una nube lo ocultó de su vista. Ellos
estaban mirando atentamente al cielo mientras él se iba cuando,
de repente, dos hombres vestidos de blanco aparecieron al lado de
ellos y les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué están ahí de pie
mirando al cielo? Este Jesús, que estaba con ustedes y fue llevado
al cielo, vendrá de la misma manera en que lo han visto irse al
cielo”. Luego ellos regresaron a Jerusalén desde lo que se conoce
como el monte de los Olivos, una montaña que está cerca de
Jerusalén, a tan solo la distancia del camino de un sábado.
(Lu 24:50-53) Entonces los llevó a las afueras, hasta Betania, y,
levantando las manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se
apartó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos le rindieron homenaje y
regresaron a Jerusalén con gran alegría. Y estaban siempre en el
templo alabando a Dios.
42

JESÚS: EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA


CAPÍTULO 115
Se acerca la última Pascua de Jesús
MATEO 26:1-5, 14-19 MARCOS 14:1, 2, 10-16
LUCAS 22:1-13
• LE PAGAN A JUDAS ISCARIOTE PARA QUE
TRAICIONE A JESÚS
• DOS APÓSTOLES HACEN LOS PREPARATIVOS
PARA LA PASCUA
Jesús ya ha terminado de enseñar a los cuatro apóstoles en el
monte de los Olivos y les ha respondido la pregunta sobre su
presencia futura y la conclusión del sistema.
El 11 de nisán ha sido un día muy largo. Seguramente de
regreso a Betania para pasar la noche, Jesús les dice a los
apóstoles: “Como ustedes saben, dentro de dos días es la Pascua
y el Hijo del Hombre va a ser entregado para que lo ejecuten en el
madero” (Mateo 26:2).
El martes, ha reprendido a los líderes religiosos y los ha
desenmascarado delante de la gente, así que ellos están buscando
la manera de acabar con él. Por eso, el miércoles 12 de nisán
no aparece en público, sino que pasa el día tranquilamente con sus
apóstoles. No quiere que nada le impida celebrar la Pascua con
ellos al día siguiente después de la puesta del Sol, que es cuando
comienza el 14 de nisán.
Pero los sacerdotes principales y los ancianos del pueblo no se
quedan de brazos cruzados antes de la Pascua. Se reúnen en el
patio de la casa del sumo sacerdote, Caifás. ¿Por qué? Están muy
enojados con Jesús porque ha denunciado las cosas malas que
hacen. De modo que se unen “para atrapar a Jesús con astucia y
para matarlo”. ¿Cómo y en qué momento lo harán? Ellos dicen:
“Durante la fiesta no, no sea que el pueblo se alborote” (Mateo
43

26:4, 5). Y es que temen a la gente porque muchos apoyan a


Jesús.
Mientras tanto, los líderes religiosos reciben una visita. Para su
sorpresa, se trata de uno de los apóstoles de Jesús: Judas
Iscariote. Satanás le ha metido en la cabeza la idea de traicionar a
su maestro. De modo que Judas les pregunta: “¿Qué me darán si
les entrego a Jesús?” (Mateo 26:15). Les encanta la propuesta, así
que acuerdan “darle dinero” (Lucas 22:5). ¿Cuánto? Con gusto
concuerdan en entregarle 30 piezas de plata, lo que probablemente
equivale a 30 siclos, que es el precio de un esclavo (Éxodo 21:32).
De ese modo, los líderes religiosos demuestran que desprecian a
Jesús, que lo consideran de poco valor. Ahora Judas se pone “a
buscar una buena oportunidad para entregárselo a ellos” sin que
esté presente una multitud (Lucas 22:6).
El 13 de nisán comienza con la puesta del Sol del miércoles.
Esta es la sexta y última noche que Jesús pasa en Betania. Al día
siguiente, los discípulos tienen que hacer los preparativos para la
Pascua. Deben conseguir un cordero, matarlo y asarlo entero
después que comience el 14 de nisán. ¿Dónde celebrarán la cena
y quién la preparará? Jesús no ha revelado esos detalles, de modo
que Judas no se los puede contar a los sacerdotes principales.
Probablemente el jueves después del mediodía, mientras
todavía están en Betania, Jesús envía a Pedro y Juan a la ciudad
y les dice: “Vayan y preparen la Pascua para que la comamos”.
Ellos le preguntan: “¿Dónde quieres que la preparemos?”. Jesús
les explica: “Cuando entren en la ciudad, se encontrará con
ustedes un hombre que lleva una vasija de barro con agua. Síganlo
y entren en la casa en la que él entre. Y díganle al dueño de la
casa: ‘El Maestro te dice: “¿Dónde está el cuarto de invitados, para
que yo coma la Pascua con mis discípulos?”’. Y ese hombre les
mostrará en la parte alta una habitación grande amueblada.
Preparen la Pascua allí” (Lucas 22:8-12).
Sin duda, el dueño de la casa es un discípulo de Jesús. Puede
que supiera que él le iba a pedir usar su casa para esta ocasión.
44

Cuando los dos apóstoles llegan a Jerusalén, se encuentran todo


tal y como Jesús les había dicho. Entonces, se aseguran de que el
cordero esté preparado y de que no falte ningún detalle para que
los 13 —Jesús y los 12 apóstoles— celebren la cena de la Pascua.
[Recuadro de la página 267]
◊ Al parecer, ¿qué hace Jesús el miércoles 12 de nisán, y por qué?
◊ ¿Por qué se reúnen los líderes religiosos, y por qué va a verlos
Judas?
◊ ¿A quiénes envía Jesús a Jerusalén el jueves, y qué hacen allí?
45

CAPÍTULO 116
Una lección de humildad en la última Pascua
MATEO 26:20 MARCOS 14:17 LUCAS 22:14-18
JUAN 13:1-17
• LA ÚLTIMA CENA DE LA PASCUA DE JESÚS CON
SUS APÓSTOLES
• LES LAVA LOS PIES A LOS APÓSTOLES PARA
ENSEÑARLES UNA LECCIÓN
Tal como Jesús les mandó, Pedro y Juan ya han llegado a
Jerusalén para preparar la Pascua. Más tarde, Jesús y los otros 10
apóstoles también se dirigen hacia allá. La tarde ya está muy
avanzada, y el Sol va desapareciendo en el horizonte mientras
Jesús y sus apóstoles descienden del monte de los Olivos. Es la
última vez que verá esta escena de día, hasta que resucite.
En poco tiempo, llegan a la ciudad y van hacia la casa donde
celebrarán la cena de la Pascua. Una vez allí, suben a la amplia
habitación que hay en el piso de arriba y ven que todo está
preparado. Jesús quería que llegara este momento, pues les dice:
“Deseaba tanto comer con ustedes esta Pascua antes de que
empiece mi sufrimiento...” (Lucas 22:15).
Muchos años atrás, se había adquirido la costumbre de pasar
varias copas de vino entre quienes celebraban la Pascua. Ahora,
después de aceptar una de las copas, Jesús da gracias a Dios y
luego les dice: “Tómenla y vayan pasándola entre ustedes, porque
les digo que a partir de ahora no volveré a beber del producto de la
vid hasta que venga el Reino de Dios” (Lucas 22:17, 18). Con estas
palabras, debería quedarles claro que se aproxima su muerte.
En algún momento durante la cena, ocurre algo inesperado.
Jesús se levanta, pone a un lado su manto y agarra una toalla.
Luego pone agua en un recipiente que tiene a mano. Normalmente,
era el anfitrión quien se aseguraba de que alguien les lavara los
pies a los invitados, quizás uno de sus sirvientes (Lucas 7:44).
46

En esta ocasión, el dueño de la casa no está presente, así que


Jesús se pone a hacerlo. Cualquiera de los apóstoles podría haber
tomado la iniciativa, pero ninguno lo hace. ¿Será porque aún hay
algo de rivalidad entre ellos? De cualquier modo, se sienten
avergonzados de que sea Jesús quien les lave los pies.
Cuando le llega el turno a Pedro, protesta: “No me lavarás los
pies jamás”. Y Jesús le contesta: “Si no te los lavo, no eres uno de
los míos”. Pedro le dice de corazón: “Señor, entonces no me laves
solo los pies, sino también las manos y la cabeza”. La respuesta
de Jesús le sorprende: “El que se ha bañado está completamente
limpio y solo necesita lavarse los pies. Y ustedes están limpios,
aunque no todos” (Juan 13:8-10).
Jesús les lava los pies a los 12 apóstoles, hasta a Judas
Iscariote. Después, vuelve a ponerse el manto, se reclina de nuevo
a la mesa y les pregunta: “¿Entienden lo que les he hecho?
Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy.
Por eso, si yo, el Señor y Maestro, les he lavado los pies a ustedes,
ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he
dado el ejemplo para que hagan lo mismo que yo les hice.
De verdad les aseguro que el esclavo no es más que su amo ni es
el enviado más que el que lo envió. Ahora que saben estas cosas,
serán felices si las ponen en práctica” (Juan 13:12-17).
¡Qué lección tan conmovedora! Los seguidores de Jesús deben
servir a los demás con humildad. No deben pensar que son los más
importantes ni esperar que otros les sirvan. Más bien, deben seguir
el ejemplo de Jesús, pero no lavando los pies a nadie como un
ritual, sino estando dispuestos a servir a otros con humildad y sin
parcialidad.
[Recuadro de la página 269]
◊ Durante la cena, ¿qué les dice Jesús a sus apóstoles para
indicarles que se aproxima su muerte?
◊ ¿Por qué sorprende que sea Jesús quien les lave los pies a los
apóstoles?
47

◊ Al lavarles los pies a los apóstoles, ¿qué lección enseña Jesús?


48

CAPÍTULO 117
La Cena del Señor
MATEO 26:21-29 MARCOS 14:18-25 LUCAS 22:19-
23 JUAN 13:18-30
• JESÚS REVELA QUE JUDAS LO TRAICIONARÁ
• JESÚS INSTITUYE UNA CENA PARA RECORDAR
SU MUERTE
Hace un rato, Jesús les ha dado una lección de humildad a sus
apóstoles al lavarles los pies. Ahora, al parecer después de la cena
de la Pascua, cita estas palabras proféticas de David: “El hombre
que estaba en paz conmigo, en el que yo confiaba, el que comía
de mi pan, se ha vuelto en mi contra”. Después explica: “Uno de
ustedes me va a traicionar” (Salmo 41:9; Juan 13:18, 21).
Los apóstoles se miran unos a otros y empiezan a decir: “Señor,
no seré yo, ¿verdad?”. Hasta Judas Iscariote lo dice. Entonces
Pedro le pide a Juan, que está al lado de Jesús en la mesa, que
averigüe de quién se trata. Así que Juan se recuesta en el pecho
de Jesús y le pregunta: “Señor, ¿quién es?” (Mateo 26:22; Juan
13:25).
Jesús le responde: “Es aquel a quien le dé el pedazo de pan
que voy a mojar”. A continuación, moja un poco de pan en un plato,
se lo da a Judas y dice: “El Hijo del Hombre se va, tal como se
escribió acerca de él. Pero ¡ay del que va a traicionar al Hijo del
Hombre! Más le valdría no haber nacido” (Juan 13:26; Mateo
26:24). Entonces, Satanás entra en Judas. Este hombre, que ya
está corrompido, se somete ahora a la voluntad del Diablo, y así se
convierte en “el hijo de destrucción” (Juan 6:64, 70; 12:4; 17:12).
Jesús le dice a Judas: “Lo que estás haciendo, hazlo más
rápido”. Los demás apóstoles se imaginan que, como Judas tiene
la caja del dinero, le está diciendo que compre las cosas que
necesitan para la fiesta o que les dé algo a los pobres (Juan 13:27-
30). Pero, en vez de eso, Judas se marcha para traicionar a Jesús.
49

Después que Judas se va, Jesús instituye una celebración


completamente nueva. Toma un pan, hace una oración para dar
las gracias, lo parte, se lo da a sus apóstoles para que lo coman y
les dice: “Esto representa mi cuerpo, que será dado en beneficio
de ustedes. Sigan haciendo esto en memoria de mí” (Lucas 22:19).
Los apóstoles se pasan el pan y se lo comen.
Luego, Jesús agarra una copa de vino, le da gracias a Dios, se
la pasa a los apóstoles y todos beben de ella. Jesús les dice: “Esta
copa representa el nuevo pacto, validado con mi sangre, que va a
ser derramada en beneficio de ustedes” (Lucas 22:20).
De este modo, Jesús establece una conmemoración para
recordar su muerte, que sus seguidores deberán celebrar cada año
el 14 de nisán. Esta celebración les recordará lo que tanto Jesús
como su Padre han hecho para que las personas fieles puedan
liberarse de la condena al pecado y la muerte. Y logra más que la
Pascua para los judíos, pues destaca la verdadera liberación de los
seres humanos que tengan fe.
Jesús dice que su sangre “va a ser derramada en beneficio de
muchas personas, para que sus pecados sean perdonados”. Sus
apóstoles fieles y otros discípulos como ellos están entre las
muchas personas que conseguirán ese perdón. Estos son los que
estarán con él en el Reino de su Padre (Mateo 26:28, 29).
[Recuadro de la página 271]
◊ ¿Qué profecía bíblica cita Jesús, y cómo la relaciona con Judas?
◊ ¿Qué le dice Jesús a Judas que haga? ¿Cómo lo interpretan los
apóstoles?
◊ ¿Qué nueva celebración instituye Jesús, y con qué propósito?
50

CAPÍTULO 118
Discuten sobre quién es el mayor
MATEO 26:31-35 MARCOS 14:27-31 LUCAS 22:24-
38 JUAN 13:31-38
• JESÚS DA CONSEJOS SOBRE LA GRANDEZA
• PREDICE QUE PEDRO NEGARÁ CONOCERLO
• EL AMOR IDENTIFICA A LOS SEGUIDORES DE
JESÚS
En esta última noche que Jesús pasa con sus apóstoles, él les
ha lavado los pies, y así les ha dado una excelente lección sobre
servir a los demás con humildad. ¿Por qué ha sido necesario?
Porque han demostrado que tienen un punto débil. Son leales a
Dios, pero aún están pensando en quién de ellos es el mayor o más
importante (Marcos 9:33, 34; 10:35-37). Esa mala tendencia vuelve
a surgir en el transcurso de la noche.
En poco tiempo, comienza “una fuerte discusión entre los
discípulos” sobre quién de ellos es el mayor (Lucas 22:24). ¡Qué
triste debe sentirse Jesús al verlos discutiendo de nuevo! Pero
¿qué hace al respecto?
En vez de regañarlos por su actitud y su comportamiento,
razona pacientemente con ellos: “Los reyes de las naciones
dominan al pueblo, y a los que tienen autoridad sobre la gente se
les llama benefactores. Sin embargo, ustedes no deben ser así. [...]
Porque ¿quién es mayor? ¿El que come, o el que sirve?”.
Entonces, les recuerda el ejemplo que él mismo les ha dado
siempre: “Pero yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lucas
22:25-27).
A pesar de que son imperfectos, los apóstoles han permanecido
al lado de Jesús en medio de muchas situaciones difíciles. Por eso,
él les dice: “Yo hago un pacto con ustedes para un reino, así como
mi Padre ha hecho un pacto conmigo” (Lucas 22:29). Estos
51

hombres son seguidores leales de Jesús. Y él les asegura que,


gracias a este pacto que hace con ellos, estarán en el Reino y
gobernarán con él.
Aunque los apóstoles tienen esa maravillosa esperanza,
todavía son humanos e imperfectos. Jesús les dice: “Satanás los
ha reclamado a todos ustedes para sacudirlos como si fueran trigo”,
que se dispersa al pasarlo por una criba (Lucas 22:31). Además,
les advierte: “Esta noche, todos ustedes van a fallar por mi causa,
porque está escrito: ‘Heriré al pastor y las ovejas del rebaño serán
dispersadas’” (Mateo 26:31; Zacarías 13:7).
Pedro dice muy confiado: “Aunque todos los demás fallen por tu
causa, ¡yo nunca fallaré!” (Mateo 26:33). Pero Jesús le dice que,
antes de que un gallo cante esa noche dos veces, negará
conocerlo. No obstante, añade: “Pero yo he rogado por ti para que
tu fe no decaiga. Y tú, cuando vuelvas, fortalece a tus hermanos”
(Lucas 22:32). Aun así, Pedro insiste: “Aunque tenga que morir
contigo, yo nunca negaré conocerte” (Mateo 26:35). Los demás
apóstoles afirman lo mismo.
Jesús sigue diciendo: “Voy a estar con ustedes un poco más de
tiempo. Me buscarán; pero lo mismo que les dije a los judíos se lo
digo ahora a ustedes: ‘No pueden venir adonde yo voy’”. Y añade:
“Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; que,
así como yo los he amado, ustedes se amen unos a otros. De este
modo todos sabrán que ustedes son mis discípulos: si se tienen
amor unos a otros” (Juan 13:33-35).
Al oír a Jesús decir que estará con ellos solo un poco más de
tiempo, Pedro le pregunta: “Señor, ¿adónde vas?”. Él le contesta:
“Adonde yo voy no puedes seguirme ahora, pero me seguirás más
tarde”. Confundido, Pedro responde: “Señor, ¿por qué no puedo
seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti” (Juan 13:36, 37).
A continuación, Jesús se refiere a la ocasión en la que envió a
sus apóstoles a predicar por Galilea sin bolsita para el dinero
ni bolsa de provisiones (Mateo 10:5, 9, 10). Y les pregunta:
“¿Verdad que no les faltó nada?”. Ellos contestan que no. Pero
52

¿qué deben hacer de ahora en adelante? Jesús les manda: “Ahora,


el que tiene una bolsita para el dinero, que la lleve, y también una
bolsa de provisiones; y el que no tiene espada, que venda su manto
y compre una. Porque les digo que tiene que cumplirse en mí esto
que está escrito: ‘Fue considerado un delincuente’. De hecho, esto
se está cumpliendo en mí” (Lucas 22:35-37).
Jesús está hablando del momento en el que lo clavarán en un
madero junto a malhechores o delincuentes. A partir de entonces,
sus seguidores se enfrentarán a dura persecución. Ellos creen que
están listos, así que le dicen: “Señor, mira, aquí hay dos espadas”.
Él les responde: “Con eso basta” (Lucas 22:38). Más adelante,
Jesús aprovechará que ellos tienen dos espadas para enseñarles
una importante lección.
[Recuadro de la página 273]
◊ ¿Por qué discuten los apóstoles, y qué hace Jesús al respecto?
◊ ¿Qué logrará el pacto que hace Jesús con sus discípulos fieles?
◊ ¿Qué le dice Jesús a Pedro al ver su exceso de confianza?
53

CAPÍTULO 119
Jesús: el camino, la verdad y la vida
JUAN 14:1-31
• JESÚS SE VA A PREPARARLES UN LUGAR A
SUS DISCÍPULOS
• LES PROMETE QUE LES DARÁ UN AYUDANTE
• EL PADRE ES MAYOR QUE JESÚS
Jesús todavía está con sus apóstoles en la habitación del piso
de arriba. Después de la cena para recordar su muerte, los anima
diciéndoles: “Que no se les angustie el corazón. Demuestren fe en
Dios, y demuestren fe en mí también” (Juan 13:36; 14:1).
Jesús les dice algo a sus fieles apóstoles para que no se
preocupen demasiado por su partida: “En la casa de mi Padre hay
muchos lugares donde vivir. [...] Además, cuando me haya ido y les
haya preparado un lugar, volveré y los recibiré en casa, a mi lado,
para que donde yo esté también estén ustedes”. Sin embargo, los
apóstoles no entienden que les está hablando de ir al cielo. Por eso
Tomás le pregunta: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo
vamos a conocer el camino?” (Juan 14:2-5).
Jesús le responde: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Solo
quien acepte a Jesús y sus enseñanzas, y siga su ejemplo, puede
entrar en el hogar celestial de su Padre. Jesús explica: “Nadie
puede llegar al Padre si no es por medio de mí” (Juan 14:6).
Felipe, que está escuchando con atención, le pide: “Señor,
muéstranos al Padre, y con eso nos basta”. Al parecer, quiere que
le dé una visión de Dios, como las que tuvieron Moisés, Elías e
Isaías. Sin embargo, los apóstoles cuentan con algo mejor que
aquellas visiones. Jesús lo destaca al responder: “Felipe, con todo
el tiempo que llevo con ustedes, ¿todavía no me conoces? El que
me ha visto a mí ha visto al Padre también”. Jesús es el reflejo
perfecto de la personalidad del Padre. Por lo tanto, vivir con Jesús
54

y observarlo es como ver al Padre. Aunque, por supuesto, el Padre


es superior al Hijo, por eso Jesús señala: “Las cosas que yo les
digo no son ideas mías” (Juan 14:8-10). Los apóstoles ven que
Jesús le da a su Padre todo el mérito por sus enseñanzas.
Ellos han visto a Jesús realizar obras maravillosas y lo han
escuchado predicar las buenas noticias del Reino de Dios. Ahora
él les dice: “El que demuestre fe en mí también hará las obras que
yo hago. Y hará obras más grandes” (Juan 14:12). Con esas
palabras, no se refiere a que ellos harán milagros más importantes
que los que él realizó. Sin embargo, sí predicarán durante mucho
más tiempo, abarcarán un territorio mucho más extenso y llegarán
a más gente.
Aunque Jesús se marche, los apóstoles no se sentirán
abandonados, pues él les promete: “Si ustedes piden algo en mi
nombre, yo lo haré”. Es más, les dice: “Yo le rogaré al Padre y él
les dará otro ayudante que esté con ustedes para siempre: el
espíritu de la verdad” (Juan 14:14, 16, 17). Así, Jesús les garantiza
que recibirán el apoyo de “otro ayudante”, el espíritu santo. Eso
sucede en el día de Pentecostés.
Jesús continúa: “Dentro de poco, el mundo ya no me verá más,
pero ustedes me verán, porque yo vivo y ustedes vivirán” (Juan
14:19). No solo les dice que se les aparecerá con un cuerpo
humano, sino que en el futuro los resucitará como criaturas
espirituales, y así estarán con él en el cielo.
Ahora Jesús les dice una verdad muy clara: “El que acepta mis
mandamientos y los obedece es el que me ama. Y, al que me ama,
mi Padre lo amará, y yo lo amaré y me mostraré abiertamente a él”.
A lo que el apóstol Judas, también llamado Tadeo, le pregunta:
“Señor, ¿qué ha pasado? ¿Por qué vas a mostrarte abiertamente
a nosotros y no al mundo?”. Jesús le contesta: “Si alguien me ama,
obedecerá mis palabras. Y mi Padre lo amará [...]. El que no me
ama no obedece mis palabras” (Juan 14:21-24). A diferencia de
sus seguidores, el mundo no reconoce a Jesús como el camino, la
verdad y la vida.
55

