Proyecto de Grado
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En 2015, las Naciones Unidas reformularon sus metas a través de los Objetivos de
Desarrollo Sostenible (ODS) impulsados a nivel mundial en su Agenda 2030. La UNESCO
puso el énfasis en el rol de una educación crítica para implicar a la ciudadanía en la
implementación del desarrollo sostenible, entendido en sus facetas social, económica y
medioambiental, así como cultural, por el papel determinante de las personas que lo
tenemos que comprender, apoyar y llevar a cabo.
El objetivo de este trabajo es revisar tanto los enfoques teóricos y pedagógicos como las
experiencias de estos itinerarios vinculados a la formación de una ciudadanía crítica
comprometida con valores de paz, igualdad y justicia social global. De esta manera,
siguiendo la mirada propositiva de los Estudios para la Paz, esta investigación presenta
alternativas desde el espacio educativo superior que posibiliten la transformación social a
través de prácticas vinculadas con la educación para la ciudadanía crítica global, entendida
esta como “un factor de transformación” que trabaja con habilidades, valores y actitudes
“para poder contribuir a un mundo más inclusivo, justo y pacífico” (UNESCO, 2015, p.
15). Es por ello que las disciplinas aquí recogidas tienen vinculación con los valores de la
justicia social, la no-violencia, los derechos humanos y la igualdad, como un primer paso
para la promoción y construcción de Culturas para la Paz.
Los derechos humanos también son llamados derechos fundamentales. Son aquellos
derechos en los cuales, por ejemplo, se reafirma que todos tienen libertad de expresión, que
todos pueden profesar libremente su religión o creencia, que todos tienen derecho a la
privacidad, manteniendo en privado su información personal.
Antecedente.
Sin embargo, ¿qué pensaría usted si de la noche a la mañana se encuentra con situaciones
que las consideraba superadas?, imagínese ejemplos atípicos, así como una universidad que
en sus aulas acepte solamente hombres o una que exija a sus estudiantes indígenas a usar
pelo corto, jubilados a los que se les ha prohibido cobrar su pensión por ser negros,
imposibilidad de que personas sin un cierto nivel económico comprobado participen en
cargos públicos, persecución política por pertenecer a la religión católica o por ser
marxista, ¿los considera discriminatorios?, ¿reaccionaría inmediatamente ante estas
situaciones por su carácter discriminatorio?. Las personas no solemos ver las situaciones
discriminatorias de las que formamos parte cada día sino hasta que estas son socialmente
superadas, y este hecho repercute de manera muy grave en el desarrollo armónico social.
Definición del estudio de caso.
El numeral 3 del Art. 23 de la Constitución Política del Estado reconoce como derecho
fundamental a «la igualdad ante la ley». En el entendido de que esta norma fuera única
respecto a la igualdad de las personas, tendría grandes limitantes en la vida diaria de ellas,
especialmente de algunos grupos que por sus características especiales requieren de un
tratamiento diferenciado (no discriminatorio) para nivelar sus oportunidades frente a otras
personas, pues de no ocurrir así, el trato que se brindaría al grupo de características
especiales sería discriminatorio, aunque se manifieste que todos somos iguales ante la ley.
Para aclarar reflexionemos en varias situaciones sencillas: ¿considera usted que una mujer
embarazada o con hijos tiene las mismas oportunidades de obtener trabajo que un hombre
soltero?, qué decir de profesionales jóvenes frente a quienes se encuentran en la tercera
edad, de personas con alguna disfunción física frente a quienes no tienen ninguna, o de
personas homosexuales frente a personas heterosexuales.
La igualdad es pues, dar un trato igual a quienes son iguales y un trato positivamente
diferente a quienes son diferentes. La verdadera igualdad nace de fijarse en las diferencias,
pero con el ánimo de alcanzar un fin positivo, pues la igualdad es universal en nuestra
condición de seres humanos, pero individual en nuestra condición de diversos.
En las sociedades como la ecuatoriana existe mucha diversidad humana, de ahí la necesidad
de que, si queremos poner en práctica la igualdad reconocida como derecho, debemos
aplicarla en función de la diversidad. Lamentablemente, la diversidad ha sido entendida
como sinónimo de exclusión. Separamos a quienes son diferentes (diversos) pues somos
inclusivos solamente con quienes son nuestros iguales, perdiéndonos a cada instante la
oportunidad histórica de fomentar una sociedad democrática y unida rica en cultura y
concepciones diversas a las nuestras, pues darle una genuina dirección al concepto,
aplicándolo en nuestra vida práctica no disminuye, por el contrario, enriquece.
