Abril y La Casa Encendida
Abril y La Casa Encendida
Abril y La Casa Encendida
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La poesía de Abril gira en torno a un símbolo: el de la primavera,
unida al nacimiento del amor. Habla de un universo matinal, en au-
rora, con las primeras flores y la primicia del verdor; universo ado-
lescente, contemplado con ojos de asombro, dispuestos a recibir la visita
de lo sobrenatural. Abril es ese mundo en flor y a la vez el brote del
amor y del entusiasmo en el alma del poeta, como ocurría, ocho siglos
antes, en el joy de los trovadores pro vénzales. Amor, ¿hacia quién o
hacia qué? Está presente una figura femenina «de carne temprana»,
«dulcemente morena», que resume en sí todo el encanto del temblor
primaveral. Su intacta belleza, si enciende el deseo, es también objeto
de contemplación arrobada. «Circuncisión de mi celo» la llama el ena-
morado, que da gracias a Dios por la plenitud del sentimiento que
le invade, por la tristeza que siente y por la misma inseguridad de su
esperanza. Junto a esta atracción concreta y quintaesenciada se hace
oír la voz divina, la llamada de la «nieve absoluta y primera». Como
en el doíce s til mtovo, hay deliberado afán de que el amor a la mujer
se integre en el amor sagrado, por lo que se aplican a aquél palabras de
intencionado eco religioso:
Por eso los acentos más inequívocos del poeta están en Anuncia-
ción y bienaventuranza, al cantar, aliadas, la gracia divina y la prima-
vera virginal de María:
¡Oh Anunciación! ¡oh carne suavísima! ¡oh misterio!
Una gota de sangre colma la primavera.
Despertad y cantad, ¡oh bosques escogidos!
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fresnos enardecidos entre chopos inermes,
cedros sacramentales,
abetos de ofrecidas ramas atribuladas,
y laureles augustos y pinos liberados,
y olivos como arcángeles de paz destituida.
¡Despertad y cantad la gloria de la sangre!,
y vosotras también,
viñas sustentadoras de luz iluminada donde la claridad se
resuelve en dulzura,
amores como arroyos de palomas heridas,
madreselvas azules con presencia en las ramas de espigadas
violetas,
v colmenas radiantes,
y religiosas uvas de carne enajenada,
¡ despertad y cantad la gloria de la sangre, despertad y cantad
la inocencia del tiempo!
¡y el polvo de la muerte que se despierte y cante!
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de luna al fin modelada,
primavera resbalada
desde el donaire hasta el sueño?
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Le entrega también el llanto, el dolor y la misma soledad, para
pedirle al fin misericordia. Tras cada renuncia dice: «No lloro lo
perdido, Señor; nada se pierde.» Y en efecto, el absoluto despojo le
ha hecho encontrar definitivamente la palabra desnuda y verdadera.
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<lole ejemplo. Al lado de las apariciones visionarias se evocan en el poe-
ma el Belén de Granada, «ei Belén que fue niño cuando nosotros nos
dormíamos cantando», «la mesa que vistió de volantes mi hermana», los
compañeros y compañeras de la Universidad, el Corpus granadino;
cí vendedor ambulance junto a cuyo puesto se conocieron k>s pnáres
de Luis; la casa de Ja infancia, con todos los hermanos agrupados
en torno a Pepona, la criada vieja; y en las adiciones de 1967 entra
el hogar ya formado, con la visita de amigos asiduos —Pedia, Pri-
mitivo, Leopoldo, DionUio, Alfonso, Dámaso, Enrique—, con María,
que pone sobre la mesa una jarra de lirios, y con Luis Cristóbal, el
hijo crecido ya,
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Sólo más tarde llega a descubrir que la memoria y la esperanza,
vivificando el pasado y presintiendo el futuro, se complementan y
funden, con lo que dan continuidad y coherencia a lo temporal:
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María había reconocido ya «la tristeza que es anterior al hombre»;
al descubrirla después en la voz de la madre, la identifica con la
suya propia, con la que prolonga en la humanidad la tristeza de Cris-
to; y entonces comprende el valor positivo del dolor como consagra-
ción y plenitud de la vida: «Las personas que no conocen el dolor
son como iglesias sin bendecir», dice repetidamente en 1949; en 1967
su panegírico del dolor tiene grandeza y profundidad incomparables:
porque ahora
vamos a hablar, ¿sabéis? ¡vamos a hablr!