Entonces, ya que Jesús va a irse, ¿cómo podrán recordar los


discípulos todo lo que les ha enseñado? Él les explica: “El
ayudante, el espíritu santo, que el Padre enviará en mi nombre, ese
les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he
dicho”. Los apóstoles ya han visto el poder que tiene el espíritu
santo, así que esa garantía los tranquiliza. Jesús añade: “La paz
les dejo; mi paz les doy. [...] Que no se les angustie ni acobarde el
corazón” (Juan 14:26, 27). Los discípulos no tienen de qué
preocuparse, porque el Padre de Jesús los dirigirá y protegerá.
Muy pronto se hará evidente esa protección de Dios. Jesús
explica: “Viene el gobernante del mundo, aunque sobre mí él
no tiene ningún poder” (Juan 14:30). El Diablo fue capaz de entrar
en Judas y dominarlo. Pero Jesús no tiene un punto débil que
Satanás pueda usar para ponerlo en contra de Dios. Satanás
tampoco tiene el poder para impedir que resucite. ¿Por qué no lo
puede impedir? Jesús dice la razón: “Hago exactamente lo que el
Padre me ha mandado”. Por eso está totalmente seguro de que su
Padre lo resucitará (Juan 14:31).
[Recuadro de la página 275]
◊ ¿Adónde va a ir Jesús? Cuando Tomás le pregunta cómo llegar
allí, ¿qué le asegura Jesús?
◊ Al parecer, ¿qué quiere Felipe que le dé Jesús?
◊ ¿En qué sentido harán los seguidores de Jesús obras mayores
que las de él?
◊ El hecho de que el Padre sea mayor que Jesús, ¿qué garantía
da?
56

CAPÍTULO 120
Cómo dar fruto y ser amigos de Jesús
JUAN 15:1-27
• LA VID VERDADERA Y SUS RAMAS
• CÓMO PERMANECER EN EL AMOR DE JESÚS
Jesús ha estado conversando francamente con sus apóstoles
fieles y animándolos. Es tarde, quizás después de medianoche.
Ahora les pone un ejemplo motivador.
Comienza así: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el
agricultor” (Juan 15:1). Este ejemplo se parece a lo que se dijo
siglos antes sobre la nación de Israel, a la que se llamaba la vid de
Jehová (Jeremías 2:21; Oseas 10:1, 2). Sin embargo, Jehová va a
rechazar a esa nación (Mateo 23:37, 38). Así que Jesús está
hablando de algo nuevo. Él es la vid que su Padre ha estado
cultivando desde que lo ungió con espíritu santo en el año 29. Pero
Jesús muestra que la vid no solo lo representa a él, pues dice:
“Él [su Padre] corta todas las ramas en mí que no dan fruto, y
todas las que dan fruto las limpia para que den más. [...] Igual que
la rama no puede dar fruto por sí sola, sino que tiene que seguir
unida a la vid, ustedes tampoco pueden dar fruto si no siguen en
unión conmigo. Yo soy la vid y ustedes son las ramas” (Juan 15:2-
5).
Jesús les ha prometido a sus discípulos fieles que, después de
su partida, les enviará a un ayudante, el espíritu santo. Cincuenta
y un días más tarde, los apóstoles y otros discípulos recibirán ese
espíritu, y así se convertirán en ramas de la vid. Y todas las “ramas”
deberán permanecer unidas a Jesús. ¿Con qué propósito?
Explica: “El que se mantiene en unión conmigo, y yo en unión
con él, ese da mucho fruto. Porque, separados de mí, ustedes
no pueden hacer nada”. Sus seguidores fieles, que son las “ramas”
de la vid, darán mucho fruto cultivando cualidades como las de
57

Jesús, buscando oportunidades para hablar con otros acerca del


Reino de Dios y haciendo más discípulos. ¿Y qué sucede si alguien
no permanece en unión con Jesús y no da fruto? Él lo dice: “Si
alguien no se mantiene en unión conmigo, es desechado”. Por otra
parte, indica: “Si se mantienen en unión conmigo y mis palabras
permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les hará
realidad” (Juan 15:5-7).
Ahora vuelve a destacar que deben seguir sus mandamientos,
algo que ya les ha mencionado dos veces (Juan 14:15, 21). Y les
dice cuál es la manera de demostrar que lo están haciendo.
Explica: “Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi
amor, así como yo he obedecido los mandamientos del Padre y
permanezco en su amor”. Sin embargo, se requiere más que amar
a Jehová y a su Hijo. Jesús continúa: “Este es mi mandamiento:
que se amen unos a otros tal como yo los he amado. Nadie tiene
amor más grande que quien da su vida por sus amigos. Ustedes
son mis amigos si hacen lo que les mando” (Juan 15:10-14).
Dentro de unas pocas horas, Jesús demostrará su amor
entregando su vida por todos los que tengan fe en él. Su ejemplo
debería impulsar a sus seguidores a tenerse el mismo amor y a
estar dispuestos a sacrificarse unos por otros. Esa clase de amor
servirá para identificarlos, tal como Jesús lo declaró anteriormente:
“De este modo todos sabrán que ustedes son mis discípulos: si se
tienen amor unos a otros” (Juan 13:35).
Los apóstoles deberían caer en la cuenta de que Jesús los está
llamando amigos. Él les explica por qué lo son: “Los llamo amigos,
porque les he contado todas las cosas que le he escuchado decir
a mi Padre”. ¡Qué relación tan hermosa! Ser buenos amigos de
Jesús y saber las cosas que su Padre le ha contado es algo muy
especial. Pero, si quieren mantener esa amistad con él, deben
seguir dando fruto. Jesús les dice que, si lo hacen, “el Padre les
dará cualquier cosa que le pidan” en su nombre (Juan 15:15, 16).
El amor que se tengan sus discípulos, las “ramas” de la vid, los
ayudará a aguantar lo que les sobrevendrá. Él les dice que el
58

mundo los odiará, pero también les da estas palabras de ánimo: “Si
el mundo los odia, ya saben que a mí me odió antes que a ustedes.
Si fueran parte del mundo, el mundo los amaría porque serían algo
suyo. Pero, como no son parte del mundo, sino que yo los he
elegido de entre el mundo, por eso el mundo los odia” (Juan
15:18, 19).
Luego, les da más razones por las que el mundo los odiará: “Por
causa de mi nombre, ellos les harán todas estas cosas, porque
no conocen al que me envió”. Jesús dice que sus milagros en
realidad condenan a los que lo odian: “Si yo no hubiera hecho
delante de ellos las obras que nadie más ha hecho, no serían
culpables de pecado; pero ahora me han visto y me han odiado a
mí y también a mi Padre”. De hecho, ese odio cumple lo que estaba
predicho (Juan 15:21, 24, 25; Salmo 35:19; 69:4).
Jesús les promete de nuevo que les enviará al ayudante, el
espíritu santo. Esa poderosa fuerza está a disposición de todos sus
seguidores y los puede ayudar a dar fruto, es decir, a “dar
testimonio” (Juan 15:27).
[Recuadro de la página 277]
◊ ¿Quién es el agricultor, quién es la vid y quiénes son las ramas
del ejemplo de Jesús?
◊ ¿Qué fruto quiere Dios que produzcan las ramas?
◊ ¿Cómo pueden los discípulos de Jesús ser sus amigos, y qué los
ayudará a hacer frente al odio del mundo?
59

CAPÍTULO 121
“¡Sean valientes!, que yo he vencido al mundo”
JUAN 16:1-33
• DENTRO DE POCO, LOS APÓSTOLES DEJARÁN
DE VER A JESÚS
• LA TRISTEZA DE LOS APÓSTOLES SE
CONVERTIRÁ EN ALEGRÍA
Jesús y los apóstoles están a punto de irse de la habitación del
piso de arriba, donde han celebrado la cena de la Pascua. Él les
ha dado muchos consejos y ahora les explica: “Les he dicho estas
cosas para que no pierdan la fe”. ¿Por qué es oportuna esa
advertencia? Él mismo da la respuesta: “Los van a expulsar de la
sinagoga. De hecho, viene la hora en que todo el que los mate
creerá que le está prestando un servicio sagrado a Dios” (Juan
16:1, 2).
Esas noticias quizás preocupen a los apóstoles. Aunque Jesús
ya les mencionó que el mundo los odiaría, no les había dicho tan
directamente que los matarían. ¿Por qué no? Porque todavía está
con ellos (Juan 16:4). Pero, ahora, antes de marcharse, les está
avisando, así tal vez no fallen más adelante.
Jesús continúa: “Ahora voy al que me envió, y ninguno de
ustedes me pregunta ‘¿Adónde vas?’”. Ya esa misma noche le
habían preguntado adónde iba (Juan 13:36; 14:5; 16:5). Pero,
ahora, conmocionados, se quedan pensando en la persecución
que van a sufrir y centrados en su propia tristeza. Por eso no le
hacen más preguntas sobre la gloria que le espera y lo que eso
significará para los verdaderos siervos de Dios. Jesús les comenta:
“El corazón se les ha llenado de tristeza porque les dije estas
cosas” (Juan 16:6).
Entonces les explica: “Es por su bien que me voy. Porque, si
no me voy, el ayudante no vendrá a ustedes; pero, si me voy, yo
se lo enviaré a ustedes” (Juan 16:7). Jesús tiene que morir e ir al
60

cielo para que sus discípulos reciban espíritu santo, que él puede
enviar como ayudante a sus seguidores en cualquier parte del
mundo.
El espíritu santo “le dará al mundo pruebas convincentes del
pecado, de la justicia y del juicio” (Juan 16:8). Así es, la falta de fe
del mundo en el Hijo de Dios quedará al descubierto. Jesús subirá
al cielo, y eso será una prueba convincente de que él es justo y
demostrará que Satanás, “el gobernante de este mundo”, merece
ser condenado (Juan 16:11).
A continuación, Jesús señala: “Tengo muchas cosas que
decirles, pero ahora sería demasiado para ustedes”. Sin embargo,
cuando él derrame el espíritu santo, lograrán entender “toda la
verdad” y serán capaces de vivir de acuerdo con ella (Juan
16:12, 13).
Los apóstoles se quedan confundidos al escuchar a Jesús decir:
“Dentro de poco ya no me verán más, pero también dentro de poco
me verán”. Se preguntan unos a otros a qué se refiere. Jesús se
da cuenta de que quieren saberlo, así que les explica: “De verdad
les aseguro que ustedes llorarán y se lamentarán, pero el mundo
se alegrará; ustedes sentirán dolor, pero su dolor se convertirá en
felicidad” (Juan 16:16, 20). Cuando lo maten al día siguiente por la
tarde, los líderes religiosos se alegrarán, pero los discípulos se
pondrán muy tristes. Sin embargo, su dolor se tornará en alegría al
ver que Jesús ha resucitado, y seguirán sintiendo alegría cuando
él derrame sobre ellos el espíritu santo.
Jesús compara la situación de los apóstoles a la de una mujer
que tiene dolores de parto: “Cuando una mujer está dando a luz,
siente dolor porque le ha llegado la hora. Pero, cuando ya ha dado
a luz al niño, la felicidad de que un ser humano haya venido al
mundo hace que se le olvide todo el sufrimiento”. Jesús les da a
los apóstoles las siguientes palabras de ánimo: “Lo mismo pasa
con ustedes. Ahora están muy tristes; pero yo volveré a verlos, y el
corazón se les llenará de felicidad y nadie les podrá quitar su
felicidad” (Juan 16:21, 22).
61

Hasta ahora, los apóstoles nunca han hecho peticiones en el


nombre de Jesús. Pero él les dice: “Ese día le pedirán al Padre en
mi nombre”. ¿Por qué deberían hacerlo? No es porque el Padre
no quiera responderles, pues Jesús les confirma: “El Padre mismo
los quiere, porque me han querido a mí y han creído que yo vine
como representante de Dios” (Juan 16:26, 27).
Quizás por esas palabras animadoras de Jesús, los apóstoles
afirman con valor: “Por esta razón creemos que viniste de Dios”.
Sin embargo, esa convicción pronto se verá puesta a prueba. Jesús
les explica lo que va a suceder dentro de poco: “Viene la hora —de
hecho, ha llegado ya— en que serán dispersados. Cada uno se irá
a su propia casa y me dejarán solo”. Aun así, les asegura: “Les he
dicho estas cosas para que tengan paz por medio de mí. En el
mundo van a tener sufrimientos. Pero ¡sean valientes!, que yo he
vencido al mundo” (Juan 16:30-33). Así es, Jesús de ninguna
manera los va a abandonar. Y está seguro de que ellos también
podrán salir vencedores, igual que él, cumpliendo fielmente con la
voluntad de Dios a pesar de los intentos de Satanás y su mundo
por quebrantar su lealtad.
[Recuadro de la página 279]
◊ ¿Qué advertencia de Jesús causa preocupación a los apóstoles?
◊ ¿Por qué los apóstoles no le hacen más preguntas a Jesús?
◊ ¿Qué comparación pone Jesús para explicar que el dolor de los
apóstoles se convertirá en felicidad?
62

CAPÍTULO 122
La oración de conclusión de Jesús en la habitación de arriba
JUAN 17:1-26
• LOS BENEFICIOS DE LLEGAR A CONOCER A
DIOS Y A SU HIJO
• LA UNIDAD DE JEHOVÁ, JESÚS Y LOS
DISCÍPULOS
Como Jesús ama tanto a sus discípulos, los ha estado
preparando para cuando se vaya dentro de poco. Ahora, alza la
vista al cielo y le ora a su Padre: “Glorifica a tu hijo para que tu hijo
te glorifique a ti, así como le has dado autoridad sobre todas las
personas para que él les dé vida eterna a todos los que le diste”
(Juan 17:1, 2).
Jesús reconoce claramente que lo más importante es darle
gloria a Dios. Pero también menciona que la humanidad tiene la
maravillosa posibilidad de obtener vida eterna. Jesús ha recibido
“autoridad sobre todas las personas”, así que puede ofrecerles a
todos los seres humanos los beneficios de su sacrificio.
No obstante, solo unos cuantos los aprovecharán. ¿Por qué?
Porque únicamente los recibirán quienes hagan lo que Jesús dice
a continuación: “Esto significa vida eterna: que lleguen a conocerte
a ti, el único Dios verdadero, y a quien tú enviaste, Jesucristo” (Juan
17:3).
Así, quien quiera recibir vida eterna debe conocer muy bien
tanto al Padre como al Hijo y desarrollar una estrecha amistad con
ellos. Tiene que ver las cosas como ellos las ven. Además, debe
esforzarse por copiar sus magníficas cualidades al tratar a los
demás y reconocer que obtener la vida eterna no es tan importante
como darle gloria a Dios. Jesús vuelve a hablar de este tema:
“Yo te he glorificado en la tierra; he completado la obra que me
encargaste. Así que ahora, Padre, glorifícame a tu lado con aquella
gloria que yo tenía junto a ti antes de que el mundo existiera” (Juan
63

17:4, 5). Jesús le está pidiendo a su Padre que lo resucite para


recibir de nuevo la gloria que había tenido en el cielo.
Sin embargo, Jesús no ha olvidado lo que ha logrado en su
ministerio. A continuación, dice: “Les he dado a conocer tu nombre
a quienes me diste del mundo. Eran tuyos y me los diste, y han
obedecido tus palabras” (Juan 17:6). Él ha ido más allá de
pronunciar el nombre de Dios, Jehová, al predicar. También ha
ayudado a sus apóstoles a llegar a conocer lo que ese nombre
representa, es decir, las cualidades de Dios y su manera de tratar
con los seres humanos.
Los apóstoles han llegado a conocer a Jehová, el papel de
Jesús y las cosas que este les ha enseñado. Ahora, Jesús
reconoce humildemente: “Les he dado el mensaje que me diste y
ellos lo han aceptado y realmente han llegado a saber que vine
como representante tuyo, y han creído que tú me enviaste” (Juan
17:8).
Luego, Jesús reconoce que sus seguidores son diferentes del
resto de las personas: “No pido por el mundo, sino por los que tú
me has dado, porque son tuyos [...]. Padre santo, cuídalos por
causa de tu propio nombre, el que tú me diste, para que sean uno
así como nosotros somos uno. [...] Los he protegido, y ninguno de
ellos ha sido destruido, excepto el hijo de destrucción”. Se refiere a
Judas Iscariote, que se ha ido para traicionarlo (Juan 17:9-12).
Jesús continúa diciendo: “El mundo los ha odiado”. Y luego
añade: “No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas
del Maligno. Ellos no son parte del mundo, igual que yo no soy
parte del mundo” (Juan 17:14-16). Aunque los apóstoles y los
demás discípulos están en el mundo —la sociedad humana
controlada por Satanás—, deben mantenerse separados de ese
mundo y de su maldad. ¿Cómo pueden lograrlo?
Manteniéndose santos, apartados para el servicio a Dios.
Lo pueden conseguir poniendo en práctica las verdades que se
encuentran en las Escrituras Hebreas y las que Jesús mismo les
ha enseñado. Él le pide a su Padre: “Santifícalos por medio de la
64

verdad; tu palabra es la verdad” (Juan 17:17). Con el tiempo, y por


inspiración de Dios, algunos apóstoles escribirán libros que
llegarán a formar parte de “la verdad” que podrá santificar a las
personas.
Pero también habrá otros que acepten “la verdad”. Por eso
Jesús dice: “No te pido solo por ellos [los 11 apóstoles], sino
también por los que pongan su fe en mí gracias a las palabras de
ellos”. ¿Y qué pide? “Que todos ellos sean uno. Tal como tú, Padre,
estás en unión conmigo y yo estoy en unión contigo, que ellos
también estén en unión con nosotros” (Juan 17:20, 21). Jesús y su
Padre no son la misma persona. Son uno en el sentido de que
están de acuerdo en todo. Y él está orando para que sus
seguidores disfruten de esa misma unidad.
Poco antes, Jesús les había dicho a Pedro y a los demás que
se iba para prepararles un lugar en el cielo (Juan 14:2, 3). Y ahora
retoma esa idea al pedirle a su Padre: “Quiero que los que me diste
estén conmigo donde yo esté para que vean la gloria que me has
dado, porque me amaste antes de la fundación del mundo” (Juan
17:24). Con esto confirma que, hace mucho tiempo, incluso antes
de que Adán y Eva tuvieran hijos, Dios amó a su Hijo unigénito,
quien llegó a ser Jesucristo.
En sus palabras finales, Jesús vuelve a destacar tanto el
nombre de su Padre como el amor que Dios siente por los
apóstoles y por quienes acepten “la verdad” en el futuro: “Les he
dado a conocer tu nombre —afirma—, y seguiré dándolo a conocer,
para que el amor con que tú me amaste esté en ellos y yo esté en
unión con ellos” (Juan 17:26).
[Recuadro de la página 281]
◊ ¿Qué significa llegar a conocer a Dios y a su Hijo?
◊ ¿Cómo ha dado a conocer Jesús el nombre de Dios?
◊ ¿En qué sentido son uno el Padre, el Hijo y todos los que de
verdad adoran a Dios?
65
66

CAPÍTULO 123
Ora a su Padre en momentos de gran angustia
MATEO 26:30, 36-46 MARCOS 14:26, 32-42 LUCAS
22:39-46 JUAN 18:1
• JESÚS EN EL JARDÍN DE GETSEMANÍ
• SU SUDOR SE VUELVE COMO GOTAS DE
SANGRE
Jesús termina de orar con sus apóstoles y, “después de cantar
alabanzas”, todos se van al monte de los Olivos (Marcos 14:26).
Se dirigen hacia el este, a un lugar adonde Jesús acostumbra ir, el
jardín de Getsemaní.
Al llegar a este agradable lugar entre los olivos, deja atrás a
ocho de los apóstoles. Quizás se quedan cerca de la entrada del
jardín, pues les pide: “Quédense aquí sentados mientras yo voy
allá a orar”. Entonces se lleva con él a tres apóstoles —Pedro,
Santiago y Juan— y se adentra más en el jardín. Está bajo mucha
presión, por eso les dice: “Estoy tan angustiado que siento que me
muero. Quédense aquí y manténganse despiertos conmigo”
(Mateo 26:36-38).
Jesús se aparta un poco de ellos, cae al suelo y empieza a orar.
¿Sobre qué asuntos ora en un momento tan crítico? Le ruega a
Dios: “Padre, para ti todo es posible; quítame esta copa. Pero que
no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres” (Marcos
14:35, 36). ¿A qué se refiere? ¿Acaso está renunciando a su papel
de Redentor? ¡Claro que no!
Jesús pudo ver desde el cielo el sufrimiento extremo por el que
pasaron otras personas ejecutadas por los romanos. Y ahora él es
un ser humano con profundos sentimientos, capaz de padecer
dolor. Está claro que no desea sufrir lo que le espera. Pero hay algo
más importante que lo tiene angustiado. Sabe que morirá como un
delincuente despreciable y que eso le puede traer deshonra al
67

nombre de su Padre. Dentro de unas cuantas horas, lo clavarán en


un madero como si fuera culpable de blasfemia contra Dios.
Jesús pasa un buen rato orando y, cuando vuelve, se encuentra
a los tres apóstoles dormidos. Entonces le dice a Pedro: “¿Es que
no pudieron mantenerse despiertos conmigo ni siquiera una hora?
Manténganse despiertos y oren constantemente para que
no caigan en la tentación”. Jesús comprende que los apóstoles
también han estado bajo mucha presión, y ya es tarde por la noche.
Así que añade: “Claro, el espíritu está dispuesto, pero la carne es
débil” (Mateo 26:40, 41).
Luego, Jesús se va por segunda vez y le pide a Dios que aparte
de él “esta copa”. Al volver, ve que los apóstoles se han dormido
de nuevo, cuando deberían haber estado orando para no caer en
tentación. Jesús se lo señala, y ellos no saben qué decirle (Marcos
14:40). Entonces, se marcha por tercera vez, se pone de rodillas y
continúa orando.
Está muy preocupado porque morir como un delincuente le
traerá deshonra al nombre de su Padre. Pero Jehová está
escuchando las oraciones de su Hijo y, en un momento
determinado, le envía a un ángel para fortalecerlo. Aun así, Jesús
no deja de suplicarle ayuda a su Padre, sino que sigue “orando
todavía con más intensidad”. La tensión emocional que siente es
enorme. ¡Cuánta responsabilidad lleva en sus hombros! Está en
juego su propia vida eterna y la de todos los seres humanos que
adoren a Dios. Con razón su sudor se vuelve como gotas de sangre
que caen al suelo (Lucas 22:44).
Al regresar por tercera vez adonde están los apóstoles, de
nuevo los encuentra dormidos. Les dice: “¡Están durmiendo y
descansando en un momento como este! ¡Miren! Se ha acercado
la hora para que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de
pecadores. Levántense, vámonos. Miren, ya está llegando el que
me va a traicionar” (Mateo 26:45, 46).
[Recuadro de la página 282]
68

