La Admiración y El Encuentro Con La Verdad - Genara Castillo

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Introducción a la

Filosofía

Genara Castillo Córdova

San Miguel de Piura


2003

UNIVERSIDAD DE PIURA
FACULTAD DE CIENCIAS Y HUMANIDADES
DEPARTAMENTO DE HUMANIDADES
Introducción a la Filosofía

II. LA ADMIRACIÓN Y EL ENCUENTRO CON LA VERDAD

¿Dónde está la sabiduría?,


que se ha convertido en conocimiento,
¿Dónde está el conocimiento?,
que se ha convertido en información.
(T. S. Elliot)

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1. El origen del filosofar: la admiración


Empezamos, viendo lo que es la filosofía partiendo de que
es el amor o búsqueda de la SABIDURÍA. El saber filosófico es un
saber eminente porque es un saber de causas últimas, a las que se
accede por la luz natural de la razón. Pero, ¿cómo se puede
acceder a ese saber?. Además, si un individuo jamás ha ejercido la
filosofía, si no la conoce, ¿cómo la podrá amar?
Hemos dicho, en una primera aproximación, que la filosofía
es amor, búsqueda del saber, y que éste es algo que normalmente
todos deseamos poseer. De acuerdo con esto, todos los seres
humanos, somos en cierto modo filósofos. Sin embargo,
aunque tengamos esa posibilidad no siempre realizamos la
actividad filosófica. ¿Cómo se inicia el saber filosófico?, ¿cuál
es su punto de arranque o su origen?.
Muchos de los grandes filósofos están de acuerdo en que el
comienzo de la filosofía es la admiración. Todos ellos empezaron
a hacer filosofía admirándose. Pero, ¿qué es la admiración?.
Podemos decir, en primer lugar, que en cierta manera la
admiración es una especie de deshabituación, un salir de lo
acostumbrado.
a. La deshabituación.
De ordinario nos acostumbramos a ver la realidad como la
vemos, estamos habituados a ella. Llegamos a este mundo
prematuramente, después de los nueve meses de estar en el
vientre materno; nos “vamos terminando de hacer”. Cuando
venimos a esta realidad no somos ni siquiera conscientes de ello.
De pequeños, se nos presenta el mundo progresivamente, gracias
a nuestros padres y posteriormente a nuestros maestros, que son
quienes "muestran" al recién llegado esta gran casa que es el
universo, y nos vamos acostumbrando por ejemplo, a que aquella
planta crece, a que aquel animal se comporta así, a que las
personas hablan y hacen cosas. Evidentemente un niño pregunta,
(¿por qué?)y a veces hasta el cansancio; pero se contenta pronto
con las respuestas que recibe, porque su inteligencia aún no se ha
desarrollado lo suficiente.
Pero, imaginémonos que venimos a este mundo, siendo
mayores, como si de pronto despertáramos a una realidad
extraña, y al abrir los ojos, veríamos algo a lo que no estamos
habituados. La primera pregunta que seguramente afloraría a

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nuestros labios sería: ¿dónde estoy?, ¿qué es todo esto? A veces,


hay acontecimientos en nuestra vida que nos interpelan de modo
radical, como por ejemplo, la muerte de un ser querido. Quizá sea
entonces cuando el sujeto intente comprender la realidad de un
modo más profundo y más propio.
b. El arte de saber preguntar
Decíamos que la admiración requiere una cierta
deshabituación. Cuando uno se sale de los conocimientos
habituales es porque éstos no le bastan para contestar sus
interrogantes. Por ello, la deshabituación de la admiración requiere
una actitud de serena insatisfacción. Según esto el filósofo es un
insatisfecho, pero no en el sentido de desasosiego, sino de tener
una gran capacidad de pregunta.
Es posible conformarnos con las respuestas elementales.
Inclusive al filósofo se le plantea él ¿para qué más?. El podría
responder: ¿Y por qué menos?. Según un filósofo clásico,
Aristóteles, es indigno del ser humano no acceder a un
conocimiento del que es capaz. Uno no puede instalarse en los
conocimientos obtenidos. El verdadero filósofo no se instala jamás.
La inquietud por la verdad ha prendido una vez en su interior y
una vez que se ha gustado de la verdad no se la puede dejar ya
nunca más.
Se suelen distinguir dos momentos en la admiración: uno
que es el acto inicial de sorprenderse, acompañado ordinariamente
de una conmoción sensible. Se trata de una situación en que se
advierte que a uno le falta la comprensión de algo que nos admira
y que no sabemos explicarnos. Nos damos cuenta que estamos
frente a una realidad de la que no sabemos dar razón, de la que
no podemos respondernos. Es un pugnar por penetrar la realidad y
ver que no se nos entrega:¿qué es esto?¿Por qué?.
Muchas de estas preguntas se han hecho famosas a través
del tiempo, por ejemplo: ¿por qué el ser y no más bien la nada?,
¿Por qué el cambio, el movimiento en la realidad?, ¿Por qué la
multiplicidad y variabilidad de las cosas?, ¿Por qué el dinamismo
intrínseco de un ser viviente?, ¿Por qué el ser humano no puede
dejar de aspirar siempre a la felicidad?, ¿Por qué los amigos
terminan siempre pareciéndose?, ¿Por qué el advenimiento de la
muerte?, etc.
Como se podrá notar, una característica de todas esas
grandes preguntas es que se refieren a lo que estamos
tranquilamente acostumbrados, a lo que damos por hecho, a lo