Justificación.
Objetivo general
Objetivos específicos.
-Proponer acciones para contribuir a eliminar toda forma de discriminación en función del
sexo en la dependencia.
En este caso, no parece posible postular una definición del principio o valor de la igualdad
adecuada para todos los sistemas de pensamiento en que se ha defendido, pero sí encontrar
algún rasgo determinante tras la variedad de sus enunciaciones reales o posibles. Lo
primero que debe señalarse es que, aunque los debates políticos y académicos acerca del
valor de la igualdad son muy enfrentados, existe una suerte de consenso social acerca de la
presencia de este valor en las actuales sociedades democráticas, en un sentido preciso y
determinado. De hecho, la presencia del principio de la igualdad en éstas es tan fuerte y
asentada, al menos en una de sus versiones canónicas, que es muy poderosa y no carente de
buenas razones la tendencia a considerarlo como establecido de una vez por todas en los
sistemas constitucionales de las democracias contemporáneas.
Se trata, desde luego, de una idea sumamente poderosa, que ha moldeado buena parte de la
legalidad e institucionalidad de las democracias contemporáneas. Sin embargo, el problema
es que la identificación del principio de la igualdad sólo con esta versión liberal de
tratamiento equitativo y sin excepciones genera una visión unilateral del fenómeno, pues
aun cuando la igualdad no se puede entender sin referencia al horizonte liberal, lo cierto es
que la reducción de todo su sentido a él equivale a una falacia de composición argumental,
donde una parte se toma por el todo.
En todo caso, debe destacarse que es que es muy difícil dar por sentada, como quiere John
Rawls, en su notable teoría del liberalismo político, su definición estable y su condición de
“punto fijo” de la cultura política para el consenso entre la pluralidad moral, cultural y
filosófica que puebla las democracias constitucionales.
Rawls, en su tratamiento de las libertades y el diferente valor que éstas tienen para distintos
sujetos, constata que buena parte de las dificultades para considerar como igualitario el
disfrute de las llamadas libertades básicas proviene de las diferencias de percepción y
experiencia respecto de las libertades, dados los diversos emplazamientos sociales y
económicos de los ciudadanos, aunque se niega a considerar tales emplazamientos, cuando
tienen que ver con la pobreza y la ignorancia, anulen la equidad de su distribución como es
sostenido por los críticos del llamado formalismo liberal.
En todo caso, esta distinción rawlsiana muestra las dificultades para aceptar un consenso
acerca de una distribución equitativa de las llamadas libertades básicas. Aun si se diera por
aceptada la existencia de un amplio consenso político, es decir, un consenso traslapado,
acerca del principio de la igualdad en tanto que derecho a un igual acceso a las libertades
básicas y protecciones características de una ciudadanía democrática, queda todavía bajo un
profundo desacuerdo el terreno crucial de la llamada justicia distributiva; terreno en el que
la igualdad se formula como un mecanismo de redistribución de riqueza, ingresos y
bienestar.
Este debate de la igualdad entendida como reducción o eliminación de la brecha de ingresos
entre clases sociales o la reducción en las disparidades de los índices de calidad de vida
sigue siendo una prioridad argumental para la filosofía política y dista mucho de poder
considerarse resuelto. Si esta incertidumbre teórica se presenta en el marco de lo que, con
todo, es la percepción convencional del problema de la igualdad en los debates académicos
y políticos, puede decirse que los dilemas se acrecientan cuando tratamos de introducir bajo
el abrigo normativo del valor de la igualdad cuestiones como el reconocimiento de las
diferencias etnoculturales pregonado por el multiculturalismo, las exigencias de tratamiento
diferenciado en virtud de desventajas grupales inmerecidas, como lo hacen los defensores
de la acción afirmativa y otros reclamos de justicia como la política de la identidad o la
política de la diferencia.
En este trabajo, para facilitar la lógica del propio argumento, sólo utilizaremos dos
enunciados: acción afirmativa y discriminación inversa, como dos formas de denotar las
aludidas medidas de tratamiento preferencial, la primera con un sentido axiológico positivo
y la segunda con uno negativo. Aunque ambos enunciados presumiblemente aluden a la
misma constelación de medidas de acción pública, su valoración conduce a plantearlos
como formas antagónicas. Por ello, no resulta impertinente la pregunta acerca de si la
acción afirmativa es una forma de discriminación inversa, es decir, si las medidas
compensatorias de diversa índole que pretenden revertir los efectos de la discriminación
pasada. Por ello, no se trata en un sentido estricto de términos intercambiables, e incluso se
da el caso de que la enunciación de uno hace prohibitiva la del otro; sin embargo, todos
tratan de dar cuenta del intento de trascender las reales o supuestas limitaciones del
principio llano de no discriminación para enfrentar sus efectos nocivos.
