Textos de La Controversia Origenista

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Apologeticus pro Origene.

Textos

1. Eusebio de Cesarea, HE VI,19,4-9: “Las cosas que en Moisés están dichas con
claridad, ellos alardean de que son enigmas y les dan un aire divino, como de oráculos
llenos de ocultos misterios y después de hechizar con el humo de su orgullo la facultad
crítica del alma, llevan a cabo sus interpretaciones… Pero este género de absurdo lo han
recibido de aquel varón a quien yo también traté siendo todavía muy joven, que tuvo
enorme reputación y que aún la tiene por los escritos que dejó, de Orígenes, digo, cuya
gloria se ha esparcido ampliamente entre los maestros de estas doctrinas. Efectivamente,
habiendo sido oyente de Ammonio, el cual en nuestros tiempos ha sido el que más ha
progresado en filosofía, llegó a adquirir de su maestro un gran aprovechamiento para el
dominio de las ciencias, pero en lo que atañe a la recta orientación de la vida emprendió
el camino contrario al de Ammonio. Efectivamente, Ammonio era cristiano y sus padres
lo educaron en las doctrinas cristianas, pero cuando entró en contacto con el pensar y la
filosofía, inmediatamente se convirtió a un género de vida conforme a las leyes.
Orígenes, en cambio, griego y educado en las doctrinas griegas, vino a dar en la
temeridad propia de los bárbaros. Dándose a ellas se corrompió él y corrompió su
dominio de las ciencias. En cuanto a su vida, vivía como cristiano y en contra de las
leyes. Por lo que hace a sus opiniones acerca de las cosas y de la divinidad, pensaba
como griego e introducía lo griego en las fábulas extranjeras. Porque él vivía en trato
continuo con Platón y frecuentaba las obras de Numenio, de Cronio, de Apolófanes, de
Longino, de Moderato, de Nicómaco y de los autores más conspicuos de los pitagóricos.
También usaba los libros del estoico Queremón y de Cornuto. Por ellos conoció él la
interpretación alegórica de los misterios de los griegos y la acomodó a las Escrituras
judías”. Esto dice Porfirio en el libro tercero de los que él escribió Contra los cristianos.

2. Justiniano, Edicto al patriarca Menas de Constantinopla, publicado en el sínodo de


Constantinopla (543): Anatematismos contra Orígenes. 1. Si alguno dice o siente que
las almas de los hombres preexisten, como que antes fueron inteligentes y santas
potencias, que se hartaron de la divina contemplación y se volvieron en peor y que por
ello se enfriaron (psychô) en el amor de Dios, de donde les viene el nombre de almas
(psychê), y que por castigo fueron arrojadas a los cuerpos, sea anatema. 2. Si alguno
dice o siente que el alma del Señor preexistía y que se unió con el Verbo Dios antes de
encarnarse y nacer de la Virgen, sea anatema. 3. Si alguno dice o siente que primero fue
formado el cuerpo de nuestros Señor Jesucristo en el seno de la santa Virgen y que
después se le unió Dios Verbo y el alma que preexistía, sea anatema. 4. Si alguno dice o
siente que el Verbo de Dios fue hecho semejante a todas las órdenes o jerarquías
celestes, convertido para los querubines en querubín y para los serafines en serafín y, en
una palabra, hecho semejante a todas las potestades celestes, sea anatema. 5. Si alguno

1
dice o siente que en la resurrección de los cuerpos de los hombres resucitarán en forma
esférica y no confiesa que resucitaremos rectos, sea anatema. 6. Si alguno dice o siente
que el cielo y el sol y la luna y las estrellas y las aguas que están encima de los cielos
están animados y que son una especie de potencias animadas e inteligentes, sea
anatema. 7. Si alguno dice o siente que Cristo Señor ha de ser crucificado en el siglo
venidero por la salvación de los demonios, como lo fue por la de los hombres, sea
anatema. 8. Si alguno dice o siente que el poder de Dios es limitado y que sólo obró en
la creación cuanto pudo abarcar y pensar; o que las criaturas son coeternas a Dios, sea
anatema. 9. Si alguno dice o siente que el castigo de los demonios o de los hombres
impíos es temporal y que en algún momento tendrá fin, o que se dará la reintegración de
los demonios o de los hombres impíos, sea anatema.

