Artículo 84 Bis Del Código Penal Segun Tazza

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Artículo 84 bis del Código Penal según Ricardo Tazza

Será reprimido con prisión de dos (2) a cinco (5) años e inhabilitación especial, en

su caso, por cinco (5) a diez (10) años el que por la conducción imprudente,

negligente o antirreglamentaria de un vehículo con motor causare a otro la muerte.

La pena será de prisión de tres (3) a seis (6) años, si se diera alguna de las

circunstancias previstas en el párrafo anterior y el conductor se diere a la fuga o

no intentase socorrer a la víctima siempre y cuando no incurriere en la conducta

prevista en el artículo 106, o estuviese bajo los efectos de estupefacientes o con

un nivel de alcoholemia igual o superior a quinientos (500) miligramos por litro de

sangre en el caso de conductores de transporte público o un (1) gramo por litro de

sangre en los demás casos, o estuviese conduciendo en exceso de velocidad de

más de treinta (30) kilómetros por encima de la máxima permitida en el lugar del

hecho, o si condujese estando inhabilitado para hacerlo por autoridad competente,

o violare la señalización del semáforo o las señales de tránsito que indican el

sentido de circulación vehicular o cuando se dieren las circunstancias previstas en

el artículo 193 bis, o con culpa temeraria, o cuando fueren más de una las víctimas

fatales.

Existe una figura básica consistente en un homicidio culposo ocasionado

por el manejo indebido de un vehículo con motor (1° párrafo), y una figura

agravada que, partiendo de tal ilicitud, establece una serie de circunstancias que a
criterio del legislador ameritan la imposición de una pena más gravosa (2°

párrafo).

Evidentemente, la finalidad que inspira el agregado a esta norma ha sido la de

reprimir más severamente aquellas conductas que involucran la violación de un

deber de cuidado en la conducción de vehículos en razón al notable incremento de

esta clase de accidentes de tránsito vehicular.

El delito así estructurado constituye un agravante del homicidio culposo en razón

del medio empleado. Todo homicidio cometido por imprudencia o negligencia

tendrá la pena prevista en la primera parte del artículo 84 del Código Penal, a no

ser que el mismo se hubiese ocasionado como consecuencia de la conducción de

un vehículo automotor, en cuyo caso el mínimo de la pena se incrementa hasta

dos años de prisión.

En cuanto a la figura básica se mantiene la misma penalidad que existía en

el anterior artículo 84 del Código Penal, esto es, de dos a cinco años de prisión

para la muerte ocasionada por el manejo de vehículos automotores. En realidad, y

como novedad de esta reforma, el legislador ha modificado el término “vehículo

automotor” por la de “vehículo con motor”, que aparece ahora como una forma

diferente de señalar al medio comisivo del delito.

En efecto, el hecho sigue siendo el mismo, esto es, causar a otro la muerte en

forma culposa a consecuencia de la conducción imprudente, negligente o

antirreglamentaria de un vehículo con motor, habiéndose incorporado esta nueva

denominación en lugar de la antigua, como queriendo ampliar aún más los objetos
con los cuales la muerte. Como si se quisiera abarcar no sólo a los automotores,

sino también a otros vehículos que funcionen con un motor, como podrían ser las

motocicletas, motonetas y ciclomotores de cualquier índole.

Sin embargo, Ricardo Tazza al comentar el artículo 193 bis del C.P., había

señalado dicho autor que la anterior expresión “vehículo automotor” era una

indicación de carácter jurídico, y como tal, debía extraerse de la normativa legal

que los regulaba, esto es, el decreto-ley 6582/58 denominado Régimen Jurídico

del Automotor. Esta norma señala expresamente en su artículo 5° a los

automotores como los automóviles, camiones, tractores, camionetas rurales,

jeeps, furgones, ómnibus, etc., incluso hasta las maquinarias agrícolas incluidos

los tractores, cosechadoras, maquinarias viales y todas aquellas que se

autopropulsen (a modo aclaratorio y a través de su reglamentación, la Secretaria

de Justicia de la Nación había dictado la resolución 586 de 1988, en la que se

señalaba que las motos y motonetas -entre otros- quedaban comprendidas dentro

de la categoría de vehículo automotor).

Así las cosas, el hecho lesivo (muerte) debe haber sido una consecuencia

de la conducción o manejo, y no por cualquier otra circunstancia, que en su caso

agravará la penalidad.