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que tomamos como evidencias, y de lo cual casi nadie se


pregunta. De acuerdo con esto ya tenemos una pista para saber
preguntar y es precisamente preguntarnos sobre lo obvio,
sobre lo que transcurre nuestra vida y casi nadie se pregunta.
Otro elemento que nos ha legado la tradición socrática es el
ejercicio de una sana ironía. Como se sabe, Sócrates y sus
discípulos ejercían el arte de la pregunta en la ciudad,
entrevistando a quienes se consideraban entendidos en su oficio, y
cuestionándoles precisamente lo que ellos creían que sabían. Por
ejemplo, si acudían a visitar a los artesanos, les preguntaban por
su actividad. Es probable que el artesano respondiera de acuerdo
al cómo de su arte, pero no supiera responder al qué es.
Igualmente sucedía con los poetas, al preguntarles ¿qué es
la poesía? ellos podrían responder vagamente, o haciendo unos
versos, pero en realidad no sabían decir qué era la poesía en
cuanto tal. De la misma manera sucedía cuando preguntaban a los
políticos sobre ¿qué era la política? Y ellos contestaban diciendo
sus planteamientos políticos, pero no la esencia de la política.
Evidentemente, este ejercicio es bastante delicado porque no
todos buscan la verdad en lo que hacen, sino otros fines, y al
hacerles ver la verdad pueden rechazarla, por razones de orgullo,
amor propio, o malicia.
Al respecto y tomando la referencia de un filósofo
contemporáneo, es conocida la anécdota de un examen que puso a
los alumnos, con una sola pregunta: ¿por qué? ( se preguntaba el
porque de la existencia de la realidad) y que le puso la máxima
calificación al alumno que le respondió: “y ¿Por qué no?”.

c. La docta ignorancia.
Según la tradición socrática, si se vive bien el momento de
la deshabituación o el de la sana ironía se da lugar a la llamada
docta ignorancia, que es tal porque todavía no ha alcanzado la
verdad y es docta porque sabe que ignora, y por tanto ya sabe
algo. En cambio, el verdaderamente ignorante es aquel que
no sabe que lo es. La docta ignorancia es un saber que no se
sabe y se expresa con la conocida máxima: "Sólo sé que nada sé".
Sin esa conciencia de que no se sabe, o de que se sabe
muy poco, es imposible el filosofar. No hay nadie que dé un paso
adelante y se ponga en movimiento en pos de algo que cree que
ya posee de modo completo. Por ello, si alguien piensa que ya
sabe cómo son las cosas, no se dispondrá a su búsqueda, ¿para
qué va a tratar de conocer las cosas, si ya sabe como son?. Por esa
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razón a la verdad hay que acercarse con la humildad de quien


sabe que ignora muchas cosas, y por tanto se le acerca sin
resabios. Se trata de una cierta ingenuidad, la de creer que es
posible alcanzar la verdad, y que la aproximación a ella es
paulatina y comporta mucho esfuerzo.

d. El descubrimiento de la verdad
Si uno afronta con sinceridad, a veces irónicamente, esa
situación de ignorancia, de insuficiencia, entonces se da paso al
segundo momento de la admiración: la búsqueda y el
descubrimiento de la verdad. Habíamos dicho antes que la verdad
es esquiva, que no se entrega fácilmente; por ello en este segundo
momento se despliega todo el esfuerzo, se empeñan todas las
energías, se afina el método necesario para medirse con aquella
realidad, se ejecutan los actos intelectuales requeridos, apostando
todo en favor del descubrimiento de la verdad, de su posesión.
Cuando por fin se ejercen los actos intelectuales que se
corresponden con la realidad y se llega a alcanzar la verdad,
entonces se produce la luz. A los intentos, a la lucha contra las
dificultades, le sigue el gozo del encuentro con la verdad. A esto
Sócrates le llamó "mayéutica": el arte de dar a luz; haciendo un
símil respecto del oficio de su madre que era partera y que
ayudaba a las madres a dar a la luz al niño.
En cierta manera ese encuentro con la verdad "marca" la
vida del sujeto, que al encontrarla se embelesa con ella, la integra
en su vida, la cual se ve, de esta manera, dichosamente
enriquecida. Con aquella luz del intelecto se "ve más y mejor" la
realidad, se la ve de un modo nuevo, distinto. Lo que se ha vivido
antes de conocer la verdad y el futuro que se abre a partir de
entonces es diferente. Si se tiene la inmensa fortuna de
encontrarse con la verdad ésta es acogida con una intensidad sólo
comparable a su búsqueda.

2. El ocio filosófico y la vida moderna.


Es evidente que plantearse en profundidad la verdad,
requiere unas condiciones. Un pre requisito básico es un cierto
ocio, es decir, hacer un paréntesis en la vida de negocio (no ocio)
Normalmente la vida práctica puede absorbernos de tal modo que
apenas tengamos tiempo para admirarnos, investigar y alcanzar la
verdad.