SU SUDOR SE VUELVE COMO GOTAS DE SANGRE


Lucas, que era médico, no explica cómo es posible que el sudor de
Jesús se volviera “como gotas de sangre” (Lucas 22:44). Puede
que estuviera hablando en sentido figurado, comparando el sudor
de Jesús a la sangre que gotea de una herida. Sin embargo, el
Dr. William Edwards apunta a otra posibilidad en The Journal of the
American Medical Association (la revista de la Asociación Médica
Americana): “Aunque se trata de un fenómeno poco común, la
mezcla de sudor y sangre (hematidrosis [...]) puede presentarse en
casos de máxima tensión emocional [...]. Esto ocurre cuando se
produce una hemorragia en las glándulas sudoríparas, la cual
provoca que la piel se debilite y se haga más sensible”.
[Recuadro de la página 283]
◊ Después de salir de la habitación del piso de arriba, ¿adónde va
Jesús con sus apóstoles?
◊ ¿Qué hacen tres apóstoles mientras Jesús ora a Dios?
◊ ¿Por qué se vuelve el sudor de Jesús como gotas de sangre?
69

CAPÍTULO 124
La traición de Judas y el arresto de Jesús
MATEO 26:47-56 MARCOS 14:43-52 LUCAS 22:47-
53 JUAN 18:2-12
• JUDAS TRAICIONA A JESÚS EN EL JARDÍN
• PEDRO LE CORTA LA OREJA A UN HOMBRE
• ARRESTAN A JESÚS
Ya es más de medianoche. Los sacerdotes han acordado
pagarle a Judas 30 piezas de plata para que traicione a Jesús. Así
que Judas guía a un gran grupo de sacerdotes principales y
fariseos, con el objetivo de encontrar al Maestro. Los acompaña un
destacamento de soldados romanos y un comandante militar.
Por lo visto, cuando Jesús le dijo que se marchara de la cena
de la Pascua, Judas se fue directamente a ver a los sacerdotes
principales (Juan 13:27). Ellos reunieron a sus propios guardias y
a una banda de soldados. Quizás Judas los haya conducido
primero a la habitación en la que Jesús y sus apóstoles han
celebrado la Pascua. Pero, a estas alturas, la multitud ha cruzado
el valle de Cedrón y se dirige al jardín. Además de armas, llevan
lámparas y antorchas, resueltos a encontrar a Jesús.
Judas dirige al grupo hacia el monte de los Olivos convencido
de que sabe dónde encontrar a Jesús. La semana pasada los
apóstoles recorrieron en varias ocasiones el camino de Betania a
Jerusalén y se detuvieron en el jardín de Getsemaní unas cuantas
veces. Pero ahora es de noche, y puede que Jesús se encuentre
entre las sombras de los olivos del jardín. Así que, ¿cómo serán
capaces los soldados de reconocerlo, si quizás ni lo han visto
antes? Para ayudarlos, Judas queda en darles la siguiente señal:
“Al que yo bese, ese es. Deténganlo y llévenselo bien custodiado”
(Marcos 14:44).
70

Al llegar con el grupo al jardín, Judas ve a Jesús y sus apóstoles


y va directamente hacia ellos. Le dice a Jesús: “¡Hola, Rabí!” y le
da un beso cariñoso. Jesús le pregunta: “Amigo, ¿a qué has
venido?” (Mateo 26:49, 50). Pero él mismo se responde, diciendo:
“Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del Hombre?” (Lucas
22:48). Así es, ¡Judas acaba de traicionar a su Maestro!
Entonces, Jesús da un paso al frente, se coloca a la luz de las
antorchas y lámparas, y pregunta: “¿A quién buscan?”. Alguien de
la multitud le contesta: “A Jesús el Nazareno”. Con valor, él
responde: “Soy yo” (Juan 18:4, 5). Los hombres, que no saben qué
esperar, caen al suelo.
En vez de aprovechar el momento para escaparse en la
oscuridad de la noche, Jesús vuelve a preguntarles a quién están
buscando. Ellos le responden de nuevo: “A Jesús el Nazareno”.
Jesús continúa con calma: “Ya les dije que soy yo. Si me están
buscando a mí, dejen que estos hombres se vayan”. Incluso en un
momento tan crucial como este, recuerda lo que había dicho antes,
que no perdería a ninguno de sus apóstoles fieles (Juan 6:39;
17:12). De hecho, no ha perdido a ninguno, excepto a Judas, “el
hijo de destrucción” (Juan 18:7-9). Ahora está pidiendo que dejen
que sus seguidores leales se marchen.
Cuando los apóstoles ven que los soldados se levantan y se
acercan a Jesús, se dan cuenta de lo que está sucediendo. “Señor,
¿atacamos con la espada?”, preguntan (Lucas 22:49). Antes de
que Jesús pueda responderles, Pedro agarra una de las dos
espadas que llevan los apóstoles y le corta la oreja derecha a
Malco, esclavo del sumo sacerdote.
Pero Jesús le toca la oreja a Malco y le cura la herida. Entonces
enseña una lección importante al ordenarle a Pedro: “Guarda tu
espada, porque todos los que usan la espada morirán a espada”.
Jesús está dispuesto a que lo arresten, pues explica: “Si hiciera
eso, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que es así como
tiene que pasar?” (Mateo 26:52, 54). Y añade: “¿Acaso no debo
71

beber de la copa que me ha dado el Padre?” (Juan 18:11). Está de


acuerdo con la voluntad de Dios para él, aunque tenga que morir.
Jesús le pregunta a la gente: “¿Salieron con espadas y garrotes
para arrestarme como si yo fuera un ladrón? Día tras día me
sentaba para enseñar en el templo y ustedes no me detuvieron.
Pero todo esto ha pasado para que se cumpla lo que escribieron
los profetas” (Mateo 26:55, 56).
Los soldados, el comandante militar y los guardias de los judíos
atrapan a Jesús y lo atan. Al ver esto, los apóstoles huyen. Sin
embargo, “cierto joven”, quizás el discípulo Marcos, se queda entre
la multitud con la intención de seguir a Jesús (Marcos 14:51). Pero
lo reconocen y tratan de agarrarlo, de modo que se ve obligado a
dejar atrás su vestidura de lino para escapar.
[Recuadro de la página 285]
◊ ¿Por qué se dirige Judas al jardín de Getsemaní a buscar a
Jesús?
◊ ¿Qué hace Pedro para defender a Jesús? Pero ¿qué dice Jesús
al respecto?
◊ ¿Cómo demuestra Jesús que está de acuerdo con la voluntad de
Dios para él?
◊ ¿Quién se queda con Jesús cuando los apóstoles lo abandonan,
y qué sucede entonces?
72

CAPÍTULO 125
Se lo llevan a Anás y después a Caifás
MATEO 26:57-68 MARCOS 14:53-65 LUCAS 22:54,
63-65 JUAN 18:13, 14, 19-24
• LLEVAN A JESÚS AL EX SUMO SACERDOTE
ANÁS
• EL SANEDRÍN LLEVA A CABO UN JUICIO ILEGAL
Después de atar a Jesús como si fuera un vulgar delincuente,
se lo llevan a Anás, quien era el sumo sacerdote cuando Jesús era
niño y dejó asombrados a los maestros en el templo (Lucas
2:42, 47). Algunos de los hijos de Anás también desempeñaron
más tarde el papel de sumo sacerdote, y ahora es su yerno Caifás
quien ocupa el puesto.
Mientras Jesús está en la casa de Anás, Caifás tiene tiempo
para convocar al Sanedrín. Este tribunal, compuesto por 71
miembros, incluye al sumo sacerdote y a otros hombres que habían
tenido ese cargo.
Anás interroga a Jesús “sobre sus discípulos y sobre lo que
enseñaba”. Él simplemente le responde: “He hablado públicamente
a todo el mundo. Siempre enseñé en las sinagogas y en el templo,
donde todos los judíos se reúnen, y no dije nada en secreto. ¿Por
qué me interrogas a mí? Interroga a quienes oyeron lo que les dije.
Ahí están, ellos saben bien lo que dije” (Juan 18:19-21).
Uno de los guardias que está de pie allí le da una bofetada a
Jesús y lo reprende: “¿Así le contestas al sacerdote principal?”.
Pero Jesús sabe que no ha hecho nada malo, por eso le responde:
“Si he dicho algo malo, dime qué fue; pero, si lo que he dicho es
cierto, ¿por qué me pegas?” (Juan 18:22, 23). Luego Anás hace
que se lleven a Jesús ante su yerno Caifás.
A estas alturas ya están reunidos en la casa de Caifás todos los
miembros del Sanedrín: el sumo sacerdote actual, los ancianos del
73

pueblo y los escribas. Llevar a cabo un juicio como este en la noche


de la Pascua va contra la ley, pero eso no los detiene; siguen
adelante con su malvado plan.
Es muy difícil que este grupo tome una decisión imparcial.
Después que resucitó a Lázaro, decidieron que Jesús debía morir
(Juan 11:47-53). Y, pocos días antes, las autoridades religiosas
tramaron un plan para atrapar a Jesús y matarlo (Mateo 26:3, 4).
Está claro, Jesús ya está prácticamente condenado a muerte aun
antes de que empiece el juicio.
Además de llevar a cabo esta reunión de manera ilegal, los
sacerdotes principales y otros miembros del Sanedrín están
buscando testigos que aporten pruebas falsas para montar una
acusación contra Jesús. Encuentran a muchos, pero sus
testimonios no coinciden. Al final, se presentan dos testigos que
afirman: “Nosotros le oímos decir: ‘Yo derribaré este templo que
fue hecho por la mano del hombre y en tres días levantaré otro que
no estará hecho por la mano del hombre’” (Marcos 14:58). Sin
embargo, ni siquiera las historias de estos dos testigos concuerdan
del todo.
Caifás le pregunta a Jesús: “¿No respondes nada? ¿Qué hay
de lo que estos hombres testifican contra ti?” (Marcos 14:60). Jesús
se queda callado ante la acusación falsa montada con testimonios
que no concuerdan. Entonces Caifás cambia de estrategia.
Él sabe que a los judíos les irrita que alguien afirme ser el Hijo
de Dios. En ocasiones anteriores, cuando Jesús ha expresado que
Dios es su Padre, los judíos han querido matarlo, alegando que
estaba “haciéndose igual a Dios” (Juan 5:17, 18; 10:31-39). Caifás,
consciente de lo que piensan, actúa con astucia y le manda a
Jesús: “¡Te ordeno que nos digas bajo juramento delante del Dios
vivo si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios!” (Mateo 26:63). Por
supuesto, Jesús ha reconocido antes que su Padre es Dios (Juan
3:18; 5:25; 11:4). Y, si no lo admitiera ahora, podría dar a entender
que él niega ser el Cristo y el Hijo de Dios. Así que responde: “Lo
74

soy. Y ustedes verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del


poder y viniendo con las nubes del cielo” (Marcos 14:62).
Al oír eso, Caifás se rasga la ropa con un gesto dramático y
exclama: “¡Ha blasfemado! ¿Para qué necesitamos más testigos?
¡Miren, ustedes acaban de oír la blasfemia! ¿Cuál es su opinión?”.
Entonces el Sanedrín dicta la injusta sentencia: “¡Merece morir!”
(Mateo 26:65, 66).
Ahora comienzan a burlarse de Jesús y a darle puñetazos.
Otros le escupen en la cara y le dan bofetadas. Luego le cubren el
rostro, lo abofetean de nuevo y le preguntan con sarcasmo:
“¡Profetiza! ¿Quién es el que te pegó?” (Lucas 22:64). ¡Ahí está el
propio Hijo de Dios sufriendo maltratos en un juicio nocturno
completamente ilegal!
[Recuadro de la página 287]
◊ ¿Adónde llevan a Jesús primero, y qué le sucede allí?
◊ ¿Adónde lo llevan después? ¿Cómo manipula Caifás al Sanedrín
para que decida que Jesús merece morir?
◊ ¿Qué maltratos sufre Jesús durante el juicio?
75

CAPÍTULO 126
Pedro niega conocer a Jesús
MATEO 26:69-75 MARCOS 14:66-72 LUCAS 22:54-
62 JUAN 18:15-18, 25-27
• EN LA CASA DE CAIFÁS, PEDRO NIEGA
CONOCER A JESÚS
Después del arresto de Jesús en el jardín de Getsemaní, los
apóstoles lo abandonan por temor y escapan. Sin embargo, dos de
ellos dejan de huir. Son Pedro y “otro discípulo”, por lo visto, el
apóstol Juan (Juan 18:15; 19:35; 21:24). Puede que alcancen a
Jesús mientras lo llevan a la casa de Anás. Luego, cuando Anás
envía a Jesús al sumo sacerdote, Caifás, los dos apóstoles lo
siguen de lejos. Probablemente tengan una mezcla de
sentimientos: por un lado, temor por su propia vida y, por otro,
preocupación por lo que le sucederá a su Maestro.
Juan conoce al sumo sacerdote y por eso logra entrar en el patio
de la casa de Caifás. Por su parte, Pedro espera fuera, en la puerta,
hasta que Juan regresa y habla con la sirvienta que está de portera.
Entonces ella deja entrar a Pedro.
Es una noche fría, así que los que están en el patio hacen un
fuego de carbón, y Pedro se sienta con ellos para mantenerse
caliente mientras espera. Quiere ver en qué termina el juicio contra
Jesús (Mateo 26:58). Ahora, a la luz de la lumbre, la sirvienta que
dejó entrar a Pedro puede verlo mejor y le pregunta: “¿No eres tú
también uno de los discípulos de ese hombre?” (Juan 18:17).
Y no es la única que lo reconoce, otros también lo acusan de
acompañar a Jesús (Mateo 26:69, 71-73; Marcos 14:70).
Entonces, Pedro se pone muy alterado, porque quiere pasar
desapercibido, y se aparta hacia la entrada. Es más, niega que
andaba con Jesús, hasta el punto de decir: “Ni lo conozco
ni entiendo de qué me hablas” (Marcos 14:67, 68). Además,
empieza “a maldecir y a jurar” que dice la verdad. Con eso da a
76

entender que está dispuesto a que le caiga una maldición y sufrir


una calamidad si lo que dice no es cierto (Mateo 26:74).
Mientras tanto, el juicio contra Jesús sigue adelante, quizás en
una parte de la casa de Caifás más alta que el patio. Puede ser que
Pedro y los demás que esperan abajo vean entrar y salir a los
testigos que pasan a declarar.
El acento galileo de Pedro es un indicio de que no ha dicho la
verdad. Es más, en el grupo hay un pariente de Malco, el hombre
al que Pedro le cortó la oreja. Así que, una vez más, Pedro se
encara a la misma acusación: “¿No te vi yo en el huerto con él?”.
Pero él lo niega por tercera vez y, entonces, un gallo canta, tal y
como predijo Jesús (Juan 13:38; 18:26, 27).
En estos momentos, parece que Jesús se encuentra en un
balcón con vistas al patio. El Señor se vuelve y mira fijamente a
Pedro. Seguro que al apóstol se le parte el corazón. Recuerda lo
que Jesús le ha dicho apenas unas pocas horas antes en la cena
de la Pascua. ¡Imagínese cómo tiene que sentirse Pedro! La culpa
por lo que ha hecho le pesa en el corazón como una losa. Sale de
ahí y rompe a llorar desconsoladamente (Lucas 22:61, 62).
Pero ¿cómo ha podido pasar eso? ¿Cómo es posible que
Pedro, que estaba tan seguro de su fortaleza espiritual y lealtad,
haya negado conocer a su Maestro? En esta ocasión, se está
tergiversando la verdad y se está dando a entender que Jesús es
un despreciable delincuente. Justo en el momento en el que Pedro
podía haber defendido a un hombre inocente, va y le da la espalda
al que tiene “palabras de vida eterna” (Juan 6:68).
Este triste episodio de la vida de Pedro encierra una lección:
incluso una persona con fe y devoción a Dios puede ser vulnerable
si no está bien preparada para enfrentar las pruebas o tentaciones
inesperadas. Que la experiencia de Pedro sirva de advertencia
para todos los siervos de Dios.
[Recuadro de la página 289]
77

◊ ¿Cómo consiguen Pedro y Juan entrar al patio de la casa de


Caifás?
◊ ¿Qué sucede dentro de la casa mientras Pedro y Juan esperan
en el patio?
◊ ¿Qué quiere decir que Pedro empiece “a maldecir y a jurar”?
◊ ¿Qué importante lección enseña la experiencia de Pedro?
78

CAPÍTULO 127
El Sanedrín lo juzga y después lo envía a Pilato
MATEO 27:1-11 MARCOS 15:1 LUCAS 22:66-23:3
JUAN 18:28-35
• EL SANEDRÍN REANUDA EL JUICIO POR LA
MAÑANA
• JUDAS ISCARIOTE INTENTA AHORCARSE
• ENVÍAN A JESÚS ANTE PILATO
La noche está a punto de acabar cuando Pedro niega a Jesús
por tercera vez. Los miembros del Sanedrín ya han concluido el
juicio ilegal y se han marchado. Después del amanecer del viernes,
el tribunal se reúne de nuevo, probablemente para darle cierta
apariencia de legalidad al juicio que celebraron la noche anterior
fuera de la ley. Entonces, mandan traer de nuevo a Jesús.
Una vez más, le ordenan: “Dinos si eres el Cristo”, a lo que él
les responde: “Aunque se lo dijera, nunca lo creerían. Además, si
yo les preguntara algo, ustedes no me responderían”. Sin
embargo, se identifica con valor como el personaje de quien se
había profetizado en Daniel 7:13, pues añade: “De aquí en
adelante, el Hijo del Hombre estará sentado a la poderosa derecha
de Dios” (Lucas 22:67-69; Mateo 26:63).
Pero ellos insisten: “Entonces, ¿eres tú el Hijo de Dios?”. Y él
les contesta: “Sí, ustedes mismos están diciendo que lo soy”.
Parece que eso les da base para justificar la ejecución de Jesús
por blasfemia. Así que concluyen: “¿Para qué necesitamos más
testimonio?” (Lucas 22:70, 71; Marcos 14:64). A continuación, lo
atan y se lo llevan al gobernador romano Poncio Pilato.
Es posible que Judas haya visto a Jesús mientras se lo llevan a
Pilato. Al enterarse de que han condenado al Maestro, siente algo
de remordimiento y desesperación, pero, en vez de arrepentirse de
verdad y buscar el perdón de Dios, se va a devolver las 30
79

monedas de plata. Les dice a los sacerdotes principales: “Pequé al


traicionar sangre inocente”. Ellos le responden con crueldad: “¿Y a
nosotros qué nos importa? ¡Eso es cosa tuya!” (Mateo 27:4).
Judas arroja las 30 monedas de plata en el templo y, como si
no bastara con todo lo que ha hecho, intenta acabar con su vida.
Trata de ahorcarse, pero parece que la rama en la que ata la soga
se parte, y su cuerpo cae a unas rocas que hay más abajo y se
revienta (Hechos 1:17, 18).
Los judíos llegan con Jesús al palacio de Poncio Pilato
temprano por la mañana. Pero ellos se niegan a entrar, pues les
parece que, si tienen contacto con los gentiles, se contaminarán y
no podrán celebrar la comida del 15 de nisán. Ese es el primer día
de la Fiesta de los Panes Sin Levadura, que se considera parte de
la temporada de la Pascua.
De modo que Pilato sale y les pregunta: “¿De qué acusan a este
hombre?”. Ellos contestan: “Si este hombre no fuera un
delincuente, no te lo habríamos entregado”. Quizás Pilato se da
cuenta de que quieren presionarlo, así que les dice: “Llévenselo y
júzguenlo ustedes según su ley”. Pero la respuesta que le dan
revela que tienen intenciones asesinas: “A nosotros no se nos
permite matar a nadie” (Juan 18:29-31).
Lo cierto es que, si los judíos mataran a Jesús durante la fiesta
de la Pascua, probablemente se armaría un revuelo entre el
pueblo. Pero, si logran que sean los romanos quienes ejerzan su
autoridad de ejecutarlo por una acusación política, será más fácil
para ellos librarse de responsabilidad ante la gente por la muerte
de Jesús.
Los líderes religiosos no le dicen a Pilato que ellos ya han
condenado a Jesús por blasfemia. Más bien, se inventan otros
cargos: “Encontramos a este hombre [1] alborotando a nuestra
nación, [2] prohibiendo pagar impuestos a César y [3] diciendo que
él mismo es Cristo, un rey” (Lucas 23:2).
80

