La Globalización y Su Impacto Cultural
La Globalización y Su Impacto Cultural
La Globalización y Su Impacto Cultural
EDUCATIVO-CULTURAL.
EL NUEVO HORIZONTE POSIBLE
Jos� Luis Rebellato
Doctor en Filosof�a-Educaci�n Popular. Docente e investigador en los
Departamentos de Filosof�a de la Pr�ctica y de Historia y Filosof�a de la
Educaci�n, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educaci�n
(UDELAR).
La globalizaci�n acompa�� siempre al sistema capitalista como sistema-mundo, si
bien en nuestros d�as asume nuevas dimensiones: creciente polarizaci�n y
exclusi�n, mundializaci�n del capital y segmentaci�n del trabajo, predominio de
los capitales especulativos, aceleraci�n de las comunicaciones, reestructura del
capitalismo bajo hegemon�a neoliberal. La falta de un proyecto alternativo
articulado y con dimensi�n mundial, fortalece la penetraci�n de la desesperanza
en los imaginarios sociales. El neoliberalismo vigente parece que
definitivamente nos ha conducido a un mundo donde la competencia y el mercado se
han transformado en productores de nuevos significados y en constructores de
nuevas subjetividades. El capitalismo como sistema-mundo no est� en crisis, si
bien encierra profundas contradicciones, que se est�n agudizando en forma
creciente. Las tesis que sostendr�, a lo largo de este trabajo, pueden
expresarse en forma sint�tica en los t�rminos siguientes: tanto en el plano
te�rico como en el plano pr�ctico, existen perspectivas confluyentes que
permiten visualizar la emergencia de un nuevo paradigma (I); dicho paradigma se
sustenta en una opci�n �tico-pol�tica emancipatoria, abierta al aporte de las
distintas corrientes del pensamiento cr�tico (II); el paradigma de la
complejidad constituye una de sus vertientes fundamentales, pero requiere ser
reformulado desde una �tica de la liberaci�n, centrada en los valores de la
autonom�a y de la dignidad (III); los procesos de democracia participativa, de
educaci�n popular, as� como las luchas de los movimientos sociales
antisist�micos, configuran aportes sustantivos a la construcci�n de un paradigma
emancipatorio, siempre que se proyecten hacia formas de articulaci�n que
desarrollen nuevas subjetividades y fortalezcan diversidades (IV); el riesgo
contin�a siendo que estas luchas, experiencias y construcciones te�ricas queden
capturadas dentro de la l�gica de un proceso de globalizaci�n neoliberal que
conforma nuevas subjetividades, desarrolla nuevas pol�ticas sociales y consolida
procesos de involuci�n democr�tica (V). Comenzar� desarrollando algunas
dimensiones de esta �ltima tesis.
El proceso de globalizaci�n y su impacto educativo-cultural
1. La globalizaci�n actual, construida bajo hegemon�a del capitalismo
neoliberal.
No se trata de buscar c�mo adaptarse a la globalizaci�n, sino se trata de ver
c�mo construir alternativas de alcance mundial. Dichos procesos de globalizaci�n
nos enfrentan a una contradicci�n fundamental: me refiero a la contradicci�n
entre el capital y la vida. Cuando hablo de vida, pienso no s�lo en la vida
humana, sino en la vida de la naturaleza. El modelo de desarrollo propuesto y
construido desde la perspectiva neoliberal supone destrucci�n y exclusi�n de
vidas humanas, as� como destrucci�n de la naturaleza. Se trata de un modelo que
se conjuga con una concepci�n del progreso entendido en forma lineal y
acumulativa. Se supone que el crecimiento en las fuerzas tecnol�gicas corre
paralelo con el crecimiento moral de la humanidad y que la utilizaci�n de los
recursos naturales no tienen l�mites. El neoliberalismo es una concepci�n
global, coherente y persistente, hist�ricamente consolidada. En el marco del
neoliberalismo realmente existente las sociedades actuales se comportan como
sociedades de dos velocidades, como dos sociedades distantes una de la otra. Hay
concentraci�n de crecimiento en un sector y empobrecimiento en sectores
sustantivos de la sociedad.
Seg�n Hayek, el mercado no puede pensarse sin relaci�n al orden espont�neo. Este
es resultado de la autocoordinaci�n entre actores que persiguen determinados
fines pero que, ni tienen intencionalidades ni deben desarrollar procesos de
deliberaci�n para producir dicho orden. Los miembros del orden espont�neo (orden
extenso, como �l lo denomina) coordinan sus acciones mediante la sumisi�n a
disposiciones regulatorias; se trata, pues, de �rdenes con un elevado componente
normativo. Son, por otra parte, �rdenes abstractos, en tanto su complejidad no
puede ser captada por una mente humana. Se trata de un orden normativo,
cuasi-natural, en virtud que es resultado del desarrollo de la evoluci�n
cultural y social de la humanidad. Obviamente que este concepto de orden
espont�neo y abstracto entra en contradicci�n con el funcionamiento de la
democracia, a�n de la representativa, que no puede aceptar la sumisi�n y la
exclusi�n de procesos de deliberaci�n. Por otra parte, la implementaci�n
hist�rica de los modelos neoliberales muestra que el orden espont�neo no resulta
ser tal; el mercado mundializado es dirigido, altamente concentrado,
transnacional y con un desarrollo en expansi�n de la actividad
financiero-especulativa (como lo sostiene G�ran Therborn, en un d�a en Londres
se negocia una cantidad de divisas equivalente al PBI mexicano en un a�o
entero). La coexistencia de modelos neoliberales en creciente expansi�n con la
democracia, lleva a una conclusi�n firme: se est� produciendo una involuci�n en
los procesos de democratizaci�n, porque el capitalismo neoliberal no es
compatible con la democracia.
2. Subjetividades construidas sobre el modelo de la violencia.
Los modelos neoliberales poseen una capacidad de penetrar y moldear el
imaginario social, la vida cotidiana, los valores que orientan nuestros
comportamientos en la sociedad. M�s a�n: la cultura de la globalizaci�n con
hegemon�a neoliberal est� produciendo nuevas subjetividades. En tal sentido me
parece sugerente la hip�tesis de J�rgen Habermas en relaci�n a lo que �l
denomina la colonizaci�n del mundo de la vida. De acuerdo con esta hip�tesis, el
sistema necesita anclarse en el mundo de la vida (vida cotidiana) para poder
integrarla y neutralizarla. Asistimos a la construcci�n de nuevas subjetividades
y a la emergencia de nuevas patolog�as; lo que afecta severamente el concepto de
calidad de vida. Se�alo brevemente algunas de ellas: el terror a la exclusi�n,
que se expresa en la disociaci�n de vivir bajo la sensaci�n de lo peor (miedo de
quien teniendo empleo puede perderlo, de quien habi�ndolo perdido teme no
encontrar jam�s otro, miedo de quien empieza a buscar empleo sin encontrarlo,
miedo a la estigmatizaci�n social); fortalecimiento de nuevas patolog�as ligadas
a la violencia como forma de rechazo de una sociedad excluyente, pero tambi�n
como conformaci�n de una identidad autodestructiva; la violencia como expresi�n
de la competitividad, pues se pierde el valor del otro como alteridad dialogante
y se lo reemplaza por el valor del otro como alteridad amenazante ("s�lo los
paranoicos sobrevivir�n", dicen lo neoliberales, queriendo referirse al hecho de
que en el mercado s�lo quien ve a los dem�s como amenazas, puede competir).
Por otra parte, la sociedad del espect�culo genera conductas pasivas y
contemplativas, as� como tambi�n aislamiento y soledad; la sociedad de las
im�genes conduce a un exceso de informaci�n y de excitaci�n que desencadena un
fen�meno de sobresaturaci�n del yo; la sociedad del c�lculo genera una
superficialidad en los afectos y la ausencia de un compromiso emocional; la
sociedad de la eficacia competitiva desemboca en subjetividades constituidas
sobre la base de la compulsi�n a actuar y de la angustia por triunfar; la
sociedad del valor de cambio provoca conductas consumistas, exacerbadas por los
medios de comunicaci�n; �stos, a su vez, fortalecen el deseo imitativo (deseo
mim�tico), con lo cual los sectores excluidos por el modelo ahondan sus
frustraciones, lo que puede conjugarse con el desarrollo de conductas violentas
como respuesta a un identidad negada y frustrada.
Los modelos neoliberales apuntan a construcci�n de un sentido com�n, sobre el
modelo de la normalidad, es decir, un sentido com�n que acepte esta sociedad
como algo natural e inmodificable, quedando s�lo lugar para la adaptaci�n a la
misma. El conformismo generalizado est� estrechamente vinculado con un
naturalismo impuesto. Aqu� se conjugan varios imaginarios sociales los cuales,
si bien pueden presentarse como aparentemente contradictorios, terminan siendo
funcionales a la globalizaci�n neoliberal. El imaginario de la tecnolog�a
transformada en racionalidad �nica, impone el modelo de la raz�n instrumental,
ahogando los potenciales de una raz�n pr�ctica emancipatoria. El imaginario
social de la posmodernidad, a trav�s de su pr�dica de la necesidad de una �tica
d�bil, termina socavando los potenciales para la construcci�n de alternativas
globales; las utop�as son disueltas y la subjetividad es sepultada. La
pluralidad de micro-relatos se pierde en la fragmentaci�n. El imaginario
posmoderno, m�s all� de los aportes interesantes que hace en el campo de la
diversidad y del sentido de la incertidumbre, termina en un planteo nihilista y
el sin sentido de un mundo alternativo. El imaginario social de la
despolitizaci�n que identifica actividad pol�tica con decisiones de expertos,
rechazando la participaci�n ciudadana, que resulta ser el sustento fundamental
de una democracia integral. El imaginario social conformado sobre la convicci�n
de que es preciso aceptar el sistema en el que vivimos, pues carecemos de la
posibilidad de construir alternativas. Estos y otros imaginarios sociales, se
conjugan, articulan y entrelazan dando lugar a una cultura de la desesperanza y
configurando una identidad de la sumisi�n. La fuerza de estos imaginarios
sociales est�, no s�lo en que se trata de corrientes ideol�gicas y de modos de
vida, sino en su capacidad de penetraci�n en los substratos m�s profundos de la
personalidad. La colonizaci�n �tico-cultural es dif�cil de combatir, pues se
arraiga en el inconsciente colectivo. Nos moldea en la totalidad de nuestra
personalidad, en nuestros deseos y en nuestros proyectos. Esta producci�n de
nuevas subjetividades se articula con una negaci�n de la diversidad, en virtud
de que este modelo y cultura hegem�nicos se afirman excluyendo.
3. Reformas educativas y construcci�n de identidades autoritarias.
El proceso de globalizaci�n cultural ha innovado penetrando cada vez los
espacios de socializaci�n. Y lo hace a trav�s de pol�ticas sociales de corte
compensatorio, orientadas a los sectores m�s vulnerables, pero descartando toda
transformaci�n de las estructuras violentas generadas por el mercado. De la
misma manera, la reforma educativa implementada por los organismos
internacionales, adem�s de reorientar la educaci�n unidireccionalmente hacia el
mercado, produce un profundo trastocamiento del espacio socializador educativo,
impulsando subjetividades competitivas, ahogando la capacidad cr�tica de pensar
y de asombrarse, postergando transformaciones pedag�gicas, fortaleciendo el
avance hacia la insignificancia, adaptando a un conformismo generalizado
consolidando relaciones de dominaci�n jer�rquicas, transmitiendo en forma
mec�nica los contenidos sin preocupaci�n por los ritmos diversos. Buscando,
pues, neutralizar los potenciales emancipatorios de los docentes y estudiantes.