El segundo párrafo del artículo 84 bis sanciona el homicidio culposo

causado por conducción imprudente, negligente o antirreglamentaria de vehículo

con motor siempre que (además de ello) se diera alguna de las circunstancias allí

enumeradas.
 Fuga y Ausencia de socorro a la víctima

La primera de estas circunstancias agravantes exige un homicidio causado con

vehículo automotor en forma culposa, y que el conductor se haya dado a la fuga o

no intentase socorrer a la víctima, siempre y cuando no incurriera en la conducta

prevista por el artículo 106 del Código Penal, esto es abandono de persona.

En consecuencia, la norma establece una premisa básica, consistente en la

causación de una muerte por parte de un conductor que ha manejado en forma

imprudente, negligente o antirreglamentariamente un vehículo con motor y que se

haya dado a la fuga, es decir, haya escapado del lugar del hecho, o no haya

intentado socorrer a la víctima, esto es, brindarle los primeros auxilios u ocuparse

de su situación. Y ello siempre y cuando no se dieren los requisitos del delito de

abandono de persona previsto por el art. 106 del CP. Esta última parte del texto

representa una especie de relación de subsidiariedad expresa y restringida

exclusivamente a aquel ilícito consistente en el abandono seguido de muerte, es

decir, la previsión legal del último parrafo del art. 106 del CP que sanciona dicha

consecuencia con pena de cinco a quince años de prisión.

En efecto, no parece muy adecuada la referencia a todo el artículo 106 del

CP puesto que la figura básica consiste en poner en peligro la vida o la salud de

otro al colocarlo en situación de desamparo, o por abandono a su suerte a una

persona incapaz de valerse y a la que deba mantener o cuidar, o a la que el

mismo autor haya incapacitado.


Por tanto, si el art. 84 bis está regulando la causación de una muerte, sería

insensato pensar que sucedido ello, además el autor pudiera poner en riesgo a la

víctima por su fuga u omisión de socorro, por lo que la única hipótesis posible que

descarta la aplicación del art. 84 bis sería aquella contenida en la última parte del

art. 106, esto es, la puesta en riesgo por desamparo o abandono de persona

seguido de muerte.

En cuanto a la exigencia de la fuga, por un lado, y de la omisión de socorro

a la víctima, por el otro, que contiene esta disposición, daría la impresión que se

confunde ambas hipótesis en una misma situación, esto es, que el conductor se

escape del lugar del hecho. Quizás podría distinguirse la fuga en tanto el autor del

homicidio culposo intenta esconder su persona fugándose del lugar del hecho,

mientras que el no intentar socorrer a la víctima podría entenderse como la

ausencia completa de prestación de auxilio aun recurriendo a terceros, como

podría ser la derivada de comunicación telefónica a las agencias de salud o

policiales dando cuenta del hecho.

De todos modos, llámese fuga o ausencia de socorro, el hecho se vincula

estrictamente con la figura del artículo 106 del Código Penal, la que a modo de

elemento negativo no debe estar presente en todos sus caracteres, puesto que en

tales casos sería de aplicación dicha norma que es más severa para el resultado

muerte ocurrido como consecuencia de un previo abandono de persona.

Aun así, sea que consideremos fuga, ausencia de socorro, privación de

auxilio o escape del lugar del hecho, la situación debe ser medida en el caso

concreto de acuerdo con las circunstancias de tiempo y de lugar, y analizarse


incluso desde la perspectiva de la manda constitucional que prohíbe la

autoincriminación.

En el primer aspecto sólo habrá una circunstancia agravante cuando de la

situación particular y concreta pueda asegurarse que el autor, con la fuga o

ausencia de asistencia, ha contribuido de algún modo a la muerte de la víctima. Es

decir, establecer concretamente que falleció con posterioridad al accidente como

consecuencia de la falta de auxilio inmediato o que la fuga contribuyó a precipitar

la muerte por la carencia de atención médica. Sería un tanto ilógico pensar que el

agravante pueda funcionar en un delito contra las personas si el autor se fuga o no

presta auxilio cuando la víctima ya ha fallecido como consecuencia del impacto

con el vehículo, puesto que su asistencia seria completamente inútil y en nada

beneficiaria al occiso. Su escape o ausencia de socorro (posterior a la muerte) en

nada se emparenta con un ilícito de esta naturaleza más que con un deber de

carácter ético o moral, o eventualmente con una lesión a la administración de

justicia en tanto se elude a la identificación del autor y la determinación de su

propia responsabilidad.