Como representante de Roma, a Pilato le preocupa la


acusación de que Jesús haya afirmado ser un rey. De manera que
entra de nuevo al palacio, ordena que se lo traigan, y le pregunta:
“¿Eres tú el rey de los judíos?”. Es como si le preguntara: “¿Has
violado la ley imperial al declararte un rey rival de César?”. Ahora
Jesús, quizás con la intención de averiguar qué le han contado a
Pilato sobre él, le dice: “¿Salió de ti hacer esa pregunta, o es que
otros te han hablado de mí?” (Juan 18:33, 34).
Pilato da a entender que no conoce los hechos del caso, pero
que desea saberlos, al preguntar: “¿Acaso soy yo judío? Tu propia
nación y los sacerdotes principales te entregaron a mí. ¿Qué fue lo
que hiciste?” (Juan 18:35).
Jesús no intenta evitar la cuestión más importante, a saber, si
él es rey o no. Al contrario, contesta de una manera que sin duda
deja sorprendido al gobernador Pilato.
[Recuadro de la página 291]
EL CAMPO DE SANGRE
Los sacerdotes principales no saben qué hacer con las monedas
de plata que Judas arrojó en el templo. Dicen: “No está permitido
ponerlas en el tesoro sagrado, porque es dinero manchado de
sangre”. Así que deciden usar ese dinero para comprar el campo
del alfarero con el fin de enterrar allí a los desconocidos. A ese
terreno se le llega a conocer como “Campo de Sangre” (Mateo
27:6-8).
[Recuadro de la página 291]
◊ ¿Por qué vuelve a reunirse el Sanedrín por la mañana?
◊ ¿Cómo muere Judas, y qué pasa con las 30 monedas de plata?
◊ ¿Qué cargos inventan los judíos contra Jesús para que Pilato lo
mande ejecutar?
81

CAPÍTULO 128
Pilato y Herodes consideran inocente a Jesús
MATEO 27:12-14, 18, 19 MARCOS 15:2-5 LUCAS
23:4-16 JUAN 18:36-38
• PILATO Y HERODES INTERROGAN A JESÚS
Jesús no trata de ocultar a Pilato que realmente es rey. Sin
embargo, su Reino no es una amenaza para Roma, pues le dice:
“Mi Reino no es parte de este mundo. Si mi Reino fuera parte de
este mundo, mis ayudantes habrían peleado para que yo no fuera
entregado a los judíos. Pero la realidad es que mi Reino no es de
aquí” (Juan 18:36). Así que Jesús deja claro que tiene un Reino,
pero no es parte de este mundo.
Pilato no se queda satisfecho con la respuesta de Jesús. Por
eso le pregunta: “¿O sea, que tú eres rey?”. Entonces Jesús le dice
que ha llegado a la conclusión correcta: “Sí, tú mismo estás
diciendo que yo soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido
al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de
parte de la verdad escucha mi voz” (Juan 18:37).
Poco antes, Jesús le había dicho a Tomás: “Yo soy el camino,
la verdad y la vida”. En esta ocasión, hasta Pilato llega a saber que
Jesús vino a la Tierra para dar testimonio de la verdad, en concreto,
la verdad sobre su Reino. Jesús está dispuesto a ser fiel a esta
verdad aunque le cueste la vida. Ahora Pilato le pregunta: “¿Qué
es la verdad?”. Pero no espera la respuesta, pues considera que
ya ha oído suficiente para juzgar a este hombre (Juan 14:6; 18:38).
Pilato se dirige de nuevo a la multitud que está esperando fuera
del palacio. Al parecer, Jesús está junto a él. Entonces Pilato les
dice a los sacerdotes principales y a los que están con ellos: “Yo a
este hombre no lo encuentro culpable de ningún delito”. Enfurecida
por estas palabras, la multitud grita: “Alborota al pueblo enseñando
por toda Judea; comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí”
(Lucas 23:4, 5).
82

El fanatismo ciego de los judíos debe de llamar la atención de


Pilato. Por eso, mientras los sacerdotes principales y los ancianos
siguen gritando, Pilato le pregunta a Jesús: “¿Es que no oyes
cuántas cosas testifican contra ti?” (Mateo 27:13). Aun así, Jesús
se queda callado. A Pilato le sorprende la serenidad que Jesús
muestra ante las absurdas acusaciones de los judíos.
Al oír a los judíos decir que Jesús “comenzó en Galilea”, Pilato
descubre que Jesús es galileo. Así que se le ocurre una idea para
librarse de la responsabilidad de juzgarlo. Pilato sabe que Herodes
Antipas, el gobernador de Galilea, ha venido a Jerusalén en esta
época de la Pascua. De modo que decide enviarle a Jesús. Fue
Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, quien mandó que le
cortaran la cabeza a Juan el Bautista. Y, cuando más tarde
escuchó que Jesús estaba haciendo milagros, le preocupó que
Jesús pudiera ser Juan resucitado (Lucas 9:7-9).
Herodes se alegra ante la posibilidad de ver a Jesús. Y no es
porque quiera ayudarlo o esté interesado en averiguar si lo que se
dice contra él es cierto, sino por simple curiosidad y porque espera
“verlo hacer algún milagro” (Lucas 23:8). Pero Jesús se niega a
satisfacer su curiosidad. De hecho, cuando Herodes lo interroga,
Jesús no le responde. Eso decepciona a Herodes, y él y sus
soldados lo tratan “con desprecio” (Lucas 23:11). Lo visten con una
ropa espléndida y se burlan de él. Luego, Herodes se lo envía de
vuelta a Pilato. Aunque los dos habían sido enemigos, ahora se
hacen buenos amigos.
Cuando Jesús regresa, Pilato reúne a los sacerdotes
principales, a los gobernantes judíos y al pueblo, y les dice: “Lo
interrogué delante de ustedes y no encontré ninguna base para las
acusaciones que presentan contra él. De hecho, Herodes tampoco,
porque nos lo devolvió. Miren, este hombre no ha hecho nada que
merezca la muerte. Por lo tanto, lo castigaré y lo pondré en libertad”
(Lucas 23:14-16).
Pilato desea liberar a Jesús porque se da cuenta de que los
sacerdotes lo han entregado solo por envidia. Además, encuentra
83

otro motivo para hacerlo. Mientras está sentado en el tribunal, su


esposa le envía este mensaje: “No tengas nada que ver con ese
hombre justo. Hoy sufrí mucho en un sueño [aparentemente de
origen divino] a causa de él” (Mateo 27:19).
Pilato sabe que debe liberar a este hombre inocente. Pero ¿lo
logrará?
[Recuadro de la página 293]
◊ ¿Qué contesta Jesús cuando le preguntan si es rey?
◊ ¿Qué le dice Pilato a la multitud que está fuera del palacio? ¿Qué
le responde la multitud? ¿Qué hace entonces Pilato?
◊ ¿Por qué se alegra Herodes Antipas de ver a Jesús? ¿Qué hace
con él?
◊ ¿Por qué desea Pilato liberar a Jesús?
84

CAPÍTULO 129
Pilato declara: “¡Miren! ¡El hombre!”
MATEO 27:15-17, 20-30 MARCOS 15:6-19 LUCAS
23:18-25 JUAN 18:39-19:5
• PILATO INTENTA LIBERAR A JESÚS
• LOS JUDÍOS PIDEN QUE SE LIBERE A
BARRABÁS
• SE BURLAN DE JESÚS Y LO MALTRATAN
A la multitud que está pidiendo la muerte de Jesús, Pilato ya le
ha dicho: “No encontré ninguna base para las acusaciones que
presentan contra él. De hecho, Herodes tampoco” (Lucas
23:14, 15). Ahora, busca otra manera de salvar a Jesús y le dice al
pueblo: “Ustedes tienen la costumbre de que les ponga en libertad
a un preso durante la Pascua. ¿Quieren que les ponga en libertad
al rey de los judíos?” (Juan 18:39).
Pilato sabe que en la cárcel está un hombre llamado Barrabás,
que es un ladrón, un enemigo del gobierno y un asesino. Así que
pregunta: “¿A quién quieren que les ponga en libertad: a Barrabás,
o a Jesús, al que llaman Cristo?”. El pueblo, influenciado por los
sacerdotes principales, pide que se libere a Barrabás y no a Jesús.
Pero Pilato pregunta de nuevo: “¿A cuál de los dos quieren que les
ponga en libertad?”. Y la gente responde: “¡A Barrabás!” (Mateo
27:17, 21).
Decepcionado, Pilato les pregunta: “Entonces, ¿qué hago con
Jesús, al que llaman Cristo?”. Todos contestan: “¡Al madero con
él!” (Mateo 27:22). Al pueblo le tendría que dar vergüenza pedir la
muerte de un hombre inocente. Pilato protesta: “Pero ¿por qué?
¿Qué mal ha hecho este hombre? Yo no he encontrado en él nada
que merezca la muerte. Por lo tanto, lo castigaré y lo pondré en
libertad” (Lucas 23:22).
85

A pesar de los esfuerzos de Pilato, la multitud enfurecida grita:


“¡Al madero con él!” (Mateo 27:23). Los líderes religiosos han
alborotado tanto al pueblo que este reclama sangre. Pero no se
trata de la sangre de algún criminal o asesino, sino de un hombre
inocente al que recibieron como rey en Jerusalén hace tan solo
cinco días. No sabemos si los discípulos de Jesús están presentes.
Pero, si lo están, se quedan callados y tratan de no llamar la
atención.
Al ver que no consigue nada con sus peticiones, sino que la
gente está cada vez más enfurecida, Pilato se lava las manos con
agua delante de ellos y les dice: “Soy inocente de la sangre de este
hombre. Ahora es cosa de ustedes”. Pero el pueblo no cambia de
actitud. Al contrario, responden: “¡Nosotros y nuestros hijos nos
hacemos responsables de su muerte!” (Mateo 27:24, 25).
El gobernador prefiere complacer a la gente en vez de hacer lo
que sabe que está bien. Así que pone en libertad a Barrabás, como
le pide el pueblo, y ordena que le quiten la ropa a Jesús y que le
den latigazos.
Después de golpearlo de forma brutal, los soldados llevan a
Jesús dentro del palacio del gobernador. Entonces, toda la tropa
de soldados se reúne y continúa maltratando a Jesús. Trenzan una
corona de espinas y se la colocan en la cabeza. Le ponen una caña
en la mano derecha y un manto de color púrpura, como el que usa
la realeza, y le dicen con desprecio: “¡Viva el rey de los judíos!”
(Mateo 27:28, 29). Además, le escupen y le dan bofetadas. Luego
le quitan la caña y le golpean en la cabeza con ella, de modo que
las afiladas espinas de su humillante “corona” se le clavan todavía
más.
La extraordinaria dignidad y fortaleza de Jesús ante este
maltrato impresionan a Pilato, quien de nuevo intenta librarse de la
responsabilidad de la muerte de Jesús. Por eso les dice:
“¡Escuchen! Lo traigo aquí afuera para que sepan que
no encuentro que sea culpable de nada”. Quizás Pilato piensa que
el pueblo cambiará de opinión al ver a Jesús golpeado y cubierto
86

de sangre. Mientras Jesús permanece de pie ante la cruel multitud,


Pilato declara: “¡Miren! ¡El hombre!” (Juan 19:4, 5).
Aunque Jesús está golpeado y herido, demuestra una dignidad
y serenidad que llaman la atención de Pilato, pues sus palabras
reflejan una mezcla de respeto y lástima.
[Recuadro de la página 294]
LOS AZOTES
En la revista The Journal of the American Medical Association,
el Dr. William D. Edwards describe así la práctica romana de dar
azotes:
“Por lo general, el instrumento que se usaba era un látigo corto
(flagelo) con varias tiras de cuero sueltas o trenzadas, de largo
diferente, que tenían atadas a intervalos bolitas de hierro o
pedazos afilados de hueso de oveja. [...] Cuando los soldados
romanos azotaban vigorosamente vez tras vez la espalda de la
víctima, las bolas de hierro causaban contusiones profundas, y las
tiras de cuero con huesos de oveja cortaban la piel y los tejidos
subcutáneos. Entonces, a medida que se seguía azotando a la
víctima, las heridas llegaban hasta los músculos esqueléticos
subyacentes y producían tiras temblorosas de carne que
sangraba”.
[Recuadro de la página 295]
◊ ¿Cómo intenta Pilato poner en libertad a Jesús y librarse de
cualquier responsabilidad?
◊ ¿Cómo era la práctica romana de dar azotes?
◊ ¿Cómo maltratan a Jesús después de azotarlo?
87

CAPÍTULO 130
Se llevan a Jesús al lugar de ejecución
MATEO 27:31, 32 MARCOS 15:20, 21 LUCAS
23:24-31 JUAN 19:6-17
• PILATO TRATA DE LIBERAR A JESÚS
• CONDENAN A JESÚS Y LO LLEVAN AL LUGAR
DE EJECUCIÓN
Aunque Jesús ha sufrido burlas y un maltrato cruel, los
esfuerzos de Pilato por ponerlo en libertad no tienen ningún efecto
en los sacerdotes principales ni en los que los apoyan. Ellos
quieren que Jesús sea condenado a muerte. Por eso, siguen
gritando: “¡Al madero con él! ¡Al madero con él!”. Pero Pilato les
responde: “Llévenselo y ejecútenlo ustedes, porque yo
no encuentro que sea culpable de nada” (Juan 19:6).
Los judíos no logran convencer a Pilato de que Jesús haya
cometido un delito contra el gobierno que merezca la muerte. Así
que ahora acusan a Jesús de desobedecer una ley religiosa.
Vuelven a acusarlo de blasfemia, tal como hicieron ante el
Sanedrín. Afirman: “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley
debe morir, porque se hizo a sí mismo hijo de Dios” (Juan 19:7).
Para Pilato, esta acusación es nueva.
Él entra de nuevo en su palacio y trata de encontrar una manera
de liberar a este hombre que ha soportado un trato cruel y sobre el
que la propia esposa de Pilato ha tenido un sueño (Mateo 27:19).
Esta nueva acusación de los judíos —que el prisionero es “hijo de
Dios”— desconcierta a Pilato. Él sabe que Jesús es de Galilea
(Lucas 23:5-7). Aun así, le pregunta: “¿De dónde eres tú?” (Juan
19:9). Puede que Pilato se pregunte si Jesús vivió antes en el cielo
o si era un dios.
Jesús mismo ya le ha dicho a Pilato que es rey, pero que su
Reino no es parte de este mundo. No necesita añadir nada más,
así que se queda callado. Sin embargo, Pilato se siente ofendido
88

por el silencio de Jesús y le dice muy molesto: “¿Te niegas a


hablarme a mí? ¿No sabes que tengo autoridad para ponerte en
libertad y autoridad para ejecutarte?” (Juan 19:10).
Entonces Jesús simplemente responde: “No tendrías ninguna
autoridad sobre mí si no te la hubieran concedido de arriba. Por eso
el pecado del hombre que me entregó a ti es peor” (Juan 19:11).
Es probable que Jesús no se refiera a nadie en concreto. Más bien,
quiere decir que Caifás, los que lo apoyan y Judas Iscariote tienen
más culpa que Pilato.
Impresionado por el comportamiento y las palabras de Jesús, y
temiendo cada vez más que sea un dios, Pilato intenta de nuevo
ponerlo en libertad. Sin embargo, los judíos presionan a Pilato con
algo que también debe asustarlo: “¡Si lo pones en libertad, no eres
amigo de César! ¡Todo el que se hace rey se opone a César!” (Juan
19:12).
El gobernador saca afuera a Jesús una vez más, se sienta en
el tribunal y le dice al pueblo: “¡Miren! ¡Su rey!”. Pero los judíos
no cambian de opinión y gritan: “¡Fuera! ¡Fuera! ¡Al madero con
él!”. Pilato les pregunta: “¿Entonces ejecuto a su rey?”. Aunque los
judíos llevan mucho tiempo sufriendo bajo el dominio romano, los
sacerdotes principales se atreven a afirmar: “No tenemos más rey
que César” (Juan 19:14, 15).
Pilato no tiene valor para llevarles la contraria a los judíos, así
que cede ante sus insistentes exigencias y les entrega a Jesús para
que lo maten. Los soldados le quitan a Jesús el manto púrpura, le
vuelven a poner su ropa y se lo llevan, obligándolo a cargar con el
madero de tormento.
Esto ocurre casi al mediodía del viernes 14 de nisán. Jesús lleva
despierto desde la mañana del jueves y ha sufrido un sinfín de
maltratos. Lucha por soportar el peso del madero, pero las fuerzas
lo abandonan. De modo que los soldados obligan a uno de los que
pasan por allí, llamado Simón de Cirene (una ciudad de África), a
llevar el madero hasta el lugar de ejecución. Los sigue una gran
89

cantidad de gente; algunos se golpean el pecho desconsolados y


gritan lamentándose por lo que está ocurriendo.
Jesús les dice a las mujeres que lloran: “Hijas de Jerusalén,
dejen de llorar por mí. Más bien, lloren por ustedes mismas y por
sus hijos; porque, miren, se acercan los días en que se dirá:
‘¡Felices las estériles, las matrices que no dieron a luz y los pechos
que no amamantaron!’. Entonces comenzarán a decirles a las
montañas ‘¡Caigan sobre nosotros!’ y a las colinas ‘¡Cúbrannos!’.
Si hacen estas cosas cuando el árbol está verde, ¿qué pasará
cuando esté seco?” (Lucas 23:28-31).
Con estas palabras, Jesús se refiere a la nación judía. Es como
un árbol que se está muriendo, pero todavía no está seco del todo,
porque Jesús está allí y algunos judíos ponen su fe en él. Cuando
Jesús muera y sus discípulos abandonen la religión judía, la nación
estará espiritualmente seca, como un árbol muerto. Sin duda, se
derramarán muchas lágrimas cuando Dios use a los ejércitos
romanos para castigar a la nación.
[Recuadro de la página 297]
◊ ¿De qué acusan a Jesús los líderes religiosos?
◊ ¿Por qué tiene miedo Pilato?
◊ ¿Qué le dicen a Pilato los sacerdotes principales para que
condene a muerte a Jesús?
◊ ¿Qué quiere decir Jesús cuando habla de un árbol que primero
está “verde” y después “seco”?
90

CAPÍTULO 131
Un rey inocente sufre en el madero
MATEO 27:33-44 MARCOS 15:22-32 LUCAS 23:32-
43 JUAN 19:17-24
• CLAVAN A JESÚS A UN MADERO DE TORMENTO
• MUCHOS SE BURLAN DE JESÚS AL VER EL
LETRERO SOBRE SU CABEZA
• JESÚS OFRECE LA ESPERANZA DE VIVIR EN UN
PARAÍSO EN LA TIERRA
Los soldados conducen a Jesús a un lugar cerca de la ciudad,
donde lo ejecutarán junto con dos ladrones. Este sitio, llamado
Gólgota o Lugar de la Calavera, se ve “desde lejos” (Marcos 15:40).
Allí les quitan la ropa a los tres condenados y les dan vino
mezclado con mirra y con un líquido amargo. Esta bebida es una
especie de droga. Parece que las mujeres de Jerusalén la
preparan, y los romanos permiten que se les dé a los condenados
a muerte para aliviarles un poco el dolor. Pero, después de
probarla, Jesús se niega a beberla porque quiere tener el control
total de sus facultades mentales al enfrentarse a esta importante
prueba. Desea estar consciente y ser leal hasta la muerte.
Luego ponen a Jesús en el madero (Marcos 15:25). Los
soldados le clavan las manos y los pies, atravesándole la carne y
los ligamentos, lo que le causa un terrible dolor. Cuando levantan
el madero, el dolor es todavía más insoportable, ya que el peso del
cuerpo hace que se le desgarren las heridas. Sin embargo, Jesús
no se lo reprocha a los soldados. Al contrario, le pide a Dios:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Cuando los romanos ejecutan a un criminal, tienen la costumbre
de poner una inscripción con la causa de su condena. En esta
ocasión, Pilato escribe un letrero que dice: “Jesús el Nazareno, el
rey de los judíos”. Lo escribe en hebreo, latín y griego para que la
91

mayoría de la gente pueda leerlo. Este hecho muestra el desprecio


que Pilato siente por los líderes religiosos que tanto han insistido
en que muera Jesús. Los sacerdotes principales, indignados por
ello, protestan: “No escribas ‘El rey de los judíos’, sino que él dijo
‘Soy rey de los judíos’”. Pero Pilato no se deja manipular de nuevo
por ellos y les responde: “Lo que he escrito, escrito está” (Juan
19:19-22).
Como es de esperar, los que pasan por allí se burlan de Jesús
y lo insultan moviendo la cabeza y diciendo: “¡Bah! Tú, el que iba a
derribar el templo y a construirlo en tres días, bájate del madero de
tormento y sálvate”. Los sacerdotes, enfurecidos, repiten la
acusación falsa que ya habían presentado en el juicio ante el
Sanedrín. Ellos y los escribas también se burlan de Jesús y dicen
entre ellos: “Que el Cristo, el rey de Israel, baje ahora del madero
de tormento. Cuando lo veamos, creeremos” (Marcos 15:29-32).
Hasta los ladrones que están a su derecha y a su izquierda lo
insultan, aunque él es el único que de veras es inocente.
Los cuatro soldados romanos también se burlan de él. Tal vez
han bebido vino agrio y, ahora, para reírse de él, le ofrecen un poco
aunque saben que no puede alargar la mano para tomarlo. Los
soldados, refiriéndose al letrero que está encima de la cabeza de
Jesús, lo retan y le dicen: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a
ti mismo” (Lucas 23:36, 37). ¿No es increíble? El hombre que
demostró ser el camino, la verdad y la vida ahora es víctima de
burlas e insultos injustos. Aun así, Jesús soporta todo ese
sufrimiento sin reprocharle nada a nadie: ni a los judíos que se
quedan mirando ni a los soldados romanos que lo ridiculizan ni a
los dos delincuentes que están colgados en maderos a su lado.
Luego, los cuatro soldados toman la ropa de Jesús, la dividen
en cuatro partes y echan suertes para ver qué parte se queda cada
uno. Sin embargo, la túnica o prenda de vestir interior es de mejor
calidad, no tiene costuras porque “estaba tejida de arriba abajo”.
Por eso, los soldados razonan: “No la rompamos. Echemos suertes
para ver quién se queda con ella”. Así se cumple el pasaje de las
92