El autoritarismo y la tecnocracia constituyen un rasgo distintivo de la
implantaci�n de estas pol�ticas; se prescinde de los educadores como actores de
los procesos deliberativos en torno a las finalidades e instrumentaci�n de las
reformas.
Siempre las sociedades de dominaci�n lo han hecho, en tanto penetran con sus
valores y pautas culturales, imponiendo un enfoque de la educaci�n y, con mayor
fuerza, un curr�culum oculto. Desde la d�cada de los 60, las instituciones
internacionales (Banco Mundial, Cepal) desarrollaron pol�ticas educativas en las
que ya se comenz� a insistir en la importancia del "capital humano" como
ingrediente indispensable en los procesos productivos; la educaci�n pas� a ser
una variable imprescindible del desarrollo econ�mico. El Banco Mundial se
incorpor� -desde ese momento- a la financiaci�n condicionada de la educaci�n.
Sin embargo, la elaboraci�n m�s espec�fica de pol�ticas educativas, es
caracter�stica de esta reestructuraci�n mundial.
El Banco Mundial -despu�s de haber una enorme responsabilidad en la deuda
externa de nuestros pa�ses- ahora se ha dedicado a la planificaci�n educativa.
Un Banco actuando como pedagogo. Traslada el formato de sus an�lisis econ�micos
al campo de la educaci�n. La educaci�n es vista como insumo para generar
"capital humano." Su eficacia se mide en la relaci�n costo/beneficio. La calidad
del capital humano es lo que asegura un efecto positivo en relaci�n al empleo y
al ingreso. Seg�n la �ptica del Banco Mundial se trata de superar la pobreza y
asistir a los "sectores deprimidos", de modo tal que �stos puedan contar con
oportunidades equitativas. La equidad y el desarrollo sustentable -de los cuales
habla el Banco- son posibles si los pobres superan su situaci�n. El activo de
los pobres est� en su capital humano y en las posibilidades de utilizaci�n de su
mano de obra. El an�lisis del Banco Mundial podr�a ser tildado de idealista si
no fuera que es la principal agencia promotora de un crecimiento que supone
exclusi�n. En realidad, se trata de una postura profundamente c�nica, que
contrasta con todos los indicadores referidos a la distribuci�n del desarrollo.
En palabras de Miguel Soler: "Se habla mucho de erradicaci�n de la pobreza. Me
pregunto si la contribuci�n mayor que se hace a su erradicaci�n no estar� siendo
la de erradicar a los pobres." Para el Banco Mundial " (...) en ning�n momento
se trata de desarrollar personalidades para que el alumno piense, sepa, haga y,
sobre todo, sea."
Una �tica y una pol�tica del mercado requieren de una educaci�n para el mercado;
una educaci�n, no centrada en los derechos humanos, sino en la fuerza: la fuerza
de la competencia, de la eficacia sin deliberaci�n y de la instrumentalidad
gerencial. Como acertadamente lo se�ala Coraggio, las pol�ticas sociales,
econ�micas y educativas est�n "cristalizando un contexto urbano amistoso para el
mercado mundial, antes que un mercado amistoso para la gente". Decididamente, el
Banco Mundial se ha metido a educador.
4. Democracias de baja intensidad, sin participaci�n.
En Am�rica Latina asistimos a la involuci�n en los procesos de construcci�n de
democracia. Ante todo, en virtud de la incompatibilidad entre el neoliberalismo
realmente existente y la democracia. Lo que, adem�s, se complementa con la
aplicaci�n de un modelo de gobernabilidad conservadora (o gobernabilidad
sist�mica), seg�n el cual s�lo importa mantener el equilibrio institucional,
atendiendo sobre todo a aquellos actores sociales que los gobiernos consideran
relevantes en el proceso social: los grandes empresarios, el capital extranjero
y los sectores militares. Hegemon�a econ�mica y hegemon�a militar. Situarse
desde la perspectiva de este modelo de gobernabilidad, exige excluir a los
sectores sociales populares, as� como a todos los temas y problemas que resultan
incompatibles con dicha apuesta estrat�gica. Vemos un ejemplo tangible de esto
en la impunidad decretada y legalizada respecto a los cr�menes cometidos durante
los gobiernos militares; en la negaci�n permanente a investigar el destino de
nuestros desaparecidos y a identificar y sancionar a los culpables. Cuando los
gobiernos llaman al di�logo social, lo que en realidad buscan es forzar a los
actores sociales a entrar en un modelo de gobernabilidad conservadora. Es
importante se�alar que, de proseguir este modelo, puede conducir -y est�
conduciendo- a situaciones de in-gobernabilidad, sobre todo desde la perspectiva
del creciente deterioro econ�mico y de la exclusi�n. En tal sentido, el as�
llamado crecimiento, el supuesto desarrollo y la gobernabilidad, resultan ser
mecanismos complementarios y profundamente violentos. Su sustentabilidad se basa
en la violencia de la exclusi�n. Sigue teniendo vigencia, hoy en d�a -y quiz�s
m�s que antes- el recurso a la categor�a de violencia institucional y
estructural que permite operar como horizonte de referencia de las situaciones
de violencia. Incluso, la situaci�n se ha vuelto m�s perversa. Ya no es el tema
de la violencia popular (�sta pr�cticamente no existe) sino de la violencia que
nace de la frustraci�n y de la exclusi�n. La perversi�n radica en que se
absolutiza el fen�meno de la delincuencia, de la destructividad y de la
violencia, implementando respuestas represivas al mismo; m�s a�n, convocando a
la gente a reprimir a sus iguales. Y esto se hace desde los propios sectores en
los que circula y se consolida la corrupci�n estructural, el clientelismo y la
delincuencia. Las sociedades de control generan mecanismos de victimizaci�n,
represi�n, control social y acentuaci�n de las contradicciones dentro de los
sectores populares; en una palabra, un nuevo r�gimen de dominaci�n que
culpabiliza y castiga a la v�ctima.
Por gobernabilidad sist�mica se entiende, pues, aquel modelo que privilegia la
continuidad del r�gimen pol�tico y de sus pol�ticas econ�micas, realizando
acuerdos preferenciales con actores sociales que pueden ser desestabilizadores.
Es una estrategia que conduce a un creciente distanciamiento entre lo pol�tico y
lo social y a una fragmentaci�n a nivel de los sectores populares. El retorno a
la democracia supuso el avance de este modelo de gobernabilidad sist�mica a
costa de la integraci�n social. Como lo se�ala Ger�nimo de Sierra, los
resultados alcanzados por esta estrategia de gobernabilidad sist�mica han sido
los siguientes: continuo deterioro de la calidad de vida de la poblaci�n,
creciente informalizaci�n de la poblaci�n econ�micamente activa, expansi�n de
los sectores de pobreza cr�tica, deterioro de la cobertura en salud, vivienda y
educaci�n, conformaci�n de un Estado neoliberal y autoritario, exacerbaci�n del
presidencialismo, opacidad en la toma de decisiones, deterioro del papel del
parlamento, despolitizaci�n de lo social, aplicaci�n de pol�ticas sociales
altamente politizadas por su car�cter compensatorio, problema militar que se
resuelve a favor de las exigencias militares, postergaci�n permanente del tema
de los desaparecidos, desmembramiento de las organizaciones sociales y, como
consecuencia, manejo y debilitamiento de la ciudadan�a entendida como
participaci�n en los temas y problemas que nos afectan y preocupan.
Para este enfoque conservador, los problemas de gobernabilidad surgen a partir
de un exceso o inflaci�n de las demandas de la sociedad civil frente al Estado.
Refiri�ndose a los problemas de la separaci�n de la forma y el contenido en la
democracia liberal, Claus Offe se�ala que uno de los t�rminos m�s en boga dentro
del pensamiento neoconservador, es precisamente el t�rmino de ingobernabilidad.
Para representar la relaci�n entre ciudadano y Estado -seg�n la teor�a
liberal-dem�crata- Offe recurre a la met�fora del puente. "La pol�tica
democr�tica es el puente entre el ciudadano y el Estado".
La met�fora del puente sugiere una serie de eslabones: libertades civiles y
derechos pol�ticos atribuidos al ciudadano, el principio de la mayor�a, partidos
pol�ticos, elecciones, parlamento y ejecutivo. Las funciones de puente son, en
primer lugar, garantizar la entrada al puente del ciudadano mediante su
participaci�n en la actividad democr�tica. Este polo del puente es ciertamente
conflictivo, pues est� directamente vinculado con las luchas desarrolladas en la
sociedad civil. Pero, adem�s, el puente cumple una segunda funci�n, sobre todo
si lo miramos desde el otro extremo, es decir, desde el Estado. En la medida en
que el Estado representa un orden institucionalizado, opera como factor de
resoluci�n de los conflictos. Seg�n la teor�a democr�tico-liberal, se permite
que el conflicto exista s�lo en la medida en que acontece dentro de formas
pol�ticas que aseguran que no ser� un fen�meno universal y permanente. Sin
embargo -dice Offe- hoy el puente no es tan estable, lo que ha llevado a los
neoconservadores a acu�ar el t�rmino in-gobernabilidad. Esta situaci�n podr�a
expresarse metaf�ricamente, diciendo que el potencial generador de conflictos en
la sociedad civil desborda a la capacidad de resoluci�n de conflictos; el puente
corre as� el riesgo de quebrarse.
En su rigurosa investigaci�n sobre la anatom�a del mito de la democracia en
Chile, Tom�s Mouli�n sostiene que la transici�n result� de un trueque por el
silencio. El consenso fue el acto de fundaci�n del Chile actual, pero acarre�
como consecuencia el silencio y la disoluci�n de las alternativas
transformadoras. La democracia instaurada en Chile -y esto vale para los
democracias liberales- contradice a las democracias sustantivas y se ubica en la
l�nea de las llamadas democracias procedimentales, preocupadas por establecer
reglas y procedimientos que garanticen la gobernabilidad sist�mica, excluyendo
el retorno del ciudadano. Son democracias construidas en funci�n del
neoliberalismo. "El consenso es la etapa superior del olvido. �Qu� se conmemora
con sus constantes celebraciones? Nada menos que la presunta desaparici�n de las
divergencias respecto de los fines. O sea, la confusi�n de los idiomas, el
olvido del lenguaje propio, la adopci�n del l�xico ajeno, la renuncia al
discurso con que la oposici�n hab�a hablado: el lenguaje de la profundizaci�n de
la democracia y del rechazo del neoliberalismo. Consenso es la enunciaci�n de la
supuesta, de la imaginaria armon�a (...). El consenso consiste en la
homogenizaci�n. Como se ha dicho, implica la desaparici�n del Otro, a trav�s de
la fagocitaci�n del Nosotros por el Ellos. La pol�tica ya no existe m�s como
lucha de alternativas, como historicidad; existe s�lo como historia de peque�as
variaciones, ajustes, cambios en aspectos que no comprometan la din�mica
global."