Ello nos conduce al segundo aspecto problemático de esta agravación,

pues la misma puede considerarse como atentatoria con el principio constitucional

que prohíbe la autoincriminación (art. 18 CN), pues en cierto modo la ley obliga al

autor de un hecho delictivo a identificarse o reconocerse como el responsable del

hecho, bajo apercibimiento de aplicar una sanción mayor en caso de no actuar de

tal modo.
Sebastián Soler se había ocupado de ello al señalar en su momento que

esto podría ocurrir en los accidentes de tránsito, y la novedad (de aquel momento)

de esta figura “consiste esencialmente en imponer aquí el deber positivo de asistir

a la víctima, aun a riesgo de que con ello quede eliminada indirectamente la

impunidad tradicionalmente reconocida en la autoeximición sin violencia”.

 Estupefacientes y alcohol

El delito culposo se agrava también cuando el autor conductor de vehículo con

motor haya causado una muerte si lo ha hecho bajo los efectos de estupefaciente.

Ello debe entenderse como un doble juego de requisitos. En primer término,

el sujeto activo debe haber causado una muerte por la conducción imprudente,

negligente o antirreglamentaria de un vehículo con motor. Y, en segundo lugar,

que el accidente se haya causado como consecuencia del manejo bajo los efectos

de sustancias estupefacientes.

Cuando la norma exige que la conducción haya sido “antirreglamentaria”,

quiere decir que la muerte sucede como consecuencia directa y causal derivada

de esa infracción y no por cualquier circunstancia antirreglamentaria. Supongamos

que alguien conduce un auto que no posee la verificación técnica vehicular y un

peatón se arroja a su paso produciéndose la muerte. No podrá decirse que el

delito se vera agravado por una conducción antirreglamentaria, sino cuando ella

sea la causa directa y excluyente del accidente que provoca la muerte.


Ello viene a colación porque en nuestra legislación no bastará con el solo

hecho de que el conductor conduzca bajo los efectos de estupefacientes

(conducta antirreglamentaria), sino que será necesario acreditar que debido a esa

conducción y como consecuencia de estar bajo dichos efectos, el autor ha

ocasionado un accidente que provoca la muerte de la víctima.

La normativa daría a entender que el conductor debe tener la conciencia

obnubilada o los reflejos afectados al momento del accidente o una perturbación

similar que es causa del hecho, no bastando que haya consumido sustancias

tóxicas con anterioridad o en una cantidad que no implique una afectación de tales

sentidos. Menos aún que las lleve en su poder o dentro del vehículo.

Lo mismo puede asegurarse respecto del estado del nivel de alcoholemia

que la ley estima como agravante cuando es igual o superior a 500 miligramos por

litro de sangre en el caso de transporte público, o de 1 gramo por litro de sangre

en el transporte privado. Tal como sucede en el caso anterior, el estado del nivel

de alcoholemia tiene que haber sido la causa generadora del hecho que provoca

la muerte de la víctima, siguiendo aquellas pautas objetivas de imputación que

permitan asegurar que el suceso luctuoso tuvo origen y ha sido causado por haber

estado alcoholizado el conductor en alguno de los grados previstos por la ley.

Puede discutirse aquí la distinta valoración en términos de nivel de

alcoholemia que la norma establece según el transporte sea público o privado,

porque en realidad, si el fundamento de la agravación está dado por la

perturbación que genera la ingesta de tales sustancias en una persona, no tendría

razón de ser semejante distinción, ya que el consumo de alcohol genera las


mismas consecuencias para unos y otros independientemente que conduzcan un

transporte público de pasajeros o un vehículo automotor particular.

 Exceso de velocidad

La otra circunstancia de agravación establecida por la nueva disposición

legal entiende que es de mayor gravedad la causación de una muerte por

conducción imprudente, negligente o antirreglamentaria de un vehículo automotor

cuando la misma se ha provocado porque el conductor conducía a más de 30

kilómetros (por hora) por encima de la máxima permitida en el lugar del hecho.

Al igual que en todos los supuestos circunstanciales que la ley aquí señala,

el exceso de velocidad tiene que haber sido la causa generadora del suceso que

termina en la muerte de una persona.

El solo hecho de circular a mayor velocidad que la permitida en la zona o

lugar del hecho no basta por sí sola para hacer incurrir al conductor en esta

agravación penal si no se demuestra que ha sido la causa determinante del

acontecimiento luctuoso.