hasta que puedan conocerse todos los hombres que han pisado la tierra,
hasta que nadie viva con los ojos cerrados,
hasta que nadie duerma.
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es triste, / y se que no es posible, y sin embargo es verdadero». Al re-
vivirse el pasado y anularse el tiempo, no se sabe si lo que vuelve
es el recuerdo o la realidad recordada:
Y puede ser que yo sea niño,
y puede ser que estemos en Granada,
y puede ser que tú me estés contando cómo la conociste.
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CUADERNOS, 257-258,—11
y lloviendo / entre Us tres paredes del despacho... / Y todo allí, di-
ciéndose mientras sigue lloviendo...)) No se ha dicho frase alguna;
pero si «la palabra del alma es la memoria», todo cuanto en ésta
ocurra sólo tomará ser «diciéndose)). No explica Rosales cómo ha lle-
gado a identificar memoria y palabra. Para mí tienen de común el
llevar a cabo una conformación progresiva: la memoria, proyectada
sobre la sima de las vivencias dormidas, se concentra en las que busca,
rescata sus trazos desdibujados, precisa cada vez más sois contornos;
la palabra formula en expresión acuñada el contenido, anímico donde
se mezclan apetencias, emociones, imágenes y conceptos. En la obra
poética tal formulación no suele ser repentina; por lo general sigue
un proceso de elaboración gradual; pero los poemas suelen darnos
la obra hecha, acabada, no la creación in fieri. No así La casa encen-
dida, que pone al descubierto el esfuerzo incesante por aproximarse
a una doble perfección, la del recuerdo o del autoanálisis y La de su
encarnación verbal. El autor trata de acercarse una y otra vez a ellas,
e insatisfecho del terreno que gana en cada tentativa, pone en juego
nuevos recursos hasta alcanzar su meta. A ello parecen responder
dos procedimientos estilísticos esenciales: la reiteración y el símil.
Las reiteraciones que pueblan el poema son de tipo muy vario y
desempeñan muy diversa función. La más patente es la de insistir e
intensificar; el polisíndeton subraya el tedio producido por el automa-
tismo de actos habituales e indiferentes:
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bendiciendo su mercancía con un sombrero hongo,
y tenía cara de lápiz,
y le temblaba de impaciencia todo el cuerpo en los labios,
y se besaba la nariz de tanto concentrarse para hablar,
y estaba rezongando y consumiéndose
porque nadie se había acercado al puesto todavía.
Las personas que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir,
como un poco de arena que soñara ser playa,
como un poco de mar.
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Y nos hemos reunido
como un poco de tierra de diferentes valles
que el viento de la muerte ha convertido en playa,
como un poco de mar.
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e n u n a v i d a quâ no tiene memoria perdurable,
que no tiene mañana,
que no conoce apenas s i E R A clavel, s i E S rosa,
s i F U E azucenamente hacia la tarde.
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la armazón que Jes da coherencia. Esta función estructural de leitmotiv
es la que tienen ritornelos como «Porque todo es igual y tú lo sabes» y
su antónimo «Porque todo es distinto y tú lo sabes», «La palabra del
alma es la memoria», «La muerte no interrumpe nada», «La tristeza
es anterior al hombre», aporque Dios lo quiso se llamaba. Esperanza»,
«¿Quién te cuida Luis?», «El dolor es un largo viaje», «Vamos a ha-
blar, ¿sabéis?, vamos' a hablar» y otros más que, entrelazándose como
nervaduras de una crucería, contribuyen a que la bóveda se sostenga.
