La Casa de Las Persianas Cerradas

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La casa de las persianas cerradas

La casa más grande y despintada de toda la cuadra nunca abría sus persianas. Nadie le prestaba
atención, era parte del paisaje. Tiempo atrás, un vecino me dijo que una sola vez había visto al dueño entrar a
la casa con bolsas llenas de comida para gatos.
- Es un anciano con pinta de marciano. Algunos dicen que se ganaba la vida como ilusionista. Que sabía
trucos de magia y que ahora está retirado.
Pasó el tiempo y dejé de ver al vecino del barrio. “Se habrá mudado”, me dije y me olvidé de él, pero
no de la breve charla que mantuvimos.
Una tarde en la que estaba muy aburrido, decidí visitar la casa de las persianas cerradas, acompañado
por mi perro, que se llama Harry Potter. Él siempre está contento, mueve la cola, no le importa nada con tal
de salir a la calle. Me hace caso en todo. Yo le digo “Harry Potter… ¡quieto! Y Harry Potter se queda quieto.
Está bien educado.
En el umbral de la casa había muchas hojas secas. Toqué el timbre. Una voz ronca gritó: - ¡Pase, la
puerta está abierta!
Qué remedio. Había tocado el timbre y me invitaban pasar. Entré.
La sala estaba semivacía, con dos sillones viejos y una mesa ratona. Olía a encierro, a humedad y a
gato.
- ¡Estoy en el fondo! ¿Quién es usted? –dijo la voz.
- Agustín, un vecino. Me da curiosidad su casa – dije.
- Caramba. Otro muchacho curioso – dijo la voz.
Harry Potter olisqueaba todo con verdadera pasión Y tenía sus motivos: en el jardín desmantelado,
donde sobresalían el cactus y un alcanfor aromático, había una multitud de gatos: negros, atigrados, blancos,
tricolores. Había, también, muchas latas con alimento balanceado y otras con agua. Mi perro comenzó a tirar
de la correa, quería correr a los pequeños felinos, su deporte favorito, pero lo contuve. Pensé que el dueño de
casa sería un “loco de los gatos”. ¡Hay gente así! Juntan gatos, los amontonan.
- ¡Buenas tardes! – grité.
- Para mí, son muy buenas. Para usted, quién sabe.
El hombre vino por detrás – no sé de dónde salió-. Su cara parecía estar cubierta de niebla: imposible
detectarle un rasgo particular, salvo que era alto, y que sus ojos eran oscuros y fríos. La mirada hipnótica de
una iguana. Y sí, tenía pinta de extraterrestre.
Después, sucedió algo inconcebible. Harry Potter ladraba y ladraba iba a retarlo, pero entonces, sentí
que miraba el mundo desde otro lugar, que mi cuerpo cambiaba, que…
- ¡Miau!
Yo quería decir, gritar, implorar… ¡”Salvame, Harry Potter!”.
Pero me salía: “¡Miau! ¡Miauuu!”.
Y Harry Potter, ¿qué hacía? Me ladraba.
Después, todo volvió a la normalidad y sentí que era yo otra vez. Salvo que tenía un susto más grande
que el Océano Atlántico.
Salí corriendo con Harry Potter, mientras el dueño de casa se reía a carcajadas. Les juro, lo que sea que
haya sido, no era para reírse, pero a él parecía causarle mucha gracia. Si la meta del viejo ilusionista era que yo
perdiera mi interés por su casa, lo logró. Perdí tanto el interés que nunca más pasé por la puerta, ni siquiera
por la vereda de enfrente.

Franco Vaccarini (adaptación).

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