En este supuesto debe tenerse en consideración la circunstancia del lugar

donde ocurre el hecho, determinar con precisión la máxima velocidad permitida en

esa zona, y finalmente si el conductor del rodado causante la ha superado en

límites por encima de los 30 kilómetros (por hora) de lo que está permitido en

dicho sitio.
El establecimiento de esa velocidad superior es una pauta arbitraria fijada

por el legislador, que bien podría haberla colocado en 20 o 50 kilómetros por hora

por encima de la reglamentaria del lugar.

Nada dice la norma, y será materia de interpretación judicial en su caso,

pues qué sucedería si se trata de un accidente que involucra a dos o más

vehículos automotores en los que ambos superaban los topes reglamentarios en

la medida de esta disposición penal (incluso la víctima a velocidad superior) y sólo

uno de los automovilistas o acompañantes fallece en dicho accidente.

 Inhabilitación de licencia de conducir

En esta especial circunstancia el autor del homicidio culposo ha ocasionado

una muerte al conducir un vehículo automotor estando inhabilitado para hacerlo

según resolución de la autoridad competente. Tal como está redactada la norma

podría interpretarse que se contempla aquí el supuesto de alguien que estuvo

habilitado para conducir vehículos con motor y que luego, por los motivos que

fuera (edad máxima permitida, enfermedad o infracciones severas), le fue

revocada esa habilitación y la autoridad competente ha dispuesto la caducidad,

suspensión o la pérdida de la autorización respectiva, decretándose su

inhabilitación para la conducción de tales vehículos.

Sin embargo, la normativa contempla también el supuesto de quien no se

encuentra habilitado para hacerlo por no haber cumplido con las exigencias y
trámites correspondientes como para adquirir la autorización para conducir, y

también los casos de quien conduce un vehículo automotor para el cual no está

autorizado por referirse la pertinente habilitación a otra clase de vehículos con

motor, como, por ejemplo, quien está habilitado para conducir automotores y se

encuentra conduciendo un camión.

Nuevamente se debe destacar aquí que la muerte de la victima debe haber

sido ocasionada como consecuencia directa e inmediata de una maniobra

imprudente, negligente o antirreglamentaria de un vehículo con motor, derivada

estricta y necesariamente de la falta de habilitación para conducir, producida por la

ausencia de conocimientos teóricos y prácticos en el manejo de esta clase de

objetos.

Es que, como bien apunta Soler, no se trata de imputar objetivamente el

resultado producido mientras el sujeto se hallaba en violación de ordenanzas,

leyes o reglamentos, pues ello llevaría a una hipertrofia de la culpabilidad. Para

que se pueda atribuir la culpa es necesario no sólo que el hecho se produzca, sino

precisamente que lo produzca él, es decir, un nexo de causalidad entre la

violación reglamentaria y el resultado producido, imputable objetivamente al

conductor del vehículo.

 Violación de señalización de semáforo y de tránsito

Otra circunstancia que amerita la agravación del homicidio culposo está

dada por la conducción imprudente, negligente o antirreglamentaria de un vehículo


con motor, que a consecuencia y con motivo de haber inobservado la señalización

de un semáforo o las señales que indican el sentido de la conducción vehicular,

produce o causa la muerte de una persona.

La disposición penal, en tal sentido, ha tomado de todas las infracciones

previstas en la legislación que regula el tránsito vehicular, aquellas que consideró

más relevantes como para establecer que su violación ameritaba una

circunstancia que debía agravar la penalidad del homicidio culposo ocurrido como

consecuencia de tal conducta.

Lo que la norma no determina es si esa violación a las disposiciones

reglamentarias del tránsito debe haber sido producto de una deliberada intención

de realizarla o si es aplicable para aquellos casos en que el conductor (por

descuido o desconocimiento) pasa un semáforo en rojo o toma una calle en

contramano. Muy diferente es la situación de quien en forma intencional decide

circular por una calle sabiendo que no es del sentido de la circulación

reglamentaria, y otra la de quien, por cualquier otra circunstancia, incluso por

ausencia o deficiencia de la señalización, cree estar conduciendo en el sentido

que está establecido y produce un accidente con consecuencias fatales. En fin,

todo ello será motivo de la interpretación que los tribunales establezcan para estos

supuestos.