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En medio de la vida práctica no es posible la admiración,


porque para pensar hay que detenerse. Por cierto, también la
admiración puede darse respecto de los asuntos prácticos,
tratando de profundizar en lo que de permanente hay en ellos, en
las personas, en la sociedad, etc. Así por ejemplo, uno puede
darse cuenta de que debe dirigir su acción de una determinada
manera, de que en vez de hacer su acción de tal modo la tiene que
hacer de tal otro, o que la tiene que dirigir a aquellas personas en
lugar de estas otras, pero lo fundamental es preguntarse qué es la
acción humana y a partir de ello se aprende a rectificar la acción.
Otro ejemplo: uno puede estar ocupado en una actividad directiva,
pero, en algún momento puede hacer un “alto” y preguntarse qué
es dirigir, por que si no puede confundir la dirección con la gestión,
y eso es un gran error por que se dirigen las personas, en cambio,
se gestionan las cosas. Para "admirarse" hace falta "salir" de la
actividad práctica, es decir, es preciso detenerse, pararse a
pensar.
Actualmente, las condiciones no son favorables para la
filosofía. El ambiente cultural en que vivimos no facilita el filosofar
porque estamos en la época de la primacía de la acción práctica.
Es ésta la época de la primacía de los resultados, y de acuerdo a
ellos se mide el éxito o el fracaso de una persona. Hoy se valora
más el hacer, el cual está en función del tener y el placer material.
El hacer se pone entonces por encima del saber y éste lo es, si
acaso, sólo en función del hacer, subordinado a él.
Es significativo que el héroe de antaño, al que se admiraba
en las películas, haya sido sustituido en la actualidad por el
manager, el cual es magnificado. El ídolo no es ahora el sabio, sino
el hombre de acción, que baja de un avión para tomar enseguida
otro, que atiende y maneja muchos negocios y asuntos, en medio
de una vorágine caleidoscópica en que pararse a reflexionar es un
lujo prohibido.
No es extraño que aquel ritmo lleve al estragamiento y al
hastío. La nuestra es una época cansada, en la que pareciera que
hemos dejado lo mejor de nuestras energías en aquella carrera sin
aliento, íntimamente desgraciada, en la que nunca se posee lo que
se busca, y que no es iluminante sino que al contrario, es oscura,
no da un saber, no ilumina ni el qué, ni el por qué, ni el para qué
más profundos; se trata de un vivir provisional porque cada
resultado es impelido a ser superado en ese mismo momento.
Con todo, lo malo no son los resultados sino el buscarlos
desasosegadamente de tal manera que impiden la contemplación
intelectual. En cambio, con la teoría se tiene el gozo de poseer,
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intelectualmente y de modo inmediato el objeto conocido. Por otra


parte, el cansancio viene en razón de que aquellas certezas son
efímeras, duran el tiempo justo para que el sujeto las constate, es
un intento de autoafirmarse a sí mismo y de percibirse como
existente (hago cosas, luego existo); pero al fin y al cabo esto
lleva a un mecanicismo cada vez más inerte.
La técnica con toda su bondad nos ha puesto a la mano
inmensidad de artefactos que cuando no se saben recibir nos
llevan a "la cultura del botón" en la que estamos instalados, y
detrás de ese botón hay tanto saber acumulado, que es preciso
recorrer; pero que por comodidad no vemos sino que nos
quedamos sólo los efectos, pero entonces surge
irremediablemente el aburrimiento. Inclusive, la gente suele hablar
de "no son importantes las ideas, sino él ponerle pies a las ideas",
tendríamos que responder, que precisamente para ponerle pies a
las ideas hay que tenerlas antes, de lo contrario no se sabe a qué
se le va a poner pies.
Esta primacía del pragmatismo ha tenido su repercusión
hasta en la institución a la que más genuinamente le corresponde
el cultivo del saber: la universidad. Sin embargo, en muchos
casos, ésta se ha convertido en una institución en la que su valor
principal no es el saber y su comunicación, sino los valores
económicos, y se ha reducido a vender (en este caso títulos),
como en los grandes almacenes, sólo lo que demanda el cliente,
que es el alumno; el cual sólo acude para adquirir un saber
práctico, el título y nada más.
El hombre de hoy ha entronizado, pues, el hacer práctico y
a él le entrega lo mejor de sí, haciéndose incapaz para un saber
teórico profundo. Pero con ello no hace más que agravar las
situaciones y los problemas, suscitar no soluciones profundas,
potentes, sino pequeños "parches", que lo que hacen es generar
efectos perversos y agravar la situación, porque la vida práctica
sólo es posible de ser dirigida si es asistida por la vida teórica.
A veces un hombre de acción dice: "no me explique él por
qué, dime qué hago". Parece increíble que alguien pueda estar
dispuesto a hacer algo a ciegas, y sin embargo esto está
sucediendo actualmente, a menudo no interesa por qué se hace
algo, sino hacerlo, tanto es el poder de lo pragmático. Es también
significativo que el hombre de acción no tenga reparos en
confesar, hasta orgullosamente, que su médico le ha indicado
descanso y cuidados; en cambio, por ejemplo, se puede sentir
hasta culpable si yendo en su automóvil, hiciera un alto en el
camino y se parase largamente a contemplar un paisaje. Esto le
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puede parecer un lujo, o una debilidad, con lo cual pone de