Escrituras que dice: “Se repartieron mis prendas de vestir, y por mi


ropa echaron suertes” (Juan 19:23, 24; Salmo 22:18).
Poco después, uno de los delincuentes se da cuenta de que
Jesús realmente es un rey y reprende al otro ladrón: “¿Acaso no le
tienes ningún temor a Dios, ahora que has recibido el mismo
castigo? Y, en nuestro caso, es lo justo, porque estamos recibiendo
nuestro merecido por lo que hicimos; pero este hombre no ha
hecho nada malo”. Entonces le suplica a Jesús: “Acuérdate de mí
cuando entres en tu Reino” (Lucas 23:40-42).
Jesús le contesta: “Yo te aseguro hoy: estarás conmigo en el
Paraíso” (Lucas 23:43). Esta promesa es diferente de la que él les
ha hecho a sus apóstoles. A ellos les ha dicho que se sentarán en
tronos con él en el Reino (Mateo 19:28; Lucas 22:29, 30). Puede
que este delincuente judío haya oído hablar sobre el jardín que
Jehová creó en el principio para Adán, Eva y sus hijos. Ahora, este
ladrón puede morir con la esperanza de vivir en el Paraíso en la
Tierra.
[Recuadro de la página 299]
◊ ¿Por qué se niega Jesús a beber el vino que le ofrecen?
◊ ¿Qué dice el letrero que ponen sobre la cabeza de Jesús? ¿Qué
hacen los judíos cuando lo ven?
◊ ¿Qué profecía relacionada con la ropa de Jesús se cumple?
◊ ¿Qué le promete Jesús a uno de los delincuentes?
93

CAPÍTULO 132
“Está claro que este hombre era el Hijo de Dios”
MATEO 27:45-56 MARCOS 15:33-41 LUCAS 23:44-
49 JUAN 19:25-30
• JESÚS MUERE EN EL MADERO
• DURANTE SU MUERTE OCURREN COSAS
SORPRENDENTES
Ya es “la hora sexta” o mediodía. Una extraña oscuridad cubre
toda la región “hasta la hora novena”, las tres de la tarde (Marcos
15:33). Este misterioso fenómeno no se debe a un eclipse solar, ya
que estos solo ocurren cuando hay luna nueva y ahora es la época
de la Pascua, cuando hay luna llena. Además, un eclipse dura solo
unos minutos y esta oscuridad dura mucho más. De modo que es
Dios el que la causa.
¿Se imagina cómo se deben de quedar los que se están
burlando de Jesús? Durante esta oscuridad, cuatro mujeres se
acercan al madero de tormento: la madre de Jesús, Salomé, María
Magdalena y María la madre del apóstol Santiago el Menor.
El apóstol Juan está con la madre de Jesús “junto al madero de
tormento”. María está muy triste y siente como si la atravesara “una
espada larga”, pues ve que el hijo al que amamantó y crió está
sufriendo terriblemente allí colgado (Juan 19:25; Lucas 2:35).
Jesús, a pesar del intenso dolor, se preocupa por el bienestar de
su madre. Haciendo un gran esfuerzo, señala con la cabeza hacia
Juan y le dice a María: “¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!”. Luego,
señalando hacia María, le dice a Juan: “¡Ahí tienes a tu madre!”
(Juan 19:26, 27).
Jesús le confía el cuidado de su madre, que al parecer es viuda,
al apóstol por el que siente un cariño especial. Sabe que sus medio
hermanos, los otros hijos de María, todavía no creen en él.
De modo que se asegura de que su madre esté atendida en sentido
físico y espiritual. ¡Qué gran ejemplo!
94

Cerca de las tres de la tarde, Jesús dice: “Tengo sed”. Así se


cumple lo que dicen las Escrituras (Juan 19:28; Salmo 22:15).
Jesús se da cuenta de que su Padre le ha retirado la protección
para que su lealtad sea probada hasta el límite. Entonces grita con
fuerte voz, tal vez en un dialecto del arameo que se habla en
Galilea: “Éli, Éli, ¿láma sabakhtháni?”, que significa “Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?”. Algunos no le entienden muy
bien y afirman: “¡Escuchen, está llamando a Elías!”. Uno de ellos
corre a empapar una esponja en vino agrio, la pone en una caña y
se la acerca a Jesús para que beba. Pero otros dicen: “¡Déjenlo!
A ver si viene Elías a bajarlo” (Marcos 15:34-36).
A continuación, Jesús grita: “¡Se ha cumplido!” (Juan 19:30). Así
es, ha cumplido todo lo que su Padre le mandó hacer en la Tierra.
Finalmente, Jesús dice: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu!” (Lucas 23:46). De modo que Jesús está totalmente
convencido de que Jehová lo resucitará. Después de decir estas
palabras, inclina la cabeza y muere.
En ese momento, se produce un gran terremoto que parte las
rocas. Es tan fuerte que hasta algunas tumbas que están fuera de
Jerusalén se abren, y los cuerpos que hay en ellas quedan a la
vista. Las personas que ven los cuerpos fuera de las tumbas entran
en “la ciudad santa” y cuentan lo que acaba de ocurrir (Mateo
27:51-53).
Cuando Jesús muere, la larga y pesada cortina que divide el
Santo del Santísimo en el templo de Dios se rasga en dos, de arriba
abajo. Este suceso tan impresionante es una muestra de la ira de
Dios contra los que han matado a su Hijo. Además, significa que a
partir de ese momento queda abierto el camino para entrar en el
Santísimo, es decir, en el cielo (Hebreos 9:2, 3; 10:19, 20).
Como es natural, la gente se asusta mucho. El oficial del ejército
que se encarga de la ejecución declara: “Está claro que este
hombre era el Hijo de Dios” (Marcos 15:39). Es posible que
estuviera presente durante el juicio de Jesús ante Pilato, cuando
se habló de si Jesús era hijo de Dios o no. Ahora no tiene ninguna
95

duda de que Jesús es un hombre justo y de que, en realidad, es el


Hijo de Dios.
Otros, impactados por estos extraordinarios sucesos, regresan
a sus casas “golpeándose el pecho”, un gesto que indica su intenso
dolor y vergüenza (Lucas 23:48). Entre las personas que observan
todo esto a cierta distancia hay muchas seguidoras de Jesús que
en ocasiones viajaban con él. Ellas también se sienten
profundamente conmovidas por estos acontecimientos tan
importantes.
[Recuadro de la página 300]
“AL MADERO”
Los enemigos de Jesús gritaron: “¡Al madero con él!” (Juan 19:15).
La palabra griega para “madero” que se usa en los Evangelios es
staurós. El libro History of the Cross (Historia de la cruz) explica:
“Staurós significa ‘un palo vertical’; no es ni más ni menos que un
poste resistente, como los que clavan los granjeros en el suelo para
hacer las cercas o empalizadas”.
[Recuadro de la página 301]
◊ ¿Por qué sabemos que las tres horas de oscuridad no se deben
a un eclipse solar?
◊ ¿Qué excelente ejemplo nos da Jesús en relación con el cuidado
de los padres envejecidos?
◊ ¿Qué sucede cuando se produce el terremoto? ¿Qué significa el
hecho de que se rasgue en dos la cortina del templo?
◊ ¿Qué efecto tienen en los presentes la muerte de Jesús y los
sucesos que ocurren justo antes y después?
96

CAPÍTULO 133
Preparan el cuerpo de Jesús y lo entierran
MATEO 27:57-28:2 MARCOS 15:42-16:4 LUCAS
23:50-24:3 JUAN 19:31-20:1
• BAJAN EL CUERPO DE JESÚS DEL MADERO
• LO PREPARAN PARA EL ENTIERRO
• LAS MUJERES ENCUENTRAN VACÍA LA TUMBA
El viernes 14 de nisán está a punto de terminar y, al ponerse el
Sol, empezará el sábado 15 de nisán. Jesús ya está muerto, pero
los ladrones que están a su lado todavía viven. Según la Ley, un
cadáver “no debe quedarse toda la noche en el madero”. Más bien,
debe ser enterrado “ese mismo día” (Deuteronomio 21:22, 23).
Por otro lado, el viernes es el día de la preparación porque el
pueblo hace las comidas del día siguiente y termina cualquier otra
tarea urgente que no se pueda dejar para después del sábado.
Esta vez, al ponerse el Sol, comenzará un sábado doble o “grande”
(Juan 19:31). El 15 de nisán es el primero de los siete días de la
Fiesta de los Panes Sin Levadura. Ese día siempre se considera
un sábado, sin importar en qué día de la semana caiga (Levítico
23:5-7). Pero, como en el año 33, el 15 de nisán cae en sábado, se
le llama un sábado “grande”.
Por esa razón, los judíos le piden a Pilato que acelere la muerte
de Jesús y de los dos delincuentes rompiéndoles las piernas.
De esta manera, ya no podrán impulsar su cuerpo con ellas para
respirar. Los soldados les quiebran las piernas a los dos ladrones,
pero a Jesús no, pues parece que ya está muerto. Así se cumplen
las palabras de Salmo 34:20: “Él protege todos sus huesos; ni uno
solo ha sido quebrado”.
Para asegurarse de que Jesús está muerto, uno de los soldados
le clava una lanza en el costado, traspasándole la zona del
97

corazón. Al instante sale sangre y agua (Juan 19:34). Esto cumple


la siguiente profecía: “Mirarán al que traspasaron” (Zacarías 12:10).
En la ejecución también está presente José, “un hombre rico”
de la ciudad de Arimatea y miembro respetado del Sanedrín
(Mateo 27:57). Se dice de él que es “un hombre bueno y justo” que
espera el Reino de Dios y “un discípulo de Jesús, aunque en
secreto” porque les tiene miedo a los judíos. De hecho, él no apoyó
la decisión del tribunal que juzgó a Jesús (Lucas 23:50; Marcos
15:43; Juan 19:38). En esta ocasión, José se arma de valor y le
pide a Pilato el cuerpo. Así que Pilato manda llamar al oficial del
ejército que está a cargo, quien confirma que Jesús está muerto.
A continuación, Pilato le da permiso a José para llevarse el cuerpo.
José baja el cuerpo de Jesús y lo envuelve en una tela limpia
de lino de calidad que ha comprado. Así lo prepara para el entierro.
También lo ayuda Nicodemo, “el hombre que la primera vez había
ido a ver a Jesús de noche” (Juan 19:39). Él llega con una costosa
mezcla de mirra y áloe que pesa unas 100 libras romanas (33 kilos
o 72 libras actuales). Entonces, según la costumbre que tienen los
judíos para enterrar a sus muertos, envuelven el cuerpo en telas
con esas especias aromáticas.
Luego, José, que posee una tumba nueva excavada en la roca,
pone el cuerpo de Jesús allí y hace rodar una gran piedra a la
entrada. Esto se hace a toda prisa, antes de que comience el
sábado. Quizás María Magdalena y María la madre de Santiago el
Menor han colaborado también con los preparativos del entierro.
Ahora, corren a su casa porque quieren “preparar especias
aromáticas y aceites perfumados” para aplicárselos al cuerpo de
Jesús después del sábado (Lucas 23:56).
Al día siguiente, el sábado, los sacerdotes principales y los
fariseos van donde Pilato y le dicen: “Recordamos que, cuando aún
vivía, ese impostor dijo: ‘A los tres días seré resucitado’. Por lo
tanto, manda que aseguren la tumba hasta el tercer día, no sea que
sus discípulos vengan a robar el cuerpo y le digan al pueblo: ‘¡Ha
sido levantado de entre los muertos!’. Ese engaño sería peor que
98

el primero”. Y Pilato les contesta: “Pueden llevarse una guardia de


soldados; vayan y aseguren la tumba lo mejor que puedan” (Mateo
27:63-65).
El domingo, muy temprano, María Magdalena, María la madre
de Santiago y otras mujeres llevan a la tumba especias para
aplicárselas al cuerpo de Jesús. Y se dicen unas a otras: “¿Quién
nos moverá la piedra de la entrada de la tumba?” (Marcos 16:3).
Pero resulta que ha habido un terremoto. Además, el ángel de Dios
ha hecho rodar la piedra, los soldados que estaban haciendo
guardia se han ido y la tumba está vacía.
[Recuadro de la página 303]
◊ ¿Por qué es el viernes el día de la preparación? ¿Por qué es ese
sábado un sábado “grande”?
◊ ¿Cómo colaboran José y Nicodemo en el entierro de Jesús?
¿Qué relación tienen ellos con Jesús?
◊ ¿Qué quieren los sacerdotes que se haga? ¿Qué sucede el
domingo temprano en la mañana?
99

CAPÍTULO 134
La tumba está vacía: Jesús está vivo
MATEO 28:3-15 MARCOS 16:5-8 LUCAS 24:4-12
JUAN 20:2-18
• JESÚS HA RESUCITADO
• SUCESOS QUE OCURREN EN LA TUMBA DE
JESÚS
• JESÚS SE LES APARECE A VARIAS MUJERES
Las mujeres no pueden creer lo que ven: la tumba de Jesús
parece estar vacía. Enseguida, María Magdalena corre a ver a
“Simón Pedro y al otro discípulo, a quien Jesús quería”, el apóstol
Juan (Juan 20:2). Entonces, las otras mujeres que se quedan allí
ven a un ángel. Y, dentro de la tumba, hay otro ángel, que lleva
puesta “una túnica larga blanca” (Marcos 16:5).
Uno de los ángeles les dice: “No tengan miedo; sé que buscan
a Jesús, el que fue ejecutado en el madero. No está aquí, porque
ha sido resucitado, tal como él dijo. Vengan, miren el lugar donde
estaba tendido. Y ahora vayan rápido y díganles a sus discípulos:
‘Ha sido levantado de entre los muertos y, fíjense, va delante de
ustedes camino a Galilea’” (Mateo 28:5-7). Al instante, “asustadas
pero rebosantes de felicidad”, las mujeres corren a contárselo a los
discípulos (Mateo 28:8).
Cuando eso ocurre, María ya se ha encontrado con Pedro y
Juan. Casi sin poder respirar, les dice: “¡Se han llevado de la tumba
al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto!” (Juan
20:2). Entonces, Pedro y Juan salen corriendo hacia la tumba.
Como Juan es más rápido, llega antes. Mira desde fuera y ve las
vendas, pero no entra.
En cambio, cuando llega Pedro, este entra en la tumba sin
pensárselo. Allí ve los paños de lino y la tela con la que le habían
envuelto la cabeza a Jesús. Después, Juan decide entrar, y
100

entonces cree lo que les ha contado María. Pero, a pesar de lo que


Jesús les había dicho, ninguno de ellos entiende que ha resucitado
(Mateo 16:21). Desconcertados, Pedro y Juan regresan a casa. Sin
embargo, María, que acaba de volver a la tumba, decide quedarse
allí.
Mientras tanto, las otras mujeres corren a contarles a los
discípulos que Jesús está vivo. Por el camino, Jesús se encuentra
con ellas y les dice: “¡Hola!”. Ellas caen a sus pies y le rinden
homenaje. A continuación, Jesús les dice: “No tengan miedo.
Vayan, avisen a mis hermanos para que vayan a Galilea; allí me
verán” (Mateo 28:9, 10).
Antes de eso, cuando tuvo lugar el terremoto y se aparecieron
unos ángeles en la tumba, los soldados que hacían guardia “se
pusieron a temblar y quedaron como muertos”. Cuando se
recuperan, entran en la ciudad y les cuentan a los sacerdotes
principales todo lo que ha pasado. Entonces, después de consultar
con los ancianos de los judíos, los sacerdotes deciden pagar una
cantidad de dinero a los soldados para que no cuenten la verdad y
para que digan: “Sus discípulos vinieron de noche y robaron el
cuerpo mientras nosotros dormíamos” (Mateo 28:3, 4, 11, 13).
Los soldados romanos pueden ser ejecutados si se duermen
mientras están de guardia. Así que los sacerdotes les prometen:
“Si esto [la mentira de que se habían quedado dormidos] llega a
oídos del gobernador, nosotros se lo explicamos. Ustedes
no tendrán de qué preocuparse” (Mateo 28:14). Los soldados
aceptan el soborno y hacen lo que los sacerdotes les indican.
De modo que entre los judíos se extiende la mentira de que han
robado el cuerpo de Jesús.
María Magdalena sigue llorando junto a la tumba. Cuando se
agacha para mirar adentro, ve a dos ángeles vestidos de blanco
sentados donde había estado el cuerpo de Jesús: uno a la
cabecera y el otro a los pies. Entonces ellos le preguntan: “Mujer,
¿por qué estás llorando?”. Y ella les responde: “Porque se han
llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Después de decir
101

esto, se vuelve y ve a alguien más. Este le hace la misma pregunta


que han hecho los ángeles y añade: “¿A quién buscas?”. María,
pensando que es el jardinero, le dice: “Si tú te lo has llevado, señor,
dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré” (Juan 20:13-15).
En realidad, María está hablando con el mismo Jesús, pero en
ese momento ella no lo reconoce. Sin embargo, cuando él le dice:
“¡María!”, se da cuenta de que es Jesús, pues lo reconoce por su
modo de hablarle. Muy emocionada, María grita: “¡Rabbóni!” (que
significa “maestro”). Pero, como tiene miedo de que Jesús suba al
cielo en ese mismo momento, se agarra a él. Así que él le dice:
“Deja de agarrarte de mí, porque todavía no he subido al Padre.
Vete adonde están mis hermanos y diles: ‘Voy a subir a mi Padre
y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes’” (Juan 20:16, 17).
María le hace caso y corre adonde están reunidos los apóstoles
y otros discípulos. Las otras mujeres ya les han explicado lo que
ha ocurrido. Ahora, María les dice: “¡He visto al Señor!”, y les
cuenta lo que él le ha dicho (Juan 20:18). Sin embargo, a los
presentes les parece que sus palabras son solo tonterías (Lucas
24:11).
[Recuadro de la página 305]
◊ ¿Qué hace María Magdalena cuando ve que la tumba está vacía?
¿Qué les ocurre a las otras mujeres?
◊ ¿Cómo reaccionan Pedro y Juan cuando se encuentran la tumba
vacía?
◊ ¿A quién se encuentran las otras mujeres de camino hacia donde
están los discípulos? ¿Qué sucede cuando María Magdalena
regresa a la tumba?
◊ ¿Qué hacen los discípulos cuando escuchan lo que les cuentan
las mujeres?
102

CAPÍTULO 135
Después de resucitar, Jesús se aparece a muchos
LUCAS 24:13-49 JUAN 20:19-29
• SE APARECE A DOS DISCÍPULOS DE CAMINO A
EMAÚS
• EXPLICA CLARAMENTE LAS ESCRITURAS EN
VARIAS OCASIONES
• TOMÁS DEJA DE DUDAR
Todavía es domingo 16 de nisán, y los discípulos están muy
desanimados. No entienden lo que significa el hecho de que la
tumba de Jesús esté vacía (Mateo 28:9, 10; Lucas 24:11). Más
tarde, ese mismo día, Cleopas y otro discípulo salen de Jerusalén
y se dirigen a Emaús, que está a unos 11 kilómetros (7 millas).
Por el camino, van hablando de lo que ha ocurrido. Entonces se
les une un desconocido y les pregunta: “¿Sobre qué van
debatiendo por el camino?”. Cleopas le contesta: “¿Es que eres un
extranjero que vives solo en Jerusalén y por eso no te has enterado
de las cosas que han pasado allí estos días?”. “¿Qué cosas?”, les
pregunta él (Lucas 24:17-19).
Ellos le responden: “Lo que pasó con Jesús el Nazareno [...].
Pero nosotros esperábamos que sería él quien liberaría a Israel”
(Lucas 24:19-21).
Cleopas y su compañero le cuentan las cosas que han pasado
durante el día. Le dicen que unas mujeres que fueron a la tumba
de Jesús la encontraron vacía y presenciaron un suceso
sobrenatural: se les aparecieron unos ángeles que dijeron que
Jesús está vivo. Además, ellos le explican a este desconocido que
otros también fueron a la tumba y “encontraron todo tal como las
mujeres habían dicho” (Lucas 24:24).
103