 Realización de picadas ilegales


Otra circunstancia que agrava la penalidad para el homicidio culposo

vehicular está dada por el hecho de la ocurrencia del suceso mortal como

consecuencia de que el conductor se hallare realizando alguna de las conductas

previstas por el artículo 193 bis del Código Penal, esto es, en el marco de una

competencia de velocidad o destreza con un vehículo con motor.

El delito previsto por el artículo 193 bis consiste precisamente en poner en

riesgo la vida o la integridad personal (pese a su ubicación sistemática dentro de

los delitos contra la seguridad pública) con motivo de la realización de una

competencia de velocidad o de destreza con un vehículo automotor.

La pena prevista para el conductor del rodado por tal conducta es de seis

meses a tres años por la sola participación en dicha contienda, mientras que en la

disposición del artículo 84 bis la sanción consiste en una pena privativa de libertad

de tres a seis años, si el resultado de esa competencia deportiva no autorizada

deriva en la muerte de una persona.

Ricardo Tazza entiende que existe aquí un supuesto de concurso delictivo

de carácter ideal (art. 54 CP), aunque sólo resultará aplicable el art. 84 bis por

contener una pena más grave que la regulada en la norma del art. 193 bis (en

realidad se trataría de una preterintencionalidad que bien pudo haber sido

contemplada en la parte final del art. 193 bis, como agravante de la pena por el

resultado culposo).

Pese a que existe una remisión a toda la disposición legal de aquel delito

(se dieran las circunstancias previstas en el art. 193 bis dice el texto), no resulta
posible en las conductas de su 2° párrafo, en tanto sanciona al organizador y

promotor de la picada ilegal o a quien ha entregado su vehículo para que otro

participe con conocimiento de ello, en atención a que no sería posible incriminar,

por ausencia de un curso causal inescindible a quien procede de tal modo, la

muerte ocasionada por un tercero, en el caso, el conductor del vehículo.

 Culpa Temeraria

Se agrava el delito también si el autor del homicidio culposo son vehículo

con motor ha incurrido en lo que el legislador cataloga como “culpa temeraria”.

No existe en nuestra legislación el concepto de culpa temeraria. Realmente

no sabemos a qué hipótesis quiso referirse el legislador.

¿Qué es concretamente la culpa temeraria? De algo estamos seguros: no

es dolo eventual. La calificación de la conducción como de culpa temeraria

excluye necesariamente el dolo, en cualquier clase que fuese.

No existe en todo nuestro sistema normativo el concepto de culpa

temeraria. Es una categoría foránea ajena a nuestra idiosincrasia y no tratada por

la dogmática argentina (refiere Zaffaroni que el Código Tejedor penaba la culpa

grave y la culpa leve como grados de la culpa, criterio seguido por el Código de

1887 y cuya distinción provenía del Código de Baviera, por suerte nuestro código

se abstiene de ese criterio).

Tradicionalmente la doctrina distingue la culpa inconsciente o sin

representación, que se manifiesta cuando el sujeto no se representa el resultado


como posible pudiendo hacerlo, de la culpa consciente o con representación, en la

que el sujeto se representa la posibilidad del resultado, pero confía en que no

acontecerá.

Fuera de estas categorías, nuestro sistema jurídico (ni siquiera en el orden

civil) reconoce a la culpa “temeraria” como una forma o graduación de la culpa o la

imprudencia.

No sabemos con exactitud cuándo puede decirse que ha existido una culpa

temeraria. Como si existiera también la posibilidad de actuarse con culpa “no

temeraria”. Lo temerario es lo intrépido, osado, una exposición excesiva a un

riesgo innecesario; más precisamente, ello es característico y esencial de un obrar

imprudente o negligente.

Parecería haber copiado el legislador argentino en este aspecto (y mal) el

artículo 381 del Código Penal español que castiga a quien conduciendo con

temeridad manifiesta pone en peligro la vida o la integridad física de una persona,

situación completamente diferente a la prevista en este artículo.

En síntesis, la culpa temeraria aparece así en nuestro sistema jurídico

como una novel e imprecisa categoría de imprudencia o negligencia, la que dada

su vaguedad y difusa conceptualización, dará lugar a diversas interpretaciones por

parte de la jurisprudencia, que deberá juzgar si en el caso concreto el conductor

del vehículo con motor ha actuado de ese modo. Circular contra el sentido

vehicular o cruzar deliberadamente un semáforo en rojo, o hacer un giro en u en

una avenida o maniobra similar, ¿será considerado “culpa temeraria”? Será ello
motivo de fuertes discusiones en torno a la aplicación de esta figura que, por su

vaguedad e imprecisión, podría llegar a lesionar el principio de certeza y

taxatividad que debe imperar en una norma de contenido penal.