3. Jerónimo, Epístola 3,1-3.6: Queridísimo Rufino, aunque por la enseñanza de los


libros sagrados siempre he sabido que Dios otorga más de lo que se le pide…, sin
embargo ahora lo he experimentado en causa propia. Pues yo que creía deseo muy
atrevido poder imaginar una especie de presencia entre nosotros por el intercambio de
nuestras cartas, me entero ahora de que estás penetrando en los secretos de Egipto,
visitando los coros de los monjes y recorriendo la familia celeste en la tierra. ¡Ojalá en
este instante el Señor Jesucristo me concediera de repente ser trasladado junto a ti, como
lo fue Felipe junto al eunuco o Habacuc junto Daniel! ¡Con qué abrazos me estrecharía
a tu cuello, qué besos imprimiría en aquella boca que en otro tiempo conmigo se
equivocó o conmigo fue sensata! Pero ya que no lo merezco y que frecuentes dolencias
quebrantan mi pobre cuerpo, débil aun estando sano, por eso, en mi lugar, mando a tu
encuentro esta carta, que te traiga hasta mí sin pérdida de tiempo atado por el lazo del
afecto. La primicia feliz de esta inesperada alegría me vino de Heliodoro. Yo no creía
ser cierto lo que deseaba que lo fuera… Al final se abrió paso la verdad con toda su
fuerza. Las continuas multitudes de transeúntes contaban que Rufino estaba realmente
en Nitria y que se había encaminado hacia el bienaventurado Macario. Entonces ya
quité por entero el freno de mi deseo y sentí verdaderamente estar enfermo. Y si las
debilitadas fuerzas de mi cuerpo no me lo hubieran impedido como poniendo un cepo a
mis pies, ni siquiera el calor abrasador de la mitad del verano, ni el mar siempre
inseguro para los navegantes hubieran sido suficientes para hacerme desistir de ir a tu
encuentro con piadoso apresuramiento. Yo quisiera, hermano, que me creyeras: ni el
marino, lanzado de un lado a otro por la tempestad, busca con tanto empeño el puerto,
ni los resecos sembrados echan tanto de menos la lluvia, ni la madre, sentada en el
sinuoso litoral, espera con tanta ansiedad al hijo. Desde que un inesperado torbellino me
arrebató de tu lado, desde que un cruel desgarrón arrancó a quien estaba unido a ti con
el lazo de la caridad, desde entonces “negra tormenta se cierne sobre mi cabeza”
(Virgilio, Eneida III,19)… Pero volviendo al punto de que me había desviado, te ruego

2
que mi alma no pierda al que han perdido mis ojos: al amigo que por tanto tiempo se
busca, a duras penas se encuentra y con dificultad se conserva. Brille cubierto de oro
quien lo desee y fulguren los metales preciosos de sus vestidos en suntuosos banquetes;
la amistad es cosa que no se compra, el amor no tiene precio. Una amistad que puede
cesar, nunca ha sido sincera.

3. Jerónimo, Epístola 5,1: Hasta el rincón del desierto en que vivo, allí donde Siria
limita con la región de los sarracenos, me ha sido traída una carta de tu dilección y al
leerla, de tal manera se ha vuelto a encender mi deseo de ir a Jerusalén, que lo que
hubiera aprovechado a la amistad a punto ha estado de echar a perder mi santo propósito
de vida monacal.

4. Epifanio, Panarion 64,4: La herejía que surgió de él se difundió primero en Egipto,


pero hoy también entre los más eminentes hombres, personas que habían abrazado, al
parecer, la vida monástica, se habían realmente retirado en el desierto y habían elegido
la pobreza. Tremenda también esta herejía, es más, más dañina que todas las
precedentes… Aunque no adiestre a sus discípulos en el arte de la obscenidad, sin
embargo, lanza contra la divinidad misma opiniones más peligrosas que cualquier
obscenidad. De hecho, de este tomaron sus razones Arrio y los sucesivos anomeos y
demás.

5. Jerónimo, Epístola 33,4-5: Os preguntaréis a qué viene esta mención de Varrón y


Calcéntero. Para venir a parar a nuestro Adamancio y nuestro Calcéntero, que trabajó
con tanto sudor en comentar las Santas Escrituras, que con razón recibió el sobrenombre
de Adamancio u “hombre de acero”. ¿Queréis conocer cuántos monumentos nos ha
dejado su genio? La lista siguiente os lo hará ver 1… ¿Ves cómo griegos y latinos juntos
han sido superados por el trabajo de un solo hombre? Porque ¿quién pudo leer jamás
tanto como escribió él solo? Y ¿qué paga recibió por tantos sudores? Ser condenado por
su obispo Demetrio. Si se exceptúan los obispos de Palestina, Arabia, Fenicia y Acaya,
en su condena consintió todo el orbe de la tierra. Roma misma reunió contra él un
senado, no por la novedad de su doctrina ni por razón de herejía, como inventan ahora
contra él perros rabiosos, sino porque no podían soportar la gloria de su elocuencia y de
su ciencia y porque, cuando él hablaba, todos los demás parecían mudos.