Los dos discípulos están confusos porque no entienden lo que


ha pasado. Así que el desconocido les corrige su manera de pensar
equivocada que les impide creer que Jesús ha resucitado. Les dice:
“¡Qué insensatos son y qué lentos para creer todas las cosas que
dijeron los profetas! ¿Acaso el Cristo no tenía que sufrir estas
cosas y entrar en su gloria?” (Lucas 24:25, 26). A continuación, les
explica en detalle muchos relatos de las Escrituras relacionados
con el Cristo.
Finalmente, los tres llegan a las afueras de Emaús. Como los
dos discípulos desean oír más, le ruegan al desconocido: “Quédate
con nosotros, que es casi de noche y el día ya está a punto de
terminar”. De modo que él se queda con ellos a cenar. Después de
orar, parte el pan y empieza a dárselo a ellos. Entonces lo
reconocen. Pero, en ese momento, desaparece (Lucas 24:29-31).
Ahora ya no tienen ninguna duda de que Jesús está vivo.
Los dos discípulos comentan muy entusiasmados todo lo que
les ha pasado: “¿Acaso no nos ardía dentro el corazón cuando él
venía hablándonos por el camino, cuando nos explicaba
claramente las Escrituras?” (Lucas 24:32). De inmediato, regresan
a Jerusalén, y allí se encuentran con los apóstoles y otros
discípulos. Antes de que Cleopas y su compañero puedan decir
nada, los demás declaran: “¡Es un hecho que el Señor fue
resucitado y se le apareció a Simón!” (Lucas 24:34). Después, los
dos cuentan cómo Jesús se les apareció. En efecto, ellos también
lo han visto con sus propios ojos.
De repente, Jesús se aparece en la habitación. Cuando los
discípulos lo ven, se quedan muy impresionados, pues tienen las
puertas cerradas con llave por miedo a los judíos. Aun así, Jesús
está allí de pie en medio de ellos y les dice con calma: “Tengan
paz”. Pero ellos están aterrados. Como ya les pasó en otra ocasión,
se imaginan que están “viendo un espíritu” (Lucas 24:36, 37; Mateo
14:25-27).
Para demostrarles que no es un espíritu ni tampoco fruto de su
imaginación, sino que es de carne y hueso, Jesús les muestra sus
104

manos y sus pies y les dice: “¿Por qué están alarmados? ¿Por qué
les han surgido dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies:
soy yo mismo. Tóquenme y miren, porque un espíritu no tiene
carne y huesos como ven que tengo yo” (Lucas 24:36-39). Aunque
están asombrados y muy contentos, todavía no se lo acaban de
creer.
Por eso, Jesús les da otra prueba de que es real. Les pregunta:
“¿Tienen por ahí algo de comer?”. Entonces toma un pedazo de
pescado asado y se lo come. Luego les explica: “Estas son las
palabras que les dije mientras todavía estaba con ustedes [antes
de morir]: que todas las cosas escritas sobre mí en la Ley de
Moisés, en los Profetas y en los Salmos tenían que cumplirse”
(Lucas 24:41-44).
Jesús ha ayudado a Cleopas y a su compañero a entender las
Escrituras, y ahora hace lo mismo con los que están allí reunidos.
Les dice: “Esto es lo que está escrito: que el Cristo sufriría y se
levantaría de entre los muertos al tercer día y que, en su nombre,
en todas las naciones —comenzando por Jerusalén—, se
predicaría arrepentimiento para el perdón de pecados. Ustedes
tienen que ser testigos de estas cosas” (Lucas 24:46-48).
Por alguna razón, el apóstol Tomás no está allí. Por eso,
durante los días siguientes, los demás discípulos le cuentan
emocionados: “¡Hemos visto al Señor!”. Pero él les contesta: “A
menos que vea en sus manos la marca de los clavos y meta mi
dedo en la herida de los clavos y meta mi mano en su costado,
jamás lo voy a creer” (Juan 20:25).
Ocho días después, los discípulos se reúnen de nuevo con las
puertas cerradas con llave, y esta vez Tomás está con ellos. En ese
momento, Jesús se aparece en medio de ellos con un cuerpo
humano y les saluda: “Tengan paz”. Luego le dice a Tomás: “Pon
tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado. Deja de dudar y cree”. Entonces Tomás exclama: “¡Mi
Señor y mi Dios!” (Juan 20:26-28). Ahora a Tomás no le queda
105

ninguna duda de que Jesús está vivo como un ser espiritual


poderoso y que es el representante de Dios.
Finalmente, Jesús le dice: “¿Has creído porque me has visto?
Felices los que no han visto y aun así creen” (Juan 20:29).
[Recuadro de la página 307]
◊ ¿Qué les pregunta un desconocido a dos discípulos que van
hacia Emaús?
◊ ¿Por qué les arde el corazón a estos dos discípulos?
◊ ¿Qué noticias emocionantes escuchan Cleopas y su compañero
cuando regresan a Jerusalén? ¿Qué sucede allí?
◊ ¿Qué convence a Tomás de que Jesús está vivo?
106

CAPÍTULO 136
En la orilla del mar de Galilea
JUAN 21:1-25
• JESÚS SE APARECE EN EL MAR DE GALILEA
• PEDRO Y OTROS DEBEN ALIMENTAR A LAS
OVEJAS
La última noche que estuvo con los apóstoles, Jesús les dijo:
“Después de ser resucitado, iré delante de ustedes camino a
Galilea” (Mateo 26:32; 28:7, 10). Ahora, muchos de sus discípulos
se dirigen allí, pero ¿qué harán en Galilea?
Allí, Pedro les dice a seis de los apóstoles: “Me voy a pescar”.
Y los seis le contestan: “Nos vamos contigo” (Juan 21:3). Sin
embargo, no logran pescar nada en toda la noche. Al amanecer,
Jesús aparece en la playa, pero ellos no lo reconocen. Entonces
Jesús les grita: “Hijos míos, no tienen nada que comer, ¿verdad?”.
Ellos le contestan: “No”. Así que Jesús les dice: “Echen la red al
lado derecho de la barca y encontrarán algo” (Juan 21:5, 6).
Cuando lo hacen, la red se llena de tantos peces que no pueden
sacarla.
En ese momento, Juan le dice a Pedro: “¡Es el Señor!” (Juan
21:7). Enseguida, Pedro se pone la ropa, que se había quitado para
pescar. Se lanza al mar y nada unos 90 metros (100 yardas) hasta
la orilla mientras los demás lo siguen despacio en la barca,
arrastrando la red llena de peces.
Al llegar a la orilla, ven “un fuego” y “pescado sobre las brasas,
y pan”. Entonces Jesús les pide: “Traigan algunos de los peces que
acaban de pescar”. De modo que Pedro arrastra a tierra la red, que
contiene 153 peces grandes. Luego Jesús les dice: “Vengan a
desayunar”. Ninguno se atreve a preguntarle quién es, porque
saben que es Jesús (Juan 21:9-12). Esta es la tercera vez que
Jesús se le aparece a un grupo de discípulos.
107

Jesús les da a todos un poco de pan y pescado. Después,


quizás mirando a los peces que hay en la red, le pregunta a Pedro:
“Simón hijo de Juan, ¿me amas más que a estos?”. Jesús quiere
saber si para Pedro es más importante su negocio de pesca o la
obra que él desea que haga. Pedro le responde: “Sí, Señor, tú
sabes que te quiero”. Así que Jesús le dice: “Alimenta a mis
corderos” (Juan 21:15).
A continuación, Jesús vuelve a preguntarle: “Simón hijo de
Juan, ¿me amas?”. Tal vez desconcertado, Pedro le responde sin
dudar: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Entonces, Jesús le pide
algo parecido a lo que le ha dicho antes: “Pastorea a mis ovejitas”
(Juan 21:16).
Por tercera vez, Jesús le pregunta: “Simón hijo de Juan, ¿me
quieres?”. Es posible que Pedro piense que Jesús duda de su
lealtad. Por eso le contesta con firmeza: “Señor, tú lo sabes todo;
tú sabes que yo te quiero”. De nuevo, Jesús destaca lo que Pedro
debe hacer: “Alimenta a mis ovejitas” (Juan 21:17). Así es, quienes
dirigen la congregación deben servir a los que forman parte del
rebaño de Dios.
A Jesús lo arrestaron y lo mataron porque hizo lo que Dios le
había mandado. Ahora le explica a Pedro que le ocurrirá algo
parecido, pues le dice: “Cuando eras más joven, tú mismo te
vestías y andabas por donde querías; pero, cuando envejezcas,
extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará adonde
no quieras”. Aun así, Jesús le pide: “Continúa siguiéndome” (Juan
21:18, 19).
Entonces, Pedro ve al apóstol Juan y le pregunta a Jesús:
“Señor, ¿y qué va a ser de este?”. ¿Qué le ocurrirá al apóstol por
el que Jesús siente un cariño especial? Jesús le responde: “Si
quiero que se quede aquí hasta que yo venga, ¿qué te importa eso
a ti?” (Juan 21:21-23). Pedro debe seguir a Jesús sin preocuparse
de lo que hagan los demás. De todos modos, Jesús indica que
Juan vivirá más que los otros apóstoles y tendrá una visión de la
venida de Jesús como Rey.
108

Por supuesto, Jesús hizo muchas más cosas, pero no hay


suficientes rollos para escribirlas todas.
[Recuadro de la página 309]
◊ ¿Cómo sabemos que los apóstoles no están seguros de lo que
deben hacer en Galilea?
◊ ¿Cómo reconocen los apóstoles a Jesús en el mar de Galilea?
◊ Según destaca Jesús, ¿qué deben hacer quienes dirigen la
congregación?
◊ ¿Qué dice Jesús sobre la muerte que le espera a Pedro?
109

CAPÍTULO 137
Cientos de personas ven a Jesús antes de Pentecostés
MATEO 28:16-20 LUCAS 24:50-52 HECHOS 1:1-12;
2:1-4
• JESÚS SE APARECE A MUCHOS
• ASCIENDE AL CIELO
• DERRAMA ESPÍRITU SANTO SOBRE UNOS 120
DISCÍPULOS
Después de resucitar, Jesús les dice a sus 11 apóstoles que
vayan a una montaña de Galilea para reunirse con él. También
están allí unos 500 discípulos. Algunos de ellos todavía dudan que
Jesús esté vivo, pero lo que les dice a continuación los convence
del todo (Mateo 28:17; 1 Corintios 15:6).
Jesús les explica que Dios le ha dado toda autoridad en el cielo
y en la Tierra, y les da el siguiente mandato: “Vayan y hagan
discípulos de gente de todas las naciones. Bautícenlos en el
nombre del Padre, del Hijo y del espíritu santo. Enséñenles a
obedecer todo lo que yo les he mandado” (Mateo 28:18-20). Está
claro que Jesús está vivo y sigue queriendo que se prediquen las
buenas noticias del Reino.
Todos los seguidores de Jesús —hombres, mujeres y niños—
reciben la comisión de hacer discípulos. Aunque sus enemigos
probablemente intentarán detener la obra de predicar y enseñar,
Jesús les asegura: “Se me ha dado toda la autoridad en el cielo y
en la tierra”. ¿Qué quiere decir? Añade: “Recuerden, estaré con
ustedes todos los días hasta la conclusión del sistema”. No está
diciendo que todos los que participen en la obra de predicar las
buenas noticias harán milagros. Pero sí tendrán la ayuda del
espíritu santo.
En total, Jesús se aparece a sus discípulos “durante 40 días”.
Se presenta ante ellos con diferentes cuerpos humanos, les da
110

“muchas pruebas convincentes” de que está vivo y les habla


“acerca del Reino de Dios” (Hechos 1:3; 1 Corintios 15:7).
Al parecer, mientras los apóstoles están todavía en Galilea,
Jesús les da la instrucción de ir a Jerusalén. Y, cuando se reúne
allí con ellos, les ordena: “No se vayan de Jerusalén. Sigan
esperando lo que el Padre ha prometido, aquello de lo que les he
hablado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán
bautizados con espíritu santo dentro de pocos días” (Hechos
1:4, 5).
Más tarde, Jesús se reúne de nuevo con sus apóstoles.
Entonces los lleva “a las afueras, hasta Betania”, que está en la
ladera oriental del monte de los Olivos (Lucas 24:50). A pesar de
todo lo que Jesús les ha dicho sobre su partida, ellos todavía
piensan que su Reino se establecerá de alguna manera en la Tierra
(Lucas 22:16, 18, 30; Juan 14:2, 3).
Por eso, los apóstoles le preguntan: “Señor, ¿vas a restaurar el
reino en Israel en este tiempo?”. Él les contesta: “No les
corresponde a ustedes saber los tiempos o épocas que el Padre
ha puesto bajo su propia autoridad”. A continuación, vuelve a
destacar la obra que deben realizar: “Recibirán poder cuando el
espíritu santo venga sobre ustedes. Y serán mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta la parte más lejana de
la tierra” (Hechos 1:6-8).
Los apóstoles siguen en el monte de los Olivos cuando, de
repente, Jesús empieza a ascender al cielo. Enseguida una nube
lo oculta. Tras su resurrección, él se ha presentado ante sus
discípulos con diferentes cuerpos humanos. Ahora, se deshace del
cuerpo con el que se ha aparecido en esta ocasión y sube al cielo
como un ser espiritual (1 Corintios 15:44, 50; 1 Pedro 3:18).
Mientras los apóstoles están mirando cómo Jesús se va, “dos
hombres vestidos de blanco” aparecen al lado de ellos. Son
ángeles con cuerpos humanos, que les preguntan: “Hombres de
Galilea, ¿por qué están ahí de pie mirando al cielo? Este Jesús,
111

que estaba con ustedes y fue llevado al cielo, vendrá de la misma


manera en que lo han visto irse al cielo” (Hechos 1:10, 11).
Jesús se va de la Tierra sin llamar la atención. De hecho, solo
lo ven ascender al cielo sus leales seguidores. Cuando regrese, lo
hará “de la misma manera”, sin llamar la atención. Solo sus
seguidores se darán cuenta de su presencia como Rey.
Luego, los apóstoles regresan a Jerusalén y, durante los días
siguientes, se reúnen con otros discípulos. Entre ellos están “María
la madre de Jesús” y “los hermanos de él” (Hechos 1:14). Todos
oran con constancia. Entre otras cosas, le piden a Dios que los
ayude a elegir un discípulo que reemplace a Judas Iscariote para
que vuelva a haber 12 apóstoles (Mateo 19:28). Quieren que sea
un discípulo que haya sido testigo de las actividades de Jesús y de
su resurrección. Así que echan suertes para saber cuál es la
voluntad de Dios. Esta es la última vez que la Biblia menciona esta
práctica (Salmo 109:8; Proverbios 16:33). El que sale elegido es
Matías, tal vez uno de los 70 a los que Jesús envió a predicar.
Desde ese momento, es “añadido a los 11 apóstoles” (Hechos
1:26).
Diez días después de que Jesús regresó al cielo, los judíos
celebran la Fiesta del Pentecostés del año 33. En esa ocasión,
unos 120 discípulos están reunidos en una habitación que hay en
el piso de arriba de una casa en Jerusalén. De repente se oye un
ruido, como el de una fuerte ráfaga de viento, que llena toda la
casa. Los discípulos ven aparecer algo similar a lenguas de fuego,
que se posan sobre ellos, una sobre cada uno. Entonces, todos los
presentes comienzan a hablar en diferentes idiomas. Así se cumple
la promesa de Jesús de que el espíritu santo se derramaría sobre
ellos (Juan 14:26).
[Recuadro de la página 311]
◊ ¿A quiénes da Jesús unas instrucciones en una montaña de
Galilea? ¿Qué les dice Jesús?
112

◊ Después de su resurrección, ¿durante cuántos días se aparece


Jesús a sus discípulos? ¿Qué hace en esas ocasiones?
◊ La manera en que Jesús sube al cielo, ¿qué nos enseña sobre
su regreso?
◊ ¿Qué sucede en el Pentecostés del año 33?
113

“TESTIMONIO CABAL” DEL REINO DE DIOS


CAPÍTULO 2
“Serán testigos de mí”
Jesús prepara a los apóstoles para encabezar la
predicación
Basado en Hechos 1:1-26
SI FUERA por ellos, la experiencia que están viviendo
no terminaría jamás. En efecto, las últimas semanas han estado
llenas de emoción. Al resucitar Jesús, pasaron de la más terrible
desolación al júbilo más desbordante. Y en los últimos cuarenta
días se les ha aparecido en varias ocasiones a fin de animarlos e
instruirlos. Pero esta vez será la última.
2
Reunidos en el monte de los Olivos, los apóstoles están
pendientes de cada sílaba que pronuncia Cristo. Cuando termina
de hablar —¡qué rápido ha pasado todo!—, contemplan cómo alza
sus manos, los bendice y comienza a elevarse. Absortos, lo ven
ascender por el aire hasta que lo oculta una nube. Y aun después
de que desaparece, siguen con la mirada clavada en las alturas
(Luc. 24:50; Hech. 1:9, 10).
3
Esta escena marca un hito en su vida. ¿Qué van a hacer ahora
que el Maestro se les ha ido al cielo? Les toca continuar la
importante obra que él inició. Pero están listos para hacerlo. ¿Qué
preparación recibieron? ¿Cómo reaccionaron? ¿Qué tiene que ver
eso con nosotros? Al repasar el capítulo 1 de Hechos, encontramos
respuestas sumamente alentadoras.
“Muchas pruebas positivas” (Hechos 1:1-5)
4
Lucas comienza su crónica dirigiendo la palabra a Teófilo, a
quien ya había dedicado su Evangelio. Deja claro que se trata de
una continuación, pues repasa los sucesos consignados en la parte
final de aquel primer libro, aunque usando palabras diferentes y
aportando nuevos detalles.
114

5
A continuación, Lucas indica cómo fortaleció Jesús la fe de sus
seguidores. Según Hechos 1:3, “se les mostró vivo por muchas
pruebas positivas”. Lucas, “el médico amado”, es el único escritor
bíblico que emplea la palabra griega traducida “pruebas positivas”
(Col. 4:14). Se trata de un término técnico, propio de los textos de
medicina, y se refiere a pruebas decisivas, concluyentes, que
ofrecen total credibilidad. ¡Así de convincentes son las pruebas que
aportó Cristo! Fueron muchas sus apariciones: a veces ante uno o
dos discípulos, a veces ante todos los apóstoles, y en una ocasión
ante más de quinientos creyentes (1 Cor. 15:3-6). Sin duda,
pruebas claras y fidedignas.
6
Hoy, nuestra fe también se basa en “muchas pruebas
positivas”. Contamos con pruebas contundentes de que Jesús vivió
en la Tierra, murió por nuestros pecados y fue resucitado. Los
relatos de testigos oculares que incorpora la Palabra inspirada de
Dios son tan confiables que no necesitamos más. Por eso, al
estudiarlos a la luz de la oración se fortalece grandemente nuestra
fe. No olvidemos que la fe verdadera no es simple credulidad, sino
una convicción que se funda en pruebas sólidas. Y esa fe es
imprescindible para obtener la vida eterna (Juan 3:16).
7
Hechos añade que Jesús explicó a sus discípulos “cosas
acerca del reino de Dios”. Por ejemplo, les aclaró profecías que
habían anunciado su propia muerte en medio de grandes
sufrimientos (Luc. 24:13-32, 46, 47). Y como él era el heredero al
trono, al dar detalles sobre su papel mesiánico estaba centrando la
atención en el Reino de Dios. En realidad, este gobierno fue
siempre el tema principal de su predicación, y lo mismo debe ser
en nuestro caso (Mat. 24:14; Luc. 4:43).
“Hasta la parte más distante de la tierra” (Hechos 1:6-12)
8
Durante la conversación en el monte de los Olivos se hizo
patente la curiosidad de los apóstoles. En la que sería su última
reunión con Jesús en la Tierra, le preguntaron: “Señor, ¿estás
restaurando el reino a Israel en este tiempo?” (Hech. 1:6).
Al plantearle esta cuestión, demostraron que tenían dos ideas
115

equivocadas. Primero, creían que el Reino de Dios volvería a


ejercerse mediante la nación de Israel. Y segundo, esperaban que
ese gobierno prometido comenzara enseguida, pues emplearon la
expresión “en este tiempo”. ¿Cómo los ayudó Jesús?
9
No les habló del primer error, seguramente porque sabía que
iban a rectificarlo en muy corto plazo. De hecho, diez días más
tarde presenciarían el nacimiento de una nueva nación: el Israel
espiritual. La relación de Dios con el antiguo pueblo del pacto se
acercaba a su fin. Pero Jesús sí trató el segundo punto. Con
bondad, les recordó: “No les pertenece a ustedes adquirir el
conocimiento de los tiempos o sazones que el Padre ha colocado
en su propia jurisdicción” (Hech. 1:7). El único Señor del Tiempo es
Jehová. Poco antes de su muerte, Jesús admitió que “solo el
Padre” sabía el “día y hora” en que vendría el fin; en aquel
entonces, esa información no la poseía nadie más, ni siquiera él, el
propio Hijo de Dios (Mat. 24:36). Hasta el día de hoy, los cristianos
hacemos bien en no inquietarnos por la fecha del fin. De otro modo,
nos estaríamos preocupando por algo que no nos “pertenece”, algo
que no nos compete.
10
Pero ¡cuidado! No nos apresuremos a juzgar a los apóstoles.
Eran hombres de gran fe que aceptaron con humildad la corrección
de Jesús. Además, aunque sus razonamientos estaban mal
fundados, revelaban una excelente disposición. El propio Cristo les
había dirigido varias veces esta exhortación: “Manténganse alerta”
(Mat. 24:42; 25:13; 26:41). Espiritualmente hablando, estaban muy
despiertos, ansiosos de ver señales de que Jehová intervendría
pronto. Esa actitud vigilante es la que debemos adoptar. De hecho,
es más urgente que nunca que la cultivemos, ya que vivimos en el
trascendental período de “los últimos días” (2 Tim. 3:1-5).
11
Las palabras que Jesús dirigió luego a sus apóstoles les
recordaron cuál debería ser su principal interés: “Recibirán poder
cuando el espíritu santo llegue sobre ustedes, y serán testigos de
mí tanto en Jerusalén como en toda Judea, y en Samaria, y hasta
la parte más distante de la tierra” (Hech. 1:8). Como vemos,
tendrían que proclamar la resurrección de Cristo en círculos cada
116

vez más amplios: primero, en la ciudad donde había sido


ejecutado, Jerusalén; luego, por toda Judea; más tarde, en
Samaria, y así hasta llegar a regiones muy apartadas.
12
Sabiamente, antes de dar esa comisión, Jesús reiteró su
promesa de enviarles una ayuda: el espíritu santo. Esta es una de
las más de cuarenta veces que aparece la expresión “espíritu
santo” en Hechos. Y si por algo se destaca este libro es por recalcar
en multitud de ocasiones lo imprescindible que es apoyarse en
dicha fuerza para hacer la voluntad de Jehová. ¡Cuánto
necesitamos pedir día tras día ese espíritu! (Luc. 11:13.) Nos hace
más falta que nunca.
13
Para los siervos de Dios de la actualidad, la expresión “hasta
la parte más distante de la tierra” abarca un territorio mucho mayor
que para los del siglo I. Aun así, como vimos en el capítulo anterior,
hemos aceptado gustosamente el reto de llevar las buenas nuevas
del Reino a gente de toda nación, conscientes de que es la
voluntad de Dios (1 Tim. 2:3, 4). ¿Participa usted con entusiasmo
en esta obra salvadora? No hay nada que proporcione más
satisfacción y contribuya más a la realización personal. Además,
Jehová nos da las fuerzas para efectuarla. Y el libro de Hechos
contiene muchas indicaciones sobre los métodos y actitudes que
nos ayudarán a hacerlo de la forma más eficiente.
14
Al inicio del capítulo mencionamos que, después de ver a
Jesús elevarse por los aires y desaparecer de su vista, los once
apóstoles siguieron parados donde estaban, mirando a lo alto. Pero
llegaron dos ángeles y los reprendieron con bondad: “Varones de
Galilea, ¿por qué están de pie mirando al cielo? Este Jesús que fue
recibido de entre ustedes arriba al cielo, vendrá así de la misma
manera como lo han contemplado irse al cielo” (Hech. 1:11).
¿Querían decir que Jesús regresaría con el mismo cuerpo, tal
como enseñan algunas religiones? No. ¿Cómo lo sabemos?
No dijeron que volvería con la misma forma, sino “de la misma
15

manera”. Ahora bien, ¿cuál fue la manera en que se marchó?