Como hemos visto, éste parece estar en oposición a toda forma de trato diferenciado que se
haga sobre la base de consideraciones, prejuicios o estigma relativos a la raza, el sexo o a
cualquier otro atributo que individualiza a un grupo social determinado. Por ello, debemos
empezar por precisar el sentido de la acción afirmativa, toda vez que su defensa se hace en
el horizonte normativo de la igualdad y, en este sentido, como una crítica y un desafío al
principio llano de no discriminación.
El argumento sostiene que, dado que las condiciones sociales reales en que viven las
personas discriminadas suponen el peso de una serie de desventajas inmerecidas, que
conllevan de manera regular el bloqueo en el acceso a derechos fundamentales y la
limitación del aprovechamiento de oportunidades regularmente disponibles para el resto de
la población, el valor de la igualdad sólo se podrá realizar si incluye la idea de “medidas
compensatorias” de carácter especial, orientadas a estos grupos, promovidas y/o
supervisadas y estimuladas por el Estado.
Algunos elementos determinantes del fenómeno de la discriminación en cuanto a su
dimensión estructural y, de manera correlativa, los retos que esta condición implica para su
reducción o eliminación por parte de un Estado democrático y garantista. A la luz de las
conclusiones y aportes previamente alcanzados, y tras el ejercicio de precisión conceptual
que hemos ofrecido, se pueden delinear, con ciertas garantías intelectuales, los cursos de
acción adecuados para la institución encargada de tutelar, o de vigilar que se tutele, el
derecho a la no discriminación en México. No se trata de una conexión accidental de temas,
sino de una relación de necesidad, esto es, de una consecuencia que arroja el esquema
teórico sobre el enfoque que ha de darse a la política pública a partir de la naturaleza social
del fenómeno de la discriminación. Esta relación justifica de manera clara, por si fuera
todavía necesario insistir en el vínculo entre los estudios de crítica social y el
funcionamiento de las instituciones sociales, la perspectiva que ha guiado esta
investigación, a saber, la de encontrar en la discusión teórica sobre la discriminación, la
igualdad, la acción afirmativa y los derechos colectivos, las claves para la acción de los
órganos del Estado dados a la tarea de tutelar el derecho fundamental a la no
discriminación. Uno de los mayores obstáculos para formular tanto un discurso como una
estrategia pública estatales coherentes y eficaces contra la discriminación reside en las
concepciones equivocadas del fenómeno que llevan a proyectos inoperantes o irrelevantes.
Las interpretaciones inadecuadas no se reducen a errores abstractos o académicos, sino que
tienen consecuencias graves en las decisiones de tipo presupuestal, en el diseño de la
agenda legislativa y de gobierno, en la justificación de la voluntad política para encarar
problemáticas sociales y, desde luego, en la capacidad real del Estado para resolver los
problemas de justicia fundamental que existen en la sociedad. Un diagnóstico equivocado
puede darse en dos grandes terrenos. Primero, en el de la determinación de la naturaleza del
fenómeno discriminatorio. Si en éste, como hemos dicho antes, se confunde la
discriminación con cuestiones de gustos subjetivos, de conductas particulares e incluso con
excesos moralmente rechazables pero democráticamente defendibles de la libertad de
expresión, se tiene como resultado la pérdida de vista de la no discriminación como
derecho humano fundamental. Lo mismo sucede en cierta medida cuando se concibe el
derecho a la no discriminación como un derecho especial de grupo, es decir, como una
prerrogativa de minorías, y en modo 113 UN MARCO TEÓRICO PARA LA
DISCRIMINACIÓN alguno como derecho fundamental de toda persona, lo que genera la
apariencia de la no discriminación como una suerte de derecho suplementario y no
universal. En este caso, se pierde la relación de este derecho con el sistema de protección
constitucional de la persona y, sobre todo, con la estructura básica de la sociedad
democrática para la cual se postula.¹⁴⁷ También se empobrece la perspectiva sobre este tema
cuando, debido a la ausencia de una concepción de igualdad compleja y con sentido
histórico, se juzgan innecesarias o hasta dañinas las medidas de tratamiento preferencial por
considerarlas como formas elípticas de la discriminación convencional.¹⁴⁸ La no
discriminación es un derecho constitutivo del ideal democrático de igualdad, pero la
frivolización o minimización de las prácticas discriminatorias pueden llevar a la falsa
conclusión de que se trata de un fenómeno lateral, minoritario o generador de escaso daño
social y que, por ello, la tutela de tal derecho no es prioritaria. Así, una tarea esencial
compartida entre los estudios académicos del fenómeno y los diagnósticos de política
pública consiste en detectar y documentar la relación entre la discriminación, por un lado, y
la reducción de libertades y de la calidad de vida, por otro, como vía para mostrar el relieve
social del derecho en cuestión y el daño colectivo que genera su incumplimiento. Un
segundo terreno en el que con frecuencia puede presentarse un diagnóstico equivocado es
en el de la determinación de la estrategia que el Estado ha de poner en práctica para la
eliminación de las prácticas discriminatorias. La negativa, por ejemplo, a considerar la
legitimidad del tratamiento preferencial como recurso nos remite por lo general a una
incorrecta interpretación, ayuna de dimensión histórica, del fenómeno discriminatorio.