6. Rufino, en Orígenes, De principiis, praef.,3: Si en alguna parte de sus libros


encontramos algo contra lo que él mismo, en varios pasajes, ha definido rectamente
acerca de la Trinidad, lo hemos omitido como algo adulterado e ilegítimo, o bien lo
hemos expresado en conformidad con aquella regla que frecuentemente encontramos
1
No hay solo obras homiléticas en la lista, también hay tratados y comentarios.

3
afirmada por él mismo. Si en algún punto, cuando quiere avanzar rápido, se ha
expresado de modo demasiado oscuro, puesto que está hablando como a instruidos y
eruditos, nosotros, empeñados en dar una explicación para hacer más comprensible el
pasaje, hemos agregado algo más claro sobre el mismo argumento que hemos leído en
otros de sus libros.

7. Jerónimo, Epístola 84,2-5.7-9: Me echan en cara que, en algún tiempo, he alabado a


Orígenes. Si no me engaño, son dos los pasajes en que lo hago: el pequeño prefacio a
Dámaso en las homilías al Cantar de los Cantares y el prólogo al libro sobre los
Nombres hebreos. ¿Qué se dice allí de los dogmas de la Iglesia, qué del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo? ¿Qué de la resurrección de la carne, qué de la naturaleza y
sustancia del alma? Se trata de una simple traducción y de una doctrina sencilla que he
alabado con palabras sencillas. No hay allí nada que toque la fe ni los dogmas. Se
estudia únicamente el sentido moral y las oscuridades de la alegoría se aclaran con
sobria exposición. He alabado al exegeta, no al dogmático; su talento, no su fe; al
filósofo, no al apóstol. Y si quieren saber mi opinión sobre Orígenes, lean mis
comentarios al Eclesiastés, repasen mis tres volúmenes sobre la Carta a los Efesios y
verán que siempre me he opuesto a sus doctrinas. Sería una gran torpeza alabar la
ciencia de alguien hasta el punto de aprobar su impiedad. También el bienaventurado
Cipriano tiene por maestro a Tertuliano, como lo prueban sus escritos; y aunque se
deleita en el talento de este hombre sabio y apasionado, no por eso sigue, como él, a
Montano y a Maximila. Apolinar escribe unos libros muy sólidos contra Porfirio;
Eusebio tejió hermosamente la historia de la Iglesia; pero el primero introduce una
economía de Cristo reducida a la mitad y el otro es defensor notorio de la impiedad de
Arrio. Isaías dice: “¡Ay de los que al mal llaman bien y al bien mal; que dan amargo por
dulce y dulce por amargo!”. No hay que negar lo bueno de los adversarios -si realmente
tienen cosas valiosas-, ni alabar los vicios de los amigos. Cada cosa se ha de juzgar no
en razón de las personas, sino de la realidad… Denunciad sobre todo dónde defienda yo
la herejía, dónde haya alabado una doctrina errónea de Orígenes… He reunido sus
libros, lo confieso; pero esto no quiere decir que siga sus errores por haber leído todo lo
que escribió. Creed a uno que tiene experiencia; hablo como cristiano a cristianos: sus
teorías son perniciosas, ajenas a las Escrituras santas, cuyo texto incluso violentan. He
leído, lo repito, he leído a Orígenes y si en el simple leer hay culpa, la confieso: los
papiros de Alejandría dejaron vacío mi monedero. Podéis creérmelo, yo nunca he sido
origenista; y si no me lo creéis, ahora dejo de serlo… ¿Qué puedo yo hacer? ¿Negar que
yo comparta estas doctrinas? ¡No me creerán! ¿Jurar? Se reirán de mí y dirán: “De eso
tenemos de sobra en casa”. Pues voy a hacer lo único que ellos evitan cautelosamente:
publicar sus ritos y misterios y hacer que toda la astucia con que se burlan de nosotros,
los simples, quede al descubierto y ya que no creen a la voz que niega, crean a la pluma