Algunas dimensiones del paradigma
alternativo en construcci�n
Hablar de paradigma supone referirnos a una nueva manera de pensar y ver la
realidad. Leerla desde otros par�metros reorganizando nuestras experiencias. El
paradigma encierra valores y componentes normativos. Se contrapone a un cierto
modelo vigente, de car�cter oficial y dominante. Supone la capacidad
epistemol�gica de descubrir la novedad, de profundizar los enigmas de la
realidad, encontrando nuevas respuestas. Resalta la presencia de la
subjetividad, pues paradigmas distintos nos hacen ver el mundo de manera
diferente. Por �ltimo, una dimensi�n a la cual me voy a referir en varios
pasajes de este trabajo: quienes est�n construyendo un nuevo paradigma, no
siempre son conscientes de que la novedad de sus pr�cticas supone una nueva
manera de pensar la realidad. En lo que sigue, har� una selecci�n de algunas
dimensiones de un nuevo paradigma, para esbozar un camino a recorrer. Soy
consciente de que esto requerir�a un abordaje en profundidad. Me referir�
simplemente a los aportes de las teor�as de la complejidad y a su rechazo del
paradigma de la simplificaci�n. Los l�mites que veo en dichas teor�as me
conducen a destacar el aporte de una �tica de la autonom�a y de la dignidad,
componentes tambi�n sustantivos de un paradigma emancipatorio.
1. Etica y paradigma de la complejidad
El cambio de paradigma supone un cambio en nuestra percepci�n de la realidad y
en los valores que acompa�an dicha percepci�n. Seg�n Capra, el nuevo paradigma
es una visi�n hol�stica de la vida: un todo integrado, con interdependencia
entre los fen�menos, inserto en los procesos de la naturaleza (ecolog�a). La
ecolog�a profunda no separa a los humanos del entorno natural; por el contrario,
permite aprehenderlos como una red de fen�menos. Ve a los humanos como una
"hebra de la trama de la vida", es decir, formando parte de una organizaci�n
sist�mica. La ecolog�a social da un paso m�s: plantea el reconocimiento del
car�cter antiecol�gico de muchas de nuestras estructuras sociales. Estas forman
parte de un sistema dominador: patriarcado, imperialismo, capitalismo, racismo.
Estructuras de dominaci�n y violencia que son destructivas de los ecosistemas
vivientes.
Capra destaca una profunda conexi�n entre cambios de pensamiento y cambios de
valores. Dichos cambios pueden caracterizarse como pasaje desde la asertividad
hacia la integraci�n. Ambas dimensiones forman parte del sistema de los seres
vivos. Sin embargo, nuestra cultura occidental puso el acento en la tendencia
asertiva. El paradigma, pues, nunca est� desprovisto de un sistema de valores.
La asertividad se rige -en el plano del pensamiento- por un modelo de
conocimiento exclusivamente racional, anal�tico, reduccionista y lineal; en el
plano de los valores, se sustenta en la expansi�n, la competencia, la cantidad y
la dominaci�n. Por el contrario, la integraci�n requiere -en el plano del
pensamiento- de la intuici�n, la s�ntesis, la aproximaci�n hol�stica y la
no-linealidad; en el nivel de los valores, se asienta en la sustentabilidad, la
cooperaci�n, la calidad y la asociaci�n. El nuevo paradigma de la complejidad
supone un pasaje de la jerarquizaci�n al pensamiento y a la acci�n en redes: "El
cambio de paradigma incluye, por tanto, el cambio de jerarqu�as a redes, en la
organizaci�n social."
Unida a las categor�as anteriores, se propone el concepto de estructuras
disipativas, acu�ado por Ilya Prigogine y explicado por Capra. La vida no puede
definirse por la tendencia al equilibrio. Esta era la concepci�n que
caracterizaba a la termodin�mica, la disciplina m�s cercana a la teor�a del
caos, pero que a�n se mov�a con un paradigma tradicional y recurriendo a las
matem�ticas lineales. Para Capra, la tendencia al equilibrio es sin�nimo de
muerte. Cuando un sistema vivo ha logrado el equilibrio, muere. Por el
contrario, la vida se aprehende en t�rminos de tensi�n entre estabilidad y
transformaciones permanentes. La imagen f�sica m�s cercana puede ser la del
remolino; el remolino tienen una intensidad enorme de desplazamientos,
movimientos, part�culas; caos, en una palabra. Sin embargo, ese movimiento y ese
desorden, no le hacen perder la estructura organizativa de remolino. Es, pues,
una estructura disipativa.
Corresponde se�alar -a mi entender- que puede ser reduccionista trasladar los
an�lisis f�sico-matem�ticos a los fen�menos sociales. Las lecturas a�n limitadas
que he realizado en torno a los te�ricos del caos, me despiertan las sospechas
de que sus abordajes y an�lisis a los fen�menos sociales, pueden no resultar del
todo exitosos y novedosos. El desaf�o est� en desarrollar algunas de las tesis
fundamentales de las teor�as de la complejidad, desde la especificidad de los
fen�menos sociales. En este sentido, la categor�a de red resulta ser de gran
relevancia para la comprensi�n de las din�micas y procesos sociales; lo mismo
puede decirse respecto a la categor�a de estructuras disipativas y al
reconocimiento de la incertidumbre como componente esencial de lo social. Los
movimientos sociales surgen de una complejidad y multiplicidad de redes, de todo
tipo, efectivamente no pensadas. Muchas de ellas como respuestas espont�neas; a
veces redes que se encierran en s�. De esa complejidad contradictoria, van
surgiendo movimientos, que se desplazan en multiplicidad de acciones,
manteniendo una cierta estructura com�n que permite definirlos como tales: no es
lo mismo un movimiento barrial, que el movimiento por los derechos humanos y por
nuestros desaparecidos, que los movimientos ambientalistas y as� en m�s; resulta
totalmente desacertado trasladar, para su an�lisis, las formas de organizaci�n
del movimiento sindical o de otros movimientos m�s tradicionales, que quiz�s han
desarrollado una visi�n de la organizaci�n donde prima una cierta racionalidad
simplificadora.
Parece acertada la intuici�n y el an�lisis de algunas corrientes sociol�gicas,
cuando recurren a la categor�a de "redes sumergidas", buscando formular
te�ricamente el hecho concreto de que los movimientos se van constituyendo seg�n
un esquema cognoscitivo complejo: pluralidad de acciones, funcionamiento no
jer�rquico, una cierta anarqu�a, confluencias electivas no siempre conscientes.
En una palabra, riqueza de la vida, complejidad, incertidumbre, valores
contrahegem�nicos, pero construidos desde diversidades. Algo que s�lo puede
captarse desde un socio-an�lisis de la liberaci�n. El paradigma de la
complejidad es tambi�n un paradigma de la diversidad y de la multiplicidad. Nos
propone pensar y actuar en redes; es decir, en formas de organizaciones m�s
complejas, que se retroalimentan, que desarrollan v�nculos afectivos, que
fortalecen las identidades. He aqu� un componente que creo fundamental: la
construcci�n de la identidad o, mejor dicho, de identidades plurales. En dichos
movimientos cumple un papel muy importante lo emotivo: lazos afectivos
construcci�n de identidades y comunidades. A veces los movimientos se disipan
completamente; la diversidad ahog� la estructura. A veces, los movimientos
ahogan la diversidad, pierden contactos con los c�digos �ticos y culturales que
le dieron nacimiento; se cristalizan e institucionalizan. Cuando ello sucede,
los movimientos han logrado un equilibrio cercano a una razonabilidad total y
pierden sus lazos comunitarios. Los valores �ticos se disipan. Los movimientos
est�n a punto de morir. Pero es una muerte que sigue actuando: ahoga la
diversidad de otros movimientos. Construir un proyecto pol�tico (sobre un
paradigma complejo-emancipativo) es una tarea muy ardua, pues requiere superar
la ceguera frente a la diversidad y a la complejidad. Requiere de estrategas,
como dice Morin; es decir, de personas y movimientos capaces de elaborar
respuestas desde las incertidumbres.
En nuestras sociedades contempor�neas, la institucionalizaci�n pol�tica
responde, m�s bien, a un paradigma de la simplificaci�n y de la modernidad. Todo
pasa por la organizaci�n y por la m�quina de los partidos pol�ticos.
Lamentablemente, la crisis de la izquierda muchas veces la ha conducido a una
homologaci�n respecto a la derecha, desistiendo de todo proyecto alternativo al
capitalismo y a sus instituciones y estructuras. En tanto la izquierda adhiera a
este paradigma, se transforma en expresi�n del proyecto de la modernidad; pasa a
tener un comportamiento exclusivamente racional; responde a un esquema de poder,
organizaci�n, jerarqu�a, bases e intelectuales l�cidos. Puede suceder, tambi�n,
que el paradigma tenga excepciones a nivel de liderazgos, pero siempre dentro
del esquema. En esta organizaci�n, prima la "razonabilidad", que es una t�pica
categor�a del pensamiento liberal; basta para ello pensar en la teor�a de John
Rawls sobre la razonabilidad y el consenso entrecruzado. En suma, los sistemas
pol�ticos de partidos, parece que actualmente se ubican mejor en un paradigma de
la simplificaci�n, en tanto son productos del proyecto de la modernidad. En la
medida en que la construcci�n de democracia se aleja de las estructuras
disipativas que forman parte del mundo de la vida, se reproduce una ruptura que
est� en la base de la despolitizaci�n y del desencantamiento. El
desencantamiento de lo pol�tico responde -en muchos casos- no a un
distanciamiento de la pol�tica, sino a la convicci�n de que la pol�tica deber�a
ser m�s radical, es decir, m�s arraigada en las luchas concretas de la gente.
El paradigma de la complejidad est� diseminado por todas partes. Esto se
corresponde con la idea de paradigma en construcci�n. Los paradigmas no est�n ya
elaborados. Como lo sostiene Capra, el aprendizaje, en cuanto actividad
cognitiva, es necesariamente procesual. Los paradigmas no se construyen en
solitario. Responden a esfuerzos de generaciones enteras. Encuentran momentos
propicios en los per�odos de crisis. All� se gestan, a veces en forma sumergida,
sin percibir el alcance de lo que sustentan, en cuanto a nuevos marcos te�ricos
y en cuanto a nuevos valores �ticos. A veces se muestran dentro de la
contradicci�n. Son profundamente dial�cticos. El an�lisis sist�mico -propuesto
por las teor�as de la complejidad- resulta sugerente y relevante para los
an�lisis sociales. Sit�a en el centro de la reflexi�n la categor�a de
auto-organizaci�n. La vida es auto-organizaci�n; la muerte, por el contrario, es
equilibrio, heteronom�a, quietud. Nuestra sociedad est� llena de instituciones
de muerte, en tanto cristalizadoras de procesos de retroalimentaci�n. Los bucles
se solidifican y las instituciones se vuelven perennes. Los sujetos pierden su
capacidad de autonom�a.
El paradigma de la complejidad no responde a una disciplina determinada sino
que, por el contrario, se nutre de los avances de la mutiplicidad de
investigaciones y disciplinas. Es, por su propia naturaleza, un paradigma
multidisciplinario. Capra desarrolla una exposici�n sint�tica de los diversos
campos desde donde un paradigma de la complejidad se ha ido construyendo: la
biolog�a molecular, la f�sica cu�ntica, las matem�ticas de la complejidad, la
teor�a de los juegos, la cibern�tica, la ecolog�a profunda y social, etc. Es un
paradigma que se va gestando en m�ltiples espacios. De ah� tambi�n su cercan�a
con otras corrientes de pensamiento. Por ejemplo, con la filosof�a hermen�utica.