 Multiplicidad de víctimas

Por último, este artículo 84 bis del CP agrava el homicidio culposo cometido

con vehículo con motor cuando fueren más de una las víctimas fatales.

Al igual que cualquier caso de homicidio culposo, con la nueva redacción

del art. 84, último párrafo, esta disposición considera que el resultado lesivo

consistente en causar la muerte de más de una persona amerita por sí solo la

elevación de la cantidad punitiva señalada para la figura básica.

En este punto debemos observar que, si bien se trata de una cuestión de

política legislativa, no se llega a comprender acabadamente la agravación de un

tipo penal culposo cuando son varias las víctimas, y negar esa posibilidad para

cuando el homicidio sea cometido con dolo.

Sujeto activo

El sujeto activo de este delito, o mejor dicho “el causante” (zaffaroni, el tipo

culposo se integra con un resultado que no es perseguido por la finalidad, sino

causado. Como no hubo una conducta dirigida a ese resultado, no pudo haber ni
autor ni participe, sino solo causantes), esta definido en el mismo artículo que

individualiza como el “conductor” de un vehículo con motor.

Nada dice respecto de la participación de quienes pueden hallarse dentro

del vehículo, ni de aquellos otros que (por ejemplo) participaron de la competencia

de destreza o velocidad, por ejemplo, el copiloto o los otros conductores de los

otros vehículos que generaron la situación de riesgo que produjo la muerte de la

víctima.

En efecto, supongamos que en una picada ilegal en la que participan dos o

más vehículos se genera una situación de riesgo colectivo que termina por

ocasionar la muerte de un transeúnte circunstancialmente en el lugar de los

hechos, provocada por haber sido embestido por uno de tales vehículos. Ninguna

duda cabe de que el conductor de dicho rodado deberá responder por el homicidio

culposo agravado (en concurso con el art. 193 bis), pero nada se dice sobre la

eventual responsabilidad de aquellos otros participantes, más allá de la evaluación

en los términos del artículo 193 bis, los que, por otra parte, tampoco quedarían

alcanzados ya que dicho artículo también castiga únicamente al “conductor” que

ha generado el riesgo concreto para la vida o la integridad personal de alguien.

Pensamos que la norma es incompleta en este aspecto, y ello en razón de

haberse remitido a otra disposición (art. 193 bis) que presenta los mismos

defectos que los aquí comentados.

Tampoco podría recurrirse a los principios de la participación criminal, pues

es bien reconocido que en materia de tipos penales culposos como el aquí


analizado, la participación delictiva es inadmisible, salvo la instigación. En efecto,

la individualización del sujeto activo del tipo culposo como mero causante no da

lugar a que pueda distinguirse entre autor y participe en el tipo culposo, porque

con cualquier intervención en el curso causal se es sujeto activo.

La nueva normativa adolece de algunas fallas de técnica legislativa que a

nuestro juicio no hacen sino complicar y dificultar la aplicación de una pena justa a

quien comete un delito de esta naturaleza, utilizando un medio riesgoso como lo

es un vehículo con motor.

Propugnábamos hace tiempo la incorporación a nuestro catalogo punitivo

de figuras especificas relacionadas con el manejo imprudente de vehículos

automotores (trabajo de Ricardo Tazza sobre las picadas ilegales).

No obstante, ello, entendemos que el legislador argentino se ha quedado a

mitad de camino, a la par de utilizar una técnica a nuestro juicio defectuosa. En

efecto, en esta materia es hora de que se sancione la generación de un concreto

riesgo para la vida o la integridad de las personas y no la causación de lesiones o

muertes por manejo imprudente de vehículos con motor.

Nuevamente parece ser que el legislador argentino recurre al Código Penal

para amortiguar los nocivos efectos y las horrorosas estadísticas que en materia

de accidentes de transito existen lamentablemente en nuestro país. No es de esta

forma que se solucionarán todos aquellos problemas que traen aparejados los

accidentes de tránsito, ni mucho menos el incremento de las penas y tampoco la

operatividad del sistema penal pueden lograr disminuir los letales efectos de la
desorganización del tránsito automotor en cualquier ciudad de nuestro país. Por lo

pronto, avizoramos un total fracaso de la finalidad perseguida por el legislador en

tal sentido.

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