manifiesto su incapacidad para la contemplación.
Como es comprensible, gran parte de esa actitud se ha
generado por la complejidad de los problemas que nos acechan
que son muy difíciles y tan perentorios, tan urgentes, que parecen
desbordarnos; y entonces se pierde la serenidad y se lanza uno
desaforadamente a la acción, con la intención de solucionarlos. Sin
embargo, precisamente porque se trata de acometer aquellos
asuntos tan complejos, es necesario intentar soluciones que
integren muchos aspectos, que sean muy profundas. Sólo en el
nivel aquel de esa radicalidad se puede avizorar planteamientos
potentes que puedan acometer la complejidad de aquellas
situaciones que parecen desbordantes y que con las prisas nos
encargamos de empeorarlas más todavía, porque se generan más
problemas de los que se solucionan.
El ser humano ha inventado lo más alto para hacer frente a
los problemas: la ciencia. Con ella se intenta afrontar las
enfermedades (medicina), los recursos escasos (economía), la
organización social (derecho y política), etc. En atención a ello, el
profesional de las Ciencias Empresariales, o el de la Información,
el abogado o el ejecutivo más ocupado, precisamente por tener
que hacer frente a lo imprevisto, debieran salirse de aquella
especie de "rueda de molino" de su actividad y pararse a pensar,
aunque sean unas pocas horas el fin de semana, sobre qué, cómo y
para qué está "moliendo" en realidad. Las prisas, los
requerimientos de cada instante, pueden impedir la actividad
filosófica. De suceder así podemos entrar en pérdida, porque sin
vida teórica que ilumine, la vida práctica discurre como en medio
de un gran apagón, minando la eficacia de la propia vida práctica.
A veces se ha pensado que lo más importante no es
conocer las cosas sino transformarlas. Sin embargo, ¿cómo se
puede transformar algo que no se conoce?. Para transformar
cualquier cosa, lo primero que se necesita es saber cómo es, de lo
contrario, se puede dar lugar a los llamados "efectos perversos", es
decir consecuencias dañinas que no se habían previsto. De ahí que
lo primero que se le pide a alguien que va a actuar es que sepa.
No es fácil el desprendimiento de las cosas urgentes, y sin
embargo es la condición para filosofar. Para pensar es menester
detenerse, "pararse". La admiración y el filosofar constituyen así
una especie de privilegio en un ser humano. Pero también es un
requerimiento de su naturaleza humana que es racional. No es
humano vivir sin verdad. La ignorancia es un gran mal para el
hombre.
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Es posible, y con esto no intentamos justificar el activismo,


que en situaciones de extrema urgencia haya que dejar el filosofar
para dedicarse a lo que requiere nuestra atención de manera
inmediata. Se suele decir: primum vivere, deinde filosfare
(primero vivir, luego, filosofar); pero esto no quiere decir que por
el hecho de vivir, se excluya a la filosofía definitivamente. Esta
situación daría lugar al pro vita, vita perdere. Pero no podemos
perder la vida precisamente por ella. Por otra parte, el saber,
especialmente el filosófico (la theoría) es la forma más alta de
vida.
Aún en situaciones límites, de grave necesidad debemos
tratar de pensar, aunque sea después de que nos hemos visto
obligados a actuar. Por ejemplo, en un país que se tenga una
grave crisis económica, con una hiper inflación de tres dígitos, sin
antecedentes, como alguna vez hemos tenido en nuestra patria,
quizá entonces no haya más remedio, si se tienen
responsabilidades políticas, que tomar medidas de urgencia sin
mucho tiempo para pensar, en esas situaciones es peor no tomar
una decisión que tomarla. Y sin embargo, no se puede dirigir un
país así, sin pensar, durante 5 ó10 años.
Así mismo, no es verdad que necesariamente en los países
en vías de desarrollo no pueda surgir la filosofía debido a que
tengamos que abocarnos al desarrollo económico. Es verdad que,
por ejemplo, en el Perú tiene que haber muchos y muy buenos
técnicos en diferentes ámbitos, en la agricultura, en la minería, en
la industria, en la informática, etc.; y también se necesita de
directivos, de verdaderos empresarios para que puedan mover una
empresa o una industria, que nos es tan necesaria o elemental
para una producción y un crecimiento real y sostenido.
Sin embargo, ni técnicos, ni empresarios pueden ni deben
jubilar su inteligencia, sino que tendrían que acceder, más pronto
o más tarde, de algún modo, y en la medida de sus posibilidades a
un conocimiento superior y cada vez más profundo de la realidad.
Por otra parte, una filosofía de la economía peruana que integre
todos los elementos pertinentes, también los de la economía
mundial, sería de mucha ayuda para nuestro país.
Decíamos entonces que la filosofía no está reñida con la
actividad práctica cuando ésta no se transforma en activismo,
porque entonces se haría imposible la admiración que es lo que da
origen a la actividad filosófica. Otra condición, para que pueda
darse la admiración y poseer la verdad, es tener un espíritu
esforzado, que no se haya instalado en la comodidad. No sólo el
activismo, las prisas, impiden el filosofar, sino también el
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hedonismo, la vida cómoda, sin nervio, sin tensión hacia lo valioso,