Puede incluso darse el caso de que las agencias gubernamentales o los órganos de justicia
dispongan de una adecuada interpretación de la discriminación y hasta de un discurso
coherente sobre su naturaleza; sin embargo, no es infrecuente que la acción pública al
respecto, por cualesquiera razones, carezca de una orientación adecuada para atacar el
problema, por lo que éste se mantendrá más o menos intacto. También es una equivocación
convertir a la beneficencia y la filantropía en normas de conducta del Estado en la lucha
contra la discriminación, pues esta estrategia implica una renuncia política a actuar en
términos de derechos fundamentales. Beneficencia y filantropía, loables como son en el
terreno moral de las conductas privadas, no pueden sustituir a la obligación del Estado de
actuar en términos de una estrategia estructural de derechos. En este sentido, es importante
definir con precisión qué es lo que al Estado compete y obliga en materia de
discriminación, en contraste con lo que resulta elección o responsabilidad volitiva de los
particulares.
En el presente artículo se deja en claro que para el logro de un progreso significativo hacia
la meta del desarrollo sostenible es necesario erradicar las desigualdades sociales. Existen
desigualdades debido a fallas de los sistemas y procesos de gobernanza. Ésta debe
propender, como mínimo, a alcanzar objetivos económicos, sociales y ambientales a nivel
local y nacional en forma coordinada, integrada, participatoria, cíclica y equilibrada. No
obstante, como lo revela el análisis, los conflictos que existen entre las políticas
económicas, sociales y ambientales están alimentando desigualdades sociales y van en
detrimento de la consecución de metas de desarrollo sostenible. Lograr un equilibrio entre
crecimiento económico, desarrollo urbano y sostenibilidad ambiental depende de (i) la
solidez de las - 160 - políticas nacionales y la eficacia de las instituciones y (ii) la voluntad
política, el liderazgo y la determinación de los gobiernos de concertar alianzas con
empresas, organizaciones de trabajadores y la sociedad civil en un contexto democrático,
participatorio. Un punto de partida clave, por lo tanto, debe consistir en la formulación de
acertados principios de adopción de decisiones en las que se tengan en cuenta plenamente
las repercusiones (positivas y negativas) de las políticas de cada uno de los participantes.
En el artículo 30 de la Carta de la Organización de los Estados Americanos se resalta la
importancia de ese enfoque integral de adopción de decisiones para lograr “…que impere la
justicia social internacional en sus relaciones y para que [los] pueblos alcancen un
desarrollo integral, condiciones indispensables para la paz y la seguridad”. En los artículos
34 a 45 de la misma Carta se identifican ciertas metas fundacionales que revisten
importancia para el tema de la desigualdad y el desarrollo sostenible, tales como: (i)
distribución equitativa del ingreso nacional; (ii) modernización de la vida rural y reformas
que conduzcan a regímenes equitativos y eficaces de tenencia de la tierra, mayor
productividad agrícola, expansión del uso de la tierra, diversificación de la producción y
mejores sistemas para la industrialización y comercialización de productos agrícolas, y
fortalecimiento y ampliación de los medios para alcanzar estos fines; (iii) condiciones
urbanas que hagan posible una vida sana, productiva y digna; (iv) salarios justos,
oportunidades de empleo y condiciones de trabajo aceptables para todos; (v) erradicación
rápida del analfabetismo y ampliación, para todos, de las oportunidades en el campo de la
educación, y (vi) sistemas justos y eficientes y procedimientos de consulta y colaboración
entre los sectores de la producción, que tengan en cuenta la protección de los intereses de
toda la sociedad.