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mente en las paredes» y en las puertas «me he vestido con apresurado
sobresalto)), «pretendía saber, con sigilo receloso, si eran las doce)),
«un niño que llevaba un ochavo en la mano con ilusión y orgullo»,
se convierte por arte de Rosales en «palpando en las paredes y en
las puertas / como el que busca algo, entre la bona del bolsillo, que
nunca ha de encontrar-», «me he vestido como si estuviera situando un
pelotón de soldados en la frontera, / en la misma frontera de mi alma»,
«pretendía saber si eran las doce / como si cometiese un adulterio»,
«un niño / que llevaba un ochavo en la mano / lo mismo que se
lleva la novia ante el altar». De igual modo, «hablabas puntualmente,
fijando normas», agiganta sus dimensiones en «hablabas / como ponien-
do el mundo en hora», y ningún silencio gana en tristeza y aburri-
miento a «este silencio, que es como un luto de hombres solos>>. En
algún caso la primera afinidad encontrada no satisface al autor, que la
rectifica o completa con otras; lo hemos visto ya en «Las personas que
no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir, / como un poco
de arena que soñara en ser playa, ¡ como un poco de mar»: al des-
tino incumplido, simbolizado en «iglesias sin bendecir», se ha añadido;
con «un poco de arena que soñara en ser playa», el anhelo de inte-
grarse en algo mayor, y con «un poco de mar», la inquietud amorfa
y tesonera de esa porción segregada de la inmensa totalidad en que
se quiere fundir. También ocurre que una comparación inicial en-
gendre otra o se desarrolle en pormenorizada fronda:
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dispar: así entre el trabajo de su padre, los movimientos del cirujano,
el crecer de las raíces y la sacrificada atención de las monjas enfer-
meras; entre llevar un ochavo en la mano y llevar a la novia ante
el altar ; entre la extrañeza de ver luz en una habitación que nor-
malmente está a oscuras y la alarma ante un posible ataque del
enemigo. Y por si fueran pocas las' relaciones insospechadas que cabe
establecer en el mundo de la realidad, la fantasía del poeta crea mun-
dos nuevos donde un poco de arena es capaz de soñar, donde uno
puede circular en sus propias arterias y donde hay gentes que tratan
a su corazón como a un huésped para quien tienen superficiales
atenciones.
Claro está que si los símiles causan tanta sorpresa, todavía más
causarán las metáforas, que, libres de nexos comparativos, convierten.
las semejanzas en identidades; y no sorprenden sólo por la hetero-
geneidad de los términos que muchas de ellas identifican, sino además
por la densidad significativa que comprimen. A menudo, en rápidos
saltos, dejan implícitas o sugeridas etapas intermedias.
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durante todo el día, / y después... / se lloraban durmiendo, / se llo-
raban las unas a las otras, destituyéndose a sí mismas»; una de ellas
«cuando no soñaba al acostarse, se entristecía y enviudaba un poquito
sobre su corazón, / porque pensaba que había perdido para siempre
la noche»; los ojos dorados de María «tenían un resplandor de luz
hacia la tarde / y miraban la espuma compartiéndola y añadiéndose
a ella, j mientras el mar desataba sus olas», pues ojos y espuma, con
un mismo color y luminosidad, se funden en un único reflejo. En al-
guna ocasión la metáfora elíptica se explicita en sucesivas reaparicio-
nes, tras originar una serie de metáforas secundarias que forman parte
de una sola visión:
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tiene <S5« nombre qx<e únicamente puede, escuchar la madre,
ese nombre que ya duele en el vientre,
que ya empieza a decirse.a su manera.
Con una voz tan quieta que se iba haciendo igual que un árbol,
que se iba haciendo árbol
pata repartirse de rama en vaina vntre «idos aqueiWi& que iu estuchá-
[bamos,
y a cada uno nos hablaba-de manera distinta...