que generalmente es costoso.
Tampoco en este requerimiento nos favorece el ambiente
actualmente, ya que junto con el activismo se magnifica lo fácil y
placentero. Cada vez se trata por todos los medios de ahorrar
esfuerzos, pero si uno se descuida se puede ablandar con esa ley
del mínimo esfuerzo.
Si nos dejamos hacer las cosas, si no nos esforzamos por
nada que sea verdaderamente valioso, nos desvitalizamos y
entonces nos hacemos cada vez más incapaces de él y también de
la esperanza; ya que nos acostumbramos a los resultados rápidos,
inmediatos, cerrándonos el camino a la esperanza, que comporta
precisamente el llevar entre manos tareas de largo plazo.
Es importante el esfuerzo sostenido para poder filosofar. Es
posible que en más de una ocasión uno tenga que esperar un
tiempo para comprender alguna realidad, inclusive a veces puede
sentirse uno algo tonto si se trata de algo nuevo, (precisamente
una prueba de que realmente esta investigando), pero si se
persevera siempre se consigue alcanzarla. Como no es fácil
encontrarse con la verdad hay que estar atentos cuando se
vislumbra algo de ella, porque la verdad no suele exhibirse, se
basta a sí misma.
Por tanto, el filosofar requiere, de parte nuestra, una cierta
disposición interior. Ya hemos señalado que requiere de capacidad
de esfuerzo, de pregunta, de contemplación, de humildad, y de
modo especial exige que se valore la verdad, que uno esté
dispuesto a no dar cabida a la mentira dentro de uno mismo. Es
difícil no convivir con la mentira. A veces, vivir en la verdad puede
costarnos algunas cosas, ciertas ventajas, el aprecio de algunas
personas, incomprensiones, negarnos un cierto tipo de
satisfacciones y también se pueden perder algunas prebendas o
inclusive hasta de status. Y sin embargo, nada hay comparable a
la verdad.
La mentira se puede meter en la propia vida, en lo que se
hace y en lo que se dice. Hay quien tiene posturas ambiguas
respecto a la verdad, se puede dar una apariencia por fuera y ser
muy distinto lo que se lleva dentro, se puede fingir hacer algo por
un motivo cuando en realidad es por otro motivo oculto, es posible
manipular a los otros, o dejarse manipular por ellos, bailar al son
de sus trompetas, darles todos sus caprichos sin importar si son
buenos para ellos, toda una vida hecha mentira, buscando sólo el
interés particular; también son abundantes las mentiras prácticas
cuando se engaña con un trabajo mal hecho, cuando se "promete"
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demasiado con un producto mal hecho, no entregado a tiempo,


etc.
Si nos enfrentamos con la mentira dentro de nosotros, si
empezamos por no engañarnos a nosotros mismos, si ponemos
todos los esfuerzos para no vivir en la mentira, entonces
reconoceremos la falsedad a leguas de distancia, la rechazaremos
y la verdad tendrá cabida en nosotros. Si queremos acceder a la
sabiduría tendría que repugnarnos la mentira, inclusive
físicamente, tendríamos que ser incapaces de soportar la falsedad.
No podemos convivir con la mentira, aunque haya mucha
presión por dentro y por fuera. Cuando veamos que lo falso quiere
entrar, o ha entrado, en nosotros, no vacilemos en hacer los
mayores sacrificios por evitarlo, sacarlo o por alejarlo. Tenemos
que estar dispuestos a rectificar. A veces, debemos decir por
ejemplo: "Perdona, eso que te dije antes no era exacto, la verdad
es tal".
No faltarán ocasiones de ser falsos, tentaciones de
envolvernos en el engaño, situaciones ficticias o perjudiciales,
compensaciones engañosas; también a veces puede parecernos
que hemos perdido "oportunidades" o beneficios personales por
haber pretendido decir o defender la verdad. Sin embargo, no es
tal, ya que la verdadera pérdida es la de la verdad y la real
ganancia es un alma entera, una mirada limpia, verdadera. A los
jóvenes que les suele entusiasmar la autenticidad tienen en este
programa una hermosa tarea que acometer.