Cuando los ángeles pronunciaron aquellas palabras, él ya
117

no estaba visible. Solo unos cuantos hombres, los apóstoles,


comprendían que Jesús había dejado la Tierra y se dirigía al Padre,
a la región celestial. Su regreso tendría que producirse de una
manera semejante, y de hecho, así ha sido. Solo quienes gozan de
discernimiento espiritual comprenden que Cristo está presente
como Rey (Luc. 17:20). Por eso, hay que reconocer las pruebas de
su presencia y explicárselas al prójimo para que también entienda
la urgencia de los tiempos.
“Designa cuál [...] has escogido” (Hechos 1:13-26)
16
Como era de esperar, los apóstoles “regresaron a Jerusalén
con gran gozo” (Luc. 24:52). Habían recibido claras instrucciones
del Maestro. Pero ¿las cumplirían? En Hechos 1:13, 14 los
encontramos reunidos en un “aposento de arriba”, es decir, en un
cuarto que, como era común en las viviendas de Palestina, estaba
situado en la planta alta, a la que se accedía por una escalera
exterior. Tal vez estuviera en la casa de la madre de Marcos,
mencionada en Hechos 12:12. En todo caso, seguramente era
sencillo y funcional. Ahora bien, ¿quiénes acudieron allí y qué
actividades realizaron?
17
La reunión no estuvo limitada a los apóstoles ni tampoco a los
discípulos varones. Había “algunas mujeres”, entre ellas la madre
de Jesús. Esta es la última vez que se menciona a María por
nombre en la Biblia. Y es apropiado recordarla en ese marco,
congregada humildemente para servir a Dios junto con los demás
creyentes, sin ánimos de exaltarse sobre ellos. ¡Y cuánto debe
haberla consolado la presencia de sus otros cuatro hijos! Mientras
Jesús estuvo en la Tierra, sus medio hermanos no aceptaron la
verdad, pero a raíz de su muerte y resurrección cambiaron de
forma radical (Mat. 13:55; Juan 7:5; 1 Cor. 15:7).
18
Observemos también para qué se juntaron: “Todos estos
persistían de común acuerdo en [la] oración” (Hech. 1:14). Las
reuniones siempre han sido parte integral de la adoración cristiana.
En ellas nos animamos unos a otros, recibimos instrucción y
consejos, y sobre todo, damos culto a nuestro Padre Jehová
118

ofreciéndole oraciones y alabanzas que son gratas a sus ojos y al


mismo tiempo contribuyen a nuestra edificación. ¡Nunca
descuidemos estas ocasiones tan sagradas! (Heb. 10:24, 25.)
19
En aquel tiempo, los seguidores de Cristo tuvieron que
atender un importante asunto de organización, y fue Pedro el que
tomó la iniciativa (Hech. 1:15-26). ¡Qué alentador ver el progreso
de este apóstol, sobre todo teniendo en cuenta que unas semanas
antes había negado a su Señor! (Mar. 14:72.) Dado que todos
estamos sujetos al pecado, necesitamos recordarnos
constantemente que Jehová es bueno y está listo para
perdonarnos si nos arrepentimos de corazón (Sal. 86:5).
20
Pedro entendió que se debía buscar un sustituto de Judas,
quien había traicionado a Jesús. Pero ¿a quién? Como indicó el
propio Pedro, el nuevo apóstol debía haber acompañado a Cristo
durante todo su ministerio y haber sido testigo de su resurrección
(Hech. 1:21, 22). Aquello encajaba muy bien con esta promesa de
Jesús: “Ustedes los que me han seguido también se sentarán
sobre doce tronos y juzgarán a las doce tribus de Israel” (Mat.
19:28). Por lo que se ve, Jehová tenía el propósito de que las “doce
piedras de fundamento” de la Nueva Jerusalén fueran doce
apóstoles que hubieran seguido a Jesús durante su ministerio
terrestre (Rev. 21:2, 14). De modo que permitió a Pedro
comprender que la siguiente profecía debía cumplirse en el caso
de Judas: “Su puesto de superintendencia tómelo otro” (Sal. 109:8).
21
¿Cómo se hizo la selección? Echando suertes (Pro. 16:33).
Aunque la toma de decisiones mediante sorteo era habitual en
tiempos bíblicos, es la última vez que las Escrituras mencionan su
utilización para este fin. Todo indica que cayó en desuso cuando
se derramó el espíritu santo. Fijémonos, no obstante, en la razón
por la que se empleó en este caso. Los apóstoles elevaron una
oración en la que dijeron: “Tú, oh Jehová, que conoces los
corazones de todos, designa cuál de estos dos hombres has
escogido” (Hech. 1:23, 24). Así que lo que ellos pretendían era
dejar la decisión en manos de Jehová. El que resultó elegido para
119

formar parte del grupo de “los doce” fue Matías, probablemente uno
de los 70 discípulos enviados por Jesús a predicar (Hech. 6:2).
22
Este suceso subraya la importancia de la organización dentro
del pueblo de Dios. Hoy, como ayer, se necesitan más
superintendentes en las congregaciones. Pero antes de
recomendar hombres responsables, el cuerpo de ancianos pide a
Dios la guía de su espíritu y se asegura de que reúnan las
condiciones exigidas en la Biblia. Por eso, reconociendo que los
hermanos que llegan a ser ancianos han sido nombrados por
espíritu santo, aceptamos su autoridad y acatamos su dirección.
Así contribuimos a que reine en la congregación una actitud
cooperativa (Heb. 13:17).
23
Ciertamente, las apariciones de Jesús y las sabias decisiones
en materia de organización animaron y fortalecieron a los
discípulos. Habían quedado bien preparados para el suceso
trascendental que analizaremos en el próximo capítulo.
[Notas]
En el Evangelio, Lucas llama a su destinatario “excelentísimo
Teófilo”, lo que tal vez indique que se trataba de un hombre
ilustre que aún no era creyente. Pero en Hechos es llamado
“Teófilo” a secas, sin títulos honoríficos. Algunos estudiosos
creen que después de leer el Evangelio abrazó el cristianismo,
y por eso Lucas se dirige a él como hermano espiritual.
Este pasaje no usa el término griego morfé (“forma”), sino trópos
(“manera”).
Con el correr del tiempo, Pablo fue designado “apóstol a las
naciones”, pero nunca formó parte del grupo de los doce (Rom.
11:13; 1 Cor. 15:4-8). Ese privilegio escapaba a su alcance,
pues él no había seguido a Jesús durante su ministerio
terrestre.
[Preguntas del estudio]
120

1-3. ¿Cómo fueron los últimos momentos de Jesús con sus


apóstoles, y qué preguntas podemos plantearnos?
4. ¿Cómo comienza Lucas el libro de Hechos?
5, 6. a) ¿Qué fortaleció la fe de los discípulos de Jesús? b) ¿Por
qué decimos que nuestra fe también se basa en “muchas
pruebas positivas”?
7. Al realizar la obra de predicar y enseñar, ¿qué ejemplo dio Jesús
a sus discípulos?
8, 9. a) ¿Qué dos creencias erróneas tenían los apóstoles? b)
¿Qué dijo Jesús para corregir a sus apóstoles, y cómo nos
ayuda su respuesta?
10. ¿Qué actitud de los apóstoles debemos imitar, y por qué?
11, 12. a) ¿Qué comisión dio Jesús a sus discípulos? b) ¿Por qué
fue sabio que Jesús hablara del espíritu santo antes de
mencionar la comisión de predicar?
13. ¿Hasta dónde debemos llegar con la predicación, y por qué
debemos realizarla con entusiasmo?
14, 15. a) ¿Qué dijeron los ángeles acerca del regreso de Cristo, y
qué querían indicar? (Véase también la nota.) b) ¿En qué
sentido ha tenido lugar el regreso de Cristo “de la misma
manera” que su partida?
16-18. a) ¿Qué nos enseña Hechos 1:13, 14 acerca de las
reuniones cristianas? b) ¿Qué aprendemos del ejemplo de
la madre de Jesús? c) ¿Por qué son tan importantes
nuestras reuniones?
19-21. a) ¿Qué aprendemos de que Dios permitiera a Pedro
desempeñar un papel activo en la congregación? b) ¿Por
qué había que reemplazar a Judas, y qué nos enseña la
forma en que se atendió este asunto?
121

22, 23. ¿Por qué debemos aceptar la autoridad y acatar la dirección


de los hermanos que sirven al frente de las congregaciones?
[Ilustración de la página 19]
Aceptamos la autoridad y acatamos la dirección de los
superintendentes cristianos
122

CAPÍTULO 138
Cristo, a la derecha de Dios
HECHOS 7:56
• JESÚS SE SIENTA A LA DERECHA DE DIOS
• SAULO SE HACE DISCÍPULO DE JESÚS
• TENEMOS RAZONES PARA ESTAR CONTENTOS
Durante la Fiesta de Pentecostés, 10 días después de que
Jesús subió al cielo, se derramó espíritu santo sobre algunos
discípulos. Esto demostró que él realmente estaba en el cielo. Pero
esa no fue la única prueba. Justo antes de que el discípulo Esteban
muriera apedreado por dar testimonio de manera fiel, exclamó:
“¡Miren! Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la
derecha de Dios” (Hechos 7:56).
Ya en el cielo con su Padre, Jesús tendría que esperar una
orden específica que la Palabra de Dios había predicho. David
escribió por inspiración: “Jehová le declaró a mi Señor [Jesús]:
‘Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como
banquillo para tus pies’”. Cuando terminara ese periodo de espera,
Jehová le ordenaría a Jesús: “Ve dominando en medio de tus
enemigos” (Salmo 110:1, 2). Pero ¿qué haría hasta que llegara el
momento de actuar contra ellos?
En el Pentecostés del año 33, se formó la congregación
cristiana. Así que, desde el cielo, Jesús empezó a reinar sobre sus
discípulos ungidos por espíritu (Colosenses 1:13). Los guio en la
predicación y los preparó para el papel que tendrían en el futuro.
¿De qué papel estamos hablando? Los que fueran fieles hasta la
muerte serían reyes con Jesús en el cielo cuando resucitaran.
Un ejemplo destacado de alguien que llegaría a ser un rey en el
cielo es Saulo, más conocido por su nombre romano, Pablo. Es un
judío que siempre se ha esforzado mucho por cumplir con la Ley
de Dios. Sin embargo, los líderes religiosos judíos lo orientaron tan
123

mal que hasta aprobó que apedrearan a Esteban. Ahora sigue


amenazando a los discípulos del Señor y desea asesinarlos.
Incluso recibe permiso del sumo sacerdote, Caifás, para arrestar a
los seguidores de Jesús que hay en Damasco y llevarlos a
Jerusalén (Hechos 7:58; 9:1). Pero, por el camino, una luz brillante
envuelve a Saulo y él cae al suelo.
Entonces oye una voz que le dice: “Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?”. Saulo pregunta: “¿Quién eres, Señor?”. Y la voz le
responde: “Soy Jesús, a quien tú persigues” (Hechos 9:4, 5).
Jesús le dice a Saulo que entre en Damasco y espere más
instrucciones, pero tienen que acompañarlo porque esa luz
sobrenatural lo ha dejado ciego. En otra visión, Jesús se le aparece
a Ananías, uno de sus discípulos que vive en Damasco, y le pide
que vaya a cierta casa para encontrarse con Saulo. Al principio,
Ananías tiene miedo, pero Jesús le asegura: “Este hombre es un
instrumento escogido por mí para llevar mi nombre a las naciones,
así como a reyes y a los hijos de Israel”. De modo que Saulo
recupera la vista y, allí mismo, en Damasco, empieza a “predicar
en las sinagogas acerca de Jesús, diciendo que es el Hijo de Dios”
(Hechos 9:15, 20).
Con el apoyo de Jesús, Pablo y otros evangelizadores
continúan con la predicación que Jesús inició. Y, gracias a la
bendición de Dios, consiguen resultados extraordinarios. Unos
veinticinco años después de la aparición de Jesús en el camino a
Damasco, Pablo escribe que las buenas noticias del Reino “se han
predicado en toda la creación que está bajo el cielo” (Colosenses
1:23).
Años después, Jesús le muestra a su amado apóstol Juan
varias visiones, que podemos leer en el libro bíblico de Apocalipsis.
Así que Juan vive lo suficiente para ver, mediante estas visiones,
la venida de Jesús como Rey (Juan 21:22). Por inspiración del
espíritu, Juan llega a estar “en el día del Señor” (Apocalipsis 1:10).
¿Cuándo sería ese “día”?
124

Un estudio cuidadoso de las profecías bíblicas indica que el “día


del Señor” empezó en 1914. Ese año comenzó la Primera Guerra
Mundial. Las décadas siguientes han estado marcadas por más
guerras, enfermedades, hambre, terremotos y otros sucesos. Todo
ello cumple a plenitud la “señal” que Jesús les dio a sus apóstoles
sobre su “presencia” y “el fin” (Mateo 24:3, 7, 8, 14). En la
actualidad, las buenas noticias del Reino no solo se predican en el
territorio del antiguo Imperio romano, sino en todo el mundo.
Juan escribió guiado por Dios lo que significan todas estas
cosas: “¡Ahora se han hecho realidad la salvación, el poder y el
Reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo!” (Apocalipsis
12:10). Así es, el Reino celestial de Dios, del que tanto habló Jesús,
ya está gobernando.
Sin duda, esta es una magnífica noticia para todos los
discípulos leales de Jesús, que pueden hacer suyas estas palabras
de Juan: “Por esta razón, ¡alégrense, cielos y los que viven en ellos!
Pero ¡ay de la tierra y del mar! Porque el Diablo ha bajado adonde
están ustedes lleno de furia, ya que sabe que le queda poco
tiempo” (Apocalipsis 12:12).
Así que Jesús ya no está esperando a la derecha de su Padre.
Ahora gobierna como Rey y pronto destruirá a todos sus enemigos
(Hebreos 10:12, 13). Pero ¿qué emocionantes sucesos tendrán
lugar en el futuro?
[Recuadro de la página 313]
◊ ¿Qué hizo Jesús después de subir al cielo?
◊ ¿Cuándo empezó el “día del Señor”, y qué sucedió después?
◊ ¿Por qué tenemos razones para estar contentos?
125

CAPÍTULO 139
Jesús trae el Paraíso y termina su misión
1 CORINTIOS 15:24-28
• QUÉ LES PASARÁ A LAS OVEJAS Y LAS CABRAS
• MUCHAS PERSONAS VIVIRÁN EN EL PARAÍSO
EN LA TIERRA
• JESÚS DEMUESTRA SER EL CAMINO, LA
VERDAD Y LA VIDA
Poco después de su bautismo, Jesús se enfrentó al Diablo, que
estaba decidido a hacerlo fracasar incluso antes de que empezara
su ministerio. Este enemigo trató de tentar a Jesús varias veces,
pero Jesús pudo decir sobre él: “Viene el gobernante del mundo,
aunque sobre mí él no tiene ningún poder” (Juan 14:30).
El apóstol Juan tuvo una visión sobre lo que le pasaría al “gran
dragón, la serpiente original, al que llaman Diablo y Satanás”. Este
feroz enemigo de la humanidad sería expulsado del cielo y estaría
“lleno de furia” al saber que “le queda poco tiempo” (Apocalipsis
12:9, 12). Los cristianos tenemos razones de sobra para creer que
estamos viviendo durante este “poco tiempo” y que muy pronto “el
gran dragón, la serpiente original”, será encerrado en el abismo,
donde no podrá hacer nada por 1.000 años. Durante ese periodo,
Jesús gobernará como Rey del Reino de Dios (Apocalipsis 20:1, 2).
¿Qué sucederá en nuestro hogar, la Tierra, en esos
1.000 años? ¿Quién vivirá aquí, y cómo será la vida? Jesús mismo
dio las respuestas. En la parábola de las ovejas y las cabras mostró
el futuro que les espera a los humanos obedientes que son como
ovejas, los que tratan bien a los hermanos de Jesús y colaboran
con ellos. También dejó claro lo que les pasará a los que hacen
justo lo contrario, los que son como cabras. Él dijo: “Estos [las
cabras] irán a la destrucción eterna, pero los justos [las ovejas] irán
a la vida eterna” (Mateo 25:46).
126

Estas palabras nos ayudan a entender lo que Jesús le dijo al


delincuente que estaba colgado en un madero a su lado. Jesús
no le ofreció la misma recompensa a él que a sus apóstoles fieles.
A ellos les prometió que estarían en el Reino, en el cielo. Pero al
ladrón le dijo: “Yo te aseguro hoy: estarás conmigo en el Paraíso”
(Lucas 23:43). Así que a este hombre se le dio la esperanza de
vivir en el Paraíso: un hermoso lugar parecido a un jardín o parque.
Por lo tanto, en el futuro, aquellas personas a las que Jesús juzgue
como ovejas y consigan “la vida eterna” también estarán en ese
Paraíso.
Esto encaja con la descripción que el apóstol Juan hizo de cómo
será la vida en la Tierra en ese tiempo. Él escribió: “La tienda de
Dios está con la humanidad. Él residirá con ellos y ellos serán su
pueblo. Dios mismo estará con ellos. Y les secará toda lágrima de
sus ojos, y la muerte ya no existirá, ni habrá más tristeza ni llanto
ni dolor. Las cosas anteriores han desaparecido” (Apocalipsis
21:3, 4).
Para que ese delincuente pueda vivir en el Paraíso, tendrá que
resucitar. Y él no será el único, pues Jesús prometió: “Viene la hora
en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán:
los que hayan hecho cosas buenas, para una resurrección de vida,
y los que hayan hecho cosas malas, para una resurrección de
juicio” (Juan 5:28, 29).
Ahora bien, ¿qué harán los apóstoles fieles y las demás
personas que forman el pequeño grupo que estará en el cielo con
Jesús? La Biblia dice: “Serán sacerdotes de Dios y del Cristo, y
reinarán con él por los 1.000 años” (Apocalipsis 20:6). Los que
gobiernen en el cielo con Cristo habrán sido hombres y mujeres
que vivieron en la Tierra. Por eso, seguro que serán compasivos y
comprensivos con sus súbditos humanos (Apocalipsis 5:10).
Jesús aplicará los beneficios de su sacrificio a los humanos que
vivan en la Tierra y los librará de la maldición del pecado heredado.
Además, Cristo y los que gobiernen con él harán que los seres
humanos obedientes alcancen la perfección. Al fin, la humanidad
127

disfrutará de la vida tal y como Dios quería al principio, cuando les


dijo a Adán y Eva que tuvieran hijos y llenaran la Tierra. Incluso la
muerte que trajo el pecado de Adán desaparecerá.
Así, Jesús habrá completado la misión que Jehová le dio.
Al final de su gobierno de 1.000 años, le entregará a su Padre el
Reino y la humanidad ya perfecta. Respecto a este extraordinario
acto de humildad de Jesús, el apóstol Pablo escribió: “Cuando
todas las cosas hayan sido sometidas a él, entonces el Hijo mismo
también se someterá a aquel que sometió todas las cosas a él, para
que Dios sea todas las cosas para todos” (1 Corintios 15:28).
Está claro que Jesús tiene un papel muy importante en el
cumplimiento de los maravillosos propósitos de Dios. Y, a medida
que esos propósitos continúen realizándose por toda la eternidad,
Jesús siempre será lo que él mismo dijo: “el camino, la verdad y la
vida” (Juan 14:6).
[Recuadro de la página 316]
◊ ¿Qué futuro le espera al Diablo, el gran enemigo de la
humanidad?
◊ ¿Quiénes vivirán en el Paraíso, y cómo será la vida allí?
◊ ¿Qué misión habrá completado Jesús después de los
1.000 años, y qué hará entonces?
[Ilustración de la página 315]
128