Esta �ltima ha centrado sus an�lisis en la circularidad hermen�utica (la "fusi�n
de horizontes", en expresi�n de Hans- Georg Gadamer), la construcci�n de
identidades, el desarrollo de las tradiciones culturales, poniendo en el centro
de sus an�lisis la categor�a de contexto. Ha textualizado el contexto. Pues
bien, otro rasgo propio del pensamiento complejo es la contextualidad, es decir,
el entorno y la conformaci�n de sistemas con capacidad de auto-regulaci�n; son
sistemas donde el entorno (contexto) forma parte del sistema (texto). Tambi�n
pueden descubrirse puntos de encuentro con la filosof�a de Castoriadis y su
concepto de autonom�a. Maturana y Varela (investigadores de la llamada "teor�a
Santiago") insisten en la categor�a de auto-p�iesis (creaci�n de s� mismo). Sin
lugar a dudas que se trata de una categor�a fundamental para una �tica de la
liberaci�n.
Pero tambi�n desde otro campo de la reflexi�n, surgen desarrollos
pr�ctico-te�ricos que se aproximan en forma sorprendente al paradigma de la
complejidad. Me refiero a los aportes de Deleuze, Guattari, Negri. Interesa
notar que sus reflexiones -as� como las de Capra, Morin, Castoriadis, etc.-
tienen inflexiones importantes a partir de los acontecimientos del 68.
Parecer�a, pues, que pensadores comprometidos vieron en dichos acontecimientos
la presencia de un "analizador"; es decir, de algo que permite vislumbrar la
necesidad de un cambio te�rico-pr�ctico. En los escritos de Deleuze y Guattari
se recurre a ciertas categor�as y met�foras propias del pensamiento complejo.
Tambi�n el pensamiento simplificador ten�a sus propias categor�as; de hecho, las
seguimos empleando. As�, un pensamiento simplificador habla de construcci�n,
fundamentos, edificio, bases y cimientos. Toda una terminolog�a
mecanicista-arquitect�nica. En el caso de Deleuze y Guattari los t�rminos son:
cartograf�a, espacio mapeado, territorializaci�n, flujos, l�neas de fuga.
Utilizan met�foras tales como: "meseta", con lo cual se quiere evitar pensar en
los espacios verticales y jer�rquicos; "rizoma", con la cual se busca superar la
imagen del �rbol con ra�ces, tronco y ramas, todas ordenadas; el rizoma tiene
muchas derivaciones, multiplicidad de peque�as ra�ces, muchos tallos; hace
alusi�n a multiplicidades. Otra met�fora es la de "verdades n�mades", es decir,
verdades no instaladas, sino que se desarrollan procesualmente. Tambi�n Paulo
Freire habla de un educador n�made, alguien que no est� quieto, que va hacia la
verdad del otro. Para Deleuze y Guattari es central el concepto de autonom�a y
de deseo; sostienen la necesidad de introducir el deseo en la producci�n y
transformar la producci�n en deseante. Descubren, as�, que el sistema
capitalista castra la producci�n del deseo y desarrolla -a�n en los grupos
progresistas- espacios de microfascismos que los hacen ser grupos-sometidos.
Reflexionando sobre las "verdades n�mades", Guattari y Negri ponen el acento en
el multicentrismo como estrategia para organizar la nueva subjetividad
revolucionaria. Es decir, en la b�squeda de la coexistencia de dimensiones
m�ltiples que permitan articular, sin superar las diferencias espec�ficas, pero,
a la vez, evitando que las diversidades degeneren en divisiones mudas y pasivas.
"Un nuevo movimiento est� busc�ndose a s� mismo". Por todas partes se vuelven
posibles nuevos terrenos de lucha. El antagonismo se expresa a trav�s de la
realidad de la explotaci�n, de la dominaci�n y de la exclusi�n. Por lo tanto, ya
no es s�lo un sujeto colectivo el referente de la acci�n emancipatoria. Hay una
pluralidad de sujetos explotados, dominados y excluidos. La superaci�n del
antagonismo supondr� necesariamente la articulaci�n estrat�gica entre la
diversidad de sujetos. Pero, esto requiere pensar y vivir de otra manera. "El
tiempo de vida debe imponerse al tiempo de la producci�n."
Ahora bien, no hay desarrollo de identidades plurales, si no hay respeto,
autoestima, dignidad. En el coraz�n de un paradigma de la complejidad deben
estar presentes valores fuertes. Quiz�s esta dimensi�n �tico-emancipativa no
est� del todo clara en los desarrollos de una teor�a de la complejidad. Incluso,
sucede que ciertas corrientes neoliberales tambi�n recurren al apoyo de las
teor�as del caos, sosteniendo que el mercado es una instituci�n sist�mica, que
se construye y desarrolla desde el caos y la incertidumbre. No responde a una
racionalidad simplificadora ni a una planificaci�n racional. En suma, una teor�a
de la complejidad, sin una �tica de la liberaci�n corre el serio de riesgo de
disolver el paradigma alternativo en una diversidad que podr�a llegar a
justificarlo todo.
2. Etica de la liberaci�n y autonom�a
Referirnos a una �tica de la autonom�a, supone necesariamente contraponerla a la
reproducci�n de los valores �ticos vigentes, es decir, a una �tica de la
heteronom�a. En el centro de ambas �ticas est� la cuesti�n de c�mo pensamos,
vivimos y ejercemos el poder y la autoridad. La autoridad y el poder que todos
-aunque sea en el espacio m�s peque�o- ejercemos. Poder para gestar poderes, o
poder-dominaci�n. Una �tica heter�noma da lugar a una �tica autoritaria, es
decir, a una �tica donde el valor fundamental es aquel definido por la
autoridad. Esta, a su vez, es pensada y aceptada en t�rminos de dominaci�n y
dependencia. Se trata de una �tica que, a�n en nombre de la libertad, ahoga las
posibilidades de crecimiento de la libertad. El poder es ejercido sobre la
gente; ya se trata de un poder f�sico, econ�mico, cultural, simb�lico. Es un
poder que conserva y refuerza las relaciones de asimetr�a. La autoridad se
configura como algo distinto de los sujetos. Posee poderes que no est�n al
alcance de nadie. Establece distancias y barreras imposibles de franquear. Es
una autoridad que crece en tanto m�s se separa. Tambi�n puede acercarse, pero si
lo hace es para anular al otro. La dependencia no es una situaci�n de la cual se
parte, sino que es condici�n inherente al ser humano; es una dimensi�n que nunca
podr� trascenderse. Una relaci�n que no es posible superar, sino que es
necesario fomentar y fortalecer. La orientaci�n de una �tica autoritaria es
improductiva, en tanto no busca desarrollar capacidades y poderes. El poder es
entendido como poder sobre, dominaci�n, anulaci�n, paralizaci�n de la vida.
Una �tica de la autonom�a y de la libertad recurre al concepto de autoridad
basado en la confianza. Quien ejerce la autoridad no necesita intimidar, ni
explotar, ni amenazar. La autoridad crece en la medida en que se somete a la
cr�tica y al control. El concepto de poder cambia substancialmente,
transform�ndose en un poder que despierta los poderes de la gente; por ello
mismo, el poder circula, tiene car�cter provisorio, reclama constantemente
participaci�n activa. La educaci�n adquiere relevancia, no como proceso de
sumisi�n a la autoridad, sino como desocultamiento del poder que la autoridad
del educador pretende ejercer sobre los educandos. Un proceso lento, arduo,
donde se produce un pasaje de la negaci�n de la propia situaci�n de opresi�n a
su reconocimiento. Una �tica de la libertad tiene necesariamente una orientaci�n
productiva, en tanto tiende a la realizaci�n de las capacidades de todos y de
cada uno de los sujetos. La productividad de los sujetos se asienta en sus
poderes. Es una �tica que busca desarrollar el poder entendido como poder de, o
sea, como capacidad y como producci�n. Para una �tica de la autonom�a, la
anulaci�n de s� o de los otros, la resignaci�n, as� como cualquier forma de
violaci�n de la integridad personal y colectiva, constituyen actitudes re�idas
con los valores �ticos. El sentido de la vida est� dada por esta orientaci�n
productiva, por el desarrollo de nuestros poderes y por la capacidad de
despertar poderes en los dem�s.
Autonom�a supone audacia para crear significados y valores nuevos, desafiando
los significados est�riles y cristalizados. Como lo expresa Magaly Muguercia, la
pr�ctica de los educadores sociales y de los educadores populares est� animada
por el esc�ndalo de la actuaci�n. Es decir, por la perfomance supuesta en
nuestra participaci�n total en la pr�ctica. Muchas veces pensamos que
transformar la realidad es un acto que comienza por el desarrollo de la
conciencia y -paradojalmente- dejamos a un lado la categor�a de cuerpo como
protagonista. La autonom�a dial�gica no es s�lo conciencias que se encuentran,
sino cuerpos que se entrelazan, subjetividades que se potencian, identidades que
maduran cualitativamente, memorias que alimentan resistencias, imaginaciones y
met�foras que multiplican la creatividad, enfrentando la dominaci�n. Toda
estrategia autoritaria propaga el miedo esc�nico, es decir, la representaci�n
protag�nica y trata de reducirnos al papel de espectadores. Las estrategias
autoritarias mentalizan, divorciando el pensamiento del cuerpo. Crecer y madurar
en la libertad requiere el desarrollo de una actitud de confianza y esperanza.
Erikson sostiene que la esperanza es la primera y la m�s indispensable de las
virtudes inherentes al hecho de estar vivo; se trata de la actitud psicosocial
positiva m�s temprana en la vida de los hombres. Para que la vida persista, la
esperanza debe mantenerse. Un adulto que ha perdido toda esperanza, hace una
regresi�n a un estado inanimado psicol�gicamente insoportable. Para una �tica
aut�noma, la cuesti�n de la esperanza se encuentra estrechamente ligada a una
decisi�n que depende de nosotros. Depende del valor que tengamos para ser
nosotros mismos. Sin esta decisi�n, no se opera cambio alguno y terminamos
aceptando la realidad, amold�ndonos a ella. De ah� que esperanza y autonom�a se
reclamen mutuamente. La esperanza necesita de decisiones y riesgos que s�lo
provienen de quienes est�n dispuestos a transformar la realidad. A su vez, la
autonom�a se conquista continuamente bajo el impulso de un horizonte que no se
ci�e a los l�mites de la realidad. Obviamente, esta reconstrucci�n contrapuesta
de las �ticas de la heteronom�a y de la autonom�a -que quiz�s te�ricamente pueda
resultar clara- en la pr�ctica se nos complica. En tanto, hemos construido
nuestras subjetividades en una sociedad de dominaci�n y en una cultura de la no
participaci�n.