3. El encuentro con la verdad. Importancia.

Es difícil expresar con palabras este gran acontecimiento


que es el encuentro con la verdad. Tal hallazgo es el encuentro con
lo permanente que se hace inolvidable. Precisamente, en su
origen, la palabra verdad se denomina a-letheia. La palabra lethos
significa olvido y la palabra a-letheia significa sin olvido. Y esto es
justamente porque cuando uno se encuentra con la verdad, uno
se encuentra con lo que permanece, y entonces ya no se puede
olvidarlo jamás. El encuentro con la verdad es el gran
acontecimiento en la vida de las personas, y quienes lo haya tenido
es muy afortunado, porque sin verdad no es posible vivir como
persona.
¿Cómo se encuentra la verdad?. En el camino de la vida hay
muchos modos de encontrarla. Se la puede encontrar en el arte,

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en las matemáticas, en ciencias como la medicina, la economía, en


la política, etc. Hay quienes la han encontrado en la música, otros
desarrollando un problema matemático, cuando se dan cuenta que
siguiendo tal proceso, tal planteamiento ¡sale la respuesta! y uno
dice admirado: ¡esto es verdad!, ¡esto es necesariamente así y no
de otra manera!
También se puede encontrar la verdad en una persona.
Cuando uno tiene la inmensa fortuna de encontrarse con una
persona que tiene gran riqueza en su ser, el gozo es inefable. La
conmoción no es sólo sensible, involucra todas nuestras potencias
o facultades. A partir de ese encuentro nuestra vida ya no es la
misma. Cuando uno se encuentra con una persona verdadera la
propia vida queda iluminada con la verdad de aquella otra
persona, se queda uno deslumbrado.
La vida se ve gozosamente transformada. Se podría decir
que se empieza una vida nueva. Antes de conocer a aquella
persona no hay antes, la vida anterior no es verdadera vida,
aparece pobre y oscura ante el resplandor de la novedad, de la
verdad, de aquella persona. Se da inicio a una vida nueva. Se
empieza a vivir más plenamente, y entonces no hay pasado, ni
dolor, que merezcan recordarse.
Gracias a la verdad que aquella persona, a los nuevos
horizontes que nos hace vislumbrar, a aquellas insospechadas
dimensiones a las que nos abre, podemos aprender que nuestra
vida puede ser de otra manera, mucho mejor que antes y por eso
ya no se le puede olvidar jamás. Nuestra vida se ve entonces
enriquecida. En las distintas circunstancias nos basta con pensar
en esa persona, en su vida, en lo que hace y el modo como lo
hace, para ser felices.
Cuando encontramos la verdad en una persona, podemos
acceder a una revelación muy personal. Ante nosotros aparece
imponente la sabiduría, la bondad, la pureza de alma, y a uno le
parece como si de pronto los sueños, los ideales, se han hecho
realidad, que eso que se creía imposible o difícil de pronto está ahí
delante de nosotros. Uno se da cuenta de que es posible vivir así,
en esas dimensiones, con ese ritmo interior, con esa intensidad. Al
conocerle se puede exclamar ¡qué bueno que existas!, ¡Es tanto lo
que me revelas! ¡Me es necesaria un poco de tu luz, de tu verdad,
de tu bondad!, y uno se centra en aquella persona, en quien
encuentra puntos de referencia seguros. Esto indudablemente
sucede de modo muy intenso cuando uno descubre a la persona
divina, a Dios.

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Lo mismo ocurre con el encuentro de la verdad en la


filosofía. Se produce entonces un deslumbramiento, un gozo que
llena toda la vida. Porque la verdad de aquel conocimiento, de
aquella ciencia, como en el caso del encuentro con la verdad de
una persona, iluminan la vida de modo nuevo; debido a que es tal
la riqueza de su contenido que de alguna manera "marca" la propia
existencia.
Desde entonces la verdad encomienda una tarea, supone
compromiso, la de proseguir descubriéndola y dándola a conocer
en la medida de lo posible. Habíamos señalado antes que cuando
uno se encuentra con la verdad y se da cuenta de que hasta
entonces su pobre vida había transcurrido sin saber que existía
aquello, entonces esa verdad, esa persona se le hace inolvidable.
Desde ese momento en adelante no queda más que
comprometerse con ella. Así, el matemático se compromete con su
ciencia y se entrega a ella; igualmente le sucede al médico, al
filósofo, etc. Ya no se puede vivir sin progresar en ese
conocimiento. Algo semejante ocurre con el descubrimiento de la
verdad en una persona. Sucede un kairós especial en la historia de
la vida personal que hace que se marque la vida de modo
definitivo. La tarea que a partir de entonces se sigue es
profundizar en esa verdad y tratar de decirla. La vida adquiere un
sentido hasta entonces desconocido. Alguna vez ocurre este
acontecimiento: ¡es el gran encuentro con la verdad! Si no se ha
tenido nunca esta experiencia es difícil entender hasta qué punto
es importante.
Sin verdad se vive a tientas, dando palos a ciego, sin saber
de qué va la vida, ni los sucesos, la existencia y el ser de la
realidad. No es propiamente una vida. Sin verdad, nuestra vida
queda en la oscuridad, o en la rutina, y siempre a expensas de la
mentira. Mala señal si ante la verdad respondemos con una burla
cínica, o secundamos aquellos versos de: "Nada es verdad, nada
es mentira, todo es del color del cristal con que se mira".
Normalmente, con esa expresión se pretende justificar la mentira
o superficialidad en la que se vive. Para reconocer la verdad es
necesario tener la mirada limpia, y el corazón entero. Pilatos se
hizo esa pregunta: "y ¿qué es la verdad? precisamente cuando la
tenía delante, y no la reconoció, le dio la espalda.
En estos tiempos donde hay mucha carencia de verdad, no
solamente en la vida personal sino social es muy necesario, es
urgente, que nos propongamos descubrirla, con esfuerzo y con la
promesa de que más pronto o más tarde aparecerá ante nosotros
de modo ya para siempre esplendoroso. Es importante encontrar