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que acusa. Porque lo que más cuidan ellos es que sus propios escritos no se vuelvan
contra su autor querido… “Creemos -dicen- en la futura resurrección de los cuerpos”. Si
esto se dice en el sentido correcto, es una confesión limpia. Pero como hay cuerpos
celestes y terrestres y el aire que respiramos y el aura leve se llaman, por su naturaleza,
cuerpos, ellos hablan del cuerpo, no de la carne, para que el ortodoxo, al oír cuerpo,
piense en la carne y el hereje vea en ello el espíritu. Ahí está su primera trampa…
Todavía me replicarán: “Si sabías todo esto, ¿por qué lo alabaste en tus escritos?
También lo alabaría hoy si vosotros no alabarais sus errores. No me desagradaría su
talento si no agradara a algunos su impiedad. El mismo Apóstol manda: “Leedlo todo,
pero retened únicamente lo bueno” (1Ts 5,21)… No obrará contra mí si antes he dicho:
“Orígenes, que en sus otros libros supera a los demás, en el Cantar de los Cantares se
supera a sí mismo”; ni temeré la frase con que en otro tiempo, siendo yo aún joven, le
llamé doctor de las iglesias… Vosotros, en cambio, simplona e ingenuamente y sin
sombra de malicia, es decir, desdeñando los preceptos retóricos y las argucias, mientras
por una parte calificáis de heréticos los libros del Peri archon de Orígenes, culpando de
ello a otros, por otra habéis inoculado en los lectores la obsesión de discutir toda la vida
del autor… Yo sería el único malvado, que ha corregido en silencio lo que ha querido y
a fuerza de disimular sus fallos no ha hecho odioso al verdadero culpable…Yo mismo,
de quien vosotros decís ser imitadores…, si hubiera procedido con mala intención hacia
Orígenes, hubiera traducido esos mismos libros antes citados para dar a conocer sus
errores a los latinos; pero no lo hice y, aunque me lo pidieron muchos, nunca lo acepté.
Y es que no acostumbro a ensañarme con los errores de aquellos cuyo talento admiro. El
mismo Orígenes, si reviviera, se irritaría contra vosotros, partidarios suyos… Si alguien
desea alabar a Orígenes, que lo alabe como yo lo alabo. Hombre grande desde su
infancia y digno hijo de un mártir, regentó la escuela eclesiástica de Alejandría como
sucesor del presbítero Clemente… No imitemos los errores de quien no podemos seguir
las virtudes…

8. Eusebio de Cesarea, HE VII,32,25: En su tiempo conocimos a Pánfilo, hombre


distinguidísimo, verdadero filósofo por su vida misma y considerado digno del
presbiterado de la comunidad local. No sería pequeño tema mostrar quién era y de
dónde procedía, pero cada aspecto de su vida y de la escuela que él constituyó, así como
sus combates en diferentes confesiones en la persecución y la corona del martirio que se
ciñó al final de todo, lo hemos explicado al pormenor en la obra especial sobre él.

9. Focio, Biblioteca. Códice 118: Leído de Pánfilo mártir y de Eusebio, A favor de


Orígenes. La obra se compone de seis libros: los cinco primeros fueron compuestos por
Pánfilo cuando estaba en prisión, con la ayuda de Eusebio; en cuanto al sexto, puesto
que el mártir fue arrancado de la vida por la espada y partió hacia el Dios que deseaba,

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fue acabado por Eusebio… En cuanto a la Apología a favor de Orígenes, como hemos
dicho, Pánfilo la escribió con Eusebio en la celda en la que estaba encerrado y la hizo
enviar a los que sufrían en las minas a causa de Cristo; el más eminente de entre ellos
era Patermouthios, quien, poco después de la muerte de Pánfilo, terminó también sus
días en el fuego junto a otros.

10. Orígenes, De principiis I,6,1: El final o consumación parece indicar las cosas
perfectas y consumadas. Este asunto también nos advierte que, en este tema, cuando se
trata de realidades tan arduas y difíciles de comprender, si en alguno surge el deseo de
leer y de conocer tales realidades, debe contar con una capacidad de juicio
perfeccionada e instruida, no sea que, si no ha tenido ninguna experiencia en este tipo
de dificultades, algunas cosas le parezcan vanas e inútiles; o si ya trae la mente
prejuiciada y prevenida por otros, piense que estas cosas son heréticas y contrarias a la
fe eclesiástica, no tanto convencido por la razón, como decidido por el prejuicio de su
mente. Estas cosas, en efecto, son dichas por nosotros con mucho temor y cautela, más
para los que debaten y examinan, que para los que definen de manera cierta y precisa.
En todo caso, hemos indicado anteriormente cuáles son los [puntos] que deben ser
definidos como dogma claro: pienso que hemos hecho eso, de acuerdo a las
posibilidades, cuando hablábamos de la Trinidad. Y bien, apliquémonos a esto en la
medida que podamos, de manera de debatir más que definir.