�Qu� es, pues, subjetividad? �Qu� es ser sujeto? Desde una �tica de la
autonom�a, podemos se�alar algunas de las dimensiones de la subjetividad.
a) Ser sujeto es poder elegir. Y elegir, incluso, la destrucci�n y la propia
auto-destrucci�n. Elegir destruir los ecosistemas. O, por lo menos, amenazar
seriamente su supervivencia. La violencia del sistema en el que vivimos es un
ejemplo de destrucci�n de nuestro eco-sistema de vida. O sea, nuestra
subjetividad es profundamente �tica, no puede separarse de valores, de opciones,
de apuestas.
b) Ser sujeto no es ser solitario. Es formar parte de un ecosistema de
comunicaci�n. De bucles de retroalimentaci�n. Pero son bucles y sistemas que
pueden ser modificados. Que pueden ser cortados en alguna parte. Quiz�s el
sujeto es la posibilidad de ruptura de un bucle de retroalimentaci�n. No en
forma absoluta, por supuesto. Pero tenemos la posibilidad de protagonizar, es
decir, de tomar iniciativas que alteran el ecosistema en el que nos movemos.
c) Ser sujeto es poder ser aut�nomo. Utilizo la expresi�n "poder ser", en virtud
de que tambi�n puedo ser heter�nomo. O mejor dicho, el espacio moral y normal en
el que nos movemos es el de la heteronom�a. Es decir, un espacio donde las
opciones y comportamientos est�n ya trazados. En tal sentido, podr�a hacerse una
cartograf�a de la heteronom�a. Una especie de mapa de cuan heter�nomos somos en
cada uno de los espacios donde nos movemos. Cambiar la heteronom�a en autonom�a
es la gran apuesta �tica.
d) Ser sujeto es formar parte de comunidades y tradiciones dial�gicas, en las
que construimos nuestra identidad en la interacci�n con los "otros
significantes" (Mead). Lenguaje, cognici�n, emoci�n, valoraci�n, se dan en
circuitos dial�gicos. No se dan en una conciencia encerrada en s�. La autonom�a
se construye con otros. O mejor dicho, se conquista con otros. Desde esta
perspectiva, el concepto de auto-p�iesis (auto-producci�n) no define al sujeto
en cuanto tal. Quiz�s defina a la vida en cuanto tal. El sujeto, adem�s de
auto-poi�tico, es aut�nomo. Y su autonom�a se da dentro de tradiciones
culturales.
e) Ser sujeto es vivir la experiencia de la contradicci�n. Y, por lo tanto, la
experiencia del compromiso (a�n en su forma de descompromiso). Pues, asegurar la
autonom�a, supone luchar por construir condiciones que hagan posible -a todos
los hombres y mujeres- la experiencia de ser aut�nomos. Es el gran aporte del
imperativo kantiano y de su intento de universalizaci�n. Actuar de tal manera
que el otro no sea considerado como medio, sino respetado como fin. Y hacerlo de
un modo tal que se vuelva un principio universal. Ahora bien, asegurar
condiciones significa tambi�n luchar contra. Por ello -pese a que nos duela- la
autonom�a tambi�n se construye contra otros, es decir, contra quienes crean
condiciones favorables a la heteronom�a. Como lo dice Adela Cortina, se trata de
universalizar las libertades. Ahora bien, "(...) universalizar las libertades
exige solidaridad, porque la desigualdad es innegable y, sin ayuda mutua, es
imposible que todos gocen de libertad." Lo �nico que me separa de este texto es
que Adela Cortina piensa que es suficiente la ayuda mutua y que todo puede
lograrse a trav�s de redes de solidaridad. A mi entender, universalizar
libertades, tambi�n supone desmontar dominaciones. Y esto requiere mucho m�s que
solidaridad, a�n cuando la solidaridad constituya un valor sustantivo para la
construcci�n de alternativas populares.
3. El valor de la dignidad en el horizonte de una �tica de la liberaci�n
En el actual contexto de hegemon�a neoliberal adquiere relevancia una �tica de
la dignidad. Ser digno es exigir el reconocimiento como sujetos, rencontrarse
consigo mismo, confiar en nuestras propias capacidades y potencialidades de
vivir y de luchar. La dignidad es un valor fundamental de una �tica de la
autonom�a y de la liberaci�n, sobre todo en un momento hist�rico donde la
victimizaci�n y la negaci�n de la vida, trastocan todos lo valores.
Me parece importante captar el valor de la dignidad como parte de un movimiento.
No es un valor en s�, est�tico, puesto por encima de la historia. Se trata de un
valor esencialmente hist�rico y, por ello, cambiante y dial�ctico. Una �tica de
la liberaci�n que reclama la validez de la dignidad es parte sustantiva de las
luchas de resistencia, as� como tambi�n sostiene e impulsa la construcci�n de un
proyecto popular alternativo. La dignidad est�, pues, en el centro de un
pensamiento y de una pr�ctica emancipatoria.
La dignidad interpela nuestra capacidad de escuchar en relaci�n a las luchas
populares. La cultura de la gente y de los movimientos populares es una cultura
de lucha. Por ello la importancia de aprender a escuchar. La dignidad supone el
reconocimiento de la iniciativa popular, la posibilidad efectiva de cambiar la
historia y la centralidad de la subjetividad expresada en la lucha de los
movimientos. La dignidad se articula con una concepci�n de la historia en la
cual desempe�a un papel clave la apertura y la lucha en relaci�n a un futuro a�n
no dado. La dignidad crece en el reino del todav�a no, que se va gestando desde
un presente opresivo. Se encuentra en las ant�podas de un realismo fatalista. Lo
que ciertamente supone ejercicio del poder desde ya, inseparable de la
convicci�n de luchar por una democracia participativa y radical, construyendo
espacios alternativos. Sin embargo, los espacios que buscan ser alternativos
reproducen las relaciones de asimetr�a, la dominaci�n, la concentraci�n de
poder; en una palabra, la l�gica del sistema. Es all� donde la �tica y una
pr�ctica social liberadoras saben que deben comenzar la lucha por el
trastocamiento del modelo, de sus valores dominantes y de sus relaciones
centradas en el poder. Es all� donde se debe construir desde ya la democracia,
un nuevo poder y nuevos valores �ticos. Morin formula el principio
hologram�tico, como uno de los principios del pensamiento complejo. De acuerdo
al mismo, "el todo est� en la parte que est� en el todo" (Edgar Morin). Lo que,
en otras palabras, significa que las alternativas globales requieren su
construcci�n tambi�n desde todos los espacios de la sociedad civil y que no es
necesario esperar el cambio estructural, para entonces iniciar el cambio que
deseamos realizar. Las partes -en cierto modo- deben anticipar la transformaci�n
del todo.
A la vez, las luchas de resistencia de los distintos movimientos populares,
tienen caracter�sticas muy concretas, ligadas a sus reivindicaciones. No
obstante, la radicalizaci�n de las mismas lleva consigo la necesidad de
transformar la sociedad en la que vivimos. No pueden quedar circunscriptas. Esto
es lo que busca la cultura dominante: delimitar la acci�n de los movimientos
sociales a �mbitos espec�ficos y bien acotados; en todo caso, la estrategia del
sistema es acordar pol�ticas que dan respuestas a las aspiraciones de los
movimientos aislados. A su vez, algunas corrientes de filosof�a pol�tica
denominadas "multiculturalistas" se limitan a reivindicar un Estado
multicultural, donde convivan culturas distintas, sin que ello provoque un
cambio estructural de la sociedad. De esta manera, la filosof�a liberal ahoga y
bloquea la proyecci�n emancipatoria de la diversidad.
Ahora bien, si la liberaci�n impulsada por los movimientos populares, s�lo puede
ser efectiva en tanto apunta a la transformaci�n de la sociedad, entonces la
lucha de cada movimiento tiene un alcance universal; expresa las ansias de
liberaci�n de todos los excluidos y oprimidos. En una �poca donde la
globalizaci�n se impone con fuerza inaudita desde la hegemon�a neoliberal, la
construcci�n de proyectos alternativos debe tener tambi�n una dimensi�n de
globalizaci�n. Ante la globalizaci�n del capital, hay que globalizar las
respuestas, promoviendo una �tica de la resistencia, de la interpelaci�n y de la
construcci�n de alternativas de vida desde los movimientos populares; una �tica
asentada en la vuelta del sujeto viviente, que ha sido reprimido, negado,
desplazado por el actual modelo dominante de sociedad. Como acertadamente se�ala
Giulio Girardi, la apuesta a la vida debe ser una apuesta a la vida plena, lo
que supone enfrentar decididamente el proyecto actual de civilizaci�n,
construyendo una internacional de la esperanza: "Lo que pretendemos defender, no
es cualquier forma de vida, sino una vida plena, una vida con dignidad para
todas las personas y todos los pueblos: y no hay plenitud ni dignidad sin
autodeterminaci�n. Vivir significa, para una persona como para un pueblo, ser
uno mismo, realizarse desde adentro, escoger el sentido de su existencia,
construir su propia identidad, abrirse aut�nomamente a los otros y al mundo
(...). Optar por la vida es, entonces, una toma de partido, pol�tica, cultural,
entre dos proyectos de civilizaci�n."
La dignidad es fuente de lucidez: permite ver lo olvidado y negado. Supone una
reorientaci�n del conocimiento y de nuestra manera de percibir la realidad.
Ahondando en la dignidad vemos la realidad de otra manera. La dignidad enfrenta
la separaci�n vigente entre pol�tica y �tica, entre lo p�blico y lo privado;
rompe con la subordinaci�n de lo personal a lo pol�tico; rechaza ese abismo que
la pol�tica dominante y la propia de cierta izquierda, han creado entre
subjetividad y objetividad. Traspasa fronteras y afirma la unidad de lo
fragmentado. Permite que expresemos lo impensable del horror, el miedo reprimido
que sentimos frente a la exclusi�n. La dignidad es s�lo entendida por aquellos
que adhieren a ella en la lucha. Retomando la expresi�n de Geertz, se podr�a
decir que la dignidad s�lo puede ser captada recurriendo al m�todo de las
"descripciones densas", pues no puede comprenderse fuera de un contexto de
lucha, resistencia y alternativa.
Desde una �tica de la dignidad se trata de caminar hacia la construcci�n de la
unidad de los movimientos y sus luchas. El proyecto neoliberal produce
disgregaci�n y necesita de la fragmentaci�n de las luchas y de los movimientos.
En una sociedad crecientemente globalizada bajo la impronta del proyecto
neoliberal, la apuesta a la sociedad civil, a lo local y a los movimientos
sociales puede ser sin�nimo de disoluci�n y dispersi�n. Hoy asistimos a
interesantes experiencias de poder local; experiencias donde la gente es
part�cipe activo y ejerce su protagonsimo. Sin embargo, si estas experiencias se
reducen s�lo a lo local, terminan siendo funcionales a la l�gica neoliberal. Se
constituyen en enclaves innovadores, pero sin capacidad de proyecci�n. M�s a�n,
entran a formar parte de la estrategia neoliberal de descentralizaci�n y
dispersi�n de poderes. No nos enga�emos: el neoliberalismo apuesta al desarrollo
local y a la compenetraci�n de la poblaci�n en el mismo, como estrategia para
que los pobres resuelvan los problemas de los pobres. El desaf�o est� en la
intencionalidad pol�tica de las experiencias locales y de las luchas de los
movimientos sociales. Y en que dicha intencionalidad pol�tica se convierta en
una estrategia de creciente construcci�n de la unidad y de proyecci�n global. Es
preciso organizar y oponer fuerzas para cambiar las estructuras que producen
pobreza y que ahondan la brecha entre los ricos muy ricos y los pobres muy
pobres.
Unir dignidades, tejiendo redes. Refiri�ndose a las luchas de los zapatistas,
Holloway las sintetiza en la expresi�n: "Las dignidades se unen". Y resalta la
categor�a de resonancia, ligada a la estrategia de avanzar preguntando. Es
preciso avanzar tejiendo v�nculos con otras luchas, buscando respuestas,
escuchando ecos. Sin dudas que categor�as como la de resonancia suponen pensar
la organizaci�n de otra manera. Una organizaci�n entendida como multiplicidad de
formas organizativas diferentes, como b�squeda constante y como espacio para
preguntarse y para elaborar colectivamente. La pregunta es la ant�tesis del
poder como dominaci�n, pero es el requisito fundamental del poder popular como
liberaci�n. La pregunta es ya otra manera de pensar y reinventar el poder.