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Con correspondencias de sensación habla Rosales de una voz que arde
«crepitante y morena)), o de un color verde «vegetal y súbito-». Sin me-
táfora, logra la novedad expresiva condensando el significado o la in-
tención del epíteto, aplicándolo a contextos desacostumbrados o con
deslizamiento fuera de sus límites semánticos normales: «gabinete
nómada-», «un corazón para vivirlo, descalzo y necesario)), «habitación
minúscula y frugal», «carne universal y cegadora», «era indeleble y
rubia», «sangre urgente del gentío», «tenía un cuerpo grande y popu-
lar», «carne remisa y confluente», «nos hace ser pánicos y crueles». Asi-
mismo elige con desenfadada y sabia libertad adverbios inesperados,
sugerentes y preñados de sentido: «te has bañado respetuosa y tris-
temente»; «era pequeña y cereal y terminantemente rubia»; «y ella,
generalmente, / y porque Dios lo quiso, se llamaba Esperanza» (para
Luis se llamaba madre); «era morena muy despacio)). Algunos de estos
adverbios han sido fabricados: para uso pcrsonalísimo del poeta sobre
adjetivos que no suelen proporcionar base para tal tipo de derivados,
o incluso sobre sustantivos: «toda solteramente siendo araña», «con la
cabeza cayéndole también huérfanamente sobre los hombros», «si fue
azucena-mente hacia la tarde». Entramos, pues, en el terreno de la for-
mación de palabras1, donde Rosales, partiendo del participio esperan-
zado, lo provee de infinitivo («un recuerdo que pueda esperanzarnos»)
y apoyándose en dolorido, fragua el verbo desdolorir: «lo que ya esta-
ba desdolorido por la vida», «mientras que se me va desdoloriendo el
alma / por una grieta dulce», «desdoloriendo aquella carne». Si dolorido
se dice de lo que guarda huellas del dolor pasado, ayerido se podrá
aplicar a quienes están transidos de pasado, penetrados por el recuer-
do: «Ahora ya estamos juntos, ayeridos y ciegos». Ya se ha mencio-
nado antes otro neologismo feliz, madrea ma rado. Por otra parte, el
cambio de función gramatical experimentado por azucena para la for-
mación de azucenamenie es hermano de otras libertades sintácticas
donde la transgresión se manifiesta creadora, como la adjetivación en
«lirios pulpitos y frágiles» o el empleo transitivo de verbos intransiti-
vos : «callando hasta nacer y hasta nacerte» ; «cuando te fuiste, Juan /
cuando tú te has marchado, María, / y no he podido convivirás jun-
tos»; «y era una luz que tú podías vivir, que tú podías hablar, que tú
decías».
Muy peculiar de Rosales es la asociación sintáctica de términos
semánticamente distanciados. La sorpresa del contraste entre la simi-
litud esperada y la heterogeneidad ofrecida no se da sólo en las imá-
genes poéticas, donde lo hemos encontrado ya con abundancia. Tam-
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bien lo podemos ver en adjetivos y complementos' emparejados («un
corazón.,, descalzo y necesario-»-f «proporcionado de sueño y de es-
tatura»; ceños' sentábamos entre el latín y entre el silencio de ella»;
«era indeleble y rubia»; «y ahora, / después de nieve, / después de
siempre, j ha venido, ha venido») en enumeraciones («allí estaba el
perchero, manteniendo en el aire, como un acróbata, / los trajes, los
silencios y los sombreros sucesivos») en series anafóricas:
Una luz que era una de las cosas que tú ya estabas siendo,
igual que estabas siendo marinero,
iguai que estabas siendo una salida al campo,
igual que estabas siendo hombre
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todos los hombres; que partiendo de la abulia sin horizontes, llega
a la más desbordante proclamación del amor, aunando en apretado
abrazo a cuantos viven a una y otra orilla de la muerte. Libro, en fin,
que es una de las cumbres más altas de nuestra poesía contemporánea.
RAFAEL LAPESA
Querido Luis:
RAFAEL
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