Imitemos el ejemplo de Jesús


SEAMOS COMPASIVOS
Como Jesús era perfecto, no experimentó muchos de los
problemas y preocupaciones que tenemos los humanos. Sin
embargo, se interesó de verdad en las personas y estuvo dispuesto
a hacer grandes esfuerzos por ellas. No se limitó a hacer solo lo
necesario, sino que fue más allá. Sin duda, la compasión lo motivó
a ayudar a los demás. Podemos ver algunos ejemplos en los
capítulos 32, 37, 57 y 99.
SEAMOS ACCESIBLES
Personas de todas las edades —jóvenes y mayores— se sentían
con la libertad de acercarse a Jesús porque él no era distante
ni tenía aires de superioridad. Al ver el interés personal que les
mostraba, todos se sentían cómodos con él. Fijémonos en cómo
demostró ser accesible en los capítulos 25, 27 y 95.
OREMOS CON FRECUENCIA
Jesús hacía oraciones sinceras con regularidad, tanto en privado
como en presencia de quienes adoraban a Dios. Oraba en muchas
ocasiones, no solo antes de comer. En sus oraciones, le daba
gracias y alabanza a su Padre, y le pedía guía antes de tomar
decisiones importantes. Analicemos las situaciones que
se mencionan en los capítulos 24, 34, 91, 122 y 123.
SEAMOS ALTRUISTAS
En ocasiones, aunque Jesús necesitara descansar y relajarse,
renunció a ello para ayudar a otros. No fue egoísta. En esto
también nos puso un ejemplo que debemos seguir con atención.
Veamos cómo mostró esta cualidad en los capítulos 19, 41 y 52.
PERDONEMOS A OTROS
Jesús no solo enseñó la importancia de estar siempre dispuestos
a perdonar, también puso el ejemplo al tratar con sus discípulos y
129

con otras personas. Veamos cómo lo hizo en los capítulos 26, 40,
64, 85 y 131.
SIRVAMOS A DIOS CON TODO NUESTRO CORAZÓN
Las profecías decían que la mayoría de los judíos rechazarían al
Mesías y que sus enemigos lo matarían. Así que Jesús podría
haberse conformado con hacer lo mínimo. Sin embargo, se esforzó
al máximo por promover la adoración verdadera. De esa manera,
nos puso a todos sus seguidores un ejemplo que podemos imitar
cuando enfrentamos indiferencia o incluso oposición. Meditemos
en lo que explican los capítulos 16, 72 y 103.
SEAMOS HUMILDES
Jesús era superior a los humanos imperfectos en muchísimos
aspectos, como por ejemplo en conocimiento y sabiduría. Era
perfecto, así que nadie podía igualar sus capacidades físicas y
mentales. No obstante, fue humilde y sirvió a los demás. Podemos
aprender sobre su humildad en los capítulos 10, 62, 66, 94 y 116.
SEAMOS PACIENTES
Cuando los apóstoles y otras personas no imitaban el ejemplo de
Jesús o no ponían en práctica sus consejos, él siempre era
paciente con ellos. Les repetía con paciencia las lecciones que
necesitaban aprender para acercarse más a Jehová. Veamos
algunas muestras de la paciencia de Jesús en los capítulos 74, 98,
118 y 135.
130

LECCIONES QUE APRENDO DE LA BIBLIA


LECCIÓN 87
La última cena de Jesús
Los judíos celebraban la Pascua todos los años el día 14 del
mes de nisán. Así recordaban que Jehová los había liberado de la
esclavitud en Egipto y los había llevado a la Tierra Prometida. En el
año 33, Jesús y los apóstoles celebraron la Pascua en una
habitación en la parte de arriba de una casa en Jerusalén. Al final
de la cena, Jesús dijo: “Uno de ustedes va a traicionarme”. Los
apóstoles se sorprendieron y le preguntaron: “¿Quién?”. Jesús les
contestó: “Es el hombre a quien le doy este pedazo de pan”.
Entonces le dio un pedazo de pan a Judas Iscariote. Enseguida,
Judas se levantó y se fue.
Luego Jesús hizo una oración, partió un pan y lo repartió a los
apóstoles que se quedaron con él. Les dijo: “Coman de este pan.
Representa mi cuerpo, que yo daré por ustedes”. Después, hizo
una oración por el vino, se lo pasó a los apóstoles y les dijo: “Beban
este vino. Representa mi sangre, que daré para que los pecados
sean perdonados. Les prometo que ustedes serán reyes conmigo
en el cielo. Hagan esto todos los años para recordarme”. Los
seguidores de Jesús todavía se reúnen todos los años en esa fecha
al anochecer. Esa reunión se llama la Cena del Señor.
Después de la cena, los apóstoles empezaron a discutir sobre
quién de ellos era el más importante. Pero Jesús les dijo: “El que
sea más importante entre ustedes tiene que comportarse como el
más pequeño o menos importante”.
Jesús también les dijo: “Ustedes son mis amigos. Por eso les
digo todo lo que mi Padre quiere que les diga. Muy pronto volveré
al cielo, donde está mi Padre. Pero ustedes se quedarán aquí, y la
gente sabrá que son mis discípulos por el amor que se tengan.
Deben amarse unos a otros como yo los he amado”.
131

Al final, Jesús hizo una oración pidiéndole a Jehová que cuidara


a todos los discípulos y que los ayudara a trabajar unidos y en paz.
También oró para que el nombre de Jehová se santificara.
Después, Jesús y sus apóstoles cantaron alabanzas a Jehová y
salieron. Ahora faltaba poco para que arrestaran a Jesús.
[Comentario de la página 205]
“No teman, rebaño pequeño, porque su Padre quiere darles
el Reino” (Lucas 12:32).
[Recuadro de la página 205]
Preguntas: ¿Qué prometió Jesús a sus apóstoles? Durante la
última cena que Jesús comió con sus apóstoles, ¿qué importantes
lecciones les enseñó?
Mateo 26:20-30; Lucas 22:14-26; Juan 13:1, 2, 26, 30, 34, 35;
15:12-19; 17:3-26.
132

LECCIÓN 88
Arrestan a Jesús
Jesús y los apóstoles se fueron al monte de los Olivos y pasaron
por el valle de Cedrón. Era más de medianoche y había luna llena.
Cuando llegaron al jardín de Getsemaní, Jesús les dijo: “Quédense
aquí y manténganse despiertos”. Luego, Jesús se alejó un poco de
ellos y se arrodilló. Se sentía muy angustiado y oró a Jehová: “Que
se haga tu voluntad”. Entonces Jehová envió a un ángel para
animarlo. Después, Jesús volvió adonde estaban tres de sus
apóstoles y los encontró dormidos. Así que les dijo: “¡Despiértense!
Este no es momento de dormir. Ya ha llegado la hora para que sea
entregado a mis enemigos”.
Enseguida llegó Judas, con un gran grupo armado con
espadas y garrotes. Sabía dónde encontrar a Jesús porque había
ido con él y los apóstoles a ese jardín muchas veces. Judas les
había dicho a los soldados que él les iba a mostrar quién era Jesús.
Fue derecho adonde Jesús y le dijo: “Hola, Maestro”, y le dio un
beso. Jesús le dijo: “Judas, ¿me traicionas con un beso?”.
Jesús dio un paso al frente y le preguntó a los hombres: “¿A
quién buscan?”. Ellos dijeron: “A Jesús el Nazareno”. Él les
contestó: “Soy yo”. Ellos retrocedieron y cayeron al suelo. Jesús les
preguntó de nuevo: “¿A quién buscan?”. Y ellos otra vez
respondieron: “A Jesús el Nazareno”. Jesús les contestó: “Ya les
dije que soy yo. Así que dejen que estos hombres se vayan”.
Cuando Pedro se dio cuenta de lo que estaba pasando, sacó
una espada y le cortó la oreja a Malco, que era esclavo del sumo
sacerdote. Pero Jesús le tocó la oreja y lo curó. Entonces le dijo a
Pedro: “Guarda tu espada. Porque si luchas con la espada, morirás
por la espada”. Los soldados agarraron a Jesús y le ataron las
manos, y los apóstoles huyeron. Luego, la gente se llevó a Jesús a
ver al sacerdote principal Anás. Él interrogó a Jesús y lo mandó a
la casa del sumo sacerdote, Caifás. Pero ¿qué pasó con los
apóstoles?
133

[Comentario de la página 207]


“En el mundo van a tener sufrimientos. Pero ¡sean valientes!, que
yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
[Recuadro de la página 207]
Preguntas: ¿Qué pasó en el jardín de Getsemaní? ¿Qué
aprendemos de lo que Jesús hizo esa noche?
Mateo 26:36-57; Marcos 14:32-50; Lucas 22:39-54; Juan 18:1-
14, 19-24.
134

LECCIÓN 89
Pedro niega a Jesús
Mientras Jesús todavía estaba con sus apóstoles en la
habitación donde comió la última cena, les dijo: “Todos ustedes me
van a abandonar esta noche”. Pedro le dijo: “Yo no. Aunque los
demás te dejen, yo nunca te voy a dejar”. Pero Jesús le respondió
a Pedro: “Antes de que un gallo cante, dirás tres veces que no me
conoces”.
Cuando los soldados se llevaron a Jesús a la casa de Caifás, la
mayoría de los apóstoles ya habían huido. Pero dos de ellos
siguieron con la gente. Uno era Pedro. Él entró al patio de la casa
de Caifás y se acercó a un fuego para calentarse. A la luz del fuego,
una sirvienta vio la cara de Pedro y dijo: “¡Yo te conozco! ¡Tú
andabas con Jesús!”.
Pedro respondió: “No. No es cierto. No sé de qué hablas”, y se
fue hacia la puerta. Entonces otra sirvienta lo vio y les dijo a los
demás: “¡Este hombre andaba con Jesús!”. Pedro contestó: “¡Ni
siquiera sé quién es Jesús!”. También un hombre dijo: “Tú eres uno
de ellos. Se te nota, hablas como los galileos, igual que Jesús”.
Pero Pedro juró: “¡No lo conozco!”.
En ese momento, un gallo cantó. Pedro vio que Jesús lo estaba
mirando y recordó las palabras que Jesús le había dicho. Así que
salió y lloró mucho.
Mientras tanto, el Sanedrín se había reunido en la casa
de Caifás para hacer un juicio a Jesús. El Sanedrín era el tribunal
de los líderes religiosos. Ya habían decidido matarlo y estaban
buscando una razón para poder hacerlo. Pero no encontraban
nada de qué acusarlo. Al final, Caifás le preguntó a Jesús: “¿Eres
tú el Hijo de Dios?”. Jesús contestó: “Sí, lo soy”. Entonces Caifás
dijo: “No necesitamos más pruebas. ¡Esto es una blasfemia!”.
El tribunal estuvo de acuerdo y dijo: “Este hombre tiene que morir”.
Le dieron bofetadas, le escupieron, le taparon los ojos, lo
golpearon y le dijeron: “¡Si eres un profeta, dinos quién te pegó!”.
135

Cuando se hizo de día, se llevaron a Jesús a la sala del


Sanedrín y le preguntaron de nuevo: “¿Eres tú el Hijo de Dios?”.
Jesús les contestó: “Sí. Ustedes mismos están diciendo que lo
soy”. Entonces lo acusaron de blasfemia, o sea, de insultar a Dios,
y se lo llevaron al palacio del gobernador romano Poncio Pilato.
¿Qué pasó después? Vamos a verlo.
[Comentario de la página 208]
“La hora [...] ha llegado [...] en que serán dispersados. Cada uno
se irá a su propia casa y me dejarán solo. Aunque no estoy solo,
porque el Padre está conmigo” (Juan 16:32).
[Recuadro de la página 209]
Preguntas: ¿Qué pasó en el patio de la casa de Caifás? El tribunal
condenó a muerte a Jesús, ¿por qué razón?
Mateo 26:31-35, 57-27:2; Marcos 14:27-31, 53-15:1; Lucas
22:55-71; Juan 13:36-38; 18:15-18, 25-28.
136

LECCIÓN 90
Jesús muere en el Gólgota
Los sacerdotes principales se llevaron a Jesús al palacio del
gobernador. Allí Pilato les preguntó: “¿De qué acusan a este
hombre?”. Ellos respondieron: “¡Dice que es rey!”. Pilato le
preguntó a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús le
contestó: “Mi Reino no es parte de este mundo”.
Luego Pilato envió a Jesús a Herodes, el gobernador de Galilea,
para ver si él encontraba de qué acusarlo. Herodes vio que Jesús
no había hecho nada malo y lo envió de nuevo a Pilato. Entonces,
Pilato le dijo a la gente: “Ni Herodes ni yo vemos que este hombre
sea culpable de nada. Voy a dejarlo libre”. Pero la gente gritaba:
“¡Mátalo! ¡Mátalo!”. Los soldados le dieron latigazos, le escupieron
y lo golpearon. Le pusieron una corona de espinas y se burlaron de
él diciendo: “¡Buenos días, rey de los judíos!”. Pilato le dijo otra vez
a la gente: “Yo no veo que este hombre haya hecho nada malo”.
Pero ellos gritaban: “¡Clávalo en el madero!”. Así que Pilato entregó
a Jesús para que lo ejecutaran.
Entonces, se llevaron a Jesús a un lugar llamado Gólgota.
Lo clavaron a un madero y lo dejaron colgado allí. Jesús le oró a
Jehová: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
La gente se burlaba de Jesús diciéndole: “¡Si eres el Hijo de Dios,
bájate del madero y sálvate!”.
Uno de los delincuentes que estaba colgado al lado de Jesús le
dijo: “Acuérdate de mí cuando entres en tu Reino”. Jesús le
prometió: “Estarás conmigo en el Paraíso”. Por la tarde, hubo una
oscuridad que duró tres horas. Algunos de los discípulos se
quedaron de pie cerca del madero, incluso María, la madre de
Jesús. Él le pidió a Juan que cuidara de María como si fuera su
propia madre.
Al final, Jesús dijo: “¡Se ha cumplido!”. Agachó la cabeza y dio
su último suspiro. En ese momento, hubo un terremoto muy fuerte.
La gran cortina del templo que separaba el Santo del Santísimo se
137

rompió por la mitad. Entonces, un oficial del ejército dijo: “Está claro
que este hombre era el Hijo de Dios”.
[Comentario de la página 211]
“Sin importar cuántas sean las promesas de Dios, estas
han llegado a ser sí mediante él” (2 Corintios 1:20).
[Recuadro de la página 211]
Preguntas: ¿Por qué dejó Pilato que mataran a Jesús? Jesús se
preocupaba más por otros que por él mismo, ¿cómo lo demostró?
Mateo 27:11-14, 22-31, 38-56; Marcos 15:2-5, 12-18, 25, 29-33,
37-39; Lucas 23:1-25, 32-49; Juan 18:28-19:30.
138

LECCIÓN 91
La resurrección de Jesús
Después que Jesús murió, un hombre rico llamado José le pidió
permiso a Pilato para quitar el cuerpo de Jesús del madero. José
envolvió el cuerpo de Jesús en telas de lino de buena calidad, con
especias aromáticas, y lo puso en una tumba nueva. Luego mandó
que rodaran una gran piedra para tapar la entrada. Los sacerdotes
principales le dijeron a Pilato: “Nos preocupa que los discípulos de
Jesús roben el cuerpo y digan que él resucitó”. Así que Pilato les
dijo: “Sellen la tumba y pongan guardias”.
Tres días más tarde, unas mujeres fueron a la tumba temprano
por la mañana. Descubrieron que alguien había hecho rodar la
piedra, y la tumba estaba abierta. Dentro de la tumba había un
ángel, que les dijo: “No tengan miedo. Jesús ha resucitado.
Díganles a los discípulos que vayan a Galilea a encontrarse con
él”.
María Magdalena fue rápido a buscar a Pedro y a Juan. Les dijo:
“Alguien se ha llevado el cuerpo de Jesús”. Pedro y Juan fueron
corriendo a la tumba. Cuando vieron que estaba vacía, regresaron
a sus casas.
Después, María volvió a la tumba. Allí dentro vio a dos ángeles
y les dijo: “No sé adónde se han llevado a mi Señor”. Entonces vio
a un hombre y pensó que era el jardinero. Le preguntó: “Señor, por
favor, dime dónde lo has puesto”. Cuando el hombre respondió:
“¡María!”, ella se dio cuenta de que era Jesús. Ella dijo: “¡Maestro!”,
y se agarró de él. Jesús le dijo: “Diles a mis hermanos que me has
visto”. Enseguida, María se fue corriendo y les contó a los
discípulos que había visto a Jesús.
Más tarde, ese mismo día, dos discípulos iban de Jerusalén a
Emaús. Un hombre se puso a caminar con ellos y les preguntó de
qué estaban hablando. Ellos le dijeron: “¿No te has enterado?
Hace tres días, los sacerdotes principales mandaron matar a
Jesús. Ahora unas mujeres están diciendo que él está vivo”.
139

El hombre les preguntó: “¿Es que no creen en los profetas? Ellos


dijeron que el Cristo tenía que morir y después ser resucitado”.
Luego siguió explicándoles más cosas de las Escrituras. Al llegar a
Emaús, los discípulos le pidieron que se quedara con ellos. Cuando
estaban cenando, él hizo una oración por el pan, y los discípulos
se dieron cuenta de que el hombre era Jesús. Entonces
desapareció.
Los dos discípulos se fueron corriendo a Jerusalén. Llegaron a
la casa donde se habían reunido los apóstoles y les contaron lo que
había pasado. Mientras estaban dentro de la casa, Jesús se les
apareció. Al principio, los apóstoles no podían creer que era Jesús.
Pero él les dijo: “Miren mis manos, tóquenme. Estaba escrito que
el Cristo se levantaría de entre los muertos”.
[Comentario de la página 213]
“Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar al Padre
si no es por medio de mí” (Juan 14:6).
[Recuadro de la página 213]
Preguntas: ¿Qué pasó cuando las mujeres fueron a la tumba de
Jesús? ¿Qué pasó en el camino a Emaús?
Mateo 27:57-28:10; Marcos 15:42-16:8; Lucas 23:50-24:43;
Juan 19:38-20:23.
140

LECCIÓN 92
Jesús se aparece a los pescadores
Tiempo después de que Jesús se les apareció a los apóstoles,
Pedro se fue a pescar al mar de Galilea. Tomás, Santiago, Juan y
otros discípulos se fueron con él. Pasaron toda una noche
pescando, pero no atraparon nada.
A la mañana siguiente, muy temprano, vieron a un hombre de
pie en la playa. Desde la orilla les preguntó: “¿Pescaron algo?”.
Ellos le respondieron: “No”. El hombre les dijo: “Echen su red al
lado derecho de la barca”. Después que la echaron, la red se llenó
de tantos peces que no podían subirla a la barca. De repente, Juan
se dio cuenta de que el hombre era Jesús y dijo: “¡Es el Señor!”.
Pedro se lanzó al agua enseguida y nadó hasta la orilla. Los otros
discípulos lo siguieron en la barca.
Cuando llegaron a la orilla, vieron un fuego. Había pescado
sobre el fuego y pan. Jesús les pidió que trajeran algunos de los
peces que acababan de pescar para cocinarlos también.
Y entonces les dijo: “Vengan a desayunar”.
Al terminar de desayunar, Jesús le preguntó a Pedro: “¿Me
amas más que a estos pescados?”. Pedro le contestó: “Sí, Señor,
tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Entonces, alimenta a mis
corderos”. De nuevo, Jesús le preguntó: “Pedro, ¿me amas?”.
Pedro le respondió: “Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo:
“Pastorea a mis ovejitas”. Jesús le preguntó lo mismo por tercera
vez. Pedro se puso muy triste y le contestó: “Señor, tú lo sabes
todo. Sabes que te quiero”. Jesús le pidió: “Alimenta a mis ovejitas”.
Y luego le dijo: “Continúa siguiéndome”.
[Comentario de la página 215]
“Les dijo: ‘Síganme y yo los haré pescadores de hombres’.
Enseguida ellos dejaron las redes y lo siguieron” (Mateo 4:19, 20).
[Recuadro de la página 215]
141

Preguntas: ¿Qué milagro hizo Jesús cuando se encontró con los


pescadores? Jesús le preguntó tres veces a Pedro si lo amaba,
¿por qué crees que le preguntó eso?
Juan 21:1-19, 25; Hechos 1:1-3.
142

LECCIÓN 93
Jesús regresa al cielo
Jesús se reunió con sus discípulos en Galilea. Les dio un
mandato muy importante: “Vayan y hagan discípulos de gente de
todas las naciones. Enséñenles todo lo que yo les he enseñado y
bautícenlos”. Luego les prometió: “Recuerden, yo siempre estaré
con ustedes”.
Después que resucitó, Jesús se apareció por 40 días a cientos
de sus discípulos en Galilea y Jerusalén. Les enseñó lecciones
importantes e hizo muchos milagros. Al final, se reunió por última
vez con sus apóstoles en el monte de los Olivos. Jesús les había
dicho: “No se vayan de Jerusalén. Sigan esperando lo que el Padre
ha prometido”.
Sus apóstoles no habían entendido lo que Jesús quiso decir,
por eso le preguntaron: “¿Vas a ser ya el rey de Israel?”. Jesús les
respondió: “Jehová no quiere que yo sea rey todavía. Pero muy
pronto ustedes recibirán el espíritu santo que les dará poder, y
serán mis testigos. Así que vayan a predicar a Jerusalén, a Judea,
a Samaria y hasta la parte más lejana de la Tierra”.
Entonces, Jesús subió al cielo, y una nube lo tapó. Sus
discípulos se quedaron mirando hacia arriba, pero él desapareció.
Los discípulos se fueron del monte de los Olivos y regresaron a
Jerusalén. Allí tenían la costumbre de reunirse y orar en una
habitación en la parte de arriba de una casa. Esperaban que Jesús
les diera más instrucciones.
[Comentario de la página 216]
“Las buenas noticias del Reino se predicarán en toda la tierra
habitada para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá
el fin” (Mateo 24:14).
[Recuadro de la página 216]
143

Preguntas: ¿Qué mandato les dio Jesús a sus discípulos? ¿Qué


pasó en el monte de los Olivos?
Mateo 28:16-20; Lucas 24:49-53; Juan 20:30, 31; Hechos 1:2-
14; 1 Corintios 15:3-6.
[Ilustración a toda plana de la página 217]

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