Una �tica de la dignidad se construye desde las identidades y los lazos
comunitarios. Suele suceder que se contraponen los v�nculos comunitarios con los
procesos de conciencia pol�tica. Se dice que la cultura ligada a lo comunitario
opera como freno de los procesos de educaci�n cr�tica. El atraso cultural
bloquea el desarrollo pol�tico. Esta percepci�n, en general, se encuentra unida
con una desvalorizaci�n de la cultura, del saber popular y se desplaza sobre el
eje de la contraposici�n entre cambio social y cultura. Por el contrario, la
resonancia nos evoca la necesidad de replantear el proceso de constituci�n de
las clases sociales y de los movimientos populares. La conciencia pol�tica se
genera desde un trasfondo significativo de experiencia; se encuentra �ntimamente
articulada con la vida cotidiana, con las historias de vida, con la construcci�n
de identidades, con la memoria colectiva. Las clases explotadas y los sujetos
dominados perciben la viabilidad del cambio a partir de experiencias y pr�cticas
de transformaci�n; desde el horizonte de sus vivencias, de sus articulaciones,
de sus v�nculos, de sus lazos comunitarios. La subjetividad - dial�gica,
resistente, propositiva, beligerante- aparece en el coraz�n de una �tica de la
dignidad y de la liberaci�n. A mi entender, los procesos de cambio que se operen
desarrollando v�nculos m�s estrechos con la vida cotidiana, la memoria hist�rica
y las tradiciones culturales, adquieren mayor radicalidad y se afianzan con m�s
fuerza que aquellos procesos donde lo pol�tico aparece desligado del contexto
vital, a�n cuando �stos muestren mayor aceleraci�n. Aqu� veo una riqueza enorme
de la pr�ctica social, en tanto busca articular procesos de cambio pol�tico con
ritmos culturales y con los v�nculos sociales. Quiz�s la pr�ctica social pueda
estar aportando a la pr�ctica pol�tica la experiencia de que los procesos de
transformaci�n deben estar profundamente arraigados en el tejido social y en la
cultura del mundo de la vida. A veces, el fracaso de las transformaciones
pol�ticas tambi�n se debe a un alejamiento de lo pol�tico respecto a este mundo
de la vida. Esta ruptura suele ser fatal. Adem�s de llevar al fracaso, reproduce
la separaci�n que el modelo actual impone entre experto pol�tico y ciudadano. La
integraci�n de las dimensiones que conforman la complejidad de la realidad,
parece ser una clave -nada despreciable- para consolidar un proyecto de
transformaci�n.
Construcci�n de subjetividades m�ltiples,
con una l�gica antag�nica
La construcci�n de alternativas en una �poca post-neoliberal conlleva un desaf�o
democr�tico, de car�cter radical. El t�rmino post-neoliberal est� siendo
utilizado por varios autores y no deja de ser provocativo. No es un t�rmino m�s
que integra la lista de los "post". Creo que est� significando la profunda
crisis de civilizaci�n que vivimos y la necesidad de trascenderla. Pero, a la
vez, est� insinuando que las alternativas deben construirse desde la destrucci�n
operada por los modelos neoliberales. Nos encontramos con subjetividades
constituidas sobre la base de una �tica del mercado, con un Estado donde la
corrupci�n ha adquirido dimensiones espectaculares, con crecientes niveles de
pobreza cr�tica y desocupaci�n, con reformas educativas ya en marcha, con un
impacto de la reestructura neoliberal sobre los movimientos sociales
(espec�ficamente sobre el movimiento de los trabajadores), con niveles
crecientes de desagregaci�n social y fragmentaci�n, con la cristalizaci�n de
comportamientos violentos a los cuales se responde, no s�lo con la violencia del
Estado, sino estimulando la violencia entre los propios sectores populares (la
organizaci�n de la gente para su autodefensa contra los pares). Fen�menos
impensables en nuestra tradici�n cultural y que nos est�n mostrando la validez
de la tesis de que este modelo ha penetrado profundamente en el imaginario
social y en las conductas y valores cotidianos. Son esos mismos espacios los que
ofrecen ya la posibilidad de generar alternativas. Como muy bien lo desarrolla
Perry Anderson, si los modelos neoliberales postulan la desigualdad social, las
alternativas deber�n dar una batalla por la igualdad social; si los modelos
neoliberales requieren menos democracia, las alternativas exigen m�s democracia.
A�ado, si los modelos neoliberales anulan la diversidad o la identifican con la
fragmentaci�n y desagregaci�n social, las alternativas deben potenciar la
diversidad.
1. Las pr�cticas de educaci�n popular liberadora: opci�n �tico-pol�tica.
En la construcci�n de alternativas al neoliberalismo, descubrimos -una vez m�s-
el potencial de una educaci�n popular liberadora. No puedo disociar dicho
potencial emancipatorio de la figura, la vida y el pensamiento de Paulo Freire,
as� como de los cambios operados en su teor�a. Freire era profundamente
dial�ctico y lo era tambi�n en relaci�n a su manera de pensar. En sus primeros
trabajos, Paulo formul� el concepto de concientizaci�n como elucidaci�n de la
conciencia. A Paulo le parec�a que si el oprimido ve�a las contradicciones y
tomaba conciencia de ellas, desarrollar�a acciones transformadoras.
Posteriormente -con sus experiencias en Africa y en toda Am�rica Latina- Paulo
reconoce la ingenuidad del concepto de concientizaci�n y lo somete a una dura
cr�tica. Entiende que la realidad es m�s compleja y que los procesos educativos
deben ir unidos a procesos y proyectos pol�ticos y que �stos deb�an ser
construidos con el protagonismo de la gente. El cambio operado no es secundario:
revela un distanciamiento respecto al paradigma de la ilustraci�n, integrando
aportes del paradigma dial�gico y de las corrientes posmodernas progresistas. En
la "Pedagog�a de la Esperanza" Paulo habla de ser "posmodernamente menos
seguros" y de superar la actitud arrogante de un "exceso de certeza en las
certezas". En su �ltimo libro, "La Pedagog�a de la Autonom�a", Paulo sostiene
que, "donde hay vida, hay inacabamiento." Lo propio del ser humano es ser
inacabado y ser consciente de su incompletud. La experiencia de la mortalidad es
una experiencia radicalmente humana. Es sabernos limitados, en cuanto somos
creadores permanentes. En dicha obra, Freire introduce el concepto de soporte,
como espacio restringido, como territorio del cual necesita el animal para
sobrevivir, para adiestrarse. Al soporte le falta la capacidad de opci�n. Y
optar es poder actuar �ticamente. Es elegir, incluso, una vida que no sea acorde
a un proyecto �tico. "S�lo los seres que se volvieron �ticos, pueden romper con
la �tica."
Esto, que nos podr�a parecer una suerte de debilitamiento de la apuesta �tica de
la educaci�n liberadora, por el contrario, para Paulo Freire, pensador
dial�ctico, no pod�a separarse de una postura profundamente radical, m�s radical
a�n frente a la dictadura del mercado. "El discurso ideol�gico amenaza
anestesiar nuestra mente, confundir la curiosidad, distorsionar la percepci�n de
los hechos, de las cosas, de los acontecimientos (...). En el ejercicio cr�tico
de mi resistencia al poder tramposo de la ideolog�a, voy generando ciertas
cualidades que se van haciendo sabidur�a indispensable a mi pr�ctica docente. La
necesidad de esa resistencia cr�tica, por ejemplo, me predispone, por un lado, a
una actitud siempre abierta a los dem�s, a los datos de la realidad y, por el
otro, a una desconfianza met�dica que me defiende de estar totalmente seguro de
las certezas. Para resguardarme de las artima�as de la ideolog�a, no puedo ni
debo cerrarme a los otros, ni tampoco enclaustrarme en el ciclo de mi verdad."
Entiendo la educaci�n popular, sobre todo, como un movimiento cultural, donde
los centros e instituciones deben desempe�ar un papel de servicio en relaci�n al
movimiento popular en su conjunto y, en especial, a la construcci�n de los
procesos de poderes sociales y pol�ticos. Hoy nos enfrentamos a la urgencia de
plantearnos con radicalidad las tareas de la educaci�n popular, precisamente en
tanto nos encontramos en medio de una profunda crisis de civilizaci�n. Las
crisis son tambi�n posibilidades hist�ricas de autocr�tica, de creatividad y de
construcci�n de alternativas. En el caso de la educaci�n popular, construcci�n
de alternativas junto a los sectores populares y sus organizaciones.
Sin embargo, el movimiento de educaci�n popular hoy se ve enfrentado al riesgo
real de perder su capacidad de transformaci�n y su potencial de aportar a los
procesos de construcci�n de sujetos colectivos protag�nicos. Hay, al menos, tres
factores que pueden incidir en este riesgo de neutralizaci�n. Ante todo, la
posibilidad de que los procesos de construcci�n de democracia con participaci�n
popular queden capturados dentro de una l�gica que crea una brecha entre el
proyecto pol�tico y la participaci�n de la gente.
En segundo lugar, la apuesta de muchos sectores del movimiento de educaci�n
popular en cuanto a incidir sobre las pol�ticas p�blicas. Se trata de una
situaci�n compleja, en la cual convergen factores distintos. Por ejemplo,
converge la necesidad de acceder a nuevas fuentes de financiamiento en virtud de
que se han retirado las fuentes tradicionales. Estas �ltimas, en general,
estaban animadas por un compromiso �tico y pol�tico de transformaci�n. Las
nuevas fuentes de financiamiento est�n m�s vinculadas a organismos
gubernamentales o a organismos internacionales. Lo cual, por cierto, condiciona
fuertemente las posibilidades de transformaci�n e impone l�mites que, en ciertas
circunstancias, resultan incompatibles con dicha intencionalidad transformadora.
Converge, tambi�n, la b�squeda de incidir, superando la posibilidad de
marginaci�n. Sin negar que, en toda estrategia educativo-pol�tica importa la
negociaci�n para modificar pol�ticas establecidas, sin embargo es bueno recordar
que el movimiento de educaci�n popular se debe a los sujetos populares y no a
las pol�ticas que se implementan en relaci�n a los sujetos populares.
En tercer lugar, los organismos internacionales han captado la validez de las
t�cnicas utilizadas y creadas por la educaci�n popular, conocen el contacto
directo que la misma tiene con la poblaci�n, as� como tambi�n su acervo de
experiencias y su capacidad de flexibilizar las formas de organizaci�n. Tambi�n
conocen el papel que desempe�aron las ONGs. en la lucha contra las dictaduras,
as� como su distancia frente a los pol�ticas econ�micas apoyadas por el propio
Banco Mundial. Si no estamos alertas frente a este panorama nuevo, puede suceder
que nuestra buena intenci�n de incidir en las pol�ticas p�blicas termine en que
ser�n los organismos internacionales los que incidir�n decididamente sobre la
pol�tica educativa que queremos impulsar. Tendremos un efecto a la inversa.
Quiz�s nunca como ahora, el movimiento de educaci�n popular se ha encontrado
ante un desaf�o tan radical. Si en otros momentos nos pod�a entrar la duda de
cual era su alcance, en tanto ve�amos la educaci�n popular acotada m�s bien a
experiencias micro (talleres, procesos barriales y sindicales, proyectos, etc.),
hoy esa duda no tiene lugar. En el rico acervo de muchos a�os de experiencia, la
educaci�n popular cuenta con un componente de enorme alcance �tico y pol�tico.