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la verdad y darla a conocer, a pesar de que ello conlleve esfuerzo,


penas, e incluso desprecios, o calumnias. El gozo de la verdad no
es comparable al esfuerzo en poseerla.
Es importante la presencia de la verdad en el trabajo que
hacemos, en las actividades que desempeñamos, y en las grandes
cuestiones que interpelan al hombre de hoy: el valor de la vida
humana, la familia, la vida conyugal, la sexualidad humana, la
amistad, la economía, la vida en sociedad, etc.
Aquellas son verdades permanentes porque atañen a la
esencia del ser humano, la cual las "reclama". Sin verdad, se
falsean las cosas, pero este atropello tiene un precio demasiado
alto: la unión conyugal se desvirtúa, la amistad se hace
interesada, la relaciones personales se someten a manipulación,
el amor deviene en amoríos, el crecimiento económico es ficticio,
etc. En definitiva, un hombre sin verdad no es digno, se encuentra
a merced de sí mismo o de otros intereses, en cambio "la verdad
nos hará libres".
A partir del encuentro con la verdad la vida empieza a tener
sentido y no se puede ya vivir sino tratando de progresar en la
verdad, en su conocimiento, en su comunicación. Es necesario
vivir esta experiencia, para saberlo. En la actualidad, en que la
gente se ve atraída por el afán de experiencias, bien podría hacer
la experiencia del encuentro con la verdad, si hasta el momento no
ha tenido la suerte de tenerla.
Si buscamos la verdad en nuestra vida, en lo que hacemos,
si tenemos el gozo de encontrarla, la amaremos, nos
comprometeremos con ella, tendremos esperanza y el camino
abierto hacia el futuro, progresaremos en su descubrimiento,
entonces la difundiremos, comprometiendo los mejores esfuerzos
para que la verdad no se "pare".
Con todo lo que llevamos diciendo podemos ver qué
importante es el filosofar, cuál es su finalidad y sentido. La
actividad filosófica es un modo de alcanzar la verdad, la cual es
muy necesaria en la vida humana, y es capaz de constituir el
entramado de toda una vida. Sin verdad el hombre no es
propiamente persona. Una persona sin verdad no tiene una vida
con dignidad, ni con continuidad, ni con sentido.
A menudo se ha dicho que la filosofía no sirve para nada,
que no tiene una utilidad práctica. Un verdadero filósofo jamás
verá esto como una afrenta, ni siquiera se sentirá herido por ello,
y si lo hace es que no es un filósofo. La filosofía no tiene una

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Genara Castillo Córdova

utilidad práctica porque lo útil es un medio y la filosofía no es un


medio, sino un fin. La filosofía, la verdad, se basta a sí misma.
Sin embargo, de modo secundario la filosofía ayuda a
esclarecer la realidad y al hacerlo sustenta a la vida práctica. Por
ejemplo, es muy gratificante saber iluminar la verdad en una
situación, en un problema, en un proyecto, en una institución, etc.
Entonces se encuentra una especial satisfacción, cuando se
comprueba que esas adquisiciones son útiles para aligerar la vida
de los demás.
Más de una vez, el filósofo ha podido experimentar, en las
personas que le rodean, la perplejidad, la falta de salida en
problemas muy humanos; quizá lo que está en su mano, y no es
poco, es ayudar a que las personas se aclaren. Ver el meollo de los
problemas, saber el por qué de ellos, eso es de gran "utilidad".
Cuando los problemas son complejos no valen las respuestas
fáciles y hay que generar soluciones del tamaño de los problemas
que se acometen, ajustadas a ellos.
Decíamos que ayudar a aclararse es un gran bien, porque el
hombre sin aclararse es muy desgraciado, y en lo más profundo de
su ser surge la pregunta: ¿por qué? ¿qué me sucede? Esto se hace
más urgente en nuestro tiempo, de lo contrario cunde la
desorientación. Como decíamos, es conocida la frase de que en
esta nuestra época lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos
pasa. Sin embargo, la filosofía es precisamente la que contribuye a
salir de aquel estado de perplejidad.