11. Orígenes, De principiis II,3,7: Pues bien, cada uno de los lectores juzgue por sí
mismo, de modo diligente y minucioso, estas tres opiniones acerca del final universal y
de la suma bienaventuranza, delineadas en cuanto logramos captar, a ver si alguna de
ellas puede ser probada y adoptada.

12. Ireneo de Lyon, AH I,10,1: En efecto, la Iglesia, aunque diseminada por todo el orbe
hasta los confines de la tierra, recibió de los Apóstoles y de sus discípulos la fe en un
único Dios Padre todopoderoso, que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo cuanto hay en
ellos y en un único Jesucristo, el Hijo de Dios, encarnado por nuestra salvación, y en el
Espíritu Santo, que anunció por medio de los profetas las economías de Dios, la venida,
el nacimiento de la Virgen, la pasión, la resurrección de los muertos, la ascensión en
carne a los cielos del amado Jesucristo, nuestro Señor, así como su venida de los cielos
en la gloria del Padre, para recapitular todas las cosas y resucitar toda carne del género
humano, para que, ante Jesucristo, nuestro Señor, Dios, Salvador y Rey, conforme al
beneplácito del Padre invisible, se doble toda rodilla de los seres celestes, terrestres e
infernales, y toda lengua lo confiese, lleve a cabo en todos el juicio justo, envíe al fuego
eterno a los espíritus de la maldad, a los ángeles que transgredieron y se hicieron
apóstatas, y a los hombres impíos, injustos, inicuos y blasfemos, pero a los justos, a los

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ecuánimes, a los que han guardado sus mandamientos y a los que han perseverado en su
amor, ya desde el principio, ya después de la conversión, les da la vida, les regala la
incorrupción y los reviste de gloria eterna.

13. Orígenes, De principiis, praef., 4-5: Esta es la expresión de lo que se transmite de


modo claro por la predicación apostólica. Primero, que Dios es uno solo, que creó y
dispuso todo y que de la nada hizo existir todo; Dios desde la primera creación y
fundación del mundo, Dios de todos los justos, Adán, Abel, Set, Enós, Henoc, Noé,
Sem, Abraham, Isaac, Jacob, los doce patriarcas, Moisés y los profetas. Este mismo
Dios, en los últimos días, tal como había prometido anteriormente por sus profetas,
envió al Señor Jesucristo para llamar primero a Israel y luego también a las naciones,
después de la infidelidad del pueblo de Israel. Este Dios, justo y bueno, Padre de nuestro
Señor Jesucristo, Él mismo dio la ley, los profetas y los evangelios, el cual es también el
Dios de los apóstoles, así como del Nuevo y del Antiguo Testamento. Luego, que Cristo
Jesús, el mismo que vino, nació del Padre antes que toda criatura. El cual, habiendo sido
ministro del Padre en toda la creación, pues todo fue hecho por medio de él, en los
últimos tiempos, vaciándose a sí mismo, se hizo hombre, se encarnó. Siendo Dios,
incluso hecho hombre continuó siendo lo que era, es decir, Dios. Asumió un cuerpo
semejante a nuestro cuerpo, solo difiere de él porque nació de la Virgen y del Espíritu
Santo. Y, puesto que este Jesucristo nació y padeció en verdad y no en apariencia,
verdaderamente sufrió esta muerte común. También resucitó verdaderamente de entre
los muertos y después de la resurrección, habiendo convivido con sus discípulos, fue
llevado al cielo. También [los apóstoles] transmitieron que el Espíritu Santo está
asociado al Padre y al Hijo en cuanto al honor y a la dignidad… Después de esto, [es
transmitido] que el alma posee sustancia y vida propia y que cuando se haya alejado de
este mundo, será recompensada de acuerdo a sus propios méritos: o bien alcanzará la
herencia de la vida eterna y la bienaventuranza, si lo han merecido sus acciones, o bien
será abandonada al fuego eterno y a los suplicios, si a esto la hubiera desviado la culpa
de sus crímenes. Y también que llegará el tiempo de la resurrección de los muertos,
cuando este cuerpo que ahora se siembra en la corrupción surja en la incorrupción y el
que se siembra en la ignominia surja en la gloria.

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