Nos referimos a su postura de permanente enfrentamiento a la dominaci�n,
explotaci�n y exclusi�n, es decir, a su capacidad de batallar en contra de la
injusticia y la opresi�n. A la vez, este elemento se entrelaza con otro tambi�n
de enorme alcance liberador. La educaci�n popular mantuvo siempre una firme
postura anti-autoritaria, lo cual le permiti� desarrollar una cr�tica permanente
a las alternativas construidas por el socialismo real. No hay verdadera
liberaci�n sin democracia. La libertad no se construye a la sombra de la
estadocracia. La autonom�a no germina bajo la sumisi�n, a�n cuando �sta sea
justificada como un requisito indispensable para construir un nuevo mundo. La
novedad no crece en un clima de dogmatismo e intolerancia. La ca�da del muro
para muchos signific� una crisis de terribles consecuencias sociales y
personales. Muchos desistieron de la posibilidad de construir una alternativa,
cayendo en el desencanto. Otros, en cambio, pasaron a combatir la posibilidad de
la alternativa, identific�ndola con el totalitarismo. Muchos marxistas
dogm�ticos de antes hoy son fervientes liberales, con la misma carga de
dogmatismo. Vivimos una �poca en que la alternativa no est� a la vista. No
soportamos este neoliberalismo agobiante y salvaje. Tampoco queremos reproducir
el socialismo autoritario. En medio de la desesperanza, el movimiento de
educaci�n popular cuenta con el caudal cr�tico de experiencias, con su potencial
emancipatorio. Como tal, tiene un aporte insustituible que realizar. El aporte
de colaborar en la construcci�n de alternativas populares hacia un socialismo
donde la gente sea realmente sujeto protag�nico y donde la diversidad se
articule con la emancipaci�n. Es una empresa prof�tica, de la cual no puede
desistir, a pesar de las atracciones que el poder ejerce sobre ella. Su opci�n
es muy clara: junto a los dominados y oprimidos por la construcci�n de una
sociedad que asegure condiciones de justicia, dignidad, democracia y
florecimiento de la diversidad.
2. Construcci�n de ciudadan�a con poder y democracia radical.
La construcci�n de ciudadan�a con poder social y pol�tico exige -como lo
sostiene Carlos Franco- "otro camino para otra democracia". Para este autor, la
propuesta de otra democracia supone una modificaci�n del formato cl�sico de
democracia. A su modo de entender, esto se opera en el siguiente sentido:
ingreso de las organizaciones sociales como co-titulares (conjuntamente con los
partidos) de la condici�n de actores de un r�gimen democr�tico; combinaci�n de
reglas e instituciones propias de una democracia representativa con el ejercicio
de una democracia directa; participaci�n directa de los actores sociales en la
estructura de decisiones y puesta en funcionamiento de mecanismos de consulta
popular, revocabilidad de mandatos, derechos de iniciativa popular en relaci�n a
leyes; transferencia de determinados recursos y competencias del Estado hacia
los actores sociales. La combinaci�n entre democracia representativa y
democracia directa da lugar a un modelo de democracia participativa.
Al analizar los procesos hist�ricos, Franco constata un conflicto entre esta
ciudadan�a participativa y la creciente desigualdad social. La ideolog�a
dominante justifica la convivencia entre neoliberalismo y democracia
procedimental, sosteniendo que el r�gimen democr�tico coexiste con la
desigualdad social, puesto que la democracia representativa es la reproducci�n
pac�fica de las desigualdades sociales. Franco formula la hip�tesis de que -si
bien las desigualdades pueden llegar a ser resignadamente aceptadas como
naturales- la creciente agudizaci�n de las desigualdades erosiona
tendencialmente la representatividad de los actores y la legitimidad del
r�gimen. Tiende hacia una crisis de representaci�n. Hablar de tendencia no
significa determinismo: del conflicto entre igualitarismo valorativo y
desigualdad objetiva, no deriva necesariamente un cuestionamiento radical al
r�gimen. Se requiere necesariamente la intervenci�n de la subjetividad y la
iniciativa de las organizaciones populares. En esta lucha cumple un papel
preponderante la defensa de los derechos sociales: "La experiencia de los
derechos sociales se organiza como una matriz de las significaciones populares
de los derechos civiles y pol�ticos."
Las experiencias latinoamericanas nos muestran la necesidad de un compromiso
creciente de la educaci�n popular con la construcci�n de ciudadan�a. Aqu� es
oportuno detenernos brevemente para expresar una dificultad. Sin lugar a dudas,
hoy en d�a asistimos a un "retorno del ciudadano" en la teor�a pol�tica. Sin
embargo, nos sentimos forzados a adjetivar la categor�a de ciudadan�a; se hace
necesario, as�, hablar de ciudadan�a activa o de ciudadan�a participativa. Esto
est� significando que el concepto de ciudadan�a no satisface plenamente las
exigencias de una democracia participativa. El retorno del ciudadano no equivale
a la construcci�n de un modelo de democracia participativa o radical. Es decir,
de una democracia que no solamente enuncia la necesidad de participaci�n en el
plano discursivo, sino que lo operativiza en el plano institucional y en la
historicidad de las formas democr�ticas. La apuesta de una educaci�n popular -
identificada con los sujetos protag�nicos de la transformaci�n - supone,
necesariamente, la institucionalidad de la participaci�n permanente. La
generaci�n de poderes sociales y pol�ticos.
En esta tarea de apoyo a la construcci�n de un proyecto de democracia
participativa, importa tambi�n descubrir las brechas y los espacios que permitan
acumular fuerza y organizaci�n de los sectores populares, en el sentido de
construir alternativas en el ejercicio de poderes locales, pero con proyecci�n a
la ciudad y al conjunto. En la medida en que los procesos de una democracia
radical y participativa van generando: formas nuevas en el ejercicio del poder,
mecanismos de control efectivo sobre la gesti�n, estilos de conducci�n abiertos
al ejercicio del poder por los ciudadanos, aplicaci�n del principio de justicia
que da prioridad clara a los m�s postergados, manejo pedag�gico de los
conflictos, y un proceso educativo y pol�tico que permita visualizar los l�mites
impuestos por los modelos neoliberales, en esa medida se est� operando una
proceso de politizaci�n que no es funcional a la estrategia de globalizaci�n.
Sin embargo, hay signos de que los procesos de descentralizaci�n -impulsados por
gobiernos de izquierda- se pueden estar alejando de varios de estos supuestos
�tico-pol�ticos. Una tarea de vital importancia es recuperarlos y
profundizarlos. Es decir, de-construir el proceso para re-construirlo.
Me parece pertinente aqu� la categor�a de "de-construcci�n", es decir, de
repensar la democracia desde la diversidad, desestructurando los poderes
institucionalizados, detectando y aprovechando las fisuras, para re-construir
nuevos poderes sociales en manos de los sectores populares. Marco Ra�l Mej�a
se�ala que la de-construcci�n supone la b�squeda por un nuevo sentido y la
entiende como una postura filos�fica caracterizada por algunos de los rasgos
siguientes: intervenci�n activa frente a las formas de institucionalizaci�n del
poder; penetrar en la voz de lo institucional y en el imaginario de las personas
para generar procesos de desestructuraci�n y reconstrucci�n; o�r los m�rgenes de
la m�quina institucional; desarrollar la sospecha, descentrando la objetividad
institucional; ver lo que hace invisible al poder; resignificar las experiencias
humanas; capacidad de leer desde las huellas de nuestras experiencias; crecer
desde la incertidumbre; actuar sobre las fisuras; superar las miradas binarias y
producir nuestro texto, abri�ndonos a la b�squeda de la intertextualidad.
Si los procesos de construcci�n de poder local deben orientarse precisamente a
una mayor decisi�n, control y poder por parte de los ciudadanos, a trav�s de las
organizaciones populares, en la toma de aquellas decisiones que los ata�en,
habr� que estar especialmente atentos a que el programa y proceso de
descentralizaci�n con participaci�n popular, logre una efectiva transferencia de
poder. La apuesta de la educaci�n popular es profundizar sin vacilaciones los
espacios de poder de las organizaciones populares y de los ciudadanos, en
especial de los sectores m�s postergados de la sociedad. En tal sentido, es
imprescindible evitar toda forma de cooptaci�n por parte del aparato
institucional, as� como tambi�n toda forma de subordinaci�n pol�tica y el
posible distanciamiento de los organismos de gobierno local respecto a la gente
y a sus organizaciones.
Estos desaf�os son consustanciales a una educaci�n popular que apuesta a la
liberaci�n, entendida en su sentido integral, es decir, en sus proyecciones
�ticas, pol�ticas y culturales. Una educaci�n popular comprendida como
movimiento que desarrolla una lucha contra los proyectos hegem�nicos ligados al
neoliberalismo y a la estrategia de globalizaci�n. Una educaci�n popular que
impulsa una b�squeda, necesariamente rigurosa y creativa, guiada por la
convicci�n de que la cuesti�n del poder sigue hoy m�s vigente que nunca, si bien
se plantea en t�rminos distintos y novedosos. La apuesta contin�a siendo la del
fortalecimiento del poder (de decisi�n, de control, de negociaci�n, de lucha) de
los sectores populares, precisamente en una etapa hist�rica en que los modelos
vigentes multiplican las formas y niveles de exclusi�n.
Desde la perspectiva de una ciudadan�a participativa en de-construcci�n y en
re-construcci�n, ser� necesario elaborar las pol�ticas sociales. Respecto a
ellas tambi�n se requiere un importante esfuerzo de-construcci�n. La utilizaci�n
del t�rmino "pol�ticas sociales" resulta ser tan impreciso -cuando se lo maneja
desde la educaci�n popular- que, por momentos, no se percibe con claridad la
diferencia respecto a la utilizaci�n que del mismo hacen los organismos
internacionales, tales como el Banco Mundial. Ser� necesario abrir un debate en
torno a la articulaci�n entre pol�ticas sociales y ciudadan�a participativa. Por
el momento, intento s�lo se�alar que las pol�ticas sociales que se elaboran
desde una ciudadan�a participativa requieren, al menos, las siguientes
caracter�sticas:
a) Deben implicar a m�ltiples sujetos, superando la focalizaci�n en ciertos
sectores sociales.
b) Se orientan a fortalecer capacidades y a generar poderes sociales y
pol�ticos. Pero se trata de poderes que trasciendan la autogesti�n de la pobreza
(la administraci�n de la miseria). Es preciso generar poderes a nivel de la
ciudad en su conjunto y de la sociedad global. No hay pol�ticas sociales
separadas de ciudadan�a participativa.
c) Se trata de pol�ticas sociales que resultan inseparables de la elaboraci�n de
medidas de justicia social que ataquen decididamente la injusticia creciente,
tanto a nivel econ�mico, como a nivel de las necesidades fundamentales
relacionadas con la calidad de vida. Dichas medidas de justicia deben
necesariamente afectar a los sectores privilegiados.
d) Las pol�ticas sociales son inseparables de una lucha contra un modelo de
supuesto desarrollo con exclusi�n y destrucci�n de la vida. Son pol�ticas que
forman parte de la lucha contra la hegemon�a neoliberal.
e) Requieren la participaci�n activa y efectiva de los afectados por las
pol�ticas, en su misma elaboraci�n. No se trata de que la poblaci�n participe
luego de que los t�cnicos hayan elaborado las pol�ticas. Se trata de que los
t�cnicos y educadores sean capaces de desarrollar un proceso cultural-educativo
que permita la elaboraci�n colectiva de dichas pol�ticas. En tal sentido el
t�rmino "empoderamiento" (al menos como lo usan los organismos internacionales)
no resulta adecuado para expresar lo que aqu� se busca decir. Hace pensar que la
poblaci�n se "apodera" de una pol�tica ya formulada. Por el contrario, de lo que
se trata es de que la poblaci�n participe en la elaboraci�n, gesti�n y control
del desarrollo de esa pol�tica. Sigue, por lo tanto, vigente el t�rmino poder
social y pol�tico.
f) Las pol�ticas sociales requieren transversalidad y no verticalidad. Es decir,
suponen articulaci�n de los diversos actores en el sentido de implementar
medidas y acciones que atraviesen todo los campos de dichas pol�ticas. La
fragmentaci�n de las pol�ticas sociales favorece, m�s bien, la fragmentaci�n de
los actores. Por tanto, no se trata de dar un salto de las pol�ticas sociales
micro a lo macro, sino de que, desde un comienzo, los actores ya se muevan hacia
lo macro, es decir, hacia la transformaci�n estructural del capitalismo
neoliberal.