4. El esplendor de la sabiduría.
Hemos visto hasta ahora que la filosofía es el amor a la
sabiduría y nos hemos detenido en apenas los comienzos del gran
camino que es la adquisición de la sabiduría: en el encuentro con
la verdad. Luego, hemos visto a grandes rasgos lo que es el saber
filosófico como un saber de la totalidad de la realidad, por sus
causas más profundas, adquirido por la luz de la razón.
Hemos señalado, así mismo, que el camino de la sabiduría
es largo y lleva a desplegar toda una actividad que arranca con la
admiración y aspira a ir paulatinamente adquiriendo la sabiduría.
Ya desde la antigüedad, se tenía nociones de la sabiduría.
Así tenemos la definición que de ella da Aristóteles en su
Metafísica. Según ésta la sabiduría es un conocimiento profundo,
que va hacia las causas: "Nosotros estimamos que en toda
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Introducción a la Filosofía

empresa los arquitectos son más sabios que los obreros manuales,
porque conocen las razones del trabajo, mientras que los últimos
trabajan sin saber lo que hacen. No es la habilidad práctica la que
hace ser más sabio, sino la comprensión y el conocimiento de las
causas" 4 .
Sin embargo, la definición formal que Aristóteles da de la
sabiduría se encuentra en el libro VI de la Ética a Nicómaco. Allí se
entiende la sabiduría como un hábito, es decir, como una
disposición del espíritu, de una virtud intelectual. Se trata de un
hábito que el hombre adquiere (los hábitos pueden ser innatos o
adquiridos por el ejercicio) en su inteligencia.
¿Y cómo se adquiere este hábito de la sabiduría? La
sabiduría es la consideración de las causas primeras. Sólo
considerando esas causas tan radicales es posible adquirir la
sabiduría. Lo específico del ser humano, lo que le diferencia de
otros vivientes, es su naturaleza racional. Según esta facultad el
hombre puede tener virtudes intelectuales, de acuerdo con los
actos intelectuales que realice. Estos actos intelectuales tienen su
correspondiente hábito o virtud.
Así, el hombre gracias al ejercicio de sus actos
intelectuales, puede adquirir las siguientes virtudes: la sabiduría,
el entendimiento, la ciencia, el arte y la prudencia. Cada una de
ellas es diferentes. Como se sabe, el intelecto humano puede ser
tanto teórico como práctico, ya que se puede aplicar a las esencias
abstractas, ideas teóricas (sabiduría teórica), o se puede aplicar a
los asuntos concretos y prácticos (sabiduría práctica).
Aquellas cinco virtudes se distribuyen, pues, en dos grupos.
Entendimiento, ciencia y sabiduría conciernen a la función teórica
del espíritu, al intelecto especulativo, como dice santo Tomás, es
decir que perfeccionan el espíritu en cuanto éste conoce
simplemente. Arte y prudencia, en cambio, conciernen a su
función práctica, al intelecto práctico, al cual perfeccionan en
cuanto que aquel dirige la actividad del hombre.
El entendimiento (como hábito, no como facultad) es el
conocimiento de los primeros principios de la demostración,
principios que son indemostrables. La ciencia es el conocimiento
de las conclusiones, de la demostración, es decir, el conocimiento
de las verdades demostradas. El arte (literalmente, la técnica) es
la aplicación de la razón a la fabricación de objetos, en pocas
palabras, es la razón aplicada sobre lo factible, por eso sigue unas

4
ARISTÓTELES, Metafísica, I, 1
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Genara Castillo Córdova

pautas, unos procedimientos, unas reglas concretas. La prudencia


es la aplicación de la razón a la dirección de los actos humanos,
del obrar humano.
Consideremos ahora con mayor atención la sabiduría
teórica. Encontraremos aquí todos los rasgos indicados más arriba,
pero en una síntesis en la que cada uno ocupa su lugar y es, de
algún modo, deducido. Porque el primer rasgo de la sabiduría, el
único verdaderamente esencial, consiste en que la sabiduría
teórica tiene por objeto las causas primeras.
Así pues, la sabiduría filosófica será en primer y
principalísimo lugar la sabiduría teórica, que no se propone
ninguna aplicación práctica, ninguna utilidad. Es, como diríamos
hoy, desinteresada. Lo que no es obstáculo, claro está, para que la
sabiduría proporcione un gozo inmenso, la alegría de conocer, de
comprender, considerado por Aristóteles como el bien supremo del
hombre.
La sabiduría supone unos grados en su posesión. Es posible
distinguir una sabiduría pura y unas sabidurías relativas, lo que se
suele llamar una filosofía primera y unas filosofías segundas. Estas
últimas consideran las causas primeras pero no en sí mismas sino
dentro de un ámbito determinado: la naturaleza, la vida. En
cambio la sabiduría pura es un saber sobre las propias causas
primeras, y sobre los principios absolutamente radicales y
universales.
La sabiduría es también ciencia, puesto que la ciencia es el
conocimiento de verdades a las que se llega por demostración a
partir de unos principios: la sabiduría filosófica añade a la ciencia
la característica de versar sobre los mismos principios y juzgar
sobre todas las cosas.
La filosofía se ocupa de un tipo de causas: de las causas
últimas de toda la realidad. La sabiduría más excelente en el plano
teórico natural es la que se obtiene en la filosofía, a través de la
metafísica, la antropología y la Teología natural. Esto es así debido
a que los conocimientos más radicales son precisamente los que se
refieren al universo (Metafísica), al ser humano (Antropología) y a
Dios (Teología natural). Sin embargo, también existe una sabiduría
sobrenatural, la que se fundamenta en la Revelación y que se
alcanza por la fe sobrenatural.
En consonancia con lo que llevamos diciendo, y siguiendo la
tradición aristotélica, se puede definir al sabio como aquel que
posee las siguientes características:

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