La Violencia de La Interpretación PIERA AUGLANIER
La Violencia de La Interpretación PIERA AUGLANIER
La Violencia de La Interpretación PIERA AUGLANIER
El placer no se alcanza plenamente en el ámbito del Yo, que no puede realizar esta meta. Esto no
debe hacernos
pensar que la actividad de representación del Yo no implique una experiencia de placer, pero se
trata de un placer
mínimo necesario para que haya vida, es decir, debe haber un placer mínimo necesario para que
haya actividad de
representación y para que haya representantes psíquicos de objetos externos, y mismo aún
objetos psíquicos.
Sin embargo, la existencia del placer es tan importante como la de displacer: esta dualidad
pulsional enfrenta al Yo
con una paradoja: ¿cómo puede haber displacer en un objeto de deseo? ¿Cómo
puede surgir el placer del
displacer? La teoría resuelve la contradicción diciendo que la actividad psíquica, ya desde el
proceso originario,
forja dos representaciones antinómicas de la relación representante- representado: de un lado se
define un 'deseo'
en relación al placer, y del otro se define un 'deseo no tener que desear', en relación al displacer.
En el primer caso, la realización del deseo implicará reunificar el representante con el objeto
representado, unión
que causará placer. En el segundo caso, la no realización del deseo implicará
separarlos, es decir, hacer
desaparecer todo objeto que pueda suscitarlo. Para decirlo en términos de amor y odio: en el
primer caso se busca
la unión con el objeto (amor), y en el segundo su rechazo y destrucción (odio).
2. El estado de encuentro y el concepto de violencia
El estado de encuentro se establece entre el mundo externo y la psique, y es coextensivo
con el estado de
existente.
Explicaremos mejor este estado de encuentro para entender los conceptos centrales de este libro:
violencia e
interpretación, pero antes aclaremos algo: el discurso teórico psicoanalítico intenta describir tal
cual como ocurre
este proceso pero no puede: ejerce una violencia, pues impone al proceso un marco teórico que
lo desnaturaliza,
es decir, sólo puede concebir los procesos como sucesivos, no simultáneos. Por ello se describe
una sucesión que
va desde un estado originario a otro secundario, pasando por el primario.
1) Instauración del proceso originario: A medida que evoluciona el sistema
perceptual, la actividad psíquica
establece un estado de encuentro: percibe un mundo heterogéneo cuyos efectos padece en
forma continua e
inmediata. Gracias a que la psique puede representarse tales efectos, puede forjar una primera
representación de
sí mísma: tal es el hecho originario que pone en marcha la actividad psíquica.
El proceso originario puede metabolizar los objetos si éstos tienen representabilidad, es decir, la
posibilidad de
situarse en el esquema relacional propio, en este caso, del sistema primario. Estos objetos no son
cualquiera: es
material exógeno que dispara la actividad psíquica, y que tiene que ver con las informaciones
emitidas por los
objetos soportes de catexia.
Lo que la psique encuentra son dos espacios: su espacio corporal y el espacio psíquico de
quienes lo rodean, en
especial el de la madre. El proceso originario se configura cuando la psique percibe que tanto su
propio cuerpo
como su madre son fuentes de experiencias tanto de placer como de displacer. Estas dos
cualidades son entonces
las importantes a considerar para la instauración del proceso originario.
2) Pasaje del proceso originario al primario: El proceso primario comienza cuando la actividad
psíquica puede
reconocer una nueva propiedad de los objetos placenteros o no: su extraterritorialidad, es decir,
reconocer la
existencia de uin espacio exterior y uno propio, información que sólo puede ser
metabolizada por el proceso
primario.
3) Pasaje del proceso primario al secundario: El proceso secundario comienza cuando la
actividad psíquica puede
reconocer una nueva propiedad en los objetos: su significación o sentido. En efecto, el proceso
secundario se
ocupa de significar, lo que implica reconocer que la relación entre objetos exteriores está
definida por la relación
entre las significaciones que el discurso proporciona sobre dichos elementos: o sea, el mundo
empieza a adquirir
un sentido adecuado al esquema relacional del representante, en este caso el Yo.
Tal información sólo es
metabolizable por el proceso secundario, el que así se pone en marcha.
En síntesis, las cualidades que tienen que tener los existentes para poder ser
metabolizados por el proceso
respectivo, son las siguientes:
Si hay algo que caracteriza al hombre es el llamado efecto de anticipación, por el cual enfrenta
una experiencia, un
discurso o una realidad que se anticipan por lo general a sus posibilidades de respuesta, y
siempre a lo que puede
saber y prever sobre las razones, el sentido o las consecuencias de dichas experiencias. Cuanto
menos edad tiene
el sujeto, más excesiva es esta anticipación: exceso de sentido, de excitación, de frustración, de
gratificación o de
protección.
Las palabras y los actos maternos, su discurso anticipatorio se anticipan siempre a lo que el niño
puede conocer de
ellos: el pecho es dado antes que la boca sepa que lo espera, desfasaje que ilustra la violencia
primaria que la
madre ejerce sobre el infans. La madre habla al niño diciéndole cosas a él o de él (es lo que
se llaman las
producciones psíquicas maternas), discurso al que el infans no puede asignarle
significación, pudiendo sólo
metabolizarlo en un material homogéneo respecto de la estructura pictográfica.
La madre se constituye en el portavoz del ambiente frente al infans, en cuanto con su discurso
ambiental le
transmite en forma premoldeada desde su propia psique las obligaciones, prohibiciones, etc., que
de él espera,
forjándose así una representación ideica del niño y que definirá el 'ser' de éste
último al insertarlo en una
estructura de parentesco, una estructura lingüística y en la estructura afectiva de la otra escena:
tales son las tres
condiciones previas que gobiernan los enunciados maternos. Es la manera de tiene la
madre de ejercer una
violencia primaria sobre su hijo, es decir, a través de un discurso que ejerce un efecto de
anticipación que ofrece al
niño significaciones que no puede metabolizar según el proceso secundario.
Definimos violencia primaria como la acción mediante la cual se le impone a la psique de otro
una elección, un
pensamiento o una acción motivados en el deseo del que lo impone, pero que se
apoyan en un objeto que
corresponde para el otro a la categoría de lo necesario. La violencia primaria es necesaria para la
constitución del
Yo del niño, pues le presta a éste un soporte identificatorio. Sin embargo, esta violencia no debe
extenderse más
allá de lo necesario, porque en este caso el Yo no puede acceder a una autonomía. Cuando esta
violencia impide
tal autonomía, representando un exceso por lo general perjudicial y nunca necesario para el
funcionamiento yoico,
estamos en presencia de una violencia secundaria, y que suele ser amplia y
persuasiva al punto tal de ser
desconocida por sus propias víctimas.
La autonomía se opone a dependencia. Esta dependencia puede ser física (por
ejemplo un discapacitado) o
psíquica. La vida psíquica se caracteriza por tender hacia la autonomía, entendiendo
por tal toda forma de
actividad psíquica orientada hacia dos fines: la supervivencia del cuerpo y, para ello, la
persistencia de una catexia
libidinal que resista a una victoria definitiva de la pulsión de muerte. Resumen: P. Cazau