3. Proyecto �tico-pol�tico emancipatorio:
identidades y diversidades en las luchas de los movimientos sociales.
Debemos prevenirnos de todo discurso abstracto sobre la diversidad. Dicho
discurso es, obviamente, una forma de negarla. Hoy en d�a asistimos a una
emergencia hist�rica de la diversidad, que desaf�a la impronta abstracta y
universalista del pensamiento �nico. Este florecimiento de la diversidad tiene
que ver con: la crisis de modelos basados en una visi�n unilineal del progreso;
la superaci�n de un paradigma de la simplificaci�n sustentado sobre la base del
pensamiento �nico; el desarrollo de una cultura de la posmodernidad que exalta
la pluralidad de formas de vida. Sin embargo, existe un cuarto factor que en
Am�rica Latina ha desempe�ado un papel fundamental; me refiero a los movimientos
sociales. El movimiento ecologista, el movimiento por los derechos humanos, la
teolog�a de la liberaci�n y las comunidades cristianas de base, el movimiento de
los sin tierra, el movimiento feminista, el movimiento de educaci�n popular y
los movimientos ind�genas han puesto, con fuerza, en el orden del d�a, no s�lo
el tema de la diversidad sino tambi�n el tema de las condiciones de su
posibilidad. Lo que requiere de procesos socio-culturales desarrollados desde
las diferencias; crecer desde las incertidumbres con un sentido profundo del
l�mite y de lo incompleto, pero fortaleciendo valores �ticos sustantivos;
articular la construcci�n de lo nuevo con la memoria y el saber acumulado. Se
trata de construir una �tica de la articulaci�n, seg�n el acertado t�rmino
utilizado por Charles Taylor. Una pedagog�a de la diversidad y una �tica de la
alteridad: capacidad dial�gica, profundo respeto por los otros, disposici�n a
construir juntos desde saberes y experiencias distintas.
Si el pensamiento �nico (componente sustantivo de la actual propuesta
hegem�nica) anula las diversidades reconduci�ndolas a la supuesta diversidad del
mercado; si las corrientes posmodernas exaltan la diversidad, pero arriesgan
identificarla con la fragmentaci�n de relatos; el pensamiento alternativo, por
el contrario, debe apostar a articular diversidades en torno a valores fuertes.
Con este t�rmino entiendo, el valor de la dignidad, de la justicia social, de la
igualdad social, del reconocimiento; valores que se integran en una �tica de la
liberaci�n, expresada a nivel de la sociedad, de cada uno de nosotros y a nivel
de la expansi�n de la diversidad de la naturaleza. Por eso, acertadamente
Leonardo Boff destaca que la teolog�a de la liberaci�n y el discurso ecol�gico
tienen una identidad com�n, puesto que parten de dos heridas profundas. La
primera, la herida de la pobreza y de la miseria, que rompe el tejido social de
millones de pobres del mundo entero; la segunda, la agresi�n contra la tierra,
que desestructura el equilibrio del planeta. Ambas parten de un clamor: el grito
de los pobres por la vida y el grito de la tierra que sufre bajo la destrucci�n.
Desde un punto de vista �tico, cabe la sospecha de si afirmar la diversidad no
significa caer en el relativismo. De hecho, las investigaciones antropol�gicas
sobre las culturas han sido protagonistas de la afirmaci�n del relativismo
�tico. Ahora bien, creo que el reconocimiento de la diversidad debe conjugarse
con una �tica de la articulaci�n. M�s a�n: ambos se necesitan mutuamente. La
justificaci�n filos�fica de la �tica no puede darse desde un punto abstracto y
universalista. El universalismo abstracto ha engendrado hist�ricamente las
peores dominaciones y destrucciones de la vida humana; ha justificado que
ciertas culturas se auto-consideren superiores a otras y que, en nombre de
supuestos valores universales, libren una batalla genocida, destruyendo vidas,
religiones y culturas. No puede ser �sta la perspectiva te�rica de justificaci�n
de la �tica. En tal sentido, la argumentaci�n debe partir desde la diversidad.
El reconocimiento de la diversidad -salvo que se caiga en una contradicci�n
pragm�tica- ya supone afirmar valores sustantivos, pues reconocer la diversidad
y comprenderla requiere reconocer y comprender la dignidad de quienes la
sustentan. La misma afirmaci�n posmoderna: "todo es absolutamente relativo, pues
s�lo existe diversidad de relatos", cae en una contradicci�n pragm�tica, pues al
enunciarse, se niega a s� misma. Esta actitud de compenetraci�n por los otros y
por las otras culturas tiene un l�mite �tico insoslayable: se debe aceptar y
promover la diversidad, a excepci�n de aquella diversidad que niega la
diversidad misma. En tal sentido, desde la diversidad, jam�s se podr�n
justificar ni los totalitarismos, ni el dogmatismo, ni la intolerancia, ni la
xenofobia, ni el neoliberalismo, en tanto son destructores de diversidades. El
pensamiento �nico -es decir, el no-pensamiento- arrasa con las diversidades, en
tanto �stas puedan constituir m�rgenes para la construcci�n de alternativas.
Aqu� radica el l�mite profundo del pensamiento posmoderno: exaltar la diversidad
fragmentada, terminando en la disoluci�n de la raz�n y en la desesperanza frente
a la construcci�n de proyectos globales. En una palabra, en la afirmaci�n de
diversidades que son funcionales a un proyecto homog�neo, compacto, coherente y
hegemonizante: el proyecto neoliberal. Como lo afirma Eagleton, "se puede
aventurar -en una primera y cruda aproximaci�n- que gran parte del posmodernismo
es pol�ticamente opositor, pero econ�micamente c�mplice".
Adem�s, reconocer la diversidad es comprometerse efectivamente con la lucha por
asegurar las condiciones que permitan expresarla y desarrollarla. Construir,
pues, la unidad desde la diversidad y no ahogar la diversidad desde un unidad ya
constituida. Juan Ram�n Capella, comentando la actualidad del "Manifiesto" de
Marx y Engels, sostiene: "Internacionalismo no equivale a uniformidad, no es un
intento de s�ntesis haciendo abstracci�n o prescindiendo de lo que es diferente.
No supone eliminar las diferencias. Es el proyecto de construir una
multiversidad (...). El internacionalismo no niega la diferenciaci�n nacional de
las poblaciones, sino que se construye como articulaci�n de su pluralismo, de
sus diferencias (...). La problem�tica de especie impl�cita en los problemas
ecol�gicos, de la paz, de los desequilibrios entre las poblaciones del planeta,
que afecta al presente y a las generaciones futuras, es internacional y
supranacional y abordarla exige un aprendizaje de cooperaci�n en la diversidad."
De lo anterior deriva la necesidad de cuestionar supuestos modelos de desarrollo
que uniformizan y hegemonizan, destruyendo diversidades. El economista Max Neef
sostiene que existe un punto de umbral, de acuerdo al cual el crecimiento
econ�mico incide en el mejoramiento de la calidad de vida. Una vez que se cruza
ese punto de umbral, el crecimiento que se genera, cada vez contribuye menos a
producir desarrollo aut�ntico y se va concentrando cada vez m�s en resolver los
problemas generados por el propio crecimiento. Esto requiere de pr�cticas que
potencien la construcci�n de una subjetividad colectiva entendida como
maduraci�n integral de identidades. Los procesos de aprendizaje no pueden quedar
atrapados en formas de racionalidad exclusivista. Ser�, pues, necesario
replantearse la concepci�n del aprendizaje s�lo como conocimiento racional y
s�lo como racionalidad instrumental y simplificadora. En los procesos de
aprendizaje, que acompa�an las acciones colectivas, el descubrimiento y
desarrollo de las potencialidades de los actores sociales configura un nuevo
campo de relaciones. Al decir de Amartya Sen, la calidad de vida debe ser
entendida como desarrollo de capacidades. La capacidad de una persona refleja
combinaciones alternativas de los funcionamientos que �sta puede lograr.
Combinaci�n de varios quehaceres y seres, en los que la calidad de vida debe ser
evaluada en t�rminos de la capacidad para lograr funcionamientos valiosos.
Supone conjugar las capacidades con la satisfacci�n de necesidades b�sicas y con
la necesidad de reproducci�n de la vida. Tener en cuenta las capacidades
requiere potenciar una libertad positiva, es decir, lograr que los actores
sociales puedan realizar efectivamente sus metas, procurar el desarrollo de sus
proyectos de vida personales y colectivos. Desde esta perspectiva, el concepto
de calidad de vida exige superar todas las formas de opresi�n y dominaci�n,
puesto que nadie puede desarrollar sus potencialidades en tanto dominado. Las
opresiones y desigualdades condicionan e influyen en las expectativas y deseos,
pues es dif�cil desear lo que no se puede imaginar como una posibilidad.
Los movimientos sociales antisist�micos -es decir, constructores de una
hegemon�a contraria al neoliberalismo- han logrado articular las diversidades
con las exigencias de condiciones que aseguren su fortalecimiento y expansi�n.
Lo vemos en el movimiento ind�gena que se expresa en muchos lugares de nuestra
Am�rica Latina, pero que adquiri� una fuerza desafiante en el movimiento
zapatista de Chiapas. Lo vemos tambi�n en el Movimiento de los Sin Tierra que ha
logrado articular la lucha por reivindicaciones concretas, las acciones de
ocupaci�n de tierras, el proyecto de reforma agraria, el desarrollo de
subjetividades y los procesos de una educaci�n liberadora ligados a estas
luchas.
El nuevo paradigma est� abri�ndose camino, a trav�s de los procesos de una
democracia participativa, de las luchas de los movimientos sociales, de la
construcci�n de la unidad desde la diversidad, de las pr�cticas de una educaci�n
popular liberadora, de proyectos pol�ticos transformadores construidos con la
gente. Exige un gran despliegue de creatividad, de imaginaci�n, de inteligencia
y de compromiso. Requiere articular redes, organizaciones, experiencias y
luchas, trascendiendo los espacios locales para proyectarse a nivel planetario y
mundial. Supone elaborar nuevas visiones pol�ticas, desde una perspectiva �tica
de liberaci�n. Quiz�s nunca como ahora la libertad y la imaginaci�n se vieron
desafiadas a construir un proyecto colectivo de dimensi�n mundial, si es que
queremos evitar que contin�e la destrucci�n de la vida.