Sobre Juan L. Ortiz
Sobre Juan L. Ortiz
Sobre Juan L. Ortiz
De A. Veiravé: Juan L. Ortíz. La experiencia poética, Buenos Aires: Carlos Lohlé, 1984, p.
102-104. (fragmento)
De Oscar del Barco: Juan L. Ortíz. Poesía y ética., Córdoba: Alción, 1996, p.47 y 48.
(fragmento)
El lugar es una predestinación; sólo en él se produce el conocimiento de lo "propio" y
de lo "otro" en tanto que lo propio es otro y éste es la esencialidad de lo propio: de
esta forma se nulifica el lugar como sitio de identidad. Al lugar se lo debe considerar,
rilkeanamente, como una constelación llena de marcas, de signos, de ecos y de
interpretaciones, y no como un sitio puramente geográfico; o como una matriz que da
y recibe, primeramente el balbuceo del vaho del habla. En el lugar pre-existen, como
algo ya dado, tanto la historia como el porvenir inexistente pero ya contenido. Hay que
imaginarlo como un remolino fuera de las horas, de los días y de los años, fuera de eso
que llamamos tiempo, como una tierra habitada por presencias invisibles pero no
menos reales que las presencias visibles, en una suerte de hipóstasis de la vida y la
muerte en una consistencia de "fuego". Al lugar se lo siente, se lo advierte en cada
cosa y en cada instante; el lugar es carnal y espiritualmente hogareño; es lo que es y su
prolongación más allá de los límites como ser: los pájaros maravillan, el río tranquiliza,
el cielo habla, la luz arrebata. Salir del lugar natal es un acto sacrílego porque es el
abandono del resplandor del mundo. Juan L. Ortíz identificó a la escritura con lo natal.
A partir del poema lo natal ya no es sólo la tierra habitada por los hombres y los
dioses, sino que también es la tierra habitada por la poesía. Si cualquiera de estos
nombres abandona el lugar se resquebraja el "templo" y tanto la tierra como Dios, el
hombre como lo poético, se apartan y caen en la falta de la ausencia de destino. La
fuerza de lo natal debe entenderse como el eje del ser; lo cual implica un grave peligro
para un hombre que hace del cambio y la novedad sus formas expresivas esenciales.
Todo traslado y toda acción, vistos contra esta suerte de espejo vacío-lleno del lugar,
es una pérdida. Por eso el hombre moderno vive herido: una tierra colmada de
constantes exilios es una tierra ciega y muda. ¿En qué oído podría hablar la tierra si
todo oído se ha vuelto sordo a la "melodía terrestre"? Una tierra sin pupilas que la
miren y en las que ella pueda confiadamante emerger a la contemplación de su propia
dimensión material es lo esencialmente siniestro: desaparece la confianza en las cosas
y la confianza que las cosas nos conceden, poniendo así en un grave peligro lo que
constituye el fundamento de lo humano.